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RESPUESTAS CLARAS Y SENCILLAS A LAS OBJECIONES QUE MAS COMUNMENTE SUELEN HACERSE CONTRA LA RELIGION POR MONSENOR SEGUR TPRADUCCION DEL FRANCES POR D. GaBINo Tesabdo DE LA REAL ACADEMIA ESPAROLA *APOSTOLADO DE LA KE 7, SAN BERNARDO, 7. 1930 IMPRIMI POTEST: Victorinus Feuz S. 1. Imp. det Asiio de Huérfanos d@i S. C. de Jgsiis.—Juan Bravo, 3 OBJECIONES RESPUESTAS OBJECION PRIMERA eQué falta me hace a mi la Religién? A fe que yo no tengo ninguna y esto no me quita de es- tar tan gordo y tan bueno. Respursta—Excelente discurso, si yo te quisiera ofrecer la Religion como un medio de estar gor- do y bueno, Pero dime ti si no hemos venido a este mundo mas que para echar carnes como los cerdos, porque todos los hombres en todos tiem- pos han creido otra cosa, y no me parece facil que ta solo tengas razén contra todos los hombres. La Religién te ensefia lo que es bueno y lo que es malo; te muestra los medios seguros para que obres lo bueno y aborrezcas lo malo; te promete el premio de una gloria sin fin si obras lo bueno, y te asegura el castigo de un infierno también perdurable si obras lo malo. En resumen: la Re- ligién nos ensefia lo que somos los hombres, de 4 . SEGUR dénde venimos, la senda que debemos seguir en esta vida y el término que nos aguarda cn la otra, proporcionado al bien o al mal que haya- mios obrado en Ia tierra. Si esto no te interesa, no sé qué cosa puede interesarte en este mundo. Por de pronto, dime ti, discurriendo con tu ra z6a natural, si te parece posible que viva del mis- mo mado un hombre religioso que otro que no tenga Religién ninguna; dime th qué interés tie- ne en ser bueno el hombre gue ningan premio aguarde, y qué freno pucden contener las malda- des del que ningtin castigo tema en la otra vida. gCreeris que sea bastante para dejar de obrar mal el temor a la justicia de los hombres? Esto no puedes creerlo, pues ni la justicia de los hom- bres tiene poder contra todos los malos, aunque sepa sus maldades, ni es tampoco tan sabia y prudente que pueda saber todo el mal que se obra. Podraé la justicia humana castigarte si matas a un hombre; pero, zpodraé del mismo modo castigar el deseo que tengas de matarlo, mientras no lo pongas por obra? Y no me diras que el solo de- seo de matar a un hombre no sea ya una mal- dad que por fuerza ha de recibir castigo. Voy a ponerte esto mas claro todavia. Supongamos que ta eres un hombre sin Religién ninguna, lo que Dios no permita; supongamos que te nombran juez de la causa de un vecino tuyo que ha matado a su padre con un pufial, 3Qué sentencia dards contra este hijo malvado? De se- guro, lo condenaraés a un patibulo. ¢Y por qué lo condenas? Porque sabes que ef matar a su padre es un delito horrible; porque tu conciencia de OBJECION I 5 hombre te dice que un delito de esta especie debe ser castigado; y Ultimamente, porque hay leyes humanas que lo condenan y castigan con la muer- te. Pues figtrate ahora que este hijo delincuente ha matado a su padre, no con un pufal, sino a fuerza de disgustos que te ha causado, y con la dcliberada intencién de que se muera de pena. Qué sucederA en este caso? En primer lugar, es muy dificil probar en juicio los disgustos que el hijo le haya dado al padre; y mucho mas dificil de probar todavia, que le haya dado estos dis- gustos con la deliberada intencién de que se mue- ra a causa de ellos; en segundo lugar; aunque todo esto se probara seria imposible prober que efectivamente esos disgustos, y no otra causd cual- quiera, han ocasionado la muerte del padge. De manera que la justicia humana carece absoluta- mente de medios, no ya para castigar, “sino ni aun para juzgar esta clase de delitos. Qué re- sultarA entonces? Que el delito quedara sin’ casti- go. Y ello no hay remedio: igual es el crimen en un caso y en otro; tan criminal es el hijo’ que mata a su padre de una pufialada, como el que le mata a fuerza de causarle disgustos, con delibera- da intencién de que se muera. Este crimen no puede ser castigado por la justicia de los hombres ; tu conciencia te dice que no puede quedar sin castigo; los hombres no se fo dan, ¢Quién se lo da? Se lo da Dios, Esto cree el que tenga Religion; pero zy el que no la tenga? El que no la tenga vera que el crimen se queda sin castigo; no lo re- cibe de los hombres, porque la justicia humana 6 aoe no aleanza a probar, ni aun quizd a saber el de- lito; no lo recibe de Dios, porque no hay Dios... 1Qué horror, hijo mio! Y, sin embargo, en esto viene a parar el no tener Religién, En vista de este ejemplo, no me negaras que la Religién es, cuando menos, una cosa conveniente. Una vez confesado esto, y aunque tengas la des-' gracia de pensar gue no hay ninguna Religiéi verdadera, por’ poco razonable que seas, habras también de confesarme que no es imposible que la haya; del mismo modo que aunque tt no creas que yo estoy escribiendo estas lineas con la mano izquierda, por ejemplo, confesaras que no es im- posible que asi sea. Es decir, que no sélo me con- fesards que la Religién es una cosa conveniente, sino también que es posible que haya una verda- dera, Porque, una de dos: o th me aseguras que no hay ninguna Religién, ni verdadera ni falsa, ni mala ni buena, y me lo aseguras con la misma certeza con que aseguras que estas ahora leyendo este libro, o me confiesas que es posible que ha- ya alguna Religién verdadera. Lo primero no pue- des th asegurarmelo, porque no lo sabes; y si me confiesas lo segundo, yo te diré: Si, por una par- te, no es imposible que haya una Religién verda- dera, y por otra es conveniente ‘que la haya, ra- cional y juicioso es pensar que Ja hay. Y la hay, hijo mio, la hay. No te pido que me Jo creas desde luego por mi palabra, pero lee con atencién estas pocas paginas que te presento; pro- cura hacerte cargo de todas las razones que te doy; consulta con personas sensatas y buenas lo OBJECION 1 7 que no entendieres; procura al mismo tiempo re- frenar los malos pensamientos que nacen en tu alma, los vicios y pasiones que dominan tu cora- z6n. Haz esto, hijo mio, y la ayuda de Dios no te faltara, y te dara luz para que veas la verdad de lo que yo te ensefio, y te dara la firme voluntad y el ardiente deseo de obrar conforme a ‘esta ver- dad que, con la misma ayuda de Dios, quiero en- sefiarte. Mira, hijo mio: en todos tiempos ha habido hombres perversos, interesados en apartar de !o bueno a los demas y ensefiarles lo malo; pero hoy dia permite Dios que haya muchos mas medios que nunca ha habido de pervertir y de alucinar al mundo, La santa Religién que yo voy a eseifiar~ te manda a los ricos que tengan caridad y a los pobres que tengan paciencia. Pues bien, hijito mio; los ricos endurecidos, que no quieren tener caridad con los pobres, y los pobres soberbios, que se cansan de sufrir con paciencia sus trabajos, tienen interés en que se olvide o se aborrezca una Reli- gién que no quiere que los ricos abandonen a sus hermanos los pobres, ni que los pobres se apode- ren por fuerza o miren con envidia los bienes de los ricos. Todo el rico que no quire dar nada al pobre, y todo el pobre que desea apoderarse in- justamente de lo que posee el rico, son enemigos de la Religién, Es menester que te penetres bien de esto, para que .desoigas y condenes, como es justo, la multi- tud de cosas que te diran y te alabaran, contrarias a nuestra santa Religién. Los interesados en pet- derte no te diran que esta Religion, tan calumnia- 8 SEGUR da por ellos, ha sido creida y practicada, y ense- fiada y+defendida por los hombres mas sabios y mas buenos que ha habido en el mundo. Sin salir de nuestra Espaiia te nombraré al prudente, ai esforzado, al humilde y venturoso nuestro santo rey D, Fernando III, terror de los moros, con- quistador de Sevilla y autor de las leyes mas ve- neradas que rigen a nuestra monarquia; te cita- ré a la piadosa heroina nuestra Reina Catélica dofia Isabel I, Ja que conquist6 a Granada y aca- bO de echar de nuestro territorio a los moros y judios que lo infestaban y oprimian; te citaré a nuestro rey Carlos I el emperador, que después de haber sido sefior del mundo entero, fué a aca- bar sus dias santamente en el monasterio de Yus- te. Y no haré sino mencionarte el gran ntimero de compatriotas nuestros que, desde los tiempos mas remotos de la monarguia, han venido admirando al mundo por su saber y sus virtudes; un San Isi- doro, arzobispo de Sevilla, grande historiador y gran filos6fo; un San Vicente Ferrer, a cuya palabra caian helados de espanto los soberbios y se regoci- jaban fos humildes; un San Francisco Javier, apés- tol de Jas Indias; un cardenal Jiménez de Cisne- ros, ilustre ministro de la Reina Catélica; un San Ighacio de Loyola, un San Juan de la Cruz, una Santa Teresa, un venerable maestro Fray Luis de Granada, y, en fin, otros miles de miles, pues se- ria cuento de nunca acabar. Y no te hablo de los grandes artistas y poetas que, inspirados por nues- tra santa Religién, nos han dejado, para eterna memoria de su nombre, esas catedrales, esas pin- turas y esculturas, esos poemas de toda especie, oByECION 1 __9 que tos envidia el mundo. Y no te hablo tampoco del sinnimero de hombres, no menos eminentes en saber y virtud, nacidos fuera de nuestra Es- pafia; de un San Luis, rey de Francia, tan ilustre por su valor como por su ciencia y virtudes; de ttt Santo Tomas de Aquino, lumbrera del mundo, “y ef hombre mas sabio que ha tenido la tierra; de un San Vicente de Patil, verdadero Angel de la Caridad, fundador de esas Hermanas celestiales que ves a cada hora arrostrando la muerte en los campos de batalla y en los hospitales pestilentes; de un San Francisco de Sales, tan profundo co- nocedor del corazén humano; de un Pontifice Gre- gorio VII, pacificador de la Iglesia, abogado de los débiles, freno de los opresores; de un San Pio V, reformador de la Iglesia. Dime, por tu vida, hijito mio, si encuentras que pueda compararse con cualquiera de éstos, ni en sabiduria, ni en virtud, ni en grandeza, ni en he- roismo, ninguno de esos que te hablan o te escri- ben en contra de la Religién. Dime por tu vida, si es conveniente, si es natural, si es racional si- quiera, negar que sea util, y dudar de que es san- ta y verdadera una Religion que tiene a su favor el testimonio de servidores tan ilustres y en nu- mero casi tan infinito. Dime, en fin, y sobre todo, si puede ser puesta en duda o despreciada una Religién que ha hecho al mundo tan grandes be- neficios, como son el establecer entre los hombres esa caridad, por Ja cual, considerandose todos co- mo hermanos, hijos de] Padre comin que esta en jos cielos, Hegan todos a ser verdaderamente li- bres y verdaderamente iguales ante el. Dios bueno 40 SEGUR que a todos los hizo de la misma masa, y a todos infundiéd entendimiento para conocerle y voluftad para amarle. jAh!jSi te pararas un poco a considerar el bien que ha hecho esta Religién santa! {Si la vieses, como yo 1a veo, enjugar a cada instante las 14- grimas del pobre, convertir los corazones mas det pravados y derramar en todas partes la verdad, la paz, la esperanza y la alegria! Quiero contarte aqui brevemente una historia que viene a pelo: Hubo en Espafia, ha ya mas de dos siglos, un caballero llamado D. Rodrigo Cal- derén. . Nacido este tal de padres no ricos, aunque hi- dalgos, llegé por varios modos a verse en tal al- tura que, aunque falto de merecimientos y de vida nada cristiana, alcanz6 a ser primer ministro y poderoso privado del monarca D, Felipe III, que entonces reinaba; tuvo los titulos de conde de la Oliva, marqués de Siete Iglesias, y alcanzé, en fin, tal grandeza y poderio, que él solo disponia de todos los dineros y de todas las mercedes del rei- uno, Ensoberbeciése. D, Rodrigo hasta tal punto con tan inesperada fortuna, y solté a sus pasiones tan larga rienda, que, atropellado por sus propios desmanes y perseguido por sus émulos, perdid en un dia, con la gracia del soberano, su poder, sus riquezas, sus honores; y encausado y preso, fué condenado por sentencia del rey a morir de- gollado en la Plaza Mayor de Madrid. Oyé D. Rodrigo su sentencia con gran valor, y volviéndose a un Crucifijo que estaba en su pri- onyect6n 1 11 sién, exclamé compungido: “jBendito sedis, mi Dios! ;Cumplase en mi vuestra voluntad!” Desde este momento su vida fué tan penitente y santa, que las asperezas de ayunos, cilicios y otras con que se trataba, no menos que la humildad con que adornaba todo su porte y las grandes limos- nas que “hacia, sélo podian compararse a la os- tentacién con que habia vivido antes de Hegar a aquel trance. De esta manera pasé tres meses aguardando la ejecucién de su sentencia, hasta que ya una no- che, su confesor, después de haberle encarecido Ios premios que Dios da a los que saben aprove- charse de lo que padecen, ofreciéndole sus traba- jos en retorno de su Sagrada Pasion, le anuncid que de alli a dos dias daria su cuello al verdu- go. “Quiera Dios, padre mio (le respondié D, Ro- drigo entonces), que mis pecados no sean parte para que yo pierda tanto bien; pues por ahora le puedo asegurar que me ha dado S, M. tanto gus- to al condenarme a muerte, que, si no pareciera mal, me riera.” Lleno el rostro de alegria, y con grandisimos actos de.fe, recibié al siguiente dia por la mafiana cl Santisimo Sacramento, diciendo tiernamente: “7 Sefior mio Jesucristo!, pues hoy venis Vos a mi, consiga yo ir mafiana a Vos: en vuestras manos encomiendo mi espirita...” Pidid luego recado de escribir, y puso a su pa- dre, que atin vivia, una carta, donde, entre otras cosas, le dice: “Triunfé la emulacién, pero con tan distinto modo del que discurrieron sus desig- nios, que habiendo sido su fin perderme para siem- 12 : SEGUR pre, para siempre me he ganado, asegurandome lo principal, que es mi salvacion, segin la confianza que tengo de la Divina misericordia... Se me ha confirmado la sentencia de muerte, que padeceré tan gustoso, que deseo por instantes Iegue el de entregar mi garganta al cuchillo y derramar mi sangre por la voluntad de mi Séfior Jesucristo, en descuento de mis pecados, pues el mismo Se- fior tan liberalmente derramé por mi la suya.” En este dnimo continué hasta su ultima hora. Lo tinico que le causaba gran vergiienza era el considerar que daba ocasién con sus devociones para que se creyese que era mas ostentacién que virtud, y con este pensamiento, poco antes de sa- lir al patibulo, quitése los cilicios, para que no se hiciesen ptblicos. A todos sus amigos y cria- dos consolaba diciéndoles: “Sefiores, ahora no es tiempo de Morar, pues voy a ver a Dios y a eje- cutar su santisima voluntad.” Llegado a la puerta de la casa en que habia te- nido su prisién, vié la mula en que habia de ir, y dijo: “Jesas, gmula para mi? No habia de ser sino un serén en que me Ilevasen arrastrando, y me fuesen atenaceando, sacandome bocados de mis carnes.” En el iltimo escalén, para subir en la mula, did el] Santo Cristo a su confesor, y tomando la rien- da en la mano izquierda, se santigué con la de- recha, puso el pie en el estribo, y teniendo el otro el verdugo, subié a la cabalgadura tan airosamen- te y con tanto valor como si fucra a fiestas, Lue- go se compuso la tinica, y volvié a tomar el Cru- cifijo, besandolo con grande fervor. Llegé luego el \ OBJECION 1 13 verdugo a atarle Jas piernas’ con una liga por debajo de fas cinchas de la mula, y le dijo don Rodrigo: “No me ates, amigo; zpiensas que me tengo de escapar? Bien sé que voy a morir.” Re- plicéle su confesor: “Sosiéguese V. S., que el ver- dugo obra lo mandado.” A lo cual respondid don Rodrigo: “Pues siendo asi, ata, amigo, ata.” Empezé a caminar, y el pueblo, lastimado, pe- dia por él a gritos, diciendo: “Dios te perdone: Dios te dé valor; Dios te dé buena muerte”; y € respondia sin mirar a nadie: “Amén: Dios os lo pague, que si hara.” Liegé su confesor a ani- marle, y él le respondid: “Padre mio, vamos en buena hora, que no me falta animo, pues le Mevo grandisimo para padecer esta muerte, pues por mi Ja padecié mas deshonrada mi Sefior Jesucristo. Vamos en nombre de Dios; y pues su Divina Ma- jestad y el rey mi sefior lo quieren, voy conten- tisimo a cumplir st voluntad y pagar mis peca- dos." Y mas adelante, afiadia: “Padre, esto no es ir afrentado; esto es ir siguiendo a mi Sefior Jesucristo, y triunfando; pues a su Divina Majes- tad le iban blasfemando y escupiendo, y a mi me van encomendando a Dios. Rueguen a su Majes- tad, padres mios, no quiera pagarme en esta vi- da el triunfo que padezco por el mucho gozo que siento.” A vista ya del cadalso, oyé a unas mujeres que decian en altas voces: “Dios vaya contigo y te perdone tus pecados”; a lo cual D. Rodrigo, sin mirar quién lo decia, y alzando los ojos al cielo, respondié: “;Dios mio!, por la sangre san- 4 / SE6UR tisima que derramasteis por mi, que hagdis lo que os pide vuestro pueblo.” Puesto ya de pie sobre el cadalso, y después sentado en la silla donde habia de ser degollado, no desmayé un solo punto, ni el valor, ni la pie- dad, ni la humilde contricién de D, Rodrigo, No pudiendo abrazar al verdugo, por tener los bra- zos atados, didle el beso de paz en el carrillo. Lleg6, por fin, el terrible momento, y reconci- Viado nuevamente con su Dios, dejé la vida en manos del verdugo, pronunciando con fervor in- explicable, pero sin miedo, y hasta su dltimo alien- to, el dulcisimo nombre de Jesiis. Parate bien, hijo mio, parate bien a conside- rar la vida y la muerte de este hombre. De cuna humilde, sube a las grandezas det favor cortesa- no: embriagado con su fortuna, se olvida de Dios, y busca satisfacciones a su orgullo y a su ansia de gozar, sin que pudiera hallar un momento de verdadero goce ni de paz interior. Y este mismo hombre, cuando Dios le ama a padecer la afrenta de una prisién tan larga y de un suplicio pibli- co, consigue, sédlc con volver los ojos a aquella Religion de cuya observancia habia vivido lejos; consigue, te digo, encontrar en la ignominia y en la muerte Ia paz interior, la santa alegria y la celestial esperanza que no logré mientras fué gran- de, poderoso y afortunado. Te parece, hijo mio, que una Religién “capaz de conseguir sobre un hombre, tan grande y casi milagroso triunfo, no es, cuando menos, una cosa que merece bien ser conocida y estudiada? Ven, pues, dgeilmente conmigo, y oye sin prevencién \ OBJECION 1 15_ alguna las breves maximas de verdad y de -vir- tud que me propongo ensefiarte. Dios sea contigo y conmigo en esta obra de bendicion. : Ir No hay Dios, R—iNo hay Dios? Pues dime: zentonces quién ha hecho Ia tierra, el cielo, el sol y las estrellas, al hombre y el mundo? ;Tendras valor para res- ponderme que todas estas cosas se han hecho elias solas? T& ves que esto no es posible. Y si no, gqué pensarias del que te dijera que tu casa se ha hecho ella sola, sin arquitecto, ni albafiles, ni nadie? Lo echarias a broma, o tendrias por loco al que te dijese, no ya que la casa se habia hecho, sino que no es ningun imposible el que asi haya sucedido. Pues si una miserable casa no puede hacerse ella sola, acémo quieres ti que no hayan sido hechas por nadie esa multitud de maravillas que ves en el mundo, empezando por tu cuerpo mismo, que es la mayor de todas? Pero me responderds acaso: “Yo no creo mas que lo que veo, y a Dios nunca Jo he visto.” A esto te replico yo que medites si es que en el mundo no hay otras cosas sino las que pueden ser vistas, oidas o palpadas. Respéndeme a esta pregunta: 3Tienes ti alma? De seguro me vas a decir que si, Y, icémo es tu alma? iEs blanca o negra? Es chica o gran- de? 3Pesa mucho o poco? No lo sabes, porque 16 SEGUR no la has visto, ni la has oido, ni la has tocado; y, sin embargo, it me aseguras que la tienes. Y spor qué me aseguras tan resueltamente que tienes alma? Porque aunque no la ves, ni la oyes, ni la palpas, estas seguro de que piensas, de que quieres las cosas, y sabes que el pensar y el que- rer son oficios propios del alma. Pues del mismo modo sabes que hay Dios; es verdad que no lo ves, ni lo oyes, ni lo tocas; pero, en cambio, ves y oyes y tocas las obras su- yas; ‘ves el cielo, ves la tierra, ves el orden ma- ravilloso que hay en todas las cosas; cémo una _ estacién viene tras otra, cémo viene tras de la noche el dia, y dices: Esto no se hace ello solo; los hombres tampoco lo han hecho (y no solamen- te sabes que los hombres no lo han hecho, sino que también estas seguro de que no tienen poder para hacerlo); Inego lo ha hecho alguien que tie- ne mucho mas poder que Jos hombres, Y, efectivamente, ese alguien es Dios Todopo- deroso, Criador de! cielo y de Ja tierra. Para concluir te diré lo que aquel poeta que, | oyendo una vez disputar sobre si habia o no ha- bia Dios, y preguntado sobre el ca.0, a tiempo que sonaba una hora, respondié, mirardo al re- loj que la daba: “Por mi, cuanto mds lo considero, Digo: pues hay reloj, hay relojero.” Y con esto se acabé la disputa. Cuéntase también de cierto caballerete, presu- mido de sabio, que disputaba con !a

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