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TÓPICOS DE ÉTICA
AMBIENTAL
Ecofacismo 4
Población 4
El cuestionamiento ético 5
Antropocentrismo 6
Ética y Religión 12
Educación Ambiental 13
Crear Conciencia 15
Ecofacismo
Población
El cuestionamiento ético
Del todo que es la cultura, podemos aislar, sólo para efectos teóricos, sus
partes. La ética sería una de esas partes. Por su peculiar naturaleza debe dialogar
con otros componentes de la cultura. Un diálogo que haga sentir su presencia en
ellos, que no permita que la ignoren como instancia cuestionadora y, a la vez,
impida que sus criterios se impongan dogmáticamente, cayendo en una suerte de
moralismo. Difícil papel el de la ética, entonces. Por un lado, debe procurarse la
mayor independencia de criterio, solo así su condición de interlocutor puede
empujar hacia un mundo mejor, por otro, en cambio, está expuesta a los
condicionamientos del mundo cultural del que forma parte. ¿Cómo estar seguros,
entonces, que los valores que se están impugnando no lo están siendo desde
otros valores igualmente impugnables? En parte, esta incertidumbre, en lo que
tiene de sana, la debemos al relativismo, por su insistencia en negar que existan
valores absolutos, válidos universalmente; Relativismo que tomado sin reservas
coarta todo cuestionamiento profundo, para dar paso al “todo se vale”.
Antropocentrismo
Pasaje 24: Entonces Dios dijo: “Que produzca la tierra toda clase de animales:
domésticos y salvajes, y los que se arrastran por el suelo”.
Y así fue… Dios hizo estos animales y vio que todo estaba bien.
Pasaje 26: Entonces dijo: “Ahora hagamos al hombre. Se parecerá a nosotros, tendrá
poder sobre los peces, las aves, los animales domésticos y los salvajes, y sobre los que
se arrastran por el suelo”.
Pasaje 27: Cuando Dios creó al hombre, lo creó parecido a Dios mismo; hombre y mujer
los creó, y les dio su bendición: “Tengan muchos hijos; llenen el mundo y gobiérnenlo;….
Dominen a los peces y a las aves, y a todos los animales que se arrastran” (4).
Es probable que llegue el día en que el resto de la creación animal pueda adquirir
aquellos derechos que jamás se les podrían haber negado a no ser por obra de la
tiranía. Los franceses han descubierto ya, que la negrura de la piel no es razón
para que un ser humano haya de ser abandonado sin remisión al capricho de un
torturador. Quizá un día se llegue a reconocer que el número de patas, la
vellosidad de la piel o la terminación del os sacrum, son razones igualmente
insuficientes para dejar abandonado al mismo destino a un ser sensible. ¿Qué ha
de ser, si no, lo que trace el límite insuperable? ¿Es la facultad de la razón, o quizá
la del discurso? Pero un caballo o un perro adulto es, más allá de toda
comparación, un animal más racional, y con el cual es más posible comunicarse,
que un niño de un día, de una semana, e incluso de un mes. Y aun suponiendo
que fuese de otra manera, ¿qué significaría eso? La cuestión no es si pueden
razonar, o si pueden hablar, sino: ¿Pueden sufrir? (5).
Si para hablar de las tareas de la ética ambiental, con esto de los animales
pareciera que nos hemos metido al campo de la bioética y, si alguien lo objetara,
¿qué le diríamos? Que la ética ambiental y la bioética tienen una amplia zona
fronteriza común y que, en este caso, la preocupación por el bienestar de los
animales lleva a la preocupación por un ambiente donde la vida pueda darse en
toda su plenitud, es decir, al objetivo central de la ética ambiental.
Aquí, para empezar, una de las tribus llama “centro del mundo vivo” al
lugar que habitan en lo profundo de la selva amazónica. Esta tribu es conocida
como la tribu de “Los Invisibles”; nombre al que hacen honor, dado que viven en
tal armonía con su medio que prácticamente su presencia no se nota; el
mimetismo que los hace invisibles no se debe únicamente al maquillaje que con
ese propósito se hacen; es su estilo de vida, inspirado en valores como el respeto
profundo hacia el mundo natural en el que viven y del que se saben parte, lo que
más contribuye a invisibilizarlos, a vivir sin causar impactos negativos. Están tan
conscientes de su armónico vivir, de las ventajas espirituales que ese modo de
vida les da, que contrastan su mundo vivo con el “mundo muerto” del occidental,
del “hombre termita” que todo lo devora. Desgraciadamente, la construcción de
una gigantesca represa hidroeléctrica les hace ver que la orilla del mundo muerto,
de ese mundo al que le van quitando la piel por donde respira, está cada vez más
cerca del centro del mundo vivo.
Quiere decir que sí hay una forma de ser antropocentrista a la que vale la
pena aspirar, que no siempre el término puede ser usado como insulto filosófico.
Así lo reconoce, entre otros, el escritor Miguel Delibes al decir:
Ética y Religión
Cada vez que nos topamos con la vieja tesis socrática de que el
conocimiento del bien hace que lo antepongamos al mal, que cuando actuamos
mal lo hacemos por ignorancia y que en lugar de recibir castigo, se nos debe
educar, nos apresuramos a calificarla de optimista, de hija de un intelectualismo
demasiado ingenuo y por aquí nos perdemos de apreciar su verdadero alcance.
Se nos hace difícil, ciertamente, pensar que un asesino que planifica con toda
frialdad sus crímenes, ignore que está actuando mal, que un narcotraficante crea
que el tráfico de drogas que lleva a cabo no dañe a nadie y así como en muchos
otros casos.
Educación Ambiental
Crear Conciencia
Con todo, la educación, tal y como se concibe todavía hoy, sigue presa en
ese racionalismo; de ahí sus pobres resultados. Buena parte del prestigio y
aceptación de que goza la consigna “concientizar”, proviene de ese
enfrascamiento de la educación, de esa unidimensionalidad de su enfoque.
Antes del advenimiento del espíritu capitalista, los hombres vivían dentro de un
sistema en que las instituciones sociales efectivas - Estado, Iglesia o gremio –
juzgaban del acto económico con criterios ajenos a este mismo acto. El interés
individual no se presentaba como argumento concluyente…Todo este armazón de
reglas se cuarteó porque no era capaz de contener el impulso de los hombres
hacia la satisfacción de ciertas expectativas que, dados los medios de producción,
aparecieron como realizables en cuanto el ideal medieval fuera sustituido por el de
riqueza como bien en sí (8).
No es por el camino del tener que lo humano se realiza, sino por el camino
del ser. Por el camino del tener por el tener mismo, no sólo se empobrece y
deteriora lo humano, sino también el contexto vital y natural del cual se extrae la
materia prima que la ambición llamada trabajo transforma en “bienes” de
consumo.
El discurso socialista, tan sagaz para la crítica, ejercía una considerable
presión moral en el actuar del capitalismo; era su mala conciencia. Con el
desactivamiento del discurso socialista desaparece esa presión moral y el
capitalismo inicia un nuevo discurrir ya sin sentimiento de culpa, como si de un
momento a otro sus actuaciones todas llevasen el sello de la bondad.
Las leyes que hombres como Kepler, Galileo o Newton van descubriendo le
confieren al universo en general – al planeta tierra en particular- el atributo de la
inmutabilidad; atributo del todo compatible con la idea de un orden natural que le
sirve de fundamento a muchos de los planteamientos de la economía clásica.
Enardecidos con estos valores, los ingleses, por ejemplo, surcaron las
aguas y colonizaron la parte norte de América, pero al hacerlo, se vieron en la
necesidad de borrar del mapa a pueblos indígenas enteros que allí hacían sus
vidas, no pudieron perdonarles el gran pecado de no cultivar la tierra, de
mantenerla baldía; es decir, abierta por los cuatro costados, sin cercos que la
delimitaran y permitieran decir “esto es mío”.
Por lo pronto, habría que decir que ya en la concepción del mundo de los
griegos, según la cual “el tiempo deprecia el valor de las cosas”, la misma que
hacía decir a Heráclito que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, había
una formulación de la idea de entropía, que el ideal de una vida contemplativa
nacido de ese punto de vista, recoge mucho de lo que encierra nuestra idea
actual de sostenibilidad. Pero hay algo más: si se quisiera proponer un estilo de
vida de baja entropía como freno al saqueo indiscriminado de los recursos del
planeta y a su inminente colapso, ahí están las vidas de Sócrates y de Diógenes
como paradigmas, como inspiración para tal propósito.
Cuando el mundo con todos sus componentes deja de ser una máquina de
movimiento perpetuo, visión moderna, para pasar a ser un organismo al que el
tiempo, lenta pero inexorablemente, corroe -¿visión posmoderna?- , la vida entera
de los seres humanos -creencias, valores, actitudes, etc.,- se ve obligada a
cambiar. En este panorama, los criterios económicos, la economía, no tiene por
qué ser la excepción.
Hesíodo, el escritor griego del siglo Vlll antes de Cristo, recoge una creencia
muy difundida en su época, en el sentido de que la historia era un proceso de
constante degradación y lo describe conformado por cinco etapas: Edad de Oro,
Edad de Plata, Edad de Bronce, Edad Heroica y Edad de Hierro.
En el principio, los moradores inmortales del Olimpo crearon una raza áurea de
hombres mortales… Estos vivían como dioses, con los corazones libres de toda
preocupación, sin participación alguna en penas y esfuerzos. No les aguardaba la
desdichada ancianidad, sino que, siempre iguales en fuerza de manos y pies, se
complacían en festejar, ajenos a todo mal. Cuando morían, era como si los
venciera el sueño. Toda suerte de cosas buenas les pertenecía, y la tierra
generosa les concedía las cosechas de grano por propia voluntad –con
abundancia y sin escatimar – mientras ellos habitaban sus tierras en paz y buena
voluntad con abundancia de cosas buenas (10).
Como en el mito bíblico, donde la actuación de una mujer, Eva, pone fin a la
vida paradisíaca, aquí también es otra mujer la responsable de que la Edad de
Oro terminara, cuando Pandora abre la caja que guardaba todos los males de la
vida. Se inicia así, el proceso de degradación, la vida se torna cada vez más dura
y difícil, hasta llegar a la Edad de Hierro, época en la que según Hesíodo le había
tocado vivir.
Pues ahora en estos tiempos vive la Raza de Hierro. Nunca durante el día
conocerán descanso del trabajo y el pesar, ni por la noche de la mano del
saqueador. El padre no estará de acuerdo con los hijos, ni los hijos con el padre, ni
el huésped con el anfitrión que lo acoge, ni los amigos con los amigos… Los
padres envejecerán prontamente y prontamente serán deshonrados… El hombre
justo, o el buen hombre, o el que respeta su juramento, no hallarán favor, sino que
antes será honrado el que hace el mal y el orgulloso insolente. La razón se basará
en la fuerza de la mano y la verdad no existirá más (11).
En lo que tiene de idealización del pasado, este mito de las cinco edades
del mundo, da cuenta de una propensión muy humana, esa que frente a las
adversidades de la vida presente busca consuelo en una especie de recreación
nostálgica del pasado.
Claro está que el idealizar el pasado ocurre también por otros motivos. Es
frecuente, por ejemplo, hacerlo con fines educativos y políticos, para promover
cambios que se consideran importantes y necesarios; cambios que de otra
manera serían tachados de utópicos, si no fuera porque el pasado “testifica” a su
favor, dan fe de su posibilidad. Una versión literaria de este uso estratégico, la
encontramos en “El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, la clásica
novela de Cervantes que narra las aventuras de un revolucionario singular. En
ella, su personaje principal sale a transformar el mundo animado por la creencia
de que las cosas pueden volver a ser lo que ya habían sido:
Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a los que los antiguos pusieron nombre
de dorados, y no porque el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se
estima, se alcance en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces
los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella
santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su
ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar las manos y alcanzarle de las
robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y
sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia,
sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo
hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas,
ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo
trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su
cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que comenzaron a cubrir las casas,
sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemidas
del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad todo concordia: aún no se había
atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las extrañas piadosas de
nuestra primera madre; que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de
su fértil y espacioso seno, lo que a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí
que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero, en
trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir
honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no
eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por
tantos modos martirizada seda encarece, sino de algunos hojas verdes de
lampazos y hiedra, entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas
como van ahora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la
curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los conceptos
amorosos del alma simple y sencillamente, del mismo modo y manera que ella los
concebía, sin buscar artificios rodeo de palabras para encarecerlos. No había
fraude, el engaño, ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se
estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar y sin ofender los del favor
y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del
encaje aún no se había asentado en el entendimiento del juez, porque entonces no
había que juzgar, ni quien fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban,
como tengo dicho, por dondequiera, solas y señeras, sin temor que la ajena
desenvoltura y lascivo intento la menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y
propia voluntad. Y ahora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura
ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque
allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra
la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya
seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la
orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas
y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. De esa orden soy yo, hermanos
cabreros, a quién agradezco el agasajo y buen acogimiento que haceís a mi y mi
escudero. Que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a
favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta
obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mi posible,
os agradezca la vuestra (12).
Como buen moderno, Cervantes sabe que el orden social está lejos de ser
la expresión de la voluntad de Dios, de ahí el empeño de su personaje en
transformar el mundo. Hesíodo, en cambio, ubicado en otra época, ve en el pasar
del tiempo el cumplimiento de un destino inexorable. De una visión como esta
última, los valores que pueden surgir son aquellos que aspiran a una forma de
vida que no contribuya a precipitar las cosas, a provocar cambios indeseables;
valores como los que pregona la moral ascética.
Del otro mito que queremos hablar, del mito de Prometeo, la versión de
Esquilo data del siglo V antes de Cristo. Este relato se remonta al principio de la
estirpe humana y la presenta en un estado lamentable:
Difícilmente otros mitos expresen tanto contraste entre sí, como estos dos.
El de la Edad de Oro, habla de involución, de decadencia y degeneración; el de
Prometeo, en cambio, hasta podría tomarse como una versión temprana de la
creencia en el Progreso, propia del pensamiento moderno. El primero da origen a
una ética de corte ascético; el segundo, impulsa estilos de vida inspirados en
valores hedonistas.
una actividad que santifica, ante el cual también depende del individuo la forma de
asumirlo, estamos, entonces, en condiciones de entender la tesis de Weber
acerca del origen del capitalismo.
Para completar el cuadro, junto con los factores externos, tan del gusto de
la teoría de la dependencia de los años setenta. Hay que señalar las causas
internas. Una de las cuales tiene que ver con esa tendencia de las instituciones a
perder su norte, a convertirse en un fin en sí mismas, a robarse el mandado, para
decirlo, finalmente, con una expresión popular. Por su peculiar naturaleza, esta
tendencia es más notoria en las instituciones financiadas con fondos públicos.
Con esto, claro está, los más perjudicados son todos aquellos a quienes estas
instituciones dicen servir.
5. Singer, Peter. Ética Práctica. Editorial Ariel, S.A., Barcelona, l988, pág, 70.
11. Rifkin, Jeremy y Howard, Ted. Entropía: Hacia el mundo invernadero. Págs, 39-40.
12. Cervantes, Miguel. Don Quijote. Editorial Porrúa, México, l997, págs, 55-56.
13. Esquilo. Siete tragedias. Editores Mexicanos Unidos, México, l992, pág, l3.
15. Rifkin, Jeremy y Howard, Ted. Entropía: Hacia el mundo invernadero. Pág, 62.
18. Fischel, Astrid. El uso ingenioso de la ideología en Costa Rica. EUNED, San
José, C. R. l992, págs, 84 y 90.
19. Pérez Brignoli, Héctor. Breve Historia Contemporánea de Costa Rica. Fondo de
Cultura Económica. México, l997, págs, 204-206.