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El alma... y el corazón.
Eso es lo que encierra Fars,
provincia meridional
de Irán. Su capital, Shiraz,
es una de las ciudades
más hermosas del país
y de todo Oriente Próximo.
Pero es que, además,
allí late todavía el espíritu
de la legendaria Persépolis,
el sueño colosal de unos
conquistadores ‘buenos’.
Puerta de Todas las Naciones o de Jerjes. Quizá así podamos imaginar Fars también lo fue de todo el país. Ocurrió en la se-
mejor la grandiosidad de la construcción (columnas de 18 y 24 metros de gunda mitad del siglo XVIII, cuando el rey Karim
altura) y entender por qué esos imponentes toros híbridos miran al hori- Kham hizo de ella una de las urbes más bellas de
zonte con un poderío y una quietud propios de otros tiempos. Oriente. Mezquitas impresionantes, santos y sober-
bios mausoleos, palacios exquisitos, fragantes jardi-
Una vez atravesado el pórtico, tenemos por delante la fascinante ta- nes, bazares chispeantes… Unas calles llamativa-
rea de recorrer la Apadana (el enorme salón de recepciones proyectado mente limpias, incluso ordenadas, donde resulta có-
para albergar a hasta 10.000 personas durante la fiesta del equinoccio de modo y estimulante pasear. Y, sobre todo, unas
primavera), el Salón de las Cien Columnas, el Palacio de Jerjes, el de Da- gentes amables, cultas y apacibles. No hay nada co-
río I, o el Tripilón, la construcción donde se alojaba la guardia. Y más aún: mo lanzarse a las calles de Shiraz con el escudo de
observar con deleite y detenimiento la decoración que engalana las esca- los prejuicios desactivado para comprobar que los
leras de acceso a la Apadana, un relieve historiado de decenas de metros demás desean comunicarse con nosotros, saber lo
de longitud donde se narra con sabrosos detalles la recepción de las 23 que pensamos, deshacer la imagen de país duro,
naciones vasallas llegadas desde los cuatro puntos cardinales del Imperio fiero y hasta peligroso que pesa sobre ellos. Porque
aqueménida. Resulta divertido adivinar el lugar de procedencia de los per- pocos lugares tienen en nuestro imaginario una fama
sonajes indagando en sus facciones, sus ropas o los presentes que lleva- tan inmerecida como este. Sin embargo, basta dar-
ban. Parte del encanto de Persépolis reside, sin embargo, en algo que no se una vuelta a media tarde por los jardines que ro-
es tan evidente a primera vista, pero que también ha quedado impregna- dean la ciudadela de Arg-e Karim Kham (en pleno
do en esos famosos relieves. Darío era un rey magnánimo que no levantó centro, junto a la plaza Shohada), con sus torres de
su imperio aplastando la cultura de los pueblos que invadía, sino respetán- ladrillo y filigranas geométricas, para toparse con fa-
dola, e incluso supo aprovechar lo mejor que podían ofrecerle sus poten- milias, parejas, grupos de amigos ¡y hasta soldados!
ciales enemigos. Quizá por todo ello, porque los monarcas aqueménidas que ven pasar el tiempo con placidez sobre la hierba
se creían seguros –y porque entre sus propósitos no estaba incluir a nin- y con los que no parece ir ninguna guerra. Si tene-
gún pueblo en un hipotético eje del mal–, levantaron Takht-e Jamshid en mos suerte y nos acercamos a buena hora por el
un lugar nada recomendable desde el punto de vista estratégico, muy di- mausoleo de Hamzeh –impresionante su cúpula to-
fícil de defender militarmente. Una debilidad que Alejandro supo aprove- talmente cubierta de espejos–, es probable que los
char. Y, familiarizados como estamos con estos apasionantes y simpáti- miembros de los heyat, o clubes religiosos, nos invi-
cos soberanos, no podemos pasar por alto Naqsh-e Rostam, el enclave ten a sentarnos con ellos –eso sí, hombres y mujeres
donde están enterrados, a tan sólo tres kilómetros de allí: cuatro grandes por separado– a tomar el típico lash (pan) y ash (una
cruces excavadas en alto, sobre la roca de una montaña sagrada, en cu- sopa de legumbres aderezada con naranja). Aun-
yo interior se abren, de izquierda a derecha, las tumbas rupestres. Frente que, para tomar un respiro en nuestro periplo, quizá
a ellas, una torre del fuego, es decir, una atalaya que en su momento de- sea mejor idea hacerlo sobre las alfombras de la
bió albergar una llama permanente de las consagradas a Zoroastro. En mezquita de Nassir ol-Molk. En ella nos sorprenderá
Irán las hay que crepitan (o eso se dice) desde hace más de 3.000 años. el rico colorido de su cerámica y también unas vidrie-
Pero, si más que los antiguos vestigios lo que nos emociona es tomarle el ras a imagen y semejanza de las iglesias. Su cons-
pulso a la gente corriente y ver cómo la vida todavía puede discurrir apaci- tructor, de viaje por Francia, se quedó prendado de
ble en un ciudad de cuatro millones de habitantes, disfrutaremos especial- ellas y las mandó copiar. Y es que, en el fondo, no
mente en Shiraz. Como Pasargadae y después Persépolis, la capital de es tanto lo que nos separa. Z
Desde la infancia
Una concurrida calle del centro de Shiraz.
Es obligatorio que las niñas se cubran desde los
nueve años y algunas lo hacen incluso antes.
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