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PUBLICACIÓN MENSUAL

ABRIL DEL 2007


Jurgen Habermas
Por Daniel Marmolejo
Miembro fundador del Movimiento Ciudadano Metropolitano A.P.N.

Comité Ejecutivo Nacional

Estudió filosofía, psicología, literatura alemana y economía en la Universidad de


Gotinga, Zúrich y Bonn, donde defendió su tesis doctoral sobre Schelling.

De 1956 a 1959 fue ayudante y colaborador de Adorno en el Instituto de


Sociología de Fráncfort del Meno. En 1961 defendió su habilitación, centrada en
el concepto de lo público (Öffentlichkeit). Entre 1964 y 1971 ejerció como
profesor en la Universidad de Fránkfurt, y se convirtió en uno de los principales
representantes de la Teoría Crítica. De 1971 a 1983 se desempeñó como
director en el Instituto Max Planck para la "investigación de las condiciones de
vida del mundo técnico-científico".
En 2001 obtuvo el Premio de la Paz que conceden los libreros alemanes. En
2003 gana el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.

Es Doctor Honoris Causa por las universidades de Jesuralén, Buenos Aires,


Hamburgo, Northwestern University Evanston, Utrech, Tel Aviv, Atenas y la
New School for Social Research de Nueva York, y miembro de la Academia
Alemana de la Lengua y la Poesía.

EL PENSAMIENTO

Habermas, en cuyas reflexiones se entremezcla el filósofo, el sociólogo, el


comunicólogo, el psicólogo y el político, parte de una crítica del marxismo, pero
no desde una posición ajena o alejada del pensamiento marxista -en Habermas
no se ocultan las huellas del marxismo hegeliano y weberiano-, sino con una
idea reconstructiva, regeneradora, restauradora de la racionalidad crítica.

Concibe una comunidad de bienes sociales, de plena comunicación basada en el


desarrollo de la cultura democrática, en la ética y el derecho. El marxismo,
entiende Habermas, se había centrado en exceso en el plano material y
económico, por lo que era necesario reconducirlo a través de la ética del
discurso, mediante la acción comunicativa.

Es un exponente de lo que se ha dado en llamar la segunda generación del


pensamiento crítico, nacido de la Escuela de Francfort, a la que Habermas
apenas se acercó de la mano de Adorno. La complejidad y extensión de su
obra, la conduce en ocasiones a reflexiones crípticas, donde es más fácil
sobrentender e interpretar que entender la literalidad del discurso.

Sus debates polémicos en el seno del pensamiento germano no sólo le llevan a


denunciar el ‘provincianismo’ y ‘elitismo’ de la tradición crítica, sino a abrir la
reflexión al exterior, a hacer más permeable el pensamiento norteamericano y
británico.
A través de la teoría de la acción comunicativa hace los trazados de una
pragmática general y de una teoría universal de la sociedad. Reconstruir,
mediante la expresión de los individuos, del lenguaje y la comunicación, un
espacio de entendimiento y consenso, de aceptación y cooperación, como
basamento de un nuevo pacto social. Una filosofía para la transformación
social, por consiguiente de matriz sociológica, que se apoya en la comunicación
a través de la filosofía del lenguaje. El lenguaje permite el conocimiento y la
comprensión y se convierte así en el eje de la consciencia transformadora, de la
innovación social. En el horizonte de la acción comunicativa resplandece una
sociedad reflexiva y libre, que se une por el conocimiento y no por la imposición
o el temor. Es la autonomía de la razón comunicativa. El triunfo del ágora. En el
lenguaje, afirma Habermas, está la base de la democracia, porque permite una
comunicación e interacción eficaz, equilibrada y libre.

Habermas en su análisis crítico de la ciencia distingue distintos planos en los


que ésta se plasma, de modo que las ciencias empíricas se autosatisfacen en la
lógica objetiva o en el plano técnico, mientras que en las ciencias sociales,
mediante su lógica interpretativa, tienen un carácter liberador y de
profundización en el progreso del ser humano.

Habermas advierte del valor ideológico y de discurso dominante que adquiere la


ciencia y la técnica en la sociedad actual. Reflexiona acerca de las
consecuencias del positivismo científico, como resorte ideológico de la
racionalidad del capitalismo avanzado. Una reducción del conocimiento al
dominio técnico y, consecuentemente, una expulsión del conocimiento
especulativo, de la razón reflexiva, como instrumentos propios de una etapa
que se dice que ha sido superada.

La sociedad aparece descrita por dos planos superpuestos –el mundo de la vida
y el sistema social-, cuyos perfiles están dibujados, respectivamente, por la
racionalidad y la complejidad. La complejidad creciente del sistema social
invade, condiciona y dirige el mundo de la vida, degradando sus atributos más
significativos, como son la libertad, la identidad, la memoria, el sentido natural
de la existencia. El sistema aparece descrito por el mercado y por el conjunto
de instrumentos institucionales y estratégicos –en especial a través de los
medios- que lo informan, con una fuerza envolvente que reduce el espacio
público, la esfera cívica de la innovación, el margen de expresión de la cultura
democrática.

Habermas se pregunta si es posible plasmar un sistema social en el que las


inquietudes de la opinión pública, sus anhelos y proyectos, tengan una
traslación al plano de la acción política, a la gestión. Esto es, si es posible
superar la regulación administrativa de la democracia por una democracia
autoconstructiva, guiada por la interacción comunicativa de los individuos que
la integran.

Especial importancia tiene la posición de Habermas en la ‘cuestión de la


modernidad’, que no queda resuelta, a su entender, con la ruptura ideológica
de la racionalidad o el desarme postmoderno. Postmodernismo que el pensador
alemán sitúa en el plano de las ideologías conservadoras, donde priman las
ilusiones que entierran la dialéctica de la historia sin que aún, en la realidad
social, se sinteticen los valores de la emancipación y del consenso o se alcance
una comunidad de comunicación libre –‘comunidad ideal de comunicación’-, un
espacio ético o un ‘mundo de la vida’ descrito por valores compartidos. La
modernidad, como escenario meta o de superación de las contradicciones que
marcan la historia, está lejos de alcanzar su efecto emancipador, al tiempo que
el capitalismo avanzado oculta sus contradicciones con simulaciones de la
realidad y liberaciones virtuales que hacen palidecer la observación crítica del
tiempo presente.

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