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El Evangelio de este III Domingo (C) de Cuaresma nos invita a reflexionar sobre
aquella realidad que puede darle valor o quitarle sentido a la vida de las
personas: la muerte, el desenlace final de la historia particular.
Segn el evangelista san Lucas (13,1-9), el Seor Jess comenta dos noticias
de muerte: el asesinato de algunos galileos ejecutados por mandato de
Herodes en el momento mismo de los sacrificios que ofrecan en el Templo de
Jerusaln y el deceso fortuito de unos 18 jerosolimitanos aplastados por el
desplome de la Torre de Silo.
Esta doble noticia fue la ocasin propicia para que el Seor Jess interpelara
a sus oyentes con la realidad de la muerte y la necesidad de preparar bien su
llegada.
sta necesidad (prepararnos bien para la muerte) es del todo apremiante,
porque cuando la muerte se presenta en nuestras vidas -no pocas veces- suele
hacerlo sin invitacin ni anuncio previos, privndonos as del tiempo suficiente
para organizar nuestra partida de este mundo en paz.
Por eso, porque la muerte suele ser inesperada, Jess dice -dos veces- a sus
interlocutores: si (ustedes) no se convierten, (todos) perecern de la misma
manera.
Morir (tambin nosotros) de la misma manera?
Evidentemente no morir ejecutados mientras estemos rezando ni aplastados
cuando estemos trabajando -como los del evangelio-, sino morir sin la
preparacin suficiente para afrontar seguros el juicio y la vida eterna.
En los casos del evangelio de hoy la muerte sorprendi a los sacrificados en
Jerusaln y a los aplastados en Silo mientras realizaban dos acciones muy
comunes en la vida (rezar y trabajar).