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JUSTICIAS Y FRONTERAS
ESTUDIOS SOBRE HISTORIA DE LA JUSTICIA
EN EL RÍO DE LA PLATA
(SIGLOS XVI-XIX)
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DARÍO G. BARRIERA
-COMPILADOR-

JUSTICIAS Y FRONTERAS
ESTUDIOS SOBRE HISTORIA DE LA JUSTICIA
EN EL RÍO DE LA PLATA
(SIGLOS XVI-XIX)

2009
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 4

Barriera, Darío -compilador-


Justicias y Fronteras. Estudios sobre historia de la justicia en el Río de la Plata.
(Siglos XVI-XIX). Murcia: Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones.
Red Columnaria, 2009.

242 pp.
ISBN 978-84-8371-830-8

1. Justicia - Administración - Río de la Plata (región) - Siglo 16º - 19º


II. Barriera, Darío, G.
III. Título

347.9 (82) “15/18”

1ª Edición, 2009

Reservados todos los derechos. De acuerdo con la legislación vigente, y


bajo las sanciones en ella previstas, queda totalmente prohibida la reproducción
y/o transmisión parcial o total de este libro, por procedimientos
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óptica o cualesquiera otros procedimientos que la técnica permita o pueda
permitir en el futuro, sin la expresa autorización por escrito de los
propietarios del copyright.

© Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 2009


© Darío G. Barriera

ISBN: 978-84-8371-830-8

Impreso en España - Printed in Spain


Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia
Tirada: 1000 ejemplares
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Índice

Presentación .................................................................................................................................. 7
Darío G. Barriera

Conjura de mancebos. Justicia, equipamiento político del territorio e identidades.


Santa Fe del Río de la Plata, 1580 .............................................................................................. 11
Darío G. Barriera

Fieles y leales vasallos. Agentes subalternos y poder en los Juicios de Residencia


Buenos Aires, mediados del siglo XVII .................................................................................... 51
Oscar José Trujillo

Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial


Buenos Aires rural en el siglo XVIII.......................................................................................... 65
María Elena Barral

La cruz, la vara, la espada. Las relaciones de poder en el pueblo de Areco ..................... 89


Juan Carlos Garavaglia

Revolución y Derecho. La formación jurisprudencial en los primeros años de la


Universidad de Buenos Aires (1821-1829)................................................................................ 119
Magdalena Candioti

¿Misión imposible? La fugaz experiencia de los jueces letrados de Primera Instancia


en la campaña de Buenos Aires (1822-1824) ............................................................................ 143
Raúl O. Fradkin

Los hombres que administran la justicia local. La persistencia de la notabilidad en el


Oriente entrerriano (1841-1853) ................................................................................................ 165
Griselda Elisa Pressel

“Íntegros y competentes”. Los magistrados de la provincia de


Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XIX .................................................................... 179
María Angélica Corva
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6 Justicias y Fronteras

Leyes antiguas para un estado moderno. Prácticas jurídicas en la provincia de


Buenos Aires durante el período de la codificación ............................................................... 205
Melina Yangilevich

“El orden moral amenazado”. Discursos, procedimientos y representaciones


de la justicia y de la sociedad local a inicios del siglo XX. El caso Mateo Banks............... 225
Blanca Zeberio
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Presentación

El libro que el lector tiene entre sus manos reúne un pequeño grupo de contribucio-
nes al estudio de la administración de justicia en el área rioplatense desde la insta-
lación del rollo en la ciudad de Santa Fe (en 1573) hasta bien entrado el siglo XIX,
cuando las provincias americanas de la Monarquía en el Río de la Plata ya habían
dejado de formar parte de ese cuerpo político, habían sido unidas primero, desuni-
das después, vueltas a unir más tarde y, traspuesto el fuelle de la mitad del siglo, se
encaminaron menos indefectiblemente de lo que se ha supuesto hacia la construc-
ción de un Estado nacional.
Estas aportaciones tienen en común algo más que la convergencia sobre un
tema que con legitimidad puede además adjudicarse al pasado de un territorio –la
historia rioplatense, la historia argentina.
Cuando hace unos pocos años planificábamos la temática sobre la cual giraría
el nodo rioplatense de la Red Columnaria,1 cuando imaginábamos –como siempre
lo hacemos porque es una parte preciosa y precisa de nuestra tarea– qué caracterís-
ticas debía tener el eje que mejor podía ajustarse a una agenda de intereses diversos
sobre el pasado “colonial” rioplatense, pensamos que debíamos hacerlo alrededor
de un observatorio. Esto permitiría que un equipo ya conformado (radicado en la
Universidad Nacional de Rosario)2 continuara indagando sobre un período y un
área (Santa Fe del Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX) pero, al mismo tiempo,
ampliara el marco de colaboraciones con colegas de otras universidades que abor-
daran problemáticas similares o “asimilables” a partir de la construcción de empla-
zamientos de observación equivalentes.
Entonces realizamos una primera convocatoria a colegas de las Universidades
de Buenos Aires, Luján y Entre Ríos (luego se sumarían los de Tandil y La Plata)

1 Red temática de investigación sobre las Monarquías Ibéricas durante los siglos XVI-XVII y XVIII que

articula Universidades y Centros de Investigación de doce países con sede en la Universidad de Murcia
(España), y coordinada por José Javier Ruiz Ibáñez, Gaetano Sabatini y Pedro Cardim.
2 Cuyo origen es el proyecto La administración como fenómeno político: gobierno municipal, actores sociales

y prácticas políticas en una dinámica de larga duración. Santa Fe, 1573-1832, SCYT, UNR, 2003-2005, dirigido
por Griselda B. Tarragó.
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para compartir un proyecto donde, aparte el punto en común del territorio, el diá-
logo pudiera elaborarse a partir del observatorio. Así fue que un conjunto de investi-
gadores con intereses que disciplinarmente están “clasificados” dentro de la histo-
ria jurídica, pero también de la historia del poder político, de las formas de gobier-
no, de la Iglesia, de la familia, de las sociedades rurales, de las rebeliones, de las cos-
tumbres, de la criminalidad, de las fronteras, de las culturas o de las representacio-
nes… coincidimos en que algo sensible y sensato podíamos mostrar utilizando para
nuestras propias miradas el prisma de muchas caras que ofrece al investigador el
observar a su sociedad a través de la administración de la justicia. Es cierto que
Bloch –quizás en términos excesivamente entusiastas– ya lo había dicho (¡y en
1939!): pero cuando la sugerencia es pertinente, no es inicuo para nuestra faena reco-
rrer el trecho que va del dicho al hecho.
Los trabajos aquí reunidos resultaron de una de las actividades realizadas en el
marco de una experiencia de investigación que hemos llevado adelante los miem-
bros del proyecto La administración de la justicia en el área rioplatense: tribunales, jueces,
criminales y justicias desde la colonia al periodo de la organización nacional (Siglos XVI-
XIX) –radicado en la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de
Rosario– y del nodo rioplatense de la Red Columnaria.3 En el marco de esta colabo-
ración, durante los días 10 y 11 de agosto de 2007, se celebró en Rosario, Argentina,
el coloquio de la Red Columnaria Justicias y Fronteras. Jueces, criminales y prácticas
judiciales. La Monarquía Hispánica y el Río de la Plata (Siglos XVII-XIX).4 Allí se discu-
tió casi una veintena de trabajos de los cuales, gracias al entusiasta apoyo de Edi-
tum, podemos hoy publicar esta selección.
Otro punto en común entre estos textos emergió de la puesta en conversación de
nuestros recorridos: la mirada sobre objetos y periodos diversos a partir del dispa-
rador todavía bastante amplio de la administración de la justicia nos permitió desple-
gar nuevas preguntas sobre problemas que parecían tener centralidad en los distin-
tos trabajos: ¿cuánto tuvieron que ver las prácticas judiciales con el equipamiento
material y simbólico del territorio? ¿De qué manera aquellas prácticas dicen y hacen

3 Los integrantes del proyecto, dirigido por Darío G. Barriera (ISHIR-CESOR, CONICET, Argentina) y

co-dirigido por Griselda Tarragó (UNR, ISHIR-CESOR, Argentina) fueron: María Elena Barral (Universi-
dad Nacional de Luján, CONICET), Elisa Caselli (doctorante de la EHESS, Francia), María Angélica
Corva (UNLP, Argentina), Evangelina De los Ríos (UNR, Argentina), María Celeste Forconi (CONICET),
Pablo Fucé (IIPA, Montevideo, Uruguay), Gonzalo Iraolagoitía (UNR, Argentina), Carolina A. Piazzi
(CONICET, Argentina), María Paula Polimene (UNR, Argentina), Griselda Pressel (UER, Argentina),
Irene Rodríguez (UNR, Argentina) y Oscar J. Trujillo (UNLu, Argentina).
4 En la ocasión, la Universidad de Cantabria y la Red Columnaria posibilitaron la presencia en el even-

to de Tomás A. Mantecón Movellán, de la Universidad de Cantabria, cuyas aportaciones en la reunión


desde el mirador castellano –el mismo desde el cual trabaja Elisa Caselli, integrante del equipo– estamos
sinceramente agradecidos. Además, la organización del coloquio permitió que asistieran al encuentro
como invitados Juan Carlos Garavaglia, Raúl Fradkin, Magdalena Candioti, Melina Yangilevich y Blan-
ca Zeberio, cuyos trabajos incluimos en esta compilación.
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Presentación 9

a los principios de construcción de la autoridad, de la institucionalidad y dan cuen-


ta del diseño que va adquiriendo una experiencia de poder político? Viendo a nues-
tros sujetos hacer justicia –administrándola, suplicando por ella, reclamándola o ima-
ginándola– en escenarios y épocas diversas, se consiguieron pequeños pero muy
precisos retratos de la profunda unidad que liga el quehacer judicial –lego, letrado,
civil, militar o eclesiástico– con la historia de la organización del territorio.

Justo a mitad de camino entre aquellos días de agosto de 2007 y éstos en que se
cierra la edición del libro, nos sacudió la noticia del fallecimiento de Blanca Zeberio
(Orieta). Haberla conocido, haber tenido el privilegio de colaborar con ella y de dis-
frutar de su amistad, es quizás el más sensible de los puntos en los que coincide el
camino de quienes hacemos este libro, que ofrecemos en sincero homenaje a su
memoria.

Darío G. Barriera
Rosario, Argentina, diciembre de 2008
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Conjura de mancebos
Justicia, equipamiento político del territorio e identidades
Santa Fe del Río de la Plata, 1580

Darío G. Barriera

“Se originan por tanto las rebeliones no a


propósito de pequeñeces, sino a causa de
pequeñeces, pero provocan las revueltas con
objetivos de importancia.”
Aristóteles, Política, libro V.

Era noche cerrada desde hacía horas, pero la tensión de las conversaciones había
dejado a Catalina en vilo.
Yacía bajo las mantas, los ojos grandes, abiertos de desasosiego, mirando desde
el piso el brillo de la luna que se colaba a través de una ventana pequeña en la pared
de adobe, agujero mal cubierto por un paño rasgado que permitía el paso de la luz
y también del frío húmedo de las noches de invierno junto al río. Su marido y otros
hombres habían estado cabildeando en su casa y ella no supo dejar de imaginar la
derivación de los resultados de sus planes y todos los desenlaces posibles; sobre
todo, y contra su voluntad, había cavilado los peores.
Repentinamente, en medio de esa noche cerrada, sus músculos se contrajeron.
Sobresaltada por los gritos que procedían de las calles, donde se dejaban oír también
trotes, galopes, filos de cuchillas, taconazos y los relinchos de las bestias, sujetó con
fuerza la cobija.
Apenas quebrado el silencio, su hombre, que tampoco dormía, saltó como
encendido. Tenía el facón adherido al antebrazo, como si una parte de su cuerpo se
prolongara en ese filo sucio de metal mal pulido; en el camino, de un manotazo,
sumó un viejo arcabuz a su pertrecho. Ella quedó sola, oyendo los galopes, los dis-
paros, los golpes y los gritos. Sobre todo, los gritos, esos gritos bestiales, crasamen-
te victoriosos: ¡todo es nuestro!, ¡todo es nuestro! ¡Viva el rey! ¡Que viva el rey!
Una conjura –y tal vez también una traición– se perpetraba en nombre de un
monarca para ella lejano y sin rostro, desconocido, ausente, improbable. Se santiguó
tres veces seguidas y se aferró nerviosamente a la manta, hasta caer vencida por el
sueño.
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12 Justicias y Fronteras

La mañana siguiente, Pedro, su marido, el hombre del antebrazo con puño de


faca, entró empujando a un hombre con el rostro desencajado, habitado por la
expresión del que no puede explicarse a sí mismo lo que está pasando.
–Este va a estar preso acá –le dijo mientras la miraba.
Catalina no pensó; solo se escuchó gritándole a su Pedro:
–¡Qué es esto! ¡Cómo es que traes preso al teniente a nuestra casa!
También sin razonarlo mucho, él se oyó ofreciéndole explicaciones:
–Es que Diego Ruiz ha traído unas cartas del gobernador Abreu para prender a Juan de
Garay y al Alonso de Vera. ¡El mismísimo Virrey le escribió para que nosotros prendamos al
tirano!
–¿Qué has dicho? ¿Qué es lo que ha traído el Diego Ruiz?
–¡Que trajo las cartas de Abreu! Y ha dicho que vio con sus propios ojos las cartas del
Perú, la letra del Virrey, donde le manda al gobernador Abreu que los prenda.

Pocas horas después el malestar de Catalina fue confirmado a sangre y fuego.


Nada salió como Pedro y sus cofrades lo habían planeado. Catalina de Torres, ahora
viuda de Pedro Gallego, los ojos negros, húmedos y enormes, pudo contarle al juez
lo que había pasado ese día y decirle el miedo que sintió aquella noche.1

Introducción

La madrugada del 31 de mayo de 1580 fue particularmente agitada en la ciudad de


Santa Fe. Varios vecinos, entre ellos algunos que podían ser considerados notables,
y hasta algunos integrantes de la hueste fundadora de la ciudad, habían confabula-
do para desplazar a las autoridades de la ciudad que respondían a Garay y al
gobierno de Asunción. El objetivo era sencillo y concreto: pretendían imponer unos
nombres como alcaldes y regidores del Cabildo y colocar a la ciudad bajo la juris-
dicción del Tucumán, gobernada entonces por Gonzalo de Abreu y Figueroa.
La intentona duró menos de dos días y fue reprimida por una comisión que,
paradójicamente, estuvo comandada e integrada por varios hombres que conforma-
ron la lista de rebeldes. De los treinta y cuatro vecinos que habían firmado el acta-
acuerdo sellando la conspiración, diez fueron sentenciados; pero el nombre de siete
de ellos cobró una suerte de trascendencia que permitió cristalizar la denominación
del alzamiento como “La rebelión (o la revolución) de los Siete Jefes”.

1 El diálogo está construido con base en la declaración de Catalina de Torres ante el alcalde Pedro de

Oliver y el escribano Alonso Fernández Montiel. Archivo General de Indias (en adelante, AGI), Escriba-
nía, I, 873. Existe copia en Biblioteca Nacional, Buenos Aires, Argentina, conservada en la Sección Teso-
ro, Colección Gaspar García Viñas; se cita como BN, GGV, Tomo y número de documento. BN, GGV,
CXXII, 2128.
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Conjura de mancebos 13

Algunos historiadores la interpretaron en términos de conciencia de grupo y


hasta como un intento independentista respecto del Imperio de Felipe II. Así, duran-
te décadas (y en algún caso, todavía), en los manuales escolares aparece enunciada
como el primer antecedente de la independencia nacional. Los amotinados de 1580 son
caracterizados como héroes iniciadores de una línea histórica que culmina en los
sucesos de mayo de 1810: es el primero de los “hitos coloniales” de la historia de la
nación argentina.
El tema, estudiado por una treintena de autores,2 ha sido consignado siempre
como el más rutilante del opaco último cuarto del siglo XVI en el área.3 La extensa
bibliografía que lo aborda comprende algunos trabajos donde se señala correcta-
mente la vinculación del suceso con el proyecto de expansión peruano-tucumano
sobre el área litoral; pero también otros (una gran mayoría) que interpretan el alza-
miento como el síntoma de un madrugador espíritu independentista –en el marco

2 A título de ejemplo: LASSAGA, Ramón Tradiciones y Recuerdos Históricos, Peuser, Buenos Aires, 1895;

CERVERA, Manuel Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe, UNL, Santa Fe, 1979 [1907], Vol. I, pp. 192
y ss.; ÁLVAREZ, Juan Ensayo sobre la Historia de Santa Fe, Buenos Aires, 1910; BUSANICHE, Julio “Pági-
nas de Historia”, en Nueva Época, Santa Fe, 3 de noviembre de 1923; CABALLERO MARTÍN, Ángel S.
Historia del primer movimiento separatista en el Río de la Plata, Castelví, Santa Fe, 1939; BUSANICHE, José
Carmelo Hombres y hechos de Santa Fe, Santa Fe, 1946, I; ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Los siete jefes: la
primera revolución en el Río de la Plata”, en Obras Completas, UNL, Santa Fe, 1990, IV; LÓPEZ ROSAS,
José Rafael “Cuatro siglos del alzamiento de los Siete jefes”, en El Litoral, Santa Fe, 1 de junio de 1980;
SIERRA, Vicente Historia de la Argentina, Buenos Aires, 1970, T. 2; LAMOTHE, Emilio Alejandro La peque-
ña Historia, Santa Fe, 1987; LIVI, Hebe “La revolución de los siete jefes”, en Revista de la Junta Provincial
de Estudios Históricos de Santa Fe, LV, Santa Fe, 1985, p. 87; ROSA, José María Historia Argentina, Granda,
Buenos Aires, 1970, Tomo I y ROVERANO, Andrés Santa Fe la Vieja, Santa Fe, 1960, 125 pp. La historia
del Padre GUEVARA, José S. J. Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, edición de Pedro de Ánge-
lis prologada por Andrés Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires 1969 [1836], contiene párrafos muy citados
posteriormente, en especial, p. 739. Es interesante el caso de la obrita de GARAY, Blas Compendio elemen-
tal de Historia del Paraguay, Asunción, 1896, cuyo párrafo de la p. 44 –donde relaciona el motín con la ins-
tigación de Abreu– fue suprimido en la edición de su Breve Historia del Paraguay publicada en Madrid en
1897. Entre los trabajos académicos, véase los párrafos escritos por Carlos S. Assadourian en ASSADOU-
RIAN, Carlos S.; BEATO, Guillermo y CHIARAMONTE, José Carlos Argentina. De la Conquista a la Inde-
pendencia, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986 [1972], pp. 37 y ss. y NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La Dis-
puta por la Tierra, Sudamericana, Buenos Aires, 1997. La obra literaria más conocida es la de BOOZ, Mateo
Aquella noche de corpus. Cronicón poemático, Santa Fe, 1942. La rebelión de junio de 1640 en Catalunia fue
inmortalizada también, en una obra literaria, como Corpus de Sangre.
3 La relevancia local del episodio fue materializada por distintos gobiernos de la municipalidad de la

ciudad de Santa Fe dando su nombre a una avenida y a un barrio (Avenida de los Siete Jefes y barrio Siete
Jefes, respectivamente) y en el escudo de armas de la ciudad (creado en 1894): en el mismo, la parte supe-
rior está dominada por la inscripción del año de la rebelión (1580) y la inferior la ocupa el año 1810, for-
mulando así lo que desde el punto de vista de las políticas de la memoria locales constituyen dos “hitos
de libertad”. Para terminar de volver curioso un criterio ya de por sí difícil de desentrañar, bajo el centro
del escudo –y del gorro frigio– se inscriben otras cinco pequeñas cifras que representan otras tantas
fechas –que nada tienen que ver con rebeliones: 1828 (Convención Nacional y Tratado con Brasil), 1831
(Tratado o Pacto del Litoral), 1853 (Congreso Constituyente), 1860 (Convención Reformadora) y 1866
(Convención Reformadora y Reforma sobre los derechos de exportación).
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de la construcción deliberada de una genealogía para la nación argentina que se pre-


sume existente desde (casi) siempre.4
La alianza de los mancebos rebeldes con el gobernador del Tucumán, Gonzalo
de Abreu, así como la rebelión misma, son atribuidas a una polarización entre espa-
ñoles e “hijos de la tierra” basada en dos supuestos: que los “españoles” habrían
monopolizado el control del Cabildo santafesino y que los recursos económicos5
(básicamente la tierra) estaban muy desigualmente distribuidos entre los integran-
tes del grupo conquistador.6 Sin embargo, en los trabajos citados nunca se demues-
tra de manera acabada la inequidad en la distribución de los recursos económicos y
además se ignora que la polarización supuestamente instalada en el seno del disgus-
to funciona en sus planteos solo localmente (ya que para derrocar a Garay los “hijos
de la tierra” no tuvieron ningún problema en pactar con otro peninsular, el sevilla-
no Gonzalo de Abreu y Figueroa).7

4 Las obras citadas de Lamothe, Caballero Martín y Julio Busaniche; también MADERO, Eduardo His-

toria del Puerto de Buenos Aires, Buenos Aires, 1892, p. 215. Documentalmente se apoyan en maximizar
cierto párrafo contenido en el acta capitular de la ciudad de Córdoba del 29 de junio de 1580: “Se ha sabi-
do que los vecinos de la ciudad de Santa Fe de la Gobernación del Paraguay se habían rebelado contra la
Corona Real del Rey Don Felipe Nuestro Señor”, CABILDO DE CÓRDOBA, Actas Capitulares, Archivo de
Córdoba, 1974. Sin embargo, Hebe Livi ya había notado que en los bandos de los rebeldes la mención a
“Su Magestad” no cuestionaba el orden monárquico. Así lo entiende también Agustín Zapata Gollán,
quien ubica el problema en el plano de una inquietud por autonomizarse de la pesada carga de las auto-
ridades locales, vinculando esta opresión de Garay y sus allegados con las ambiciones expansionistas de
Abreu sobre el Río de la Plata. Este argumento está apoyado claramente en las declaraciones del rebelde
Diego Ruiz (BN, GGV, CXXII, 2127), que avalan la hipótesis del cambio de jurisdicción pero no de cues-
tionamiento al orden imperial.
5 ASSADOURIAN, Carlos “La conquista...”, en Argentina…, cit., p. 33.
6 BUSANICHE, José Hombres y hechos... cit., pp. 14 y 15. ASSADOURIAN, Carlos “La conquista...”, cit.,

35. El remate de bienes de los cabecillas procesados ofrece algunas pistas que no los presentan justamen-
te como unos miserables desheredados. Cfr. CERVERA, Manuel Historia..., cit., II, pp. 107-110; LIVI, Hebe
“La revolución...”, cit. y ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Los siete jefes”, cit., pp. 59-60. La relación de la
noche de Corpus de 1580 con el proceso y proyecto de ampliación de la jurisdicción tucumana aparece
encuadrada en general como una “causa externa”, siguiendo cierto modelo de historia del derecho. Así
lo apuntan algunos párrafos de las obras de Blas Garay, Juan Álvarez, Cervera, Zapata Gollán, José María
Rosa, Caballero Martín y Busaniche. Sostenía lo contrario el Padre José Guevara. En su Historia del Para-
guay... propone que son los amotinados quienes “...procuraron ganar para sí a su mayor enemigo [de
Garay], Gonzalo Abreu, gobernador de Tucumán, sujeto bullicioso con demasía, que tenía sentimientos
antiguos contra Garay; y le ofrecieron la ciudad, si con gente fomentaba sus intentos: y aunque no cons-
ta la intención de Abreu, se carteaba con los rebeldes, y se dice que escondía su correspondencia.” GUE-
VARA, José S. J. Historia del Paraguay..., cit., p. 739. Lo que el Padre Guevara utiliza con suspicacia es el
material recogido por la Residencia realizada a Abreu; pero su obra evidencia la profunda animadver-
sión que sentía el Jesuita hacia Hernando de Lerma, a quien caracteriza de “sacrílego” y hombre capaz
de maldades inenarrables, pp. 750 y ss.
7 La procedencia de Abreu la tomamos de un comentario de Ruy Díaz de Guzmán vertido en las últi-

mas líneas de Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata (La Argentina), Globus,
Madrid, 1994 [1612], p. 274.
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Conjura de mancebos 15

¿Por qué volver a trabajar sobre este episodio? ¿Qué relación o qué potenciali-
dades tiene el mismo para quienes estamos interesados en comprender las socieda-
des utilizando como puerta de entrada la administración de la justicia?
La “Rebelión de los Siete Jefes” pudo ser estudiada gracias a ciertas felices coin-
cidencias entre los modos que utilizaba la Monarquía para controlar a sus funciona-
rios y el interés de los vasallos más humildes cuya voz no era captada por los regis-
tros judiciales sino en circunstancias como esta. La gran cantidad y calidad de mate-
rial que tenemos para estudiar este fenómeno –que incluye el relato de procesos ora-
les, por ejemplo– nos llega a partir de un particular proceso judicial (un Juicio de
Residencia) incoado en 1580 al gobernador del Tucumán, Gonzalo de Abreu y
Figueroa.
Esta fuente –conjunto de documentos compuesto por declaraciones, testimo-
nios, pesquisas y actas levantadas en diferentes ciudades de la Real Audiencia de
Charcas– permite estudiar una conjura perpetrada en una jurisdicción (Santa Fe del
Paraguay y Río de la Plata) desde un proceso judicial sustanciado en otra (Santiago
del Estero, Gobernación del Tucumán). La circunstancia agrega otro sabroso ingre-
diente, ya que de este modo algunas de las acusaciones (solo cinco) que se convier-
ten en parte del proceso nos permiten leer en el episodio el modo en que algunos
agentes estaban pensando el diseño de las jurisdicciones en las tramas periféricas de
la Monarquía hispánica.
Para este estudio, además de todos los legajos concernientes al Juicio de Resi-
dencia que Hernando de Lerma siguió contra Gonzalo de Abreu, gobernador del
Tucumán entre 1574 y 1580,8 se utilizaron las Actas Capitulares de la ciudad de
Santa Fe,9 relaciones de servicio, poderes, memorias, epistolarios y variados pape-
les de virreyes, adelantados y gobernadores del período.

La configuración administrativa y política del territorio

La ciudad de Asunción del Paraguay, fundada en 1537, se convirtió en el primer


cuerpo político europeo en la cuenca rioplatense con la creación de su Cabildo en 1541.
Desde entonces fue el centro administrativo y político de la Gobernación del Para-
guay y Río de la Plata. Aunque el Virreinato del Perú fue creado en 1542, esta exten-
sa provincia quedó efectivamente bajo su jurisdicción recién en 1567. Desde el aban-
dono del fuerte de Buenos Aires (1541) y hasta la fundación de Santa Fe (1573) Asun-
ción fue la única ciudad en el este de la Sudamérica hispana; esta realidad contras-
taba con la del área andina, donde desde la década de 1540 los europeos consiguie-

8 AGI, Escribanía de Cámara, Libro I, 873-0. Existe copia en BN, GGV. Se utilizaron las dos versiones,

confrontadas.
9 Archivo General de la Provincia de Santa Fe. Se cita AGSF-ACSF, Libro y foja.
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16 Justicias y Fronteras

ron fundar ciudades que tuvieron estabilidad y que fueron puntos de apoyo para
avanzar sobre otros territorios como las tierras del Chilí y el área tucumana.
En un diagrama de comunicaciones entre las ciudades instaladas por los euro-
peos, la posición de Asunción distaba de ser óptima, por no decir que hasta 1573
estaba completamente aislada: las expediciones que habían rematado en su funda-
ción estaban debilitadas y en realidad se habían detenido allí sin poder llegar al des-
tino buscado, la tierra de la plata. Desde el momento de la fundación, sus pobladores
siguieron enfocados tanto en el tramo que les faltaba remontar para alcanzar el obje-
tivo primero como en volver sobre lo andado y poblar otro que les permitiera hacer
pie en un camino de regreso al Atlántico, lo que podían imaginar allí donde había
estado Sancti Spiritu (1527-32) o el fuerte de Buenos Aires (1536-41).10
Entre tanto, se iban diseñando las grandes figuras administrativas que involu-
craban este lugar como parte de un cuerpo político mayor, el de la Monarquía his-
pánica. Entre 1540 y 1580, año de la rebelión y también de la fundación de la ciudad
de Buenos Aires, la demarcación de las gobernaciones hispanas en Sudamérica
había sido varias veces modificada; también había sufrido modificaciones la rela-
ción que se les asignaba con otras instituciones jurisdiccionales mayores tales como
las Audiencias11 o los virreinatos.12
Durante los primeros años, el panorama parece algo confuso y enmarañado
porque no era infrecuente que las jurisdicciones surgidas de ciertos contratos acor-
dados por el Rey se superpusieran o contradijeran con otras creadas por funciona-
rios de la Monarquía residentes en América que también tenían potestad para hacer-

10
Una manifestación temprana de esta conciencia puede leerse en los relatos de Pero Hernández sobre
la segunda parte de los Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca; véase especialmente “En tierras del
Paraguay”.
11 La primera creada en territorio sudamericano fue la de la Ciudad de los Reyes (Lima), por Real

Cédula (R. C.) de Carlos V dada en Barcelona el 20 de noviembre de 1542 (Recopilación, Ley 5, Tit. XV,
libro II). Asunción nunca tuvo Real Audiencia; por R. C. del 4 de septiembre de 1559, Felipe II creó la Real
Audiencia de La Plata (Charcas) a la cual estuvo sujeta la gobernación rioplatense desde 1563 hasta la
creación de la de Buenos Aires (1661) y nuevamente después del cierre de ésta (1671). Cuando ésta vol-
vió a abrirse en el siglo XVIII (1782-83), Buenos Aires era cabecera del virreinato del Río de la Plata.
Durante el siglo XVI, en Chile existió una con sede en la ciudad de Concepción (1565-1575); la de Santia-
go fue creada a comienzos del siglo siguiente. Hacia el 1580, el tribunal de alzada para las gobernaciones
del Paraguay-Río de la Plata y del Tucumán era la Real Audiencia de Charcas.
12 El Virreinato del Perú fue creado por una R. C. firmada en 1542, el primer virrey fue designado en

marzo de 1543 y su funcionamiento fue efectivo desde el año siguiente. Comprendió en un principio las
gobernaciones de Nueva Castilla y de Nueva Toledo. Luego fueron incorporándose la provincia del
Estrecho, la de Chile de la Nueva Extremadura y la Gobernación del Paraguay-Río de la Plata, creada en
las instrucciones de la capitulación de 1534 entre la Corona y Pedro de Mendoza, a quien había sido con-
cedida. Para una relato pormenorizado acerca de esta secuencia véase NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La
disputa…, cit., caps. I a III.
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Conjura de mancebos 17

lo.13 Pero lo que interesa recuperar de ese proceso es que entre los intereses de la
Corona y sus contratados (los Adelantados) había tanta contradicción como comple-
mentariedad: si bien la primera imponía condiciones y retenía derechos, lo firmado
en las Capitulaciones institucionalizaba una amplia delegación de potestas y auctori-
tas.14 La Monarquía funcionaba bien no a pesar de estas contradicciones sino gracias
a ellas: sin esas amplias facultades –por ejemplo, la de otorgar poder para fundar ciu-
dades pero también el poder de delegar esa potestad a un teniente y éste a otro– la
incorporación a sus dominios de un territorio lejano y desconocido no hubiera sido
posible. En definitiva, la Monarquía ponía en manos de algunos de sus súbditos ins-
trumentos que permitían variar los proyectos conforme se presentaban las oportu-
nidades, y el caso de la búsqueda de diferentes vías para asentar nuevas sedes de la
Monarquía era una de ellas. 15
La frecuente modificación de las divisiones administrativas durante el siglo
XVI se comprende observando la dinámica de los intereses que estaban en juego:
por una parte, existía un diagrama concebido “desde arriba”, facturado por la Coro-
na y expresado en las primeras capitulaciones que dejaba entrever una concepción
latitudinal de las jurisdicciones; por otra, la dinámica territorial de la conquista indi-
caba que las jurisdicciones tenían que consolidar los movimientos de los hombres y

13 Por ejemplo, el caso de la gobernación de Centeno. NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa…, cit.,

p. 57. LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica de la conquista del Tucumán. Documentada en los Archivos de Sevi-
lla y de Lima y en los XXIV volúmenes de publicaciones históricas de la biblioteca del Congreso Argentino edita-
das o envía de editarse bajo la dirección del autor. Precedida de un ensayo sobre los tiempos prehispánicos, Madrid,
1926, Tomo I, p. 158.
14 Esto significa que el rey delegaba en el virrey o en el adelantado (por contrato) no solamente el fun-

damento divino de las capacidades sino también los de la autoridad, atributo que correspondía a la cabe-
za (caput) del cuerpo. Como lo ha explicado convincentemente hace varias décadas Walter Ullmann, este
principio transitaba ya el Antiguo Testamento y es muy probable que la Vulgata lo haya reformulado a
partir de la experiencia jurídica romana, y de este modo influyó de manera amplia sobre toda la cultura
política del Occidente cristiano. No obstante, el dispositivo que hacía funcionar esta delegación sin dema-
siada explicitación es un aspecto del principio de la gracia regia, también de origen bíblico, que subraya-
ba el anclaje divino de su potestas y de su auctoritas pero que le permitía derramarla sin renunciar a ella.
La teoría descendente de la “soberanía” (supremacía) se consolidaba de este modo. “Así como el otorga-
miento de poderes al rey por parte de la divinidad era el ejercicio de la voluntad y el placer de Dios, de
la misma manera era la voluntad y el placer del rey otorgar favores a los demás. Para esta aplicación prác-
tica del punto de vista descendente, el Antiguo Testamento ofrece numerosos ejemplos. Es igualmente
interesante que muy frecuentemente la designación ‘desde arriba’ de los ocupantes del cargo (real) está
conectada con funciones judiciales, lo que no es sorprendente, ya que la dignidad real estuvo aparente-
mente en todo tiempo estrechamente ligada al ejercicio de poderes judiciales.” ULLMANN, Walter Escri-
tos sobre teoría política medieval, Eudeba, Buenos Aires, 2002, p. 117.
15 GUÉRIN, Miguel Alberto “La organización inicial del espacio rioplatense”, en TANDETER, Enrique

–director– La Sociedad Colonial, Tomo II de SURIANO, Juan –director general– Nueva Historia Argentina,
Sudamericana, Buenos Aires, 2000, p. 40.
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18 Justicias y Fronteras

la praxis de los ejecutores de la conquista fue imponiendo jurisdicciones basadas


sobre ciudades comunicadas y caminos, en cierto modo más realistas.16
En el terreno, la conquista militar de los territorios –así como su organización
política y social a partir de ciudades– generaba un gran número de hombres que
era necesario premiar, derivación de las reglas de juego propuestas por la Corona
para asegurarse la colonización después de la conquista.17 Así, las huestes ganaban
espacio físico y simbólico: obtenían prerrogativas (vecindad, lo que suponía tam-
bién algunas obligaciones),18 solicitaban la concesión de honores (títulos y grados
militares), que a su vez en ocasiones eran el paso previo para solicitar con arreglo
a derecho mercedes de tierras (solares, cuadras, estancias) o la administración de
mano de obra indígena (encomiendas). Pasados los primeros años, en cada una de
las áreas donde la Corona planteó continuar la conquista tierra adentro, se forjó un
número de capitanes nuevos que presionaba sobre los jefes más antiguos de la saga
conquistadora e incluso sobre la misma Corona. Los jóvenes no encontraban en
estos agentes la mejor predisposición para ser premiados liberalmente, de modo
que esta población configuró un contingente molesto y preocupante.
Este fenómeno sociológico generado en el interior de los grupos hispánicos
(llamado “descarga”) influyó directamente en la velocidad y eficacia con que fue-
ron ocupados, poblados y sometidos a la jurisdicción monárquica territorios enor-
mes –por ejemplo los que se extienden entre los altos valles calchaquíes y las cos-
tas rioplatenses. Puede decirse que aquí también hubo una feliz coincidencia de
intereses: los grupos más antiguos del área peruana, así como los de Asunción, con
el acuerdo tanto del Consejo de Indias como de Felipe II, vistieron la expulsión de
premio.

16 Los tres primeros “espacios políticos” (territorios) hispanos en Sudamérica fueron las gobernacio-

nes de Nueva Castilla, Nueva Toledo y Nueva Andalucía; coetáneamente, también fueron conocidas
como las gobernaciones de Pizarro, Almagro y de Mendoza (o Sanabria) respectivamente. Durante el
siglo XVI hubo tantas “gobernaciones” como cesiones jurisdiccionales pactadas por la Corona con Ade-
lantados puedan contarse.
17 Para algunos autores esto era tanto un grado de “debilidad” en la estructura “estatal” y fruto de la

escasez de recursos económicos para encarar la conquista por parte de la Monarquía. Los historiadores
del derecho llaman a este proceso, típico del proceso “formativo de las Indias”, la dinámica premial o del
derecho premial. SERRERA, Ramón María “Derecho premial y aspiraciones señoriales de la Primera Gene-
ración de la Conquista”, en REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA Congreso de Historia del Descubrimiento
(1492-1556), Madrid, 1992, Tomo III, p. 481 y ss.
18 Como el tener casa poblada, aun si no había mediado un casamiento formal, ya que lo que se espera-

ba del “casado” era arraigo en el lugar. El compromiso a la defensa de la ciudad con su propio cuerpo y
armas era una de las obligaciones derivadas de la vecindad, lo mismo que el cuidado de la limpieza físi-
ca y moral de la ciudad. En circunstancias de conquista, la asignación de vecindad conllevaba la asigna-
ción del solar de tierra donde establecer la casa poblada, así como tierras para la manutención –más allá
del ejido.
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Conjura de mancebos 19

Esto es central para entender que la ocupación de las tierras de la cuenca del
Río de la Plata y el litoral paranaense fue al mismo tiempo un proyecto deseado y
alimentado por la Corona –con entradas desde el Río de la Plata a partir de la déca-
da de 1510– y un sucedáneo de la descompresión de capitanes “peruanos” sobre el
área tucumana tanto como de la descompresión asunceña que hacia 1570 alojaba
una nutrida población de jóvenes mestizos descendientes de la primera generación
de conquistadores. Todos buscaban la salida atlántica y las elites locales habían pro-
cedido expulsando lo que identificaban como población excedente.
Los poblados instalados en la línea trazada por la ampliación de la conquista
desde el Alto Perú hacia el sur y suroeste fueron más numerosos y más estables que
los asentamientos ensayados por quienes entraban desde el Río de la Plata. Esto se
explica por la descarga continua de españoles desde el Perú pero también porque las
diferentes regiones del actual noroeste argentino estaban pobladas por pueblos ori-
ginarios más densamente organizados que sirvieron de botín de guerra y de mano
de obra para organizar el espacio, lo que bien pudo estar en la base del éxito de su
permanencia a pesar de las múltiples dificultades internas entre las huestes.
Entre 1540 y 1580, el enorme territorio emplazado al sureste de la ciudad de La
Plata (Charcas) y al oeste de la línea de Tordesillas ofició de inmenso botín de repar-
tos y de sitio de ensayo para asentar jurisdicciones nuevas. Su división y subordina-
ción en lo judicial al distrito de la Audiencia de Charcas (1563) incluyó la institución
de una gobernación del Tucumán (denominada en la Real Cédula como la de Juríes y
Diaguitas).19 La misma había sido sugerida desde la Real Audiencia de Lima para
terminar con los conflictos jurisdiccionales entre “los de Chile” y el Cuyo, intencio-
nalidad que aparece refrendada en la Real Cédula de 1563; los conflictos, ciertamen-
te, no solo no desaparecieron sino que se multiplicaron.20 Este proceso de pobla-
miento –de noroeste a sureste– estaba alentado por las más altas autoridades de la
mencionada Real Audiencia, que de este modo conseguía también “…sacar gente
del distrito y premiar en alguna forma la que aguardaba recompensas por haber
combatido contra Gonzalo Pizarro”.21 Esta descarga estaba presente en los planes de
Francisco de Aguirre, del Oidor Matienzo22 y del virrey Toledo quien desde 1569

19
Recopilación de las leyes de los Reinos de Indias, Madrid, 1681, Ley 9, Tít. XV, Libro II.
20
Por ejemplo el célebre conflicto Villagra-Núñez de Prado; LEVILLIER, Roberto Chile y Tucumán en el
siglo XVI, Praga, 1928. Véase también LOPE DE TOLEDO, José María “Presencia y acción de La Rioja en
América”, Berceo, núm. 50, 51, 52 y 53, 1959, passim.
21 LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica..., cit., I, p. 164. En la misma dirección va la lectura que hacen

algunos vecinos: véase la “Probanza de los Vecinos de Santiago del Estero”, en Nueva Crónica…, cit., I, p.
168.
22 Para el proyecto de Aguirre Cfr. LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica..., cit., III, p. 4. El reclamo de

Matienzo es también conocido: pensaba en la reconstrucción de Buenos Aires como el camino hacia un
sistema de circulación que suplantaría el de Portobello-Panamá. Un buen planteo en GUÉRIN, Miguel A.
“La organización...”, cit., especialmente pp. 46 y ss.
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20 Justicias y Fronteras

encaró este aspecto con determinación. Para ello contó con gente dispuesta a ir hacia
el sur a probar mejor suerte.23 El jalonamiento de asentamientos estables, sostenía
Toledo, solucionaría uno de los principales inconvenientes de la circulación econó-
mica en el sur del Virreinato, atribuido por los conquistadores a la acción de los gru-
pos indígenas. La consigna era fortalecer lo existente y fundar en el intermedio.
Por el otro lado, desde Asunción todavía se intentaba encontrar el mejor cami-
no posible de comunicación con el Perú y no se había abandonado la idea de
“...poblar abajo [al sur] para que tuviesemos puerto y navegacion de España”.24 En
1571 y 1572, en un clima de gran agitación, se produjeron conflictos en los que el
gobierno local reprimió con fuerza la alteración producida por grupos de jóvenes
descontentos. Entre ellos fue reclutada buena parte de la hueste que acompañó a
Garay a fundar un puerto hacia el sur el 3 de abril de 1573.
Sobre el Paraná y pocas leguas al sur de Santa Fe, Garay y su hueste tomaron
contacto con una avanzada que provenía “del Tucumán”, hombres de Jerónimo Luis
de Cabrera, quien había fundado pocas semanas atrás la ciudad de Córdoba.25 Las
corrientes de la “descarga” peruana y asunceña no se habían encontrado a mitad de
camino sino en la médula del litoral, unos 400 kilómetros al norte del estuario pla-
tense: la fuerza de la corriente peruana era ostensiblemente más fuerte y estaba a un
tris de alcanzar la salida al Río de la Plata.
El Paraguay fue gobernado por Adelantados hasta 1593 y la gobernación del
Paraguay y Río de la Plata, enorme, fue una única jurisdicción con cabecera en
Asunción hasta 1618, cuando se fragmentó en dos provincias.26 El 31 de mayo de
1580, la noche de la rebelión de los mancebos en Santa Fe, Garay no estaba en la ciu-
dad: había partido a la fundación de Buenos Aires, ejecutando finalmente el ansia-
do asentamiento de cara al Atlántico. Por esos días su posición era la de lugartenien-
te de un teniente de Adelantado con capacidad para fundar ciudades: así lo había
hecho en Santa Fe, gracias al poder que le extendiera Martín Suárez de Toledo (más
tarde su consuegro) y por delegación de potestad por parte del mismo Juan Torres

23 Tales como Zorita, don Jerónimo Luis de Cabrera y Gonzalo de Abreu en 1573, Pedro de Zárate en

1574, Pedro de Arana en 1578. Hernando de Lerma lo hizo en 1579, no sin antes sostener algunas dife-
rencias con el virrey, documentadas en tres cartas de Hernando de Lerma a S. M., publicadas en LEVI-
LLIER, Roberto Nueva Crónica..., cit., III, pp. 251, 253 y 256 respectivamente.
24 Opinión sostenida, por ejemplo, por el factor Dorantes, AGI, Charcas, 42; para un resumen de estas

posiciones en el interior del grupo español en Asunción véase ZAPATA GOLLÁN, Agustín “La expedi-
ción de Garay y la fundación de Santa Fe” (1970), en Obras Completas, II, UNL, Santa Fe, 1989, p. 191 y ss.
25 Diferentes versiones de este encuentro en el citado Rui Díaz de Guzmán y en AZARA, Félix Descrip-

ción e historia del Paraguay y Río de la Plata, Madrid, 1847, cap. XXX.
26 Sin embargo, a pesar de que su división efectiva no se produjo hasta ese año, desde muy pronto se

pensó que podían ser gobernaciones separadas: el licenciado La Gasca, a cargo del gobierno del Perú, lo
había propuesto ya en la década de 1540. La R. C. fue firmada por Felipe II en diciembre de 1617.
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Conjura de mancebos 21

de Vera y Aragón, quien debía a las gestiones del vizcaíno el mismísimo título de
Adelantado. Aparte de Asunción, la única ciudad en la enorme gobernación del
Paraguay y Río de la Plata era Santa Fe. Tenía su justicia ordinaria asentada en el
Cabildo y su tribunal de alzada era la Real Audiencia de los Charcas, a cuatro meses
de viaje.27

Rebelión en la Provincia: fronteras puertas adentro

El proceso de descompresión de las novísimas elites coloniales es coetáneo con el de


organización político-administrativa de las gobernaciones y puede afirmarse que,
en parte, lo produjo.
Si el eje de la Rebelión de 1580 parece ser el control del cabildo de una ciudad
joven, el problema central es que los agentes locales, presentándose como margina-
dos, hicieron coincidir sus disgustos e intereses con las ambiciones de un goberna-
dor y un reordenamiento jurisdiccional a escala de virreinato que, si no estaba pla-
nificado, tampoco era improbable. Por esta razón la rebelión no es causa ni conse-
cuencia sino un elemento más de la construcción del proceso y del contexto: su orga-
nización, su represión y su judicialización permiten comprender la constelación
mirando ese destello que es el instante.
Una presentación posible de los hechos que remataron en el acontecimiento es
la siguiente: hacia comienzos de 1574, el gobernador de la Provincia del Tucumán,
Jerónimo Luis de Cabrera, fue reemplazado en su cargo y residenciado por su suce-
sor, Gonzalo de Abreu.28 Toledo le había encargado que se limitara a fundar una ciu-
dad cerca de donde hoy está Salta y regresara al Alto Perú, pero Cabrera ignoró esas
instrucciones y avanzó casi doscientas leguas al sureste hasta las costas del río Para-
ná, donde tomó contacto con Garay. El virrey Toledo tenía que lidiar también con
otro disgusto: Felipe II había extendido un título de gobernador del Tucumán a
Gonzalo de Abreu y Figueroa sobreimponiendo esa designación a la que él había
hecho y a sus preferencias para suceder a Cabrera.29 Hábil, Toledo hizo de los obs-

27 También estaba bajo esta jurisdicción, en 1580, la gobernación del Tucumán, con cabeza en Santiago

del Estero.
28 El juez de comisión fue Juan Arias de Altamirano, hombre de confianza de Gonzalo de Abreu.
29 Este es un caso de sobreimpresión de potestades inteligentemente capitalizada por Toledo. Felipe II

había concedido al Virrey el derecho de designar los gobernadores del Tucumán, pero siguió haciéndolo
él mismo. Cuando Aguirre fue puesto preso por segunda vez en 1570, Felipe II otorgó a Gonzalo de
Abreu y Figueroa (R. C. del 29 de noviembre de 1570) la gobernación vacante. Toledo, apoyándose en la
extensión de facultades que le había hecho el rey, un año después había hecho lo propio a favor de Jeró-
nimo Luis de Cabrera. Abreu interpuso un recurso y un Real Decreto de fines de marzo de 1573 confir-
maba a Cabrera en sus funciones, pero en el tiempo que tomó llegar el Decreto a Lima, Toledo ya había
decidido capitalizar la designación de Abreu para terminar con el díscolo Cabrera.
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22 Justicias y Fronteras

táculos ventaja: mandó a Abreu como sucesor de Cabrera y de este modo se evitó
un conflicto con Felipe II y le puso la daga en el cuello a Cabrera: el gobernador
entrante residenció a Cabrera –que murió en el proceso a causa del apasionado inte-
rrogatorio– despejando el terreno de manera literal.
Hacia 1578, el gobernador Abreu fue contactado por algunos vecinos de Santa
Fe, supuestamente marginados por Garay y perjudicados por el nombramiento del
flamenco Simón Xaques como Teniente de Gobernador en la ciudad. En 1579, cua-
tro vecinos santafesinos le escribieron ofreciendo apoyo incondicional a su propósi-
to de extender la jurisdicción del Tucumán hasta Santa Fe “…con tal que no sea el
pago y galardon que Joan de Garay nos a dado que es dar lo mejor a los que vinie-
ron a manera de dezir ayer y los que venimos a poblar tierra estamos a la mira como
badajos pobres y abatidos.”30 “Los paraguayos” –tal era la designación de este
grupo en la correspondencia que Abreu sostenía con su teniente de gobernador en
Córdoba, Diego de Rubira– se comunicaban con el Gobernador del Tucumán a tra-
vés de Diego Ruiz, hombre que contaba con la confianza de Abreu y de los vecinos
de Santa Fe descontentos con Garay.
Por el lado de Santa Fe, Juan de Garay –su fundador y a la sazón Teniente de
Gobernador en la misma– había atado algunos nudos de una configuración que iba
en contra de los intereses de Toledo y también de los de Abreu: en 1577 viajó a Char-
cas para interceder ante su pariente31 Hernando de Zárate, de modo de concertar el
casamiento de Juana –hija del recientemente fallecido Adelantado Juan Ortíz de
Zárate, también pariente suyo– con el Licenciado Juan Torres de Vera y Aragón.
Juana aportaría al matrimonio –entre otras cosas– el título de Adelantado y Gober-
nador de las Provincias del Río de la Plata; el trámite fue tortuoso, pero en abril de
1578 Garay fue recompensado por su flamante pariente político con el cargo de
Teniente de Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata,32
honor que reposaba hasta entonces en Diego de Mendieta. Los movimientos de
Garay amenazaban a la facción de Mendieta en el Paraguay, a los intereses del

30
BN, GGV, CXXI, 2092.
31
Recuérdese que Juan de Garay no llegó por el Río de la Plata, sino que arribó a América entrando
por Perú, de la mano de su tío Pedro Ortiz de Zárate, Primer Oidor de la Audiencia del Perú. ALZUGA-
RAY, Juan José Vascos universales del siglo XVI, Encuentro, Gipúzcoa, 1988, p. 260.
32 Garay era además albaceas testamentario de Juan Ortíz de Zárate. “Información hecha á petición de

Tomás de Garay como apoderado del General Hernán Arias de Saavedra, Gobernador de las provincias
del Río de la Plata, y por ante el Capitán Diego Núñez de Prado, Alcalde ordinario de la Asunción, de los
servicios del Capitán Juan de Garay, fundador de Buenos Aires”, en Asunción, a 23 de julio de 1596. En
RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires. Documentos referentes a las fundaciones de Santa
Fe y Buenos Aires publicados por la Municipalidad de la Capital Federal, administración del Señor Intendente Dr.
Arturo Gramajo, prologados y coordinados por el Dr. Enrique Ruiz Guiñazú — 1580-1915, Compañía Sud-Ame-
ricana de Billetes de Banco, Buenos Aires 1915, pp. 148 a 219. Véase particularmente la p. 189. También
en el testimonio de Pedro Sánchez Valderrama, ídem, p. 201.
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Conjura de mancebos 23

mismo virrey Toledo sobre el litoral33 y afianzaban su propia posición y la de sus


familiares, titulares del Adelantazgo del Río de la Plata, en Santa Fe y Asunción.
Garay se ubicaba entonces en las antípodas del proyecto toledano y obturaba los
planes de Abreu.
El fundador ataba nudos que le ganaban enemigos en todas las escalas: virrei-
nato, audiencia, gobernaciones vecinas y en su propia ciudad. Hasta que se cum-
pliera la disposición testamentaria que hacía acreedor del adelantazgo a quien des-
posara a Juana, existía otra que depositaba el mando del Paraguay y Río de la Plata
en el joven Diego Ortíz de Zárate y Mendieta, otro sobrino de Juan Ortíz de Zárate,
quien recaló con su carabela en Santa Fe trayendo una nutrida comitiva que lo
acompañó en tres bergantines. Mendieta desembarcó con 130 hombres, exhibió sus
títulos en el Cabildo y comunicó que asentaría allí el gobierno provisional del Para-
guay y Río de la Plata. Los abusos que “el mozalbete” había cometido en Asunción
continuaron en Santa Fe, de donde fue expulsado y enviado en una carabela a Espa-
ña por las autoridades locales.34 Desplazando a Mendieta en 1577, Garay y los suyos
se ganaron la inquina de los partidarios del “mozalbete” –denominados los mance-
bos. Dos de éstos, que eran además vecinos de Santa Fe –Pedro Villalta y Diego
Ruiz– anudaron la enemistad de los partidarios del desplazado Mendieta con el
proyecto de extensión jurisdiccional alentado por Toledo y Abreu. Dos años de
comunicación consumió la gestación del plan que había sido escuetamente redacta-
do de puño y letra por el gobernador –o algún mandadero suyo– en una minuta
dirigida a los inquietos mancebos: los mensajeros procedentes de Santiago del Este-
ro (sede de la gobernación del Tucumán, donde residía Abreu) llegaron a Santa Fe
la madrugada del 31 de mayo de 1580. Leído el papelucho, se siguieron las acciones
allí prescriptas: los amotinados apresaron a las autoridades locales35 y tomaron por
la fuerza el gobierno de la ciudad. La mañana siguiente dejaron preso al teniente en
la casa de Pedro Gallego y se reunieron en la de Lázaro de Benialvo, uno de los veci-

33 Al respecto, las declaraciones de Garay en la presentación realizada por Torres de Vera en Santa Fe,

1583; transcripción en CERVERA, Manuel Historia..., cit., Vol. III, Apéndice XI, particularmente p. 292.
También el hecho que Toledo propiciaba la unión de la legitimada Juana con el hijo del Oidor Juan de
Matienzo. Véase PEÑA, Enrique El escudo de armas de la ciudad de Buenos Aires, Peuser, Buenos Aires, 1944,
p. 12 y GARMENDIA, José Ignacio El casamiento de Doña Juana Ortiz de Zárate: crónica histórica colonial,
Buenos Aires, 1912.
34 AGSO-ACSF, I, f. 26. El acta registra el hecho de manera elegante: “…los dichos señores alcaldes

dijeron y en nombre de su majestad mandaron al governador diego ortiz de çarate mendieta qantes que
del todo acabara de destruir asolar y despoblar las ciudades y pueblos e lugares que tan poblados en
estas dichas provincias fuese a dar cuenta a su majestad de los daños y desolaciones que en ellas avia
hecho…”. “El mancebo” no llegó nunca a destino, ya que consiguió recalar en costas brasileñas.
35 Cuyos nombres y funciones conviene retener: Simón Xaques era el Teniente de Gobernador, Pedro

de Oliver el Alcalde, Bernabé Luján el Alguacil Mayor, Alonso Fernández Montiel el Escribano del Cabil-
do, acompañados por el sobrino del Adelantado, Alonso de Vera y Aragón.
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24 Justicias y Fronteras

nos organizadores de la acción. Treinta y cuatro hombres firmaron el acta donde


designaban a las nuevas autoridades.36
Paradójicamente, pocas horas después, uno de los firmantes encabezó la repre-
sión que puso fin al efímero movimiento: Cristóbal de Arévalo, designado Capitán
General y Justicia Mayor por los rebeldes, arengó a los recientemente depuestos
para acabar con “la farsa”. Si el motín preveía una pequeña masacre contra las auto-
ridades legales, su represión despachó otra que no por improvisada dejó de ser efec-
tiva. Benialvo, anfitrión de los rebeldes, fue asesinado en su propia casa. Significati-
vo, pero poco espectacular. En la misma faena, los devenidos guardianes del orden
terminaron con la vida de Diego de Leyva y Pedro Gallego, esta vez en la vía públi-
ca. Más ejemplarizantes fueron las ejecuciones de Domingo Romero, en medio de la
plaza, y del movedizo Diego Ruiz, ejecutado en la picota, tras brevísimo juicio
sumario. Rodrigo Mosquera y Pedro de Villalta consiguieron escapar hasta Córdo-
ba. Mejor suerte parece haber corrido Pedro Gallego el Mozo, de quien sólo se sabe
que huyó.37
Mientras los apresados relataban su versión de los hechos, los hombres leales a
Garay y “al orden” montaban la escena pedagógica: trozados, los restos físicos de
quienes en vida habían tramado la revuelta eran expuestos en la plaza y amojona-
ban los caminos por los que se entraba o salía de Santa Fe. Rebeldes y leales monta-
ron en menos de dos días la escena de una obra digna de Shakespeare, donde los
actores apresaban hoy a los propios de mañana y ejecutaban mañana a los cofrades
de ayer. Las rebeliones y contra-rebeliones ocurridas en otros puntos del imperio,
incluso en las no tan remotas “guerras civiles del Perú”, son pródigas en ejemplos
de este tipo.38
En Córdoba, Diego de Rubira –el teniente de Gobernador y hombre de confian-
za de Gonzalo de Abreu en esa ciudad– dispuso el arresto de Rodrigo Mosquera y
Pedro Villalta, a fin de mandarlos a Santiago del Estero para que Abreu resolviese:

36 Entre las cuales se encuentran algunos notables como Diego Ramírez y Juan de Santa Cruz (como

alcaldes) y Cristóbal de Arévalo como Justicia Mayor y Capitán General. Al anfitrión de la reunión se
reservaba el título de Maestre de Campo.
37 El tratamiento sumario –y el castigo ejemplar e inmediato– estaba contemplado en las leyes hispá-

nicas al encuadrarse la rebelión dentro de lo que se denominaba en la época delitos notorios. Aquí también
es interesante la conexión con la tradición judeo-cristiana. En las Decretales se cita a San Agustín para
capitular que “Sobre los delitos notorios proceda el Juez de oficio aunque no haya acusador.” PÉREZ y
LÓPEZ, Antonio Xavier Teatro de la Legislación Universal de España e Indias por orden cronológico de sus cuer-
pos y decisiones no recopiladas y alfabético de sus títulos y principales materias, Tomo IV, Madrid, 1792, p. 213.
38 Basta recordar las idas y vueltas de algunos soldados devenidos capitanes, encomenderos y, sobre

todo, hábiles en el hábito del cambio de bando como Lucas Martínez Vegazo. Véase el vívido relato de
aquellas circunstancias en TRELLES AREÁSTEGUI, Efraín Lucas Martínez Vegazo. Funcionamiento de una
encomienda peruana inicial, PUCP, Lima, 1982.
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Conjura de mancebos 25

pero quedaron a disposición de la justicia del residenciador del mismo a quien eran
entregados. En el ínterin, Hernando de Lerma había llegado a Santiago del Estero
con su designación como Gobernador y con la potestad de incoar el juicio de resi-
dencia a Gonzalo de Abreu, a quien encontró culpable en cincuenta y cuatro de los
cincuenta y cinco cargos que se le imputaban.

El largo brazo de la Monarquía permite a sus más humildes


vasallos agitar las manos

Se ha expuesto el motivo por el cual el conflicto santafesino de 1580 puede ser com-
prendido sobre todo gracias al Juicio de Residencia realizado al Gobernador del
Tucumán. De los cincuenta y cinco cargos que se le imputaron, cinco apuntaban a
probar sus relaciones con esta revuelta, presentada como un acto en desserviçio de Su
Majestad –traición a la Corona.39 En el caso del delito de traición al rey o a la coro-
na, las Partidas preveían que podían presentarse como acusadores incluso aquellos
que no podían hacerlo de manera ordinaria –esto es todo tipo de sujetos jurídica-
mente dependientes.40 Sumado esto a la circunstancia de ejecución de la “secreta”
(la presentación de testimonios era confidencial) el juez conseguía rescatar durante
la pesquisa un registro de voces desusadamente variopinto.
El proceso demuestra la intimidad de la relación existente entre la justicia de la
Monarquía a escala imperial con las cuestiones de gobierno y las dinámicas faccio-
sas a escala local. Abreu fue condenado a pagar numerosas multas en dinero por
maltratos de palabra, parcialidad en pleitos, por excesos en el uso de la tortura en
los interrogatorios (“...haber examinado a los testigos con demasiada persua-
ción....”) e incluso por haber promovido la pérdida de respeto de algunos vecinos y
de sus mujeres.41 Durante la pesquisa realizada en Santiago de Estero y Córdoba se
secuestró correspondencia del Gobernador con varias personas. Este epistolario per-
mite reconstruir el proceso de la vinculación del Gobernador con los “paraguayos”
y también la forma en que el mismo había trabajado sus relaciones en el espacio
tucumano.42

39 BN, GGV, CXXII, 2125, varias declaraciones. Véase también la confesión de Ruiz, BN 2126 y el doc.

2127.
40 Partida VII, Tít I, ley 2.
41 BN, GGV, CXXI, 2112; en otro de los documentos incorporados por esta vía a la causa, Garci Sán-

chez, Hernán López Palomino, Alonso Abad, Gonzalo Sánchez Garçon, Juan Serrano y Luis de Gallegos,
vecinos, conquistadores y pobladores de Santiago del Estero, se quejan en su descargo del 6 de julio de
1580 por apremios y falsificación de documentos contra Bartolomé de Sandoval, en un pleito sostenido
entre éste y Hernán Mexía de Miraval. BN, GGV, CXXI, 2113.
42 Por razones de espacio no puede abundarse en este punto, ilustrado en otro trabajo en preparación.
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26 Justicias y Fronteras

Abreu trabajó sin descanso en la confección de un tejido de relaciones que


pudiera reportarle lealtades de diferente tipo durante todo el período que duró su
gobernación: comenzó el mismo día que llegó a Santiago del Estero, modificando el
Cabildo de la cabecera –luego haría lo propio con el de Córdoba. Conceder oficios
capitulares era, sin duda, uno de los recursos más importantes con los que un gober-
nador contaba al llegar a una nueva sede, pero no el único. Abreu se granjeó la leal-
tad de algunos hombres de maneras diversas: bien pronto comenzó a repartir favo-
res materiales con bienes que quitaba a otros y torció la balanza de la justicia de
manera ostensible, beneficiando a los que convertía en sus partidarios con fallos
arbitrarios y rápidos, lo que constituía otra prenda valiosa. Movilizó estos recursos
en varias direcciones: consiguió la incondicionalidad de un antiguo vecino de San-
tiago del Estero, Diego de Rubira, a quien situó como su teniente en Córdoba.43 Este
hombre cubría compromisos que Abreu tenía a la sazón con Francisco Velázquez, de
quien luego consiguió el abastecimiento de caballos y avíos para los hombres que se
encargaron del “negocio” de Santa Fe.44 Rubira también movilizó recursos propios
para Abreu cuando se lanzó la persecución de Cristóbal de la Chica, un descarria-
do, una oveja perdida del rebaño que poseía demasiada información acerca de la
relación entre Abreu y “los paraguayos” de Santa Fe.45 Rubira ejecutaba para su
gobernador todo tipo de servicios, pagaba deudas en dinero o en especie, hacía
favores judiciales, perseguía gente y hasta expulsó de la ciudad de Córdoba perso-
nas non gratas al gobernador.46
Por otra parte, el mismo Abreu había limpiado el terreno de enemigos reales y
probables. Ejerciendo su potestad de Justicia Mayor enjuició a opositores y hasta eje-
cutó la condena a muerte de un vecino durante el período de apelación de la sen-
tencia. La muerte de algunos encomenderos le brindó recursos para premiar a sus
allegados; entre los beneficiarios se contaban su hermano y quienes le ayudaron a
controlar el camino que comunicaba Santiago del Estero con Charcas a partir de
1578, vigilancia que redobló desde que tuvo noticias de la designación de su suce-
sor. Superpuso su autoridad a la jurisdicción eclesiástica y mandó apresar a indias
por hechiceras; varias de ellas terminaron como concubinas del Gobernador y los
hombres de su entorno, como objeto de premio, aunque también las utilizó como

43 Véanse las cartas de Gonzalo de Abreu a Diego de Rubira, desde Santiago del Estero, a 15 de mayo

de 1580. BN, GGV, CXXI, 2102. Carta de Diego de Rubira a Gonzalo de Abreu, desde Córdoba, el 9 de
junio de 1580. BN, GGV, CXXI, 2090. Carta de Gonzalo de Abreu a Diego de Rubira, desde Santiago del
Estero, a 23 de abril de 1580; BN, GGV, CXXI, 2100.
44 Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 3 de junio de 1580, BN, GGV, CXXI, 2103.
45 Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, el 27, 28 y 29 de marzo de 1580. BN, GGV, CXXI,

2094, 2095 y 2096. Otra carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 11 de abril de 1580. BN,
GGV, 2098. Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 19 de abril de 1580; BN, GGV, CXXI,
2099.
46 Como es el caso de doña Luysa Martel y de su marido Godoy, quienes habrían ayudado a ocultar a

Cristóbal de la Chica, poseedor de la comprometedora información.


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Conjura de mancebos 27

cazadoras de información en los lechos de los hombres que no eran completamente


confiables. 47
El funcionamiento administrativo de la Monarquía preveía, no obstante,
momentos que abrían posibilidades para los desgraciados que habían logrado
sobrevivir a este tipo de barbarie: el Juicio de Residencia era uno de ellos.48
Durante la “secreta”, primera fase del mismo, el juez pesquisidor recibía decla-
raciones y denuncias sobre el accionar del residenciado de manera confidencial.
Fueron muchos los vecinos y pobladores de Santiago del Estero que prestaron sus
informaciones denostando el accionar de Abreu. Además de ser la oportunidad de
un resarcimiento para los perjudicados, esta instancia proporcionaba una lista de
probables partidarios para el gobernador recién llegado –que, en este caso, coinci-
día en la figura del residenciador. Luego, en la segunda instancia, llamada pública
o plenaria, se presentaron demandas y recogieron testimonios que permitieron
encontrar culpable a Abreu de haber procedido apasionadamente contra los partida-
rios de su predecesor (Jerónimo Luis de Cabrera) así como de “...aver dado ofiçios y
cargos de justicia a ombres baxos y muy humildes...”. Según los vecinos que presen-
taron cargos en su contra, Abreu manipulaba las elecciones capitulares de las ciuda-
des de Santiago del Estero y Tucumán49 y hasta cambiaba los alcaldes cuando no
eran de su agrado.50
De todos modos, debe reconocerse que si las acusaciones fueron justas, tienen
algo de estereotipo: cuando Juan Ramírez de Velasco residenció a Hernando de
Lerma recogió cargos calcados y, a ojos del gobernador entrante, el pesquisidor de
Abreu era un “bellaco” al que debió imputarse la nada desestimable cifra de 105
acusaciones. La reiteración se debe tanto al modo en que se implementaba el juicio
–el tipo de preguntas con las que recoge información el juez pesquisidor– como al
modo en que se articulaba el funcionamiento de la dinámica política de la Monar-

47
Toda la información en BN, GGV, CXXI, 2112.
48
También existía la Visita o la Rendición de Cuentas. Éstas, y otras formas de control semejantes al
Juicio de Residencia, se encuentran presentes ya en algunos capítulos de las Partidas de Alfonso X (en la
Tercera), quien las retomó del Derecho Romano, que contemplaba juicios solemnes y públicos contra sus
funcionarios. Quienes se habían visto perjudicados por el funcionario residenciado podían presentar for-
malmente sus quejas ante un Juez de Comisión, encargado de levantar las actuaciones para elaborar los
cargos que se le imputarían al funcionario saliente. La tradición de la Monarquía Católica se nutrió de
elementos relacionados con el control de los ministros que poco tienen que ver con la “modernidad”: la
magnífica obra de Francisco de Quevedo, Política de Dios, Gobierno de Cristo (circa 1617-26, dedicado a
Felipe IV) presenta crudamente la antigüedad de la tradición del juicio y escarmiento público de los
ministros del Príncipe, lo que refuerza las tesis de Ullmann sobre la versión romanizada de la vulgata
bíblica y su peso en la tradición política medieval (y moderna).
49 BN, GGV, 2112.
50 BN, GGV, 2112. Este punto de vista es, claro está, el de los vecinos “viejos” de Santiago del Estero

que se habían visto desplazados con el advenimiento en 1574 de esta nueva camada de hombres a los que
consideraban de una calidad inferior.
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28 Justicias y Fronteras

quía con la coincidencia coyuntural de intereses entre actores muy distantes entre sí.
Los partidarios de Jerónimo Luis de Cabrera, otrora desplazados y perjudicados por
Abreu, encontraron en el Juicio de Residencia iniciado por Hernando de Lerma en
1580 la posibilidad de solicitar resarcimientos por vía de derecho;51 lo mismo suce-
dió con los desplazados por Lerma cuando éste fue residenciado por Ramírez de
Velasco. Así, la intencionalidad de control contenida en la prescriptiva se concreta-
ba contando con recursos intangibles. La lejana Audiencia no enviaba Jueces de
Comisión y la Residencia era ejecutada por quien llegaba a radicarse como Gober-
nador.52 Esto favorecía que los perjudicados por el gobernador saliente pudieran
pedir resarcimiento y, a los damnificados del día, la previsión de una situación que
se revertiría con la llegada del próximo. El gobernador recientemente llegado, aun-
que arribaba con una comitiva estrecha, contaba en el sitio de destino con el tácito
pero invalorable apoyo que le sería brindado por quienes habían visto lesionados
sus intereses por el administrador anterior.
Las constelaciones del poder político, observadas desde cerca, muestran su
movilidad y fragilidad. El enfoque desde la fuente judicial –aun cargada de fórmu-
las y estereotipos– permite construir con una perspectiva desde abajo las razones de
un equilibrio que no está montado sobre una fuerte centralización sino sobre cam-
bios continuos y vibrantes. La dinámica que explica esa continuidad es puro movi-
miento: el orden es comprensible si se admite que la turbulencia puede ser una
forma de organización.

Santa Fe, 1580: hilvanando silencios

Las actas capitulares de la ciudad de Santa Fe no se hacen eco en absoluto del motín
de la noche de Corpus de 1580: por el contrario, en ellas predomina un silencio lace-
rante. Esta sordina53 –que enseguida será cuestionada articulando dichos aparente-
mente inconexos– es llamativa porque muchos de los actores del bullicio siguieron
viviendo en la ciudad.
Las relaciones entre los miembros del grupo hispánico de la ciudad de Santa Fe
se construyeron sobre la base de algunas relaciones previas –las tramadas en la
etapa asunceña– y de un puñado de decisiones fuertemente constitutivas. Como lo

51 Véanse por ejemplo declaraciones de Mexía Mirabal, en BN, GGV, CXXI, 2114.
52 AGUIAR Y ACUÑA, Rodrigo y MONTEMAYOR Y CÓRDOBA DE CUENCA, Juan Francisco Sumarios

de la Recopilación General de Leyes de las Indias Occidentales, presentación de José Luis Soberanes Fernández;
prólogo de Guillermo F. Margadant y estudio introductorio de Ismael Sánchez Bella, Edición Fascimilar de
la edición de 1628, Fondo de Cultura Económica, México 1994, Libro IV, Títulos octavo y noveno.
53 Similar al que envolvió a las Comunidades de Castilla, por ejemplo.
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Conjura de mancebos 29

ha dicho más claramente Susan Ramírez Horton, en una ciudad recién fundada el
primer grupo hegemónico se origina por decreto54 cuando se conceden la vecindad,
los solares y las tierras en el término urbano.
Los historiadores han sostenido que los rebeldes de 1580 conformaban un
grupo social y hasta étnicamente diferenciado (los hijos de la tierra), políticamen-
te subordinado (mancebos), sociológicamente marginado (de la propiedad de la
tierra y del control del Cabildo, desposeídos del poder material y simbólico) e in-
cidentalmente agraviado por el nombramiento de un lugarteniente “extranjero”
que les era adverso (Simón Xaques). Para ajustar estas hipótesis con la participa-
ción de Abreu en la instigación del conflicto, basta con echar mano de una teoría
conspirativa de la historia y atar nudos con los hilos que saltan a la vista. Pero el
problema es más denso.
El silencio de las actas del Cabildo santafesino no fue el único; casi terminando
el siglo, el 10 de julio de 1599, Cristóbal de Arévalo –nombrado comandante de la
rebelión, cabecilla de la contra-rebelión y vecino de la ciudad de Santa Fe, aunque
se reconoce como natural de Asunción– enviaba al Rey un Informe de Servicios
pidiendo recompensa. No obstante los treinta años de agitada vida, a los efectos de
relatar sus méritos, su memoria parece conservarse prodigiosa.55 Al evocar la Rebe-
lión de la noche de Corpus de 1580, destaca su servicio como represor de la misma
y omite haber sido electo como la máxima autoridad por los rebeldes; antes de cerrar
la carta, de su larga foja de servicios sólo subraya este episodio: “...embio de todo
esto [...] y de cómo la ciudad de Santa Fe qués la que quite al tirano, y puse en serbi-
cio de Vuestra Magestad, es la mejor que ay en estas provincias...”. ¿Condice la mag-
nitud del hecho con el lugar que Arévalo le asignó en su foja de servicios? En las
“informaciones” de los testigos de oficio que comparecieron frente al alcalde Pedro
de Oliver en Santa Fe, los “leales” (es decir, los que se alinearon con Arévalo en la
contra-rebelión) reputaron el hecho como “...uno de los mas calificados seruiçios
que se .an hecho a su magestad por auerse atajado un daño tan grande como espe-
raua...”.56 En la cultura política católica pocas cosas cotizaban más que terminar con
algún Judas, y esto no requería de la lectura de ningún tratado erudito.

54
RAMÍREZ, Susan “La elite terrateniente de la costa norte peruana: una historia económica y social
de Lambayeque en la época colonial, 1700-1821”, en FLORESCANO, Enrique –coordinador– Orígenes y
desarrollo de la burguesía en América Latina, 1700-1955, Nueva Imagen, México, 1985, pp. 251-279.
55 Informe de Cristóbal de Arévalo al Rey, en 10 de julio de 1599; en CERVERA, Manuel Historia..., cit.,

Vol. III, pp. 301-302.


56 “Contenido de la Instrucción sumaria con motivo del motín efectuado el 30 de mayo de 1580 en

Santa Fe, remitido al Gdor. Lic. Hernando de Lerma, en sobre cerrado, por el Alcalde Pedro de Oliver. Se
acompaña del bando del cap. Cristóbal de Arévalo, prohibiendo la salida de gente de la ciudad sin licen-
cia.” AGI, Escribanía de Cámara, Libro I, 873-0, recogido también en BN, GGV, CXXII, 2125.
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30 Justicias y Fronteras

En el Cabildo, el silencio inicial se rasgó con un mensaje pedagógico o amena-


zante, según se vea. El recuerdo de la rebelión fue tácitamente puesto sobre tablas
en un acto protocolar: el nombramiento del primer Alférez de la ciudad, registrado
el 9 de enero de 1581, eludió las fórmulas consagradas y el texto aparece lacerado
con un comentario que, por obvio, es inesperado:

“...por quanto en otro cabildo pasado nombraron para este año al dicho
pedro de oliber para alferez desta ciudad y sobre ello no se escrivio asun-
to alguno y en lo qual desde agora le nombravan y nombraron por tal alfe-
rez de la ciudad y le mandavan y mandaron que si se ofreciere alguna alteracion
o levantamiento que sea de la parte de su majestad para lo qual le tomaron jura-
mento en forma de vida de derecho…”.57

Tampoco es casual que la responsabilidad de portar el Real estandarte recaye-


ra en Pedro de Oliver, aquél que a comienzos de 1580 fuera electo alcalde de segun-
do voto y que oficiara de juez en las sumarias levantadas a los conjurados, sus
parientes y sus aliados.
Además de la designación de Pedro de Oliver, el Cuerpo daba otras señales,
menos tenues: en 1581 ordenaba que anualmente el día de Corpus se haga fiesta de
desagravio al Real estandarte, lo que no era habitual. Alonso Torres de Vera, uno de
los apresados durante el motín, no dejó pasar oportunidad sin relatar que aquella
noche su vida corrió riesgos por lealtad al Real Servicio: el edificante recuerdo parece
latente y rentable todavía en 1601, cuando las ordenanzas sobre elecciones en Cabil-
do del Gobernador Valdés y de la Banda, incluían el ítem “...que los condenados e
indiçiados y sospechosos en tiranías no sean elegidos en oficios de regimientos ni
justicias...”.58 Una década más tarde, la referencia aparece reactualizada en una carta
remitida por el Cabildo a la Real Audiencia de Charcas, donde se alude al año 1580
como un momento de grandes cambios políticos locales.59
Ahora bien, conociendo el final de la historia, algunos registros capitulares
anteriores a 1580 pueden volverse significativos.
Durante 1578, Rodrigo Mosquera (uno de los conjurados de 1580) se desempe-
ñaba nada menos que como Procurador de la ciudad de Santa Fe, un lugar nada
secundario para un vecino marginal. Durante la sesión del día 17 de junio, Mosque-
ra presentó una información, seguida de una petición, parte de la cual nos interesa
en función de los sucesos posteriores.

57
AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, f. 56, destacado mío.
58
AGSF, Reales Cédulas y Provisiones, Tomo I. Provisiones sobre elecciones en el Cabildo dadas por
el Gobernador Valdés y de la Banda a 12 de febrero de 1601.
59 “Carta para la Real Audiencia, del Cabildo de Esta Ciudad”, 5 de marzo de 1590, en AGSF-ACSF,

Tomo I, Libro tercero, f. 56v.


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Conjura de mancebos 31

“...tambien Esab ynformado que francisco de sierra y Juan despinosa y


diego bañuelos se querian venir y salir de la ciudad de la asumpcion con
ciertos amigos furtivamente á la ciudad de Santiago del Estero por verse
con el governador o general que para esta governacion viniere [el por
entonces fantasmático sucesor de Abreu] para le informar falsas ynforma-
ciones como ansy lo han hecho en la asumpcion y para esto pido y suplico
a vuestras mercedes que si es necesario se despachen dos hombres abona-
dos y de grandes prendas deste pueblo con despachos de vuestras merce-
des para que sepa el gobernador o general que viniere en la gran lealtad en que
estamos sirviendo...”.60

Hilvánese este escrito en la trama política de la coyuntura: hacia 1577, Juan de


Garay viajaba a Chuquisaca a fin de concertar la alianza matrimonial entre la here-
dera Juana (hija mestiza reconocida por Ortíz de Zárate) y Juan Torres de Vera y
Aragón, hombre de su confianza y partido. Francisco de Sierra, a quien Mosquera
señala como un hombre del cual el Cabildo no debía fiarse porque podría llevar al
próximo gobernador del Tucumán informaciones desafortunadas, había sido desig-
nado Teniente de Gobernador de Santa Fe por Garay ese mismo año. Juan de Espi-
nosa y Diego Bañuelos eran también beneméritos y partidarios de Garay, hombres
de la primera hora. Cuando Mosquera presentó su informe y petición, Garay se
encontraba fuera de Santa Fe (regresó a la ciudad recién a comienzos de agosto de
ese año) y el poder que le había otorgado Torres de Vera y Aragón data del 9 de abril;
en su viaje de Charcas a Santa Fe, Garay eludió primero la presión (y la persecución)
de Toledo y luego la de Abreu, ambos perjudicados por el matrimonio que por
poder había gestionado exitosamente Garay, debilitando las pretensiones virreina-
les de controlar más firmemente el área paraguayo-rioplatense. Hermando de
Lerma, por su parte, no podía hacer efectivo su nombramiento como gobernador
del Tucumán: hacia 1578, la noticia de su titularidad había recorrido ya los extensos
caminos que conectaban Charcas con Santa Fe; todos estaban informados, pero
Lerma era sometido a diversos cuestionamientos por la Real Audiencia de Charcas
y por el mismo virrey Toledo. Esta es la configuración en la que debe inscribirse la
indignación que Mosquera mostraba ante la posibilidad de que los hombres elegi-
dos fueran a Santiago del Estero o al camino hacia el norte, posiblemente para entre-
vistarse con Lerma –aunque quizás fuera sobre todo para apoyar logísticamente el
regreso de Garay. La presión que ejerció Mosquera fue exitosa, ya que obtuvo el
nombramiento de otras “...dos personas para que fuesen a la ciudad de santiago a
traer despachos si los hubiere y nuevas del governador y general Juan de garay...”:
los designados fueron Amador de Benialvo y Miguel de Rute, hombres que contac-
tarían con Abreu para fortalecer su posición en Santa Fe.

60 AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, f. 42, destacado mío.


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32 Justicias y Fronteras

¿Quiénes eran los mancebos?


La construcción de una identidad: sangre, territorio y buen gobierno

Volvamos imaginariamente a la casa de Lázaro de Benialvo. Allí, el día martes trein-


ta y uno de mayo de 1580, se juntó mucha gente a elegir justicia mayor... La elección
recayó en Cristóbal de Arévalo, vecino de la ciudad; sin guardar un lógico orden de
preeminencias y seguramente imponiendo la urgencia a las formas, en la misma
línea del acta aparece mencionada la elección del dueño de casa como “maese de
campo”.61 El acta está rubricada por treinta y cuatro firmas62 de los que constituyen
esta “junta”63 que se arroga la capacidad de cambiar las autoridades que debían
gobernar la ciudad.
La mitad de los hombres reunidos en la casa de Benialvo integró la hueste fun-
dadora: dieciséis de ellos habían acompañado a Juan de Garay desde Asunción.64
Tres de los cabecillas de la rebelión –Lázaro Benialvo, Pedro Gallego y Diego de
Leyva– y algunos que, participando de la misma luego se volvieron “leales al rey”
y reprimieron el movimiento –como Cristóbal de Arévalo y Antón Romero– habían
sido además “soldados” de Garay a comienzos de la década de 1570.65 Según el tes-
timonio de Felipe Xuárez todos estos hombres habían sido gente de “...su compañía
de mucha presuncion fee y crédito...”,66 dado el lustre y el prestigio con el que con-
taba Garay en Asunción. Para entonces, los soldados de Garay eran considerados
por el mismo testigo “baquianos” en el uso de las armas y en la práctica de la gue-
rra contra el indígena. Siempre en el mismo testimonio, la memoria le dictaba a Feli-
pe Xuárez que, volviendo del Perú para anudar el casamiento entre Torre y Juana,
Garay “...avia travajado por el camino según tiene declarado que fueron Juan de
Santa Cruz Sebastian de Aguilera y Luis Gaitan y Pedro Gallego y Lazaro Benialuo
soldados de fee y credito y otros que con el fueron...”.67 Varios de los “mancebos
rebeldes” habían sido hombres de confianza del vizcaíno desde comienzos de la

61
Acta de nombramiento de las autoridades por los rebeldes; BN, GGV, CXXII, 2124.
62
Ver tabla adjunta. Puede constatarse que dos de los cabecillas que fueron procesados, Domingo
Romero y Francisco Álvarez Gaytán no firmaron la misma.
63 La palabra aparece utilizada para designar la reunión en el juicio sumario seguido por Pedro de Oli-

ver.
64 AHSF, Reproducción de testimonios históricos en adhesión al Cuarto Centenario de la Fundación de la Ciu-

dad de Santa Fe, Santa Fe, 1973, sin foliar. Otras versiones indican que son 18.
65 Los tres primeros son mencionados en el testimonio del capitán Juan Fernández de Enciso, mientras

que los dos últimos en el de Pedro Sánchez Valderrama. Ambas declaraciones corresponden a “Informa-
ción...”, cit., p. 195 y pp. 200-201 respectivamente. El testimonio de Felipe Suárez –de vista, además, pues-
to que participó de la fundación de Santa Fe y era soldado de Garay– enumera además de los nombres
consignados el de Juan de Santa Cruz y el de Mateo Gil, quienes también estaban en Santa Fe el 31 de
mayo de 1580.
66 “Información...”, cit., testimonio de Felipe Xuárez, p. 208.
67 “Información...”, cit., testimonio de Felipe Xuárez, p. 209.
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Conjura de mancebos 33

Tabla 1
Firmantes del acta del 31 de mayo de 1580

Contrarrevolución
Cargos Cabildo *

Marcas ganado
1579/1580 ∇

Arrestado
Fundador

Ejecutado
Capitular

Juzgado
Cristóbal de Arévalo 1 X X
Lázaro Benialvo 4 XX X X X
Gabriel de Hermosilla 2 XX V X
Alonso Hernández Romo 1 X X X
Diego de Leiva 3 X X X X
Diego Ramírez 1 X X V X
Pedro Gallego 2 X # X X
Domingo Vizcaíno X X
Bartolomé Figueredo 1 X X
Diego de Sosa
Francisco de Vergara
Juan de Santa Cruz 1 X X X
Pedro de Villalta X X X
Pedro Gallego –el Mozo # X
Francisco de Burgos X
Sebastián Correa X
Diego de la Calzada X
Diego Ruiz X X
Juan Román X
Felipe Juárez 1 X
Sebastián de Aguilera X X
Francisco Ramírez X
Juan Sánchez 1 X X
Pedro Martínez # X
Juan de Ovalle X
Rodrigo Mosquera 2 X X X
Cristóbal Pérez
Antón Rodríguez X X X
Rodrigo Álvarez de Carrillo X
Juan de Vallejo X
Antonio Martín X X
Sebastián de Encinas X
Gabriel Sánchez X
Lorenzo Gutiérrez X

NO FIRMARON EL ACTA PERO FUERON ARRESTADOS O PROCESADOS


Domingo Romero X
Francisco Álvarez Gaytán X
Salvador de Orona X
Juan Correa X
Pedro Sánchez X

(*) Cantidad de años que ejerció un cargo capitular entre 1574 y 1580.
(∇) X significa que fue capitular uno de esos años; XX que lo fue ambos.
(#) Presentó hierros en 1577.
(V) Presentó hierros en 1584.
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34 Justicias y Fronteras

década de 1570 hasta muy poco antes de tramarse la rebelión, incluso vemos que
cuando Mosquera intentaba cambiar los nombres de los hombres que irían a Santia-
go del Estero, Gallego y otro de los Benialvo, Lázaro, venían con él.
Pero la caracterización de los hombres rebeldes como mancebos no surge de la
nada. La historiografía (incluso la más partidista) no los menciona de este modo
caprichosamente.
La condición está atrapada en un significante que tiene significados que, según
lo muestra la experiencia “paraguaya” fueron cargándose jurídica y socialmente.
Por una parte, “mancebo” hace referencia a una condición jurídica relacionada con
la juventud y la dependencia; pero en el Río de la Plata (o en el Paraguay, más
correctamente) está relacionada con una trama localizada, que revela cuestiones cul-
turales relacionadas con la marcha del proceso de conformación de un orden social
y político.
Aun cuando regía la prohibición de utilizar armas de fuego para los más jóve-
nes (menores de veinticinco años), era bastante corriente que los “mancebos” se lan-
zaran precozmente a una vida militar con la expectativa de obtener algún tipo de
privilegio en un mundo que, pocos años después de la conquista, se había vuelto
particularmente mezquino en ese rubro.68 Desde edad temprana, los mancebos
(hijos de indias y españoles que, reconocidos o no por sus padres, constituían un
estrato inferior al de los “peninsulares” e incluso al de los españoles nacidos en
América, esto es, los hijos de padre y madre española) ofrecían su apoyo a capitanes
y desde luego alimentaban expectativas que no siempre podían ser satisfechas.
Un bando del teniente Felipe de Cáceres pregonado en Asunción en 1571 pro-
hibía “...el uso de armas y el montar á caballo, ni juntarse de dos ó tres para arriba,
so pena de muerte corporal...”. Según su entender, los hombres que hacían esto tra-
taban de abandonar la ciudad “...llevando todas las armas y caballos que pudie-
sen...”. El bando enumeraba a “...los siguientes mancebos desordenados, hijos de la tie-
rra: Pedro Moran, Alvarez, Santiago de Ribera, Juan Martin Herrero, Francisco de
Esquivel, Pedro Gallego, Arcamendia, Rodrigo Mosquera, Leiva, Amador de Venialvos,
Santiago Mendez, Polo Sandoval, Manuel Antonio Herrero, Richarte, Rivero, Mar-
tin de Peralta, Luis Calafate y Anton Alonso.”69 Los nombres de esta lista son impor-
tantes: varios de los integrantes del motín de Santa Fe habían sido mentados como
mancebos desordenados por Felipe de Cáceres quien los había marcado como sospe-
chosos de sedición en la ciudad cabecera de la gobernación: muy probablemente
este fuera el motivo por el cual se les pudo haber sugerido firmemente enlistarse en

68 Juan de Bernardo Centurión comenzó sus aventuras militares a la edad de dieciséis años; Hernan-

do Arias de Saavedra lo hizo a los quince y antes de los veinte había sido designado como Teniente por
Juan de Garay.
69 TRELLEZ, Manuel Ricardo Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomo V, Buenos Aires, 1892. Todos

los resaltados me pertenecen.


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Conjura de mancebos 35

el Alarde de 1572 para embarcarse con Garay a la fundación de un puerto sobre el


río Paraná.70
Desde lo más alto de la constelación de los poderes de la Monarquía en Améri-
ca, el virrey Francisco de Toledo no disimulaba su horror ante el crecimiento de la
población que él llamaba “mestiza” y que encontraba muy notable sobre todo en las
gobernaciones “monstruas” de Tucumán y del Paraguay. Su diagnóstico era alar-
mante:

“Aquello esta en punto de perderse si vuestra magestad con breuedad no


manda poner el remedio mediante la rrelacion que tengo que tengo de lo
que ha hecho digo ortiz de zarate mendieta sobrino del dicho adelantado
Juan ortiz de zarate que entretanto que yba la hija de la yndia que aca dexo a
gouernar ella o quien con ella se casase, gouernase aquel mozo...”.71

Toledo estaba espantado con lo que podría hacer Diego de Zárate y Mendieta,
los santafesinos, también. En esto –y quizás solo en esto– coincidían; sobre los cami-
nos a seguir tenían diferencias bien profundas.
Juana de Zárate, la mujer portadora de un título de Adelantado para quien la
desposara, era hija natural del Adelantado Zárate con Leonor Yupanqui, una prin-
cesa inca del Perú; Juana fue legitimada por Felipe II en 1572. Muerto su padre,
había quedado a la cura de don Hernando de Zárate, quien la tenía en “depósito”
por mandato de la Audiencia de la ciudad de La Plata. La mediación de Garay la
convirtió en esposa de Juan Torres de Vera y Aragón, y el casamiento transformó a
éste en Adelantado.72 La lógica del disgusto del Virrey queda expuesta en unas car-
tas: sabiendo de las tratativas de Garay para concertar aquella unión,73 Toledo escri-
bió a Felipe II advirtiendo que, siendo Juana “…hija de vna yndia y conforme a la

70 Un poco más severa parece ser en este punto la tradición imperial China; para mantener las lealta-

des, fundamental en la idea oriental del buen gobierno, los sospechosos de sedición (ora bajo los Ming,
ora bajo sus sucesores) eran inducidos por sus superiores a suicidarse, de manera de lavar su honor y no
llevar consigo a parte alguna la cepa de la traición. SPENCE, Jonathan La traición escrita. Una conjura en
la China imperial, Tusquets, Barcelona, 2004.
71 Carta del virrey Don Francisco de Toledo a S. M. sobre distintas materias de gobierno, justicia,

hacienda y guerra..., desde Los Reyes, a 12 de diciembre de 1577, en LEVILLIER, Roberto Gobernantes del
Perú. Cartas y Papeles, siglo XVI. Documentos del Archivo de Indias, Tomo VI, “El Virrey Francisco de Tole-
do, 1577-1580”, Madrid, 1924, p. 12, el resaltado es mío.
72 Poder al General don Juan de Garay, en AGSF - ACSF, Tomo I, Libro Primero, f. 33, a 26 de julio de

1578.
73 Garay no sólo era un hombre muy cercano a Juan Torres de Vera y Aragón, sino que era su deudo

al punto tal que, en algunas cartas al Rey, reconoce debía éste poco menos que su supervivencia. Véase,
entre otras, su carta al Rey de abril de 1582, transcripta por Manuel Cervera en el Tomo III de su Histo-
ria..., cit. En la misma carta puede constatarse además, su parentesco con el Adelantado Zárate. Fue ade-
más su albaceas testamentario: “Información...”, cit., pp. 148 a 219. Original en AGI, Patronato, 1-6-47/10,
Colección E. Peña.
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36 Justicias y Fronteras

criança que ellas tienen seria pozible casase con algun meztizo o mulato o con algu-
no de los que han sido muy traidores a vuestra real corona.”74 La última categoría, que
aquí se resalta, es obviamente aquella que incluye al candidato de Garay para esta
alianza matrimonial que tanto disgusta a Toledo. El Virrey la relaciona con el peli-
gro que implica dejar en personas de tales calidades como “...encargados de sus
vasallos y la conuerssion y doctrina de los naturales...”: permitir el gobierno en
manos de traidores o de hombres que se alejan del cristianismo por la impureza de
la sangre, contaminación derivada de aquellas mujeres con las cuales se amanceban
y, a veces, hasta se casaban, era mal ejemplo para la reproducción de una sociedad
que debía emular los principios fundamentales de la monarquía católica.
Estas “mezclas”, siempre según Toledo, estaban íntimamente vinculadas con el
ejercicio de una “cultura de los motines” –escribió “la única que aprenden”– y los
alzamientos contra cabezas y caudillos, vejando el buen gobierno con tiranías.75 La
alineación de ideas expresadas en esa carta es clara: sangre india más barbarización
y tiranía es igual a mal gobierno. Para el Virrey, las provincias del Tucumán y del
Paraguay eran “mal asentadas”; porque estaban pobladas por un número demasia-
do alto de mestizos y mancebos. Ellos no eran “puros” y por eso no podían ser
“hombres buenos”. Para el Virrey, la muerte del Adelantado Zárate y la sucesión del
gobierno de la provincia paraguaya cubría de oprobio el recto sentido del buen
gobierno y la justicia, llevando a un grado inadmisible la incardinación en el máxi-
mo nivel del gobierno provincial del fruto de una de esas uniones resultantes de los
amancebamientos entre españoles e indias. Por otra parte, aunque omite decirlo en
éstas, tenía para la “impura” su propio candidato, el hijo del Oidor Matienzo.
Para la construcción del sentido de “mancebo”, aquí se ubica una nueva línea:
Juana era el resultado de un “amancebamiento”76 y fue legitimada como hija y here-
dera de los derechos y oficios de un prominente servidor de Su Majestad. Por su vía,
se legitimaba el envilecimiento de un alto oficio de gobierno y, con ello, advertía el
Virrey, se enviciaba la jerarquía regia y se cultivaba el caldo de posibles próximas
revueltas. Su indignación le hizo subir el tono cuando, en 1578, se dirigió a Su
Majestad de la siguiente manera:

“...no se como se puede satisfazer a la real conciencia de vuestra magestad


nombrandolos gouierno dellas a la boluntad de los que aca vienen y estan
tan cargados de hijos hijas mestizas y mulatas y quedarian vuestros subdi-
tos y vasallos con tener a estos por superiores y ser gouernados dellos y
como reconoceran y ternan ellos la fidelidad que se deue a vuestra mages-
tad especialmente que aun sin esto nos desuelamos tanto en buscar medios

74Carta del virrey Don Francisco de Toledo a S. M…, cit., p. 16, resaltado mío.
75Carta del virrey Don Francisco de Toledo a S. M…, cit., p. 17.
76 Impugnado desde luego forma poco virtuosa de unión entre un hombre y una mujer. Cfr. Dicciona-

rio de Autoridades (1734) y COVARRUBIAS, Sebastián de Tesoro de la lengua Castellana, (1611).


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Conjura de mancebos 37

como se quite el peligro de los mestizos desta tierra y casi todo lo del para-
guay es dellos...”.77

Toledo no podía ser más políticamente explícito: legando Juana el título de Ade-
lantado se subvertía un orden jerárquico que se debía al bien común, lo que podía
relajar la lealtad a la Corona. Para Toledo era incomprensible que el Rey no tomara
cartas en este asunto, porque sus vasallos caerían en la confusión al reconocer como
gobierno al producto de esas uniones fruto de amancebamientos.
Pocos años después, hacia fines de 1585, Hernando de Montalvo, Tesorero de la
Gobernación del Plata, se dirigió al Rey en estos términos:

“La gran necesidad que estas provincias de presente tienen, es gente espa-
ñola, porque hay ya muy pocos de los viejos conquistadores; la gente de
mancebos, así criollos, como mestizos, son muy muchos, y cada dia van en mayor
aumento; hay de cinco partes las cuatro y media de ellos; hará de hoy en cuatro
años casi mil mancebos nacidos en esta tierra; son amigos de cosas nuevas;
vánse cada dia mas desvergonzado con sus mayores...”.78

El Oficial diagnosticaba y calculaba: quedaban ya pocos conquistadores y los


mancebos –gente poco afecta a la autoridad– sumaban casi nueve décimos de la
población. Cual arbitrista, también ofreció soluciones:

“...así que conviene al servicio de nuestro Señor y de V. M. que entren en


estas provincias cuatrocientos españoles, para que haya así en los pueblos
que están ya poblados, como en los que nuevamente se poblaren, las dos
partes de españoles y la una de estos mancebos de la tierra, y así andarán
humildes y corregidos, y harán lo que están obligados al servicio de nues-
tro Señor y de V. M...”.79

Se trataba de guardar proporciones numéricas entre “españoles” y estos “man-


cebos de la tierra” que, caracterizados ya por el bando asunceño de 1571, eran recor-
dados de una manera entre amedrentadora y preventiva en la carta del Tesorero:
“…porque si nuestro Señor no remediara lo que sucedió en la ciudad de Santa Fé,
víspera de Corpus Cristi, el año ochenta, saltara alguna centella en el Perú...”.80

77 Carta del virrey Don Francisco de Toledo a S. M., desde Los Reyes, a 8 de marzo de 1578, en LEVI-

LLIER, Roberto Gobernantes del Perú…, cit., p. 25.


78 “Carta del tesorero del Río de la Plata, Hernando de Montalvo á S. M. refiriendo varios sucesos acaeci-

dos en aquella gobernacion, fecha en la ciudad de Buenos Aires a 12 de octubre de 1585”, en TRELLES,
Manuel Revista Patriótica del Pasado Argentino, Buenos Aires, 1890, Vol. IV. Todos los resaltados me pertenecen.
79 “Carta del tesorero...”, cit., el resaltado es mío.
80 “Carta del tesorero...”, cit.
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38 Justicias y Fronteras

Los hechos de la víspera de Corpus de 1580 aparecen, de nuevo, mágicamente,


resumiendo lo que significaba para el gobierno de la tierra estos mancebos que, según
Montalvo, debían ser puestos en inferioridad numérica para convertirlos en humil-
des súbditos obligados al servicio de Dios y del Rey. El recuerdo de la rebelión vuel-
ve a aparecer esta vez en la pluma de un funcionario Real. Así, en los textos de pro-
tagonistas, testigos y relatores ocasionales se asentaban, a la par de los recuerdos y
de su uso pedagógico, ciertas formas de identidad que la lexicografía local atrapaba
con matices respecto de sus acepciones originales. El vocablo mancebo, asociado
desde tiempo inmemorial con la corta edad, la dependencia y la soltería de un hom-
bre, se cargaba en el Paraguay y Río de la Plata con atributos particulares: un tem-
peramento levantisco, el entusiasmo por las cosas nuevas,81 “poca amistad” por el
orden. La imagen describe como estereotipos a unos jóvenes armados con “palos y
macanas”, eventualmente buenos arcabuceros, listos para rebelarse.
Porque aquellos mancebos manejaban también las armas de fuego y, a pesar de
los testimonios que tendieron a denostarlos, no siempre lo hicieron para enfrentar a
los “peninsulares”: el mismo Garay consiguió que cincuenta y dos de los mancebos
hijos de la tierra que embarcaron con él desde Asunción hacia Santa Fe asentaran
entre sus pertenencias algún arcabuz, mientras que él mismo –en lo que para el con-
texto era una verdadera ostentación– proveyó veintitrés de su cuenta para armar a
los que no tuvieran uno.82 Esto es interesante porque recordemos que en su acep-
ción jurídica castiza, mancebo es un hombre cuya condición jurídica exije que sea
tutelado y –legalmente– no podía manejar este tipo de armas. A pesar de esto, Garay
los armó y el factor Dorantes afirmaba que “...los mancebos hordinariamente son
buenos arcabuceros en poco tiempo que lo usan...”.
Toledo, Dorantes, Cáceres o Martín de Orué –todos, como Garay, peninsulares–
mentaban a los hijos de españoles con indias como mancebos o mancebos de la tierra,
atando los atributos de la escasa edad, la soltería y el poco apego a las autoridades.
En otra carta escrita por dos oficiales reales en mayo de 1580, se afirmaba que Garay
había partido desde Asunción con “...algunos españoles y setenta mancebos natura-
les de la tierra...”, encadenando las categorías en lugar de condensarlas: no funden
“mancebos” con “naturales”.

Ajusticiar a los mancebos: justicia sumaria y orden político

Somos dueños de todo, gritaban los rebeldes cerca del encarcelado Alonso de Vera.
La noche anterior habían estado mostrándose unas cartas traídas desde Santia-
go del Estero por Ruiz y Villalta. Esa madrugada, los conjurados se movieron diná-

81 Sinónimo de “revueltas”.
82 FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto Garay. Su vida y su obra, Rosario, 1973, Tomo I, p. 473.
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Conjura de mancebos 39

micamente y sin ningún sigilo, intercambiando con algunos vecinos promesas y


amenazas por fidelidades y silencios. Pero, como ya se ha planteado, los activos
rebeldes no operaban desde la marginalidad que ellos enunciaron en la famosa
“carta sin firma” y que cierta historiografía quiso creerles: tenían participación en el
Cabildo, tenían bienes y tenían contactos en otras ciudades.83 No eran miserables.
La rebelión fue alentada por un pequeño grupo de vecinos muy integrado al
organismo de gobierno municipal. En rigor, Lázaro de Benialvo, su principal cabe-
cilla, fue regidor en 1574, 1577 y 1580; en 1579 había sido alcalde de segundo voto.
Diego de Leyva lo había sido en 1576, 1578 y 1580, Rodrigo Mosquera fue regidor
en 1577 y procurador en 1578; Pedro Gallego había sido alcalde de segundo voto en
1575 y regidor en 1578 y Bartolomé Figueredo alguacil menor el mismo año de la
revuelta. Si tomamos en cuenta al resto de los firmantes del acta del 31 de mayo,
incluidos los contra-revolucionarios, la participación de los rebeldes en el órgano de
poder local se amplía todavía más.
La rebelión se reprimió con muertes inmediatas, a filo de cuchillo, al grito de
“viva el rey” y estigmatizando a los rebeldes a viva voz como “traidores” o “tira-
nos”, lo que justificaba las decapitaciones.84 Enseguida se procedió a la exhibición
de sus cabezas en lugares públicos como parte de una pedagogía política del castigo
profundamente judeocristiana85 pero también de la infamación de la memoria de los
traidores.86 Tras haber acuchillado él mismo a uno de los cabecillas, Arévalo recuer-
da haber dicho “....vuestras merçedes sigan y hagan Justiçia de los demas agresores
como de personas que .an quebrantado la fee a su rrey...”. No hay ningún crimen en
la restitución del orden; Arévalo, rebelde evidentemente dubitativo y contrarrevo-
lucionario sangriento, liquidó la escena con un gesto bastante austero: “...y este tes-
tigo entrego la uandera al señor teniente en nonbre de su magestad de alli adelante
quedo como vn soldado cençillo como de antes solia estar...”.87

83También se ha dicho que eran marginales económicamente, lo que es difícil de demostrar.


84“...la ley Julia sobre el crimen de lesa majestad, que comprendía a las personas que atentaban o
maquinaban contra el emperador o contra la república. Su pena es la pérdida de la vida, y la memo-
ria del culpable era infamada aun después de su muerte”, Justiniano, Instituciones, Libro Cuarto, Tít.
XVIII: 3.
85 Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante (Deuteronomio,

19:20).
86 La traición a la Corona era considerada desde luego un crimen de lesa majestad y, según la tradi-

ción romana así como la tratadística de la época, debía ser juzgada de manera breve y castigada de modo
ejemplar. Cfr. CASTILLO DE BOVADILLA, Jerónimo Política para Corregidores, 1601, II, libro V, capítulo
III; VILLADIEGO, Alonso de Instrucción política y práctica judicial, Madrid, 1766. Carlos I de Inglaterra fue
juzgado por el delito de traición, encontrado culpable y decapitado el 30 de enero de 1649. Durante su
gobierno había hecho lo propio con sus ministros Strattford (1641) y Laud (1645). Por estas tierras,
muchos años después, en noviembre de 1863, la cabeza de Vicente “el Chacho” Peñaloza fue cortada y
exhibida en una pica en la plaza de Olta, La Rioja. La exhibición de las cabezas de traidores, no obstan-
te, no es una exclusividad de la cultura occidental.
87 Testimonio de Cristóbal de Arévalo, en BN, GGV, CXXII, 2125, cit.
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40 Justicias y Fronteras

La lealtad de los traidores

En la cultura política católica las muertes de los traidores y de los rebeldes siempre
son justas y no requieren de mayores justificaciones; la más ejemplificadora quizás
haya sido la de Diego Ruiz, ajusticiado “al pie del rollo” tras brevísimo juicio oral.
Pero el atributo se asigna y los mancebos o los rebeldes lo habían recibido senci-
llamente porque habían perdido la partida. De haber tenido éxito, ellos hubieran
conseguido convertir a Garay en un tirano al que era justo deponer y quienes no se
hubieran sumado, o quienes hubieran defendido al tirano, perfectamente podrían
haber sido procesados por traición.
Nótese que los traidores también tenían sus lealtades y que éstas conducían
derecho a la cúspide de los poderes originarios: desde su punto de vista, Diego Ruiz
no moría como un traidor sino como un leal sirviente de Gonzalo de Abreu, a la
sazón legítimo Gobernador del Tucumán nombrado por Su Majestad, Felipe II: en
consecuencia, moría convencido de haber hecho un servicio a Su Majestad, y no
mentía.
Antes de ser ejecutado, Ruiz dijo conocer a todos los alzados e involucró direc-
tamente a Abreu, señalando que el Gobernador “...quería tomar posesion desta ziv-
dad [Santa Fe] con toda la tierra.” Afirmó saber que “...cantaban liuertad vsurpan-
do la juridiçion rreal [...] e que saue por donde vino hordenado este motin levanta-
miento y deseruiçio de su magestad e que esto venia hordenado por mandado del
governador gonçalo de abreu...”. 88 El joven Ruiz, de apenas veintidós años, converti-
do en delator de Abreu con una hora de garrote frente a escribano y pluma, alcanzó a
escribir a su patrón tras la confesión. Con orgullo le aseguró haber cumplido su encar-
go (traer las cartas), se reconoció como su criado y le pidió disculpas por el fracaso...
Ruiz consideraba que moría por vuestra señoría, y le pidió, ignorando que la suerte del
destinatario de su nota no era distinta de la suya propia, haga bien por mi anima pues
tan justamente merezco la muerte [...] bueluo a suplicar a vuestra señoria no se oluide lo que
le encomiendo de anima nuestro señor guarde la muy ilustre persona de vuestra... 89
Desde el punto de vista de los declarantes por los “leales al Real Servicio”, está
claro que nada podía estar más alejado de la verdad: el verdadero servicio estaba de
su lado, de quienes habían acabado con la vida de los “tiranos” (ya no solo rebeldes,
ahora también tiranos, como éstos llamaban a Garay).90

88 Confesión de Diego Ruiz. Santa Fe, 1 de junio de 1580. GGV, CXXII, BN 2127. Comparando nueva-

mente con lo sucedido en lugares centrales de la Monarquía, es interesante destacar que tampoco al estu-
diar a los comuneros de Castilla de 1520 se haya enfatizado en este aspecto, clave en las reivindicaciones
de tipo antiguo que, con la de nuestra conjura, no cuestionaban en absoluto el orden monárquico.
89 Carta de Diego Ruiz a Abreu. Santa Fe, 1º de junio de 1580. BN, GGV, CXXII, 2126.
90 Testimonio de Juan de Ovalle.
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Conjura de mancebos 41

El grupo contrarrevolucionario estaba integrado por un minúsculo patriciado


peninsular (compuesto, además de por Juan de Garay entonces ausente, por Pedro
de Oliver, Francisco del Pueyo,91 Francisco de Sierra, Alonso Fernández Romo y seis
o siete hombres más) pero también por algunos jóvenes provenientes de Asunción
que en casi todos los casos eran hijos de conquistadores con indias del Paraguay, es
decir, hijos de la tierra.
Examínese la lista de los contrarrevolucionarios: Cristóbal de Arévalo (abande-
rado “forzado” de los rebeldes), Diego Ramírez, Juan de Santa Cruz, Sebastián de
Aguilera, Antón Rodríguez, Francisco Ramírez, Domingo Vizcaíno... Ninguno de
ellos dejó de ser “natural” del Paraguay o del Perú después de la tarde del 1º de
junio de 1580: pero tampoco volvió a decirse de ninguno de ellos que fuera o hubie-
ra sido un “mancebo”.
Cristóbal de Arévalo, según se desprende de su Relación de Servicios de 1599,
nunca dejó de prestar apoyo al grupo dominante en Santa Fe. Gabriel de Hermosi-
lla Sevillano, Alonso Fernández Romo, Felipe Xuárez, Sebastián de Aguilera, Diego
Ramírez, Juan de Vallejo y Gabriel Sánchez son los nombres más repetidos de las
composiciones capitulares entre 1581 y 1590.
A partir del acto contrarrevolucionario, estos hombres se convirtieron en las
cabezas de las familias renovadamente beneméritas que entre 1580 y 1600 conforma-
ron la aristocracia de hecho que esta ciudad tuvo para darse a sí misma.
En adelante, los mestizos integrantes de la hueste contrarrevolucionaria se vie-
ron progresivamente beneficiados con más repartos de tierras –sobre todo en la
“Otra Banda” del río Paraná, a comienzos de la década de 1590– la asignación de
licencias para vaquear ganado y, eventualmente, controlaron el acceso a los cargos
capitulares. Su nueva posición está íntimamente relacionada con la reconfiguración
del orden social inmediatamente posterior a la revuelta. Una nueva aristocracia sur-
gió de las entrañas de la conjura: los rebeldes “arrepentidos”92 asesinaron a sus pro-
pios camaradas de revuelta en nombre de “...la honra de su rey” y se aliaron con los
provisoriamente deplorados “españoles”.
Veamos cómo fue tramándose el posicionamiento social de algunos de estos
hombres.
Juan de Santa Cruz y Diego Ramírez –dos de los contrarrevolucionarios que
participaron de la reunión sediciosa en casa de Benialvo– fueron en 1578 los fiado-
res de Simón Xaques, el Teniente de Gobernador supuestamente cuestionado por los

91 Garay le dio una encomienda sobre dos pueblos de indios hacia el 16 de agosto de 1578; copia de

este documento en Anales de la Biblioteca, Introducción y notas de Paul Groussac, Coni, Buenos Aires,
1912, Tomo X, p. 126.
92 Nunca podremos afirmar cuál era el grado de convicción de cada uno de ellos al momento de fir-

mar el acta en la junta del 31 de mayo; es probable que nunca estuvieran del todo con la rebelión (pero
también es obvio que si participaron de su represión jamás reconocerían haber estado de ese lado).
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42 Justicias y Fronteras

rebeldes.93 Tras la rebelión, Xaques –sospechado de una vinculación nunca probada


con Abreu– fue reemplazado por Gonzalo Martel de Guzmán, quien llegaba desde
Asunción designado como Teniente de Gobernador, cargo que ejerció desde julio de
1580. Sus fiadores fueron Diego de Santuchos y Pedro de Yllanes, quienes hasta
entonces no habían figurado en la vida política de la villa. Santuchos obtuvo una silla
de regidor en 1584, cuando Martel de Guzmán fue electo alcalde de primer voto.
Éste, ahora vecino de la ciudad, era un candidato seguro del nuevo Teniente de
Gobernador, don Juan de Torres Navarrete: una semana antes de esta elección, el 23
de diciembre de 1583, Martel de Guzmán había ofrecido su fianza al nuevo Tenien-
te.94 Cuando Torres Navarrete tuvo que ausentarse de la ciudad, extendió un curio-
so y específico título de “Teniente de Gobernador de la Ciudad de Santa Fe” a Mar-
tel de Guzmán: el fiador, nuevamente, fue Diego Tomás de Santuchos. Los nombres
de dos testigos complementan la lista de este pequeño círculo que trabaja sobre su
propia solidificación: Feliciano Rodríguez y Juan de Vallejo, rebeldes firmantes, con-
trarrevolucionarios fieles y, poco después, beneméritos indiscutidos de la ciudad.
Feliciano Rodríguez comenzaba por entonces su carrera hacia la notabilidad
con algunos movimientos precisos, consolidando alianzas en un pequeño grupo: en
1583, junto a su amigo y compadre Diego Ramírez, fue fiador de los alcaldes Anto-
nio Tomás y Juan Sánchez, dos figuras con fuerte presencia en el ámbito capitular
desde la fundación de la ciudad. En 1585 Rodríguez hizo lo propio con todos los
cabildantes de ese año; entre los fiadores vuelve a aparecer Juan de Vallejo, acompa-
ñado esa vez por Francisco Hernández y Alonso Fernández Romo, este último tres
veces regidor entre 1580 y 1584. A comienzos del siglo XVII, se celebraron en Santa
Fe algunos matrimonios entre los descendientes de este último y de Rodríguez.95
Tras la contra-rebelión, Diego Ramírez –otro que apresurada y acertadamente
se alineó con los “leales”– comenzó a ocupar oficios capitulares importantes y ofre-
ció fianzas en repetidas oportunidades. Participante de la hueste fundadora de
Garay, integrante del primer Cabildo, el capitán Diego Ramírez era hijo de españo-
les venidos con Cabeza de Vaca, pero nació en Asunción hacia 1546. Tenía ciertos
vínculos con los nacidos en esa ciudad, pero se cuidó bien de entablar relaciones
cordiales y de reciprocidad con los pocos españoles que había en Santa Fe. Fue regi-
dor en 1574, 1579 y 1582; alcalde en 1581 y 1585.96 En 1581 sus fiadores fueron Pedro
de Oliver y Juan Sánchez, de quien él mismo fue fiador el año siguiente. En 1585 lo
respaldaron Feliciano Rodríguez, Juan de Vallejos, Francisco Hernández y Alonso

93
AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, sesión del 30 de diciembre de 1578.
94
AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Segundo, sesión del 23 de diciembre de 1583, f. 60.
95 Por ejemplo, Leonor de Encinas (hija de Juan Fernández Romo y María de Encinas) con Esteban de

Vergara. Esta familia siguió emparentándose muy endogámicamente, ya que una de sus hijas, Bernardi-
na de Espinosa, se casó con Alonso de Vergara, otro descendiente de la familia de Feliciano Rodríguez.
CALVO, Luis María “Vecinos encomenderos de Santa Fe...”, cit., p. 102.
96 AGSF-ACSF, Tomo I, Libros Primero, Segundo y Tercero.
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Conjura de mancebos 43

Fernández Romo. Junto a Feliciano Rodríguez, se dijo, fue fiador de Juan Sánchez y
de Antonio Tomás. Estos gestos documentan el modo en que se ofreció apoyo
mutuo el grupo capitular surgido de la contra-rebelión.97
Gabriel de Hermosilla Sevillano, uno de los vecinos importantes que participó
de la reunión rebelde en casa de Lázaro Benialvo, había sido alcalde en 1579 y era
regidor en 1580. Volvió a serlo en 1582, 1585 y 1588 y en 1585 la ciudad lo nombró
su Procurador. Durante esos años también se le confió el Real Estandarte (fue Alfé-
rez Real) y cumplió turnos como Fiel Ejecutor; cuando en 1584 Gonzalo Martel de
Guzmán fue designado teniente de Santa Fe, Hermosilla asumió como Alcalde en
su reemplazo y su fiador fue Juan Sánchez. No parece haber estado a la altura de
quien puede ofrecer fianzas, pero las recibió de Pedro de Oliver, de Juan Sánchez
(varias veces), Diego Sánchez Ceciliano, Feliciano Rodríguez, Juan de Vallejo, Fran-
cisco Hernández y Alonso Fernández Romo.98
El varias veces mencionado Pedro de Oliver fue un hombre de mucho peso en
la reorganización después de la revuelta. Entre 1578 y 1588 ocupó cargos capitula-
res durante siete años y entre 1578 y 1581 lo hizo consecutivamente. Fue el primer
Alférez de la Ciudad y en su nombramiento –le mandavan y mandaron que si se ofre-
ciere alguna alteracion o levantamiento que sea de la parte de su majestad...– parece estar
contenida la reacción institucionalizada al movimiento de la noche de corpus.99
Por último, conviene volver a observar detenidamente a los rebeldes: del análi-
sis se desprende que revolucionarios y contrarrevolucionarios compartían algunos
rasgos identitarios, pero lo que parece diferenciarlos definitivamente es su posición
respecto de la autoridad de su jurisdicción y su derrota en el campo de las pruebas
de fuerza.
Entre los rebeldes se contaban varios capitulares y, como se dijo, los cabecillas
participaban activamente en el gobierno de la ciudad. Los mancebos no eran mayoría
en el Cabildo, como no lo eran en ninguna de las ciudades recién fundadas en la
América colonial, y puede asegurarse que la información que manejaron y la presión
que pudieron ejercer sobre otros vecinos fue posible por una situación que está en las
antípodas de la que les asigna la historiografía: los rebeldes no solo no estaban mar-
ginados del gobierno local, sino que además controlaban lugares de importancia.
También se ha dicho que eran económicamente marginales o “pobres”, pero
algunas pistas permiten indicar que no estaban en la miseria extrema. Los dos Galle-
go (“el viejo” y “el mozo”) tenían ganado –como se señala en la lista, presentaron
hierros en 1577. En un estudio de Manuel Cervera se examina la rendición de cuen-
tas que el escribano Alonso Fernández Montiel realizó con motivo de la ejecución en

97
AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, sesión del 3 de diciembre de 1578.
98 AGSF-ACSF,Tomo I, Libros Primero y Segundo, sesiones del 1º de enero de 1582, de 1584, f. 63 y del
1º de enero de 1585.
99 AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, sesión del 9 de enero de 1581, f. 56.
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44 Justicias y Fronteras

remate de los bienes de los rebeldes,100 del que se desprende que casi todos eran
propietarios de alguna cuerda de tierra en las afueras de la ciudad así como de sola-
res que el fundador les había entregado para avecindarlos.101 Hacia 1580, la distri-
bución de tierras en “la otra banda” del Paraná apenas había comenzado y, en cuan-
to a los ganados, además de lo dicho de los dos Gallego, es todavía temprano para
establecer quienes serían los propietarios principales.102 Así, la existencia de una
diferenciación económica importante en el interior de la hueste conquistadora es
algo especulativo. No hay constancias de provechosos repartimientos de indígenas
y en cuanto a los solares de la ciudad, es obvio que Garay había distribuido los
mejores entre sus allegados; pero respecto de su situación en Asunción, todos los
hombres que compusieron la hueste habían experimentado una mejora de condicio-
nes ostensible.103 Lo más seguro es que buscaban una mejor posición y que la sub-
ordinación en la que decían encontrarse, si bien no era absoluta, evidentemente les
resultaba incómoda.
Querían más y eso no era posible en una configuración como la que Garay
había conseguido consolidar. Lo notable es que, tras la rebelión (y sobre todo tras la
contra-rebelión) muchos de los que participaron de la junta del 31 de mayo consi-
guieron instalarse precisamente donde querían a partir de enrolarse en la contra-
revuelta impulsada por Arévalo, lo que permitió una nueva movilidad ascendente
a costa de la sangre de algunos pares.

100 Puesto que a las ejecuciones sumarias siguieron, claro está, las confiscaciones. Esto sucede con los

rebeldes en cualquier parte de la Monarquía. Véase BERMEJO CABRERO, José Luis Poder político…, cit.
101 Lázaro de Benialvo era propietario de una suerte de tierra en el Saladillo y tenía una estancia en tie-

rra de Calchines. Francisco Álvarez Gaytán poseía una chacra, otra con casa, un solar, un carretón, yunta
de bueyes y además, una estancia en el Viliplo. Mosquera era dueño de chacra y casa, estancia en el Vili-
plo, tierras en el Saladillo y ganado. Pedro Gallego poseía casas y chacra, estancia en los Calchines y algo
de ganado. Pedro Gallego el Mozo y Juan Correa eran dueños de una cuerda de tierra; Domingo Rome-
ro de chacra y solar, Pedro Sánchez al menos de un solar, Diego de Leyva de una chacra y Bartolomé de
Figueredo poseía una estancia en el Saladillo y un solar. Este documento, cuyo original no he visto, apa-
rece recuperado en CERVERA, Manuel Ubicación de la ciudad de Santa Fe fundada por Garay. Estudio histó-
rico, La Unión, Santa Fe, 1933, pp. 107 a 110 y en LIVI, Hebe “La revolución…”, cit., p. 97.
102 El Cabildo otorgó licencias de vaquería recién unos quince años más tarde. Aún así puede afirmar-

se que Bernabé Luján, Juan Martín, Antón Romero, Pedro de Espinosa y Hernán Ruiz de Salas poseían
hacia 1577 sus hierros (Cuadernos de Registro de Marcas de Ganado, en AGSF-ACSF, Tomo I). Estas primeras
marcas pudieron también haber sido obtenidas por varios de los rebeldes que, efectivamente tenían pre-
sencia capitular por entonces: en una sesión de dicho año, se sugiere que no se marquen hasta no “avi-
sar” a quienes tienen ganados en las islas. La práctica de la “marca”, con todo, no iba de la mano con cri-
terios a priori de la “propiedad”, sino que era aquélla la que, una vez legitimada en el Cabildo, señalaba
quién era el derechohabiente sobre ese ganado que pastaba en una extensión sin otros límites que los ríos,
arroyos o la dirección impuesta a los animales por las tormentas, los accidentes geográficos insalvables o
sus propios derroteros gregarios.
103 Para confirmar este punto me he servido de numerosas entradas del índice de nombres publicado

por Trelles en su “Diccionario de Apuntamientos”, cit., Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomos II,
III, IV y V, Buenos Aires, 1890 y ss.
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Conjura de mancebos 45

Según lo muestran con claridad los hechos posteriores a la represión de la


revuelta, sofocar la rebelión que habían organizado (es decir, ser dos veces traidores
en dos días) fue lo que instaló a ese grupo de hombres en la elite local por una trein-
tena de años. Quienes participaron en la rebelión de la noche de Corpus como cabe-
cillas y no optaron por la vía del “arrepentimiento”, lisa y llanamente desaparecie-
ron de la vida santafesina –en la mayoría de los casos, de la vida sin más. Sus fami-
lias quedaron completamente marginadas de cualquier posibilidad de participación
en la vida política de la villa.104

Identidades, territorio y justicia en la frontera

Todos los hombres avecindados en Santa Fe entre 1573 y 1580 provenían de Asun-
ción del Paraguay y conformaban la descarga de la cabecera de la gobernación des-
pués de los incidentes de 1572: el bando de Cáceres los había llamado mancebos des-
ordenados y la fundación de Santa Fe los había convertido, en 1573, en vecinos de
Santa Fe del Río de la Plata. Al rebelarse contra la autoridad de quien los había inves-
tido, al relacionarse con autoridades de otra jurisdicción, pudo verse que desde San-
tiago del Estero o desde Córdoba, Villalta, Rodrigo de Mosquera, Diego de Leyva y
Lázaro de Benialvo eran mentados como paraguayos: no porque fueran naturales de
allí, sino porque “lo de Santa Fe” hacía parte “del Paraguay”. Por otra parte, hacia
1580, los vecinos de Córdoba y Santiago del Estero eran percibidos como “del Tucu-
mán”, expresión anterior a la creación de la gobernación (1563) que designaba con
un vocablo indígena una región difusa, es decir, la provincializaba.105 La documenta-
ción muestra que la pertenencia a una jurisdicción es parte inequívoca de la invoca-
ción en la asignación de identidades, pero designa realidades cualitativamente toda-
vía algo vagas: del Tucumán, del Paraguay o, incluso, del “Río de la Plata”, se dirá
ora que son gobernaciones, ora que son provincias –territorios lejanos que han sido
incorporados a la Corona.
El ejercicio comprensivo se vuelve imposible si se quiere aplicar la semántica
propia del paradigma del Estado nacional, porque el aparente desorden lexicográfi-
co no es tal; se trata del repertorio lingüístico utilizado por los agentes que estaban
haciendo el proceso de organización política del espacio, estaban realizando el equi-
pamiento político del territorio.106 Así, la lógica de las denominaciones múltiples y

104 “Probanza de Méritos de Juan de Espinosa (1596)”, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de

Buenos Aires, cit.


105 Sobre esta operación remito a mis consideraciones en “Procesos espaciales y ciudad en la historia

colonial rioplatense”, en FERNÁNDEZ, Sandra Más allá del territorio. La historia regional y local como pro-
blema, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2007, pp. 95-107.
106 El concepto de equipamiento del territorio es una adaptación que realizo del de ordenamiento territo-

rial, propuesto por la geografía francesa (p. ej., BRUNET, Roger L’aménagement du territoire en France, LDF,
Paris, 1997). Originalmente éste ha sido utilizado en su primer estado por las escuelas de gubernamenta-
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46 Justicias y Fronteras

confusas de los vecinos o hasta de los mismos gobernadores fragua bien con la que
desplegaba la Monarquía y con las identidades que se asignaban los agentes. Lo
mismo sucedía con las designaciones estampadas en la cartografía o en los relatos
de viajeros y cronistas. Antonio Vázquez de Espinosa publicó en 1627 una relación
donde ubicó a Santa Fe en una alta barranca a la rivera del Río de la Plata a la parte del
Tucumán...107
Algunos hijos de la tierra mancebos paraguayos se convirtieron en integrantes
de la elite santafesina operando una reformulación de pactos y acuerdos que impac-
tó en lo que los agentes dicen ser y cómo consiguen ser percibidos por otros.
Los jefes de familia cuya intervención del lado del orden fue destacada (Berna-
bé Luján, Feliciano Rodríguez, Pedro de Oliver y el capitán Diego Ramírez entre
otros) más los que desde un principio estaban alineados con Garay, conformaron el
grupo de los “Beneméritos”, constituyéndose en el núcleo que controló el gobierno
municipal sin inconvenientes hasta los años 1620s.
La rotación en los cargos capitulares fue menor después de 1580 y muestra la
consolidación de algunos miembros de la comunidad que no eran precisamente
“españoles”. A partir de estos gestos de apoyo como las fianzas o la celebración de
alianzas matrimoniales, lograron imponer a los nuevos miembros que eran hombres
de confianza: de 87 cargos capitulares elegibles entre 1581 y 1590 (sólo contabilizo
aquellos de los cuales hay datos fiables), 46 (más de la mitad) fueron ocupados por
hombres que ya habían intervenido en el ámbito capitular antes de 1580: y esos cua-
renta y seis oficios fueron usufructuados solamente por dieciséis vecinos, a quienes
es justo tener en cuenta como la estrecha elite triunfante del reordenamiento de
1580.108 Desde ese año, se integraron nuevos miembros que ingresaban justamente

bilidad socialdemócratas y preeminentemente para señalar discontinuidades o inequidades territorial-


mente localizables con el propósito de cartografiarlas para formular estrategias que permitan corregirlas.
Dado que en geografía se orientaba a relacionar la acción política con las modificaciones impresas en el
territorio, he recuperado su principal característica (la recursividad, la capacidad de designar simultánea-
mente un proceso y resultado provisorio como parte del mismo proceso) para analizar el proceso por el
cual la Monarquía hispánica instaló en los territorios que conquistaba (en nuestro caso, en el rioplatense)
las relaciones sociales, jurisdiccionales y judiciales –expresadas institucionalmente– que desde el punto
de vista del europeo organizaban la extensión en territorio (convirtiéndola en un espacio político). Por ello
el proceso de equipamiento político de un territorio incluye las acciones de diversos agentes y de distinto
tipo –que tienden a conseguir un resultado orientado por esta voluntad de ordenamiento– y las expre-
siones simbólicas o físicas que este accionar va imprimiendo tanto en el terreno como en la concepción
de su relación con las instituciones políticas.
107 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio y descripción de las Indias Occidentales, transcrito del

manuscrito original por Charles Upson Clark – Publicado bajo los auspicios del Comité Interdeparta-
mental de Cooperación Científica y Cultural de los Estados Unidos, Smithsonian Institution, Washington
1948, [1627] p. 641.
108 Mateo Gil, Diego Ramírez, Pedro de Espinosa, Antonio Tomás, Hernán Ruiz de Salas, Alonso Fer-

nández Montiel, Juan Sánchez, Francisco Hernández, Felipe Juárez, Hernán Sánchez, Pedro de Oliver,
Simón Figueredo, Gabriel de Hermosilla Sevillano, Antón Rodríguez, Alonso Fernández Romo, Rodrigo
Álvarez Holguín, a quienes debe agregarse los de Juan de Espinosa y Cristóbal de Arévalo, alineados
aunque distanciados de Santa Fe.
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Conjura de mancebos 47

con el aval de hombres como Diego Ramírez, Juan Sánchez o Pedro de Oliver, y repi-
tieron también como capitulares entre 1580 y 1589: Diego Sánchez Ceciliano, Sebas-
tián de Aguilera, Feliciano Rodríguez, Gonzalo Martel de Guzmán y Juan Xaques
constituyen lo que podría llamarse el elemento de “recambio generacional”, avalado
por los más antiguos capitulares antes mencionados. El otrora mancebo ya no es men-
tado ni siquiera como “hijo de la tierra”: ahora es “hijo de conquistador antiguo” y
aparece perfectamente integrado con los pocos peninsulares que integran la lista.
El episodio cierra el ciclo de las primeras pujas por la construcción de una
modesta pero efectiva aristocracia de mérito que se adueñó del control de los resor-
tes políticos de la ciudad de Santa Fe: en este sentido, la naturaleza de su fuente de
origen continuaba siendo el Real Servicio, aunque había cambiado el escenario. Las
jornadas expedicionarias de peninsulares recién llegados habían dejado paso a la
defensa de la ciudad y el buen gobierno por parte de hijos de conquistadores109 afa-
nados esta vez en sofocar una rebelión que, gracias a una coincidencia de intereses
entre las autoridades locales santafesinas con el gobernador entrante del Tucumán,
consiguieron retratar como una traición a los intereses reales. Los rebeldes de la pri-
mera hora supieron travestir a tiempo la traición a sus compadres de conjura en leal-
tad al rey, articulando de esa manera la satisfacción de sus pretensiones locales y el
orden más vasto de una Monarquía sin promover cambios en las gobernaciones. El
cuerpo político, todavía y por mucho tiempo más, podía otorgarles sentido de cuer-
po y razón política a escala de comunidad y a escala de Imperio. Las gobernaciones
del Tucumán y del Río de la Plata continuaron teniendo relaciones tensas y conflic-
tivas –al menos, sus vecinos las tuvieron. Sin embargo, no volvió a registrarse un
intento de modificar esta frontera interior semejante al analizado.
Volvamos al comienzo y retomemos la importancia central que tiene la adminis-
tración de justicia en este caso: sin el proceso judicial hubiéramos sabido muy poco
del episodio, pero también hubiéramos tenido una mirada muy parcial y sesgada del
proceso de consolidación del Paraguay y Río de la Plata como una jurisdicción dife-
rente de la del Tucumán, incluso de la dinámica de la asignación de identidades.
El complejo dispositivo judicial que supone el Juicio de Residencia, analizado
con los datos que aparecen en estas otras fuentes que son, fundamentalmente, las
declaraciones de funcionarios y las actas de cabildo, nos ha permitido demostrar
que la asignación de identidades no se agotaba en los vínculos que se tramaban con
el territorio y con las jurisdicciones –los vínculos de naturaleza, ya que lo que se puso
en acto está íntimamente relacionado con la cultura política de la Monarquía en
pleno.

109 Como se desprende por ejemplo de la Nueva Recopilación..., los “hijos de conquistadores” debían ser

preferidos para ocupar los cargos de gobierno municipal, tanto como para recibir cualquier otro tipo de
beneficio. Esto es considerado en la prescriptiva Real muy tempranamente, con la aparición de la prime-
ra generación de hijos de conquistadores nacidos casi siempre de uniones jurídica y religiosamente poco
ortodoxas.
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48 Justicias y Fronteras

En la resolución de la crisis de 1580, el alineamiento que encuadró la represión


de la revuelta detrás de las voces de “viva el rey” operaba en una dimensión hispá-
nica de la justicia que incluía esta posibilidad de “pasar a degüello” antes del juicio
justo; se valió de la dimensión romana y católica del delito de traición (lo convirtió
en crimen laesae majestatis) cubriendo de este modo la ejecución y el destierro de los
mancebos que fueron designados como tiranos o traidores, ubicando así a los ejecuto-
res en la vereda de la lealtad. Los que decidieron integrar la contra-rebelión, a través
de los procedimientos descriptos, hegemonizaron el control del Cabildo e hicieron
pesar el atributo de la antigüedad de radicación en el área (lo que les había expulsa-
do de Paraguay, probablemente) como requisito para integrar el Cuerpo. Al mismo
tiempo, el Cabildo santafesino fue el sitio que los legitimó frente a residentes, estan-
tes, extranjeros y vecinos de otras ciudades. Mantener buenas relaciones con las fami-
lias que controlaban la institución pasó a ser una estrategia de supervivencia.
En materia judicial, el proceso seguido contra los conjurados de la noche de Cor-
pus de 1580 (primero en Santa Fe y más tarde en Santiago del Estero) no tiene mucho
de excepcional. Al contrario, frente a rebeldes y traidores –en la Monarquía la rebe-
lión era una de las máximas manifestaciones de la traición– los agentes posicionados
del lado de la auctoritas tomaron medidas ejemplificadoras para desalentar estas acti-
tudes y preservar el statu quo desde tiempos remotos.110 Además de que las penas
impuestas en estos casos eran de máxima (incluyendo la pérdida de la vida, de los
bienes y de la fama), los tratadistas aconsejaban al Rey que no lo hiciera “solo y en
secreto” sino públicamente, lo que era emulado por sus delegados en distintos pun-
tos de la Monarquía.111 En el pensamiento político y jurídico hispánico la traición
tuvo un tratamiento específico112 y, todavía en el siglo XIX, Martínez Marina conside-
raba que era “…el mayor delito, el más funesto a la sociedad y el más digno de escar-
miento…” y en esto se apoyaba el célebre fundador de la escuela de historia del dere-
cho español para justificar la dureza de las Partidas al respecto.113
Por lo demás, muchos son los elementos comunes con otras rebeliones que se
dieron dentro de la Monarquía: la invocación al nombre del rey, el cambio de juris-

110 Los historiadores del derecho hispano en general acuerdan en que, durante la época moderna, no

hubo novedades jurídicas en torno al castigo de este tipo de delitos. BERMEJO CABRERO, José Luis
Poder político y administración de justicia en la España de los Austrias, Ministerio de Justicia, Secretaría Gene-
ral Técnica, Madrid, 2005, p. 106.
111 Martínez Marina escribió que hasta el siglo XII, siguiendo la tradición gótica “…aunque las leyes

recomendaban a los príncipes la virtud de la clemencia, con todo eso no les otorgaron facultad de perdo-
nar á los reos convencidos de traición o infidelidad contra el soberano y la patria…” MARTÍNEZ MARI-
NA, Francisco Ensayo histórico-crítico sobre la legislación y principales cuerpos legales de los Reinos de León y
Castilla: Especialmente sobre el Código de las Siete Partidas de D. Alfonso el sabio, Tercera Edición, Sociedad
Literaria y Tipográfica, Madrid, 1845, p. 63.
112 IGLESIA FERREIRÓS, Aquilino Historia de la traición: La traición regia en León y Castilla, Universidad

de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 1971, pp. 147 y ss.


113 MARTÍNEZ MARINA, Francisco Ensayo…, p. 387.
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Conjura de mancebos 49

dicción (Catalunia, 1640), el “juntismo”, las posturas cambiantes, el que se las juz-
gara como traición, su enjuiciamiento rápido y sumario, los castigos ejemplares, el
reclamo de una mayor participación en el gobierno de la ciudad (Sicilia, 1646), los
castigos excepcionales y la exhibición de las cabezas cortadas (Nápoles, 1647).114
El análisis de unos pocos aspectos del Juicio de Residencia que Lerma sustan-
ció contra Abreu facilitó la percepción conjunta de la administración de la justicia en
distintos niveles (el virreinato, la gobernación y la ciudad), distintas modalidades
(administrativa, ordinaria y sumaria) y la articulación de los intereses de la Monar-
quía con los de algunos súbditos que no ocupaban lugares centrales: en este caso,
saber cómo fueron juzgados aquellos hombres, fue la piedra de toque para com-
prender la relación entre asignación de identidades, intereses políticos, administra-
ción de justicia y equipamiento político en territorios jóvenes y turbulentos. Tanto lo
eran que Hernando de Lerma les aplicó el sambenito de tierra vidriosa.

114 Véase por ejemplo VILLARI, Rosario La revuelta antiespañola en Nápoles. Los orígenes (1585-1647),

Alianza, Madrid, 1979. AA.VV. 1640. La Monarquía en crisis, Crítica, Barcelona, 1992, 258 pp.
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Fieles y leales vasallos


Agentes subalternos y poder en los Juicios de Residencia
Buenos Aires, mediados del siglo XVII

Oscar José Trujillo

Introducción

Este trabajo tiene su origen en un intento por reflexionar y discutir algunas interpre-
taciones acerca de la dinámica de la elite de Buenos Aires a mediados del siglo XVII.
En ese sentido, algunas de las fuentes más valiosas –y más utilizadas– para enfocar
el funcionamiento de la capa más alta de la sociedad colonial han sido las relaciona-
das con el ámbito institucional más representativo de los intereses de ese grupo: los
cabildos.1
Sin embargo, una fuente más dinámica y compleja, que muestra con un grado
de detalle más preciso la compleja trama de lealtades, armonías, conflictos y enfren-
tamientos en el seno de la elite de poder local, son los Juicios de Residencia.2 Aún
cuando el carácter judicial de estas fuentes pueda ser tomado como una cierta limi-
tación a la hora de reflexionar sobre el poder político, las redes de lealtades y la
intensidad de los conflictos en el Buenos Aires colonial, creemos que un abordaje de
las mismas que supere una mirada más jurídico-institucional permitirá observar
esos procesos. De hecho, Tamar Herzog propuso tres formas alternativas de estudiar
ese inmenso corpus documental; el enfoque jurídico-formal se encuentra represen-

1 Sería extenso resumir el listado de los trabajos que han enfocado a esta institución indiana, por ejem-

plo: GELMAN, Jorge “Cabildo y elite local en Buenos Aires en el siglo XVII”, en HISLA Revista Latinoa-
mericana de Historia económica y social, núm. 6, 2° semestre de 1985; PONCE LEIVA, Pilar Certezas ante la
incertidumbre: elite y cabildo de Quito en el siglo XVII, Abya-Yala, Quito, 1998; SANTOS PÉREZ, José Elites,
poder local y régimen colonial. El cabildo y los regidores de Santiago de Guatemala 1700-1787, Universidad de
Cádiz, 1999.
2 Sobre el origen medieval, incluso sobre sus antecedentes más antiguos, han escrito numerosos auto-

res. Sólo por mencionar algunos: CÉSPEDES DEL CASTILLO, Guillermo “La visita como institución
indiana”, en Anuario de Estudios Americanos, núm. 3, 1946; DURAND FLORES, Luis “El juicio de residen-
cia en el Perú Republicano”, en Anuario de Estudios Americanos, núm. 10, 1953; SERRA RUIZ, Rafael
“Notas sobre el juicio de residencia en época de los Reyes Católicos”, en Anuario de Estudios Medievales,
núm. 5, 1968.
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52 Justicias y Fronteras

tado por trabajos pioneros como el de Mariluz Urquijo3 o Caro Costas.4 Estos auto-
res resaltaron el carácter ordinario, repetitivo y rutinario de los procesos, converti-
dos en un mecanismo potencialmente eficaz de control de la administración indiana
–aún cuando fallaran– pues evidenciaron una intención política por parte de la Coro-
na de avanzar sobre la administración colonial. Otros trabajos utilizaron estas fuen-
tes para estudiar aspectos más amplios como la propia administración o la sociedad
sin tener presentes los diversos procesos de construcción de esa información; final-
mente, hubo quienes las analizaron en términos de construcciones sociales de gran
complejidad que, lejos de demostrar la neutralidad de la acción política central,
dejaban claros los mecanismos de conformación de lealtades y conflictos.5
Si bien creemos necesario matizar la afirmación de Herzog en el sentido de rela-
tivizar la función fiscalizadora de estos procesos, estas instancias de comunicación
y recreación de la administración, la jurisdicción, la comunidad y la paz social, como
los propone la autora, tenían una característica muy peculiar en relación con otros
procesos judiciales: su carácter previsible.6
La inexorabilidad de los Juicios de Residencia condicionó a los funcionarios a
fortalecer redes de lealtad que sirvieran para hacer buenos negocios durante su
mandato; pero por sobre todo, que sobrevivieran lo suficiente como para mantener-
se cuando le llegara el momento de sentarse en el banquillo del acusado. Aprove-
char amistades para ocultar riquezas obtenidas durante su mandato a la llegada del
juez o conseguir testigos favorables, se convirtió en un paciente juego de política
local que comenzaba incluso antes de pisar suelo americano.
Por otro lado, esta fuente permite captar la voz de quienes tenían una posición
más subalterna en una sociedad definida justamente por la subalternidad: funciona-
rios subordinados, artesanos, mujeres e indios de las reducciones cercanas –que
hemos seleccionado para esta presentación entre muchos otros– quienes no duda-
ron en presentarse a denunciar abusos o reclamar deudas, aún cuando lo hicieran
en un marco de restringida libertad.7 La Residencia se convertía así en mucho más

3 MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre los juicios de residencia indianos, Escuela de Estudios Hispano-

americanos, Serie 2, núm. LXX, 1952.


4 CARO COSTAS, Aída El juicio de residencia a los Gobernadores de Puerto Rico en el siglo XVIII, Instituto

de Cultura Puertorriqueña, San Juan, 1978. Además, PONCE, Marianela El control de la gestión administra-
tiva en el juicio de residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra, ANH, 1985; VACCARI SAN
MIGUEL, Letizia Sobre gobernadores y residencias en la provincia de Venezuela. (Siglos XVI, XVII, XVIII),
ANH, 1992.
5 HERZOG, Tamar “La comunidad y su administración. Sobre el valor político, social y simbólico de

las Residencias de Quito (1653-1753)”, en PELLISTRANDI, Benoit –coordinador– Couronne espagnole et


magistratures citadines á l’époque moderne, Nouvelle Série, 34 (2), 2004.
6 TRUJILLO, Oscar “La Mano poderosa. Los Gobernadores de Buenos Aires y los juicios de residen-

cia”, en X Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Rosario, 2005 y “Los Gobernadores de Buenos


Aires. Conflicto y negociación a mediados del siglo XVII”, en 52 Congreso Internacional de Americanistas,
Sevilla, 2006.
7 Sobre esta capacidad de acción de grupos locales e intermedios, matizando la hegemonía de los

poderes “centrales” ver BARRIERA, Darío “Por el camino de la historia política: hacia una historia polí-
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Fieles y leales vasallos 53

que una presentación de acusación contra un ex funcionario: era un interesante pro-


ceso en el que lealtades y antagonismos afloraban plasmándose en el papel y, simul-
táneamente, permiten ver como una nueva red de solidaridades se tejía en torno al
nuevo gobernador que, en la mayoría de los casos estudiados, era a la vez el juez
encargado de la Residencia del anterior. Un mecanismo de diseño y rediseño del
diálogo político entre la Corona y las elites regionales más alejadas de Madrid.

Con unión y conformidad

Muchas veces las denuncias provenían desde los ámbitos más cercanos –tal vez por
ello más conflictivos– del ejercicio del gobierno. Los Jueces Oficiales Reales, encar-
gados de custodiar y administrar las Cajas Reales, tuvieron variedad de conflictos
–como así también suculentas oportunidades de complicidad– con los gobernado-
res. A eso respondió, en 1691, una Real Cédula que recordaba tanto a los goberna-
dores como a los custodios de las Reales Cajas la obligación de visitar los navíos los
tres funcionarios juntos, “…portándose con unión y conformidad…”.8
En su visita a las Cajas Reales de Buenos Aires, el Lic. Andrés León de Garavi-
to denunció que estos ministros de su Majestad no tenían posibilidad de actuar con
limpieza y transparencia por la opresión que sufrían de los gobernadores. El mismo
Garavito, encargado del Juicio de Residencia del gobernador Céspedes sentenció a
éste porque “…nombró por tesorero real a Enrique Enríquez, su íntimo amigo apa-
niguado por tenerle de su parte en las causas de descaminos y arribadas…” con la
oposición de uno de los tesoreros, Luis Delgado.9
El gobernador Lariz fue acusado no sólo de desterrar al tesorero Juan Vallejo,
sino de asesinarlo: “…había mandado le diesen veneno…” por mano de uno de sus
confidentes, Cristóbal de Ahumada.10
En 1648, el escribano Mayor de Minas, Registros y Real Hacienda de la Trinidad,
Juan Antonio Calvo de Arroyo,11 sufrió la ira del gobernador Lariz, quien lo desterró
al Brasil después de que Calvo denunciara no haber podido visitar un navío con
muchos pasajeros y hacienda: “…ni manifestaban la hacienda que llevaban ni consta-
ba de las licencias por donde se podían embarcar por puerto vedado [...] por concier-
to y cantidad de plata que habían dado al dicho Don Jacinto de Lariz”.

tica configuracional”, en Secuencia, Nueva época, núm. 53, mayo-agosto de 2002.


8 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Charcas 29 R2 N. 58. Sobre alcabalas de Buenos Aires,

1691.
9 AGI, Escribanía 903 A. Visita a las Cajas Reales de Buenos Aires, 1631.
10 AGI, Escribanía 893. Residencia del gobernador Jacinto de Lariz, 1653.
11 AGI, Charcas, 68 N. 56 23-5-31. Confirmación de oficio de Escribano Mayor de Minas, Registros y

Real Hacienda de la Trinidad. El cargo lo había ganado en almoneda pública por doce mil pesos,
“…pagados a ciertos plazos”.
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54 Justicias y Fronteras

El sucesor y juez, Pedro Baigorri, sentenció que Lariz había procedido “…inde-
bida e injustamente…” por lo que ordenó se le dieran al hijo del Escribano, ya difun-
to, el cargo de su padre y unos tres mil trescientos treinta pesos.12
En 1673, el contador Alvarado y el tesorero Astudillo apuntaron al gobernador
Salazar: “…nombró por su asesor a Don Diego Martínez de Londoño su sobrino,
con salario y sueldo de un soldado ordinario de infantería en uno de septiembre de
1666 y los sirvió y tuvo el sueldo de tal siete años cumplidos…”, reclamando ade-
más la inmediata restitución del dinero.13
Otra de las denuncias a Salazar por parte de los Jueces Oficiales Reales detalla-
ba que cuando los funcionarios se negaron a pagarle sus salarios del erario real, el
Gobernador les respondió: “…que cuando no lo quisiésemos hacer que él era gober-
nador y se pagaría de su mano pues se hallaba gobernando y con poder absoluto y
que lo mismo era cobrar de estas cajas que las de Potosí…”.14

Que los indios sean libres y tratados como vasallos

Una de las premisas a las que debían responder los funcionarios encargados de
tomar los Juicios de Residencia apuntaba a la averiguación acerca del trato que
corregidores y otros funcionarios reales habían hecho de la población indígena.
Desde mediados del siglo XVI, más precisamente mediante la Real Cédula del 9 de
octubre de 1556, se dispuso que los encargados de pregonar la apertura del proceso
tuvieran especial cuidado en que esas noticias “…llegasen a conocimiento de los
indios para que pudieran pedir sus agravios con entera libertad…”. Además de la
utilización de lenguaraces hábiles que participaban no sólo de los pregones sino
también del levantamiento de las denuncias mismas, la práctica en algunos casos
incluyó el nombramiento de jueces indios.15
Como todos los individuos, también ellos eran objeto y sujeto de una justicia
distributiva, que otorgaba a las partes “…lo que le corresponde…” según su dere-
cho, según su posición en el orden social.16
Aun así, a la posibilidad de que los propios damnificados hicieran uso de la
facultad de denunciar en el Juicio de Residencia cualquier abuso, la figura del Pro-
tector de Naturales también tuvo un peso importante en el desarrollo de los proce-
sos. Pese a que en el Río de la Plata su intervención, así como la obligación de los

12
AGI, Escribanía 893. Residencia del gobernador Jacinto de Lariz, 1653.
13
AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
14 AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
15 MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre…, cit., p. 155.
16 BARRIERA, Darío “La ciudad y las varas: justicia, justicias y jurisdicciones (ss. XVI-XVII)”, en Revis-

ta de Historia del Derecho, núm. 31, 2003.


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Fieles y leales vasallos 55

corregidores y administradores de pueblos de indios, fue más bien tardía,17 desde


mediados del siglo XVII se hizo corriente su participación en las Residencias, como
cuando Clemente Rodríguez, protector de naturales, reclamaba en el juicio al gober-
nador Andrés de Robles por salarios adeudados a los chanás de la reducción de
Santo Domingo Soriano.18
En 1638 dio inicio el juicio al gobernador Pedro Esteban Dávila, tomado por el
Lic. Gaspar González Pavón, de la Audiencia de Charcas, quien dispuso, en relación
con la población indígena, que:

“…personas de satisfacción, y que hablen las lenguas de los indios […] de


las reducciones de Santiago del Baradero, el Bagual, el Caguané, la Laguna
y Santiago Tubichumaní [...] tomen declaración de esos indios y sus cura-
cas y se anoticien que Su Majestad ha venido a satisfacerles y hacerles jus-
ticia de los agravios y molestias y malos tratamientos que les hubiesen
hecho, hacienda, hijos, mujeres que les hubiesen quitado…”.19

Así, el curaca Domingo, acompañado de Martín Molota, Miguel Tucumbal y


Juan de Calquiguan, todos indios de Baradero, denunciaron que Antonio de Azpei-
tía, su corregidor, mandó “…traer a los mozos para que le errasen su ganado y le sir-
viesen como lo hizo con muchos de los indios…” sin abonarles nada por su trabajo.
Miguel, cacique principal de la reducción del Santiago del Baradero, declaró
que en tiempos en que Luis Fernández era su Corregidor, éste les hizo malos tratos
“…haciéndolos trabajar en el monte en hacer carbón y cortar madera…”. Incluso a
él mismo, cuando “…le pidió más tierra para su chacra, lo maltrató y tuvo preso”.20
Otras demandas fueron similares, como la que presentó Hernando Guabucaca,
cacique, junto a Pedro, “…indio sujeto a éste cacique…”; quejándose de que Barto-
lomé Pintos usó a él y otros en llevar unos caballos a Santa Fe, cortar maderas y
cañas, y sólo le pagó lo primero. Don Martín Caguané, “Cacique de los indios y
reducción caguanés, encomienda de Lorenzo Cobos y otros varios…” protestó por-
que algunos de sus indios fueron llevados a las obras de la cárcel del Cabildo y el
fuerte, apenas llegado el gobernador Dávila, quien les dio poca comida y no se pre-
ocupó durante todo su gobierno por proveerles doctrinante. Su corregidor, Antonio

17 Ese fue el argumento que esgrimió el capitán Alonso Pastor, aclarando que su título ni siquiera era

de Corregidor, sino de mero administrador y que nunca, desde la fundación de la ciudad, tales servidores
habían sido residenciados. AGI, Escribanía 894. A. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar,
1673. Falaz argumento que no impidió la prosecución del proceso pues, como describimos a continua-
ción, en la Residencia tomada al gobernador Pedro Dávila, se incluyó a los Corregidores de las reduccio-
nes vecinas.
18 AGI, Escribanía 897 C. Residencia del gobernador Andrés de Robles, 1679.
19 AGI, Escribanía 892 A. Residencia del gobernador Pedro Dávila, 1638.
20 AGI, Escribanía 892 A. Residencia del gobernador Pedro Dávila, 1638.
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56 Justicias y Fronteras

Gómez, sólo apareció para llevarse los indios a trabajar. Don Ignacio, cacique de la
reducción del Bagual, decía que sus indios trabajaron en las obras, aunque no se les
pagó todo su trabajo, y que no tienen iglesia, porque se les cayó.21
Algunos de los numerosos cargos por los que debió responder el conflictivo
gobernador Jacinto de Lariz en su Residencia sentenciada en 1659 incluyeron el no
haber hecho bautizar a los indios, “…ni haberles dado más doctrina que de hacer
carbón, cortar madera y leña y carretear [...] sin darles la paga de la ordenanza…”.22
En 1671, el gobernador Salazar, atento a la situación de los indios:

“…que al presente están situados en pueblo y reducción en el pago de la


magdalena, poco más o menos de dos leguas de esta ciudad y por ocasión
de las enfermedades y contagios de viruelas, de que han muerto muchos y
hoy se hallan convalecientes los que han quedado […] por falta de dispo-
sición necesaria del Ayudante Don Jacinto Garzón, quien los administra,
no habiéndolos hecho hacer sementeras de comunidad y particulares como
estaba dispuesto y permitiéndoles tener rodeos de caballos hasta cantidad
de mas de doscientos […] largándose por las chacras y estancias […]
matando los ganados , terneras y vacas lecheras y asimismo repartiéndolos
a su arbitrio…”.

Designó al Capitán Alonso Pastor23 con el encargo de que:

“…ponga remedio en los excesos referidos y especialmente en extinguir la


caballada dejando solamente la que juzgare tuviere por necesaria para que
los caciques, los viejos e impedidos puedan venir a esta ciudad y de ella a
su pueblo […] y de los producido de venta o truque de los caballos no nece-
sarios los reducirá a bueyes de arada y a los demás aperos de labran-
za…”.24

Cuando Salazar fue sometido a Residencia, en 1673, Pastor intentó eludir su


inclusión en el proceso, diciendo que era un mero administrador.
En 1674, el juez y sucesor de Salazar, Don Andrés de Robles, dispuso que
Joseph Jil Negrete, fuera el encargado de “…la pesquisa y sumaria de la residencia
que se ha fulminado contra los Alcaldes provinciales, de la Santa Hermandad.
Corregidores y administradores de los pueblos de indios y protector general de los

21
AGI, Escribanía 892 A. Residencia del gobernador Pedro Dávila, 1638.
22
AGI, Escribanía 1190. Sentencias del Consejo. Residencia del gobernador Jacinto de Lariz, 4 senten-
cias, 1659.
23 AGI, Escribanía 894 A. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
24 AGI, Escribanía 894 A. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
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Fieles y leales vasallos 57

naturales, hecha en los Pagos del Monte Grande, Conchas, Matanza, Luján y Mag-
dalena.”25
En el interrogatorio que se tomó a los curacas en ésta última Residencia, la pes-
quisa secreta incluyó preguntas acerca de si habían conocido o no a sus corregido-
res, si éstos los habían defendido, “…o si lo han dejado hacer por amistad u otro res-
pecto o dádivas de otras personas de donde los dichos naturales se han quedado
agraviados…”; si los hicieron rezar, media hora por la mañana y otra por la tarde; si
fomentaron los pueblos y sus sementeras; si les quitaron hijos o mujeres; si se han
valido de ellos contra su voluntad; si les han hecho pagar más tasa por las enco-
miendas o si les compraron sus frutos a menor precio.26
Don Martín Iquin cacique principal “…de la parcialidad y nación Quilme…”,
protestó porque el corregidor Don Jacinto Garzón, había cometido con él y su gente
distintos abusos: “…a los muchachos y muchachas que no querían acudir al rezado
con puntualidad, los azotaba…” y que había tenido poco cuidado en el fomento y
cuidado de las sementeras, que “…eran unos pedazos muy pequeños de maíz, que
no tenían ni para la mitad del año.” Que a él mismo le sacó un pedazo de tierra cul-
tivada, de lo que “…se sintió agraviado y recibió molestia [...] calló la boca y no
quiso hablar ni dar queja de miedo de los dichos […] por ser indio miserable y
recién traído a este pueblo y que por esa causa nunca sembró…”.
Incluso al mismo cacique le sacó un nieto, mandándolo a trabajar a una chacra
donde lo maltrataron y azotaron: “…no pagaron a dicho su nieto y que si le dieron
algo sería muy poco y no conforme a su trabajo por ser muchacho e incapaz…”.27
En la larga lista de quejas, denunciaron la utilización de indios para la siembra
y cosecha de alimentos que luego debían comprarle a él mismo, el encierro de gana-
do cimarrón en su propia estancia, insultos y maltratos físicos.
A Sebastián de Chuquisaca, indio ladino en lengua castellana y maestro zapa-
tero, propietario de una chacra, el alcalde Juan del Pozo y Silva lo obligó a pagar el
valor de tres fanegas de trigo que sus caballos habían comido del campo de Berna-
bé Gómez de Sossa. El chacarero protestó, afirmando que no fueron sólo sus caba-
llos: “…mas estos fueron acompañados con otros de otros vecinos entre quienes le
pidió este testigo se prorratease el daño y sin embargo de esta súplica, por ser indio
y persona miserable le mandó lo pagase como en efecto pagó él solo las dichas tres
fanegas…”.
En el mismo acto, aprovechó a denunciar al alcalde de la Santa Hermandad,
teniente Pedro de Saavedra, por el robo de unas cincuenta yeguas de vientre y trein-

25 AGI, Escribanía 894 A. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
26 AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
27 AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
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58 Justicias y Fronteras

ta mulas, “…y que como indio y sujeto miserable, se quedó sin sus yeguas ni
mulas…”.28
A veces los abusos eran denunciados por los propios encomenderos, como
cuando Don Juan Jerónimo de la Cruz, vecino feudatario, se quejó contra el Cap.
Diego Rodríguez, alcalde de la Santa Hermandad, por haber azotado cruelmente a
un indio de su servicio por unos caballos que habían destruido las sementeras de
Isabel Pimentel, esposa de Pantaleón Denis:

“…cogió al dicho indio Simón y lo llevó al corral de este declarante donde lo


mando desnudar y darle con dicho negro cantidad muy considerable de
Azotes, todo extrajudicialmente […] sin atender que el dicho indio no había
cometido ningún delito […] si hubiesen hecho daño no lo debía pagar el
indio , sino el dueño de los caballos, que era este testigo, con que quedó agra-
viado el miserable indio por haberlo hecho con mano de alcalde y también
con la seguridad de que no había de tener defensa bastante el dicho indio por
el Protector general de los naturales, que entonces lo era el Lic. Don Diego
Martínez de Londoño, que está ausente en los reinos de España, quien era
familiar amigo y padrino de casamiento de dicho Diego Rodríguez”.

Un testigo del hecho pretendió intervenir, ofreciendo un regalo de cincuenta


pesos a cambio de la suspensión del castigo “…a que le respondió el dicho Diego
Rodríguez que más quería azotarle y hacer su gusto que los cincuenta pesos…”.29
Joseph, indio de Santiago del Estero, se presentó quejándose contra el alcalde
de la Santa Hermandad Juan Ruiz de Ocaña, quien en 1671 lo apresó y le echó un
par de grillos, “…temiendo el que declara le sobreviniese alguna vejación o castigo
como indio miserable y que no tenía persona que fomentase su causa y defendiese
y ayudase, hizo fuga a la ciudad de Santa Fe […] dejando su mujer pobre desvalida,
sin mas amparo que el de Dios…”.
Esa circunstancia fue aprovechada por el Alcalde para sacar del campo de
Joseph unas diecisiete cabalgaduras.
Otras quejas presentadas en estos procesos, si bien tuvieron como protagonis-
tas a indios, deben ser consideradas como expresión de las pretensiones y protestas
de encomenderos, como las que son motivo de sentencia en la Residencia de Mendo
de la Cueva y Benavides, por haber capturado unos ciento sesenta indios en malo-
cas y “…en vez de reducirlos en la ciudad…” los esclavizó, reservándose él mismo
a siete de éstos. Los encomenderos protestaron por no haberlos repartido en concur-
so de opositores.30

28
AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
29
AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
30 AGI, Escribanía 1190. Residencias de Mendo de la Cueva y Benavides y Francisco de Avendaño,

gobernadores de Buenos Aires, 1658.


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Fieles y leales vasallos 59

A eso se refería Amador Báez de Alpoim, protector de naturales, cuando en la


Residencia al gobernador Cabrera, en 1647, afirmaba que lo que quería el Rey era
“…que los indios no sean esclavos ni sacados de su natural […] que los indios sean
libres y tratados como vasallos suyos…”.31
La ignorancia de sus derechos, así como de la propia mecánica de los Juicios de
Residencia, sumado al hecho de que, aún en la circunstancia de hallarse en la posi-
bilidad de hacer uso del derecho de queja, la posición de estos indios era absoluta-
mente mediada por su condición, y la connivencia de corregidores, jueces y curacas,
como lo advierte Mariluz Urquijo, observando que los corregidores lograban sola-
par sus culpas teniendo contentos con obsequios a los caciques, quienes “…también
por su parte hacen vejaciones y molestias a los indios, los cuáles en general no tie-
nen voluntad más que la de sus caciques.”32

Agraviadas, pobres y miserables

Otras querellas que aprovecharon la grieta que abría el Juicio de Residencia en el


orden político y social de la sociedad colonial fueron promovidas por mujeres.
Lariz fue acusado y condenado en la restitución de unos cuatrocientos pesos
por despojar con violencia a la viuda del tesorero Juan Vallejo, Petronila Cid Maldo-
nado, cuyo marido había sido desterrado y asesinado en Brasil por orden del polé-
mico Gobernador.33
En 1674, el Juez recibió la declaración de Micaela de Peralta, en el pago de
Luján. Esta mujer soltera de veinte años, quien vivía con su madre y hermanos
pobres en la estancia de Doña María de Carvajal, viuda del capitán Juan de Zacarí-
as, denunció al alcalde Juan de Peñalba, quien “…sin mostrar ningún papel ni dar
razón alguna cogió de la compañía de su madre a esta declarante y a dos hermanas
suyas nombradas María, que sería entonces de diez años y Mariana que tendría de
ocho a nueve años y a todas tres las llevó a la ciudad y puso en casa de Bernardino
de Ossa…”.
De ese lugar, su hermana María fue llevada a casa del capitán Juan Fernández
Guillén, Regidor Perpetuo, para su servicio. A María la depositó en casa del regidor
Joseph Rendón, sin más razón que porque vivía mal. Aunque Micaela logró volver
con su madre, Luisa de Peralta, “…viuda de Félix Gutiérrez, mujer pobre y misera-
ble…” siguió reclamando en la Residencia por sus hermanas menores:

“…por cuya razón y por ser injusta esta levada, se siente y tiene por agra-
viada por ser persona sumamente pobre y miserable, y que aunque caso

31 AGI, Escribanía 892 B. Residencia del gobernador Jerónimo Luis de Cabrera, Pieza 10, 1647.
32 MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre…, cit., p. 182.
33 AGI, Escribanía 893. Residencia del gobernador Jacinto de Lariz, 1653.
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60 Justicias y Fronteras

negado estuviera en mal estado, le dijeron a esta declarante muchas perso-


nas que no era este caso de los tocantes a la Santa Hermandad, ni de su
jurisdicción, sino de los ordinarios…”.34

Oficiales herreros, zapateros y carpinteros y sastres


con cuyos oficios se sustentan

Sobre la calidad de los testigos a los que el Juez debía aplicar un cuidadoso interro-
gatorio, las normas recomendaban que “…fuesen de distintas clases sociales, para
que así se tuviese noticia de la opinión de la mayoría de la población”,35 caballeros,
eclesiásticos, abogados y vecinos comunes. Así, en la Residencia tomada a Salazar,
la información secreta abarcó a cuarenta y dos individuos, desde miembros del
Cabildo, militares de distintos rangos –soldados reformados, capitanes, tenientes,
alféreces– un mercader, un pulpero, dos sastres y un platero.36
La provisión de mano de obra medianamente especializada en saberes técnicos
fue, desde la misma fundación de la ciudad, todo un problema. De hecho, uno de
los argumentos más efectivos para evitar la expulsión de un barbero, cirujano, car-
pintero o zapatero era la utilidad de sus servicios. Justamente, esos argumentos aflo-
raron en los Juicios de Residencia de manera reiterada.
Manuel González, herrero portugués, reclamó al gobernador Cabrera setecien-
tos ochenta y tres pesos por obras que le encargó, presentando al juicio un detalle
con valores de materiales y trabajo realizado en el “…reparo de la artillería y sus
cabalgamientos, planchadas, mantas, clavazón y cerraduras de los alojamientos del
fuerte y herraje que hizo para el bergantín.” Aunque Cabrera había comprometido
el pago con el situado que estaba pronto a llegar desde el Potosí, el Juez lo senten-
ció en el pago de esa suma, y que fuera él quien la cobrara de la plata pronta a lle-
gar a Buenos Aires. La decisión del Juez se basaba en el ruego desesperado del que-
rellante: “No tengo otras granjerías de que me sustentar…”.37
La expulsión de los vecinos portugueses en 1643 fue uno de los temas más rei-
terados en el Juicio de Residencia de Cabrera. Los portugueses de Buenos Aires
reaccionaron con dureza desde el mismo momento de publicado el decreto de
expulsión.38 La resistencia al extrañamiento vio aglutinar los esfuerzos de un seg-

34
AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
35
MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre…, cit., p. 175.
36 AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
37 AGI, Escribanía 892B. Residencia del gobernador Jerónimo Luis de Cabrera, Pieza 1, 1647.
38 Vale la pena advertir que en estos casos la categoría de extranjero es la clave del conflicto. Aunque

no ahondaremos en esa cuestión en este trabajo, advertimos del valor discursivo que la lealtad cobra en
estos testimonios y denuncias. Al respecto: TRUJILLO, Oscar “Facciones, parentesco y poder: la elite de
Buenos Aires y la rebelión de Portugal de 1640”, en YUN CASALILLA, Bartolomé –director– Las redes del
Imperio. Elites sociales en la articulación de la Monarquía Hispánica, 1492-1714, en prensa.
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Fieles y leales vasallos 61

mento más que significativo de la elite local: militares, clérigos, funcionarios y veci-
nos de orígenes más que beneméritos intentaron evitarlo, esgrimiendo su vecindad
adquirida, su lealtad a Felipe IV y hasta la utilidad de sus servicios. Y muchos acom-
pañaron como testigos a los portugueses que se presentaron –ya de nuevo en el
puerto– a la Residencia del Gobernador saliente.
Así reconocieron todos, que los portugueses siempre habían sido leales vasallos
del monarca castellano, y “…trabajan con más cuidado que otros [...] otros son ofi-
ciales herreros, zapateros y carpinteros y sastres con cuyos oficios se sustentan y
pasan con mucha cortedad porque esta tierra es muy pobre y corta por no tener
comercio ni saca de los frutos para ninguna parte…”.
Un zapatero portugués, Antonio Cuello, se presentó como testigo de un com-
patriota, Estacio Ultramachado, quien reclamaba del gobernador Cabrera unos qui-
nientos pesos por mal juzgado.39 En 1644 el Magistrado lo había multado en esa
suma por regresar a Buenos Aires después de su expulsión. Ambos, denunciante y
testigo, habían clandestinamente fugado desde Córdoba a Santa Fe. Cuello declaró
que había escapado de Córdoba porque, “…tenía necesidad de unos cueros de suela
para el gasto de su oficio [...] y porque en esta ciudad suele haberlos de los que bajan
del Paraguay [...] ni sabe que los demás de su nación que vienen a esta ciudad los
mueva otra cosa más que buscar la vida, porque en Córdoba están padeciendo mil
necesidades…”. Y que el Gobernador, en vez de encarcelarlo, “…debía estimar mi
venida [...] para dar y hacer de calzar a la gente de ella por no haber como no hay
ningún oficial zapatero…”.
Pedro Martín, oficial zapatero, vecino, morador, portugués, también se quejó
contra Cabrera, pues, “…con mano poderosa de tal gobernador que era me mandó
cerrase mi tienda y no trabajase sin más causa que haberme dicho que diese obra
fiada a los soldados y haber respondido yo que no tenía caudal para poderlo
hacer…” y mandó a un Sargento a vigilar que no trabajara o “…me metiese de cabe-
za en el cepo…”. Aunque logró salir de la cárcel, el Gobernador instruyó a los sol-
dados para que:

“…no me pagasen lo que me debían aunque ellos como hombres cristianos


no usaron de ello [...] gasté el poco caudal que tenía pues no tengo chacra
ni estancia ni más caudal que mi oficio […] soy hombre pobre, que me sus-
tento de mi trabajo honestamente y sin escándalo de nadie porque debía de
ser amparado y no vejado y molestado…”.

39 Habría que diferenciar, asunto que no es central en este trabajo, los reclamos que apuntaban a los

gobernadores como opresores que con mano tiránica se valían de su poder para sacar provecho de cual-
quier situación, a los reclamos como éste en el que el demandante acusaba al Gobernador de administrar
arbitraria o incorrectamente la justicia.
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62 Justicias y Fronteras

El Juez condenó a Cabrera con una multa de treinta pesos.40


En la Residencia tomada en 1673 al gobernador Salazar, un carpintero, Juan de
Buldain, logró que se dispusiera que aquel le pagara un salario de diez reales dia-
rios por su trabajo de diecinueve meses en las obras de la catedral.41
Otros artesanos, como Pedro de Acosta, Gonzalo González y Francisco de Espi-
noza, convocados como testigos en la residencia al gobernador Salazar, prefirieron
destacar el celo militar y el cuidado del funcionario en los aderezos militares del
puerto y excusarse de dar detalles relacionados con el tráfico de mercancías tolera-
do por el funcionario.42

Conclusiones

Más que medidas de neto corte administrativo, los Juicios de Residencia se consti-
tuyeron como herramientas claramente políticas en la compleja ingeniería de
gobierno de las Indias. Como símbolo de la concepción política de la Monarquía his-
pánica, las Residencias buscaron propagar la idea de una administración cohesiona-
da, a la vez que acercar a los súbditos la imagen de un Rey lejano, ausente, que
cobraba entidad en los procesos en los que el diálogo entre los agentes más subal-
ternos de la sociedad colonial y los preceptos del derecho indiano se hacían reali-
dad. “Lo que importaba no era el final del proceso, sino su iniciación” señala Tamar
Herzog, “…el hecho de que las residencias se publicaran y que todas y cada una de
las personas que vivían en la jurisdicción se llamasen a participar en ellas”,43 así
como el carácter universal de esa convocatoria, que incluía tanto a españoles como
a indígenas, a habitantes de la ciudad y del campo, aún cuando ocuparan lugares
distantes en el cuerpo de la Monarquía.
El cuadro analizado en este trabajo sólo presenta algunos segmentos de ese
riquísimo diálogo político que recorría el largo proceso inaugurado en las pesquisas
secretas; publicado en los interrogatorios públicos; dramatizado con cárceles,
embargos, destierros y multas y ¿finalizado? en las sentencias.
Al respecto, Durand Flores opinaba que:

“…al establecerse la residencia en Indias como norma general y obligato-


ria, alcanza en su desarrollo un punto principal. Si la residencia fue en su
origen un sistema jurídico de control que podía encasillarse dentro del
derecho administrativo, al establecerse como norma general y obligatoria
iba más allá, o mejor dicho tendía manifiestamente a ir más allá, hacia el

40 AGI, Escribanía 892 C. Residencia del gobernador Jerónimo Luis de Cabrera, Pieza 25, 1647.
41 AGI, Escribanía 895 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
42 AGI, Escribanía 895 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
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Fieles y leales vasallos 63

ejercicio de un derecho político poco desarrollado en la cultura occidental


cristiana: el derecho del pueblo de exigir cuantas a los gobernantes.”44

Aunque sea exagerado buscar rasgos democráticos en los Juicios de Residencia,


el carácter claramente político de esta institución es muy evidente. El monarca, o al
menos la voz que en el juicio lo representaba, aparecía así como “un poder arbitral
superior a quien se recurría para resolver conflictos domésticos entre poblaciones,
entre facciones urbanas, entre señores nobles, sabiendo sacar siempre buen partido
de eso”.45
Un vínculo de negociación y resistencia en el que las instituciones, los discur-
sos y las prácticas políticas mismas estaban inmersos en una pluralidad de poderes,
jurisdicciones, lenguajes y fuentes del poder.46
Esa negociación es la clave que explica la creación de autoridad y los Juicios de
Residencia, en su abigarrado y superpuesto desfile de actores y recursos, se consti-
tuyeron en una valiosa fuente para el estudio del gobierno colonial.

43
HERZOG, Tamar “La comunidad…”, cit., p. 180.
44
DURAND FLORES, Luis “El juicio…”, cit., p. 347.
45 GIL PUJOL, Xavier “Centralismo e localismo? Sobre as relações políticas e culturais entre capital e

territórios nas monarquias européias dos séculos XVII e XVII”, en Penélope, núm. 6, 1991, p. 127.
46 Al respecto ver RAMADA CURTO, Diogo “Notes on the history of European colonial law and legal

institutions”, extracto de Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno, Milan, 2005. Sobre
la configuración, GREENE, Jack Negotiated authorities. Essays in colonial political and constitutional history,
The University Press of Virginia, Charlottesville and London, 1994.
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Los párrocos como mediadores en las fronteras


del mundo colonial
Buenos Aires rural en el siglo XVIII

María Elena Barral

Introducción

Durante décadas los párrocos fueron los principales intermediarios en las zonas
rurales de Buenos Aires y este papel fue primordial para el control social a falta de
un poder policial bien organizado en la región. Poco antes de la Revolución de
Mayo, en el paisaje social de los parajes rurales pampeanos eran más comunes las
sotanas y las cruces que otros funcionarios policiales o judiciales. Frailes y sacerdo-
tes seculares, a través de variadas formas de intervención social, daban legitimidad
al estado colonial a partir de diversas prácticas. Actuaban como guardianes del
orden público y moral, como curanderos espirituales y a través de distinto tipo de
mediaciones se convirtieron en piezas clave del funcionamiento burocrático de la
Monarquía y de su sostén ideológico.1
Las instituciones eclesiásticas contaban con variados recursos que le permitie-
ron jugar este papel en la mediación social. Sus principales “operarios” –los párro-
cos o religiosos de distintas órdenes– se encontraban estratégicamente situados para
utilizar los recursos de la campaña con el fin de desempeñar un papel significativo
en los centros de poder urbanos. Su ubicación en la trama social de la ciudad les ser-
vía, a su vez, para sobresalir en la campaña. Además, eran parte de instituciones for-
males y desempeñaban roles de liderazgo y toma de decisiones asociados con ellos
y contaban en la mayoría de los casos con recursos materiales y vinculares. De modo
que estos eclesiásticos terminaron por conocer y practicar dos estilos culturales: el
de los claustros –impregnado, en parte, por el pensamiento ilustrado– y el de la
campaña, con sus costumbres y hábitos bastante alejados de las normas de civilidad
que se pretendían imponer como comportamientos esperables.

1 TAYLOR, William Ministros de lo Sagrado: sacerdotes y feligreses en el México del siglo XVIII, Colegio de

Michoacán-Secretaría de Gobernación-El Colegio de México, Zamora, Michoacán, 1999.


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66 Justicias y Fronteras

Otros recursos que potenciaban su mediación social –capacidades judiciales,


sacramentos, cofradías, fiestas y celebraciones– procedían de la propia naturaleza
de las instituciones eclesiásticas. Estas formas de intervención específicas los dife-
renciaba de otros mediadores y sumaban más condiciones para intervenir en los
procesos de articulación social. Es en este sentido que las formas de actuación de los
eclesiásticos pueden examinarse como las de unos intermediarios especializados que
contaban con conocimientos y experiencias que sus feligreses no tenían.2
Los sacramentos de la Iglesia y su apropiación por parte de las feligresías exce-
dían ampliamente el terreno religioso y se convirtieron en medios para obtener fines
menos devotos. En particular el bautismo era el “ingreso” a la sociedad. Y también
la vía para la construcción un tipo de relación de gran importancia en las socieda-
des tradicionales: el compadrazgo.
¡Qué decir acerca de la importancia de la iglesia del pueblo! En el apoyo y obe-
diencia que los feligreses pudieran brindar a su párroco tenía mucha importancia lo
que éste hiciera por la belleza del templo y la organización de las ceremonias reli-
giosas. Su gestión podía jerarquizar devociones, al ser el encargado de divulgar la
capacidad milagrosa de los santos, redundando en fama, en limosnas, en promesas
y en recursos para la Iglesia, y también para los vecinos principales del partido. El
templo –con su campanario, atrio y cementerio– e instituciones como las cofradías,
fueron elementos simbólicos de gran potencia para la formación de un sentimiento
de pertenencia a la localidad y de una identidad local.

De este papel de la Iglesia como mediadora en la campaña bonaerense trata este


trabajo: del modo en que organizó sus variadas intervenciones y de algunos de los
instrumentos, prácticas o instituciones de los que se valió.3 También busca mostrar
algunos de los cambios que experimentaron los eclesiásticos en relación con este
papel de mediación social en los años posrevolucionarios.
El clero de estos años ya no era el mismo que aquel del período tardocolonial.
Una serie de transformaciones que se operaron desde la década revolucionaria ubi-
caban a los eclesiásticos en una nueva posición. Eran menos, habían perdido recur-
sos –patrimonio territorial e institucional y fueros– y debían obedecer a un estado
en construcción que centralizaba las instituciones eclesiásticas y las fiscalizaba más
y más. En ese nuevo escenario dispuesto por las reformas rivadavianas debían
actuar nuevos roles, compartir –y disputar– los primeros planos con noveles figuras

2 Puede verse HESPANHA, António Manuel Vísperas del Leviatán. Instituciones y poder político (Portu-

gal, siglo XVII), Taurus Humanidades, Madrid, 1989 y WINDLER, Christian “Mediando relaciones, redes
sociales y cambio político a finales del Antiguo Régimen”, en Hispania, LVIII/2, núm. 199, 1998, pp. 559-
574.
3 Un análisis en profundidad sobre las formas de intermediación de la Iglesia en la campaña bonae-

rense puede verse en BARRAL, María Elena De sotanas por la pampa. Religión y sociedad en Buenos Aires
rural tardocolonial, Prometeo, Buenos Aires, 2007.
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Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 67

seculares en ascenso o interpretar dignos papeles secundarios. Estas difíciles adap-


taciones modificaron su papel de intermediarios y, con frecuencia, fueron acusados
de “fomentar partidos”. Algunas de las herramientas que maniobraban para garan-
tizar el orden social en la época colonial se encontrarían en otras manos en los años
posrevolucionarios.

Las distintas vías de la mediación

La propiedad de la tierra y las estructuras eclesiásticas


Uno de los supuestos más extendidos en relación con el papel de la Iglesia en las
sociedades agrarias de Antiguo Régimen, y también presente en la historiografía de
Hispanoamérica colonial, considera la centralidad de su carácter de gran propieta-
ria de tierras, situación de la que se deduce su poder e influencia social. Si bien esta
afirmación difícilmente pueda ser cuestionada, para la campaña bonaerense debe
ser, al menos, matizada. El estudio de las propiedades eclesiásticas mostró, en coin-
cidencia con otros trabajos, que sus formas de inserción patrimonial en la región fue-
ron complejas y variadas, y que compartió los rasgos básicos de la estructura agra-
ria regional donde la gran propiedad ganadera constituía solamente una de sus
modalidades y no la más habitual.4 Ciertamente, si en la campaña hubo un “gran
propietario” durante el período colonial, fue la Compañía de Jesús.5 Al momento de
su expulsión y habiendo vendido parte de sus propiedades, poseían el mayor volu-
men de tierras. Y si bien aún no se ha estudiado en profundidad el destino de los
bienes rurales de los jesuitas, lo que sí puede afirmarse es que ninguna de las otras
órdenes religiosas ni el clero secular se benefició de ellos y hasta en algunos casos,
como el de los betlemitas, la experiencia jesuita parece haber desalentado la acumu-
lación de tierras.6 En la campaña de Buenos Aires luego de la expulsión de los jesui-

4 HALPERIN DONGHI, Tulio “Una estancia en la campaña de Buenos Aires. Fontezuelas 1753-1809”,

en FLORESCANO, Enrique –compilador– Haciendas, latifundios y plantaciones en América Latina, Siglo XXI,
México, 1975, pp. 447-463; MAYO, Carlos Los Betlemitas en Buenos Aires. Convento, economía y sociedad.
1748-1822, Publicaciones de la Excma. Diputación Provincial de Sevilla, Sevilla, 1991; MAYO, Carlos y
FERNÁNDEZ, Ángela “Anatomía de la estancia colonial bonaerense (1750-1810)”, en FRADKIN, Raúl
–compilador– La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos (I), CEAL, Bue-
nos Aires, 1993, pp. 67-81; “Anatomía de la estancia eclesiástica”, en Estudios-Investigaciones, núm. 22, La
Plata, 1995, pp. 9-17. FRADKIN, Raúl “Producción y arrendamiento en Buenos Aires: la Hacienda de la
Chacarita, 1779-1784”, en Cuadernos de Historia Regional, núm. 15, UNLu, 1992, pp. 67-98; BARRAL, María
Elena Sociedad, Iglesia y Religión en el mundo rural bonaerense, 1770-1810, Tesis doctoral, Universidad Pablo
de Olavide, Sevilla, 2001.
5 CUSHNER, Nicholas Jesuit Ranches and the Agrarian Development of Colonial Argentina, 1650-1767,

State University of New York, Albany, 1983.


6 MAYO, Carlos Los Betlemitas…, cit.
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68 Justicias y Fronteras

tas las instituciones eclesiásticas se encontraban en retroceso como propietarias de


tierras. Del mismo modo las propiedades rurales de las órdenes religiosas y de las
parroquias compartirían con las “laicas” un patrón diversificado en cuanto al acce-
so a la mano de obra, así como también el recurso permanente al arrendamiento de
parte de sus tierras.7
El panorama reconstruido acerca de las características de las propiedades ecle-
siásticas en la campaña de Buenos Aires puso de relieve la necesidad de indagar
sobre otras formas de influencia de la Iglesia más allá de la propiedad de la tierra y
de la conformación de establecimientos agropecuarios, sobre todo en un área de
frontera abierta donde el acceso a la tierra y a los recursos no constituían para esta
época las preocupaciones centrales. Ello habilitó un enfoque que atendió a la impor-
tancia de otro tipo de capitales –inmateriales– y a complementar, en el estudio de los
procesos de articulación social, distintos aspectos: potencial económico, redes de
relaciones, saber institucionalizado y recursos del poder institucional.
El despliegue de las estructuras eclesiásticas –donde las parroquias tendrían un
protagonismo casi absoluto– en la campaña bonaerense puede ser visto como una
de las vías privilegiadas de intervención social de la Iglesia en la región, debido a su
centralidad en el proceso de construcción de un orden institucional rural, al menos
en sus etapas iniciales.8 Este proceso comenzó con la instalación de las primeras
parroquias rurales en 1730 y se continuó durante el siglo subsiguiente con la multi-
plicación de sus sedes en el interior de la antigua frontera y, más lentamente, en las
áreas de la nueva frontera.
Estas primeras parroquias fijaron sus sedes en los oratorios de algunas de las
familias “principales” de cada poblado en formación en capillas particulares y en
algunos casos en otras estructuras preexistentes –las reducciones de indios de Bara-
dero y Quilmes–9 que quedaron bajo la jurisdicción de las parroquias más cercanas.

7 Un rasgo peculiar de los establecimientos eclesiásticos se vincula con ciertos “gastos fijos”, erogacio-

nes que indefectiblemente debían llevarse a cabo, como por ejemplo todo lo relativo a mantenimiento del
culto, del claustro y de las capillas. Independientemente de cómo fuera la marcha de los establecimien-
tos productivos, necesitaban comprar y vender, por lo tanto la relación con el mercado presentaba carac-
terísticas diferentes a aquellas que pudieron establecer con él otros productores que podían especular con
los precios, almacenar, comprar la producción a sus arrendatarios u otros pequeños productores. Del
mismo modo contaban con ingresos regulares que también tenían que ver con la naturaleza de la insti-
tución: limosnas o el pago de servicios religiosos.
8 BARRAL, María Elena “Parroquias rurales, clero y población en Buenos Aires durante la primera

mitad del siglo XIX”, en Anuario del IEHS, núm. 20, UNICEN-IEHS, Tandil, 2005, pp. 359-388; BARRAL,
María Elena y FRADKIN, Raúl “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder institucional
en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emi-
lio Ravignani”, núm. 27, Buenos Aires, 2005, pp. 7-48.
9 Antes de 1730 sólo se habían desarrollado experiencias en Baradero y Quilmes y hacia mediados del

siglo XVIII los jesuitas intentaron instalar –sin éxito en cuanto a su perdurabilidad– la reducción de la
Purísima Concepción en la Ensenada de Samborombón y, bastante más al sur, las misiones de Nuestra
Señora del Pilar y de los Desamparados.
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Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 69

El mayor despliegue de las estructuras eclesiásticas se verifica en 1780 cuando se


sumaron nueve parroquias, tres de las cuales ya eran viceparroquias, completándo-
se el cuadro de quince parroquias para toda la campaña. Desde 1806 comenzó la
incorporación de algunos fuertes de la línea de frontera –que contaban con capilla y
capellán castrense– a la estructura diocesana como parroquias o viceparroquias.
Este proceso se consolidó en 1825 cuando todos los fuertes de la antigua frontera se
transformaron en parroquias o viceparroquias.
Resumiendo, las estructuras parroquiales sufrieron modificaciones importantes
a lo largo del siglo XVIII y las dos primeras décadas del XIX. En términos cuantita-
tivos, entre las décadas de 1780 y 1820 se duplicaron. Sin embargo, el ritmo de este
incremento no fue homogéneo en las distintas zonas de la campaña. La red parro-
quial empezó a consolidarse en la zona de más temprana colonización en las últi-
mas décadas del siglo XVIII, pero hacia 1820 las distintas regiones en el interior de
la vieja frontera contenían estructuras eclesiásticas en proporciones similares.
Avanzando el siglo XIX, la situación se modificaría sustancialmente por, al
menos, dos procesos convergentes y asociados entre sí: la preponderancia que asu-
mió la presencia de las estructuras de poder institucional judicial y militar y sus
agentes –es decir, la construcción del estado provincial– y la declinación de la
importancia de las instituciones eclesiásticas y la reformulación que –acerca de su
papel en el orden social– se haría desde el estado provincial a partir de la década de
1820.

Los eclesiásticos y sus formas de intervención social


El servicio espiritual en estas parroquias se había nutrido hasta 1822 de un hetero-
géneo conjunto de eclesiásticos. Esta diversidad tenía que ver con que unos eran
seculares y otros regulares; algunos eran clérigos particulares –ordenados a título de
capellanía– y por lo tanto no se encontraban ligados a ninguna parroquia en parti-
cular y otros habían accedido a las órdenes mayores a través del servicio en alguna
parroquia de la región, entre muchas de las situaciones en las que podemos encon-
trarlos. Sin embargo, dentro de este conjunto diverso un grupo se reconocía cada
vez con mayor nitidez desde los primeros años del siglo XIX: los frailes francisca-
nos, mercedarios y dominicos. Seculares y regulares prestaban servicios religiosos
en las parroquias aunque sus funciones eran diferenciadas: los curas diocesanos
mandaban y los frailes obedecían o los sustituían en sus ausencias. Entre 1819 y
1821, los últimos prácticamente igualaron a los sacerdotes seculares. Esta situación
se modificaría con las reformas rivadavianas al sustraer a un número importante de
frailes con la supresión de algunas casas de regulares.10 Si bien algunos de ellos se

10 Aún no se han estudiado en profundidad los efectos de las medidas que buscaban favorecer las

secularizaciones de los religiosos en el sentido de evaluar su incorporación al servicio de las parroquias.


Pese a ello, nuestros datos cuantitativos muestran una merma importante del contingente eclesiástico
luego de las reformas.
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70 Justicias y Fronteras

secularizaron, esto no parece haber tenido un impacto significativo en las parro-


quias rurales.
El panorama se puso más difícil para los religiosos a partir de 1822. Los frailes
fueron el blanco de las reformas eclesiásticas. Con ellas se eliminaba la autoridad de
los superiores provinciales y sujetaba a las comunidades a la autoridad del prelado
de la diócesis. Los conventos debían reunir entre dieciséis y treinta religiosos y si
esta norma no era acatada el estado confiscaba sus bienes. Las parroquias rurales
bonaerenses sentirían el impacto de estas medidas.
Junto a estas disposiciones, que sustrajeron buena parte del contingente clerical
que prestaba servicios en las parroquias rurales, desde 1810 se dieron otras transfor-
maciones que contribuyeron a la disminución de la población eclesiástica. Los cam-
bios que se cristalizaron a partir de la Revolución abrieron nuevos espacios de des-
arrollo profesional para los jóvenes que en otra época hubieran optado por el sacer-
docio, como los cuerpos de milicias o los medios intelectuales que dejaban de ser,
gradualmente, patrimonio exclusivo del mundo eclesiástico.
Al comparar la evolución de las estructuras de poder institucional eclesiásticas
y a su personal con las estructuras y agentes de poder judicial/policial y
militar/miliciana resulta evidente que durante las décadas centrales del siglo XVIII
la presencia eclesiástica fue preponderante y la designación de alcaldes de Herman-
dad siguió los pasos trazados por la estructura parroquial.11 En este sentido, la
estructura parroquial adquirió un papel fundante en el armado institucional en la
campaña. Sin embargo, hemos podido corroborar que en los años posrevoluciona-
rios hubo un muy leve aumento de las sedes eclesiásticas y, al mismo tiempo, un
estancamiento del número de curas que debían hacer cumplir los preceptos a una
población rural en constante y rápido crecimiento. Si hasta 1816 el personal que en
la campaña integraba la estructura eclesiástica, por un lado, y la judicial-policial,
por el otro, tenían magnitudes prácticamente idénticas, desde entonces la situación
se modificaría radicalmente dada la enorme ampliación de la última –y más tarde,
mucho más la de la red militar y miliciana– y el estancamiento del personal eclesiás-
tico. Ello sugiere que la capacidad de acción de la estructura eclesiástica pudo verse
seriamente limitada y no es improbable que esta situación haya influido en los com-
portamientos de la población
Pocos o muchos, los párrocos tenían algunas funciones intransferibles como
asegurar que sus feligresías cumplieran con la Iglesia. Ello imponía el recuento
anual de almas que fiscalizaba el cumplimiento del precepto anual de la comunión,
preferentemente durante la Cuaresma. Con este fin confeccionaban una matrícula,
indicando el cumplimiento o incumplimiento de dicho precepto por parte de sus
feligreses. Los obispos conocían a su clero y sabían que para llegar a conformar una

11 BARRAL, María Elena y FRADKIN, Raúl, “Los pueblos…”, cit.


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Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 71

feligresía obediente era necesario que los propios eclesiásticos comprendieran la


importancia de esta tarea y la llevaran a cabo eficientemente. A principios del siglo
XIX, el obispo Lué y Riega, durante su visita a la diócesis, aún consideraba conve-
niente precisar la forma en que debía confeccionarse el Libro de matrícula. “No hay
persona que por su calidad o empleo esté exenta de la matrícula” expresaba el Pre-
lado en las instrucciones a los párrocos. Las parroquias se planteaban con un centro
de atracción y control de la feligresía y en esta dirección –señalada de manera par-
ticular desde el Concilio de Trento– los párrocos debían procurar que la población
se aglutinara en torno a ellas. Sin embargo –adivinando la corta masividad de las
respuestas– al mismo tiempo se organizaron estrategias pastorales que obligaban a
los párrocos a “buscar” a sus feligreses. La coerción moral ejercida por los párrocos
no siempre ni por todos fue atendida, por lo cual la Iglesia organizó otros dispositi-
vos para llegar a aquella porción de la población que no respondía a las campana-
das de los templos: los colegios de misioneros y las misiones interiores fueron algu-
nas de estas experiencias alternativas.
Estas misiones, con antecedentes en Europa desde el siglo XVII, han sido con-
sideradas una de las manifestaciones más importantes de la ofensiva pastoral pos-
tridentina e interpretadas como intervenciones pastorales extraordinarias, de mar-
cado carácter pedagógico, orientadas a reorganizar la vida de las comunidades y a
operar en el ámbito de la conciencia, fundamentalmente por medio de la predica-
ción y de la confesión.12 Los obispos las solicitaban para determinadas áreas que
consideraban desatendidas, para encontrar solución a determinados episodios con-
flictivos y para “desterrar vicios públicos” y “reformar las costumbres” a través de
la predicación, de las comuniones y las confesiones generales.
Durante el período borbónico las misiones interiores constituyeron una prácti-
ca que, habiendo sido inaugurada en la región por los jesuitas, cobraba renovada
vigencia gracias a los nuevos colegios de misioneros establecidos en región: el Hos-
picio o Colegio de Misioneros de San Ramón de Las Conchas de los mercedarios y
el Colegio franciscano de Propaganda Fide de San Carlos de Carcarañá en Santa Fe.
Obispos, cabildos y párrocos encontraron en la acción de los misioneros res-
puestas a diferentes problemas: los prelados apelaron a ellas como un instrumento
de pacificación, los cabildos las veían como una herramienta para el ordenamiento
de la vida rural y los párrocos encontraban en los misioneros una ayuda para llevar
a cabo las más básicas de sus tareas pastorales.

12 CHÂTELLIER, Louis La religion des pauvres. Les missions rurales en Europe et la formation du catholicis-

me moderne XVIe-XIXe, Aubier, Paris 1993; PALOMO DEL BARRIO, Federico Fazer dos campos escolas exce-
lentes: los jesuitas de Evora, la misión interior y el disciplinamiento social en la época confesional (1551-1630),
Tesis Doctoral, IUE, Florencia, 2000; RICO CALLADO, Francisco Las misiones interiores en la España de los
siglos XVII-XVIII, Tesis Doctoral Universidad de Alicante, 2001 y “La teatralidad en la predicación barro-
ca: las misiones populares en la España de los siglos XVII-XVIII”, en ALCALÁ ZAMORA, José y BELEN-
GUER, José –coordinadores– Calderón de la Barca y la España del Barroco, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, Madrid, 2001, Vol. 1, pp. 549-563.
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72 Justicias y Fronteras

Desde estas mismas parroquias, algunos eclesiásticos –párrocos, tenientes de


cura o clérigos particulares– se desempeñaron como maestros de primeras letras.
Sin embargo, la intervención de las instituciones eclesiásticas y la religión en el
ámbito de la educación se desarrolló en, al menos, tres niveles: la gestión y la ense-
ñanza elemental, los contenidos y materiales a través de los que se llevaría a cabo y
los fundamentos ideológicos del propósito civilizatorio que se estaban impulsando.
Los obispos alentaban la creación de escuelas encomendando a los párrocos la
dirección y fiscalización de estos establecimientos y desde el último cuarto del siglo
XVIII se incrementaron las experiencias de creación de escuelas promovidas desde
las autoridades civiles y eclesiásticas.
Si hasta inicios del siglo XIX las iniciativas para crear escuelas podían partir
tanto de los obispos, los cabildos –de Luján y de Buenos Aires– o de los notables
locales –benefactores primero de los templos y luego de las escuelas– luego de la
Revolución de Mayo se dio un importante impulso a la instrucción elemental a tra-
vés de la acción del gobernador intendente Manuel Luis de Oliden quien empezaba
a ser conocido por su política de disciplinamiento de los trabajadores rurales, uno
de cuyos instrumentos más eficaces fue la papeleta de conchabo.
En el ámbito educativo Oliden había ordenado la redacción de un reglamento
a dos conocidos preceptores. Uno de ellos era el párroco de Luján, Francisco Arge-
rich, quien ya había acumulado méritos fuera de su ministerio al participar en 1813
como diputado en la Asamblea legislativa. Este reglamento establecía como patro-
nos de las escuelas a los Santos Niños Justo y Pastor, quienes debían servir como
ejemplo para alcanzar la verdadera sabiduría. Otros modelos más cercanos, de pro-
bidad, justicia, moderación y policía debían ser los preceptores. Dentro del plan de
estudios se destacaban como contenidos la doctrina católica así como la introduc-
ción de conceptos básicos en relación con el origen y objeto de la sociedad, los dere-
chos del hombre y sobre la agricultura. Curas y alcaldes –en el ámbito de la educa-
ción elemental como cada vez más en otros campos– compartían obligaciones: eran
los responsables de exigir a los pobladores que sus hijos asistieran a las escuelas y
los encargados de evaluar cada dos meses los progresos de los niños en un ritual
que se hacía en un lugar público –probablemente la iglesia o la plaza–, donde podí-
an exhibir sus funciones de “jefes locales”. Asimismo, se fijaron las normas para el
funcionamiento de las Juntas Protectoras, destinadas a la promoción y vigilancia de
la educación elemental. Estas comisiones estaban integradas por el cura del pueblo,
el alcalde y un vecino “de probidad” y tuvieron en sus manos las tareas de contra-
lor de la enseñanza y de control sobre las familias para que enviaran a sus hijos a las
escuelas.13

13 ZURETTI, Juan Carlos La enseñanza y el Cabildo de Buenos Aires, FECIC, Buenos Aires, 1984.
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Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 73

De esta manera, a partir de la gestión de Oliden, aumentaba el número de


escuelas de primeras letras y aunque esto se explique a partir del impulso llevado a
cabo desde las autoridades civiles, los párrocos siguieron cumpliendo un papel des-
tacado en la gestión de estos establecimientos y la enseñanza de la religión siguió
ocupando un lugar central en el conjunto de los contenidos que allí se impartían.
Así, se utilizaron las estructuras parroquiales, a los párrocos y a parte de los mate-
riales para las escuelas que se estaban empleando desde años anteriores, para imple-
mentar una educación elemental.
La presencia de la Iglesia no se limitaba a las ocupaciones de los eclesiásticos en
la gestión, promoción y ejercicio de la educación elemental. Los maestros debían,
entre sus principales funciones, comunicar la doctrina cristiana, preparar a los niños
para recibir los sacramentos y acompañarlos a misa.14 La Novísima Recopilación de
Leyes de Indias –leyes Primera y Segunda– precisaba que los maestros debían ser exa-
minados en doctrina cristiana por los párrocos y advertía sobre la importancia de
una buena selección de los libros con los que los niños empezaran a leer. Según estas
leyes debían suprimirse las “…fábulas frías, historias mal formuladas y discusiones
indiscretas sin lenguaje puro, ni máximas sólidas…” ya que estos materiales dege-
neraban el gusto de los niños quienes, además, “…se acostumbran a locuciones
impropias, a credulidades nocivas y a muchos vicios trascendentales de toda la
vida”. Los materiales básicos para la enseñanza elemental utilizados en las escuelas
rurales bonaerenses –cartillas y catones– desbordaban de contenidos religiosos.15 A
través de estos textos se buscaba formar fieles devotos y obedientes súbditos-ciuda-
danos y homogeneizar las expresiones de religiosidad de una población que debía
adoptar un nuevo modo de ser.
Los párrocos eran los capellanes de las cofradías que se fueron erigiendo en las
parroquias rurales de Buenos Aires, la mayoría de ellas dedicadas a las “Animas
Benditas del Purgatorio”. Según las constituciones, las juntas de cofradías no podí-
an verificarse en ausencia del capellán. Hacia 1803 la mitad de las parroquias de la
campaña de Buenos Aires contaba con cofradías. No es un detalle que fuesen los
partidos de antiguo asentamiento y muchas de las primeras estructuras eclesiásticas
establecidas en la región y con largas administraciones de sus párrocos las que lle-
garon a principios del siglo XIX con un grupo de laicos organizados. Los párrocos
pudieron ver en los cofrades un grupo de auxiliares dedicados a la administración

14 NEWLAND, Carlos BUENOS AIRES NO ES PAMPA: la educación elemental porteña, 1820-1860, Grupo

Editorial Latinoamericano, Buenos Aires, 1992.


15 Uno de ellos era el Tratado de las Obligaciones del Hombre adoptado por el Cabildo y aprobado en 1810

por la primera Junta Revolucionaria. Otro texto utilizado era el Catón Cristiano y Catecismo de la Doctrina
Cristiana dedicado a San Casiano; ambos en MAILLÉ, Augusto –coordinador– La Revolución de Mayo a tra-
vés de los impresos de la época, Buenos Aires, 1966, Tomo IV, pp. 1-152 y 357-430. BARRAL, María Elena
“Disciplina y civilidad en el mundo rural de Buenos Aires a fines de la colonia”, en Jahrbuch für Geschich-
te Lateinamerikas, Universität Hamburg, núm. 44, 2007, pp. 135-156.
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74 Justicias y Fronteras

de las tierras “de la virgen” o “del santo”, a bautizar subconditione o en caso de nece-
sidad, a aumentar en ocasiones las arcas parroquiales a través de sus limosnas y
donaciones, a trabajar en el arreglo de los templos o a subsidiar actividades festivas
en los tiempos fuertes del año litúrgico.
Para los cofrades se trataba de un espacio con distintos significados, entre los
que resalta el acompañamiento colectivo en el trance de la muerte asistiendo al her-
mano en una buena muerte.16 Aseguraban una asistencia básica, un número fijo de
misas y la decencia en los actos fúnebres. Y sobre todo garantizaban unos sufragios
complementarios ante la posibilidad de unos albaceas algo distraídos a la hora de
organizar –y solventar– las exequias. Se trataba de una de las piezas clave de la
sociabilidad mortuoria tradicional que había inaugurado Trento.
Pero sus obligaciones no se limitaban a atender las urgencias en el momento del
fallecimiento de algún hermano. Durante todo el año organizaban y participaban en
distintas funciones religiosas. Los cofrades debían asistir los domingos a la explica-
ción de la Doctrina Cristiana y rezo del rosario; el lunes por la mañana a la Misa
solemne con vigilia que costeaba la Hermandad que concluía con la procesión de
Ánimas y el viernes por la tarde al vía crucis. También ocupaban un papel destaca-
do en las distintas celebraciones y fiestas de la comunidad, como la Pascua, el Cor-
pus o las fiestas patronales y en sus propios aniversarios. En el Aniversario de las
benditas ánimas –al que precedía un novenario– celebraban una misa solemne de
réquiem con ministros y vigilia que concluía con una procesión “…que ordenada en
la Iglesia se ha de encaminar al cementerio y de allí volver distribuyendo en el cami-
no responsos y oraciones que prescribe la Iglesia Nuestra Madre”.17
A juzgar por todas estas responsabilidades en la piedad comunitaria, es proba-
ble que las cofradías y los cofrades encarnaran, en teoría, un modelo de concordia
de cara a los vecinos, como se ha planteado para otras zonas de Iberoamérica.18 Sin
embargo, más a menudo encontramos a los hermanos involucrados en algunas dis-
putas que los situaron en posiciones enfrentadas y, al mismo tiempo, hemos podido
verificar que las cofradías sirvieron como espacios de sociabilidad y de pertenencia
de los “vecinos principales” –se requería para su acceso el requisito de limpieza de
sangre– quienes encontraban en estas hermandades espacios –entre otros ámbitos e
instituciones que servían a este propósito– para su construcción como el sector de
los notables locales.

16 MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás Contrarreforma y religiosidad popular en Cantabria. Las cofradías reli-

giosas, Universidad de Cantabria, Santander, 1990.


17 Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, Argentina (en adelante, AHPBA) 13-1-

3-48, f. 35.
18 MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás Contrarreforma…, cit., TAYLOR, William Ministros…, cit; CAR-

MAGNANI, Marcello El regreso de los dioses. El proceso de reconstitución de la identidad étnica en Oaxaca,
Siglos XVII y XVIII, FCE, México, 1993, entre otros trabajos.
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Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 75

Lo que también se desprende de algunos de nuestros análisis es que este tipo


de vínculos –sus lazos de hermandad– no determinaron a los cofrades automática-
mente el sentido de la acción y más bien se presentaron como recursos, entre otros
posibles, a los cuales acudir en el desarrollo de sus estrategias individuales, familia-
res o grupales. Estas comprobaciones han permitido pensar los vínculos sociales
despojados de “…la sensación de seguridad y tranquilidad epistémica brindada por
las estructuras y los contextos estáticos” –como plantea Barriera–19 y considerar este
tipo de lazos, más bien, como fruto de la negociación de los actores sociales y de los
márgenes de acción de las personas y en sus capacidades tanto de construcción
como de sostenimiento de las ambivalencias más cotidianas.
Al parecer estas hermandades se construyeron en nuestra región en una conso-
nancia mayor al espíritu de Trento que sus equivalentes peninsulares, novohispanas
o andinas, ya sea por su funcionalidad en la organización de la subsistencia y repro-
ducción comunitarias como en el tipo de funciones “infrajudiciales” que desempe-
ñaron.20
En el caso de Nueva España (Jalisco), por ejemplo, las cofradías cobraron cre-
ciente importancia a medida que declinaban otras instituciones comunitarias. Pro-
gresivamente estas instituciones se convirtieron en centros de sentimientos comuni-
tarios desplazando, inclusive, a las parroquias y, en el contexto de escasez de tierras,
aumento de población, sequías y hambrunas, funcionaron como bienes de la comu-
nidad y colaboraban en el pago del tributo o de los costos de los litigios por tierras.21
Más hacia el sur, en Oaxaca, Carmagnani22 ha caracterizado a las cofradías colonia-
les “…como organizaciones estrechamente vinculadas con la dinámica económica y
social territorial…”, participando de una articulación positiva con las tendencias
regionales.
Tomás Mantecón Movellán23 ha estudiado el papel que asumieron las cofradí-
as religiosas como instancias extrajudiciales en la resolución de conflictos en Canta-
bria. Se trataba de una dimensión de la confraternidad que abría un “escape a la
jurisdicción ordinaria” por medio de mediaciones en conflictos concretos –“escán-
dalos públicos” de índole moral o cuestiones que afectaban al colectivo de vecinos–

19 BARRIERA, Darío “Por el camino de la historia política: hacia una historia política configuracional”,

en Secuencia, Nueva época, núm. 53, mayo-agosto de 2002, p. 189.


20 Sobre la noción de infrajudicialidad e infrajusticia véase MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás “El

peso de la infrajudicialidad en el control del crimen”, en Etudis: Revista de Historia Moderna, núm. 28, Uni-
versidad de Valencia, 2002.
21 TAYLOR, William Ministros…, cit.
22 CARMAGNANI, Marcello El regreso…, cit. p. 137.
23 MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás Contrarreforma…, cit.; “La capacidad del clero secular para apa-

ciguar las disputas entre los campesinos montañeses del siglo XVIII”, en MARTÍNEZ RUIZ, Enrique y
SUÁREZ GRIMÓN, Vicente –editores– Iglesia y sociedad en el Antiguo Régimen, Universidad de Las Pal-
mas, Las Palmas, 1994, pp. 149-156.
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76 Justicias y Fronteras

tendentes a reequilibrar del orden que se sumaban a su acción pacificadora “regu-


lar” proporcionada a través de la organización de los ciclos festivos anuales.
En los casos señalados de Nueva España y Cantabria las hermandades suma-
ron una serie de papeles de los que, al parecer, carecían las cofradías bonaerenses
que conservaban funciones sobre todo religiosas al tiempo que se presentaron como
ámbitos de construcción de las elites rurales. Es probable que, en este sentido, bus-
caran espejar un modelo de comunidad ideal no conflictivo y participativo en el
ritual religioso frente al conjunto de la población del partido.
Si no hemos verificado las funciones extrajudiciales de las cofradías sí, en cam-
bio, hemos constatado las capacidades judiciales otorgadas a los párrocos quienes
ejercieron la justicia eclesiástica dentro del confesionario y fuera de él.24 Para corre-
gir y castigar los pecados que sus feligreses les confesaban protegidos por la celosía
del confesionario sólo necesitaban la licencia otorgada –y renovada oportunamen-
te– por el obispo. En cambio, para intervenir en asuntos del fuero externo, los párro-
cos debían ser nombrados jueces eclesiásticos. Como tales era su obligación proce-
der ante “delitos públicos y escandalosos”. La definición misma de “escándalo”
como incitación al pecado pone de relieve la permeabilidad entre los ámbitos civi-
les y religiosos, en una época donde delito y pecado también se confundían.25 En
palabras de Bartolomé Clavero: “Lo que no hay es una religión por una parte res-
pecto a la que se definan los pecados y un derecho por otra en cuya relación se deter-
minen los delitos. Tampoco existe una potestad eclesiástica de un lado establecien-
do los pecados y una política de otro haciendo lo propio con los delitos.”26 En estos
delitos “públicos y escandalosos”, los jueces eclesiásticos estaban facultados para
amonestar y corregir a los acusados y para pedir el auxilio de las autoridades civi-
les si la situación lo requería. Pero también los alcaldes de los partidos rurales debí-
an “celar y evitar los pecados públicos y las ofensas a Dios”.
Así, se iba configurando la dupla local cura-alcalde. Y también sus funciones se
equiparaban. Mientras que a los jueces eclesiásticos se los privaba progresivamente
de algunas de sus capacidades judiciales –del mismo modo que sucedió con otras
competencias durante el reformismo borbónico–, el número de alcaldes –también en
forma paulatina– se incrementaba. La confluencia entre la política borbónica y el
despliegue de instituciones y autoridades civiles generaba una pugna creciente
entre los curas y los alcaldes, que se replicaría –y agudizaría– en las décadas

24 BARRAL, María Elena “‘Fuera y dentro del confesionario’. Los párrocos rurales de Buenos Aires

como jueces eclesiásticos a fines del período colonial”, en Quinto Sol. Revista de Historia Regional, Año 7,
núm. 7, REUN/ EdUNLPam, 2003, pp. 11-36.
25 Se puede ver al respecto TOMÁS Y VALIENTE, Francisco et ál. Sexo barroco y otras transgresiones,

Alianza, Madrid, 1990.


26 CLAVERO, Bartolomé “Delito y pecado. Noción y escala de transgresiones”, en TOMÁS y VALIEN-

TE, Francisco et ál. Sexo barroco…, cit., p. 65.


Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 77

Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 77

siguientes en las distintas versiones que asumiría esta pareja (gradualmente más
desigual conforme se desplegaban las otras estructuras de poder institucional –no
eclesiásticas– en la campaña).
En los últimos años del siglo XVIII los jueces eclesiásticos vieron restringidas
algunas de sus funciones. Mientras en sus procedimientos sobre el control matrimo-
nial se les exigían más y más trámites, su capacidad de juzgar en este ámbito se
redujo a tareas, sobre todo, de tipo administrativo. De otras competencias, directa-
mente, fueron expulsados como en todo lo relativo a ejecuciones de testamentos y
en las demandas vinculadas a capellanías. No obstante, varios de los litigios tienen
como principales acusados precisamente a estas otras autoridades del lugar. Como
sucedió en Nueva España, la reducción de las capacidades judiciales de los curas no
significó que sus tareas se circunscribieran exclusivamente al ámbito sacramental.
Como plantea Taylor27 al analizar la arquidiócesis de México y la diócesis de Gua-
dalajara, la función judicial del clero podía constituir una importante fuente de
poder y no siempre los párrocos aceptaron que se estrechara su autoridad como jue-
ces. Las atribuciones que mantuvieron se dirigieron en forma privilegiada a fiscali-
zar las acciones de sus competidores en el ejercicio del poder institucional en el
plano local. Pese a las resistencias, los párrocos fueron cada vez menos jueces for-
males del fuero externo frente a sus feligreses, al tiempo que eran desaforados y
sometidos a los tribunales reales. Esta supresión del fuero, concretada por Rivada-
via, suponía la eliminación de los privilegios estamentales de acuerdo con lo que
debía ser, al menos en teoría, una sociedad de iguales.
Por último, el derecho de asilo28 fue otra de las esferas que, con mayor determi-
nación desde las reformas borbónicas, se restringió en el ejercicio de la justicia ecle-
siástica. Sin embargo, aún las iglesias que habían perdido la inmunidad continua-
ban siendo lugares sagrados, con jurisdicción eclesiástica plena y las fuerzas del
orden no podían ingresar en ellas en búsqueda de los inculpados sin previo permi-
so otorgado por las autoridades eclesiásticas. Es poco probable que la antigua prác-
tica del “asilo en sagrado”, fuera desterrada sin dificultades. Hasta las reformas bor-
bónicas y en algunas regiones después, las iglesias, sus atrios y cementerios consti-
tuyeron espacios de congregación comunal y no pocas revueltas y motines en los
Andes, en México o en el Río de la Plata se iniciaron en estos sitios y al toque de las
campanas. Aún cuando los párrocos fueran cuestionados, e inclusive el blanco de
los ataques, estos espacios fueron el lugar simbólico desde donde se hacía valer la

27
TAYLOR, William, Ministros…, cit.
28
El “asilo en sagrado” era una institución de clemencia administrada por los titulares de las parro-
quias inmunes o frías, un derecho que tenían “…ciertos delincuentes que se refugian en las iglesias para
estar bajo el amparo de ella, y hacerse acreedores por el beneficio de la inmunidad a una pena más mode-
rada”. Estas iglesias frías no podían ser violadas por la autoridad civil y era el párroco quien mediaba en
la extracción de quienes allí se asilaran. DONOSO, Justo Manual del párroco americano, Librería de Rosa y
Bouret, París, 1869, p. 84.
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78 Justicias y Fronteras

fuerza de la comunidad constituyendo en ocasiones la “arena política” donde se


decidían algunas de las formas de acción colectiva y los sitios de repliegue y lucha
en enfrentamientos violentos.29

Ser un buen párroco entre dos siglos

En las últimas décadas coloniales “ser un buen párroco” tenía un significado preci-
so. Los párrocos debían consagrarse a sus deberes pastorales. Así se planteaba tanto
en Nueva España como en las lejanas tierras pampeanas. En sus relaciones de méri-
tos y servicios se enumeraron de modo singular algunas acciones: la construcción y
reconstrucción de iglesias, la fundación de escuelas o el patrocinio de cofradías. Al
describir “en acción” a los párrocos novohispanos del período borbónico Taylor30
destaca las virtudes de la caridad, la paciencia, la obediencia, la moderación, el cui-
dado pastoral, la instrucción en la doctrina (y por lo tanto su papel de maestro más
que de juez). Un buen párroco debía actuar como un padre protector, afable y gene-
roso en sus buenas obras. Por el contrario, se condenaba en ellos la avaricia, la
embriaguez, el atuendo inapropiado, la incontinencia sexual, la ira excesiva o el
ausentismo de la parroquia.
Las autoridades eclesiásticas y civiles de Buenos Aires no diferían de las mexi-
canas en cuanto a las expectativas acerca de un correcto ejercicio del ministerio
parroquial. Aún en las periferias del imperio español se esperaban el mismo tipo de
acciones de los párrocos y también aquí el sacerdote era un importante recurso para
las feligresías.
Lo que exhibían los eclesiásticos como méritos y servicios, lo que destacaban las
autoridades civiles y eclesiásticas priorizaba las virtudes de la caridad, la generosi-
dad y el resguardo de la paz y la armonía. Todas estas “obras” redundaron en la
ampliación y brillo de sus curriculum y de sus carreras profesionales, al mismo
tiempo que favorecieron su construcción como líderes comunitarios.
Unos los pretendían más civilizadores; otros reclamaban “operarios” dedica-
dos exclusivamente a labrar sus sementeras espirituales. Y estas labores –las más
básicas de la cura de almas– no resultaron nada sencillas. En no pocas temporadas
las cosechas fueron magras. Había que convertir a los pobladores de la campaña en
feligreses, confesionalizarlos, reunirlos “bajo cruz y campana”, en otras palabras:

29 Pueden verse TAYLOR, William Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas,

FCE, México, 1987; SALA I VILA, Núria “Algunas reflexiones sobre el papel jugado por la Iglesia y el bajo
clero en las parroquias de indios en Perú (1784-1812)”, en RAMOS, Gabriela La venida del reino. Religión,
evangelización y cultura en América. Siglos XVI-XX, CBC, Cusco, 1994, pp. 339-362; VAN YOUNG, Eric La
Otra Rebelión, FCE, México, 2006.
30 TAYLOR, William Ministros…, cit.
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Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 79

lograr que cumplieran con los preceptos básicos que la Iglesia prescribía. Confesio-
nalizarlos.
¿Qué pedían los feligreses? En primer lugar la asistencia religiosa a través de
los sacramentos. Como mínimo, los párrocos debían celebrar misa los domingos y
festivos y no dejar morir a nadie sin sacramentos.31 Unos sacramentos en cuyo cobro
nunca debían excederse, ni ser tiránicos. Se esperaba que el pastor de almas contri-
buyera a la pacificación del vecindario, a su adelantamiento, que evitara las enemis-
tades y mantuviera a su feligresía en armonía. Un buen párroco debía garantizar el
orden social.
Su papel de mediación iba a revestirse de nuevos significados desde comienzos
del siglo XIX. Ser un buen párroco implicaba nuevos compromisos. Así, las acciones
de los eclesiásticos durante las invasiones inglesas se sumaron a los servicios resalta-
dos en sus curriculum. Estos acontecimientos se presentaban como oportunidades
inmejorables para demostrar el vasallaje, la obediencia y, cada vez más, el patriotis-
mo. En este tipo de coyunturas comenzaba a asomar el liderazgo de algunos párro-
cos movilizando a la feligresía en defensa de la religión y de la patria. Pocos años
más tarde, la Revolución y las guerras de independencia, al tiempo que encumbra-
ban a algunos y abrían carreras políticas para otros, obligaron a los párrocos a
enfrentarse con parte de su feligresía, les exigieron que tomaran partido. Y apren-
dieron a hacerlo.
En el contexto de las guerras de la independencia las referencias a la religión
legitimaban las acciones de unos y otros. Sus protagonistas insistían en la dimensión
religiosa de la empresa. Algunas interpretaciones han tomado en serio estas expre-
siones y se han llegado a plantear la guerra de la independencia como una “guerra
religiosa.”32 Así era definida tanto por la participación del clero como por los instru-
mentos intelectuales que la Iglesia y la religión proporcionaron a los combatientes.

31 Pueden verse los estudios de SAAVEDRA, Pegerto La vida cotidiana en la Galicia del Antiguo Régimen,

Crítica, Barcelona, 1994; MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás Contrarreforma…, cit. y “La capacidad…”.
Para la campaña de Buenos Aires: BARRAL, María Elena “¿‘Voces vagas e infundadas’? Los vecinos de
Pilar y el ejercicio del ministerio parroquial, a fines del siglo XVIII”, en Sociedad y Religión, núm. 20-21,
CEIL-PIETTE/CONICET, 2002, pp. 71-106 y DI STEFANO, Roberto “Pastores de rústicos rebaños. Cura
de almas y mundo rural en la cultura ilustrada rioplatense”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina
y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 22, 2000, pp. 7-32.
32 DEMÉLAS-BOHY, Marie-Danielle “La guerra religiosa como modelo”, en GUERRA, François-

Xavier –compilador– Las revoluciones hispánicas: independencias americanas y liberalismo español, Complu-
tense, Madrid, 1995, pp. 143-164.
33 Cabe mencionar que a nivel de las jurisdicciones eclesiásticas cada ruptura política significó una

desarticulación territorial. Luego de la muerte del obispo Lue y Riega en 1812 el gobierno de la diócesis
quedó en manos de un provisor hasta 1832 cuando se restablecieron las relaciones con Roma y se desig-
nó a un obispo residencial de Buenos Aires. Los sucesivos gobiernos revolucionarios no renunciaron al
ejercicio del patronato y ensayaron distintos modos de relacionarse con las autoridades eclesiásticas y de
reglamentar la vida de la Iglesia según las exigencias de cada etapa. Durante este período las ordenacio-
nes disminuían –aunque esta merma se verificaba antes de la Revolución– y los sacerdotes envejecían y
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80 Justicias y Fronteras

A la crisis institucional, provocada por la revolución y la guerra,33 le continuó


el programa reformista rivadaviano que se proponía convertir las instituciones ecle-
siásticas en un segmento del estado en formación e implicó la expropiación de
recursos económicos eclesiásticos orientada por esa misma política de centralización
de sus instituciones, de desamortización de los recursos y la eliminación de los fue-
ros.34 Estos años resultaron decisivos en el cambio del perfil de los párrocos.
Si el lugar de la Iglesia y de los párrocos estaba cambiando, también lo estaban
haciendo las áreas rurales de Buenos Aires. Durante las tres primeras décadas del
siglo su población había crecido a un ritmo mayor que la de la ciudad de Buenos
Aires y a lo largo de 1830 la superó. Si entre 1780 y 1833 la población se multiplicó
por siete, el área ocupada aumentó unas seis veces en el mismo período.35
En este contexto, el cuadro de las parroquias rurales no se había modificado
sustancialmente desde los primeros años del siglo XIX y el número de eclesiásticos
se redujo a la mitad en los primeros años de la década de 1820. Las reformas riva-
davianas modificaron el número y la composición del clero rural. En términos de
cantidad de agentes el retroceso de la Iglesia era incontrastable. Y además las estruc-
turas, instituciones y el personal eclesiástico se encontraban cada vez más ligados a
un estado que los centralizaba, subordinaba y fiscalizaba. Como parte de las mismas
reformas rivadavianas se multiplicaban las autoridades no religiosas. Los párrocos
se vieron rodeados, en el ámbito local, de nuevas autoridades –como los jueces de
paz– que acumulaban protagonismo y con quienes entraban en competencia y dis-
putaban los espacios de mediación social.
Estas experiencias harían que el clero de Buenos Aires de fines de la década de
1820 ya no fuera el mismo que aquel del período tardocolonial. Estos cambios que
se operaron desde la década revolucionaria –e incluso antes– ubicaban a los eclesiás-
ticos en una nueva posición. El papel de “funcionario” que les había otorgado el
nuevo orden rivadaviano y la necesidad de pelear por un espacio de liderazgo

morían. Otros habían sido declarados enemigos de la Revolución y, por tanto, arrestados y confinados.
Por su parte, las instituciones donde se formaban los futuros sacerdotes –como el seminario– tuvieron
trayectorias poco continuadas y el número de alumnos que convocaban era escaso, por lo que algunos
jóvenes decidían formarse y ordenarse en diócesis vecinas.
34 DI STEFANO, Roberto y ZANATTA, Loris Historia de la Iglesia Argentina, Grijalbo-Mondadori, Bue-

nos Aires, 2000.


35 Entre 1780 y 1833 el espacio sobre el cual se desplegaba la sociedad criolla creció unas seis veces

pasando de unos 30.000 km2 a unos 180.000 km2; la población rural, por su parte, pasó de unos 13.000 a
unos 90.000 habitantes. GARAVAGLIA, Juan Carlos Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agra-
ria de la campaña bonaerense, 1700-1830, Ediciones de la Flor-IEHS-Universidad Pablo de Olavide, Buenos
Aires, 1999.
36 BARRAL, María Elena “Ministerio parroquial, conflictividad y politización: algunos cambios y per-

manencias del clero rural de Buenos Aires luego de la revolución e independencia”, en AYROLO, Valen-
tina –compiladora– Estudios sobre clero iberoamericano, entre la independencia y el Estado-Nación, CEPIHA-
UNSA, Salta, 2006, pp. 153-178.
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Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 81

comunitario hasta entonces fuera de discusión, redefinieron su politización.36 De tal


manera, al sumarse a la lucha facciosa que a fines de la década de 1820 agitaba la
campaña, el clero parroquial perdió en buena medida su capacidad para garantizar
el orden.
Varios conflictos en los que se ven involucrados algunos párrocos hacia fines de
la década de 1820 permiten mirar ese nuevo lugar.37 Un lugar inestable y sujeto a las
contingencias de la vida política de los pueblos bonaerenses. Algo de lo que podría
dar fe Julián Faramiñán, el párroco de la Guardia de Luján, destituido en 1828 por
el Juez de Paz del partido y un grupo de vecinos principales y, emplazado (en cua-
tro horas) a abandonar el partido. O podría dar testimonio del mismo Francisco de
Paula Robles –en la vereda opuesta en cuanto a sus alianzas y adhesiones– acusado
de “simpatizar con los anarquistas” en 1829 y de generar conductas anárquicas en
sus feligreses, y sobre todo en sus feligresas (a quienes alentaba a que se separaran
de sus maridos…).
Estos conflictos se encuentran atravesados por una preocupación central: la
labor del párroco en la preservación del orden social. Faramiñán en la Guardia de
Luján era acusado de “…concitar partidos y fomentar rivalidades…”, de desquiciar
“…el buen orden social de esta Guardia…” y de propiciar reuniones clandestinas en
contra de las autoridades. A Robles en Chascomús, se le adjudicaba “…una conduc-
ta no sólo irregular sino criminal como ciudadano y como párroco”.
La campaña había cambiado y la vida política también. La vida política había
incorporado nuevas figuras y también nuevos recursos: representaciones escritas,
tumultos, la prensa, los levantamientos, un nuevo tipo de faccionalismo. Los párro-
cos intervenían en ella sin disimulo –de un bando u otro, como Robles o Faramiñán–
disputando espacios de poder, calificando sus acciones y descalificando las de sus
enemigos con el repertorio ideológico de la época. Un aspecto que se había modifi-
cado profundamente era el modo de zanjar los conflictos.
Hacia fines del siglo XVIII los feligreses podían opinar sobre la conveniencia de
tal o cual candidato a párroco, aunque acataban los procedimientos para la designa-
ción de las autoridades. Los párrocos y sus feligreses organizaban mutuamente sus
relaciones entre la tolerancia y la imposición de límites. Los primeros flexibilizaban
la normativa eclesiástica para llevar a cabo una pastoral posible y los segundos hací-
an lo propio: si el párroco los trataba dignamente, éstos disculpaban –y aún com-
prendían– sus debilidades mundanas y frecuentes incontinencias sexuales. Algunas
décadas más tarde todo consenso parecía quebrantado y los feligreses pedían cada
vez menos de lo que los párrocos conservaban de sus funciones religiosas: la misa
dominical en condiciones decentes o asistencia espiritual en la última hora, una
buena muerte. Las instituciones eclesiásticas ya no contaban con demasiados recur-
sos materiales que ofrecer y eran testigos –y en ocasiones, parte– de la construcción

37 BARRAL, María Elena “Ministerio…”, cit.


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82 Justicias y Fronteras

de una nueva legitimidad política y de la creación de unos instrumentos intelectua-


les que ahora se nutrían no solamente de la religión.
Los párrocos –junto a las instituciones eclesiásticas y la religión– también for-
maban parte del repertorio de recursos disponibles para la lucha política. A todos
ellos era posible encontrarlos en las representaciones o tumultos, en los levanta-
mientos, en la prensa, en el púlpito. Sin embargo, el espacio de la mediación social
contaba con nuevos protagonistas, como los jueces de paz, con quienes los párrocos
deberían negociar acuerdos de convivencia.

Los rituales de reconciliación

Veamos un ejemplo de este desplazamiento a través de la práctica de los rituales de


reconciliación. Se trata de un tipo de práctica administrada por los eclesiásticos en
tiempos coloniales y que se iría alejando de esta gestión hasta pasar a manos de las
autoridades políticas de inicios de la década de 1830.
En la época colonial una de las formas que asumieron estos rituales fue el “Ser-
món de los enemigos”. Esta ceremonia, llevada a cabo durante las “misiones inte-
riores” que recorrieron la campaña bonaerense y otras zonas de la diócesis durante
el siglo XVIII,38 se presentaba como un dispositivo de pacificación de las comunida-
des rurales.
El fin principal de las misiones se orientaba a la confesión y comunión general:
convertir pecadores a penitencia. Era la oportunidad para ganar Santos Jubileos o
indulgencia plenaria, aunque para ello era necesario prepararse, por lo que duran-
te varios días tenían lugar los sermones, doctrinas y penitencias. Los frailes, que
partían en estas “apostólicas expediciones” desde el Colegio de Propaganda Fide de
San Carlos de Carcarañá prevenían a propósito de las confesiones:

“…que en estos tres o cuatro primeros días no vengan a confesarse: lo uno


porque ya se sabe que en tiempo de misión todos hacen confesión general
o de toda vida si nunca la han hecho, o al menos desde la última confesión
general bien hecha, lo cual no se hace bien de repente, sino que es preciso
tomarse tiempo, lo otro que para ganar los Santos Jubileos es preciso oír
primero algunas Doctrinas y Sermones y, últimamente porque con la expli-
cación de las pretendidas doctrinas que serán sobre la Confesión, tanto
general, recibirán mucha luz para examinar mejor sus conciencias.” 39

38 Las primeras experiencias estuvieron en manos de los jesuitas y luego fueron practicadas por mer-

cedarios y franciscanos. En este caso se trata de las misiones realizadas por los franciscanos del Colegio
de Propaganda Fide de San Carlos de Carcarañá, quienes recorrieron toda la diócesis entre 1788 y 1793,
lo cual demuestra que fue una práctica sistemática.
39 “Ceremonial de las misiones del Colegio Apostólico de San Carlos del Carcarañal. Año 1792”, en

Nuevo Mundo, Instituto Teológico Francisco Fr. Luis Bolaños, 2002-2003, núm. 3-4, pp. 102.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 83

Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 83

Una de las formas de preparar las confesiones era el “Sermón de los enemigos”:
un ritual de reconciliación entre aquellas personas que se hallaban enemistadas. Los
estudios sobre las misiones interiores en la Península Ibérica señalan este ritual
como uno de los momentos más fuertes que tenía lugar los días de la misión porque
suponía una preparación individual y comunitaria para la confesión y la comunión
general. Era concebido como parte de una batería de dispositivos para que los cora-
zones enemistados pudieran vencer el odio por las afrentas recibidas y por ello era
considerado como la máxima expresión de caridad. Este tipo de prácticas peniten-
ciales, revestidas de una fuerte carga afectiva y de un carácter espectacular, busca-
ban corregir “desviaciones notorias”.40
Si en otras regiones se llevaba a cabo de forma pública y se organizaba como un
gran espectáculo en el cual los misioneros se presentaban como ejemplos de arre-
pentimiento y reconciliación pública (y, por lo tanto, iniciaban el acto del “Perdón
de los enemigos”), los testimonios con que contamos para Buenos Aires muestran
algo diferente. Los religiosos, al pautar esta práctica, buscaban evitar que los parti-
cipantes pidieran el perdón en público con distintos argumentos: “…por la gran
confusión y alboroto que ocasiona el buscarse unos a otros en la Iglesia…”, “…por-
que si la ofensa que se han hecho es oculta, no están obligados a dar pública satis-
facción…” y “…porque nos exponíamos a que el perdón se hiciere de ceremonia y
no de corazón”. Por ello establecía pasos muy prolijos para este ejercicio de la recon-
ciliación entre vecinos: “…el que hubiese injuriado u ofendido a alguna persona, irá
a buscar a su casa (o carreta) y en llegando dirá ‘La Paz de Dios sea en esta casa y
responderán de adentro, Amen’”. 41 Luego pediría perdón y el que lo recibía debe-
ría decir:

“‘Yo le perdono, para que Dios me perdone; y si lo he ofendido en algo,


perdóneme también por amor de Dios’. Luego, si son Hombre, o Mujer, y
Mujer o Marido y Mujer, se abrazarán y si gustan pueden conversar un rato
indiferentemente pero no hay que hacer a conversación las cosas que oca-
sionaron los disgustos, no hay que decir: ‘Ud. tuvo la culpa, yo tenía
razón’. Nada. Conversen (o platiquen) sobre otros asuntos y olviden para
siempre sus sentimientos.” 42

Estas recomendaciones de los frailes pueden estar señalando la introducción,


desde las intenciones de los frailes, de una piedad interior y más austera, a tono –en
definitiva– con el combate ilustrado que se estaba llevando a cabo desde algunos

40 CHÂTELLIER, Louis La religion des pauvres…, cit.; PALOMO DEL BARRIO, Federico Fazer dos cam-

pos…, cit.; RICO CALLADO, Francisco Las misiones…, cit. y “La teatralidad…”, cit.
41 “Ceremonial de las misiones...”, cit., pp. 117-118. Destacado en el original.
42 “Ceremonial de las misiones...”, cit., p. 118. Destacado en el original.
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84 Justicias y Fronteras

grupos contra las formas de la religiosidad de tipo barroco. Al mismo tiempo mues-
tran la tensión existente entre esa piedad barroca y una conciencia que se pretendía
ilustrada.
Durante la década de 1820, con la disminución y casi desaparición del clero
regular estas misiones –en manos de religiosos– dejaron de realizarse y recién se
retomaron a lo largo de la década de 1830 cuando, bajo el rosismo, se restauraba la
orden dominica y se recibía nuevamente a los jesuitas. En ausencia de los religiosos,
no obstante, se encontraron sustitutos para los rituales de reconciliación. Las carac-
terísticas que éstos asumirían dan cuenta del nuevo lugar que las instituciones ecle-
siásticas ocupaban en la sociedad, de las cambiantes relaciones que los poderes
gubernamentales establecían con la Iglesia y del papel que, en este contexto, desem-
peñaban los párrocos.
En la década de 1820, luego de las reformas de Rivadavia, se acudiría a los Ejer-
cicios Espirituales cuando era necesario intervenir en algún conflicto que trascendía
los límites de las comunidades. El provisor de la diócesis, José León Banegas –a falta
de obispo desde 1812, cuando falleció Lue y Riega– promovía la reconciliación entre
las partes enfrentadas y suministraba una “data” o tanda de estos ejercicios (que
duraban entre una semana y diez días), organizados por un Director Espiritual asis-
tido, a su vez, por beatas. Según hemos podido comprobar, en algunos casos se tras-
ladaban a los pueblos de la campaña para realizar la “data”.
Este procedimiento puede verificarse en el conflicto mencionado que involucró
al párroco Julián Faramiñán en 1828. El provisor Banegas se había dirigido al cura-
to para investigar “por sí mismo” el conflicto entre el cura y el juez de paz y allí
ordenó la data de Ejercicios a fin de pacificar los ánimos. Un testimonio de los veci-
nos precisaba esta función de los Ejercicios: “…me consta que habiendo tenido este
pueblo la felicidad de presentarse el Director Suárez con unas siervas de Dios a dar
Ejercicios que realmente los necesitaba este pueblo por las muchas desavenencias y
escaso de un buen pastor”.43
Esta tanda de Ejercicios Espirituales incluía un acto de reconciliación que debió
llevarse a cabo ya que el eclesiástico solicitaba la certificación de la misma al Provi-
sor y Gobernador del Obispado:

“Don Julián Faramiñán cura interino de la Guardia de Luján ante VS con el


debido respeto dice que para los fines que le convengan se ha de servir VS
certificar a continuación de este pedimento si es cierto que hallándose VS
en mi curato por el mes de abril del corriente año, el Juez de Paz Don.
Julián Solveyra se reconcilió conmigo y Don. Francisco González ante VS y

43 Archivo General de la Nación, Buenos Aires (en adelante AGN) X-15-3-1. Testimonio de Francisco

Gutiérrez.
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Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 85

el Dr. Don Miguel Suárez protestando amistad y desistiendo de las quejas


que contra mi había dado al Superior Gobierno acerca de las dispensas de
matrimonio y derechos de estos que había yo exigido quedando los acusa-
dos satisfechos de no haberme excedido en los derechos exigidos y por
tanto. A VS suplico se digne así certificarlo por ser de justicia que imploro.”

El Provisor certificó la reconciliación testimoniando que:

“…fue llamado una noche al cuarto del Rector Don Miguel Ignacio Suárez
acompañado del finado Don Francisco González, el cura Don Julián Fara-
miñán y [encontró] a un individuo que arrodillándose delante del que cer-
tifica le pedía perdón con demostraciones tan patéticas que afectando viva-
mente trató luego de levantarlo de la actitud en que se hallaba y al verifi-
carlo conoció era el Juez de Paz Don Julián Solveyra que solicitaba recon-
ciliarse con el cura Don Julián Faramiñán y Don Francisco González lo que
se verificó protestándose recíprocamente la cordialidad de sus afectos y el
olvido de las disensiones anteriores.”44

En este episodio el Director de los Ejercicios Espirituales –Miguel Ignacio Suá-


rez– era un eclesiástico aunque ya no se trataba de un religioso, sus asistentes eran
beatas45 y la máxima autoridad del obispado era el Provisor. Estas modificaciones
muestran las transformaciones a las que hacíamos referencia en relación con las ins-
tituciones eclesiásticas: la supresión de los conventos de regulares y con ella la des-
aparición de algunas de las prácticas que desarrollaban como las misiones interio-
res, sustituidas al parecer por la data de Ejercicios Espirituales. El Perdón de los ene-
migos, por su parte, era sustituido un acto de reconciliación entre las partes menos
formalizado, aunque con características similares. Y además el párroco se encontra-
ba en el centro de la disputa.
Pese a estas intervenciones, la paz no llegaba ni a la Guardia de Luján ni a
Luján. Es evidente que se trataba de conflictos que no sólo involucraban a personas

44
AGN, X-15-3-1.
45
La Casa de Ejercicios Espirituales fundada por María Antonia de Paz y Figueroa continuaba des-
arrollando sus actividades en este período. En la etapa rivadaviana vivían en la casa 31 mujeres beatas y
16 “niñas pobres” y eran constantes las quejas por parte de las autoridades acerca de la falta de reglas en
aquella casa. Agradezco este dato a Alicia Fraschina, pueden verse los trabajos de la autora acerca de la
fundación y desarrollo de la Casa de Ejercicios Espirituales durante la época colonial y la continuidad
que supuso para la espiritualidad ignaciana. FRASCHINA, Alicia “Limitando la eficacia del Real Decre-
to: María Antomia de Paz y Figueroa, beata de la Compañía, 1730-1799”, en CICERCHIA, Ricardo –edi-
tor– Identidades, género y ciudadanía. Procesos históricos y cambio social en contextos multiculturales en Améri-
ca latina, ABYA-YALA, Quito, 2005, pp. 139-168.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 86

86 Justicias y Fronteras

sino también a grupos y que sus motivos tampoco eran solamente personales. Los
tumultos en zona no eran nuevos.46 Muchos de los protagonistas reaparecerían a lo
largo de la década, en su mayoría alineados del mismo modo, en las mismas faccio-
nes y muchos de los argumentos para descalificar a los adversarios se reeditaban.
Hacia 1831 en la Villa de Luján volvían a enfrentarse el Juez de Paz y el párro-
co a propósito de la negativa del eclesiástico de sacar a la Virgen de Luján en proce-
sión el último día de una novena que había sido organizada para pedirle por el cese
de la seca y para lo cual se habían recolectado limosnas. Más allá de los motivos de
unos y otros merece resaltarse que el mediador ahora era Galván, el Subinspector de
Campaña. Sus argumentos en esta mediación revelan parte de los cambios entre la
Iglesia y los poderes políticos que mencionaba más arriba. Su principal crítica al
Juez de Paz atendía a haberse dirigido al diocesano “…cometiendo el exceso de
abrogarse atribuciones peculiares del Gobierno en quien reside el Patronato de las
Iglesias y la protección del culto católico”. Del párroco prácticamente se burlaba por
su “impopularidad” y falta de manejo de la situación. Conforme con su mediación,
Galván expresaba que “…ambos recibieron y, debo asegurar, que ambos confesaron
simultáneamente su error y prometieron que en lo sucesivo estaban ciertos se enten-
derían mejor en cualquier ocurrencia…”, aunque admitió que “…en mis primeros
pasos dudé de la reconciliación”. Pese a ello se marchaba de la Villa de Luján con la
satisfacción del deber cumplido e incluso manifestó: “esta tarde he paseado y visi-
tado algunas casas con los dos”.47 Se trataba de un tipo de demostración pública de
concordia que acentuaría en una nueva intervención que debió realizar algunos días
después a pocos kilómetros de la Villa: en la Guardia de Luján.
Galván anticipaba en una nota al Gobernador el desafío que se avecinaba:
“Ahora quedo dando principio en esta Guardia donde las animosidades son muy
antiguas y donde toda reconciliación ha sido siempre muy transitoria.” Y se congra-
tulaba de la llegada de los misioneros cuya presencia, “…tal vez contribuya también
a mi objeto”.48 Se trata del primer indicio de la vuelta de los regulares y estas misio-
nes “pacificadoras”, cuya presencia se haría más visible y relevante en la ingeniería
de propaganda y control del rosismo en los años sucesivos.
El nuevo conflicto en la Guardia de Luján involucraba otra vez a su párroco. En
esta oportunidad, las razones del enfrentamiento se vinculaban al modo en que el
párroco había organizado la elección de síndico de la parroquia49 y designado una

46 FRADKIN, Raúl “Tumultos en la pampa. Una exploración de las formas de acción colectiva de la

población rural de Buenos Aires durante la década de 1820”, en IX Jornadas Interescuelas y Departamentos
de Historia, Córdoba, 2003; “Bandolerismo y politización de la población rural en Buenos Aires tras la cri-
sis de la independencia (1815-1830)”, en Nuevo mundo mundos nuevos, EHESS, 2005 [en línea] http://nue-
vomundo.revues.org/document309.html [consulta: 25 de febrero de 2008] y La historia de una montonera.
Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006.
47 AGN, X-24-3-4.
48 AGN, X-24-3-4.
49 En abril de 1830 se habían restituido a los párrocos de campaña la administración de Ramos de fábri-

ca y las funciones de la sindicatura las ejercerían los síndicos como defensores públicos de las rentas de
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Los párrocos como mediadores en las fronteras del mundo colonial 87

comisión para la construcción del nuevo templo. El actual conflicto volvía a oponer
a las facciones en pugna que se enfrentaban desde hacía algunos años en este pobla-
do. Como en Luján, los dispositivos para pacificar se encontraban en manos del
poder político. Elías Galván reconvenía a las partes. Al párroco le recordaba su
papel en la preservación del orden social y que sus intervenciones debían mostrar-
se imparciales:

“…que él es el pastor y que para con todos debe ser Justo y buen Padre,
que de ningún modo debe tomar parte en desavenencias sino que por el
contrario toda vez que asomasen lo que le corresponde es que empeñe sus
funciones pastorales para cortarlas, sofocarlas, que reine la paz y que todos
formen una familia”.50

Galván volvía a retirarse satisfecho. Era elegido Juan Bautista Ramos, según el
subinspector: “Él ha sido recibido con gran aceptación y su imparcialidad en los par-
tidillos que siempre ha habido acompañada de sus buenos deseos prometen resulta-
dos satisfactorios…”. A lo que agregaba que los misioneros trabajaron “incansable-
mente” y “todos prometieron despreciar y olvidar las diferencias pasadas.”
Sin embargo Galván se detiene en un momento de su mediación y describe la
pública satisfacción que le dio:

“…salir inmediatamente el Comisario, el Juez de Paz y Calatayud con el


que firma y dar un paseo por las principales calles de la Guardia y después
de hacer una visita a los RR PP Misioneros de quienes dos y el cura estaba
presente salieron acompañando al paseo que con este motivo se hizo más
largo, se encaminaron para la morada del que suscribe donde se sirvió a la
comitiva con café que se había preparado al efecto y se retiraron muy ami-
gablemente comportándose de un modo muy civil en todos estos actos los
tres reconciliados.”51

Las prácticas de reconciliación transparentaban la vida política y se adaptaban


a las transformaciones de la Iglesia, de las instituciones eclesiásticas en la sociedad
y de sus vínculos con los poderes gubernamentales y a los nuevos lugares de los
párrocos.
Los eclesiásticos se vieron por un lado apartados –o, en el mejor de los casos
desplazados de los primeros planos– de la administración de algunas instituciones
de clemencia –como el asilo en sagrado– y de los rituales de reconciliación –como el

las Iglesias. Los párrocos debían dar cuenta de entradas y salidas de los productos de fábrica y rendirlas
anualmente.
50 AGN, X-24-3-1.
51 AGN, X-24-3-1.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 88

88 Justicias y Fronteras

“Perdón de los enemigos” en las misiones interiores– al tiempo que eran parte inte-
resada e implicada en los conflictos y, por lo tanto, objeto de las nuevas formas y
actores en que se gestionaban las reconciliaciones.
Se podría hablar de secularización de las prácticas de reconciliación si toma-
mos en cuenta que quienes la gestionaban eran las autoridades políticas. Sin
embargo, el argumento se desmiente a sí mismo si consideramos que se trata del
régimen rosista –que se arrogaba el derecho de patronato52 y probablemente otros
atributos de la Corona como el indulto real– y apelaba en forma permanente a prác-
ticas y símbolos religiosos, mientras que la identidad federal se asumía como la del
buen católico.53

52 El decreto de febrero de 1837 ordenaba que toda disposición emitida por la Santa Sede, desde el 25

de mayo de 1810 en adelante, que deseara implementarse en el territorio de la confederación debía con-
tar con el pase o exequatur del Encargado de las Relaciones Exteriores de la República, esto es, debía con-
tar con la aprobación de Rosas. Así, se buscaba reconstituir un poder civil con atribuciones patronales
que abarcara todo el territorio de la confederación.
53 SALVATORE, Ricardo “Fiestas federales: representaciones de la República en el Buenos Aires rosis-

ta”, en Entrepasados, núm. 11, pp. 45-68, 1997; GARAVAGLIA, Juan Carlos “Escenas de la vida política en
la campaña: San Antonio de Areco en una crisis del rosismo (1839-1840)”, en Poder, conflicto y relaciones
sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999, pp. 157-188 y DI STEFANO, Roberto
El púlpito y la plaza, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 89

La cruz, la vara, la espada


Las relaciones de poder en el pueblo de Areco 1

Juan Carlos Garavaglia

1. La iglesia y los párrocos


“E porque la sentençia de excomunion es arma con
que la yglesia defiende su libertad e mantiene e
gouierna las animas cristianas con justiçia de dios e
deue ser mucho mas temida e guardada q otra senten-
çia alguna por que non ay mayor pena que muerte del
anima e asy como el arma tenporal mata al cuerpo asy
la sentençia de excomunion mata al anima e es llave
delos rreynos delos çielos”.
Ordenanzas Reales, 14842

Solórzano Pereyra, el gran jurista americano del siglo XVII, hablando de las relacio-
nes entre la Iglesia y el poder temporal, no dudaba en afirmar que “...de uno y otro
brazo se compone el Estado de la República...” (Solórzano se refiere, obviamente, a
la res publica). En realidad, se trata de mucho más que eso, se puede decir que en la
Monarquía Ibérica “...el reino y la corona permanecen en la Iglesia”, cuando en el
reino de Francia, la otra gran monarquía católica europea “...las Iglesias tienen que
caber a la fuerza en la corona”.3 Ese imbricado y estrecho lazo entre la Iglesia y la
Corona corresponde a una sociedad en donde –para dar solo un ejemplo– la exco-
munión era peor pena que la propia muerte, como se pude ver en el párrafo de las
Ordenanzas Reales de 1484 que citamos en el exergo. En pocas palabras: en la Monar-
quía Católica hispana la calidad de súbdito no podía escindirse de la condición de
católico. Y los hombres y mujeres que fueron ocupando la región que nos interesa a
partir de los inicios del siglo XVII, venían del corazón de esa Monarquía, estaban
plenamente inmersos en su cultura.

1Capítulo de un libro en preparación sobre el pueblo de San Antonio de Areco entre 1680 y 1880.
2Ver las Ordenanzas Reales de 1484, glosadas por Hugo de Celso en Las Leyes de todos los reynos de Cas-
tilla: abreuiadas e reduzidas…, por el maestre Nicolas Tyerria, Valladolid, 1538.
3 Ver SCHAUB, Jean-Frédéric “El pasado republicano del espacio público” en GUERRA, François-

Xavier y LEMPÉRIÈRE, Annick et al. Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. siglos
XVIII-XIX, FCE, México, 1998.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 90

90 Justicias y Fronteras

La Iglesia católica cumplió entonces un papel central en la consolidación de una


forma peculiar de “espacio público” en el marco del Antiguo Régimen ibérico: el
cura párroco era el principio y el fin de casi todos los actos “públicos” que ritmaban
la vida de cualquier súbdito de la Monarquía. Nacimiento, mediante el ritual de su
paso bajo el agua de la pila bautismal, rodeado de sus padrinos y parientes. Casa-
miento, en el altar con la asistencia de parientes y la presencia de los testigos, previa
averiguación por parte del cura del verdadero estado y relaciones familiares de los
contrayentes; casamiento indisoluble que sería celosamente resguardado por el cura
ante cualquier “amenaza” externa, acudiendo si fuera necesario (hasta más allá de
mediados del siglo XIX) al brazo secular de los alcaldes o jueces de paz para dar su
merecido a los “culpables”. La muerte también requería la presencia de la Iglesia,
ésta contaba siempre con la asistencia del sacerdote (enterrar a un deudo sin su asis-
tencia o sin abonar los correspondientes derechos podía ser objeto de sanciones)4
quien llevaba a cabo el ritual que los medios económicos de la parentela permitían,
desde un simple entierro de limosna hasta el entierro mayor con misas cantadas y
cruz alta.
En una palabra, pareciera que todo comenzaba y terminaba bajo la mirada vigi-
lante del párroco.5 Según algunos especialistas de la antropología e historia de la
familia, como Jack Goody, ninguna otra religión habría poseído un sistema de con-
trol sobre la sociedad local tan formidable como este.6 Por supuesto, en esta socie-
dad rural de la campaña de Buenos Aires, las altas tasas de ilegitimidad conyugal y
filial, muestran algunos de los límites precisos del accionar de la Iglesia y de su
capacidad para controlar realmente la vida de sus acólitos. Pero ello no obsta para
que sigamos considerando al papel de los párrocos en un lugar central en la vida
pública del pueblo y su hinterland rural. Con frecuencia, alcaldes de la hermandad y
párroco actuaban de consuno. Esa actuación común no sólo se concentraba en per-
seguir “amancebados” u hombres y mujeres que “amenazan” otros matrimonios,7

4 En el libro de defunciones de Areco el 10 de marzo de 1793 leemos “…murió Juana Anta. hija legiti-

ma de Anselmo Lima y de Benedicta Monsalvo de esta feligresía la enterró el expresado Anselmo frau-
dulentamente pr. lo qe. se le reprendio y se le hizo pagar el dro. por entero…”, ver Archivo Parroquial de
San Antonio de Padua, Areco, Libro 2 de defunciones. En otra oportunidad, el cura Feliciano Martínez,
en ocasión de la muerte de Pedro Bargueño en 1832, le pidió al Comisario que viera “…si se le ha encon-
trado algun dinero…” al cadáver para pagar los derechos de la Iglesia y “…aplicar algunos sufragios
para su alma…”. Archivo del Juzgado de Paz de San Antonio de Areco, Areco (en adelante, AJPSAC),
1832.
5 Sobre el papel de la Iglesia en la campaña durante el período colonial, ver BARRAL, María Elena

Sociedad, Iglesia y Religión en el Mundo Rural Bonaerense, 1770-1810, Tesis de Doctorado, Universidad Pablo
de Olavide, Sevilla, 2001, pp. 228-234 y su libro De sotanas por la Pampa. Religión y sociedad en el Buenos
Aires rural tardocolonial, Prometeo, Buenos Aires, 2008.
6 GOODY, Jack La famille en Europe, Editions du Seuil, Paris, 2001, p. 54.
7 Los ejemplos son múltiples, citemos sólo algunos. En 1773, fray Bonifacio Carvallo desde Cañada de

la Cruz le solicitaba al sargento mayor Julián de Cañas que lo “prenda” a Cristóbal Sosa y lo echara del
partido por amenazar un matrimonio; en 1790, el cura del Rincón de San Pedro solicitaba del virrey que
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La cruz, la vara, la espada 91

podía alcanzar incluso a aquellos que tuvieran la mala costumbre de faltar a la misa
con demasiada frecuencia (en 1797, el Teniente Cura de Areco solicitaba al Alcalde
que enviara presos a la frontera de Luján a tres individuos “…por públicos escan-
dalosos en la embriaguez y no haber cumplido con el Precepto anual de la Iglesia”).8
Y este peculiar fenómeno está muy lejos de ser “colonial”, como parece pensarlo con
demasiada frecuencia una visión del pasado encandilada por la búsqueda de indi-
cios que anuncien la “modernidad argentina”.
Durante el siglo XIX, hasta un fenómeno de carácter tan claramente enraizado
en la vida pública como el de las elecciones, hecho capital en función de la lenta
construcción de las bases de una ciudadanía moderna, tuvo lugar durante muchos
años en el atrio de la parroquia de San Antonio de Padua. Además, no pocos párro-
cos fueron elegidos como representantes de sus pueblos en las primeras elecciones
de la década de 1810, como fue el caso de Gregorio José Gómez, cura de Areco, elec-
tor en Luján en 1813, de Francisco Argerich, cura de Luján y diputado enviado por
el Cabildo lujanense a la Asamblea de ese mismo año, como también el párroco de
Areco Francisco García Miranda quien, al parecer, fue votado como elector para la
concurrir en Luján a la elección de diputado para la Asamblea en 1816.9 Y la etique-
ta que Rosas había ideado para la instalación de los jueces de paz se realizaba en el
propio altar de la parroquia del pueblo “antes de la misa mayor”, con el cura párro-
co como personaje central de la ceremonia.10 Algunos párrocos cercanos al poder
durante el rosismo –tal el caso de Feliciano A. Martínez– llegaron incluso a propo-
ner nombres para ocupar el cargo de juez de paz.11
Varios de los párrocos más destacados que transitaron por el curato de la igle-
sia de San Antonio de Padua pertenecían a familias de notables de la localidad; el
segundo cura de Areco, Cristóbal de Giles (1744-1757), era un ahijado criado por
doña Rosa de Giles quien fundaría, junto con su marido don José Ruiz de Arellano,
la parroquia. Su sucesor, Cayetano Fernández de Agüero (1757-1772), también esta-
ba emparentado con algunos vecinos del pueblo: su sobrina Petrona Mora de Agüe-
ro era la esposa de Juan Vieytes, un gallego avecindado en Areco desde fines de los
años 1750s. y padre de Hipólito Vieytes; además, entre los propietarios de Areco de
esos años había un Juan Bautista Fernández de Agüero que suponemos formaba

se obligara al pulpero Tomás Fernández a acudir a la capital por vivir amancebado (ambos en Archivo
General de la Nación, en adelante AGN, IX-1-4-1). En 1831 el cura Feliciano Antonio Martínez le escribió
al comisario Isidro López acerca de un vecino a quien dio “caucion suficiente ante este Juzgado de casar-
se con da. Rita German” y que por lo tanto pedía se lo pusiera en libertad, AJPSAC, 1831.
8 AGN, IX-1-4-1.
9 Esto surge de un escrito de Norberto Antonio Martínez de 1816, en AGN, IX-32-7-7.
10 Consultar la descripción en DÍAZ, Benito Juzgados de Paz de Campaña de la Provincia de Buenos Aires

(1821-1854), Universidad Nacional de la Plata, 1959, pp. 85-86.


11 Ver la nota de Feliciano A. Martínez del 4 de diciembre de 1835, proponiendo a Manuel A. Vicenter

como juez de paz, AGN, X-21-5-7.


Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 92

92 Justicias y Fronteras

parte de su grupo familiar12 y una hermana del cura, Ana María Fernández de
Agüero, fue registrada en los libros parroquiales como madrina en forma repetida.
Durante esos años, fue teniente de cura Francisco Antonio de Suero, miembro de
una de las familias más destacadas del partido y estrechamente relacionada con los
fundadores de la parroquia.13 El cura Vicente Piñero (1781-1809) pertenecía también
a una red familiar local muy extensa con ramificaciones tanto en la Cañada Honda
(emparentado allí con la poderosa familia San Martín, cuando su padre, Jacinto
Piñero “el mozo”, se casó con una hija natural de Juan Ignacio San Martín Gutiérrez
de Paz) como en el pueblo mismo, donde varios de sus miembros fueron destaca-
dos jefes milicianos y alcaldes de la hermandad. Y finalmente, tenemos el ejemplo
emblemático de Feliciano Martínez, el hijo de Felipe Antonio Martínez, quien tam-
bién ejerció como párroco de Areco durante los años 1830-1844 y que fue personal-
mente muy cercano a Juan Manuel de Rosas. En esos años, Feliciano Martínez y su
primo, Tiburcio Lima, constituyeron el vértice nodal del poder local. Después, la
progresiva toma de control por parte de la Iglesia vaticana de las diócesis de Amé-
rica fue alejando a los párrocos de esta relación tan cercana con las familias de los
notables locales. El italiano Juan Bautista Rossi, quien ejerció en Areco desde fines
de 1849, es un ejemplo patente de este distanciamiento (lo que no le impidió enten-
der muy rápido cuáles eran los parámetros de la cultura local en los que debía
encuadrar su ministerio). Tan intensa resultó su integración a la cultura local que fue
incluso “municipal” –es decir, miembro del concejo municipal– durante el año 1858.

2. La vara de justicia: alcaldes de la Hermandad y jueces de paz

“La justicia considerada como una virtud moral es


en la práctica un título vano desde que por desgra-
cia puede violarse impunemente. La fuerza es la
única medida de sus derechos”.
Orden del día de la Junta Grande, 181114

“Yo no sé nada de omecillos (homicidios) respondió


Sancho, ni en mi vida le caté a ninguno; sólo sé que
la Santa Hermandad tiene que ver con los que pele-
an en el campo...”.
Cervantes, El ingenioso hidalgo..., cap. X

De raigambre medieval, en 1475 en Burgos y a instancias de los Reyes Católicos, la


Santa Hermandad fue recreada para luchar contra los delitos en “los caminos yer-

12
Archivo Histórico de Geodesia y Catastro, La Plata, Mensura 10 de San Antonio de Areco.
13
Ver AGN, Sucesiones 3862 (Francisco Álvarez).
14 Buenos Aires, 6 de septiembre de 1811 en Registro Oficial de la República Argentina, La República, Bue-

nos Aires, 1879, Tomo I, p. 116. Norberto Bobbio dice: “Es verdad que el poder sin derecho es ciego y el
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 93

La cruz, la vara, la espada 93

mos y despoblados”. Según nos relata un autor: “El cometido de la Institución se


limita a la vigilancia en despoblado para proteger a los mercaderes y viandantes y
perseguir a los delincuentes [...] valiéndose de los alcaldes y cuadrilleros...”,15 aun-
que no hay que olvidar que tenía asimismo funciones jurisdiccionales. Los alcaldes
de la Santa Hermandad existieron también en América desde los inicios de la colo-
nización. En el ámbito de la campaña bonaerense, durante todo el período colonial
y en el independiente, hasta 1821 –cuando se suprimió el Cabildo– la justicia en el
medio rural había sido depositada en dos “funcionarios”:16 los citados alcaldes de
Santa Hermandad (llamados a veces “jueces pedáneos”, nombre con el que también
se conocieron en otros ámbitos de América) y los alcaldes ordinarios del Cabildo de
Buenos Aires17 (en fuerte concurrencia en nuestra área con los alcaldes ordinarios
del vecino Cabildo de Luján, que también nombraban sus propios alcaldes). El signo
de distinción de los alcaldes era la “vara de justicia” que portaban en ocasión de des-
empeñar sus funciones, tal como lo demuestran algunos documentos de Areco.18
Los alcaldes de la Hermandad eran “vecinos” en la jurisdicción que se tratase,
por supuesto no eran letrados y estaban nombrados por el Cabildo (desde 1805, a
partir de una terna presentada por el alcalde que finalizaba sus funciones19 y es casi
obvio señalar el rol de cooptación que este sistema otorgó a los principales notables
locales); duraban un año en el puesto y tenían jurisdicción sobre los delitos meno-
res y las disputas civiles de poco monto siendo, además, sumariantes en los casos
graves. Es decir, nacieron desde el principio con una doble vocación civil y criminal,
pese a que sus orígenes estuvieron estrechamente ligados con el ejercicio de la justi-
cia criminal, como bien le recuerda Sancho al Quijote. Los dos alcaldes ordinarios,
miembros del Cabildo de Buenos Aires o del de Luján –ambos con jurisdicción sobre
Areco20, como ya dijimos– “vecinos” de la ciudad o del pueblo, se ocupaban de las

derecho sin poder queda vacío”; ver “Lugares clásicos y perspectivas contemporáneas sobre política y
poder”, en BOBBIO, Norberto y BOVERO, Michelangelo Origen y fundamentos del poder político, Grijalbo,
México, 1984.
15 LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino La Santa Hermandad de los Reyes Católicos, Vilches, Sevilla, 1921, p. 18.
16 Dudamos en llamarlos funcionarios pues, en realidad, hasta los años 1830s., cuando los jueces de paz

acumularon la función de comisarios de policía (y cobraban en tanto tales un pequeño estipendio), los
encargados de administrar la baja justicia rural no recibían sueldo alguno por ese desempeño. De todos
modos, los alcaldes de la Hermandad, como los alcaldes ordinarios, cobrarían cortos honorarios de
actuación en cada caso juzgado.
17 La mejor descripción sigue siendo la de ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo La justicia capitular durante la

dominación española, Instituto de Historia del Derecho Argentino, Facultad de Derecho y Ciencias Socia-
les, Buenos Aires, 1947.
18 Ver, por ejemplo, la declaración del padre Mariano Machado en 1816 sobre la conducta de Agustín

de Balmaceda como alcalde de la Hermandad, en Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, La


Plata (en adelante, AHPBA), 13-1-6-49.
19 Ver el oficio del 29 de noviembre de 1805 enviado por el Cabildo a los Alcaldes, en AGN, IX-19-5-4;

este sistema de ternas es a su vez una vieja herencia castellana medieval.


20 Esta doble jurisdicción en competencia mutua es una muestra típica del “policentrismo” jurídico y

de la yuxtaposición de jurisdicciones característicos del sistema judicial ibérico.


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94 Justicias y Fronteras

restantes demandas y de los casos criminales graves21 (asimismo, a ellos se debía


apelar de las decisiones de los alcaldes de la Hermandad).22 Además de estos alcal-
des, había una serie de jueces “comisionados” ad hoc que ejercían funciones judicia-
les en momentos y lugares precisos. Sin olvidar a los comandantes militares que en
los fortines y en sus poblados adyacentes ejercían a menudo funciones jurisdiccio-
nales.23
Como decíamos, estos alcaldes tenían competencias en la baja justicia criminal
y en los conflictos económicos entre vecinos cuyos montos fueren relativamente
reducidos, oficiando muchas veces como notarios ante la falta de escribanos letra-
dos en el poblado y actuando en general como árbitros en las disputas y problemas
suscitados entre los vecinos. Una de sus funciones más importantes, a medida que
nos acercamos al período independiente, era la de controlar a la población flotante
de jóvenes migrantes solteros que “bajaban” anualmente a la campaña para concha-
barse en las tareas agrícolas y ganaderas, asegurándose, ante la amenaza de la pri-
sión o del reclutamiento forzoso, que efectivamente se enganchasen como trabaja-
dores asalariados; esta función los ponía en contacto (y con frecuencia, en abierto
conflicto) con el comandante de las milicias locales, otro de los personajes destaca-
dos en el ámbito local del poder. Desde ya que no se trataba de un funcionario en el
sentido más completo de esta palabra pues, como dijimos, no cobraba auténticos
emolumentos por su actuación pero, indudablemente, ejercía funciones –judiciales,
represivas, económicas y políticas– que podríamos llamar estatales, dado que apun-
tan, durante gran parte del período estudiado, a la construcción de una forma esta-
tal de poder. Pero los alcaldes de la Hermandad –como sus sucesores, los jueces de
paz– no perderían nunca su difícil papel de voceros de la sociedad local frente a las
exigencias de ese estado en construcción (exigencias sobre todo de hombres y de
recursos para el ejército). En realidad, como lo señala António Manuel Hespanha,24
la función esencial de estas magistraturas –pese a su carácter delegado– es la de
mediación en el marco de la sociedad local. Y para que la mediación fuera realmen-
te eficaz, aquellos que ocuparan esas funciones debían poseer sobre todo una cultu-
ra social más que una cultura jurídica, si bien con frecuencia no desconocían las líne-
as más gruesas de la tradición jurídica ibérica. Ser un “vecino de respeto” era la con-
dición esencial para desempeñar cabalmente esa magistratura.

21 Normalmente, las causas que llegan hasta ellos van encabezadas con el titulo de “Juzgado de 1er.

voto” –si se trataba del alcalde de primer voto; los alcaldes fungían así como auténticos jueces de prime-
ra instancia en las causas graves sumariadas por los alcaldes de la Hermandad. Ver, por ejemplo, AGN,
Criminales, F-1, exp. 3.
22 Cfr. SOLÓRZANO PEREYRA, Juan de Política Indiana, BAE, Madrid, 1972, Tomo CCLV, libro V, capí-

tulo I.
23 En el Fortín de Areco ello ocurrió con cierta regularidad en los años 1810-1830, ver un ejemplo de

1818, en AGN, IX-32-7-8.


24 HESPANHA, António Manuel La gracia del derecho. Economía de la cultura en la edad moderna, Centro

de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993.


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La cruz, la vara, la espada 95

Las redes familiares que hemos estudiado en profundidad no eran en absoluto


ajenas a las relaciones de poder en el ámbito local e incluso, en algunos casos, bas-
tante más allá de este marco. No podemos aquí hacer una historia detallada de las
formas de configuración del poder local durante los siglos XVIII y XIX en la campa-
ña de Buenos Aires y remitimos a una bibliografía donde el lector encontrará los
estudios generales más destacados sobre el tema.25
Justamente en el período que siguió al de los alcaldes de la Hermandad, que se
abrió en 1821 con los jueces de paz, se ven mejor esas tensiones entre las necesida-
des de la sociedad local y los requerimientos del estado en ciernes. Los jueces de
paz, también cooptados desde Buenos Aires a través de una terna presentada por el
anterior juez, poseían como ayudantes en cada cuartel a los que ahora se llaman
solamente alcaldes y éstos tenían a su vez a los tenientes de alcaldes como subordina-
dos, generalmente, de uno a tres por cuartel. Una partida, llamada con frecuencia,
partida de policía, los secundaba en su accionar represivo y judicial. En diversos
momentos –durante la década de 1820 y comienzos de la siguiente,26 como en algu-
nos años del período posterior a la caída de Juan Manuel de Rosas– también tendre-
mos a comisarios de policía, cuyas funciones son demasiado obvias como para
extenderse sobre ellas.27 La coexistencia entre esos dos polos jurisdiccionales no
siempre fue sencilla y por eso Rosas decidió rápidamente la eliminación de los comi-
sarios en vistas a una sólida unificación de esas dos funciones que, según los auto-
res clásicos del estado liberal, deberían siempre estar diferenciados: la de reprimir y
la de juzgar. Mas, don Juan Manuel estaba bien lejos de los liberales y pensaba en la
eficacia de la acción represiva dirigida, sobre todo, a sustentar la provisión de reclu-
tas para un ejército siempre hambriento de hombres. No faltaron tampoco, ya en el
período postrosista, los prefectos con un abanico de funciones más complejas y de

25 DÍAZ, Benito Juzgados de Paz..., cit.; SALVATORE, Ricardo “Reclutamiento militar, disciplinamiento

y proletarización en la era de Rosas”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravig-
nani”, tercera serie, núm. 5, 1992, pp. 25-47; HALPERIN DONGHI, Tulio “Clase terrateniente y poder
político en Buenos Aires (1820-1930)”, en Cuadernos de Historia Regional, 15, Universidad de Luján, Argen-
tina, 1992, pp. 11-45; “El Imperio de la Ley: delito, estado y sociedad en la era rosista”, Delito y Sociedad,
Revista de Ciencias Sociales, 3:4-5, Buenos Aires, 1993-94, pp. 93-118; GARAVAGLIA, Juan Carlos Poder, con-
flicto y relaciones sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999; GELMAN, Jorge “Cri-
sis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en la primera mitad del
siglo XIX”, en Boletín del Instituto Ravignani, tercera serie, núm. 21, Buenos Aires, 1º semestre de 2000, pp.
7-32; ver también los distintos trabajos incluidos en FRADKIN, Raúl –compilador– El poder y la vara. Estu-
dios sobre la justicia y la construcción del Estado en el Buenos Aires rural, Prometeo, Buenos Aires, 2007.
26 En Areco estuvieron en funciones hasta fines de 1832, su jurisdicción se extendía originalmente más

allá del partido en lo que constituía la sección quinta de las comisaría de campaña –que comprendía tam-
bién al Fortín y a San Andrés de Giles– pero, en marzo de ese año, se le comunicó al comisario Isidro
López que su autoridad quedaba reducida “a los limites del Juzgado de Paz de San Anto. de Areco”, ver
AGN, X-21-5-7.
27 El tema no ha sido estudiado, pero los comisarios de policía aparecen ya en la primera década pos-

revolucionaria, cuando Agustín Echeverría fue nombrado comisario de campaña.


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96 Justicias y Fronteras

quienes dependerían los jueces y los comisarios. Pero hay que señalar que el accio-
nar de los jueces de paz se fue extendiendo entre 1821 y 1880, acentuándose su
carácter de constructores del consenso político a nivel local, convirtiéndose así en
auténticos jefes políticos28 en el marco de la pequeña comunidad pueblerina de la
que formaban parte. Su papel en las elecciones –que se realizaron casi anualmente
desde el inicio de los años 1820s.– constituye una de las piezas maestras de la pau-
sada construcción de ese frágil consenso que haría posible la consolidación del esta-
do durante el siglo XIX. Represión, negociación, mediación y búsqueda de un ines-
table consenso, he aquí las funciones principales de los jueces de paz en el tramo
final del período estudiado.

Alcaldes, jueces de paz y redes familiares


Dos de los grupos familiares que hemos estudiado dentro de la notabilidad local, los
Lima y los Martínez, ocupan un lugar destacado en este aspecto; Francisco Xavier
de Lima fue varias veces alcalde de la Hermandad nombrado por el Cabildo de
Luján (e incluso fue alcalde ordinario electo de ese mismo Cabildo en los años
1760s.), pero no fue el único de esta red familiar que ocupó este tipo de cargos; sus
yernos, Felipe Antonio Martínez y Agustín Balmaceda, su hijo Felipe Vidal de Lima,
su nieto Tiburcio Lima, el suegro de éste, Pedro Pablo Genes y su bisnieto, Ventura
Lima fueron alcaldes de la Hermandad o jueces de paz. También hay que agregar al
cura Feliciano Martínez, otro de sus nietos, pues ya hemos visto que la función del
párroco no es en absoluto ajena a las relaciones de poder durante todo el período y
en especial en este caso particular, durante los años del rosismo. Por supuesto, aquí
una de las figuras más importantes es la de Tiburcio Lima y los acontecimientos de
la larga judicatura que ejerció durante los años 1840-1852.
Veamos ahora a la familia Martínez. Como es lógico, dado el parentesco entre
los Lima y los Martínez, durante algunos períodos coinciden parte de los nombres
mencionados anteriormente, como Francisco Xavier de Lima (suegro de Felipe
Antonio Martínez) y por supuesto, su hijo, el párroco Feliciano Martínez. Durante
el período de los alcaldes de la Hermandad tenemos cinco miembros directos de la
familia ocupando ese cargo (sin tomar en cuenta a los restantes integrantes de la
familia Lima), a los que habría que sumar los nombres de Francisco Julián de Cañas,
Antonio Magallanes y Pascual Antonio Figueroa (todos ellos consuegros de Felipe
Antonio Martínez); ello haría llegar a ocho el número de parientes y aliados que han
ocupado ese cargo hasta 1821, momento en que desaparecieron los alcaldes de la
Hermandad.
Si dividimos en dos períodos la época de los jueces de paz, 1822-1852 y 1852-
1880, el dominio de este grupo familiar es aplastante –sólo se interrumpe en el fatí-
dico año de 1840 cuando su cercano pariente, Tiburcio Lima, ocupó la judicatura. En

28 En la provincia de Santa Fe tienen justamente ese nombre desde los años 1860s.
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La cruz, la vara, la espada 97

el primer período, habría que agregar a un vecino destacado y pariente político de


los Martínez, don Manuel A. Vicenter (su hijo José Domingo esposó a Apolinaria,
una de las hijas del segundo lecho de Felipe Antonio Martínez); señalemos que no
solo Vicenter ejerció el cargo de juez de paz en forma repetida durante los años
1830s., sino que había sido también alcalde de la Hermandad en el período previo y
había ejercido el relevante puesto de alcalde ordinario del Cabildo de Luján. Es
decir, cinco miembros de la familia ocuparon en forma casi ininterrumpida el cargo
de juez de paz durante la década de 1830. La invasión de Lavalle en agosto de 1840
–y sobre todo, la posición de los Martínez en ese momento crucial para el rosismo–
cortó de raíz este itinerario. Una vez finalizada la época de Juan Manuel de Rosas y,
en especial, a partir de 1855, momento en que podemos considerar estabilizado el
poder de los liberales porteños sobre el área norte de la campaña, la familia Martí-
nez se convirtió en el eje indiscutido de la vida política de San Antonio de Areco:
nueve miembros directos de la familia, yernos, hijos, nietos y bisnietos del fundador
del linaje serían jueces de paz. Podemos comparar este sistema de dominio de un
grupo familiar en el poder local con otros casos, como por ejemplo, el que ha estu-
diado Gustavo Paz en Jujuy durante este mismo período, cuando la parentela de los
Sánchez de Bustamante controló el poder provincial hasta mediados de los años
1870s.29

Las funciones de las magistraturas locales


Pero ¿cuáles eran en concreto las funciones de alcaldes y jueces de paz? Como ya
dijimos, una de las funciones esenciales era la mediación y por razones obvias –la
mayor parte de estas intervenciones era estrictamente oral– quedan pocos rastros, al
menos hasta los años 1830s., de este tipo de accionar de los magistrados. De todos
modos, la documentación posterior puede darnos una idea somera. Peleas entre
vecinos; disputas acerca de los daños ocasionados por los ganados en los cultivos,
las chacras o las quintas; conflictos de límites entre las propiedades; pleitos en los
que el honor o el “nombre” de los vecinos estaba en juego; disputas matrimoniales
y familiares (en las que, como ya vimos, el auxilio o la intervención del párroco era
casi siempre indispensable). Esta función de mediación se desplazaba con frecuen-
cia a un terreno más estrictamente económico: conflictos sobre arrendamientos,
sobre salarios debidos y no pagados (o sobre los pagados y no cumplidos). Desde
allí ya entramos en otro plano en el cual la función del alcalde (y sobre todo, desde
1821, la del juez de paz) era esencialmente económica: reconocimientos de deudas,
vencimientos de obligaciones y pagarés, incumplimiento de contratos. Siempre se
establecieron montos máximos para que la intervención del juez fuera posible, pero

29 Ver PAZ, Gustavo “El gobierno de los ‘conspicuos’: familia y poder en Jujuy, 1853-1875”, en SABA-

TO, Hilda y LETTIERI, Alberto –compiladores– La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos
y voces, FCE, Buenos Aires, 2003.
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98 Justicias y Fronteras

los picos interminables de inflación que se sucedieron desde el período abierto por
la guerra con el Imperio del Brasil en 1826 dieron por tierra con una regla demasia-
do estricta en este campo. Otro aspecto relevante del accionar de los alcaldes y jue-
ces fue su intervención supliendo a los escribanos (ausentes en Areco hasta que el
censo provincial de 1881 anota la existencia de un notario en el pueblo). Todos los
inventarios y tasaciones post mortem necesitaban la presencia de alcaldes y jueces o
la de sus delegados. La mayor parte de las compraventas de campos también pasa-
ban por sus manos, como es asimismo relevante su papel en las mensuras de terre-
nos y, en especial, en aquellas ordenadas por la dirección del Catastro provincial
desde su fundación en la época de Rivadavia.
Si bien, el Manual para los Jueces de paz de la Campaña, editado en Buenos Aires
en 182530 establecía la obligación de llevar un libro en el que se anotasen todas las
decisiones de los jueces, estos libros brillan por su ausencia en los archivos. En rea-
lidad, deberíamos decir “brillaban” pues la incansable actividad de rescate docu-
mental de Lía Sellun, responsable de la Biblioteca Manuel Belgrano de Areco –que
salvó uno de esos libros casi in articulo mortis entre una pila de papeles tenidos por
inservibles en una visita a un depósito– nos permite ahora tener una idea del fun-
cionamiento cotidiano del juzgado de paz de Areco en el último período que nos
interesa aquí.

Cuadro 1
Actuaciones registradas en el libro del Juzgado de paz 1859-1866

Totales %
Económicas 80 77%
Reconocimiento de deudas 22
46%
Pago de deudas 15
Negocios sobre lanares 23
Arrendamientos de campos 9
50%
Desalojos de campos 3
Otros asuntos referidos a campos 5
Varios 3 4%
Penales y correccionales 17 16%
Graves 7
Multas y trabajos públicos 10
Mediaciones 4 4%
Varios 3 3%

30 Imprenta de la Independencia, 1825, en la “Instrucción” preliminar se lee en el punto 5 “Todo juicio

civil, sobre cantidad que no ecseda de 300 pesos, será verbal como queda dicho; pero llevará el juez de
paz un libro foliado, donde sentará acta de cada juicio de más de 50 pesos con espresión de la audiencia
de las partes, prueba y sentencia”, citando el artículo 5 del reglamento del 23 de enero de 1812.
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La cruz, la vara, la espada 99

El libro abarca las decisiones cotidianas de los jueces desde el 15 de diciembre


de 1859 al 31 del mismo mes de 1868; en el Cuadro 1 presentamos los datos para el
período que llega hasta marzo de 1866, pues la judicatura de Juan Francisco Font,
que se inicia en ese momento, produjo una verdadera inflación de la actuación
correccional del juzgado en lo que podríamos llamar las faltas menores (cabalgar
por las calles del pueblo, romper un farol del alumbrado, tener animales sueltos en
el pueblo o en el río, etc.). Como se puede percibir, en este período, la actividad
dominante registrada en el libro se relacionaba con el mundo de las relaciones eco-
nómicas. Dividida casi en partes iguales entre los negocios agrarios y las deudas de
todo tipo, entre las cuales parecen dominar las mercantiles. Tampoco puede asom-
brarnos que los asuntos referidos a los lanares dominasen claramente en el rubro de
los negocios agrarios. Hay que señalar que entre los asuntos penales (robos, heridas
graves) y los correccionales –tomar un caballo “prestado” sin consentimiento del
dueño, jugar a los naipes, etc.– los jueces no incluyeron a los individuos que, presio-
nados desde Buenos Aires, enviaban al ejército como reclutas forzosos; es decir que
si los incluyésemos –tomándolos de la documentación suelta del Juzgado– ese por-
centaje del 16% subiría a ojos vista. No lo hacemos porque no tenemos ninguna
seguridad de que la documentación suelta del Juzgado sea completa y preferimos
que el lector pueda tener una idea clara del contenido del libro del mismo. Pero no
es para nada una casualidad que los jueces decidieran que los vecinos que habían
cometido un delito leve o una falta, solo fueran obligados a cumplir trabajos públi-
cos y/o a pagar una multa, mientras que para los jóvenes desconocidos, la amenaza
del enganche forzoso fuera algo que está siempre latente como pena para cualquier
conducta considerada al margen de las leyes.31

El accionar penal del juzgado


El papel de alcaldes, comisionados especiales y jueces de paz en este rubro fue siem-
pre relevante. Para el período colonial, no hay fuentes temporalmente seriadas, pero
las pocas briznas de documentación que han llegado hasta nosotros, tanto de los
alcaldes de la Hermandad como de los “jueces comisionados”, los oficiales del Rey
y los comandantes de milicias,32 confirman una forma de actuar que no se alejaba en

31 Y las conductas punibles se abrían en un abanico muy amplio. En 1858 se dictó una circular que es

un catálogo ab absurdum de todas las prohibiciones posibles e imaginables: reuniones festivas y bailes sin
permiso, bautismos, encender fuegos artificiales, corridas de avestruces y juego de pato, bebidas alcohó-
licas, proferir “palabras obcenas”, juegos de cartas, taba o bochas en las pulperías... ¡La circular llegaba
incluso al desatino de solicitar la detención de los “jovenes blancos o de color que se encuentren en la
calle jugando a la cañita, la volita u otra ocupación perjudicial”! Circular del 12 de febrero de 1858, diri-
gida por el comisario de policía Francisco Lozano, a los jueces de paz del Departamento del Norte, en
AHPBA, juzgados de paz, San Andrés de Giles, 39-3-24 B.
32 Ver, entre otras fuentes, las comunicaciones de los años 1770s. intercambiadas entre Francisco Julián

de Cañas, sargento mayor de las milicias, actuando como juez comisionado y el gobernador Vértiz sobre
apresamiento de “delincuentes”, en AGN, IX-1-4-1.
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100 Justicias y Fronteras

absoluto de la que conoceremos más tarde: apresamiento de “vagamundos”, cuatre-


ros, jugadores y merodeadores bajo acusaciones vagas o con las alegaciones tales
como la de llevar “…bolas, lazos, maneas y cuchillos, armas propias de gauderios y
ladrones…”, como afirmaba el teniente de Dragones Antonio Pérez Dávila en 1771,
agregando a renglón seguido “…y no querer conchavarse como deven…”,33 demos-
trando con estas palabras que la amenaza de la represión como forma de asegurar
el conchabo era un hecho bien concreto y que se percibía ya claramente desde esta
época temprana. En las páginas que siguen trataremos este tema para un período
posterior, gracias a una documentación mucho más rica y sobre todo, seriada.

El período 1830-1852
Este lapso no cubre todos los años del período, pues partimos con ocho meses de
1832 y continuamos después de 1837 en adelante, con algunos años incompletos.34
Hemos agrupado la información por cuatro períodos más o menos comparables en
cuanto al número de meses: 1832-39, 1840-42, 1843-46 y finalmente 1848-1851. Se
registran 144 individuos (hemos restado a nueve detenidos por “salvajes unitarios”,
porque no nos parece correcto incluirlos en este resumen general y más adelante
volveremos sobre ellos); si señalamos que tenemos datos para un total de 144 meses,
la primera conclusión general parece obvia: hay una media de un detenido por mes.
Pero se perfilan distintos períodos; en efecto, de una media de 1,4 en 1832-39
pasamos a una de 1,7 en el período 1840-42, la más alta, que coincide con los levan-
tamientos anti-rosistas y un agravamiento del clima político general. Es decir, que el
clima político ha influido indudablemente sobre el accionar de los jueces de paz. Los
dos períodos siguientes marcan un descenso clarísimo, pues pasamos de 0,7 en el
período 1843-46 a 0,4 en el último período, es decir, en los años 1847-51. Y señale-
mos que en este último año se envían detenidos a Buenos Aires a cinco jóvenes
–cuyas edades oscilan entre los doce y los quince años– que han sido detenidos ad
hoc para ser enganchados para servir como “trompetas” o “pitos” en el ejército
Restaurador; esto es una razzia de niños y no tiene nada que ver con el funciona-
miento normal del Juzgado.
Es decir, si la media desciende tan claramente en los dos últimos períodos, hay
dos posibilidades de interpretación. O los jueces han cambiado de estrategia y son
más “laxistas” –en Areco se trata del mismo individuo entre 1840 y 1851, el tantas
veces mencionado Tiburcio Lima. O hay mucho menos “vagos” o conductas consi-

33
Antonio Pérez Dávila al gobernador, 24 de septiembre de 1771, AGN, IX-1-4-1.
34 He
aquí la lista y entre corchetes el número de meses: 1832 [ocho]; 1837 [completo]; 1838 [ídem]; 1839
[ocho]; 1840 [ídem]; 1841 [ídem]; 1842 [ídem]; 1843 [ídem]; 1844 [ocho]; 1845 [completo]; 1846 [ocho]; 1847
[cuatro]; 1848 [ocho]; 1849 [completo]; 1850 [ocho]; 1851 [ídem]. En un primer tiempo los informes eran
bimensuales, pero rápidamente se transformaron en cuatrimestrales y es por ello que con frecuencia solo
han llegado hasta nosotros dos cuatrimestres. Las fuentes: AGN, X-25-5-7 y 21-6-4.
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La cruz, la vara, la espada 101

deradas “sospechosas”, lo que demostraría que la política de represión del rosismo


dio algunos resultados concretos. Comparando con otros juzgados, vemos que se
repite el mismo fenómeno35 pero, a la vista de nuestros conocimientos actuales, es
difícil optar claramente por una de las dos explicaciones posibles.
¿Cuáles son las razones por las que los jueces de paz de San Antonio de Areco,
durante este período, detuvieron (y a veces, enviaron a Buenos Aires) a esos indivi-
duos? Para comenzar a responder a esta pregunta que es de una importancia clave
en la discusión que nos ocupa, comencemos por realizar un identikit de estos presos.
Para un 87% de ellos (125 sobre los 144) tenemos datos acerca de la edad y ello
nos da una media de ca. 25 años; que es bastante inferior a la media de los peones o
jornaleros del censo de 1813 para San Antonio de Areco y de 1815 para Areco Arri-
ba, que era de 30,3 y 31,6 respectivamente, siendo 30 años la edad media para Areco
en 1744. Pero señalemos que hay una caída progresiva de la edad media, que es
coherente con la presencia cada vez menor de los casados entre los detenidos, como
se verá. El estado civil es también un dato bastante representativo, pues lo tenemos
para el 82% de los detenidos (118 sobre 144). La mayoría de éstos son solteros,36 lo
que no podría asombrarnos, siendo gran parte de los restantes casados y habiendo
solo dos viudos. Ahora bien, lo que habría que señalar es que los solteros fueron
aumentando progresivamente su peso hasta dominar a medida que nos acercamos
a los períodos finales. La cantidad de casos que estamos manejando no es excesiva-
mente alta, pero si esta tendencia se repitiese en otros juzgados, parecería evidente
que el disciplinamiento de los vecinos o domiciliados fue disminuyendo con el
correr del período rosista.
Los datos sobre la cualidad étnica no son abundantes y solo desde 1841 se
comienzan a notar en forma más o menos episódica; en los dos últimos períodos
–probablemente como resultado de instrucciones ad hoc– la notación es más regular.
Si tomamos a los detenidos que hay desde el inicio de la notación de este dato en
1841 y que son 66 individuos, vemos que hay 28 con características específicas de
color (es decir, el 42% de esos 66); diez cuyo color –la fuente dice siempre “color” en
este caso– es negro o pardo, otros diez que son achinados y ocho trigueños. ¿Qué
quieren decir estas dos últimas categorías? Achinado es con toda probabilidad aquél
del que se sospechaba poseía sangre india y trigueño, es decir, el de color moreno
claro. En todo caso, la notación para los considerados blancos es siempre blanco.
Esta presencia de lo que se denominaba castas entre los detenidos no puede, por
supuesto, sorprendernos, si recordamos la importancia que éstas tenían entre los

35 Ver nuestro trabajo “Paz, orden y trabajo en la campaña: la justicia rural y los juzgados de paz en

Buenos Aires, 1830-1852”, en Desarrollo Económico, Vol. 37 (146), Buenos Aires, julio- septiembre, 1997, pp.
241-262.
36 Si los detenidos tienen un porcentaje de soltería del 72%, los conchabados de 1744 en Areco lo eran

en un 90%; los peones y jornaleros de San Antonio en 1813, en un 72% y jornaleros de 1815 en Areco Arri-
ba en un 70%.
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102 Justicias y Fronteras

jornaleros y peones en los censos anteriores. Lo notable es que estas categorías habí-
an casi desaparecido de los censos de la campaña a partir de los de 1836 y 1838 (sólo
en éste se sigue hablando de pardos) y no se usaban más en documentos oficiales,
pero parecen seguir gozando de buena salud en el uso cotidiano –los archivos parro-
quiales las siguen utilizando hasta la década de 1870 y en el censo de la provincia
de Buenos Aires de 1881, los datos sobre enrolamiento militar (se trata de los enro-
lados en la Guardia Nacional) distinguen entre “blancos y trigueños” y “pardos y
negros”. No debería extrañarnos esta presencia de las antiguas “castas” entre los
detenidos de esos años, si señalamos además que la población de color no ha dismi-
nuido en Areco, sino que ha crecido incluso levemente, pues de un 16% en 1815
hemos pasado al 20% en 1838.
¿Cuál era el origen de los detenidos? El dato es altamente representativo pues
los tenemos para el 88% de los individuos (127 sobre 144). El primer lugar es Areco
mismo y si le sumamos los pueblos de las proximidades, como Exaltación de la
Cruz, Fortín de Areco y otros un poco más alejados –como San Nicolás, Zárate y
Baradero– tenemos que el 34% del total había nacido en la campaña más inmediata
a Areco. Un 30% era originario del Tucumán y Cuyo, siendo Córdoba y Santiago del
Estero, en ese orden, los dos lugares más importantes. No puede extrañarnos esto
pues solo confirma la estabilidad en la longue durée de las corrientes migratorias
desde el Tucumán y Cuyo hacia la campaña bonaerense. Venía seguidamente Bue-
nos Aires y sus cercanías con un 16% del total. Del resto, señalemos solamente la
poca incidencia del Litoral (tres o cuatro santafesinos y rosarinos, un paraguayo) y
la presencia mínima de los inmigrantes europeos, pues solo tres detenidos en todo
el período habían nacido en Europa y se trataba siempre por hechos delictivos.
En este sentido, es notable también la presencia de domiciliados, es decir, aque-
llos que afirmaban poseer un domicilio fijo, pues eran el 26% del total; la gran mayo-
ría de éstos había sido detenido a causa de un hecho considerado delictivo. Pero,
este dato acerca del domicilio nos permite acercarnos un poco más al tema de las
migraciones. En efecto, de los 38 domiciliados, 18 estaban viviendo en donde habí-
an nacido en el momento de la detención –diez de ellos en Areco mismo– pero más
de la mitad se había movido respecto al lugar de nacimiento y señalemos que la
mayor parte de los domiciliados no eran solteros, sino casados y viudos. Tenemos
así dibujados complejos itinerarios que nos hablan de la persistente movilidad de
una parte de la población campesina, pese a las dificultades legales que existían
para ello.
Veamos ahora las causas de la detención. Para casi la mitad de los individuos
(69 sobre 144, o sea el 48%) se alegaba un delito. Los robos eran el tema más recu-
rrente con 49 casos, pero solo en 40 de estos casos hay datos concretos (por ejemplo,
“robó una vaca a tal vecino”), pues en los restantes se nos habla de forma muy gené-
rica de ratero o perjudicial, etc. Podemos suponer entonces que los auténticos robos
representan solo el 28% del total. Los restantes, además de la acusación genérica de
rateros, entran en otros tipos de delitos, como heridas, “desobediencia” y otros. Hay
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 103

La cruz, la vara, la espada 103

21 desertores, es decir el 15% del total. Como dijimos, un poco menos de la mitad
fue acusado de algún delito –muchas veces en términos muy vagos– y solo el 28%
de los detenidos fue acusado del robo de un objeto determinado en circunstancias
concretas. ¿Por qué fueron detenidos, entonces, los restantes individuos? Sencilla-
mente por considerarlos vagos, es decir, por no tener los dos papeles mágicos que
era indispensable poseer para viajar por la campaña: la papeleta de enrolamiento y
la de conchabo. Por supuesto, también hay otro tipo de detenciones y ya menciona-
mos la razzia de jóvenes adolescentes para engancharlos como “trompetas”. Pero en
la gran mayoría de los casos no delictivos –como en algunos de los que aparecían
como tales, pero que en realidad se trataba solo de una forma de control social, dado
que se consideraba al individuo como “peligroso” o “perjudicial”– la única causa
era la falta de alguno de esos dos documentos indispensables.
¿Adónde se destinaba a los detenidos? Si bien no lo podemos saber en todos los
casos, la mayor parte de los detenidos terminó en algunos de los cuerpos militares
de la ciudad o la campaña. Está claro, entonces, que una de las funciones esenciales
del Juzgado de Paz era el reclutamiento forzoso de los contingentes de jóvenes sol-
teros que el ejército exigía en forma incesante. Si estos eran solteros y migrantes
–como efectivamente lo eran en forma mayoritaria– menor era la punción sobre la
sociedad local y por lo tanto, menores la tensiones que este accionar del Juzgado
producía en ese marco. Podemos citar en este sentido un largo párrafo de la circu-
lar reservadísima que Juan Ramón Balcarce, como ministro de Guerra, envió el Juez
de Paz de Luján el 14 de enero de 1830:

“Uno de los objetivos que ocupan con preferencia la atencion del Govno.
es consultar la completa seguridad de la Campaña con la menor molestia
posible de sus habitantes y de las milicias que han prestado sin intermision
servicios tan no interrumpidos como recomendables y que exigen imperio-
samte. proporcionarles el descanso, con el que pueden atender a sus obli-
gaciones domesticas y a trabajar y fixar su subsistencia. Para conseguir tan
beneficos objetos, se ha fixado el Govno. en que todos los Partidos tienen
hombres perjudiciales por su conducta, inutiles por su ninguna ocupacion
o olgazaneria y muchos sin relaciones que los liguen, ni familia cuyas atencio-
nes los llamen”.37

El destacado es nuestro y confirma ampliamente lo que decíamos precedente-


mente. Pero hay que subrayar que esta función del Juzgado de Paz no fue exclusiva
de la época rosista pues, como lo hemos mostrado en otros estudios generales sobre
la campaña, antes y después de Juan Manuel de Rosas, el fenómeno tuvo pocos

37 Archivo Histórico Estanislao Zevallos, Luján, Juzgado de Paz, caja 5, 1830, circular reservadísima

del 14 de enero de 1830.


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104 Justicias y Fronteras

cambios a lo largo del lapso que corre entre 1810 y 1880.38 De allí que el papel del
juez de paz fuera de una importancia clave en la progresiva consolidación del siste-
ma de poder que se fue estructurando a partir de la revolución en la campaña de
Buenos Aires, de forma casi totalmente independiente de la opción ideológica de los
sucesivos gobiernos: liberales rivadavianos, federales tibios, rosistas o liberales por-
teños posteriores a Caseros. Si le agregamos a esta función de los jueces la que ten-
drían en la organización de las elecciones, comprenderemos hasta qué punto éstos
eran la piedra siliar de la compleja arquitectura de poder construida pacientemente
desde la ciudad durante ese largo período. Y también, hasta qué punto era esencial
para la notabilidad local controlar el juzgado.

3. Los oficiales de las milicias

“Donde se instalaba un oficial militar invalidaba la


autoridad del poder civil, pues todas las referencias
del momento se hacían a él”.
Alexander Gillespie39

En el período colonial y durante gran parte del siglo XIX, todos los campesinos
varones adultos estaban obligados a cumplir con el servicio en las milicias que los
constreñían a acudir a las “funciones” militares (y en especial, a las correrías en oca-
sión de las incursiones indígenas). Estas formaciones milicianas estaban comanda-
das por los vecinos más destacados. En la región que nos ocupa, varios miembros
de las familias de los notables locales, como Pablo Casco de Mendoza, Felipe Anto-
nio Martínez, Justo Sosa, Jacinto y Pedro Joseph Piñero, Francisco Julián de Cañas y
por supuesto, los San Martín (en cada una de sus generaciones desde el fundador
Roque en el siglo XVII, hasta Bernardo de San Martín, hijo de Juan Ignacio de San
Martín y Avellaneda) ocuparon el puesto clave de capitán –en los primeros tiempos–
y más tarde, de sargento mayor40 de milicias, es decir, comandante de milicias.
Otros, más jóvenes –o de familias menos relevantes– fueron capitanes, tenientes,
alféreces, sargentos y cabos. Algunos militares que serían más tarde actores impor-
tantes en el período independiente, como Francisco González Balcarce y otros, como

38 Lamentablemente, los datos cuantitativos no son fiables, pues no hay series completas –el archivo

del juzgado de paz de Areco no las tiene y en el archivo de Buenos Aires evidentemente se han perdido.
Ver nuestros estudios “De Caseros a la Guerra del Paraguay: el disciplinamiento de la población campe-
sina en el Buenos Aires postrosista (1852-1865)” y “Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el
peso de las exigencias militares (1810-1860)”, en GARAVAGLIA, Juan Carlos Construir el estado, inventar
la nación. El Río de la Plata, siglos XVIII-XIX, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2008.
39 Buenos Aires y el interior, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
40 El sargento mayor es un grado de la oficialidad (superior a capitán, teniente y alférez) que no debe

ser confundido con los sargentos y cabos del cuerpo de suboficiales; equivalía al posterior de teniente
coronel.
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La cruz, la vara, la espada 105

el ya mencionado Bernardo de San Martín, quien llegó a obtener al grado de coro-


nel, hicieron parte de su carrera en esta frontera norte de la campaña.

Cuadro 2
Milicias de campaña dependientes de San Antonio de Areco en 1779

Compañías Tenientes Alféreces Sargentos Cabos Soldados Total


1a Melchor Silvestre
Gregorio Piñero Pintos Rodríguez 2 4 34 40
2a Pedro Francisco
Pedro de Urquizu Armada Brian 2 4 42 48
3a Francisco Bernardino
Pascual A. Figueroa Sierra Lima 2 4 42 48
4a Domingo Pedro
Francisco Pavón Pavón Gelves 2 4 49 55
5a Francisco Pedro
Fermín Casco Monsalve Chorroarin 2 4 37 43
6a Jerónimo Juan
Laureano Rodríguez Barragán Barrios 2 4 56 62
Total general 296

Fuente: “Milicias del Campo del Partido del Sargto. Mor. Dn. Justo Sosa”, Areco, 19 de junio de 1779, en
AGN, IX-1-4-1, documento núm. 381.

¿Cómo estaban compuestas las milicias locales en este período? Lamentable-


mente, no contamos –como ocurre para el período posterior– con una documenta-
ción socialmente detallada, pero de todos modos, la revista que organizó Juan
Joseph Sardén en junio de 1779 nos da una idea de su composición y aporta el nom-
bre de los principales oficiales, como se puede ver en el Cuadro 2.
Por supuesto, no todos estos milicianos corresponden estrictamente a Areco,
pues las compañías 2ª y 4ª son de algunos de los partidos vecinos, como Baradero y
Cañada de la Cruz.41 De todos modos, vemos aquí al comandante, el sargento
mayor Justo Sosa –descendiente de los Sosa y Monsalve– los capitanes Gregorio
Piñero, Pascual A. Figueroa y Fermín Casco, miembros de destacadas familias que
bien conocemos, al igual que los tenientes Francisco Monsalve, Pedro Gelves y Ber-
nardino Lima. Y también en este caso las relaciones parentales entre los oficiales
eran algo banal. Veamos algunos ejemplos; comencemos por la primera compañía,
cuyo capitán Gregorio Piñero es el suegro de Fermín Casco, el capitán de la quinta

41 Una carta del sargento mayor Pascual Martínez de noviembre de 1774 nombra a algunos de los ofi-

ciales de la cuarta compañía como perteneciente “al partido de Pesquería”, es decir, Zárate, y otra de
diciembre de 1777 menciona sólo a 168 hombres en la compañía de milicias de Areco, ver AGN, IX-1-4-
1.
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106 Justicias y Fronteras

compañía. En la tercera compañía, el capitán Figueroa es primo de la mujer del alfé-


rez Bernardino Lima. En la cuarta compañía, la que corresponde a Cañada de la
Cruz, podemos percibir con claridad el parentesco que une a todos sus oficiales en
1779: su jefe es el capitán Francisco Pavón, quien sucede en el cargo al capitán refor-
mado Ramón del Águila; el segundo, el teniente Domingo Pavón, es su hermano y
está casado con Micaela del Águila, probablemente sobrina del capitán Ramón del
Águila (quien además, es su compadre, pues fue testigo de su casamiento). El tercer
oficial, el alférez Pedro Gelves, está casado con María de la Concepción Melo, cuya
madre es una del Águila (comadre además de Francisco Pavón) y por otra parte,
Gelves es compadre de Jerónima Pavón, la hermana de Francisco y Domingo…
Pero no solo los oficiales y suboficiales tenían diversos grados de parentesco,
también podía ocurrir que los soldados rasos, dado que se los agrupaba por compa-
ñías calcadas sobre el territorio, fueran parientes, pues los campesinos que habita-
ban una misma área territorial obviamente que serían reclutados juntos. Así, en una
muestra de milicianos realizada a partir de un llamado a filas de 1839, en un
momento muy duro para el rosismo, hemos podido comprobar de qué modo suele
haber hermanos, primos y parientes por alianza que están reclutados en la misma
compañía de milicias.42
Podía ocurrir que un outsider –es decir, alguien no relacionado directamente con
las parentelas más poderosas– obtuviera un cargo militar importante gracias a sus
contactos con los círculos de poder, ya fuera en Buenos Aires o incluso, en la lejana
corte madrileña. Pero, en esos casos, no era nada sencillo para el parvenu hacerse de
un verdadero lugar en la sociedad local e, incluso, hacerse obedecer por aquellos
que, supuestamente, eran sus subordinados. Pascual Martínez, un gallego llegado a
Areco en los años 1750s., tuvo la oportunidad de descubrirlo con amargura. Este
hombre que, según relata un sacerdote en 1766, parece formar parte de un grupo de
“gallegos inquietos”, entre los que estaban el carpintero Juan Vieytes (el padre del
hombre que actuó en la revolución de independencia) y el dicho Martínez –a quien
el sacerdote le otorgó, con evidente desprecio, el oficio de herrero.43 Poco después,
el Cabildo de Luján lo nombró Alcalde de la Hermandad, pues en 1768 aparece ejer-
ciendo con ese título en Areco.44 Los registros parroquiales lo muestran actuando de
padrino varias veces en beneficio de otros compaisanos de su Galicia natal, como el
citado Juan Vieytes, Francisco Sierra y Francisco Rañal. Hasta 1770, Pascual Martí-
nez no gozaba de ningún grado militar y el 8 de febrero de ese año, cuando dos de
sus esclavos apadrinaron a un recién nacido, su nombre aparece en el libro de bau-
tismos adornado con el grado de sargento mayor. Pero obtener un grado caído del

42
AJPSAC, 1839.
43
Carta de fray Francisco Robledo al gobernador Bucareli, Areco, 8 de octubre de 1766, en AGN, IX-
1-4-1.
44 AHPBA, 34-1-7-36.
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La cruz, la vara, la espada 107

cielo no aseguraba la obediencia de sus subordinados. Cuando en mayo de 1770


Martínez quería que el capitán Juan Miguel de Sosa (uno de los descendientes del
propietario del XVII Juan de Sosa y Monsalve) obedeciera una orden, éste le respon-
dió: “…que mientras no tuviese el decreto de V. Exa. [se refiere al decreto del gober-
nador nombrándolo sargento mayor] no executaria orden ninguna”; poco después,
en diciembre de ese mismo año, el alférez Gregorio Piñero (nieto de Jacinto Piñero
“el viejo” e hijo del segundo Jacinto, quien alcanzaría el grado de sargento mayor)
tuvo idéntica actitud, llegando incluso a decir –en carta el gobernador desde la Real
Fortaleza, en donde se hallaba preso por esta causa– que “…rehusó el cumplimien-
to interin que se le hacia constar la facultad de mandarlo, o el nombramto. de tal
Sargto. Mor.”45 Por supuesto, esta desobediencia no interrumpió la carrera militar
de Gregorio Piñero que años más tarde llegaría a ser capitán de las milicias, como
ya hemos visto en las páginas precedentes. De la legitimidad (el gobernador Bucare-
li había otorgado un nombramiento a todas luces legítimo) a la autoridad –la capaci-
dad de hacerse obedecer por sus subordinados– hay un trecho que no se puede reco-
rrer sin más en esta sociedad del Antiguo Régimen ibérico... En 1807, después del
ataque en las playas de Montevideo en ocasión de las Invasiones Inglesas, los mili-
cianos cordobeses se dispersaron; el Cabildo porteño quiso entonces recuperar las
armas que les había entregado, así Luciano Ramallo, alférez del regimiento de mili-
cias provinciales de Córdoba, se ofreció a realizar esa tarea “…haciendo entender a
este Cavildo que le será facil el recojo de dhas. Armas mediante tener algun nombre
entre aquella gente…”.46 Justamente, eso es lo que don Pascual Martínez no tenía
cuando le cayó del cielo el nombramiento de sargento mayor.
Y estos cargos militares no deben ser tomados a la ligera, pues daban un poder
muy concreto y otorgaban inmunidad frente a la justicia: el fuero militar.47 En 1819,
Cornelio Saavedra desde Luján, informaba al Cabildo porteño que el Alcalde de San
Pedro no podía cumplir con “…sus deberes a causa de recurrir al fuero los milicia-
nos…”48 y como se sabe, finalmente, ese fuero fue derogado en la época de Rivada-
via.49 Por otra parte, los comandantes con frecuencia disputaban a los alcaldes de la
Hermandad (o a los jueces comisionados especiales) funciones jurisdiccionales en el
fuero penal y los conflictos entre ellos fueron constantes y repetidos. Además,

45 Carta de Pascual Martínez a Bucareli, Areco, 29 de mayo de 1770 y de Gregorio Piñero a Bucareli,

22 de diciembre de 1770, ambas en AGN, IX-1-4-1.


46 AGN, IX-19-5-6, f. 73, Buenos Aires, 4 de febrero de 1807, subrayado nuestro.
47 El amparo ante el fuero militar permitía a los oficiales de milicias sustraerse a la justicia civil; en

1805, Gregorio Lima (uno de los hijos de Francisco Xavier de Lima) y cabo de las milicias, se negó a res-
ponder ante una demanda de su cuñado F. A. Martínez, diciendo que solo prestaría declaración ante su
superior (su superior jerárquico, se entiende), AGN, IX-23-6-4.
48 AGN, IX-19-6-4.
49 Los fueros fueron abolidos por una ley de la Sala de Representantes de 5 de julio de 1823, cfr. CAS-

TRO, Manuel Antonio de Prontuario de práctica forense, Instituto de Historia del Derecho Argentino, Facul-
tad de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1945 [1832].
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108 Justicias y Fronteras

durante el período 1750-1780, cuando el fuerte de la frontera de Areco estaba situa-


do inmediato al pueblo (después la fundación del Fortín de Areco correría la fron-
tera Areco arriba), el papel del comandante era todavía mayor frente a la sociedad
local. Citemos las palabras del capitán Pedro Riveros, comandante en los años 1750s.
e inicios de los 1760s.: “…mediante recaer en mi en este Pago el cargo de Capitán y
de procurar el bien comun de el”.50 Pero, incluso en un período posterior, es posible
observar que a menudo el Sargento Mayor de las milicias ejercía funciones de repre-
sión paralelas a las de los alcaldes de la Hermandad, con la ventaja de contar con
una partida de blandengues a sus órdenes.51 Ya vimos la opinión de Alexander
Gillespie, el militar inglés que vivió en Areco después de las invasiones británicas y
lo repite otra vez en su libro: “Los peones rendían el más sumiso respeto a la supre-
macía militar, mientras despreciaban las leyes, pues el garbo de un soldado era
pasaporte suficiente...”.52 Esa es la razón por la que, a partir de 1820, como veremos,
se eliminaron aquellas comandancias militares que no fueran de frontera.
El servicio obligaba a los campesinos a acudir a las diferentes llamadas en caso
de incursiones indígenas (expediciones que, destinadas normalmente a atemorizar,
en general no daban lugar a verdaderos enfrentamientos armados); también debían
someterse a las periódicas revistas que normalmente se realizaban durante los
domingos, pero que podían llegar a durar de diez a doce días seguidos como ocu-
rrió, por ejemplo, en mayo de 1774.53 Por supuesto, dado que los soldados milicia-
nos eran los propios campesinos, con frecuencia las siembras, la cosecha o las yerras
interrumpían toda posibilidad de prestación del servicio militar; los oficiales y sub-
oficiales, que pertenecían al mismo ámbito social, sabían bien que solo les restaba
ser tolerantes, dado que ellos también se hallaban frente a idénticas exigencias.54 Y
no era raro que algunos no se presentasen a un llamado por esas razones o que
otros, lisa y llanamente desertasen.
50 Carta del capitán Pedro Riveros al gobernador Alonso de la Vega, Areco, 28 de diciembre de 1760,

AGN, IX-1-4-1.
51 Véase, por ejemplo, la comunicación del sargento mayor Felipe A. Martínez del 28 de febrero de

1796, acerca de las partidas de blandengues distribuidas para prevenir desórdenes en ocasión de la cose-
cha desde Cañada Honda hasta Cañada de la Cruz, AGN, IX-1-4-1.
52 GILLESPIE, Alexander Buenos Aires..., cit., p. 114.
53 Informe del teniente de Dragones Antonio Pérez Dávila al gobernador Vértiz, 19 de mayo de 1774,

en AGN, IX-1-4-1.
54 Pedro Ximénez Castellanos al gobernador Vértiz refiriéndose a las dos compañías de Cañada de la

Cruz en 1771, decía “… son los mas de ellos Labradores y en caso de que V.E. disponga se suspendan
dhos. exercicios durante las Sementeras…”, en AGN, IX-1-4-2; en enero de 1773, el sargento mayor Fran-
cisco Julián de Cañas pedía la vuelta al pago de un cabo de las milicias enviado a Buenos Aires con unos
presos diciendo que “es un pobre y tiene su trigo y para qe. este pobre pueda benir con brevedad a hacer
su recogida de trigo”, AGN, IX-1-4-1. En noviembre de 1774, el sargento mayor Pascual Martínez infor-
maba “...respecto a estar tan próxima la cosecha de los trigos y con ese motivo hallarse los Individuos de
este Partido embarazados en prevenirse para sus faenas [...] se sirva usted diferir esta comision hasta que
se pase el tpo. de la cosecha...”; tres años después, en noviembre de 1777, el mismo Pascual Martínez
explicaba que los miembros de una de las compañías llamadas a servicio “... estan en las Yslas al corte de
madera y leña para los cosecheros...”, ambas en AGN, IX-1-4-1.
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La cruz, la vara, la espada 109

Demás está subrayar que la inserción de los campesinos en las milicias, dirigi-
das por los notables más prestigiosos, secundados por sus parientes más jóvenes o
de menor peso, con los cuales esos milicianos establecían con frecuencia estrechos
lazos –que podían llegar hasta el parentesco ritual– consolidaba relaciones de sub-
ordinación y de poder (recuérdese como Max Weber define al poder: “la posibilidad
de obtener la obediencia de un grupo de personas al contenido concreto de un man-
dato” y las desventuras del sargento mayor Pascual Martínez, muestran hasta qué
punto esto era así). Estas relaciones subordinadas fueron construyendo en forma
lenta y progresiva líneas de fuerza que apuntarían después a la constitución de un
orden estatal. Pero este orden estatal en construcción tenía delante de sí un camino
muy largo por recorrer, camino sinuoso y no exento de rupturas.
Estas milicias coloniales fueron reorganizadas después de la Revolución de
Independencia. A partir de ese momento, los jefes de las milicias acentuaron toda-
vía más su fuerte presencia en los conflictos locales (a causa de las exigencias en
hombres para el ejército ocasionadas por las campañas militares, tanto durante las
guerras de independencia, como en ocasión de los conflictos civiles), en abierta com-
petencia con los alcaldes y jueces de paz. No es abundante la bibliografía sobre este
aspecto de la cuestión militar, pero los trabajos de Tulio Halperin para el período
colonial y los primeros años independientes, como los de Carlos Cansanello para los
años 1820s., presentan un primer cuadro de situación.55 En los años de las primeras
décadas posrevolucionarias, al menos cuatro miembros de la familia Martínez inte-
graban las milicias: Francisco Mariano como capitán de la “5ta. Compañía de Caba-
llería de Voluntarios de la Campaña”, su hermano Luís Ramón, teniente de esa
misma Compañía y el medio hermano de ambos, Norberto Antonio Martínez,
comandante interino del 4to. escuadrón del regimiento 3 de Milicias de Caballería
de la Campaña en 1816. En 1829, Pedro Antonio Martínez, otro de los hermanos, era
comandante militar en Areco.
En 1820 se decidió la supresión de las comandancias de milicias –exceptuándo-
se las de la frontera– a causa de “...las continuas competencias de jurisdicción y otras
diferencias que frecuentemente se subsistan con los respectivos jueces Territoriales
en las que hacen formar no poca parte a los vecinos...”56 pero, en realidad, hasta las
reformas de 1821 y sobre todo, hasta bien avanzado el gobierno de Juan Manuel de
Rosas, la independencia de los jueces territoriales frente a los jefes militares locales
fue muchas veces de muy difícil afirmación.

55 HALPERIN DONGHI, Tulio “Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815”, en El ocaso

del orden colonial en Hispanoamérica, Sudamericana, Buenos Aires, 1978 y CANSANELLO, Carlos “Las
milicias rurales bonaerenses entre 1820 y 1830”, Cuadernos de Historia Regional, 19, Universidad de Luján,
1998; ver, asimismo, nuestro trabajo “Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses...”, en Construir el
estado, inventar la nación, cit.
56 Comunicación de Sarratea al Cabildo, 21 de abril de 1820, AGN, IX-19-6-15.
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110 Justicias y Fronteras

En el período rosista, hay dos momentos diversos en la jefatura y organización


de las milicias. En el primero de ellos, que muy probablemente llega hasta la vuelta
de Rosas a la gobernación de la provincia en 1835, los jefes de las milicias son mili-
tares de carrera, como el teniente coronel José María Flores, quien dirige en 1831 el
2° escuadrón del regimiento 4to. de Milicias de Caballería Patricia de la Campaña
–las que cumplían un papel más relevante desde el punto de vista militar– que
incluye a los milicianos de Salto y Areco.57 Pero, más tarde, al menos desde los acon-
tecimientos cruciales del año 1840, el comandante del que pasaba a ser el regimien-
to de Milicias de Caballería de Areco fue el propio juez de paz y esto era especial-
mente claro en el largo período en que Tiburcio Lima ejerció esa función. En ese
momento, Tiburcio Lima era juez, comisario y comandante militar: ocupaba un
lugar nodal en el marco del poder local. Junto a él, su amigo y compadre58 Jacinto
Bogarín, era quien comandaba el regimiento de milicias de infantería; de este modo,
la concentración del poder en el clan familiar que rodeaba a Tiburcio Lima era total.
Pero ¿quiénes eran los milicianos y cuáles eran sus obligaciones?
Los milicianos eran los varones domiciliados en el pueblo y en la campaña –fue-
ran solteros o casados– que estaban obligados a prestar un servicio militar anual (y
a acudir cuando se los reclamaba a causa de algún acontecimiento puntual) desde
los veinte hasta los cincuenta años,59 formando así las milicias activas de caballería
y de infantería. A partir de los cincuenta años pasaban a engrosar las milicias pasi-
vas. En el período rosista, los regimientos de Caballería de Milicias Patricias cum-
plieron un papel determinante en muchos de los conflictos del régimen. En especial,
en los decisivos años 1832-1835 y 1839-1841. En 1841, sobre un total de 7.667 hom-
bres de tropa que contaba la provincia, los milicianos representaban el 32%, cifra
que muestra la relevancia que había adquirido la milicia en ese período. Y durante
esos años, todos los milicianos en activo cobraron sueldo –en el período rivadavia-
no lo cobraban sólo cuando estaban en campaña. Ello deja ver la importancia que
habían adquirido a ojos de Rosas estos milicianos campesinos, uno de los sostenes
fundamentales del régimen.

57
AGN, X-24-3-3 y 24-5-4.
58
Jacinto Bogarín se casó con una hija de José Hilario Martínez, Gregoria, en 1822 y en ocasión del
nacimiento de su hijo Simón en 1835, Tiburcio Lima fue el padrino junto con su esposa Josefa Genes.
59 Hay que señalar que estas edades no siempre se respetaban; por ejemplo, en la revista realizada en

1851 en Areco, cuyos datos exponemos en los Cuadros 2 y 3, hay varios milicianos menores de veinte
años.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 111

La cruz, la vara, la espada 111

Cuadro 3
Composición de la compañía de milicias de caballería de Areco: 1851

Ocupaciones Totales Solteros Casados/Viudos Migrantes


Peones 91 53% 68 75% 23 25% 33 36%
Criadores 41 24% 19 46% 22 54% 3
10%
Estancieros 21 12% 8 38% 13 62% 3
Acarreadores 7 4% 7 - - - 2 -
Comerciantes/artesanos 8 5% 2 - 6 - 5 -
Varios 3 2% 3 - - - - -
Total 171 100% 107 63% 64 37% 46 27%

Fuente: “Regimiento n° 4 de milicias; Compañía de Milicia Activa de Caballería de San Antonio de


Areco”, Costa de Ramallo, 29 de octubre de 1851, en AJPSAC, 1851.

Pero, volviendo a Areco, veamos quiénes eran realmente los milicianos. El Cua-
dro 3 aporta los datos sobre la compañía de caballería de Areco. Es necesario adver-
tir que hemos incluido en él a varios milicianos que estaban tachados en el original
(probablemente, habían emigrado o muerto) y es por ello que la fuente da un total
de 157 hombres y nuestro total es un poco superior, pero hemos preferido tomar en
cuenta también a los tachados, pues así conservamos una preciosa información. La
primera impresión es fuerte: hay aquí casi tantos peones como criadores, estancie-
ros, acarreadores y artesanos o comerciantes. O sea que, cuando decimos que las
milicias son la expresión de la sociedad local de la campaña, es decir, los paisanos
avencidados, no estamos hablando en vano. Y una muestra realizada a partir de un
llamado a filas de 1839, que hemos mencionado antes, da resultados muy similares
a los de este documento.
No puede extrañarnos que los mandos de las milicias estén conformados por
estancieros o criadores, pero los mandos son pocos (hay tres sargentos y siete cabos,
más los cuatro tenientes de alcalde) o sea que una parte sustancial de la tropa mili-
ciana estaba compuesta también por los estancieros medios y pastores (es notable la
inexistencia de las categorías de “labrador” o “chacarero” en esta lista; esto debería
relacionarse con la crisis de la agricultura tal como se practicaba hasta los años
1820s.),60 por los acarreadores de ganado y por los pequeños comerciantes y artesa-
nos del pueblo –tres comerciantes, dos albañiles, un carpintero, un sastre, un ataho-
nero. Y si les sumamos los 24 miembros del regimiento de milicias de infantería, ten-
dríamos ahora el cuadro siguiente:

60 En ese muestreo que hemos hecho sobre el llamado a filas de 1839 aparecen no pocos soldados cuyos

padres eran “labradores” según el censo de 1813, una muestra más de la crisis de la agricultura.
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112 Justicias y Fronteras

Cuadro 4
Composición de las dos compañías de milicias de Areco: 1851

Ocupaciones Totales Solteros Casados/Viudos Migrantes


Peones 97 50% 71 73% 26 27% 35 36%
Criadores 42 22% 19 46% 23 55% 3
10%
Estancieros 21 11% 8 38% 13 62% 3
Comerciantes/artesanos 23 12% 12 - 11 - 9 -
Acarreadores 7 4% 7 - - - 2 -
Varios 5 2% 2 - 3 - - -
Total 195 100% 119 61% 76 39% 52 27%

Fuente: “Regimiento n° 4 de milicias; Compañía de Milicia Activa de Caballeria de San Antonio de


Areco” y “Milicia activa de Infanteria del Partido de Sn. Anto. de Areco”, Costa de Ramallo, 29 de octu-
bre de 1851, en AJPSAC, 1851.

No ha cambiado mucho el panorama pero, como era de suponer, se reafirma


aún más en las milicias el carácter de vecinos domiciliados que poseían sus miem-
bros gracias al mayor peso del sector de comerciantes y artesanos –principales com-
ponentes de las milicias de infantería– que pasaron de ocho a veintitrés. Solo falta-
ría agregar a las milicias pasivas –que en una revista realizada en 1845 eran 37 indi-
viduos–61 para completar este cuadro general sobre las milicias en Areco hasta la
caída de Rosas. Como no podía ser de otro modo, el alférez retirado que encabeza-
ba la revista de la milicia pasiva en 1845 es Justo Casco, un lejano descendiente de
Francisco Casco de Mendoza.
Después de Caseros se aplicó el nombre de Guardias Nacionales a los milicia-
nos;62 probablemente, algunos de los emigrados que volvían de Chile –también en
Brasil y otros países de América eran llamados así– habían traído la novedosa pala-
bra, pero las funciones seguían siendo las mismas. Es más, habría una transforma-
ción que haría de este servicio una de las cargas más pesadas que recaería sobre la
población campesina. En 1854, un grupo de pastores y labradores de la campaña se
refería a ella en estos términos “…nosotros estamos cada día arrancados de nuestros
hogares, o cazados en los campos como se cazan avestruces; y cuando caímos en las
bolas de algún teniente alcalde, es para que haga de nosotros lo que se quiere, guar-
dia (nacional), blandengue, doméstico, veterano, como se le antoje al primer man-
dón que nos pille...”.63 José Hernández dijo en 1869 “La guardia nacional es una ins-

61
AJPSAC, 1845.
62
Decreto del 8 de marzo de 1852, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, Buenos Aires, 1852.
63 Memoria descriptiva de los efectos de la dictadura sobre el jornalero y el pequeño hacendado de la Provincia

de Buenos Aires..., 1854 en HALPERIN DONGHI, Tulio Proyecto y construcción de una nación (1846-1880),
Ariel Historia, Buenos Aires, 1995, pp. 512-522.
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La cruz, la vara, la espada 113

titución arbitraria y desmovilizadora que solo se explica en medio de las agitaciones


febriles que la hicieron nacer”. Veamos, rápidamente, la evolución de esta institu-
ción en las primeras décadas postrosistas.
Lo primero que es necesario señalar es la progresiva pérdida de distancia entre
la condición de Guardia Nacional (en adelante GN) y de elemento apto a ser reclu-
tado para integrar el contingente (así se conoce a los regimientos de línea). En efec-
to, gracias a una serie de disposiciones legales y reglamentarias, los campesinos
avencidados, es decir, los paisanos, para otorgarles ese nombre que los enorgullecía,
estuvieran enrolados o no en la GN, comenzaron a sentir todo el peso de las cargas
militares y los servicios anexos (a veces, casi tan duros como las primeras). Poco des-
pués de Caseros, en mayo de 1852, se dispuso un nuevo enrolamiento de los GN. En
Areco, que forma parte ahora del regimiento 3 de GN, se le pidió al Juez que tuvie-
ra “…bien reunir todo el vecindario para que se haga el enrolamiento”.64 Esto prea-
nunciaba una movilización de la GN y efectivamente, pocos meses después, el juez
pasó a los tenientes de alcalde la orden para la movilización y éstos adjuntaron las
listas de cada cuartel.65 En noviembre se señalaba que quienes no se enrolasen serí-
an destinados “…al servicio de las tropas de línea por dos años”.66 A fines enero de
1855, al desmovilizarse la GN, el ministro Portela señalaba en una extensa circular
a los jueces de paz,67 toda una serie de disposiciones tendientes a encuadrar clara-
mente a los GN como individuos que, ante la menor falta de atención, irían a parar
“…al servicio de las armas previa clasificación correspondiente…” y señalando que
no se dejara enrolar –para reclutarlos así para el contingente– a aquellos que “…se
hayan evadido del servicio ausentándose del partido sin conocimiento de las auto-
ridades”. Toda la circular muestra claramente de qué forma ahora los GN pasarían
a ser sospechosos ante cualquier “desviación”, situación que resulta ser la antesala
del contingente. Además, la mencionada circular de desmovilización exceptuaba a
los regimientos de GN de la frontera, lo que nos hace suponer que había aquí una
diferencia –que se acentuaría con el tiempo– haciendo de estos regimientos un
ámbito en el que los GN remitidos estaban de servicio en forma independiente de
las agitaciones políticas. En este caso, la diferencia entre GN y soldados del contin-
gente es cada vez más borrosa. No olvidemos tampoco que había dos clases de veci-
nos domiciliados que no acudían al servicio. Primero, los extranjeros que estaban
específicamente exceptuados, tanto del servicio de la GN como de las requisas de
ganado y caballos e, incluso, escapaban a las leyes represivas de la “vagancia”. Para

64 Comunicación del general Flores al juez de paz, Fortín de Areco, 18 de mayo de 1852, en AJPSAC,

1852.
65 AJPSAC, 1852.
66 Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, 1855, incluido en el volumen de ese año, pese a ser del

24 de noviembre de 1852.
67 AHPBA, juzgados de paz, San Andrés de Giles, 39-2-22, la circular está originada en el ministerio de

Guerra.
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114 Justicias y Fronteras

citar solo un ejemplo local, en mayo de 1859, el Oficial Segundo de la Prefectura de


Areco –de la cual dependía San Andrés de Giles– le transmitió un oficio de felicita-
ciones del Ministerio de Gobierno al Juez por su “…recomendable celo y activi-
dad…” en materia de aprehensión de vagos, glosando una nota del mismo juez en
donde éste informaba que seis individuos que había aprehendido no eran “…solda-
dos como se creian sino extranjeros…”68 y, por lo tanto, escapaban a las disposicio-
nes de las leyes sobre la vagancia y los transeúntes sin pasaporte y papeleta de enro-
lamiento (ésta siguió siendo de uso obligatorio hasta fines del período; jefes de regi-
miento en los momentos más álgidos y jueces de paz durante las épocas más “repo-
sadas” eran los responsables de su otorgamiento). Otra excepción estaba constitui-
da por los pudientes, pues la ley les permitía pagar un “personero” que haría el ser-
vicio militar en su lugar, estableciendo de este modo frente a esa obligación –no sólo
de hecho, como lo era hasta ese momento, sino también ahora de derecho– una clara
divisoria de aguas en lo social.
Por otra parte, cada vez que se requería algún servicio –estrictamente ajeno al
hecho de empuñar las armas– como enviar caballos, ganado o carretas, acarrear
cañones para la artillería u otros, eran los GN, activos o pasivos, los que debían acu-
dir gratuitamente, demás está recordarlo. Por supuesto, los GN debían presentarse
en esos casos “con caballo de tiro” (esto también eran habitual en el período prece-
dente, durante el rosismo), o sea no sólo con el de su uso, sino también con otro de
refresco. Un buen ejemplo, entre decenas posibles, es el pedido de “…diez carretas
con bueyes y peones, listas para marchar y treinta á cuarenta hombres a caballo para
que tiren (de la) artillería, á mas de doce reses que deben consumirse diariamen-
te…” exigido el 7 de enero de 1853 a los jueces de paz del norte de la campaña.69
Otro más tardío. En abril de 1857, el coronel Laureano Díaz exigía quinientos hom-
bres “…mas de Guardias Nacionales…” para la Frontera del Centro y le escribía así
al juez de Areco: “…sin perdida de tiempo remita V. a este punto cincuenta Guar-
dias Nacionales de Caballeria de ese Partido, con Caballo de Tiro si fuera posible y
utiles de Campo como ser Lazo, Manea y Bolas de Potro”.70
No podemos seguir aquí con el tema, pero recordemos solamente que los acon-
tecimientos venideros –el conflicto armado con la Confederación hasta la batalla de
Pavón, la continuidad de la guerra fronteriza, que se arrastraría todavía durante dos
décadas (a partir de 1869, los miembros de la GN fueron sometidos a sorteo para
integrar la GN de la Frontera durante un año)71 y los efectos terribles de la guerra
del Paraguay de 1865-1870, en la que la GN de la campaña participó con cuatro bata-
llones– no hicieron más que agudizar esta avidez de hombres para el ejército; ella
hizo que desde Buenos Aires se acentuaran las exigencias militares sobre la pobla-

68 Juzgados de paz, San Andrés de Giles, 1859, AHPBA, 39-3-24.


69AJPSAC, 1853.
70 Santa Rosa de la Frontera, 6 de abril de 1857, en AJPSAC, 1857.
71 Ver el decreto del 10 de agosto de 1869 en AJPSAC, 1869.
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La cruz, la vara, la espada 115

ción rural. Este fue el ambiente en donde, a partir de su publicación en el año 1872,
nacía (y triunfaba entre lectores y oidores de la campaña) el Martín Fierro. Su éxito
de difusión entre los hombres de campo puede ser visto como un testimonio eviden-
te del estado de la “opinión” de la población rural frente a estos problemas.
Solo nos interesa aquí señalar un hecho que resulta fundamental respecto a lo
que nos preocupa en este acápite. A partir de Caseros, en forma lenta pero constan-
te, el mando de los regimientos de la GN se fue despegando del ámbito de los jue-
ces de paz y en general, de los notables locales, para pasar a los oficiales de carrera
desprendidos de los regimientos de línea. Cierto es que, en algunos casos, como en
el de la comandancia por parte del coronel Antonio Cané del regimiento 3 de GN
–el correspondiente a Areco– seguimos en el ámbito de las familias locales, como
también es el caso de Norberto Antonio Martínez, quien al parecer llegó a ostentar
el grado de capitán en 185372 (no olvidemos que era teniente en 1816). De todos
modos, la tendencia en el sentido anteriormente enunciado parecía irreversible.
La confirmación oficial de este hecho llegó el 17 de agosto de 1857, cuando una
circular del Ministerio de Gobierno del Estado de Buenos Aires enviada a los jueces
de paz daba cuenta de un decreto del 13 de ese mismo mes. Este establecía en su
artículo segundo que los regimientos de la GN tendrían en lo sucesivo “…un cua-
dro veterano compuesto del Jefe, el cual se encargará de su mayoría y organización,
de un Ayudante Mayor y de un cabo de cornetas…”; el artículo tercero es aún más
claro: “Al mes de esta fecha los Jueces de Paz cesarán en el mando e intervención
que hoy tienen en la Guardia Nacional”.73 Las crecientes necesidades de consolida-
ción y de despliegue del estado que eran claramente perceptibles en los propósitos
de gobierno del grupo liberal que había tomado el poder en Buenos Aires desde la
caída del Rosas, ya no permitían dejar este instrumento militar (que era vital en fun-
ción de apuntalar ese objetivo de extensión de las funciones estatales) en manos de
los notables locales y ahora serían los oficiales de carrera –ello es lo que quiere decir
en el lenguaje de la época “un cuadro veterano”– los que tomarían las decisiones de
mando más relevantes. Por supuesto, jueces, alcaldes y tenientes de alcalde seguían
siendo un elemento central en el sistema de reclutamiento forzoso y de disciplina-
miento de la población campesina, como ya lo hemos dicho, pero ahora la conduc-
ción efectiva de las tropas de la GN escapaba a su control.

72 Comunicación de José Cané desde la Guardia de Luján al juez de paz de Areco, 20 de julio de 1753;

en mayo de 1853, el juez de paz interino Fidel Torres anuncia que N. A. Martínez, a quien otorga ese
grado en un informe del juzgado, está encargado de organizar las caballadas; ambas en AJPSAC, 1853.
73 AJPSAC, 1857.
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116 Justicias y Fronteras

Conclusiones

Como se ha dicho al inicio, este texto forma parte de un libro –que tiene casi 400
páginas– y, por lo tanto, hay en el trabajo algunas afirmaciones que aparecen algo
crípticas para el lector, pero es prácticamente imposible resumir en unos folios un
libro de esa extensión. De todos modos, creo que resultará evidente que uno de los
objetivos del texto es relacionar estas tres “patas” del poder local con el largo y com-
plejo proceso de construcción estatal durante el siglo XIX. Este proceso, timoneado
desde la ciudad de Buenos Aires a partir del coup d’état de mayo de 1810 y que tuvo
–durante el largo período estudiado– idas y vueltas bajo los signos ideológicos más
diversos, arranca desde el período previo, pues como se ve en este texto –pese a su
estrechez– los mecanismos de poder sobre los cuales la construcción estatal se apoya
tomaron sus raíces en una sociedad local que ya poseía dos buenos siglos de exis-
tencia al momento de la Revolución de Independencia. Por otra parte, esta pequeña
sociedad local no había aterrizado en paracaídas desde la nada en el medio de la lla-
nura pampeana, ella abrevaba en varias fuentes, sobre todo, en la riquísima tradi-
ción religiosa, cultural y jurídica de la sociedad ibérica (por supuesto, africanos e
indígenas también aportaron lo suyo, pero no hay dudas de que en nuestro caso ese
aporte es de menor peso, aun cuando –y la música, como no pocas de las palabras
de uso corriente, así lo muestran– está lejos de ser inexistente). Es decir, que los
mecanismos de poder se estructuraron desde el inicio enmarcados en las grandes
líneas de desarrollo de la cultura ibérica y esa herencia, transformada y “mestizada”
con los más variados aportes, duró bastante más allá de fines del período que aquí
nos interesa.
Terminemos con un breve comentario acerca de la construcción estatal y sus
relaciones con la sociedad local. En cada uno de los momentos en que se exigían
desde Buenos Aires hombres y recursos para la guerra (le recuerdo al lector que
desde las incursiones indígenas del siglo XVII hasta el fin de la “conquista del de-
sierto” en los años 1880s., hombres y recursos para la guerra surgían sobre todo de
la sociedad campesina), era necesario que los que exigían tuvieran éxito en su
demanda y esto sólo era posible si quienes “regían” la sociedad local estaban dis-
puestos (a cambio de algo) a constituirse en voceros de esas demandas. Mas, como
Janus, curas, alcaldes y comandantes de milicias debían dar cuenta al “centro”, pero
también sabían que había limites a las demandas desde Buenos Aires: una cara hacia
Buenos Aires y otra cara hacia la sociedad local. En las relaciones de poder, el “cen-
tro” solo podía crecer restándole fuerza a esos rectores de la sociedad local; el famo-
so monopolio de la fuerza simbólica y física que caracteriza al Estado es posible úni-
camente en la medida que se “desapropia” a quienes lo detentan en la sociedad
local, pero eso no siempre es fácil ni sencillo. Cuando se decidió en 1857 que los jue-
ces de paz no tuvieran intervención en todo lo referente a la Guardia Nacional, se
estaba dando un paso formidable en esa dirección. Pero, al mismo tiempo, cuando,
por ejemplo, no hay más remedio que aceptar que los párrocos sigan teniendo inter-
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La cruz, la vara, la espada 117

vención en la esfera privada de la vida de las parejas,35 se estaba confesando que el


ejercicio de la dominación simbólica era mucho más complejo que el uso de la mera
fuerza.

74 Y le recuerdo al lector que la ley de divorcio vincular es de… 1987 y la jerarquía católica sacó a la

calle hasta la virgen de Luján para impedirlo.


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Revolución y Derecho
La formación jurisprudencial en los primeros años
de la Universidad de Buenos Aires (1821-1829)

Magdalena Candioti

En la tercera década del siglo XIX el universo político y cultural rioplatense, que la
Revolución ya había estremecido, se complejizó aceleradamente. Las reformas
impulsadas en el marco del gobierno de Martín Rodríguez, por el llamado “grupo
rivadaviano”, tuvieron una incidencia no menor en una renovación cultural signada
por la multiplicación de espacios de expresión y articulación de ideas, orientados no
sólo a la expresión de la sociedad civil sino, y quizás principalmente, a su creación.
Estas prácticas y espacios culturales y políticos, que fueron la prensa, los tea-
tros, las fiestas, los monumentos y las prácticas de sociabilidad (de tertulias a socie-
dades literarias), han sido abordados en los últimos años por una historiografía
local que ha demostrado convincentemente que éstos formaron parte de una políti-
ca amplia de reforma de las costumbres, los valores y “regeneración” de la socie-
dad.1
Entre estos espacios institucionales reformados se contó la educación. En esos
años se creó la Universidad de Buenos Aires y comenzaron a formarse por primera

1 MYERS, Jorge “Las paradojas de la opinión. El discurso político rivadaviano y sus dos polos: el

‘gobierno de las luces’ y ‘la opinión pública, reina del mundo’”, en SABATO, Hilda y LETTIERI, Alberto
–editores– La vida política en la Argentina del siglo XIX: Armas, votos y voces, FCE, Buenos Aires, 2003;
GARAVAGLIA, Juan Carlos “A la nación por la fiesta: las Fiestas Mayas en el origen de la nación en el
Plata”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 22, 2000;
GALLO, Klaus “Un escenario para la ‘feliz experiencia’. Teatro, política y vida pública en Buenos Aires.
1820-1827”, en BATTICUORE, Graciela; GALLO, Klaus y MYERS, Jorge –compiladores– Resonancias
románticas. Ensayos sobre historia de la cultura argentina (1820-1890), EUdeBA, Buenos Aires, 2005; MOLI-
NA, Eugenia “Pedagogía cívica y disciplinamiento social: representaciones sobre el teatro entre 1810 y
1825”, en Prismas. Revista de Historia Intelectual, núm. 4, 2000; ALIATA, Fernando y MUNILLA LACASA,
María Lía –compiladores– Carlo Zucchi y el neoclasicismo en el Río de la Plata, EUdeBA-IICBA, Buenos
Aires, 1998; GONZÁLEZ BERNALDO, Pilar Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina. Las
sociabilidades en Buenos Aires, FCE, Buenos Aires, 2001.
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120 Justicias y Fronteras

vez en la antigua capital del virreinato, expertos en Derecho: futuros abogados, jue-
ces y juristas.
En estas páginas intentaré dar cuenta de cuáles fueron las orientaciones que las
ideas sobre el derecho posrevolucionario tomaron en el marco de la Universidad en
tanto espacio de producción y difusión sistemática de visiones “expertas” sobre
estos tópicos. A partir de esta ventana reflexionaré de un modo más general sobre la
centralidad del Derecho en la legitimación de la Revolución misma y sobre la diver-
sidad de orientaciones doctrinarias que, con repercusiones sobre las formas de pen-
sar la justicia y el Derecho, circularon en los años 1820s. en el Río de la Plata.

Un nuevo centro de formación jurisprudencial: la creación


de la Universidad de Buenos Aires

Cumpliendo un viejo anhelo de la antigua capital virreinal, el 9 de agosto de 1821 y


luego de las dilatadas gestiones realizadas por el presbítero Antonio Sáenz, el gober-
nador de la provincia Martín Rodríguez inauguró la Universidad de Buenos Aires.
Se fusionaron en ella prácticamente todas las instituciones educativas existen-
tes en la ciudad y se las organizó en diversos departamentos: de primeras letras; de
estudios preparatorios; de ciencias exactas; de medicina; de jurisprudencia; y de
ciencias sagradas.2 Cada uno de estos departamentos fue puesto bajo la égida de un
Prefecto que, como tal, formaba parte de un Tribunal Literario. Dicho tribunal era
presidido por el rector, el propio Sáenz, que a su vez presidía la llamada Sala de
Doctores que, integrada por todos los doctores naturales de la provincia, tenía fun-
ciones de carácter más bien consultivo.
Aquí interesa analizar particularmente la organización del Departamento de
Jurisprudencia y cuál fue el perfil que asumieron los estudios del Derecho, la forma-
ción de esos hombres clave de la sociedad porteña que eran los abogados, jueces y
juristas.3

2 HALPERIN DONGHI, Tulio Historia de la Universidad de Buenos Aires, EUdeBA, Buenos Aires, 2002,

p. 30.
3 Sobre la centralidad de los juristas y abogados en particular en la escena política argentina ver, ZIM-

MERMANN, Eduardo “The education of lawyers and judges in Argentina´s Organización Nacional
(1860-1880)”, en ZIMMERMANN, Eduardo –compilador– Judicial Institutions in Nineteenth-Century Latin
America, ILAS Press, Austin, 1996. Sobre este mismo fenómeno en Colombia ver, URIBE-URAN, Víctor
Honorable lives. Lawyers, family and politics in Colombia. 1750-1850, University of Pittsburgh, Pittsburgh,
2000. Sobre Brasil, ADORNO, Sergio Os aprendizes do poder. O bacharelismo liberal na política brasileira, Paz
e Terra, São Paulo, 1988. Sobre Perú, AGUIRRE, Carlos “Tinterillos and leguleyos: subaltern subjects and
legal intermediaries in modern Peru”, en XXII Congreso de la Latin American Studies Association, Miami,
Florida, 16-18 de marzo de 2000.
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Revolución y Derecho 121

El 8 de febrero de 1822 el Gobierno de Buenos Aires decretó la institución de


dos cátedras de Derecho, una de Derecho Civil y otra de Derecho Natural y de Gentes.
El proyecto original de Sáenz –presbítero pero también abogado doctorado en Char-
cas– de establecer una tercera cátedra de Magistratura quedó descartado, mayor-
mente por causas de índole económica y la función de entrenar a los egresados en
los procedimientos y usos del foro porteño fue en parte cubierta por la labor de la
Academia de Jurisprudencia Teórica y Práctica.
Si una clara novedad presentaba dicho plan de estudios, era que prescindía de
la enseñanza del Derecho que había sido la base de toda la formación jurispruden-
cial colonial: el derecho común, en su vertiente romana y canónica. A pesar de que
bajo la denominación de “derecho civil” generalmente se solía enseñar el “derecho
de los romanos”, como se verá, no sería éste el caso en la nueva institución.
El fondo estable y duradero sobre el que se había organizado la cultura jurídi-
ca hispanoamericana, y por qué no europea, de Antiguo Régimen fue el derecho
común (ius commune). En 1951, Alexander Passerin d’Entrevès escribió que: “No es
exagerado decir que, junto a la Biblia, ningún texto dejó una marca más profunda
en la historia de la humanidad que el Corpus Iuris Civilis”.4 Quizás esto sea efectiva-
mente exagerado en cuanto a la humanidad se refiere, pero seguramente no lo es en
relación con la experiencia jurídica hispana medieval y moderna. La centralidad del
Corpus Iuris Civilis de Justiniano5 y de la doctrina de los juristas interpretando sus
preceptos había sido entonces predominante en la formación de abogados y jueces
en Hispanoamérica e incluso en la práctica de estos tribunales. Esta centralidad fue
un objeto claro de las reformas regalistas del XVIII. Si los funcionarios reales debían
comenzar a garantizar ante todo los intereses del “polo monárquico”, también su
voz, esto es, las leyes por él elaboradas, debían tener preeminencia por sobre otras
posibles fuentes de derecho.6
En el reinado de Carlos III se dictaron múltiples decretos tendientes a propiciar
la aplicación literal de la letra de las leyes y a combatir la práctica de su interpreta-

4D’ENTREVÈS, Alexander Passerin Natural law, Hutchinson and Co., London, 1977, p. 22.
5El texto era en realidad una impresionante labor de compilación y codificación de materiales legales
romanos realizada por encargo del emperador Justiniano y finalizada hacia el año 534. Dicho “cuerpo”
reunía tres diferentes trabajos: las Institutas (un corto libro pedagógico, para la enseñanza); el Digesto (una
colección de citas de antiguos juristas) y el Código (o codificación de las constituciones imperiales). Ter-
minada la vigencia jurídica de este Derecho con la caída del imperio romano, estos preceptos fueron
redescubiertos y reelaborados por los juristas de toda Europa en la alta Edad Media y sus leyes fueron
retomadas en múltiples legislaciones reales desde entonces. En el mundo hispano, este Derecho tuvo por
ejemplo una notable influencia que sobre las leyes reunidas en las Siete Partidas, traducción al castellano
de muchas reglas del texto justiniano.
6 TOMÁS Y VALIENTE, Francisco El derecho penal de la monarquía absoluta (siglos XVI-XVII-XVIII), Tec-

nos, Madrid, 1969, cap. 2; BARRIENTOS GRANDÓN, Javier La cultura jurídica en la Nueva España. Sobre
la recepción de la tradición jurídica europea en el virreinato, UNAM, México, 1993, cap. 1.
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122 Justicias y Fronteras

ción por parte de magistrados y jueces. Un Real Decreto del 9 de mayo de 1776, pro-
hibió terminantemente “…la glosa o comento de las Leyes de Indias”. Y en 1801, una
Real Cédula de “Instrucción y reglas de gobierno que han de observar los Censores
Regios de las Universidades de los Reinos de las Indias e Islas Filipinas”, prohibió
leer disertaciones opuestas a los derechos del monarca en las universidades, con-
ventos y escuelas privadas del clero secular y regular. Una reglamentación especial
de la misma cédula prohibió la enseñanza de doctrinas opuestas a la autoridad y
regalías de la Corona. Entre ellas, “…los libros de todos los autores de los regulares
expulsos deben quedar suspendidos y no enseñarse por ellos en la universidad ni
en los estudios particulares”.7
Las tensiones que las políticas regalistas causaban en el plano de la formación
no se vinculaban sólo a las dificultades propias de un cambio en los contenidos jurí-
dicos enseñados, sino que ponían en el centro de los debates una cuestión mucho
más sensible para instituciones controladas por hombres religiosos y, como ha mos-
trado Roberto Di Stefano, orientadas también a la formación de religiosos.8 Todo el
dilema sobre las relaciones entre ciencia y fe y, en definitiva, el problema del carác-
ter incompatible de la concepción del mundo ilustrada con la concepción católica,
atravesó por el centro los proyectos de reforma de la educación superior colonial.
José Carlos Chiaramonte ha trabajado con detalle este contexto complejo en el que
toda novedad educativa –en el plano de las ciencias naturales, la Filosofía, la Teolo-
gía o el Derecho– corría el riesgo de ser percibida como un ataque a los fundamen-
tos de la religión y cómo la situación se tornaba más compleja por el hecho de que
los abanderados de la defensa de la ortodoxia religiosa y la promoción del poder
papal, los jesuitas, eran quienes controlaban gran parte (en el Río de la Plata prácti-
camente la totalidad) de las instituciones educativas del nuevo mundo. La expul-
sión en 1767 de la Compañía de Jesús, entre otros fines, apuntó a allanar esta fuen-
te de trabas a la lógica regalista impulsada por los Borbones.
Durante la segunda mitad del siglo, entonces, la política de afianzamiento de
poder real llegó a las universidades,9 donde las voces a favor de la enseñanza del
derecho regio en las facultades de jurisprudencia no dejaron de acrecentarse. En el

7 Comunicación al Gobernador de Buenos Aires, Madrid, 7 de junio de 1768, citado por CHIARA-

MONTE, José Carlos La ilustración en el Río de la Plata. Cultura eclesiástica y cultura laica durante el virreina-
to, Puntosur, Buenos Aires, 1989, p. 75.
8 DI STEFANO, Roberto El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política, de la monarquía católica a la repúbli-

ca rosista, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004.


9 Las universidades en las que podían formarse los jóvenes rioplatenses hacia fines del XVIII eran cen-

tralmente tres: la Universidad de San Francisco Javier de Chuquisaca expedía grados en leyes desde 1671:
se enseñaban las Instituciones de Justiniano en dos años; la Universidad de San Felipe de Santiago de Chile
se inauguró en 1758 y contaba con cátedras de Leyes (romanas) y de Instituta; la Universidad Mayor de San
Carlos de Córdoba inauguró tardíamente sus estudios de jurisprudencia, se erigió en 1791 y comenzó a
funcionar la cátedra de Instituta. Ya existía la de Cánones.
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Revolución y Derecho 123

Río de la Plata, puede destacarse la opinión autorizada que, en este sentido, expre-
só una figura que fue clave en la difusión de las “ideas del siglo” y el regalismo: el
presbítero Juan Baltasar Maziel. En un informe redactado en diciembre de 1771, en
nombre del Cabildo eclesiástico y dirigido al Gobernador del Río de la Plata, sobre
el establecimiento de un colegio y una universidad en Buenos Aires con fondos de
las Temporalidades, Maziel proyectó las cátedras que estimaba necesarias o desea-
bles:

“Pero no podemos dejar de echar de menos las respectivas cátedras para la


enseñanza de otro legítimo y verdadero derecho, porque si éste es el que tanto
se recomienda a los jueces en nuestras leyes y el que deben seguir los tri-
bunales en la decisión de las causas, ¿Por qué no ha de ser éste el primer
objeto de la enseñanza pública y el que se proponga a los jóvenes como el
principal blanco a que se deben dirigir todos sus conatos? El derecho roma-
no en nuestros reinos es cuanto más un derecho subsidiario a que sólo puede
haber recurso en aquellos pocos casos que no estén prevenidos en nuestras
leyes. […] parecería que erigiéndose una cátedra de Instituta, cuyo estudio
es necesario por tener recopilados y reducidos a método científico los prin-
cipios generales de la ciencia legal, dotándola en seiscientos pesos, se
pusiesen otras tres cátedras sobre las respectivas partes de nuestro verdadero dere-
cho. […] Si este pensamiento fuere del agrado de VE... esta universidad ten-
drá la gloria de ser la primera que se propuso la enseñanza del que es verdadero
derecho nuestro”.10

La necesidad de poner en el centro de la formación jurídica universitaria el


derecho sancionado por el rey quedaba más que asentada en la propuesta del can-
celario del Colegio San Carlos. Sin embargo, también lo hacía la persistente presen-
cia del derecho romano en las aulas americanas. Maziel en esas mismas páginas
exponía:

“No nos atrevamos a condenar la erección de tantas cátedras [de Digesto,


Código e Institutas] para la enseñanza de un derecho que se halla abolido
y sin fuerza de ley en dichos reinos desde que se publicó el Fuero Juzgo por
nuestros reyes godos […] pues contiene nuestra razón la autoridad de tan-
tas universidades que siguen esta práctica con aprobación de nuestros
soberanos, y más cuando éstos, bien que sin dar a dicho derecho romano
autoridad de ley en sus dominios, permiten expresamente su enseñanza,

10 CHIARAMONTE, José Carlos La ilustración…, cit., p. 196. Reproducido de GUTIÉRREZ, Juan M.

Origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos Aires, Buenos Aires, 1868, p. 358 y ss. El énfa-
sis me partenece.
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124 Justicias y Fronteras

sin duda por estar sus decisiones fundadas en los principios del derecho natural y
de gentes, y poder servir no como ley sino como razón natural en los casos que
no estén definidos por nuestro derecho”.11

No era una razón menor la que concurría a garantizar la presencia de los textos
justinianos en los estudios superiores americanos y Maziel mismo no dejaba de par-
ticipar de aquella creencia generalizada y plurisecular que veía en éstos una recopi-
lación de “los principios generales de la ciencia legal” y de la “razón natural” apli-
cada a cuestiones concretas. Una confianza tan vieja en la perfección del derecho
común, en su carácter de fundamento jurídico de Occidente, no se desharía fácil-
mente.
Las reformas implementadas en las constituciones y programas universitarios
muestran tanto este ascenso del derecho real castellano como el velado –o no tanto–
combate contra el derecho romano. Sin embargo, más que el abandono del estudio
de este último, o la difusión masiva de cátedras de derecho “nacional”, lo que se
generalizó fue la enseñanza de obras que puntualizaban las relaciones entre el dere-
cho común y el regio, como la de Juan Sala.12 Tal imposibilidad de destierro del
derecho común fue un dato perdurable tanto en las universidades españolas como
en las americanas de San Francisco Javier en Charcas, San Felipe de Santiago de
Chile y San Carlos de Córdoba.13
Junto a este ascenso del derecho “nacional” se registraba por esos años otra
transformación clave en el pensamiento político y filosófico europeo y americano: el
lento tránsito desde una visión escolástica del derecho natural –referido en última
instancia al Dios creador– hacia un iusnaturalismo más racionalista y secularizado.
Como sostiene D’Entrèves, la idea tomista del derecho natural ya suponía que éste,

11
CHIARAMONTE, José Carlos La ilustración…, cit., p. 195.
12
En el prefacio a su segunda edición, Sala sostenía: “Hemos querido notar las leyes Romanas concor-
dantes de las nuestras Españolas, porque aunque estas para tener completa fuerza, no necesitan apoyos
extranjeros, ni estos pueden tener alguna para obligarnos; debemos sin embargo confesar, que no dexa
de honrar e ilustrar nuestras decisiones el ver, que también las establecieron los Romanos en sus leyes,
tan llenas, por lo común, de justicia, moralidad y prudencia, que han admirado y admirarán siempre a
los doctos de todas las Naciones.” SALA, Juan Ilustración del Derecho Real de España, Oficina de Don José
del Collado, Madrid, 1820, p. IV.
13 Sobre España ver, KAGAN, Richard Universidad y sociedad en la España moderna, Tecnos, Madrid,

1981. Sobre las universidades americanas, LEVAGGI, Abelardo “El derecho romano en la formación de
los juristas argentinos del ochocientos”, en Pontificia Universidad Católica del Perú, núm. 40, diciembre de
1986. Levaggi ha resaltado, de hecho, que cuando el virrey Nicolás de Arredondo autorizó la erección de
la universidad mediterránea en 1791, se preocupó por puntualizar que “…el catedrático que se nombre
estará obligado a explicar el texto de las Instituciones de Justiniano con el Comentario de Arnol de Vin-
nio, advirtiendo de paso las concordancias o discordancias que tenga con nuestro Derecho real, para que
desde luego vayan los estudiantes instruyéndose en éste, que es el único que en materias temporales nos rige y
gobierna”. GARRO, Juan María Bosquejo histórico de la Universidad de Córdoba, Buenos Aires, 1882, p. 174,
citado por LEVAGGI, Abelardo “El derecho romano…”, cit., p. 20. El énfasis me pertenece.
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Revolución y Derecho 125

establecido por Dios, podía ser conocido por los hombres a través de la razón. La
novedad radical de la noción moderna del derecho natural residió entonces en la secu-
larización de ese carácter racional, es decir, en que esas reglas de derecho pasaron a
ser consideradas válidas en sí mismas, independientemente de la hipótesis de la
existencia de Dios. Se trataba, a su vez, de una noción individualista que postulaba
al individuo y su consentimiento (ya no a la naturaleza o a Dios) como el origen de
la sociedad civil y de la institución política.14 Esta noción muy lentamente lograría
conquistar un espacio en las universidades.
Estas tensiones en relación con la formación jurídica y los principios jurídicos a
enseñar continuaron signando los debates del siglo XIX.
Las reformas propuestas al plan de estudios de la Universidad de Córdoba por
parte de Gregorio Funes en 1813 volvían a la carga, ya en el contexto posrevolucio-
nario, sobre tales cuestiones y conciliadoramente proponían la creación de cuatro
cátedras: un primer año consagrado a “las instituciones de Justiniano”; el segundo
al derecho canónico; el tercero a “las leyes que nuevamente forme el Estado”; y el
cuarto dedicado al “derecho público y de gentes”.15
¿Qué visión del derecho romano tenía Gregorio Funes y qué utilidad encontra-
ba en su enseñanza? Como Juan Baltasar Maziel, y “los sabios de mayor autoridad”,
Funes consideraba al “…derecho de los romanos, como la fuente de donde se deri-
van las leyes civiles de todas las naciones cultas, porque sus principios por lo gene-
ral están tomados de las fuentes más puras de la ley natural y de la equidad, aplica-
bles a toda clase de gobierno”. Sostenía que Roma “fue la patria común de las
leyes”, más allá de las resistencias que a éstas oponen quienes “…profesan la secta
filosófica del día, cuyas declamaciones tienen por objeto desacreditar unos cuerpos
legales, donde por lo común son tan respetados los principios honestos de la razón”.
Si estos antiguos preceptos legales estaban fundados en el derecho natural y
eran, a su vez, el fundamento de las leyes civiles de toda nación, no existía razón
para que no fuesen enseñados en la nueva república. Ciertamente, recordaba Funes,
“…para acabarlos de recomendar a la juventud, sólo desearíamos que no favorecie-
sen tanto los tronos”. Pero no dejaba entonces de puntualizar que “…los franceses
mismos, que empezaron haciendo la guerra a este derecho, han acabado introdu-
ciéndolo en sus ateneos”.
El plan de Antonio Sáenz para la Universidad de Buenos Aires, sin embargo,
prescindió de la enseñanza del derecho común en una cátedra específica y apostó a
apuntalar un iusnaturalismo moderno que debía ser enseñado en su versión de
“derecho natural”, fundamento del “derecho de gentes” y de un “derecho civil”
que, establecido por el nuevo estado, no debería contradecir a aquellos. Como inten-

14
D’ENTRÈVES, Alexander Passerin Natural law…, cit., cap. 4.
15
FUNES, Gregorio “Plan de estudios para la Universidad de Córdoba (1813)”, en Revista Estudios,
núm. 3, Córdoba, 1994, p. 245.
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126 Justicias y Fronteras

taré mostrar en estas páginas, las cosas no sucedieron exactamente así. El panorama
filosófico rioplatense presentaba por entonces una multiplicidad de orientaciones y
de voces que no se suelen considerarse en toda su heterogeneidad, en particular en
el plano jurídico.

El iusnaturalismo en las aulas: las lecciones de Antonio Sáenz

Antonio Sáenz no sólo fue el “primer rector y cancelario de la Universidad de Bue-


nos Aires”16 como reza el título de su más célebre biografía, sino también el primer
profesor de la cátedra de “Derecho natural y de gentes”. Fue su titular entre 1822 y
mediados de 1824, cuando falleció.
Alumno del Colegio San Carlos, Bachiller en Leyes (además Doctor en Teolo-
gía) por la Universidad de San Francisco Javier en Charcas, practicante de la Acade-
mia Carolina y abogado matriculado en la Real Audiencia de esa ciudad y luego en
la de Buenos Aires, la formación jurídica de Sáenz era vasta. Su vocación docente,
varias veces frustrada en el pasado, lograba finalmente realizarse con la titularidad
de tan importante cátedra.
En una resolución del 3 de marzo de 1823, el Gobierno de la provincia requirió
a los diversos profesores de la Universidad la redacción de sus cursos, con la doctri-
na o ciencia de su respectiva asignatura y de una pequeña “…historia de su respec-
tiva facultad, desde su origen conocido hasta el presente”.17
Como resultado de este pedido, Sáenz se abocó a la redacción de su curso en
dos partes, una dedicada al derecho natural y otra al derecho de gentes. Los tomos
no fueron publicados sino que circularon en forma manuscrita entre los alumnos del
docente. Si bien, como consecuencia de esa provisionalidad, la primera parte no se
conserva, es posible conocer sus contenidos a partir del resumen existente en el
“Informe de los doctores Manuel Antonio de Castro y José Francisco Acosta sobre la
primera parte del curso del Dr. Antonio Sáenz”, así como por un fragmento de la
misma (“Sobre los duelos”, publicado en la revista La Abeja Argentina, en julio de
1823) y, finalmente, por las constantes referencias que se realizan, en el volumen
conservado, a aquel extraviado.
Sáenz concebía la existencia de un derecho natural, cognoscible por los hombres
a través de su razón, con los rasgos de inmutable, justo y universal, y que establecía
ante todo la igualdad de los hombres. Como consecuencia de esta igualdad, funda-

16 FASOLINO, Nicolás Vida y obra del primer rector y cancelario de la Universidad de Buenos Aires. Presbí-

tero Dr. Antonio Sáenz, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1969.
17 Citado por PESTALARDO, Agustín Historia de la enseñanza de las ciencias jurídicas y sociales en la Uni-

versidad de Buenos Aires, Imprenta Alsina, Buenos Aires, 1914, p. 36. También se imprimieron las lecciones
de Físico-Matemáticas redactadas por don Avelino Díaz y el curso de Filosofía dictado por Juan Manuel
Fernández Agüero.
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Revolución y Derecho 127

ba la existencia de la sociedad civil y del estado en el consenso otorgado por los


hombres para su establecimiento. La sociedad, teorizaba, “…es una reunión de
hombres que se han sometido voluntariamente a la dirección de alguna suprema
autoridad, que se llama también soberana, para vivir en paz, y procurarse su propio
bien y seguridad”.18
Sostenía que la bondad o malicia de todas las acciones humanas debían medir-
se en relación con su conformidad o disconformidad con las leyes de la naturaleza
y, al decir de los doctores Castro y Acosta, refutaba “…las absurdas opiniones de los
filósofos antiguos y modernos, que han negado la justicia natural, y han pretendido
establecer por único principio y regla de la conducta del hombre su conveniencia y
utilidad”.19
Junto a la persistente declaración, claramente moderna, del origen consensual
de la sociedad y la soberanía, Sáenz no dejó, como creyente que era, de enfatizar que
“hemos sido criados para vivir en sociedad” y que si bien la disolución de ésta era
posible, desagradaría “al Autor de la Naturaleza”.20 De hecho, resaltaba el deber de
rendir culto interno y externo a Dios y, en el tratado de derecho de gentes, sostenía
que toda nación tiene derecho a tener su propia religión pero que “…el ateísmo es
indigno de toda protección, porque según sus máximas desconocen el criador del
universo”.21
Entre los derechos naturales enfatizaba el de la igualdad, la propia conserva-
ción y la defensa propia, la libertad, la felicidad y la propiedad. También establecía
correlativamente deberes, resumidos en aquellos para con Dios, para consigo
mismo y para con los demás hombres.
En el fragmento “Sobre los Duelos”, ponía un énfasis especial en el hecho de
que “…el que acuse al magistrado y le pida que le mande dar satisfacción de una
ofensa, tan lejos de incurrir en la nota infame, cumple con su deber y se conduce
como buen ciudadano”. Agregando que “…esto es conforme a la moral, a la justicia
natural y a los principios de toda sociedad bien ordenada, que no puede conceder a
nadie que se administre la justicia por su mano, abriendo un campo esparcido a la ven-
ganza, que al fin es un vicio y una pasión abyecta y degradada”.22 Es interesante
tener en cuenta que el artículo era publicado en una importante revista, editada por
la Sociedad Literaria, y puede verse como otra faceta del proyecto de “…civilizar las
costumbres”. También, de hecho, puede leerse como un énfasis propio de un con-

18 SÁENZ, Antonio Instituciones elementales sobre el derecho natural y de gentes (Curso dictado en la Uni-

versidad de Buenos Aires en los años 1822-23), Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Colección de
Textos y Documentos para la Historia del Derecho Argentino I, Buenos Aires, 1939, Tomo II, libro II, tra-
tado 1º, p. 61.
19 SÁENZ, Antonio Instituciones…, “Informe…”, cit., p. 10.
20 SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., pp. 62 y 74.
21 SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., p. 102.
22 SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., pp. 41 y 42.
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128 Justicias y Fronteras

texto de construcción y afianzamiento del poder estatal. En este proceso, la concen-


tración del poder de hacer justicia en manos del gobierno no era un elemento menor.
En el tomo de “Derecho de Gentes”, Sáenz apuntaba que uno de los derechos
“magestáticos” o de primer orden, de un estado –que como tal debe tener “la suma
del poder y de la autoridad” depositada en “alguna persona o muchas”– era no sólo
hacer las leyes civiles sino también mandarlas a cumplir y ejecutar en todo el terri-
torio y, eventualmente, ejercer el derecho de gracia para moderar su rigor.23
Las referencias del segundo hacia el primer tomo son constantes y ello se vin-
cula al modo en que Sáenz definía el derecho de gentes: “…es el mismo derecho
natural aplicado, o tomado en la parte que regla la vida social del hombre en común,
o los negocios y actos de las sociedades”.24 Como el derecho natural, “…es univer-
sal y sale de la Naturaleza, dándose a conocer solamente por la recta razón […] es
inalterable, tiene las bases de eterna justicia y obliga a todos”.25
Esta noción del derecho natural y de gentes era la que, ante la vacatio regis, había
legitimado la retroversión de la soberanía a los pueblos y, movilizada por los gru-
pos más radicales, había justificado la vía revolucionaria. No es casual que haya sido
precisamente Sáenz el redactor del “Manifiesto del Congreso de las Provincias Uni-
das de Sud-América, excitando los pueblos a la unión y al orden” en el cual se sos-
tenía que:

“Hoy no se puede sorprender la sencillez de las gentes vendiéndoles por


canónica una constitución civil o haciendo bajar del cielo el título de un
soberano o el óleo de su unción […] La magnificencia con que ostenta sobre
el trono con todo el esplendor de la majestad, y con el aparato de grande-
za que los rodea, la autenticidad con la que son reconocidos por la memo-
ria ilustre de una sucesión que se pierde en la antigüedad de los tiempos,
impone eficazmente a la ilusión, y arrastra desde luego, el séquito a la obediencia
[…] Con menos brillante aparato el poder y autoridad que ejercemos deriva a
nuestros mismos ojos de origen tan augusto, mandamos con el poder y autoridad
de los pueblos; y la voluntad soberana se ha de cumplir”.26

La tradición y la divinidad habían sido eficaces creadores de autoridad, enfati-


zaba Sáenz, pero esa “ilusión” ya no era sostenible. La independencia del Río de la
Plata había nacido de la mano de un iusnaturalismo que, según Chiaramonte, cons-

23
SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., pp. 64, 85 y 86.
24
SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., p. 55.
25 SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., p. 57.
26 “Manifiesto del Congreso de las Provincias Unidas de Sud-América, excitando los pueblos a la

unión y al orden”, Imprenta de Gandarillas y Socios, Buenos Aires, 1816, en Biblioteca de Mayo, Senado de
la Nación, Buenos Aires, Tomo 19, 2º parte, p. 18.
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Revolución y Derecho 129

tituía el fundamento de la ciencia política del siglo XVII y XVIII hispanoamericano,


y que largamente continuaría gravitando.27 El iusnaturalismo, si bien era un hetero-
géneo conjunto de propuestas jurídico-políticas, aún en la diversidad de sus versio-
nes, era un instrumento eficaz para legitimar la desobediencia a un orden estableci-
do, en nombre de leyes que, no por no escritas en el papel, eran menos imperativas.
El curso de Sáenz, en este sentido, era un curso digno de una colonia emancipada al
calor de estos principios, retomados y reelaborados por los revolucionarios riopla-
tenses.28
Quizás por el hecho de que era ese orden jurídico natural e inmutable el que
debía enseñar el Rector de la Universidad, en las páginas de sus Instituciones elemen-
tales no se encuentran prácticamente referencias, críticas y propuestas de cambio en
relación con las leyes hispanas o patrias y la administración de justicia contemporá-
nea. Sus reflexiones tienen un cariz de orden más bien filosófico, abstracto y, si bien
continuamente refieren a experiencias históricas concretas –centralmente griegas,
romanas y europeas modernas– no tienen la pretensión de establecer un orden jurí-
dico concreto para una nación en particular. El carácter universal de los principios
esbozados era precisamente la clave, las particularidades nacionales, las formas con-
cretas de dar forma a esas leyes naturales, eran propias de cada estado y materia del
derecho civil. Y coherentemente con ello, al repasar las diversas formas de gobierno
–esto es, las formas de distribuir o no el ejercicio de los diversos derechos y deberes
magestáticos– resaltaba con espíritu montesquiano que:

“Los Legisladores deben pesar con mucha prudencia y sabiduría el carác-


ter particular de los habitantes, el clima, la posición geográfica del país, sus
productos e industria, el enlace y relaciones con otros, necesidad o super-
fluidad de estas; los usos y costumbres, las aptitudes religiosas, y en fin las
ventajas y desventajas, la más o menos energía o inercia de los asociados
[…] No hay pues una forma de gobierno que sea garante por sí sola y con-
siderada aisladamente o en teoría, de la felicidad y prosperidad de los Esta-
dos”.29

Un alumno de jurisprudencia porteño, luego de asistir a las clases del rector,


probablemente no esperaba de su curso de derecho civil más que una explicación
puntual y detallada de cómo cada uno de estos principios del derecho natural se

27 CHIARAMONTE, José Carlos “Fundamentos iusnaturalistas de los movimientos de independen-

cia”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3º serie, núm. 22, 2000;
Nación y estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de las independencias, Sudamericana, Buenos
Aires, 2004.
28 HALPERIN DONGHI, Tulio Tradición política española e ideología revolucionaria de mayo, CEAL, Bue-

nos Aires, 1985.


29 SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., p. 120.
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130 Justicias y Fronteras

plasmaba en la legislación de su país. Más típicamente aún, dicho alumno podía


imaginar que aprendería cómo el derecho romano había desentrañado los secretos
de esa razón natural y había inspirado en consecuencia las leyes hispanas y, tras la
Revolución, las patrias. Sin embargo, algo no funcionaría de esta forma.
En 1823, el Profesor de derecho natural impulsó un decreto del gobierno para
que los alumnos no pudieran dar sus exámenes en una de las cátedras de jurispru-
dencia si simultáneamente no habían asistido a las dos existentes. Indisciplina e
inasistencias en su clase, incluso críticas públicas a la orientación de sus enseñanzas
constituían el telón de fondo del decreto. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué las cla-
ses de Sáenz se habían vuelto aburridas o por qué los alumnos las consideraban
tales?

Un derecho fundado en la utilidad: los principios


de derecho de Pedro Somellera

El catedrático designado por el gobierno para el dictado de “Derecho Civil”, Pedro


Alcántara Somellera, imprimió una fuerte y muy novedosa orientación en la ense-
ñanza del derecho. Nacido en Buenos Aires en 1774, Somellera había sido el primer
doctor en jurisprudencia egresado de la Universidad San Carlos de Córdoba en
1797. Si bien allí adquirió una formación centralmente romanista, no fue éste el dere-
cho que enseñó en las precarias aulas de la universidad porteña. Podemos conocer
con detalle el contenido de estos cursos dado que, en 1824, también él publicó los
dos tomos de sus Principios de Derecho Civil.
Si bien en esta obra el catedrático reproducía el método de las Institutas (en
cuanto a la organización de sus lecciones en cuestiones referentes a personas, cosas
y acciones), los fundamentos de su derecho civil fueron radicalmente heterogéneos.
El principio de utilidad (de la producción de más beneficios que daños por parte
de una ley) era la base del nuevo sistema jurídico que Somellera buscó contribuir a
crear desde su cátedra. Ni el derecho natural, ni la voluntad divina, ni la tradición
o las costumbres debían determinar el contenido de las leyes positivas y, por lo
tanto, las formas de regular las relaciones humanas. La nueva jurisprudencia para
la nueva república del Plata debía tener un fundamento racional, científico, que sólo
podía otorgar el juicio práctico en torno a la utilidad o no de cada ley, de cada insti-
tución jurídica particular. La ciencia jurídica, entonces, era para Somellera más que
nunca ciencia, y ciencia capaz de regular sobre todos los casos con racionalidad,
exactitud y, por tanto, sin arbitrariedad.
¿Qué significaba juzgar las leyes, las instituciones y las decisiones jurídicas
sobre la base de un principio de utilidad? Implicaba que a la hora de dictar una ley
se debía proceder a realizar un juicio sobre si ésta producía más bien que mal a los
individuos en cuestión y a la sociedad en general. Partiendo de la idea de que la ley
no podía ofrecer beneficios (derechos) sino a condición de imponer simultáneamen-
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Revolución y Derecho 131

te males (obligaciones), Somellera sostenía que “…la ley no debe imponer una
carga, sino para conferir un beneficio de mayor valor”.30 Es decir, que las limitacio-
nes que toda ley, necesariamente, imponía a la libertad individual debían estar com-
pensadas y justificadas por los mayores bienes que generara. No sólo los legislado-
res debían proceder a realizar estos cálculos de costos y beneficios para garantizar
el dictado de leyes justas, también los jueces “…valiéndose de estos principios [de
utilidad y necesidad] podrán expedirse bien en los casos que los prácticos llaman
dudosos, o de difícil prueba”.31
La nueva filosofía que inspiraba las enseñanzas de Somellera era el utilitarismo
de inspiración inglesa. Según Osvaldo Cutolo fue impulsado por las sugerencias de
Bernardino Rivadavia, que el catedrático se había acercado al estudio de la obra de
Jeremy Bentham.32 Ricardo Piccirilli sostiene que Somellera no sólo se inspiró en el
jurista inglés, sino que hizo transcripciones casi literales de su obra y, luego de cotejar
los Principios con el Tratado de legislación civil y penal del inglés, concluye que “…el
parecido y la concurrencia de los textos, indican que por labios de Somellera, Bentham
sugería la cátedra de Derecho Civil en la Universidad de Buenos Aires”.33 Incluso
Rivadavia enfatizó el hecho. En carta a Bentham, firmada el 26 de agosto de 1822, ya
siendo Ministro de Gobierno de Rodríguez, Rivadavia escribía desde Buenos Aires:

“…no he dejado de meditar sus principios sobre la legislación, y a mi regre-


so, he experimentado una satisfacción muy grande, viendo las profundas
raíces que han echado el ardor de mis conciudadanos al adoptarlos […] en
la Cátedra de Derecho Civil que he hecho instituir, se profesan esos princi-
pios eternos demostrados tan sabiamente en su Curso de Legislación
(Publicado por Mr. Dummont), obra llamada a hacer marchar a paso de
gigante la civilización”.34

Klaus Gallo señala que también John Dinwiddy, en su trabajo “Bentham and
the early nineteenth century”, sostiene que el curso de Somellera estaba totalmente
basado en el Traité de Législation de Bentham.35

30 SOMELLERA, Pedro Principios de Derecho Civil (Curso dictado en la Universidad de Buenos Aires

en el año 1824), Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Colección de Textos y Documentos para la His-
toria del Derecho Argentino II, Buenos Aires, 1939, p. 10.
31 SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. 31.
32 CUTOLO, Vicente “El primer profesor de derecho civil de las universidades de Buenos Aires y Mon-

tevideo”, Estudio Preliminar a SOMELLERA, Pedro Principios de Derecho Civil. Apéndice. De los delitos,
Elche, Buenos Aires, 1958, p. XII.
33 PICCIRILLI, Ricardo Rivadavia, Peuser, Buenos Aires, 1952, p. 211.
34 Carta de Rivadavia a Bentham, 26 de agosto de 1822, citada por PICCIRILLI, Ricardo Rivadavia, cit.,

pp. 206-7.
35 DINWIDDY, John “Bentham and the early nineteenth centuty”, en Radicalism and reform in Britain

1780-1850, London, 1992, pp. 302-3, citado por GALLO, Klaus The struggle for an enlightened republic: Bue-
nos Aires and Rivadavia, Institute for de Study of the Americas, London, 2006, p. 41.
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132 Justicias y Fronteras

En verdad creo que es necesario matizar este juicio contundente y generalizado


sobre el carácter de mera traducción de la obra de Somellera o en todo caso, enfati-
zar el rol clave que jugaron las enseñanzas del jurista rioplatense en el contexto de
la “feliz experiencia” e incluso a lo largo de toda la década de 1820.
Por un lado, entonces, si bien son innumerables las referencias que Somellera
hace en sus cursos al “honorable”, al “ilustre”, al “incomparable Bentham”, también
es necesario retener que existieron ciertas cuestiones en las que el jurista rioplaten-
se se apartó de –e incluso corrigió a– su inspirador inglés. Por ejemplo criticó el pro-
yecto benthamita de ley sobre sucesiones ad-intestato y, en general, varias opiniones
de Bentham en cuestiones de herencia, que fue donde Somellera realizó sus aportes
más originales.36
Por otro lado, en un escenario donde se disputaban la hegemonía jurídica y se
combinaban eclécticamente la tradición del derecho romano y del iusnaturalismo,
las impugnaciones abiertas de Somellera a ambos universos conceptuales presenta
un gran interés y constituyó una apuesta al menos osada.
La nueva base en la cual el derecho encontraba justificación, exigía para Some-
llera proceder a una refundación ex inhilo de todo un viejo edificio jurídico que no
sólo no se había creado a partir del consentimiento de los gobernados sino que tam-
poco se fundaba en principios racionales. No existían a priori, para Somellera, figu-
ras jurídicas o leyes del pasado a recuperar. El pasado debía ser olvidado para poder
construir, exclusivamente sobre la sólida base de la razón, un orden legal donde
poder ser realmente felices. En el discurso preliminar de sus Principios de Derecho
Civil lo expresaba claramente: “Los que empiezan el estudio del derecho tienen
andado más camino hacia su logro, que yo, necesitado de olvidar mucho de lo que
los juristas han honrado con el nombre de jurisprudencia”.37 Hacer una especie de
tabula rasa sobre la larga tradición del derecho civil romano, el derecho castellano y
colonial, era la condición de posibilidad para construir nuevas leyes y aplicarlas, a
partir del juicio sobre la conveniencia o no de cada disposición para regular las rela-
ciones humanas. Esta misma aspiración a deshacerse de leyes obsoletas para crear
un nuevo orden jurídico republicano, era compartida por el lejano inspirador del
nuevo credo, Jeremy Bentham.38
El fuerte rechazo de la jurisprudencia heredada recorre entonces las páginas de
todo el tratado de Somellera. Recurrentemente se refiere a “…la barbarie de las leyes

36 Por ejemplo, sobre la idea de Bentham de que a falta de parientes hasta el décimo grado, herede el

fisco dice Somellera: “Es a la verdad raro que este grande hombre, olvidase lo filósofo en este punto, y
dejando a un lado el gran principio de utilidad, se le vea convertido en un alagante del fisco”. SOME-
LLERA, Pedro Principios…, cit., p. 155.
37 SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. v.
38 Sobre esta postura de Bentham ver GALLO, Klaus The struggle…, cit., p. 38 y HARRIS, Jonathan

“Bernardino Rivadavia and benthamite ‘discipleship’”, in Latin American Research Review, Vol. 33, núm.
1, 1998, p. 139.
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Revolución y Derecho 133

que nos han regido”, a que “…no necesitamos los modos indirectos, que enseñan los
que han jurado sostener las palabras de Justiniano”, a que “…digan lo que quieren
las leyes y los autores; la razón, la justicia, la sana filosofía enseñan, que debemos
separarnos de sus disposiciones y doctrinas”, “…no temamos hacer frente a la auto-
ridad de los siglos”.39
Semejante distanciamiento del derecho romano y castellano no partía precisa-
mente de su desconocimiento; bien por el contrario, todo el curso dialogaba con esa
tradición y buscaba corregirla. Repasaba las regulaciones de la república romana así
como las hispanas sobre la tutela, la curatela, el matrimonio, la patria potestad, los
contratos y las obligaciones pero planteaba expresamente: “Yo no me creo en la obli-
gación de seguir esas huellas. La razón, y no la autoridad de los hombres debe regir-
nos”.40
La refundación jurídica propuesta, operada en forma de un diálogo con la legis-
lación heredada, no implicó finalmente un rechazo absoluto de todas sus institucio-
nes. Más que un cambio de todas y cada una de las regulaciones legales mismas
(sobre adopciones, transacciones, etc.), Somellera procedió a analizarlas, criticarlas,
algunas veces a recuperarlas, y en todos los casos, a reemplazar su fundamento: de
la autoridad heredada, de las supuestas leyes divina y natural, a la razón y el cálcu-
lo utilitario.
Donde la recuperación de las figuras legales del derecho común se hizo más
explícita fue en relación con las cuestiones sobre el matrimonio. ¿Qué lo impulsaba
a ello? Probablemente el hecho de que en torno a esta institución era el derecho
canónico más que el romano el que estaba en juego y al que eventualmente se debía
impugnar. El religioso era un terreno extremadamente sensible en el que Somellera
prefirió no incursionar. Por ello propuso: “Explicar [emos] en cuanto nos sea posi-
ble, qué es matrimonio, considerándolo un contrato civil, sin contrariar lo que a su
respecto dice el derecho canónico”.41
Pero como señalamos, no sólo el viejo derecho común estuvo en el blanco de las
críticas del jurista porteño. También la más novedosa y racionalista doctrina de los
derechos naturales fue, aunque con menor insistencia, impugnada en sus lecciones.
En este sentido, postulaba Somellera al final del primer tomo de su curso:

“Hasta los últimos años se había creído necesario para descubrir el origen
de las obligaciones echarse a nadar en el inmenso piélago de derecho natu-
ral, de ley preexistente al hombre, de conciencia íntima, de tácitos contra-
tos, de pactos sociales, etc. Consúltese a los maestros Puffendorf, Bourla-

39 SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., pp. 33, 54, 87, 106.


40 SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. 101.
41 SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., pp. 63 y 64.
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134 Justicias y Fronteras

maque, Watel, Locke, Rousseau, y se encontrará que ellos no han hecho


otra cosa”.42

El iusnaturalismo profesado por Sáenz desde su cátedra, invocado en la prensa


del período, en asambleas constituyentes y juntas de representantes43 era, en éste y
otros pasajes, impugnado por el civilista porteño. Somellera, sin embargo y a dife-
rencia de Bentham, no hizo explícitas en su tratado las razones puntuales por las
que objetaba las ideas del derecho natural más allá del hecho general de que aque-
lla doctrina no fundaba sus proposiciones en el cálculo racional de la “mayor felici-
dad para el mayor número”.
El filósofo inglés no había temido explayarse sobre las causas que lo impulsa-
ban a rechazar la idea de la existencia de una ley natural y de supuestos derechos
naturales de los hombres. En 1795 escribió un polémico texto, “Nonsense upon
stilts” (algo así como “Tonterías más que fundamentos”), en el que –comentando
punto por punto la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano procla-
mada por la Asamblea Nacional francesa en 1789– puntualizaba su oposición a la
idea de la existencia de derechos anteriores a la creación misma de los estados, al
supuesto de que los gobiernos nacían del consenso y al potencial revolucionario,
incluso anárquico, que tales ideas suponían, en tanto legitimación de la desobedien-
cia de las leyes positivas en nombre de las naturales.44 Al referirse a los derechos
naturales como “falacias”,45 como “ficciones imaginarias”, como “sinsentidos” que
obtenían su popularidad sobre la base de apelaciones a las pasiones de las personas
más que a su razón, Bentham apuntalaba un profundo positivismo jurídico. Positi-
vismo que se puede resumir en dos frases: “sin gobierno y sin ley no hay derechos”
y por lo tanto, no existen “derechos del hombre ante-legales y anti-legales”.46 Fue
precisamente el proyecto de Bentham de construir un sistema jurídico prescindien-
do de fundamentos naturales y divinos lo que constituyó una de sus mayores con-
tribuciones.
El iusnaturalismo era condenable entonces tanto por sus supuestos erróneos
como por sus posibles usos: la hipótesis de un estado de naturaleza igualitario era

42
SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. 186.
43
Ver al respecto, CHIARAMONTE, José Carlos “Fundamentos iusnaturalistas…”, cit., pp. 56-64;
Nación y estado…, cit.
44 Ver al respecto, SCHOFIELD, Philip “Jeremy Bentham’s ‘Nonsense upon stilts’”, in Utilitas, Vol. 15,

núm. 1, 2003; y ALEXANDER, Amanda “Bentham, right and humanity: a fight in three rounds”, in Jour-
nal of Bentham Studies, núm. 6, 2003.
45 En particular, un tipo especial de falacia que Bentham denomina “begging the question”, esto es,

que plantea una preposición abstracta (la existencia de determinados derechos) como prueba de un argu-
mento (la necesidad de rebelarse), cuando lo que debe ser probado es esa proposición primera misma.
Ver, ALEXANDER, Amanda “Bentham, right…”, cit., p. 5.
46 BENTHAM, Jeremy Rights, representations and reform. Collected Works, p. 186, citado por SCHO-

FIELD, Philip “Jeremy Bentham…”, cit., p. 11.


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Revolución y Derecho 135

históricamente falsa y la idea de un contrato social también, dado que los gobiernos
nacían por la fuerza o el hábito; sólo podían ser derecho las disposiciones estableci-
das por el legislador, y tales derechos sólo podían crearse sobre la base de restriccio-
nes a la libertad, esto, imponiendo obligaciones.
Algunos de estos elementos, como se ha mostrado, estuvieron presentes en las
páginas de los Principios de Derecho Civil enseñados en la universidad rioplatense.
Sin embargo, difícilmente Somellera pudo escapar a ese contexto político e intelec-
tual dominado por la retórica del derecho natural –retórica en la cual, como ya men-
cionamos, se asentaban textos fundadores del orden posrevolucionario. Quizás por
ello, y a pesar de las críticas nominales explícitas, en ciertas ocasiones Somellera se
codeó con el lenguaje de los derechos naturales y del contrato social. En particular
en el primer capítulo cuando trata precisamente “De los derechos de las personas”
sostiene:

“Este derecho [a la igualdad] lo mismo que los anteriores, se funda en la


naturaleza del hombre”.47
“Este derecho [a la seguridad] se funda en aquel principio o axioma gene-
ral: no hagas a otro lo que no quieras que otro te haga. Está a más fundado
en la necesidad de la existencia, y conservación tranquila del hombre, que
entró en la sociedad para verse libre de toda inquietud, e injusta opresión”.48

No se trata aquí de “medir” el grado de coherencia de las proposiciones de


Somellera en relación con su maestro inglés, ni conjeturar el desconocimiento por el
primero de ciertos escritos del último donde estos principios estaban establecidos
con mayor claridad. Y de hecho, no todos los pensadores utilitaristas compartieron
el fervor benthamita contra el iusnaturalismo (como el caso de los ingleses Prietsley
y Paley, y a su manera también el de Beccaria). Al decir de Amanda Alexander, el
utilitarismo podía “…convivir felizmente junto a la creencia en la Naturaleza o
Dios”, y es precisamente el proyecto de Bentham de construir una teoría de los dere-
chos/un sistema jurídico, prescindiendo de fundamentos naturales y divinos, lo
que constituyó una de sus mayores contribuciones.
De hecho, ambos universos conceptuales –iusnaturalismo y utilitarismo– podí-
an confluir en una mirada del derecho positivo como producto de la voluntad gene-
ral, elaborado por los legítimos representantes del pueblo. No era otra la definición
de la ley civil (no por oposición a la penal sino a la natural) que ofrecía este catedrá-
tico:

47 SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. 39.


48 SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. 41.
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136 Justicias y Fronteras

“…entiendo por ley civil: el resultado de la expresión de la voluntad gene-


ral de los coasociados, conforme a los sentimientos, y propensiones de la
naturaleza, hecha por los mismos coasociados, o sus representantes legíti-
mamente congregados, que para que obligue a todos deberá publicarse en
la forma convenida, de manera que pueda llegar a su noticia”.49

En todo caso, la casi inexistencia de las referencias de Somellera al utillaje del


iusnaturalismo y su impugnación abierta del mismo fueron la nota y lo radicalmen-
te novedoso de sus enseñanzas.
Los alumnos de la Universidad supieron valorarlo, así como percibir las contra-
dicciones que el curso guardaba en relación con la otra asignatura obligatoria, la de
derecho natural. Las tesis de los primeros egresados de la Universidad –entre ellas,
la más célebre, de Florencio Varela sobre los delitos y las penas– constituyen un tes-
timonio importante del fuerte predicamento de las doctrinas utilitaristas entre los
estudiantes de derecho. En 1827, uno de los primeros abogados recibidos en la uni-
versidad porteña enfatizaba en su tesis que “… la utilidad general es el principio de
todo buen reglamento en legislación, y la base del sistema social, es el alma de los
gobiernos regulares y el arte más seguro en la difícil mezcla del juicio entre los inte-
reses de los pueblos”.50 Como entre muchos otros estudiantes de Derecho, el utilita-
rismo era abrazado por Pablo Font como una nueva doctrina capaz de garantizar la
cientificidad del derecho y, con ella, la de la regulación de la sociedad.
La contemporánea citación, traducción y edición de obras y artículos de Ben-
tham, de Desttut de Tracy y de otros autores afines al utilitarismo en la prensa perió-
dica, también dan cuenta de un contexto cultural más amplio en el que estas doctri-
nas resonaban. La heterodoxa cátedra de “Ideología” dictada por Juan Manuel Fer-
nández Agüero es otro interesante ejemplo de un escenario complejo en el que ecléc-
ticas referencias y nuevas autoridades eran invocadas para pensar el país y su orga-
nización institucional y cultural.
El libro de Somellera no sólo fue utilizado en la Universidad de Buenos Aires.
La Universidad de La Paz y el Colegio del Cuzco lo tomaron por esos años como
texto oficial para los cursos de derecho civil. A pedido de esta última institución,
Somellera se decidió a completar lo que debía ser el tercer tomo de su obra que,
según había anunciado, trataría sobre “…acciones, delitos, modo de precaverlos,
jueces y juicios”. Lo que envió a Cuzco fue un manuscrito con siete extensos artícu-
los, dedicado al análisis “De los delitos, de su clasificación y de los remedios contra
el mal de los delitos”. En dicho texto, reprodujo la definición benthamita de delito
como “…acto libre que produce más mal que bien” y las múltiples distinciones del
filósofo inglés sobre delitos: públicos, semipúblicos y privados; simples y comple-

49
SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. 7. El énfasis pertenece al original.
50
FONT, Pablo “Sobre el principio de utilidad”, Tesis de Jurisprudencia, Universidad de Buenos Aires,
1827, Biblioteca Nacional, Colección Candioti, Tomo I (1827-1834).
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Revolución y Derecho 137

jos; activos y pasivos; actuales y anteriores. Asimismo, clasificó las circunstancias en


las que se producían las acciones que constituían delito y los diversos tipos de
“remedios” (preventivos, supresivos, satisfactorios y penales) a tales males/delitos.
Merecen ser destacadas las reflexiones que, en relación con el papel del juez, de
los ejecutores de la pena y con el problema de los márgenes de arbitrariedad posi-
bles de unos y otros, realizó su autor, en el capítulo final sobre los “remedios pena-
les”. Al analizar las penas aflictivas –aquellas que “…causan un dolor directo en el
cuerpo del delincuente que sólo produce un efecto temporal”, como los azotes–
Somellera resaltaba que “…en la ejecución de esta pena habrá siempre arbitrarie-
dad, arbitrariedad del verdugo, y esto bastaría para borrarla del catálogo de las
penas comprendidas en un buen código”.51 Pero, al reseñar otras penas posibles, las
llamadas “crónicas” –que si bien “…aflictivas no causan dolor corporal, pues todo
su mal consiste en su duración”52 como el destierro, la cárcel, el presidio– sostenía
que “La ley debe fiarse más en esta clase de penas que en otras a la prudencia y recti-
tud de los Jueces: ellas necesitan para ser bien aplicadas, particulares conocimientos
de los individuos y un prolijo examen de sus circunstancias”. Y continuaba, “…no
hay que temer por ello los males de la arbitrariedad […] porque mucho mayores son
los males de la impunidad del delito o los de la desigualdad de la pena”.53
Mientras impugnaba toda arbitrariedad posible por parte del ejecutor material
de las penas, Somellera admitía su necesidad en la regulación de los rasgos de la
pena por parte del juez, sin que ello supusiera un regreso a la idea del arbitrio judi-
cial que expresamente rechazaba. Sólo el funcionario judicial, atendiendo a las cir-
cunstancias del caso y el delincuente podía determinar el remedio penal más útil.
La cuestión del rol central del juez en la determinación de las penas –de la can-
tidad de mal imponible a un delincuente, en función del mal que produjo con su
delito y de las características del delincuente, y a los fines de producir un bien, esto
es, evitar la impunidad y la repetición de tales delitos– también había sido un tema
central en la obra de Bentham. Y como éste, Somellera encontró en la publicidad de
las sentencias el medio ideal para asegurar el control, por parte de la sociedad, del
accionar de los funcionarios judiciales.
Estos intersticios por los que se colaba la cuestión de la arbitrariedad ante el
carácter general de la leyes, permiten percibir en el seno del positivismo jurídico
benthamita y somelleriano la misma tensión existente en el iusnaturalismo en torno
a la primacía de un principio jurídico superior (el criterio de utilidad, en un caso, la
ley natural, en el otro) a la ley positiva misma. Bentham y Somellera rechazaron
expresamente esa posibilidad, sostuvieron la primacía de la ley escrita sobre cual-

51 SOMELLERA, Pedro Apéndice a los Principios de Derecho Civil. De los delitos, Elche, Buenos Aires, 1958,

p. 36.
52 SOMELLERA, Pedro Apéndice…, cit., p. 39.
53 SOMELLERA, Pedro Apéndice…, cit., p. 40. El énfasis me pertenece.
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138 Justicias y Fronteras

quier otro criterio, pero las exigencias de su aplicación, difícilmente remitían a una
tensión posible de conjurar.
En la naciente esfera pública porteña no sólo muchas sentencias judiciales fue-
ron publicadas y sujetas a debate. También la enseñanza e incluso los exámenes de
la Universidad fueron retomados por la prensa y sujetos al análisis de una opinión
pública en construcción. Las críticas realizadas al curso de Somellera en el periódi-
co El Lucero, en octubre de 1829, muestran que no todos estaban de acuerdo con el
cariz que habían asumido sus lecciones de derecho civil. Pedro de Ángelis, sostenía:

“Sin faltar el respeto debido al ilustrado profesor encargado de esta parte,


no podemos menos que observar por ahora, que deberá sacarse mayor pro-
vecho de sus luces y de sus conocimientos. El derecho, según el método
actual de enseñanza, no es una explicación del jus romano, fuente de todas
las jurisprudencias modernas; no es la exposición de ningún código cono-
cido, estrangero o patrio, para familiarizar a los jóvenes en la práctica de la
legislación: es una excursión rápida sobre las opiniones de algunos escrito-
res, que podría cuando más formar la mente de un legislador, pero es insu-
ficiente para guiar los pasos de un abogado. ¿Qué caso puede hacerse del
criterio legal de un joven, que sale de la Universidad, sin haber estudiado
las leyes de ningún pueblo, ni aún las de su país, y que diserta sobre todas,
por haber aprendido con Bentham a despreciar todo sistema de jurispru-
dencia?”.54

Las críticas podían tener un sentido político, pero también eran comprensibles
desde el punto de vista jurídico y formativo.
Si se compara el Prontuario de Práctica Forense de Manuel Antonio de Castro
(presidente de la Cámara de Apelaciones porteña y de la Academia de Jurispruden-
cia) con los Principios de Somellera es posible notar hasta qué punto las reflexiones
de éste último eran ante todo una propuesta radical de cambio jurídico mientras que
las de aquel, si bien inéditas, una guía práctica para el abogado o el juez contempo-
ráneo. Efectivamente, es ineludible la sensación de que el destinatario implícito de
Somellera era, en primer lugar, el legislador –a quien cabía la responsabilidad de dar
forma a nuevas leyes inspiradas en el principio de utilidad– y luego, en un segun-
do término, los abogados y jueces que habrían de administrar cotidianamente ese
nuevo derecho. La obra del catedrático apostaba sin timidez al cambio, cuestionaba
abiertamente el corazón de la jurisprudencia heredada y buscaba colaborar, desde
lo jurídico, al proyecto rivadaviano de regeneración de la república sobre la base de
la razón. La obra del camarista, por su parte, daba cuenta de cómo en los tribuna-
les, jueces y abogados podían continuar aplicando el derecho en que se habían for-

54 El Lucero, núm. 39, 22 de octubre de 1829. Citado por CUTOLO, Osvaldo “En primer profesor…”,

cit., p. XVIII.
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Revolución y Derecho 139

mado hasta entonces, con algunos remedos necesarios, no siempre coherentes o


siquiera compartidos.
De Ángelis ponía el dedo sobre una cuestión crucial: ¿cuál era el derecho que
debía enseñarse en la Universidad? ¿El positivo, el natural, uno nuevo a crear? Y
luego, ¿cuáles eran las herramientas jurídicas que estaban adquiriendo quienes
debían desarrollarse como profesionales del derecho en el foro porteño? ¿Debían
aprender el derecho vigente o discurrir sobre el derecho deseado para la nueva
república?
Los Principios de Derecho Civil muestran las tensiones de un jurista que al tiem-
po que apostaba al positivismo jurídico –a la inexistencia de otro derecho por fuera
del establecido en la ley– creía fervientemente en la necesidad de reescribir el orden
legal existente y principalmente de redefinir sus fundamentos. En este sentido, la
formación impulsada por Somellera, más que apuntar a la enseñanza del derecho
positivo, exhortaba a su reforma.
Bentham había distinguido con claridad, en sus críticas a William Blackstone
–su profesor de derecho en Oxford– las funciones del “expositor” del derecho
–aquel encargado de explicar lo que las leyes son, lo que de hecho dicen– de las pro-
pias de un “censor” –aquel dedicado a reflexionar sobre lo que debería ser el dere-
cho, de lo que las leyes deberían decir. Probablemente Bentham rubricaría la crítica
de De Angelis si hubiera leído las lecciones de su lejano discípulo rioplatense. Los
Principios y mucho más aún el Apéndice sobre los delitos, son escritos más propios
de un censor que de un expositor –en palabras del publicista italiano, más útiles
para un legislador que para un abogado. Sin embargo, en una Buenos Aires posre-
volucionaria recién lanzada a la experiencia de dictarse sus propias leyes era más
atractivo, y quizás necesario, el primero.
Las críticas de De Ángelis de hecho fueron contradichas un día después, en el
mismo periódico, en un Comunicado dirigido al Sr. Editor por “Un suscriptor” que
salía así en defensa del profesor: “…esas lecciones son para saber el fundamento de
todas las leyes […] son una explicación del jus romano, del germánico, del gálico,
del hispano, y de todos los códigos de todas las naciones, sin que dejen de ser tal,
porque no se encuentren el método que siguieron Misinger, Vinnio, y otros”. A su
vez, el 12 y 13 de noviembre la Gaceta Mercantil publicaba otra defensa, firmaba
como AGR, posiblemente Agustín Gerónimo Ruano, donde éste sostenía precisa-
mente que Somellera enseñaba los principios del derecho más que los de un siste-
ma de legislación particular.
En 1828 Somellera debió pedir licencia debido a su mal estado de salud, y
durante ese año y parte del siguiente fue reemplazado por su discípulo Florencio
Varela. Luego, desde mediados de 1829, fue suplido por Celedonio Roig de la Torre
hasta que, en 1830, y luego de regresar por unos meses a la cátedra, el primer pro-
fesor de Derecho Civil de la universidad porteña renunció definitivamente. Desde
1832, el jurista español Rafael Casagemas fue designado en el cargo, posición que
ocupó hasta 1857.
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140 Justicias y Fronteras

Sin embargo, no finalizó allí la trayectoria intelectual y docente de Pedro Some-


llera. Exiliado en Montevideo, se lo invitó a enseñar jurisprudencia en la recién cre-
ada Casa de Estudios Generales y a participar en la redacción de sus reglamentos.
Desde 1836 y hasta 1842, dictó allí cursos de derecho civil, pero curiosamente no uti-
lizando su libro sino las Instituciones del derecho real de España y las Indias del guate-
malteco José María Álvarez. Toda una ironía o un síntoma: las Instituciones de Álva-
rez eran la quintaesencia del iusnaturalismo hispanoamericano. Nada más ajeno
para alguien que compartiera el credo benthamita y para quien, como Somellera,
escribiera tan repetidamente contra la autoridad de lo heredado y la futilidad de
fundar el derecho sobre un principio que no fuera la utilidad y la felicidad del
mayor número
Las luces del utilitarismo se fueron extinguiendo en los años 1830s. mientras
que las visiones iusnaturalistas e incluso romanistas continuaron su ascenso. En
1834, Dalmacio Vélez Sarsfield –entonces un jurista cordobés que prometía– reedita-
ba en Buenos Aires las Instituciones de Álvarez. Los Principios de Somellera nunca
volvieron a editarse con fines pedagógicos y por esos años eran una pieza difícil de
conseguir en las librerías porteñas.
Sáenz se vengaba así del díscolo profesor de Derecho Civil que había sabido
socavar elípticamente sus enseñanzas sosteniendo el “absurdo” de que era posible
fundar un sistema jurídico sobre la conveniencia de los individuos. Pero también
Somellera tuvo a la larga su triunfo ya que el positivismo jurídico estaba destinado
a calar hondo en la cultura legal rioplatense. Sin embargo, la inspiración de ese posi-
tivismo no se ligó necesariamente a la racionalidad utilitarista. Pero esto ya amerita
otras indagaciones.

Saberes jurídicos expertos y política

La vida jurídica y judicial rioplatense suscitó reflexiones “expertas” de cariz y fina-


lidades diversas. Ellas fueron producidas en espacios distintos que condicionaron
su modo de registro y sus posibilidades de circulación. Quizás los más relevantes
fueron la Academia de Jurisprudencia y la Universidad de Buenos Aires.
Una vez creada esta última se convirtió en un centro de difusión de nuevas doc-
trinas y de críticas, no siempre leves, hacia el orden jurídico y, en menor medida,
hacia la organización judicial vigente. Sus profesores fueron personajes clave de la
vida socio-política porteña y americana y no sólo fueron docentes sino activos gene-
radores de propuestas de reforma, funcionarios judiciales e incluso miembros del
poder legislativo provincial y constituyente nacional.
La educación jurisprudencial universitaria no estuvo entonces ajena al clima de
preocupación por el diseño de un nuevo orden institucional. Lejos de restringirse a
la formación de abogados litigantes, se orientó hacia la reflexión sobre los funda-
mentos del orden social y político y a formar juristas comprometidos con éste. De
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Revolución y Derecho 141

esta forma, el perfil profesional de los egresados no sólo buscó que fueran capaces
de gestionar el Derecho existente, sino también de orientar su refundación y reorga-
nizar su administración.
Si bien las dos cátedras existentes, en sus primeros años de vida, no ofrecieron
detalladas críticas de la organización judicial ni propuestas localmente orientadas
sobre su reforma, sí las inspiraron. Varias tesis de jurisprudencia presentadas por los
primeros doctores de la universidad así lo atestiguan. En ellas tuvo un rol prepon-
derante la preocupación por la reforma de los procedimientos y, entre ellos, un acen-
tuado interés por la introducción de los juicios por jurados.55
Como en la primera década revolucionaria, los rioplatenses continuaron imagi-
nando la de 1820 como momento fundacional y de cambio, como coyuntura en la
que era necesario finalmente superar el miedo a las innovaciones para lograr darse
las leyes e instituciones definitivas que un país independiente merecía.
En tal contexto, las propuestas “expertas” florecieron y fueron selectivamente
reapropiadas por los diversos gobiernos. Los líderes políticos buscaron en los jue-
ces, en los profesores universitarios e incluso en juristas sin estas adscripciones,
como el francés Guret de Bellemare, asesores especializados cuyas propuestas a
veces intentaron realizar. Las cuestiones jurídicas por ellos problematizadas no deja-
ron de impactar en el espacio público y las agendas oficiales. Más allá de la especi-
ficidad y la complejidad del vocabulario jurídico que empleaban, esas reflexiones
apuntaban al corazón de los problemas que la nueva república debía resolver: ¿cuá-
les eran las leyes vigentes?, ¿debían y cómo podían reformarse?, ¿qué instituciones
garantizaban mejor la libertad y la igualdad de los ciudadanos?, ¿se debían refor-
mar aquellas existentes o instaurar otras totalmente nuevas?, ¿era posible una refun-
dación semejante?
Las respuestas que Pedro Somellera daba en su curso marcaron un hito en este
sentido. La idea de una refundación completa del Derecho se expresó con él quizás
más abiertamente que nunca. Un nuevo principio científico, el de la utilidad, era
postulado como la piedra de toque de la reforma política, moral y legal que debía
generar la república nacida de la Revolución. De esta forma, la idea del carácter
construido del orden social se esbozaba con una fuerza inusitada y venía a reforzar,
a su vez, el deber político de reformar el existente.

55
La tesis de 1827 de Carlos Villademoros “Disertación sobre la necesidad de que se reformen los pro-
cedimientos de la justicia criminal” es un claro ejemplo de ello. En ella sostenía: “Hoy la necesidad de
una organización definitiva en nuestra legislación es un clamor general como lo es la esperanza de una
organización política definitiva del país. Pero entre las reformas más necesarias figura la de los procedi-
mientos criminales, los cuales […] se hallan en un estado aún tenebroso, inquisitorial y arbitrario como
en los tiempos de la tiranía metropolitana”. Biblioteca Nacional, Colección Candioti, tomo I (1821-1834),
p. 2.
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142 Justicias y Fronteras

La proliferación de los discursos utilitaristas en la década de 1820 se produjo en


diversos campos. Su importancia en el plano jurídico es escasamente conocida pero
no deja de iluminar la existencia de tempranas voces críticas, aunque tímidas, al
vocabulario hegemónico de los derechos naturales y una novedosa vocación cienti-
ficista y positivista en el Derecho.
La centralidad del iusnaturalismo no cedió, sin embargo, terreno en la forma-
ción jurisprudencial. Las lecciones de Antonio Sáenz apuntalaron la creencia de los
abogados en el derecho natural, como prácticamente todos los documentos funda-
cionales de la nueva república, articulados en ese lenguaje. Una vez ausente Some-
llera de Buenos Aires, la cátedra de derecho civil reencontró la “normalidad” y
durante más de veinte años los alumnos de jurisprudencia de la Universidad estu-
diaron Derecho Civil con el texto de las Instituciones de Álvarez, un cambio que
Sáenz hubiera aplaudido.
Los textos eruditos producidos por estos profesores juristas no tuvieron una cir-
culación masiva pero fueron centrales para la conformación del campo jurídico rio-
platense al menos por dos razones: fueron la base doctrinaria de los primeros abo-
gados y jueces formados en la universidad porteña y establecieron los contornos
intelectuales del debate jurídico experto en la región, fijando lecturas de la tradición
y propuestas de reforma posibles. Ese debate trascendió las esferas eruditas para
impactar un espacio público en formación en el que la ley había comenzado a ocu-
par un lugar inédito.
La creación de una nueva legalidad había sido un desafío nacido con la Revo-
lución. Con el tiempo la tarea ganó especificidad y ya no sólo se trató de establecer
nuevas leyes, sino de redactar nuevos códigos y proclamar nuevas constituciones.
Hacia 1820 cada una de estas labores había alcanzado su nombre propio y se deba-
tía cómo era posible realizarlas. Esa fuerte y nueva conciencia del carácter contin-
gente y perfectible del orden social, hizo de juristas, jueces y abogados actores
inquietos, más o menos abiertos a las novedades del siglo pero siempre interesados
en fundar y regular la nueva república. Una república en la que un nuevo legisla-
dor, representante de un nuevo soberano debería dar forma a un nuevo orden jurí-
dico y judicial.
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¿Misión imposible?
La fugaz experiencia de los jueces letrados de Primera Instancia
en la campaña de Buenos Aires (1822-1824)

Raúl O. Fradkin

Ya hace tiempo António Hespanha proponía que para poder plantear en nuevos tér-
minos el advenimiento de ese sistema de poder conocido como el “Estado moder-
no” era preciso considerar las “pequeñas cosas” que hicieron posible su construc-
ción. A través de ellas pensaba que era factible “…penetrar profundamente en la
realidad institucional y comprobar –ahí, en los entresijos de las instituciones y de las
prácticas político-administrativas– cómo se tramaban los equilibrios de poder.”1
Esta observación nos resulta particularmente útil para el problema que aquí nos
ocupa, esto es, indagar las relaciones de la sociedad bonaerense con la Justicia
durante la transición del orden colonial al republicano, una faceta decisiva de las
nuevas relaciones que se estaban produciendo entre la sociedad y el Estado. Al res-
pecto, pese a todo lo que se ha avanzado en este terreno, hay muchos aspectos oscu-
ros que no han sido objeto de estudios sistemáticos. En este sentido, uno nos pare-
ce especialmente significativo: la fallida experiencia de organizar un régimen de jus-
ticia letrada en la campaña ha quedado diluida en la atención de los historiadores,
ante todo, por lo fugaz y efímera que resultó. Como es sabido, este proyecto fue
parte del conjunto de iniciativas que se desplegaron al despuntar la década de 1820
para impulsar la conformación de esa nueva entidad soberana que fue el estado de
Buenos Aires. Sin embargo, esta experiencia estuvo vigente tan solo durante dos
años (1822-1824) para ser recién retomada en la década de 1850. Otras iniciativas
institucionales que formaron parte de la misma transformación institucional (como
la disolución de los cabildos, la construcción de un sistema político representativo
asentado en un régimen electoral inusitadamente amplio, la constitución de un sis-
tema regular y masivo de milicias rurales, la formación de los Juzgados de Paz y, en
mucha menor medida, la constitución de una policía rural), en cambio, no sólo

1 HESPANHA, António Manuel Vísperas del Leviatán. Instituciones y poder político (Portugal, siglo XVII),

Taurus, Madrid, 1989, p. 10.


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144 Justicias y Fronteras

resultaron más perdurables sino que en torno a ellas se fue construyendo la implan-
tación del estado en el mundo rural. El objetivo de este trabajo es tratar de indagar
algunas de las razones y significados de este fracaso.

Los jueces y la opinión

Hasta ahora la mayor parte de los estudios sobre la Justicia de Buenos Aires duran-
te la primera mitad del siglo XIX se han concentrado en describir su arquitectura
institucional, en indagar algunas de las nuevas concepciones sobre el Derecho que
estaban emergiendo y en analizar someramente el desarrollo de la criminalidad.
Pero poco es lo que sabemos acerca de las relaciones efectivamente entabladas entre
la administración de justicia y los distintos sectores sociales o en desentrañar el
clima social en que esa administración se desempeñaba. Conviene, por tanto,
comenzar trayendo a colación las impresiones que anotó un viajero francés como
Arsène Isabelle que recorrió el área rioplatense al comenzar la década de 1830:

“Hoy en día el Cabildo ha cambiado de destino; es asiento del poder judi-


cial. ¡Esto no quiere decir que la justicia impere! Todos los tribunales y la
Corte Suprema se encuentran allí reunidos. En la planta baja están los nota-
rios, los ujieres, los escribanos públicos y la prisión principal. Los días de
audiencia, la galería el balcón y el pórtico están continuamente obstruidos
por gente del bajo pueblo, del campo y del interior, que van atraídos por la
curiosidad.” 2

Corrijamos primero a nuestro informante: la provincia no contaba para enton-


ces con una Corte Suprema –y no la tendría hasta mediados de siglo– ni, pese a
todos los intentos, con una Constitución escrita, aunque sí estatutos en vigencia
superpuestos a ese abigarrado conjunto normativo que conformaba “nuestra anti-
gua constitución”.3 Hecha esta aclaración sigamos con aquello que sí ha percibido
con claridad. En ese escenario, en esa plaza que era el epicentro de las fiestas cívicas
y también “a veces el teatro, el foro”, Isabelle presenció múltiples sucesos, desde las
celebraciones de una Semana Santa acompañadas al grito de “¡Viva la Federación!”
hasta la quema de una buena cantidad de libros de “nuestros mejores filósofos” o la
presencia del “bajo pueblo” de la ciudad y del campo en los eventos políticos (esos
“sediciosos de chiripá” a quienes no dudó en identificar con “los sans-culottes de la
República Argentina”) tan tumultuosa y amenazante que la seguridad de los extran-
jeros le aparecía garantizada sólo por los regimientos de negros.

2 ISABELLE, Arsène Viaje a la Argentina, Uruguay y Brasil, 1830-1834, Emecé, Buenos Aires, 2001 [1835],

p. 80.
3 CHIARAMONTE, José Carlos “Acerca del origen del estado en el Río de la Plata”, en Anuario IEHS,

10, 1995, pp. 27-51.


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¿Misión imposible? 145

Más allá de las fuertes impresiones que debe haberle causado la convulsionada
Buenos Aires de entonces, sus observaciones resultan útiles para comenzar a pensar
un problema elusivo: ¿en qué condiciones sociales se administraba justicia? Sabe-
mos que mucho había cambiado en el sistema de justicia desde la Revolución de
1810, pero lo cierto es que para los años 1830 seguía estando pendiente su plan de
reforma general y completa aunque había sido una de las preocupaciones primor-
diales de las autoridades.4 Esas transformaciones de la administración de justicia en
Buenos Aires han sido tratadas por una abundante bibliografía5 aunque no siempre
se ha enfatizado suficientemente que los momentos de mayor impulso reformador
devinieron después de una coyuntura política crítica que también había suscitado
temores en las elites frente a la movilización social. Así había sucedido hacia 1811-
12, volvió a suceder en 1816-17 y como nunca antes adquirió imperiosa centralidad
en 1821-22; y, sin duda, lo fue aún más tras la convulsión política y social de 1828-
29. Tras cada una de estas coyunturas, las autoridades sintieron la necesidad no sólo
de mejorar la administración de justicia y, sobre todo, de hacerla más rápida y efi-
caz sino también de restablecer y reforzar el respeto social hacia la magistratura.6

4 El lector podrá advertir tanto uno como otro aspecto señalado sólo haciendo un repaso de los men-

sajes que presentaron los gobernadores de la provincia ante la Legislatura: Ministerio de Educación, Men-
sajes de los Gobernadores de la Provincia de Buenos Aires, 1822-1849, La Plata, Archivo Histórico de la Provin-
cia de Buenos Aires “Dr. Ricardo Levene”, 2 tomos, 1976.
5 BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la Ley, TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa forma-

tiva del sistema penal moderno de la Argentina, Ediciones Al Margen, La Plata, 2001; DÍAZ, Benito “Organi-
zación de la justicia de campaña en la Provincia de Buenos Aires (1821-24)”, en Trabajos y Comunicaciones,
4, La Plata, 1954, pp. 39-54 y Juzgados de Paz de campaña en la Provincia de Buenos Aires (1821-1854), La Plata,
1959; FRADKIN, Raúl O. “La experiencia de la justicia: estado, propietarios y arrendatarios en la campa-
ña bonaerense (1800-1830)”, en La fuente Judicial en la Construcción de la Memoria, Departamento Históri-
co Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires y Universidad Nacional de
Mar del Plata, Mar del Plata, 1999, pp. 145-188; GARAVAGLIA, Juan Carlos “La justicia rural en Buenos
Aires durante la primera mitad del siglo XIX (Estructuras, funciones y poderes locales)”, en Poder, conflic-
to y relaciones sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999, pp. 89-122; GARCÍA
BELSUNCE, César –director– Buenos Aires, 1800-1830, II: salud y delito, Emecé, Buenos Aires, 1977; GEL-
MAN, Jorge “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en la
primera mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravig-
nani”, 3ª serie, núm. 21, 2000, pp. 7-32; IBÁÑEZ FROCHAM, Manuel La organización judicial argentina
(ensayo histórico). Época colonial y antecedentes patrios hasta 1853, La Facultad, Buenos Aires, 1938; LEVAG-
GI, Abelardo Historia del derecho penal argentino, Perrot, Buenos Aires, 1977 y Orígenes de la Codificación
Argentina: Los Reglamentos de Administración de Justicia, Universidad del Museo Social Argentino, Buenos
Aires, 1995; LEVENE, Ricardo “El Derecho Patrio Argentino y la organización del Poder Judicial, (1810-
1829)”, en LEVENE, Ricardo –director– Historia de la Nación Argentina (Desde los orígenes hasta la organiza-
ción definitiva en 1862), Vol. VII, 1ª sección, El Ateneo, Buenos Aires, 1950, pp. 295-336; SÁENZ VALIEN-
TE, José M. Bajo la campana del Cabildo. Organización y funcionamiento del cabildo de Buenos Aires después de
la Revolución de mayo (1810-1821), Kraft, Buenos Aires, 1950; TAU ANZOÁTEGUI, Víctor y MARTIRE,
Eduardo Manual de Historia de las Instituciones Argentinas, Macchi, Buenos Aires-Bogotá-Caracas-México,
1996 y ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo Historia del Derecho Argentino, Perrot, Buenos Aires, 1966.
6 La insolencia y falta de respeto de la población hacia los magistrados se convirtió en esas coyuntu-

ras en una queja muy frecuente. Por ejemplo, ver el artículo “Administración de justicia”, en Gazeta de
Buenos Aires, miércoles 22 de agosto de 1821.
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146 Justicias y Fronteras

Desde esta perspectiva, la imagen que describía Isabelle adquiere un significado


mayor: a una década de la disolución del Cabildo y de su ejercicio plurisecular de
la justicia ordinaria de la ciudad y su campaña no sólo seguían vigentes buena parte
de las normas y los procedimientos judiciales sino que los tribunales seguían fun-
cionando en el mismo espacio y en buena medida estaban inmersos en un clima
social análogo al que había imperado en la justicia capitular. La transformación de
una justicia lega administrada por los vecinos en una justicia letrada a cargo de fun-
cionarios profesionales del estado estaba, tan solo, en sus comienzos. Como antes,
parece que debieron seguir impartiendo justicia rodeados de una presencia social
constante y persistente.
Lo cierto es que todo lo que sucedía en los tribunales parece haber sido un tema
y un problema de la opinión pública tanto que no sólo eran motivo de tratamiento
periodístico sino que muchas veces los interesados publicaban folletos que contení-
an sus descargos y la intervención de sus letrados.7 Ahora bien, si la administración
de justicia en la ciudad estaba sumergida en un ambiente social vigilante y sus deci-
siones eran discutidas a través de artículos de prensa y folletos destinados a un
público letrado, ¿qué sucedía en los pueblos de campaña? ¿Qué grado de vigilancia
social imperaba en ellos frente al desempeño de una administración de justicia que
había sido y seguía siendo de sede urbana?8 No es mucho lo que sabemos al respec-
to. Por lo pronto, conviene advertir que la separación en este como en otros aspec-
tos de la ciudad y la campaña era menos tajantes de lo que quiere una arraigada tra-
dición cultural y en este sentido preciso es tener en cuenta que los artículos remiti-
dos desde pueblos rurales a los periódicos de la ciudad con quejas y denuncias

7 Se trata de una práctica que sería muy perdurable y las referencias al respecto serían interminables.

A modo de ejemplo: ARÉVALO, Domingo El Coronel don Domingo Arévalo presenta al público los documen-
tos que justifican su conducta…, Imprenta de los Expósitos, Buenos Aires, 1823; RAMÍREZ, P. Reforma de la
Campaña por el Joven..., Imprenta de Álvarez, Buenos Aires, 1823; TERRADEL, José D. Nueva representación
que el ciudadano Don José de Terradel eleva al Superior Gobierno, instruyendo con nuevos fundamentos su prime-
ra acusación, y con el fin de disipar las imputaciones que se propalan en detrimento de su reputación y de su justi-
cia, Imprenta de Álvarez, Buenos Aires, 1826; TERRERO, Federico Refutación al informe del Doctor D.
Eduardo Lahitte, en la causa que ha seguido la familia de D. Zenón Videla y de la finada señora Doña Sandalia
Dorna sobre la nulidad de un contrato de compra venta celebrado por D. Juan Manuel de Rosas cuando fue inves-
tido con la suma del poder público, La Tribuna, Buenos Aires, 1855; Causa criminal contra el ex gobernador Juan
Manuel de Rosas ante los Tribunales Ordinarios de Buenos Aires, La Tribuna, Buenos Aires, 1864; BILBAO,
Manuel Vindicación y memorias de don Antonino Reyes. Edecán y secretario de don Juan Manuel de Rozas en
Santos Lugares, Edición facsímil, Freeland, Buenos Aires, 1974 [1883].
8 Hemos podido evaluar que las transformaciones producidas en la arquitectura institucional a

comienzos de la década de 1820 no alteraron el carácter netamente urbano de la administración de justi-


cia letrada. Cfr. BARRAL, María Elena; FRADKIN, Raúl O.; LUNA, Marcelo; PEICOFF, Silvina y
ROBLES, Nidia “La construcción del poder estatal en una sociedad rural en transición: el acceso a la jus-
ticia civil en la campaña bonaerense (1800-1834)”, en FRADKIN, Raúl O. –director– El poder y la vara.
Estudios sobre la justicia y la construcción del estado en el Buenos Aires rural, 1780-1830, Prometeo, Buenos
Aires, 2008.
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¿Misión imposible? 147

sobre el desempeño de los comisarios y los jueces eran bastante frecuentes.9 Más
importante y generalizada es la imagen que ofrece el análisis cuidadoso de los jui-
cios: en ellos no deja de llamar la atención que tanto los imputados como los testi-
gos parecen estar muy al tanto no sólo de lo que sucedía en el juicio en que estaban
de algún modo involucrados sino también de otros en que se habían visto compro-
metidos sus vecinos, a veces muy antiguos. En este sentido, bien puede hablarse de
una tradición litigiosa local que era bien conocida y compartida a la que deben
haber contribuido decididamente los propios procedimientos judiciales imperantes
que convertían a los testigos y a los peritajes y apadrinamientos a cargo de vecinos
legos en una clave insustituible de su funcionamiento.10 En la campaña, por tanto,
también regía –tanto o más que en la ciudad– una “opinión pública” de ribetes muy
peculiares pero no por ello desestimable.
Ahora bien, las relaciones entre esas formas urbanas y rurales de “opinión
pública” y los jueces estaban cambiando decididamente en estos años. El fin de la
justicia ordinaria capitular –con esos jueces que eran casi siempre vecinos legos que
emergían de linajes familiares prestigiosos y arraigados y elegidos por el Cabildo–
había debilitado la densidad del entramado social que podía constreñir el desempe-
ño de los jueces. Además, la pérdida de las funciones de magistrados de muy diver-
sas autoridades menores había hecho desaparecer esa instancia decisiva de control
social de la administración de justicia y de lucha política que eran los juicios de resi-
dencia.11 Quizás nadie describió mejor el cambio que el abogado de los acusados por
haber protagonizado un escandaloso tumulto en la Guardia de Luján en 1825 cuan-
do terminaba su alegato afirmando que “…la opinión pública es el único Juez de
residencia del qe. abusa del poder”.12

El juez y su misión

Esta situación debe haber estado detrás de la decisión tomada en 1834 de publicar
el primer y efímero periódico forense: El Correo Judicial. En sus páginas pueden

9 Por ejemplo, El Patriota, 8 de septiembre de 1821; El Argentino, 14 de enero de 1825 y 20 de agosto de

1825; El Americano Imparcial, 3 de marzo de 1825. Incluso, los vecinos de la campaña en algunos casos ini-
ciaron demandas judiciales contra periódicos por noticias aparecidas sobre sus partidos: por ejemplo,
AGN, Tribunal Criminal, J-1, exp. 8, 1831.
10 Un tratamiento detallado de esta cuestión en FRADKIN, Raúl O. “Cultura jurídica y cultura políti-

ca: la población rural de Buenos Aires en una época de transición (1780-1830)”, en Ley, razón y justicia,
núm. 11, en prensa.
11 MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre los juicios de residencia indianos, Escuela de Estudios Hispa-

noamericanos, Serie 2, núm. LXX, Sevilla, 1952.


12 Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, Juzgado del Crimen, 34-4-67, exp. 4,

1826, f. 49-52v.
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148 Justicias y Fronteras

hallarse algunos de los tópicos más reiterados y característicos del discurso de los
miembros de la estructura judicial (como su queja recurrente por el supuesto rele-
gamiento dentro de las preocupaciones del gobierno y la sociedad) pero también
algunas ideas novedosas, como la conveniencia de hacer públicos los trámites y las
resoluciones judiciales. Por este medio, se esperaba mejorar los procedimientos de
los jueces, especialmente de aquellos que “…no temen entregarlos a la severidad de
la prensa…” y también ofrecer a los jueces, a los letrados y al público una recopila-
ción útil. De esta forma, su editor confiaba no sólo contribuir a “…la difusión de las
luces…” sino también que “…los hombres se abstienen de promover litigios injus-
tos, retrayéndose de ellos para no ser objeto de la crítica general”. Este argumento
hace referencia a una ambigüedad que contenía el discurso judicial: por un lado,
postulaba como un comportamiento civilizado recurrir a la justicia para resolver los
pleitos entre particulares pero, por el otro, no dejaba de hacerse cargo de la conde-
na social hacia aquel que acostumbraba transformarse en pleitista.
Sin embargo, lo más notable del discurso que este periódico buscaba propagar
era una concepción que parece haber primado entre los magistrados: la de sentirse
portadores de una empresa civilizatoria que les imponía la necesidad de “…hacer
públicos los preceptos de los jueces sabios, sin dejarlos sepultados en su propia dig-
nidad y para derramar entre sus conciudadanos la ciencia y la doctrina de los magis-
trados”. Esta concepción aparece muy claramente enunciada en el último número
del periódico (el 8, del 21 de octubre de 1834) y se expresaba a través de un recurso
remanido, una supuesta carta de “un Juez anciano” a su hijo que acaba de ser incor-
porado a la judicatura. Saturada de referencias clásicas y cristianas su autor le
advierte que “…no eres ya ni mío ni tuyo: has entrado en una esclavitud honrosa,
pero que es al fin esclavitud; eres esclavo del publico”. Se trata, por cierto de una
misión que debe ser cumplida en forma bien solitaria: “No tienes ya paisanos, ami-
gos ni parientes…” y le advierte que deberá “…precaverse de los manejos de ami-
gos y domésticos”. Y, para ser aún más claro, le recuerda que hay dos “géneros de
personas” que confunden los agravios con obsequios: “…las mugeres que se dejan
regalar de sus galanes y los Magistrados que se dejan comprar de pretendientes. En
ambos casos lo que parece dádiva, no es sino el precio de una venta”. Entonces,
“…la única consideración que debe tenerse (y esto únicamente en las causas crimi-
nales) es la de servicios relevantes prestados anteriormente al País”. Sin embargo, el
editor debió atajarse de las críticas que había suscitado su aparición y que se le adju-
dicaban una “conspiración” contra la administración de justicia y que venía a poner
palmariamente de manifiesto las dificultades que tenía esta publicidad.13
Esta concepción misionera y civilizatoria de los jueces había imperado también
entre las autoridades que impulsaron la transformación de la administración de jus-

13 El Correo Judicial (reedición facsimilar) en VÉLEZ, Bernardo Índice de la Compilación de Derecho Patrio

(1832) y El Correo Judicial (1834), Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Instituto de Historia del Dere-
cho Argentino, Buenos Aires, 1946.
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ticia una década antes. Por ejemplo, en su mensaje a la Legislatura provincial del 5
de mayo de 1823 los ministros B. Rivadavia y M. J. García reconocían que “…no han
podido plantificarse las nuevas instituciones, sin romper y arrancar con violencia
antiguos cimientos, sobre los que el curso de los años había amontonado memorias
venerables y dejado arraigar intereses de todo género”, en obvia referencia a los
disueltos cabildos.14 Y, al año siguiente, definían que: “La reforma de la administra-
ción de justicia es una de las primeras necesidades de nuestra Patria, y también de
las más peligrosas y difíciles de ejecutar. Los códigos debían fundarla, pero darlos
sin generalizar antes sus principios entre los mismos que han de explicar las leyes,
aplicarlas y recibirlas, sería imprudente”.15 Las dificultades, en consecuencia, no
estaban sólo en esa sociedad “rústica”, “supersticiosa” e “ignorante” sino también
en el escaso cuerpo de emisarios que la misión requería para llevarse a cabo.

Los jueces letrados en la campaña

Estas referencias iniciales nos permiten situar al menos tres problemas que conside-
ramos importantes y poco transitados. En primer lugar, si bien la administración de
justicia se regía por un conjunto de procedimientos y saberes especializados, estaba
sometida a una suerte de escrutinio de la opinión pública. Pero esta opinión públi-
ca no estaba integrada tan sólo por los pares sociales de los jueces y litigantes y sus
formas de sociabilidad admitida y aceptada a la que se dirigían los periódicos y
folletos, sino también por una “curiosidad” que como advertía Isabelle podía incluir
también al “bajo pueblo”. En segundo lugar, algunos de los magistrados se conside-
raban como una elite que debía cumplir una misión civilizatoria en la sociedad que
excedía con creces los trámites que debían resolver en los tribunales a su cargo: a
priori, podemos decir que esa misión (cuya concepción no era demasiado distinta
de la que se adjudicaba el clero ilustrado)16 debía realizarse frente a dificultades cre-
cientes (la tan mentada degradación del respeto a la magistratura que sentían haber
vivido desde la Revolución) que provenían tanto del gobierno como de la sociedad.
Por último, que para llevarla adelante se hallaban inmersos en una ambigüedad
intrínseca: mientras el ideal ilustrado los orientaba a considerar que el modo civili-
zado de resolver los conflictos era el de recurrir a los tribunales, una suerte de ideal
social imperante desconfiaba y hasta repudiaba a aquel que recurriera frecuente-
mente a ellos.

14
Mensajes de Gobernadores…, cit., Tomo I, p. 31.
15
Mensajes de Gobernadores…, cit., Tomo I, p. 35.
16 BARRAL, María Elena “Buenos cristianos, ciudadanos y vasallos. Los tempranos esfuerzos civiliza-

torios en el mundo rural bonaerense”, en IX Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Córdoba,


2003 y DI STEFANO, Roberto “Pastores de rústicos rebaños. Cura de almas y mundo rural en la cultura
ilustrada rioplatense”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, núm.
22, Buenos Aires, 2000, pp. 7-32.
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150 Justicias y Fronteras

Todos estos problemas se pusieron claramente de manifiesto durante la efíme-


ra experiencia de los jueces letrados de Primera Instancia para la campaña. Como es
sabido, entre 1821 y 1837 fueron suprimidos todos los cabildos que existían en el
actual territorio argentino. Así, en pocos años se desmontó un sistema local de
administración de justicia que debía ser suplantado por otro de justicia letrada en
un proceso que era inseparable de la formación de esas nuevas entidades soberanas
que eran los estados provinciales. En buena medida este proceso estuvo influido por
la experiencia que se desarrolló en Buenos Aires aunque no puede ser reducido a
ella. Con todo, dada esa influencia, atender a las concepciones que informaron el
proceso porteño y a sus dificultades puede ayudar a poner de relieve los obstáculos
que implicaba esta transformación y que nos parecen mucho mayores que lo que
sugiere la rápida cronología antes señalada.
Dentro del conjunto de iniciativas que emprendieron las autoridades de Buenos
Aires al comenzar la década de 1820 para organizar el nuevo estado provincial, la
reforma de la administración de justicia ocupó un lugar central. Asociada al diseño
de un nuevo régimen político esta reforma incluyó la disolución de los cabildos de
Buenos Aires y Luján y buscaba sustituir el antiguo régimen de justicia (asentado en
el ejercicio de la justicia capitular y la condición de magistrados de las autoridades
políticas y militares) por un sistema de jueces letrados. Esas iniciativas incluían una
pretensión mayor y resolver una tarea pendiente del orden colonial: asegurar la
efectiva implantación estatal en una campaña que estaba asistiendo a una notable
expansión territorial, demográfica y productiva y asegurar su obediencia efectiva a
las nuevas autoridades provinciales.
La preparación de la reforma ya estaba en marcha hacia agosto de 1821 cuando
el Gobierno solicitó públicamente un proyecto al Superior Tribunal de Justicia, que
habría de ser mucho más ambicioso del finalmente aprobado pues contemplaba la
creación de siete departamentos judiciales de campaña, cada uno a cargo de Jueces
Mayores, que tendrían asiento en la capital, San Nicolás, Luján, Morón, Ensenada,
Chascomús y Villa del Carmen de Río Negro y que debían ser jueces letrados, per-
manentes y rentados.17 En rigor, el clima de reforma había sido preparado por el
presidente de aquel tribunal, Manuel A. Castro, a través de una serie de artículos
aparecidos en el periódico oficial que incluían duras críticas al sistema de adminis-
tración de justicia asentado en torno a los cabildos y que tenía como tópico central
la necesidad de que la campaña “…sea purgada de centenares de malhechores que
la infestan…” frente a lo cual tildaba de indolentes, ignorantes y apáticos a los jue-
ces existentes.18 En otros términos, uno de los aspectos centrales de los impulsores

17 DÍAZ, Benito Juzgados de Paz…, cit., p. 49; IBÁÑEZ FROCHAM, Manuel La organización…, cit., p.
168.
18 Aunque estos artículos ya se encontraban en las páginas de La Gaceta de Buenos Aires en septiem-

bre de 1820 se hicieron muy frecuentes y contundentes entre julio y diciembre de 1821.
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¿Misión imposible? 151

de la reforma desde el mismo ámbito judicial era apartarse radicalmente del siste-
ma vigente asentado en la justicia capitular.
El debate en la Legislatura dio un resultado que sólo en parte retomaba estos
planes y la ley del 24 de diciembre de 1821 estableció que la justicia ordinaria sería
ejercida por cinco jueces letrados de Primera Instancia, dos en la ciudad y tres en la
campaña, cada uno de los cuales tendría competencia en lo civil y lo criminal. A su
vez, se dispuso la organización de una policía separada de estas autoridades judi-
ciales y dependiente directamente del gobierno, que estaría formada por seis comi-
sarios para la capital y ocho para la campaña. Por último, cada una de las parroquias
iba a contar con un juez de paz que intervendría en todas las causas “…qe. las leyes
y practica vig.te declara verbales, arbitrar en las diferencias, y en la Campaña reuni-
ran las de los Alcaldes de Hermandad. qe. quedan suprimidos”.19
Aunque menos ambicioso que el plan original, el programa reformista era de
indudable radicalidad. Sin embargo, una década después, sólo parte de sus objeti-
vos habían sido cumplidos: junto al Tribunal Supremo, la Justicia de Primera Instan-
cia se había consolidado como una estructura judicial pero ya en 1824 el Gobierno
había tenido que abandonar la pretensión de implantarla efectivamente en el ámbi-
to rural. De este modo, los Juzgados de Paz, que habían sido pensados como una
instancia local y auxiliar, se consolidaron como la instancia principal de justicia
rural. Por su parte, la formación de una policía rural –sin duda, uno de las priorida-
des del programa reformista– tuvo un decurso por demás azaroso: hacia 1824, las
comisarías de campaña fueron momentáneamente disueltas y si bien muy rápida-
mente volvieron a formarse e incluso se aumentó su número, al comenzar la déca-
da de 1830 paulatinamente sus funciones fueron traspasadas a los jueces de paz
hasta resultar prácticamente indistinguibles. En otros términos, el doble propósito
de organizar sistemas de justicia y policía diferenciados y específicos para el mundo
rural había fracasado y no fue sino hasta la década de 1850 que el Estado de Buenos
Aires afrontó nuevamente esta tarea. 20 Fue por entonces que también se decidió la
formación de departamentos de justicia criminal de campaña (y, bueno es destacar-
lo, sólo de justicia criminal) y nuevamente la separación de las funciones de los comi-
sarios y los jueces de paz que había sido su atributo primordial durante el rosismo.
La Cámara de Apelaciones (que había sustituido a la Real Audiencia en 1812 y
que se transformaría luego en Tribunal Superior de Justicia de la Provincia) tenía
una visión muy negativa tanto de la administración de justicia en la campaña como
del funcionamiento de la justicia ordinaria y este diagnóstico se había hecho mucho

19 ROMAY, Francisco L. Historia de la Policía Federal Argentina, Biblioteca Policial, Buenos Aires, Tomo

II, 1964, pp. 66-67.


20 Hemos analizado esta cuestión en detalle en FRADKIN, Raúl O. “Justicia, policía y sociedad rural

en Buenos Aires, 1780-1830”, en BONAUDO, Marta; REGUERA, Andrea y ZEBERIO, Blanca –coordina-
doras– Escalas de la Historia Comparada. Tomo 1: Dinámicas sociales, poderes políticos y sistemas jurídicos, Miño
y Dávila, Buenos Aires, 2008, pp. 247-284.
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152 Justicias y Fronteras

más acentuado en la década de 1820. Más aún, desde esta instancia judicial se adver-
tía algunos de los efectos del proceso revolucionario: en primer lugar que “…las
erradas ideas de una mal entendida libertad engendran un sentimiento de licencia
y un espíritu de animosidad que degenera fácilmente en hábito de insubordina-
ción…” y en segundo término que las quejas y “…clamores contra la injusticia de
las leyes…” estaban mal orientadas –aunque el cuerpo reconocía la carencia de un
“sistema legal”– cuando en su opinión debían imputarse a las actuaciones de los
magistrados y, especialmente, en los Juzgados de Primera Instancia de campaña
“…que ha juicio del Tribunal no han producido los buenos resultados que se espe-
raban”.21
Diversas dificultades impedían una efectiva implantación de la justicia letrada
en la campaña y una de ellas era “…la falta de personas que hagan de fiscales y
defensores…” como se quejaban los jueces ante la Cámara. Se trataba de una justi-
cia que se desenvolvía dentro de un abigarrado marco normativo en el cual las inno-
vaciones no implicaban la desaparición de las normas anteriores, en juicios que
generalmente eran verbales y en los cuales la presencia de vecinos “inteligentes”
suplía la ausencia de escribanos, fiscales, peritos y abogados. Estas condiciones
habían llevado a que en 1813 se autorizara que las personas pudieran defenderse
judicialmente sin la asistencia de letrados, pero su efecto fue la generalizada apari-
ción de unos personajes denostados por el foro urbano –los llamados “tinterillos”–,
personas prácticas pero no tituladas, que parecen haber complicado seriamente los
procedimientos en los litigios (si creemos en las descripciones de los jueces)22 pero
también que venían a poner en cuestión el ejercicio del monopolio del saber por
parte de un grupo social que era extremadamente reducido en la campaña.
Una segunda dificultad, redundantemente mencionada, era la distancia entre
los vecinos y los tribunales. Esta cuestión, que ya era muy grave en el antiguo siste-
ma pues sólo los tenían la capital y la Villa de Luján, no había sido resuelta con la
constitución de dos nuevas sedes en el norte y el sur de la provincia. Más aún, estos
mismos problemas se enfrentaban para la designación de los jueces de paz por par-
tido y no había sido completamente resuelta pese a la notable multiplicación de
jurisdicciones que se había producido desde 1785: es que la ampliación territorial y
demográfica de la campaña era mucho más intensa y veloz que las posibilidades del
sistema institucional para inscribirla.23 En tales condiciones, las dificultades de acce-

21 Informes del Tribunal de Justicia al Gobierno, 1822-1842, AGN, Biblioteca Nacional, núm. 6609, Leg.
387.
22 Entre las múltiples referencias puede verse AGN, Tribunal Civil, C-13; 3 (1813); G-12; 9 (1822); G-14;

16 (1825).
23 Hemos trazado un panorama más amplio de este proceso en BARRAL, María Elena y FRADKIN,

Raúl O. “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder institucional en la campaña bonaeren-
se (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, núm. 27, 2005,
pp. 7-48.
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153

so a la justicia eran esgrimidas por muchos vecinos para rechazar o renunciar a la


designación como Alcalde de Hermandad o Juez de Paz, como haría Juan Manuel
de Rosas en 1820.24 Poco antes, en 1817 denunciaba el desorden que advertía en la
frontera sur y afirmaba:

“El poder de los jueces de partido es anual, y por grande que sea el celo se
debilita, no se respeta, o no se teme a las distancias. El de los propietarios
es ninguno; por que los que lo tienen en sus campos son los guapos, que
por su muchedumbre hacen callar al hacendado, que más de una vez sien-
te haber expuesto su vida, para no tener mas que unos días solamente lejos
de su vista a unos seres perjudiciales polillas de las haciendas, y de los
bienes de campaña. Es imposible el orden en uno y otro, sin que lo respe-
ten y lo tengan los que habitan la campaña; y es imposible se consiga esto,
mientras las funciones de los Jueces no sean aliviadas y descansen con la
bien desempeñadas de una policía rural, al paso que bien sostenidas.”25

Si esta cuestión era decisiva para seleccionar alcaldes de Hermandad y luego lo


sería para los jueces de paz, mucho mayor importancia cobraba para los de Prime-
ra Instancia cuyos departamentos tenían tan solo tres “capitales” y más aún cuando
el Gobierno dispuso en 1824 reducirlos y desplazarlos a la ciudad. Con esta decisión
llegaba a su fin la efímera intención de montar un sistema de justicia letrada en la
campaña y que llevó a la Cámara a una conclusión taxativa: “…el ensayo de jueces
ordinarios en la campaña no ha correspondido a los nobles objetos que se propuso
el celo del Gobierno”.26
Pero ¿cómo veían la situación esos jueces de Primera Instancia de la campaña?
Desde San Nicolás, el juez Juan B. Villegas señalaba dos de las dificultades de los
habitantes de la campaña para acceder a la justicia: los “traslados a grandes distan-
cias” (no ya a la ciudad sino a la “capital” del departamento judicial) y la ausencia
de “…persona alguna que pueda o quiera servirles de apoderado ni mucho menos
quien pueda hacerles un leve escrito”. En tales condiciones, el Juez relataba qué
había debido hacer para poder administrar justicia:

“El conocimiento de estos males obligó al juzgado de mi cargo a no seguir


por escrito sino en casos demasiado forzosos las causas civiles de estos
infelices y si llamarlos a juicio verbal, deslindar sus respectivos derechos,
dar a cada uno lo que es suyo y en casos dudosos hacer mas bien de un juez

24 IRAZUSTA, Julio Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, Edición corregi-

da y aumentada, Jorge Llopis, Buenos Aires, 1974, Tomo I, pp. 79-81.


25 AGN, Solicitudes Civiles, I-Z, 1817, X-9-7-5.
26 AGN, X-14-5-4.
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154 Justicias y Fronteras

arbitrador e invitarlos a terminar sus diferencias por medio de una trans-


acción racional y amistosa.” 27

En otros términos, la práctica judicial efectiva recuperaba un atributo esencial


del juez colonial que era más un “vecino inteligente” y socialmente reconocido que
un juez de profesión: debía seguir actuando como “juez arbitrador” o “compone-
dor” a través de un procedimiento verbal. Ello, sin duda, diluía las diferencias pres-
criptas entre justicia de Primera Instancia y justicia de paz pero estas “soluciones”
no eran aplicables a las causas criminales y por ello el juez reclamaba imperiosa-
mente que cada uno de estos tribunales tuviera un fiscal y un defensor que fueran
“profesores del derecho”; de no ser así, sostenía, los jueces de campaña seguirían
siendo “…como lo han sido hasta aquí como unos arquitectos que se empeñan en
construir suntuosos edificios donde no hay operarios”.
Pero aún aislado social y geográficamente este juez había desarrollado una idea
bastante precisa de la “misión” que debían cumplir:

“…ilustrar los habitantes de la campaña, acostumbrándolos poco a poco a


conformar sus operaciones con las reglas invariables de la justicia y de la
verdadera moral, consistiendo esta en que los miembros de una sociedad
conozcan que deben vivir honestamente, no perjudicar a nadie y dar a cada
uno lo que es suyo, de tal modo que jamás obren por pasiones y deseos
desarreglados”. 28

Desde la Villa de Luján, el juez Juan José Cernadas ofrecía un panorama seme-
jante: los jueces tenían el cometido de propender a “la prosperidad y moralización”
de la campaña pero advertía que los beneficios sólo se harían sentir “gradualmen-
te” y “con mas lentitud en un País que como el nuestro [que] se está educando y
moralizando, principalmente su campaña.” Aún así, evaluaba como satisfactorios los
resultados frente a un sistema como el anterior que “tocaba la raya del escándalo”.
Para Cernadas, las dificultades de accesibilidad también eran una cuestión cardinal
aunque las consideraba menguadas en el nuevo régimen. Pero ¿cuán nuevo era?
Cabe preguntarlo pues el mismo juez relataba los procedimientos que emplea-
ba: como su colega Villegas aludía a que trataba de buscar “una feliz transacción” y
consideraba que era “…un deber de la autoridad el promoverla para cortar las rui-
nosas consecuencias de un litis y las discordias entre las familias que son de tan
funesta trascendencia al orden público”. Aparece así, nuevamente, la vigencia de
prácticas y criterios “antiguos” desplegados por los defensores por excelencia del
nuevo sistema y la necesidad que sentían de disminuir el número de pleitos que

27 AGN, X-14-5-4.
28 AGN, X-14-5-4.
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¿Misión imposible? 155

podían transformarse en causa de rivalidades entre las familias de cada comunidad


vecinal. En otros términos, Cernadas confiaba no sólo en la necesidad imperiosa de
mantener esta estructura judicial sino de reforzarla e independizarla por completo
de la colaboración de los jueces de paz; tal era así que había decidido “formar por
mí mismo los sumarios” en contra de lo establecido.
Por último, desde Chascomús el juez Domingo Guzmán también enfatizó los
beneficios de “esta institución benéfica y útil al País” mientras insistía que “solo el
curso del tiempo hará conocer su importancia y valor.” Para Guzmán, a la distancia
debía sumarse “la ignorancia y rusticidad y la natural apatía” de una población
rural: en ella identificaba como “un dogma sancionado por la costumbre el compo-
nerse el agresor con el agredido o dañado, cualquiera que sea su crimen, sin ser mas
perseguido o juzgado por los jueces ignorantes, que no lo serán menos por mas que
se les designen o amplíen atribuciones”. La justicia letrada tenía, por tanto, una fun-
ción superior:

“En fin yo entiendo que el Gobierno por la creación de jueces de primera


instancia en la campaña no solo se ha propuesto darle la protección e
importancia que merece, mas también civilizarla difundiendo las luces ais-
ladas en la Capital, hacer que prospere el País y que las que hoy son alde-
as tristes, puedan ser mañana grandes ciudades, como ha sucedido en la
Francia, la Inglaterra, la Alemania.” 29

Los tres jueces en sus respuestas iluminan aspectos del funcionamiento efecti-
vo de la administración de justicia que suelen ser opacos a una observación históri-
ca demasiado panorámica o que atienda exclusivamente a la normativa establecida.
Una primera cuestión es muy clara: el reducido tamaño que el sector letrado tenía
en el medio rural era una limitación prácticamente insuperable pero esta misma
situación al parecer reforzaba la retórica de estos jueces que se nos presentan con-
vencidos de estar cumpliendo una misión civilizatoria en absoluta soledad y aisla-
miento… Como ya hemos advertido, esta situación condicionaba muy fuertemente
las modalidades que efectivamente adquirían los procedimientos judiciales pues los
jueces dependían por completo de la colaboración de vecinos legos dotados de un
saber consuetudinario (entre quienes se reclutaban sus supuestos auxiliares, tanto
los jueces de paz como los comisarios) y esta situación no habría de resolverse con
el traslado de los juzgados a la capital sino que terminaría por acrecentarse. En estas
condiciones, era evidente que en el mismo entramado institucional estallaban las
tensiones entre antiguas concepciones y prácticas y las nuevas que pretendían
imponerse desde las máximas autoridades.

29 AGN, X-14-5-4.
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156 Justicias y Fronteras

Una segunda cuestión queda también en claro: si bien los jueces de Primera Ins-
tancia eran jueces letrados y debían administrar justicia a través de procedimientos
escritos, en los cuales el imperio del saber profesional implicaba una mediación
social especializada, las condiciones en que se impartía justicia hacían que la reali-
dad judicial fuera bastante más compleja. El ideal judicial ilustrado concebía que la
misión civilizatoria de los jueces debía derivar en que las disputas se resolvieran de
acuerdo a las normas legales vigentes y a través de una instancia judicial. Pero el
ideal social vigente advertía que los pleitos ocasionaban y agudizaban las disputas
entre las personas (y, sobre todo, entre las familias) de una comunidad amenazando
su “armonía”. En tales condiciones, si alguien actuaba “civilmente” y recurría con
demasiada frecuencia a la Justicia corría el riesgo de ser calificado de “pleitista” y
recibía una condena social. De modo semejante, a un juicio escrito se suponía que
sólo tenían acceso las autoridades intervinientes y las partes involucradas: sin
embargo, una lectura cuidadosa de los expedientes permite advertir que aún en las
áreas rurales más alejadas buena parte del vecindario solía estar al tanto de lo que
en el juicio sucedía y, más aún, que las más de las veces lo que formalmente se pre-
sentaba como una demanda individual solía esconder disputas de facciones socia-
les mucho más amplias. En otros términos, la actividad judicial estaba sometida a
una suerte de escrutinio comunitario. En estas circunstancias, las respuestas de los
jueces muestran que el ideal del “juez arbitrador” seguía manteniendo plena vigen-
cia y sugiere que las formas “infrajudiciales” y “parajudiciales” de administrar jus-
ticia estaban en pleno vigor.30

La Villa de Luján: entre el viejo y el nuevo sistema

Estas respuestas remiten tanto a las dificultades de accesibilidad a la justicia de la


población rural como a las que tenía el estado para canalizar los conflictos a través
del entramado institucional. Estos problemas excedían a los jueces de Primera Ins-
tancia y se referían al conjunto de las formas que había adoptado la administración
judicial y estatal. En este sentido, la experiencia del Cabildo de Luján es alecciona-
dora y cuando se repasan los fundamentos empleados para justificar la institución
de nuevos partidos dependientes puede verse que siempre remitían al “…muy
copioso el número de vecinos, y otras gentes que se han colocado y poblado…” y a
las “varias querellas” que “…por no tener Juez en la inmediación de sus Poblacio-
nes se toman las mas de las ocasiones por propia mano el resarcimiento de los daños
recibidos, originando de esto no pocas reyertas y quimeras de consecuencias bastan-

30 MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás “El peso de la infrajudicialidad en el control del crimen duran-

te la Edad Moderna”, en Estudis, núm. 28, 2002, pp. 43-75.


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¿Misión imposible? 157

te funestas y casi irremediables…”, una argumentación que también empleaban los


vecinos cuando solicitaban la formación de un nuevo partido.31
Esta experiencia es importante, además, porque la evidencia indica que la opo-
sición a los jueces de Primera Instancia de campaña fue justamente muy activa en la
Villa de Luján donde su implantación había significado el fin del Cabildo y la pér-
dida de los privilegios y jerarquía de sus vecinos. Conviene, entonces, que volvamos
nuestra atención a la gestación de la decisión de suprimir los cabildos.
Al respecto, como ha quedado en claro en estudios recientes, esta decisión esta-
ba vinculada con la concepción de las autoridades provinciales sobre la conforma-
ción de un nuevo sistema político afirmado en torno a la representación y habría de
acometerse después de aprobado el nuevo régimen electoral. Se trataba de la nece-
sidad de barrer toda otra legitimidad competitiva y disolver una instancia de poder
que podía ejercer mando de tropas, como había ocurrido con el Cabildo de Buenos
Aires en octubre de 1820 y con el de Luján entre junio y julio de ese año. Sin embar-
go, al iniciarse el debate, la supresión de los cabildos no estaba planteada como
única alternativa, también se consideró su reforma e incluso en los meses anteriores
se había presentado un proyecto para conformar un régimen de intendencia para la
provincia. En todo caso, resulta significativo que parecía haber mucho más consen-
so en suprimir el Cabildo de Luján que el de Buenos Aires aunque ya estaba claro
que cualquiera fuera el sistema que se adoptara había acuerdo en traspasar las atri-
buciones judiciales de los cabildos a una nueva justicia letrada y las policiales a una
nueva estructura que debía formarse.32
La notable debilidad del Cabildo de la Villa para afrontar el nuevo contexto
queda en claro aún más si se considera que el proyecto gubernamental de supresión
invocaba como uno de sus fundamentos una representación que habían elevado 160
vecinos solicitándola,33 tal como había sucedido en 1813 cuando el Gobierno revo-
lucionario dispuso la intervención del Cabildo. El Cabildo había quedado muy gol-
peado después de haber sostenido dos proyectos derrotados durante la crisis de
1820 como fueron la consagración de Soler y de Alvear como gobernadores y haber

31
AHEZ, Cuadernos copiadores del Libro de Acuerdos del Cabildo de la Villa de Luján.
32
DI MEGLIO, Gabriel ¡Viva el Bajo Pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolu-
ción de Mayo y el Rosismo, Prometeo, Buenos Aires, 2006, cap. IV. HERRERO, Fabián “Un golpe de estado
en Buenos Aires durante octubre de 1820”, en Anuario IEHS, núm. 18, Tandil, 2003, pp. 67-86. HERAS,
Carlos La supresión del Cabildo de Buenos Aires, Imprenta Coni, Buenos Aires, 1925; SÁENZ VALIENTE,
José M. Bajo la campana del Cabildo. Organización y funcionamiento del cabildo de Buenos Aires después de la
Revolución de mayo (1810-1821), Kraft, Buenos Aires, 1950. TERNAVASIO, Marcela “La supresión del
cabildo de Buenos Aires: ¿crónica de una muerte anunciada?”, en Boletín del Instituto de Historia Argenti-
na y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 21, 2000, pp. 33-74 y “Entre el cabildo colonial y el munici-
pio moderno: los juzgados de paz de campaña de Buenos Aires, 1821-1854”, en BELLINGERI, Marco
–coordinador– Dinámicas de antiguo régimen y orden constitucional. Representación, justicia y administración
en Iberoamérica, siglos XVIII-XIX, Otto editores, Torino, 2000, pp. 295-336.
33 UDAONDO, Enrique Reseña Histórica de la Villa de Luján, s/e, Luján, 1939, pp. 132-133.
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158 Justicias y Fronteras

dado curso a la aspiración de conformar una junta de los pueblos libres bajo el
amparo del ejército federal.34
Tampoco debe haber sido casual que en la zona que había sido la jurisdicción
del cuerpo capitular fueron especialmente agudos los cuestionamientos a las auto-
ridades locales en estos años.35 Los vecinos de la Villa de Luján habían perdido la
jurisdicción sobre la población de sus territorios dependientes, algunos de los cua-
les eran partidos de antigua colonización como Pilar, Capilla del Señor y San Anto-
nio de Areco y otros que se habían formado en los últimos años en la frontera, como
Guardia de Luján, Fortín de Areco y Navarro. En rigor, la afirmación de la jurisdic-
ción de este Cabildo formado en 1756 había estado en permanente cuestión ante
todo por el duro conflicto que mantuvo con el Cabildo porteño (y que derivó en su
cierre transitorio entre 1784 y 1786) pero también por las disputas jurisdiccionales
que debió afrontar con el resto de las autoridades, el Virrey, los comandantes de
frontera o el mismo gobierno revolucionario durante la década de 1810. En estas
condiciones, no extraña que en esta zona obtuvieran importantes adhesiones las ten-
dencias confederacionistas contra la capital en 1816 y en 1820.36
Pero, además, la elite de la Villa no sólo disputaba con las autoridades superio-
res y sus emisarios en la campaña sino que también debía bregar por la obediencia
de sus subalternos y para el Cabildo de Luján había sido muy dificultoso afirmar su
autoridad frente a los alcaldes de Hermandad que estaban a cargo de los nuevos
partidos que se habían ido formando en la frontera. De este modo, la supresión del
Cabildo significó la autonomización de estos partidos de su débil cabecera, la trans-
formación de autoridades subalternas en principales y, por consiguiente, abrió
intensas disputas por el poder local. En estas condiciones, para una parte de la elite
local al menos desembarazarse de una instancia de poder como era el Juzgado de
Primera Instancia, si bien no compensaba la autoridad perdida, resultaba un palia-
tivo imperioso.
¿Qué estaba en discusión? La competencia jurisdiccional y la rivalidad entre
jueces de paz y jueces de Primera Instancia expresaba la disímil naturaleza social de
ambas instituciones. Los Juzgados de Paz se habían convertido en las instancias cla-
ves para el ejercicio del poder político local. De su control dependía la preeminen-
cia de cada facción y su margen de autonomía. Pero los jueces no se elegían a través
de elecciones, ni siquiera de las restringidas con que antes se designaban los miem-
bros del cuerpo capitular. El acceso al cargo, por lo tanto, dependía de otro modo de
acción política: la capacidad de cada facción para movilizar sus allegados y cliente-

34 CHIARAMONTE, José C. Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846),

Ariel, Buenos Aires, 1997, pp. 430-431.


35 FRADKIN, Raúl O. “Disputas por el poder en los pueblos del oeste bonaerense en la década de

1820”, en II Jornadas de Historia Regional, Luján, 24 y 25 de noviembre de 2006.


36 HERRERO, Fabián “Buenos Aires año 1816. Una tendencia confederacionista”, en Boletín del Institu-

to de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3ª serie, núm. 12, Buenos Aires, 1995, pp. 7-32.
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¿Misión imposible? 159

las en el partido y para articularse con las redes de poder en la capital. Y la susten-
tabilidad de ese poder estaba directamente vinculada con su capacidad para mediar
entre las demandas y expectativas que la población del partido y las exigencias del
gobierno.
En este sentido, en su respuesta el juez Cernadas había sostenido que antes de
que el Tribunal Supremo hiciera conocer su parecer desfavorable a la permanencia
de los jueces letrados de campaña “…ya corría públicamente en esta Villa que los
puebleros Jueces de 1ª Instancia iban a quitarse y quedar únicamente jueces de paz,
hijos de ella”. La denuncia es ilustrativa de las tensiones y rechazos que había en las
comunidades vecinales hacia estos jueces extraños al medio que, no casualmente,
eran sindicados como “puebleros” y su contraposición a los jueces de paz conside-
rados por la comunidad como “hijos de ella”. Al fundamentar su denuncia el juez
aludió a “…que para ello trabajaba el Juez de Paz de esta villa dn. Gerónimo Col-
man, ya finado, con el famoso Dn. Manuel Montiel, con quien se había unido al efec-
to a pesar de ser enemigos desde tiempo atrás. Datos positivos tenía para dar asen-
so a esta noticia mas la remití al desprecio.” En otros términos, la discusión sobre el
futuro de la justicia rural lejos estaba de quedar circunscripta a las instancias judi-
ciales, a las máximas autoridades o a la opinión pública urbana y parece haber
movilizado a los pueblos y vecinos de la campaña, como vimos en otros casos. Ello
no es extraño si se considera que en el plano local justicia y gobierno eran una
misma y única cosa. Pero el juez apunta algo más que reafirma lo que venimos seña-
lando: “…el estado de la campaña exige necesariamente que en ella haya una auto-
ridad más circunspecta y respetable que la de los Jueces de Paz que por sus relacio-
nes de amistad y parentesco en sus partidos jamás pueden revestidos de aquella
imparcialidad que tan justamente se requiere”.
Otras eran las expectativas del Gobierno, como lo mostraba en marzo de 1825
una circular que enviaba a todos los jueces de paz de la campaña:

“La administración de justicia en la campaña ha quedado toda en manos


de sus propios vecinos, y su zelo debe suplir a cuanto es indispensable
para la corrección y castigo de los crímenes, como también para que la civi-
lización del país adelante, la cual es el mejor correctivo de las costumbres,
y el medio más poderoso de prosperidad. Si los jueces de paz a quienes en
la campaña están hoy encargadas tan nobles funciones no consagran a ellas
todos sus esfuerzos, nada valdrán ni las leyes que se sancionen, ni los
reglamentos que se dicten.” 37

37 Manuel José García, “Circular a los jueces de paz de campaña”, AGN- Criminales, M-2.
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160 Justicias y Fronteras

Pero volvamos a los denunciados de la Villa de Luján: se nos presenta una típi-
ca imagen de la lucha política pueblerina, dos cabezas de facciones rivales –el fina-
do juez de paz don Gregorio Colman y don Manuel Montiel– ahora aparecen uni-
dos en la común oposición al Juez de Primera Instancia. ¿Qué sabemos de ellos?
Colman pertenecía a un linaje familiar con largo arraigo y notable influencia en la
zona cuyos miembros fueron destacados protagonistas de las milicias locales y del
Cabildo.38 Esta influencia se debía en buena medida a los lazos de parentesco que
los Colman habían logrado entablar con otros linajes influyentes como los Santana,
Albarez, Irrazábal, de la Riba y Lobo Sarmiento que, como ellos, ocuparon posicio-
nes claves en el Cabildo y en las milicias y extendían su influencia a otros poblados
cercanos como Navarro. Hacia 1813, en el último padrón disponible aparecen lista-
dos varios cabezas de familia, todos ellos calificados de labradores aunque eran
también propietarios de tierras, ganados y esclavos y, a juzgar por la ubicación en
este listado, algunos residían en el centro de la Villa. Eran hombres de dos genera-
ciones, casi todos oriundos de la Villa; algunas de las unidades censales que encabe-
zaban eran mucho más numerosas de lo que era habitual y contaban con varios
esclavos. Se trataba, sin duda, de un linaje de la elite local que había tenido a su
cargo la administración de la justicia capitular. Su competidor y circunstancial alia-
do, Manuel Montiel, era el único “maestro de letras” de la Villa: había nacido en
Buenos Aires y para 1813 tenía veintiocho años y estaba casado. Los Montiel, en
cambio, eran un linaje menos importante y probablemente más nuevo en la zona: al
parecer en su mayor parte eran migrantes recientes, no habían ocupado puestos des-
tacados en el Cabildo, la red familiar era menos extensa y sustancialmente menos
prominente que la de los Colman.39
Estamos frente a dos miembros de la elite local y su reducido sector letrado al
que sólo podemos adscribir a Montiel en plenitud. Se trataba de un rasgo caracterís-
tico no sólo de la Villa de Luján sino de toda la campaña,40 una circunstancia que

38 En 1787 el alférez y luego capitán Miguel Jerónimo Colman se había desempeñado como Alguacil

Mayor del cuerpo capitular, en 1791 y 1803 como Alcalde Ordinario y en 1797 como Regidor Decano.
Hacia 1799 su hermano el capitán Bonifacio Colman fue Alguacil Mayor y en 1811, 1816 y 1818 se desem-
peñó como Alcalde Ordinario. Otro, el capitán José Jerónimo Colman llegó a estar al frente del regimien-
to de caballería de milicias en 1803 y también fue Alcalde Ordinario en 1815 y sus hijos, Matías y Grego-
rio, integraron el Cabildo en 1817 y 1818 como regidores. El predicamento de los Colman se extendía al
pueblo subalterno de Navarro, al que había representado Pedro Pablo Colman en 1820 como diputado.
39 Nicolás Montiel era un viudo de 68 años oriundo de Buenos Aires, se desempeñaba como depen-

diente y encabezaba una unidad censal de seis integrantes, tres de ellos criados. Gregorio Montiel tenía
63 años, estaba casado y era un labrador que había nacido en Luján y encabezaba una unidad de siete
miembros. Don Antonio Montiel tenía 38 años, nació en Buenos Aires, era labrador y su unidad censal
contaba con seis integrantes.
40 Aunque no disponemos de datos precisos para la década de 1820, conviene recordar que en los

padrones de campaña de 1813-15 aparecen registrados tan solo veintitrés individuos en ocupaciones de
administración y gobierno y los notarios no parecen haber sido más que cinco. Apenas algo mayor (trein-
ta individuos) eran los maestros y preceptores empadronados, menos aún los que practicaban la medici-
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¿Misión imposible? 161

debe haber acrecentado la sensación de notable aislamiento social que imperaba


entre esos jueces y que otorgó rasgos específicos a las relaciones entre estado y socie-
dad. Y ni siquiera en ellos parece que tuvieron apoyo efectivo. No eran un sector
demasiado amplio en esta Villa, sede del único Cabildo de la campaña, y entre ellos
era notorio el predominio de aquellos que no eran “hijos de la Villa” y varios euro-
peos.41 Los Colman o los Montiel no eran, por cierto, los únicos linajes políticamen-
te importantes: para no abundar en demasía conviene mencionar sólo a los Aguirre,
Estanislao Aguirre fue regidor del Cabildo en 1800 y 1810 y alcalde ordinario en
1812. Más importante fue Salvador Aguirre, uno de los escasos pulperos nativos,
que fue alcalde ordinario en 1818, 1819 y 1820, mientras que José Estanislao Aguirre
era regidor en 1820.42 Quizás también habría que nombrar a los Aparicio y en espe-
cial a Francisco, que en 1813 tenía 65 años, casado, labrador y tenía una unidad cen-
sal de diez miembros con cuatro esclavos.43
Posteriormente las cosas no cambiaron mucho:44 Jerónimo Colman fue designa-
do Juez de Paz en 1822 y 1823 mientras que Pedro Pablo Colman (diputado por

na (catorce individuos) y no demasiados los componentes del clero (49 individuos). GIHRR “La sociedad
rural bonaerense a principios del siglo XIX. Un análisis a partir de las categorías ocupacionales”, en
FRADKIN, Raúl y GARAVAGLIA, Juan Carlos –editores– En busca de un tiempo perdido. La economía de
Buenos Aires en el país de la abundancia, 1750-1865, Prometeo, Buenos Aires, 2004, p. 36.
41 Entre los escasos miembros del sector letrado de la Villa habría que incluir además a Domingo

Magueda, administrador de correos y natural de Buenos Aires; a José de la Fuente, cantor y natural de la
Villa; a Lázaro Bogarín, preceptor y natural de Paraguay; a Luis Senrra, médico y natural de Galicia; a
Luis Beltrán Senrra, probablemente hijo del anterior, practicante y natural de la Villa; a Pedro Espejo,
médico y natural de Galicia y José de Crespo, cura y vicario, natural de Santa Fe y a quienes los acompa-
ñaban en la misma unidad: el sacristán Diniosio Millán, el presbítero Marcos Cano, el sacerdote Antonio
Sáenz, el religioso franciscano Francisco Castañeda (todos naturales de Buenos Aires) y el religioso agus-
tino Juan Moreno, natural de Murcia. Si siendo muy amplios en nuestra clasificación incluyéramos en
este estrato a los diecisiete pulperos empadronados veríamos que sólo tres eran oriundos de la Villa y
cinco eran europeos.
42 LEVENE, Ricardo La anarquía de 1820 y la iniciación de la vida pública de Rosas, Unión de Editores Lati-

nos, Buenos Aires, 1954, pp. 236-237.


43 MARQUIEGUI, Dedier Norberto Estancia y poder político en un partido de la campaña bonaerense (Luján,

1750-1821), Biblos, Buenos Aires, 1990, pp. 29, 39 y 72. Hacia 1813 José Gregorio Colman, natural de
Luján, tenía 58 años, era viudo, catalogado como labrador y encabeza la tercera unidad censal de la Villa
compuesta de otros catorce miembros, entre ellos once criados, uno sólo de los cuales era libre. Bonifacio
Colman, por su parte, encabezaba otra: era también un labrador, casado, de cincuenta años y natural de
la Villa: su unidad censal contenía catorce miembros de los cuales seis eran esclavos y tres peones libres.
Una tercer unidad estaba encabezada por José Teodoro Colman, casado, de treinta años y también labra-
dor: su unidad tenía seis miembros de los cuales uno era esclavo y otro un indio peón. Manuel Colman,
por su parte, era un hombre de 59 años, casado, labrador y encabezaba una unidad de siete miembros
con una esclava. Don Juan León Colman, era labrador, tenía 63 años, estaba casado y encabezaba una uni-
dad de quince miembros. Gregorio Colman, tenía 32 años, era labrador, estaba casado y su unidad se
componía de ocho miembros, tres de los cuales eran criados. Estanislao Aguirre tenía 36 años, casado,
tratante y tenía una unidad de ocho miembros con una criada. Salvador Aguirre tenía treinta años, casa-
do, pulpero y tenía una unidad de seis miembros. Francisco Aparicio tenía 65 años, casado, labrador y
tenía una unidad censal de diez miembros con cuatro esclavos.
44 UDAONDO, Enrique Reseña Histórica…, cit., pp. 261-265.
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162 Justicias y Fronteras

Navarro en 1820) lo fue de Luján en 1825. Es decir, parece clara la preeminencia polí-
tica local de los Colman durante los años que gobernó el “partido del orden”. En
cambio, Salvador Aguirre ocupó este cargo en 1829, 1830, 1831 y luego en 1835 y
1837: es decir, el encumbramiento definitivo de este activo protagonista de los inten-
tos autonomistas de la villa en 1820 se dio en los momentos en que Rosas se hizo del
gobierno provincial. Sin embargo, esta preeminencia no se mantuvo: Francisco Apa-
ricio, integrante de un antiguo e influyente linaje de la Villa, fue el juez de paz del
partido ininterrumpidamente entre 1838 y 1846.45
Lo que esta evidencia sugiere –y ratifica lo que han demostrado otros estu-
dios–46 es que el ejercicio de la autoridad institucional estaba mediado por la exis-
tencia de poderes informales en los cuales debían apoyarse los gobernantes para
construir la implantación del estado en el medio social rural. Estos entramados
comunitarios estaban sometidos a intensas rivalidades faccionales a través de las
cuales los linajes locales luchaban por la preeminencia y para ello establecían alian-
zas con las autoridades superiores. En buena medida, la transformación institucio-
nal había modificado más los canales de la lucha política del antiguo régimen que
su misma lógica y sus protagonistas.

Conclusiones: justicia, gobierno y sociedad rural


en los orígenes del Estado de Buenos Aires

Para el gobierno de la campaña las autoridades disponían de tres dispositivos insti-


tucionales heredados del régimen colonial pero perfeccionados durante el proceso
revolucionario. En primer lugar, la Comandancia de Fronteras que desde 1780 tenía
su asiento en la Guardia de Luján y que ejercía el mando sobre las reducidas unida-
des veteranas de los fuertes de la frontera y, especialmente, sobre los regimientos
milicianos de caballería de campaña. En segundo término, desde 1812 se habían
reconstituido las funciones de un Gobernador Intendente que desde 1815 se desem-
peñaba exclusivamente sobre el territorio bonaerense concentrándose en tareas de
policía de campaña, para lo cual contaba con una dotación móvil harto reducida. En
tercer término, disponía de un número cada vez mayor de alcaldes de Hermandad
reclutados entre los principales vecinos de cada distrito y que si bien eran designa-
dos por los cabildos de Buenos Aires y Luján estaban cada vez más subordinados a
los requerimientos del gobierno superior: ellos eran a la vez emisarios del gobierno
y portavoces de sus comunidades y tenían a su cargo tanto el gobierno y la justicia

45 Hacia 1813 Francisco Aparicio de 65 años, casado y oriundo de Buenos Aires era empadronado

como labrador y encabezaba una unidad censal de diez miembros con cuatro criados y cuatro peones.
46 MATEO, José Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos (provincia de Buenos Aires) en el siglo

XIX, UNMDP/GIHRR, Mar del Plata, 2001. GARAVAGLIA, Juan Carlos “Los Martínez: la complejidad
de las lealtades políticas de una red familiar en el Areco rosista”, en Poder, conflicto…, cit., pp. 189-202.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 163

¿Misión imposible? 163

local como la clasificación de los pobladores para exigirles el cumplimiento de los


servicios milicianos o destinarlos al contingente. Es decir, la capacidad efectiva para
gobernar la campaña dependía notoriamente del consenso y la colaboración de los
núcleos de vecinos y suponía una construcción estatal asentada en una negociación
casi permanente con ellos. Pero esta organización no resultaba suficiente y a comien-
zos de 1819 el Directorio intentó reformularla creando una Delegación Directorial,
un traspaso de funciones destinado a conformar una suerte de gobierno especial
que desde la Villa de Luján venía a fungir como máxima autoridad rural y que res-
pondía a las crecientes necesidades de orden, seguridad y defensa que imponía la
guerra en Santa Fe. La constitución de la Delegación Directorial traslucía una con-
cepción de someter la campaña entera a una autoridad militar que habría de refor-
zarse meses después con la organización de tres departamentos militares.
Pero se trató de un intento fallido y la crisis política y social de 1820 vino a
poner en evidencia la imperiosa necesidad de construir un nuevo y efectivo gobier-
no de la campaña. La Justicia de Paz, la Justicia de Primera Instancia y las Comisa-
rías fueron las tres instituciones nuevas que irrumpieron en el escenario y que tuvie-
ron muy diferente grado de consolidación y de implantación efectiva. Las tres com-
ponían un triángulo institucional recorrido por fuertes tensiones, disputas y conflic-
tos. Eran tres instituciones que expresaban modos de relación diferentes entre el
estado y la sociedad. Debe recordarse que el criterio orientador para seleccionar los
jueces de paz era que debían formar parte de la comunidad que iban a gobernar
mientras que, por el contrario, los comisarios y los jueces de Primera Instancia debí-
an ser “extraños” a ella, aunque la experiencia mostró que no pudo ser así para los
primeros. Los jueces de paz no sólo eran vecinos legos sin remuneración sino que su
capacidad de acción estaba sometida a restricciones sociales en la medida que eran,
a un mismo tiempo, emisarios del poder central y portavoces de los vecinos de su
jurisdicción. Los jueces de Primera Instancia eran profesionales del Derecho, dispo-
nían de un saber especializado, integraban una burocracia y si bien residían en la
cabecera del departamento, éste era una mera organización administrativa que
abarcaba diversos partidos, no una comunidad vecinal como de algún modo era el
partido. Eran, sin duda, una rama precaria, pero una rama al fin, del estado. Los
comisarios, por su parte, pueden ser vistos quizás como el embrión más consisten-
te de una burocracia estatal rural: eran rentados, seleccionados en su mayoría entre
quienes tenían experiencia militar, ejercían una jurisdicción sobre varios partidos y
el Gobierno buscaba que no tuvieran una sede fija de actuación sino una constante
movilidad, aunque pocas veces lo lograba; expresaban una forma de poner en mar-
cha la formación de una agencia institucional coercitiva destinada a la seguridad y
diferenciada de las fuerzas militares y milicianas de defensa.
La conclusión que puede extraerse es que de las tres instituciones, la Justicia de
Paz (la menos estatal y la más imbricada con el entramado social rural) resultó la
más exitosa y perdurable implantación en la sociedad rural. Estas trayectorias y éxi-
tos diferenciales iluminan con bastante precisión la naturaleza del estado en forma-
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 164

164 Justicias y Fronteras

ción. Incluso más, los comisarios parece que primero fueron absorbidos por el entra-
mado social local y luego terminaron por ser fusionados con los jueces de paz. Se
trataba, por tanto, de una solución que resultaba de múltiples transacciones: entre
las pretensiones oficiales y la dura realidad, entre tendencias y concepciones anti-
guas y otras más novedosas y entre los objetivos gubernamentales y el entramado
social local. Con ella el gobierno podía establecer un sistema de control más directo
pero firmemente asentado en poderes locales socialmente construidos y le permitía
la construcción de una red de poder con profundas ramificaciones locales y con
marcado carácter policial sin generar una burocracia profesional centralizada aun-
que convertía a los jueces de paz en personal remunerado, dotado de subalternos y
una partida armada. Era una transacción desigual pero una transacción al fin y no
extraña, por tanto, que en esta segunda fase de su historia la duración de los jueces
de paz en sus funciones se acrecentara notablemente.47 El nuevo estado emergía, así,
en el plano local sin una distinción clara entre gobierno y justicia y menos entre jus-
ticia y policía y este sería un legado perdurable. El escaso y reducido segmento
social letrado en que podría haberse apoyado esa construcción –acrecentado aún
más por el declinante número de sacerdotes–48 debe haber sido parte sustancial de
este resultado.

47 GELMAN, Jorge “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y socie-

dad en la primera mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emi-
lio Ravignani”, núm. 21, 2000, pp. 7-32.
48 BARRAL, María Elena “Las parroquias rurales de Buenos Aires entre 1730 y 1820”, en Andes. Antro-

pología e Historia, núm. 15, 2004, pp. 19-53 y “Parroquias rurales, clero y población en Buenos Aires duran-
te la primera mitad del siglo XIX”, en Anuario IEHS, núm. 19, Tandil, 2005, pp. 359-389.
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Los hombres que administran la justicia local


La persistencia de la notabilidad en el Oriente
entrerriano (1841-1853)1

Griselda Elisa Pressel

Introducción

La primera mitad del siglo XIX en el espacio rioplatense marca el tránsito entre el
orden colonial y el orden estatal moderno. En este proceso no estuvo ausente la
construcción de una nueva estructura judicial según los basamentos de la Ilustra-
ción, el pacto social y la ley positiva.2
Dentro de este marco, el análisis de los cambios operados en el ordenamiento
institucional y normativo de la Justicia en el territorio entrerriano entre 1820 y 1850,3
eje de una ponencia anterior, permitió observar que a pesar de las innovaciones
enunciadas en los Reglamentos de administración de justicia de 1822 y 1849, en general
permanecieron vigentes funcionarios y prácticas provenientes de la época colonial.
Nos ocuparemos del ámbito rural entrerriano, en especial el llamado Oriente,
indagando más allá de las funciones de los agentes de justicia rurales, con el objeti-
vo de reconstruir el perfil medio de quienes accedieron a dichos cargos y la inser-
ción en la comunidad donde ejercieron su poder; esto ayudará en futuras investiga-
ciones a leer la dinámica de las relaciones sociales mediante las causas que tuvieron
a cargo. En primer lugar podemos decir que como agentes directos del accionar en
la campaña se desempeñaron los jueces comisionados; si bien la denominación se
utiliza a partir de la época posrevolucionaria, siguieron cumpliendo las funciones
de los jueces pedáneos de la época colonial.

1 Este trabajo se inició en la investigación llevada a cabo en la tesina de Licenciatura en Historia en la

UNL, dirigida por la Dra. Teresa Suárez a quien agradezco sus observaciones, críticas y aportes.
2 Cfr. BARRAL, María Elena; FRADKIN, Raúl y PERRI, Gladys “¿Quiénes son los ‘perjudiciales’? Con-

cepciones jurídicas, producción normativa y práctica judicial en la campaña bonaerense (1780-1830)”, en


Claroscuro, núm. 2, CEDCU, Rosario, UNR, 2002, pp. 75-111.
3 PRESSEL, Griselda “Construcción de la Justicia entrerriana en la primera mitad del siglo XIX”, en X

Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Rosario, 2005. Agradezco las acertadas sugerencias e inno-
vadores puntos de vista de Juan Manuel Palacio y Darío Barriera.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 166

166 Justicias y Fronteras

La selección del área de estudio no es aleatoria: es la región de origen de Justo


José de Urquiza donde desempeñándose como Comandante General del Segundo
Departamento Principal, antes de liderar la provincia entre 1841 y 1870, consolidó
sus redes de poder a través de la designación de mandos medios subalternos y de
la formación de sociedades económicas con los notables del lugar (que luego fueron
funcionarios en distintas líneas en sus gobernaciones). En su segundo período se
dictó una de las principales innovaciones modernizadoras, el Reglamento de Admi-
nistración de Justicia de 1849, capitalizando y convirtiendo en ley una iniciativa de
la gobernación de Pascual Echagüe de 1836.
La búsqueda de producciones historiográficas mostró una vacancia en el trata-
miento de este tema en el contexto entrerriano; sólo se encontraron dos publicacio-
nes específicas, cuya importancia radica en el aporte de datos en relación con la evo-
lución de la estructura judicial,4 pero no se han hallado trabajos específicos acerca
de la conflictividad, actores y dinámica en la práctica de la Justicia. Por el contrario,
es de destacar la importante producción en otros espacios como el bonaerense, el
santafesino, el tucumano, el cordobés, tanto en el período colonial como para el
siglo XIX.5 Mediante el análisis de diversas fuentes del período 1841-1853 –como las
listas de jueces, los registros de contribuyentes provinciales, los censos y los suma-
rios judiciales– se pretende reconstruir el perfil de los agentes medios que atendie-
ron la justicia rural, sus conexiones con la comunidad que administraban y con los
inmediatos superiores que residían en las ciudades, los Alcaldes Mayores y Jueces
de Paz, antes o después de 1849.6

4 Cfr. LEVAGGI, Abelardo Orígenes de la Codificación Argentina: Los Reglamentos de Administración de Jus-

ticia, Univ. Del Museo Social Argentino, Buenos Aires, 1995, cap. VII; IBÁÑEZ, Elsa Los Tribunales Federa-
les en Entre Ríos, Imp. Colegio de Abogados de Entre Ríos, Paraná, 1974.
5 GARCÍA BELSUNCE, César Buenos Aires 1800-1830. Salud y delito, Ediciones del Banco Internacional

y Banco Unido de Inversión, Buenos Aires, 1997; GARAVAGLIA, Juan Carlos Poder, conflicto y relaciones
sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999; TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La Ley en
América Hispana, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1992; DÍAZ, Benito “Organización de
la justicia de campaña de la Provincia de Buenos Aires (1821-1824)”, en Trabajos y comunicaciones, núm. 4,
Univ. de La Plata, 1954, pp. 39-54; ROMANO, Silvia “Instituciones coloniales en contextos republicanos:
los jueces de la campaña cordobesa en las primeras décadas del siglo XIX y la construcción del estado
provincial autónomo”, en HERRERO, Fabián –compilador– Revolución. Política e ideas en el Río de la Plata
durante la década de 1810, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2004, pp. 167-200; ALESSANDRONI,
Gabriela y RUSTAN, María “La aplicación de la justicia en la campaña. Córdoba, 1785-1790”, en Cuader-
nos de Historia. Serie Economía y Sociedad, núm. 4, CIFFyH, UNC, 2001, pp. 11-37; PUNTA, Ana Inés “Legis-
lación y mecanismos formales de la aplicación de la justicia en Córdoba del Tucumán durante la prime-
ra Gobernación Intendencia (1783-1797)”, en Claroscuro, Año 3, núm. III, T. II, Rosario, 2003, pp. 207-237;
“Historia y Antropología Jurídicas”, Prohistoria, Año V, núm. 5, Rosario, 2001; DOMININO CRESPO,
Darío Escándalo y delitos de la gente plebe. Córdoba a fines del siglo XVIII, Ed. FFyH, Córdoba, 2007, cap. 2,
pp.117-164.
6 Documentación en el Archivo General de Entre Ríos, Paraná (en adelante AGER), Serie VII Fondo

Estadística, carp. núm. 1 (1823-1844) censo provincial de 1844; carp. núm. 4 (1849) censo provincial de
1849; Contribuyentes de la Provincia (1840-1855); División de Hacienda Serie IX, Subserie A, documen-
tación relacionada con la administración judicial (1843-1853); Subserie D, causas criminales carp. 5 (1835-
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Los hombres que administran la justicia local 167

El Oriente entrerriano

La sociedad de la campaña entrerriana, integrada en la rioplatense, era compleja y


dinámica. Convivían pastores, labradores, medianos y pequeños propietarios,
arrendatarios, ocupantes de tierras fiscales o intrusadas, agregados, puesteros, peo-
nes y esclavos. Todos ellos conformaban la mano de obra, tanto cuando se solidari-
zaban con sus pares como cuando se conchababan como peones en los grandes esta-
blecimientos, según las demandas de cada momento.
La economía entrerriana era eminentemente rural, los datos censales de 1849 así
lo corroboran: el 62% de la población residía en la campaña, mientras que el restan-
te 38% se distribuía en una docena de centros urbanos de los que sólo la mitad
sobrepasaba el millar de almas. En el período posrevolucionario se incrementó el
número de la población de 26.749 en 1824 a 45.719 para 1849, debido a la continua
llegada de inmigrantes, especialmente de las zonas fronterizas, ya sea por razones
políticas o económicas, dinamizando con ello la estructura de la sociedad.
El Oriente entrerriano se ubica sobre el río Uruguay,7 constituyendo un espacio
donde –hacia la década de 1840– se consolidaron importantes circuitos comerciales
con Brasil, la Banda Oriental y Buenos Aires en el ámbito del Río de La Plata; la
yerba mate, el tabaco, el azúcar y los cereales eran los artículos básicos del intercam-
bio.8 También se destacó el comercio de ultramar, centrado en los productos pecua-
rios, que permitió una intensa actividad de interrelación económico-social constitu-
yendo, de hecho, a la región del Uruguay en una unidad diferenciada de la margen
del Paraná.
En la región podemos señalar un área vieja con epicentro en los pueblos de Gua-
leguaychú y Concepción del Uruguay, fundados por Tomás de Rocamora hacia
1783. Este último se destacaba por contar con un grupo dirigente dueño de extensas
estancias, con importante número de ganado, saladeros, puestos de vapor y la
infraestructura necesaria para comercializar el usufructo a distintos puertos ameri-
canos y europeos. La población masculina en la campaña tenía un índice positivo de
masculinidad del 123%, 1.361 mujeres y 1.675 varones; esta diferencia da cuenta de
la actividad de los saladeros –como el Buena Esperanza que contaba con 191 traba-
jadores– y del acantonamiento de las tropas en el campamento de Arroyo Grande.9

1845), carp. 6 (1846-1854); Subserie E, causas civiles carp. 5 (1841-1847), carp. 6 (1848-1852), carp. 7 (1853-
1865); Recopilación de Leyes, Decretos y Acuerdos de la Provincia de Entre Ríos desde 1821 a 1873 (en adelante
RLDADER) IV, V, VI, Uruguay, La voz del pueblo, 1875.
7 Esta denominación es utilizada por POENITZ, Erich “Inmigrantes ovejeros y labradores en el des-

arrollo del Oriente Entrerriano”, en Cuadernos de estudios regionales, núm. 8, IRICyT, Concordia, 1984, p.
7; señala como integrantes a los actuales territorios de Federación, Concordia, Colón, Uruguay y Guale-
guaychú.
8 POENITZ, Erich “La ruta oriental de la yerba. Navegación y comercio en el Alto río Uruguay”, en

Cuadernos de Estudios Regionales, núm 1, IRICyT, Concordia, 1981.


9 EGUIGUREN, S. R. “El Departamento de Concepción del Uruguay (E.R.) en el censo de 1849”, en

Cuadernos de Estudios Regionales, núm. 7, IRDICyT, Concordia, 1983.


Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 168

168 Justicias y Fronteras

Este tipo de relación no puede establecerse en Gualeguaychú, ya que los regis-


tros del censo de 1849 están incompletos (faltan los del primer distrito); a pesar de
ello, se puede observar la preeminencia de la actividad ganadera –identificándose
168 hacendados y 273 jornaleros– y que el índice de masculinidad es visiblemente
negativo: 576 varones adultos y 872 mujeres adultas, podríamos suponer que como
consecuencia de las guerras.10
Otra área que podemos identificar es la Schmit denomina como los pueblos nue-
vos,11 correspondientes al noreste de Concordia y de Federación, originariamente
estancias comunitarias del pueblo misionero de Yapeyú que se encontraban casi
despobladas hasta 1820, pero que luego fueron ocupadas en forma más estable y
continua. En cuanto a la composición de la población y guiándonos por los estudios
censales, podemos constatar que hacia mediados del siglo XIX en Concordia había
una gran diversidad de medianos y pequeños productores rurales y de comercian-
tes; la Villa representaba un gran centro urbano para la zona, concentrando el 34%
del total de la población del departamento, 1.255 de un total de 3.634 habitantes. A
su vez, en la zona de Federación la población estaba establecida en la campaña, la
Villa sólo representaba el 2% de la población urbana del departamento, contando
con 171 residentes. La campaña representaba el centro de la actividad económica y
estaba compuesta, en su mayoría, por labradores-pastores, con una importante pre-
sencia de familias correntinas y misioneras12 que sobrevivían precariamente ocu-
pando tierras fiscales donde la mano de obra era familiar.
A partir del muestreo podemos concluir que la sociedad entrerriana se estaba
redefiniendo, paralelamente al Estado y los marcos normativos, en un proceso
donde los cambios, las adopciones y las permanencias se hicieron visibles a lo largo
del siglo XIX. En este contexto, la modernización alcanzó las esferas de lo público y
lo privado; los vínculos entre el sistema político y la sociedad estuvieron atravesa-
dos por la consigna del establecimiento del orden, de la acción del Estado en el dis-
ciplinamiento social.13
Este planteo es uno de los puntos clave del gobierno de Justo José de Urquiza,
sustentado por leyes, decretos y otras normativas que combatían los malos hábitos
–como la vagancia, los juegos de azar y las pulperías, centro de diversiones nocivas–
dirigidas especialmente para el espacio rural.

10 EGUIGUREN, S. R. “Evolución de Gualeguaychú a través del censo de los censos .1783/18492”, en

Cuadernos de Estudios Regionales, núm. 6, IRDICyT, Concordia, 1983.


11 SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección en tiempos de guerra, Prometeo, Buenos Aires, 2004, cap. 3, pp.

37-69.
12 Sobre la temática ver “Correntinos y misioneros en el norte entrerriano según el censo de 1849”, en

Cuadernos de Estudios Regionales, núm. 8, Concordia, IRDICyT, 1984.


13 Cfr. PRESSEL, Griselda “Regulación sobre vagos y malentretenidos en el microespacio entrerriano

en la primera mitad del siglo XIX”, ponencia IV Congreso Nacional de Historia de Entre Ríos, 19 al 21 de
octubre de 2001.
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Los hombres que administran la justicia local 169

El ámbito rural tomó así una importancia vital en el proyecto modernizador e


integrador; todos los habitantes debían actuar en el marco de la Ley, que contenía
implícitamente los principios de la civilización. La justicia se materializa en forma
inmediata a través de sus agentes, los jueces comisionados o alcaldes de campaña y
en forma mediata superior en las figuras de los alcaldes de Hermandad, los alcaldes
mayores o jueces de paz según sea antes o después de la Reforma de 1849. Sobre
ellos pondremos nuestra mirada en las próximas líneas.

¿Quiénes eran los funcionarios judiciales de la campaña?

Como lo anticipamos, los agentes directos del accionar judicial en el ámbito rural
fueron los jueces comisionados hasta la Reforma de 1849, luego denominados alcal-
des de campaña. Estos tenían la particularidad, dentro de sus atribuciones, de aten-
der ciertas funciones judiciales al mismo tiempo que realizaban tareas netamente
policiales. Esta situación derivó en que prestaran obediencia tanto al juez de paz (en
lo judicial) como al comandante (militar y político).
Estos agentes de la baja justicia rural, como denomina Garavaglia a sus homóni-
mos bonaerenses,14 cumplían las funciones de los jueces pedáneos de la época colo-
nial y eran los encargados de mantener el orden. En esta función atendían verbal-
mente toda demanda cuyo valor no superara los veinticinco pesos, intentando pre-
viamente la conciliación de las partes. Si no había acuerdo, con la debida informa-
ción sumaria, elevaban el caso al juez de paz.
Como autoridad, el Juez Comisionado o Alcalde de Campaña tenía el privile-
gio de estar armado; recorría su jurisdicción acompañado con los hombres de su
partida, también armados, cuidando la zona, vigilando que no se alojara persona
extraña sin su conocimiento, requiriendo a los vecinos información sobre la llegada
a su casa de algún transeúnte –ocultarlo constituía una falta al orden. Era también
su responsabilidad detener a quienes no hubieran acudido al llamado del ejército;
en caso de licencia, el individuo debía mostrar su permiso, sin el cual se encontra-
ría en infracción. Perseguía a los desertores y a los vagos, como también recogía las
armas, útiles de guerra y caballos que pertenecían al Estado y estuvieran en manos
de particulares. Si bien no podía autorizar el traslado de ganado, sí podía dar per-
miso para faenar con el objeto de abastecer a la población; además, debía velar por
el cumplimiento de las normativas emanadas del gobierno que prohibían las pulpe-
rías ambulantes y las que se organizaban en casas particulares, salvo las que se auto-
rizaban por motivos especiales –como desabastecimiento– con la condición de no
expender bebidas espirituosas. La diversión se encontraba bajo su control y consen-

14 GARAVAGLIA, Juan Carlos “La justicia rural en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo

XIX (estructura, funciones y poderes locales)”, en Poder, conflicto…, cit., pp. 89-121.
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170 Justicias y Fronteras

timiento pues autorizaba las reuniones, bailes y juegos permitidos en el vecindario,


siendo su responsabilidad el que todo se desarrollara en orden y con decencia. Tam-
bién tenía facultades como Juez de Pobres y Menores al prestar auxilio a las familias
cuyos integrantes se encontraran sirviendo a la patria, a los huérfanos y viudas. En
caso de incidentes mayores, como fuga de reos o bandas de salteadores, lo comuni-
caba al Comandante quien determinaba los pasos a seguir.15
Las amplias facultades de estos funcionarios de campaña hicieron que estuvie-
ran sometidos a la autoridad tanto del Juez de Paz como a la del Comandante; esta
ambigüedad resultó compleja y no pocas veces suscitó conflictos donde intervino el
gobierno central para su resolución. Las quejas llegan hasta nosotros a través de car-
tas como la enviada por el juez comisionado de Arroyo Grande D. Rufino Falcón al
alcalde de Hermandad Don Isidoro Pérez donde expone que:

“…el encargado de la fuerza del Departamento D. Miguel Quinteros no


tiene otra aplicación que el terror, que no hay más voz que la de él y que el
público primeramente se dirige a él en los asuntos judiciales que a la auto-
ridad porque saben que sino lo hacen así es un motivo de rencor. Así que
deseo con ansia se dignase encargar a otra persona en el juzgado porque
puede llegar el caso que tenga algún tropiezo con este jefe que sólo es
bueno para gobernar esclavos.”16

La respuesta a este pedido no la hemos hallado pero sí pudimos constatar que


Rufino Falcón continuó ejerciendo el cargo en los años siguientes por lo que dedu-
cimos la influencia del mismo en la zona.17
Las desavenencias ponen en evidencia la competencia en el ejercicio del poder
local, en la representatividad de la ley en las pequeñas poblaciones en donde no sólo
operaban los jueces y los comandantes sino también los curas párrocos.
Dejando de lado las funciones y ocupándonos de las personas encargadas del
orden, nos preguntamos quiénes podían ocupar la magistratura en la Justicia local
y cuál era su jerarquía en la comunidad. En este punto recordemos que la comuni-
dad rural estaba constituida por fuertes lazos de solidaridad, donde la asociación de

15
Decreto señalando las atribuciones de los jueces comisionados del 15 de febrero de 1845, en RLDADER, IV,
pp. 133-137.
16 AGER, Hac. IX, D. 5, Arroyo Grande, 19 de febrero de 1842.
17 Documentación de otras jurisdicciones que pertenecen a la costa del Paraná también dan cuenta de

estas conductas como la del Juzgado de Victoria en donde el alcalde mayor de Hermandad Juan Gimé-
nez denunciaba al alcalde mayor de la capital Diego de Miranda “…las dificultades que experimenta el
juzgado a su cargo motivada por la conducta del Comandante Francisco Arce que interviene arbitraria-
mente en las atribuciones que le pertenecen al juez, como el caso de la viuda del finado Zabala que ven-
dió una casa herencia de los menores sin consentimiento de los albaceas que se opusieron inútilmente
pues las escrituras fueron autorizadas por el Comandante cuando debían serlo por el juzgado.” AGER,
Hac. IX, A, carp. 4, leg. 7.
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Los hombres que administran la justicia local 171

sus integrantes era vital para su subsistencia y la confianza mutua era una práctica
corriente, lo que deviene en el conocimiento cabal de sus miembros y, por ende, se
destacaba el vecino notable cuyo prestigio le otorgaba la posibilidad de alcanzar car-
gos públicos.18
De acuerdo a las condiciones establecidas por el Estatuto Provisorio de 1822
(art. 87) los funcionarios judiciales debían reunir las mismas condiciones que para
Diputados: “…veinticinco años cumplidos de edad y ciudadano natural de la Amé-
rica, vecino, hacendado o con capital propio en cualquier otro giro de la industria o
comercio, o algún arte, profesión u oficio útil, sin dependencia del Gobierno por ser-
vicio a sueldo.”19
No especifica una preparación especial, si bien se desprende la necesidad de
tener solvencia propia y ser vecino. A estos requisitos reglamentarios en el período
1842-1851 debemos agregar el ser leal a la causa federal enunciada como prioritaria
en las propuestas elevadas a la superioridad.20 La condición natural de América no
siempre pudo cumplirse en la práctica, en ocasiones españoles y franceses desem-
peñaron los cargos.21
Existieron serias dificultades en cuanto al cumplimiento de la condición de
letrados, que no pudo ser contemplada porque no había pobladores que tuvieran
estudios de Derecho, ni siquiera en los centros urbanos donde los alcaldes mayores,
luego los jueces de paz, fueron designados entre los comerciantes y hacendados
reconocidos, pasando a ser los representantes de la justicia escrita más cercana a la
zona rural.
Los datos completos de los alcaldes mayores, jueces de paz, comandantes y
jefes de Policía en el departamento Uruguay nos permitirán dar cuenta de lo expre-
sado en el párrafo anterior. En el cargo de Alcalde Mayor se desempeñaron Juan
Barceló (1844) y Mariano Jurado (1846 a 1849), continuando éste último como Juez
de Paz hasta 1853 cuando fue reemplazado por Anacleto Azofra y sustituido por
razones de salud en el mismo año por Pedro Irigoyen. Los cuatro mencionados per-
tenecían al grupo de contribuyentes destacados de la zona como comerciantes y
hacendados.22 El cargo de Jefe de Policía fue desempeñado ininterrumpidamente

18 CANSANELLO, Oreste “De súbditos a ciudadanos. Los pobladores rurales bonaerenses, entre el

Antiguo Régimen y la Modernidad”, en Boletín del Inst. de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, núm. 11, Buenos Aires, 1995, pp. 136-137.
19 Estatuto Provisorio de 1822, en RLDADER, I, cit., pp. 34-55
20 Expresiones tales como “…elegibles por su honradez, patriotismo federal y buenas aptitudes para

juez,..” en AGER, Hac. IX, A, Carp. 4, leg. 29 (Uruguay, 10 de julio de 1849) son reiterativas como funda-
mento de las listas de propuestos.
21 Por Resolución del Ministro Gral. De Gob. José M. Galán se rechaza la renuncia al cargo de Juez de

Paz al ciudadano D. Cayetano Mariñas de la Fuente ya que “el ser español no lo exceptúa de prestar un
servicio municipal como este a que están obligados todos los vecinos de la Provincia…”. RLDADER, VI,
pp. 306 y 307, 10 de marzo de 1853.
22 Gob. VII, carp. 4, leg. 17, 1849 Contribuyentes por la Provincia: Anacleto Azofra 3.106 pesos, Juan Bar-

celó 2.337 pesos (también aporta 1.835 pesos en Concordia donde tiene una sociedad con Urquiza),
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 172

172 Justicias y Fronteras

por Fidel Sagastume entre 1845 y 1853 inclusive, integrante de una de las siete fami-
lias notables de la región.23 La Comandancia correspondió hasta 1848 al coronel José
Miguel Galán, uno de los hacendados más importantes del Uruguay, vecino de
Urquiza en el distrito censal de 1849, que pasó a desempeñarse como Ministro Gene-
ral de Gobierno.24 Su sucesor, el coronel Manuel Urdinarrain, también pertenecien-
te al grupo de familias notables, era socio comercial y rural del Gobernador.25 Pode-
mos concluir, teniendo en cuenta además que el Comandante elevaba las propues-
tas, que existía un fuerte entramado donde el poder se concentraba en una elite poli-
tizada con una población que estaba mayoritariamente afuera.26
En cuanto a los funcionarios de la baja justicia rural, en alusión a los jueces
comisionados (luego alcaldes de campaña), hemos podido conocer –a través de las
propuestas elevadas en su mayoría por los Comandantes– los nombres de quienes
desempeñaron estos puestos entre los años 1843 y 1848 parcialmente y la totalidad
de quienes lo hicieron entre 1849 y 1853, correspondientes a Gualeguaychú, Uru-
guay y Concordia.
Con los datos obtenidos pudimos analizar la permanencia de los funcionarios
en el cargo para un total de 75 jueces durante 109 períodos. La relación revela que
63 períodos fueron ocupados dos o tres veces por la misma persona, lo que equiva-
le al 57% del total; la reiteración en tres oportunidades sólo se dio en Uruguay. El
siguiente gráfico nos muestra la reiteración en el cargo de los tres departamentos.27

Mariano Jurado 2.023 pesos y Pedro Irigoyen 537 pesos, son cuatro de los veinte contribuyentes que se
consignan como importantes.
23 SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección…, cit., realiza un análisis de las familias de notables del Orien-

te entrerriano: Urquiza, Elía Alzaga, Galarza, Espiro, Sagastume, Urdinarrain y Calvento; las redes fami-
liares y el entramado del poder, p. 298.
24 AGER, Gob. VII, carp. 4, leg. 2, 4to. distrito.
25 SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección…, cit., p. 256.
26 SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección…, cit., p. 247.
27 Sobre la base de GELMAN, Jorge “Justice, état e société dans la campagne de Buenos Aires. La réta-

blissement de l’ordre après la révolution”, citado por GARAVAGLIA, Juan Carlos en Poder, conflicto…,
cit., p. 102.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 173

Los hombres que administran la justicia local 173

Gráfico 1
Jueces de campaña (1843-1853)
Cantidad de períodos en funciones

3 períodos 1 período
14% 44%

2 períodos
42%

Fuente: AGER, División de Hacienda Serie IX, Subserie A, documentación relacionada con la administra-
ción judicial (1843-1853).

Para obtener otros datos como origen, edad y ocupación nos remitimos a los
censos. Para el caso de Gualeguaychú nuestra fuente es el Censo Policial de 1848 y
para los otros dos departamentos el Censo General de la provincia de 1849. El rele-
vamiento nos permitió identificar características de 57 jueces sobre un total de 75.
En su mayoría eran casados y viudos (75%); la edad varía entre los 25 y 68 años, sin
poder señalarse un promedio de edad preeminente; el 96% era residente, jefes de
familia, lo que indicaría la importancia que tenía el vecino en una comunidad rural
con fuertes lazos asociativos.
Si pasamos a los siguientes gráficos observaremos el origen de los funcionarios,
encontrando diferencias entre los departamentos de la zona vieja y los de la zona
nueva.

Departamento Gualeguaychú

Bonaerense
8%
Otros
20%

Otros
Entrerriano Entrerriano
72% Bonaerense
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 174

174 Justicias y Fronteras

Departamento Uruguay

Bonaerense
8%
Otros
20%

Otros
Entrerriano Entrerriano
72% Bonaerense

Departamento Concordia

Misionero Otros
17% 17%

Otros

Entrerriano

Correntino
Correntino
Misionero
25%
Entrerriano
41%

Fuente: AGER, Serie VII Fondo Estadística, carp. núm. 1 (1823-1844) Censo provincial de 1844; carp. núm.
4 (1849) Censo provincial de 1849; Contribuyentes de la Provincia (1840-1855)

De acuerdo a la información podemos inferir para los departamentos de Gua-


leguaychú y Uruguay la ocupación casi excluyente de entrerrianos en los cargos, lo
que indicaría la existencia de una población afianzada donde los inmigrantes no
gravitaban como referentes en la comunidad. En cambio, en el departamento Con-
cordia la presencia de un porcentaje mayoritario de inmigrantes como funcionarios
denota una comunidad en formación.
Deteniéndonos en el aspecto ocupacional encontramos ciertas diferencias; com-
pararemos los departamentos Uruguay y Concordia ya que para Gualeguaychú el
censo registra a todos como hacendados sin ofrecernos elementos para diferenciar-
los entre grandes, medianos o pequeños.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 175

Los hombres que administran la justicia local 175

Departamento Uruguay
Jueces de campaña: ocupación
Otros
12%
Labrador
28% Hacendado menor
Otros
16%
Hacendado menor

Hacendado medio

Hacendado importante
Capataz
Encargado
8%
Hacendado medio Capataz
16%
Encargado Labrador
8% Hacendado importante
12%

Departamento Concordia
Jueces de campaña: ocupación

Pastores
17%
Labradores-Pastores
42%
Pastores
Hacendados
Labradores-Pastores

Hacendados
41%

Fuente: AGER, Serie VII Fondo Estadística, Carp núm. 1 (1823-1844) Censo provincial de 1844; Carp.
núm. 4 (1849) Censo provincial de 1849

Como podemos ver, la mayoría de la población posee una ocupación relaciona-


da con las actividades rurales; además, encontramos a militares o policías que sin
duda eran gente de confianza del Comandante que accidentalmente desarrollaban
estas funciones.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 176

176 Justicias y Fronteras

Volviendo a las diferencias, en Uruguay se diversificaron más las categorías


resultando llamativa la presencia de labradores en una zona eminentemente gana-
dera, conformando el 26% de los funcionarios. Asimismo, se aprecia un 46% de
hacendados, lo cual no significa que todos ellos poseyeran fortuna; los que se men-
cionan como hacendados menores poseían, en el mejor de los casos, unas cien o dos-
cientas vacas, a lo que habría que agregar la ocupación de campos ajenos para la
cría. En el caso de los hacendados que dimos en llamar “medios” tenían una fortu-
na que le permitía vivir sin apremios, los campos eran de su propiedad y su gana-
do oscilaba entre mil y 3 mil cabezas entre ovinos, bovinos y yeguarizos. Los hacen-
dados importantes como Venancio Villavicencio y Mariano Calvento formaban
parte del grupo de notables de Concepción del Uruguay y participaban de socieda-
des con actividades que incluían el procesamiento y comercialización de productos
pecuarios.
En lo que respecta a Concordia no se indican grandes propietarios, los hacen-
dados más importantes contaban –como Juan Ojeda– con cuatrocientas ovejas, cua-
trocientas vacas, sesenta bueyes, sesenta caballos, cien yeguas y dos marcas; la
mayoría eran labradores y pastores que trabajan familiarmente en terrenos propios
y fiscales. La comunidad se revela así como menos estamentaria, en proceso de for-
mación, cuyos integrantes luchaban por su subsistencia.
Más allá de las diferencias observadas entre los pueblos viejos y los nuevos, este
paneo acerca de quienes administraban justicia en la zona rural del Oriente entre-
rriano nos devuelve la siguiente imagen: en su mayoría eran propietarios o depen-
dientes de cierto rango (encargado, capataz), que vivían con sus familias e integra-
ban la comunidad en la que se desempeñaban como brazo ejecutor de las leyes,
donde lo público y lo privado se fusionaban en matices de grises.

Consideraciones finales

En estas líneas finales no pretendemos cerrar la temática sino más bien dar cuenta
de lo mucho que falta investigar; sabemos que este es sólo el punto inicial para
seguir analizando la dinámica de las prácticas judiciales en períodos más amplios y
en diferentes espacios del territorio entrerriano y para acercarnos, como en este
caso, a los encargados directos de intervenir en los conflictos entre los pobladores de
la campaña.
Una de las primeras conclusiones a la que arribamos nos muestra que los jue-
ces de campaña representaron al vecino medio, afincado en la zona, que vivía de la
explotación agropecuaria y que formaba parte activa de la comunidad a su cargo.
Estas características les permitieron un conocimiento genuino de sus miembros, sus
necesidades e intereses, actuando en los conflictos como mediadores y aplicando la
ley difícilmente exenta de subjetividad. Además, el clima de guerra permanente
asociado a la necesidad recurrente de incorporar hombres al ejército les otorgó el
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 177

Los hombres que administran la justicia local 177

control sobre la población activa; el listado remitido al Comandante fue una herra-
mienta legal que les permitió conceder y negar favores. En tanto fungían como la
mano derecha del encargado militar y sus funciones policiales los habilitaban para
perseguir a los desertores y vagos, cuya definición en cada caso quedaba a su arbi-
trio, llegaron a disponer –como ya hemos dado cuenta en ciertas ocasiones– castigos
extremos como la muerte.
Estos funcionarios, en su papel de agentes estatales con atribuciones judiciales
y policiales, vieron ampliados sus poderes locales al ser los únicos referentes del
orden en una población dispersa, con escasos conocimientos de sus derechos y acce-
so a instancias superiores de justicia; fueron los que interpretaron y aplicaron la ley
en primera instancia.
Debemos tener en cuenta que la justicia rural no se encontraba desarticulada de
la justicia escrita de las ciudades, cuyos agentes eran los notables de la región, por
lo que su accionar en cuestiones de la campaña se vinculaba con el interés por man-
tener la paz con el fin de proveer un mejor desarrollo a sus economías y a la defen-
sa de la propiedad privada, nuevo concepto introducido por la Modernidad. Recor-
demos, además, que los miembros del grupo dirigente eran terratenientes y comer-
ciantes por lo que era vital mantener el control de las rutas de circulación, más aún
en tiempos de guerra, en donde las lealtades del peonaje y los cuadros intermedios
sirvieron para su afianzamiento. Toda esta red sustentaba el dominio de Urquiza,
junto con el respaldo de sus inmediatos socios como Manuel Urdinarrain, Fidel
Sagastume, Juan Barceló y José Miguel Galán, quienes no dudaron en brindar sus
favores a los que se mostraran fieles a la causa y permitieran la continuidad de su
hegemonía en la región; en consecuencia, los jueces que accionaban en la campaña
formaban parte de dicha red como cuadros menores de la pirámide del poder.
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“Íntegros y competentes”
Los magistrados de la provincia de Buenos Aires
en la segunda mitad del siglo XIX

María Angélica Corva

El sistema judicial de la provincia de Buenos Aires se formó como poder del Estado
sobre la base de la reforma rivadaviana, pasando entre 1853 y 1881 por un proceso
de maduración que lo llevó, de una subordinación total al Poder Ejecutivo, a parti-
cipar del juego de poder político, asentado en la Suprema Corte, manteniendo la
dependencia representada en el presupuesto, los nombramientos y los jurys. El
Poder Judicial garantizaba la legitimidad del sistema político republicano de matriz
liberal, basada sobre la autoridad de la ley, superando la falta de confianza –heren-
cia del sistema jurídico colonial– y la justicia urbana y subordinada al poder políti-
co del período posindependiente.
Sobre la relación entre Justicia y construcción del Estado, Eduardo Zimmer-
mann ha sostenido que por la historia de las instituciones judiciales puede observar-
se la interacción entre el mundo legal y el amplio proceso político, económico, social
y cultural a través del cual tuvo lugar la transición del status colonial a la nación
independiente durante el siglo XIX en América Latina. La construcción de nuevos
sistemas judiciales locales y nacionales, junto con el constitucionalismo y la codifi-
cación, eran necesarios para lograr un orden legal en el proyecto liberal, que asegu-
rara la igualdad legal, con el ideal de la autoridad de la ley, la protección de los dere-
chos individuales, la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos. Pero
este proceso no fue homogéneo, estuvo diferenciado por las características particu-
lares del espacio donde tuvo lugar y por la dinámica interacción entre cambios y
continuidades que caracterizaron a las sociedades latinoamericanas del siglo XIX.1
Para conocer esas particularidades, las investigaciones sobre política institucio-
nal se han incrementado pero, como indicó Pilar Domingo, la mayor parte de las
dedicadas al sistema de justicia han sido realizadas por juristas y en su estudio de
los cambios de la Suprema Corte de México y su relación con el Poder Ejecutivo ha

1 ZIMMERMANN, Eduardo –editor– Judicial Institutions in Nineteenth-Century Latin America, Institute

of Latin American Studies, University of London, 1999, Introduction, pp. 1-7.


Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 180

180 Justicias y Fronteras

resaltando la importancia de ver la naturaleza del sistema político y las peculiarida-


des de la forma del desarrollo constitucional. La construcción de las biografías de
los integrantes del alto tribunal permitió observar las estrategias e incidencias en el
sistema presidencial y consideró los factores sociales y políticos en el análisis de la
administración de justicia, concluyendo que el papel de la Suprema Corte en el des-
envolvimiento del sistema político mexicano sirvió a la consolidación del estado de
legalidad y el Poder Judicial estuvo políticamente subordinado a la lógica de domi-
nación.2
En México, los jueces ocupaban cargos en el sistema político, como pudo com-
probar Víctor Uribe para Colombia al estudiar la historia de los abogados y concluir
que fueron quienes controlaron el Estado y sus recursos, siendo éste el principal
medio de trabajo, honor, poder, prestigio y patronazgo.3 En Argentina, la relación
entre el mundo de la ley y la composición de las elites políticas se hizo visible en los
abogados que fueron legisladores o ministros.4
Estudiando la administración de justicia criminal en la ciudad de Buenos Aires
entre el período tardocolonial y mediados del siglo XIX, Osvaldo Barreneche siguió
las continuidades en la ley criminal, los cambios en el discurso penal, la adaptación
de los procedimientos judiciales y los movimientos en las relaciones de poder entre
la judicatura y los agentes de aplicación de la ley, concluyendo que la justicia crimi-
nal no fue parte activa del mecanismo de formación de la Nación argentina. Políti-
cos, legisladores y juristas coincidían en cuanto al rol ideal de la judicatura y la ley
criminal en la formación del nuevo Estado, pero era imposible su implementación
dada la inestabilidad política; el sistema penal sería un resultado pero no un instru-
mento en dicho proceso.5
En la provincia de Buenos Aires, el proceso de constitución y consolidación del
Poder Judicial como parte constitutiva del Estado, legitimador de su accionar polí-
tico y mediador con la sociedad civil, no ha sido suficientemente estudiado después
de 1852, menos aún los juristas que participaron de él.6 Los abogados, que fueron
instrumentales en la emergencia de una embrionaria esfera política dentro de las
nacientes naciones independientes, ya sea como partícipes en las instituciones que

2 DOMINGO, Pilar “Judicial Independence: The Politics of the Supreme Court in Mexico”, en Journal

of Latin American Studies, Vol. 32, Parte 3, Cambridge University Press, Cambridge, 2000, pp. 705-735.
3 URIBE-URAN, Víctor “Elites, construcción del Estado y negocios. El cambio de significado del

Honor, Status y Clase: los letrados y burócratas de Nueva Granada en el período tardo colonial y tem-
prano post-colonial”, en URIBE-URAN, Víctor –editor– State and Society in Spanish America during the Age
of Revolution, Scholarly Resources Inc., Wilmington, 2001, pp. 59-88.
4 ZIMMERMANN, Eduardo “The Education of Lawyers and Judges in Argentina’s Organización

Nacional (1860-1880)”, en Judicial Institutions…, cit., pp. 104-123.


5 BARRENECHE, Osvaldo “Criminal Justice and State Formation in Early Nine teenth. Century Bue-

nos Aires”, en ZIMMERMANN, Eduardo Judicial Institutions…, cit., pp. 86-103.


6 YANGILEVICH, Melina Crimen y castigo en la frontera (Buenos Aires, 1852-1880), Tesis Doctoral, UNI-

CEN, Tandil, 2007, inédita.


Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 181

“Íntegros y competentes” 181

dieron forma a una nueva sociabilidad política, ya sea como promotores de una
transformación ideológica que los llevaría a presentarse como los nuevos políticos
frente a la opinión pública,7 comenzaron a formar en Buenos Aires, después de
Caseros, una elite que compartía códigos culturales pero que iba delimitando en su
interior los roles del litigante, el político, el legislador y el magistrado.
Esto no sólo implicaba definir la figura del magistrado sino establecer las con-
diciones que debería reunir. El Reglamento de justicia de 1812 determinaba que la
primera obligación del magistrado era su integridad y la segunda, más o menos exi-
gente, laboriosidad y contracción a los objetos de su cargo;8 no mencionaba siquie-
ra la idoneidad, que en la década de 1860 comenzó a ser un tema de preocupación
y debate. Vicente Fidel López, inspirado en el romanticismo, el historicismo jurídi-
co y el eclecticismo filosófico de la “generación del ‘37”, proponía la construcción de
un cuerpo inamovible, con derecho a renovarse a sí mismo según sus capacidades
científicas y morales, que no dependiera de la opinión pública, como seguro de un
pueblo libre y feliz que superara la conflictiva relación entre igualdad y jerarquía.
Para Antonio Malaver, cultor del derecho científico basado en el modelo, la magis-
tratura debía ser un cuerpo judicial que no fuera despreciado por el foro, formado
por pocos hombres distinguidos, mejor pagos y más eficientes, garantía de una jus-
ticia más rápida y económica. Creía que dada las condiciones de los medios de
comunicación, la descentralización espacial no produciría cambios inmediatos, con-
fiaba más en la descentralización ratione materiae, que consideraba altamente venta-
josa al permitir a los jueces especializarse en una temática, lo que le daría mayor
pericia, la especialización por materias daría jueces no sólo íntegros sino también
competentes.9
Nos hemos propuesto aquí estudiar la formación de la magistratura y determi-
nar quiénes la ocuparon en la primera instancia, en un proceso que tuvo su cúspide
en 1874, cuando cambió la formación de los abogados, al crearse la Facultad de
Derecho; se sancionó la ley sobre acumulación de cargos, por lo que los jueces sólo
debían atender sus juzgados; y fue organizado el Poder Judicial, encabezado por la
Suprema Corte de Justicia, cumpliendo las pautas establecidas por la Constitución
sancionada en 1873. Entre 1853 y 1874 se sentaron las bases para la formación de la
carrera judicial, con abogados dedicados a la magistratura, que comenzaban a dejar

7 URIBE-URAN, Víctor “Colonial Lawyers, Republican Layers and the Administration of Justice in

Spanish America”, en ZIMMERMANN, Eduardo Judicial Institutions…, cit., pp. 25-48.


8 Reglamento de institución y administración de justicia del Gobierno Superior Provisional de las provincias del

Río de la Plata, Supresión de la Audiencia y creación de la Cámara de Apelaciones, en Acuerdos y Senten-


cias dictados por la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires, segunda edición que hizo de la publica-
ción el secretario de la Suprema Corte, Dr. Aurelio Prado y Rojas, Jacobo Peuser, La Plata, 1892, I, pp. 144-
148.
9 MALAVER, Antonio Curso de procedimientos judiciales en materia civil y mercantil, Imprenta de Pablo E.

Coni, Buenos Aires, 1875, pp. 118-119.


Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 182

182 Justicias y Fronteras

la vida política para dedicarse a una formación específica que se expresaría en la


especialización del derecho positivo de los años siguientes.
El año 1853 fue significativo para la organización judicial pues, aún antes de
sancionarse la Constitución provincial, fueron instalados los juzgados de Primera
Instancia en la campaña, a partir de un proyecto de Valentín Alsina que –como pre-
sidente de la Cámara de Justicia– observó la imperiosa necesidad de llevar jueces
letrados al interior de la provincia. Esta decisión significaba extender la frontera
política hacia la campaña, buscando el control y la seguridad a través de los magis-
trados letrados. A partir de allí la preocupación sobre la administración de justicia
giró en torno a la organización del más alto tribunal, la descentralización judicial, la
formación técnica de los magistrados, la fundamentación legal de las sentencias y la
codificación, cuyas concreciones significaban la conformación de otra frontera, la
del Poder Judicial con los otros poderes.
Esta investigación dedicada a los magistrados y a su relación con los demás
poderes, se compone de dos partes; la primera dedicada a las modificaciones en la
magistratura, influenciada por el entorno político y social, y la segunda es un ensa-
yo metodológico para conocer a los magistrados, en la que presentaremos el mode-
lo para estudiarlos, los datos obtenidos y las conclusiones a las que hemos arribado.
Cada uno de los temas presentados será tratado en pesquisas que iremos dando a
conocer a medida que avancemos en ellas.

La Magistratura

Dentro del Cabildo, que definía legalmente la existencia de una ciudad, el fuero
común estuvo confiado a los alcaldes de primer y segundo voto, que entendían por
turno y en primera instancia todas las causas civiles y criminales que se suscitaran
en la jurisdicción de su ciudad, si no correspondían a los fueros especiales. Eran ele-
gidos anualmente en número de dos entre los vecinos más representativos y la Reco-
pilación de las leyes de Indias de 1680 definió y reguló el papel de la magistratura,
pero los magistrados adaptaban las normas generales a las necesidades y objetivos
institucionales locales de Buenos Aires. Los alcaldes ordinarios del Cabildo porteño,
miembros de la elite, en el cumplimento de sus funciones judiciales y policiales se
habían ganado el recelo de la gente por su fama de rudos y violentos; la Audiencia,
lejos de dar respuesta a los reclamos por los abusos de autoridad de los alcaldes,
estaba preocupada por afianzar su autoridad.10

10 BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la ley, TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa forma-

tiva del sistema penal moderno de la Argentina, Ediciones Al Margen, La Plata, 2001, p. 72; ZORRAQUÍN
BECÚ, Ricardo La organización judicial argentina en el período hispano, Librería del Plata, Buenos Aires, 1952.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 183

“Íntegros y competentes” 183

Esta imagen colectiva de la administración de justicia influyó en la definición


de la división de poderes de la coyuntura revolucionaria, momento en que cambia-
ron las normas que regulaban la relación entre gobernantes y gobernados y la dis-
tribución del poder. Era necesario vencer la fuerte restricción de la potestad judicial,
cifrada en la desconfianza hacia el juez y en una sobrevaloración del Poder Legisla-
tivo. El recuerdo de toda autoridad colonial como magistrado de justicia, evocaba la
imagen del despotismo y la lógica jurídica del se acata pero no se cumple, que no se
querían transferir a la nueva estructura política, por ello las ramas centrales en la
disputa serían la legislativa y la ejecutiva quedando neutralizada la judicial y los
reclamos de juristas y publicistas apuntaban a la eficacia de funcionamiento y no a
romper con los límites del racionalismo normativo.11
Después de 1820 los cabildos comenzaron a ser suprimidos y las provincias se
erigieron en entidades autónomas estableciéndose la división de poderes con distin-
tos matices y solidez jurídica. El proceso se inició con legislaturas unicamerales,
encargadas de nombrar al Poder Ejecutivo, y se organizaron estructuras judiciales
formadas por jueces legos y tribunales superiores integrados por abogados. Al no
concretarse la codificación, el orden jurídico funcionó con leyes coloniales y costum-
bres que no se opusieran a la nueva normativa que surgía en respuesta a las necesi-
dades. A partir de aquí nadie pudo aspirar a legitimar el poder sin respetar, de algu-
na forma, la división de poderes.12
Al suprimirse el Cabildo de Buenos Aires quedó organizada la justicia ordina-
ria que sería administrada por cinco jueces letrados, rentados e inamovibles denomina-
dos jueces de 1ª Instancia, dos en la Capital y tres en la campaña. Algunos de los pue-
blos rurales, definidos por Anthony Giddens como sedes, región física que intervie-
ne como escenario de la acción social, con fronteras que contribuyen a concentrarla
y permite fijar las instituciones, alcanzaron una mayor jerarquía institucional como
cabecera de los Departamentos Judiciales de Campaña o cabecera de partido. El cre-
cimiento económico y demográfico los transformó en espacios de construcción del
poder institucional pero no alcanzó para sostener una estructura institucional inter-
media; claro ejemplo de ello fue el fracaso de la primera instancia letrada en la cam-
paña bonaerense.13 La inestabilidad política también implicó inseguridad laboral y
precariedad en los cargos judiciales, aún en aquellos cargos que se consideraban

11 TERNAVASIO, Marcela “La división de poderes en los orígenes de la política argentina”, en Ciencia

Hoy, Vol. 14, núm. 80, abril-mayo, 2004.


12 TERNAVASIO, Marcela “De la ciudad colonial al municipio moderno: la supresión de los Cabildos

en el Estado de Buenos Aires”, en Jornadas Interescuelas-Departamentos de Historia, Neuquén, 1999; “La


supresión del Cabildo de Buenos Aires: ¿crónica de una muerte anunciada?”, en Boletín del Instituto de
Historia Argentina “Dr. Emilio Ravignani”, tercera serie, núm. 21, Buenos Aires, 1º semestre de 2000.
13 BARRAL, María Elena y FRADKIN, Raúl “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder

institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Ameri-
cana “Dr. Emilio Ravignani”, tercera serie, núm. 27, 1º semestre de 2005, pp. 7-48.
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184 Justicias y Fronteras

vitalicios, como los de jueces y fiscales, al estar sus carreras ligadas a las facciones
políticas y a correr su misma suerte.14
Durante el régimen de Rosas los nombramientos en la Justicia se simplificaron
en la práctica, la lealtad a la causa federal, certificada por el gobernador y sus acóli-
tos, fue el requisito principal para obtener el puesto, así la legitimidad de la Justicia
no derivaba de la división de poderes sino de la adhesión a los objetivos del régi-
men rosista.15 Sin embargo las prácticas del sistema judicial produjeron familiaridad
con los procedimientos legales, ello generó conciencia y contrato, pedagogía de la
ley, esfuerzo por restaurar la autoridad de la ley como reguladora de las interaccio-
nes sociales en la campaña. La ley se convirtió en la llave simbólica que permitió a
los subalternos entender el significado del Estado y su orden, constituyéndose tam-
bién en fuente de resistencia acortando la distancia con el sistema judicial.16
Después de Caseros, el Estado y la formación de sus instituciones, el proceso de
construcción de la autoridad y de la obligación política, se concentró en dos cuestio-
nes fundamentales, la producción de una nueva legitimidad política y de un nuevo
consenso socio-político. En la administración de justicia, “...espacio clave de la vida
institucional...”,17 uno de los desafíos fundamentales fue la descentralización judi-
cial, por ello aún antes de sancionada la Constitución provincial de 1854, Valentín
Alsina promovió la sanción de una ley que creaba dos juzgados en el interior de la
provincia, cuya jurisdicción sería criminal, con opción por parte de los particulares
a litigar causas civiles. Los jueces serían letrados, nombrados por el Poder Ejecutivo
a propuesta en terna de la Cámara de Justicia, con un sueldo mensual de cuatro mil
pesos.18
El texto constitucional de 1854 terminaba de dar forma a la magistratura de pri-
mera instancia de la provincia de Buenos Aires, parte de un Poder Judicial indepen-
diente en el ejercicio de sus funciones, que sería desempeñada por jueces nombra-
dos por el Gobernador, de una terna propuesta por el Superior Tribunal de Justicia,
formada por abogados en ejercicio de la ciudadanía, mayores de veinticinco años y
con dos años de ejercicio de la profesión.19 Eran magistrados letrados, que no podí-
an ser removidos sin causa y sentencia legal, y gozarían de la compensación que la
ley les designara.

14
BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la ley…, cit., p. 110.
15
MYERS, Jorge Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, Universidad Nacional de
Quilmes, Quilmes, 1995, pp. 73-84.
16 SALVATORE, Ricardo Wandering Paysanos, Statae order and subaltern experience in Buenos Aires during

Rosas era, Duke University Press, Durham and London, 2003.


17 LETTIERI, Alberto La construcción de la República de la opinión, Buenos Aires frente al interior en la déca-

da de 1850, Prometeo, Buenos Aires, 2006.


18 Sobre el proyecto, debate y sanción de la ley, CORVA, María Angélica “La justicia letrada en la cam-

paña bonaerense”, en Temas de historia argentina y americana, 7, Facultad de Filosofía y Letras, UCA, Bue-
nos Aires, 2005.
19 Constitución del Estado de Buenos Aires de 1854, Sección IV Del Poder Judicial, en CORBETTA, Juan

Carlos Textos constitucionales de Buenos Aires, SCBA, La Plata, 1984, pp. 73-74.
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“Íntegros y competentes” 185

La formación de los abogados

El Estado moderno era Estado de derecho, Estado de leyes y el juez debía ser un
hombre bueno, pero poco valía su virtud sin formación para aplicar e interpretar el
Derecho, que ya no estaba en las costumbres sino en las leyes y que no se podía
conocer con la sola experiencia.20 En Buenos Aires hubo un intento frustrado, a fines
del siglo XVIII, de instalar los estudios jurídicos, pero el primer paso se concretó en
1814 con la creación de la Academia Teórico-Práctica de Jurisprudencia, integrada
por abogados registrados en la Cámara de Apelaciones, pero también doctores,
licenciados y bachilleres de otras universidades; sus cursos duraban tres años y el
examen final se rendía ante la Cámara.21
En 1821 se creó la Universidad de Buenos Aires y por Edicto de Erección del 9
de agosto, el gobernador Martín Rodríguez instituyó el Departamento de Jurispru-
dencia, con las cátedras de Derecho Civil, a cargo de Pedro Somellera, y Derecho
Natural y de Gentes, encabezada por Antonio Sáenz, su primer Rector, que junto
con profesores y personal eran solventados por el gobierno de Buenos Aires. Los
estudios estaban organizados en dos etapas, una académica que se cursaba en la
Universidad y de la que se obtenía el título de Doctor en Jurisprudencia, y otra prác-
tica en la Academia de Jurisprudencia, llevando en total unos cinco o seis años. Este
proceso se mantuvo a pesar de los cambios políticos hasta 1872, sufriendo dos modi-
ficaciones con Rosas, por un lado perdió el apoyo financiero y por otro era requisi-
to para alcanzar el título de abogado obtener del gobierno la “...declaratoria de
haber sido sumiso y obediente a sus superiores en la Universidad durante el curso
de sus estudios, y de haber sido notoriamente adicto a la causa nacional de la Fede-
ración...”, de otra forma el título otorgado sería nulo y la infracción a este decreto
castigada.22
La Academia Teórico-Práctica de Jurisprudencia fue reemplazada por la Cáte-
dra de Procedimientos judiciales en el plan de estudios universitarios, a partir de la
propuesta del diputado Leandro N. Alem, el 5 de agosto de 1872.23 Alem definía el

20
LEVAGGI, Abelardo Manual de historia del derecho argentino, Depalma, Buenos Aires, 1987, II, p. 10.
21
LEVENE, Ricardo Historia del Derecho Argentino, Kraft, Buenos Aires, 1951, VI. La evolución de los
estudios jurídicos la hemos seguido con ORTIZ, Tulio Historia de la facultad de Derecho, Facultad de Dere-
cho de la Universidad de Buenos Aires, 2004.
22 Decreto del 27 de enero de 1836, Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1836, Imprenta del

Mercurio, Buenos Aires, 1874, p. 10.


23 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires de 1872, Imprenta de La

Prensa, Buenos Aires, 1873, pp. 293-295. Alem llegó a la Legislatura bonaerense como candidato del Club
Electoral, que representaba el sector joven y reformista del autonomismo. BARBA, Fernando Los autono-
mistas del 70, CEAL, Buenos Aires, 1982, pp. 27-29; LEIVA, Alberto David Historia del foro de Buenos Aires.
La tarea de pedir justicia durante los siglos XVIII a XX, Ad-Hoc, Buenos Aires, 2005, pp. 188-200.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 186

186 Justicias y Fronteras

estado de la Academia como una mera fórmula, cuyos integrantes no se reunían y


los interesados en ser examinados tenían que buscarlos por todas partes, hasta en
carruaje para que vayan; no bastaba la teoría para aprender incidentes y detalles que
sólo se aprendían en el ejercicio de la abogacía. La Comisión de Legislación aconse-
jó su sanción con algunas modificaciones, aprobadas por el autor del proyecto, no
sin antes destacar el valor que la Academia había tenido en la formación de alum-
nos y profesores. Los diputados estaban de acuerdo en la necesidad del cambio y los
debates se centraron en el sueldo que recibiría el profesor a cargo y en la duración
de la materia. El senador provincial, Vicente F. López, junto a su compañero de
Comisión Félix de Zéliz, aconsejaron a la Cámara la sanción del proyecto24 y la ley
fue sancionada el 5 de octubre de 1872.
El artículo cuarto de la ley determinaba los pasos a seguir en la carrera, una vez
terminados los cursos teóricos, el alumno aprobado podría ingresar a cursar Proce-
dimientos; aprobado el curso, rendía un examen general teórico práctico de Juris-
prudencia según lo determinaba el Consejo de la Universidad, debiendo presentar
la tesis para obtener el diploma que lo acreditase en su carácter de Doctor en Juris-
prudencia y solicitar el examen de abogado ante el Superior Tribunal de Justicia.25
El cambio se completó en 1874, al crearse la Facultad de Derecho de la Univer-
sidad de Buenos Aires, obedeciendo a lo establecido por la Constitución provincial
de 1873; su decreto Orgánico fue redactado por Juan María Gutiérrez, Pedro Goye-
na y José María Moreno y firmado por el gobernador Mariano Acosta, con su minis-
tro de Gobierno Amancio Alcorta. Estos cambios han sido atribuidos a un aconteci-
miento acaecido en diciembre de 1871, durante la época de exámenes en el Depar-
tamento de Jurisprudencia, cuando Roberto M. Sánchez, estudiante sanjuanino, se
suicidó tras ser aplazado en Derecho Romano, generando el Movimiento 13 de diciem-
bre, liderado por Estanislao Zeballos, que con asambleas y peticiones a las autorida-
des universitarias y provinciales instalaron los debates en la reforma constitucio-
nal.26
Para comprender el contenido de la reforma, ayuda comparar los discursos pro-
nunciados al abrir la Academia en 1855 y al inaugurar la Cátedra de Procedimiento
en 1872. En el primer caso, Octavio Garrigós instaba a unir el conocimiento de la teo-
ría del derecho con la práctica de la jurisprudencia, para formar al abogado y al
jurisconsulto. En la Universidad habían aprendido los principios de la ciencia sin
atender la vida del pueblo y las modificaciones que esos principios sufrían en la
sociedad, ahora debían estudiar las aplicaciones prácticas de los principios, su des-
envolvimiento e inconvenientes en la vida del pueblo, pues ambas juntas eran parte

24
Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores de la provincia de Buenos Aires de 1872, Imprenta El Porve-
nir, Buenos Aires, 1873, pp. 306-307.
25 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires año 1872, Imprenta del Mercurio, Buenos Aires, 1872,

pp. 382-384.
26 ORTIZ, Tulio Historia de la Facultad…, cit., pp. 18-19.
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“Íntegros y competentes” 187

de la verdadera ciencia, el derecho no era una abstracción, era la vida misma, el


orden entero de la sociedad. El teórico perfecto debía vivificar su teoría con “...una
experiencia completa de la vida real, de los juicios y del resultado de los pleitos; que
abrazara con un golpe de vista las combinaciones entre las costumbres, la religión,
la Política y los intereses económicos de los pueblos.”27
Daniel María Cazón, diecisiete años después, fundamentaba la poca atención
prestada al procedimiento, en una sociedad ocupada “...por sus hábitos de vida
colonial, o inconsciente por mucho tiempo de los medios adecuados para aumentar
sus libertades y garantir el derecho de cada uno sobre la propiedad y la vida...”, lo
que había vuelto inorgánico el mecanismo de la justicia, “...abstraídos por una evo-
lución constante y sin descanso en las regiones de la política.” La consecuencia
había sido el retardo en los juicios y un sistema “...vejatorio e inquisitorial...”, sobre
el que ahora reclamaba la sociedad un procedimiento que fuera “...resultado prácti-
co del derecho, protegiendo el cumplimiento de las obligaciones y el sagrado de la
propiedad, del honor y de la vida.” Es decir que la ciencia del derecho no servía de
nada sin una administración de justicia que lo aplicara, se vislumbra aquí la preo-
cupación por formar abogados que supieran llevar adelante las causas, pero funda-
mentalmente que supieran aplicar la ley para resolverlas.28

La inamovilidad y la buena conducta

La Constitución de 1873 determinaba que el juez mantendría su empleo mientras


durara su buena conducta, reafirmando lo que en 1854 se había enunciado como la
imposibilidad de removerlos sin causa y sentencia legal. Los jueces de las Cámaras
de Apelación y de Primera Instancia podían ser acusados por cualquiera del pueblo,
por delitos o faltas cometidas en el desempeño de sus funciones ante un Jury califi-
cado, formado por siete diputados y cinco senadores profesores de Derecho o en su
defecto letrados con las condiciones necesarias para ser senador. El juez acusado
quedaba suspendido en el desempeño de su cargo desde que era admitida la acusa-
ción; el Jury declaraba al acusado culpable o no culpable de los hechos imputados y
pronunciado el veredicto de culpabilidad, la causa seguía en manos del juez ordina-
rio penal.29 Una ley debía determinar los delitos y faltas acusables y reglamentar el

27 “Disertación leída por el Dr. Octavio Garrigós en la apertura de la Academia de Jurisprudencia, 1

de marzo de 1855”, en Revista de Legislación y Jurisprudencia, III, Imprenta de Buenos Aires, 1869, pp. 201-
208.
28 “Discurso pronunciado por el Dr. Daniel María Cazón en la apertura del aula de Procedimientos de

la Universidad de Buenos Aires”, en Revista de Legislación y Jurisprudencia, VIII, Imprenta de Pablo E.


Coni, 1872, pp. 373-381.
29 Constitución de la provincia de Buenos Aires de 1873, Cap. II, Elección, duración y responsabilidad de

los miembros del Poder Judicial, art. 190-193, CORBETTA, Juan Carlos Textos constitucionales…, cit., pp.
116-117.
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188 Justicias y Fronteras

procedimiento a seguir, pero la ley de Jury de enjuiciamiento de magistrados fue


sancionada el 12 de octubre de 1878.30
Hasta que esta institución fue organizada, seguía vigente el antiguo procedi-
miento de superintendencia, preservado por la misma Constitución,31 y por tal se
entendía el gobierno judicial conferido por la Constitución provincial de 1854 al
Superior Tribunal,32 que ejerció constantemente aplicando “...la corrección discipli-
naria, la suspensión, mandato de enjuiciamiento y pena del delito o falta grave, o
bien la adopción de otra medida administrativa.” Teniendo siempre presente la idea
de preservar la dignidad de la magistratura, los miembros de la Suprema Corte acla-
raban que “...esta atribución, que es inherente a la constitución de todo poder, que
lo ejerce la generalidad de los tribunales, y especialmente el Tribunal Supremo Espa-
ñol, cuya organización hemos tomado en gran parte...”, no atentaba contra la digni-
dad del magistrado, “...que fuerte en la convicción de su derecho y en la legalidad
de sus procederes, debía ver en ella el medio legítimo de levantar hasta la más leve
sombra de acusaciones injustificadas.”33 El Tribunal sostenía que esta atribución
constitucional no se perdería completamente con la ley de jury porque las faltas dis-
ciplinarias seguirían correspondiendo a su jurisdicción.34

30 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1878, Imprenta del Mercurio, Buenos Aires, 1878, pp.

253-264.
31 Constitución de la provincia de Buenos Aires de 1873, art. 158 y art. 220, Textos Constitucionales..., cit., p.

112 y 127. Reglamento para la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires, art. 25, “La Corte
puede llamar a su seno, a cualquier Magistrado Judicial, a fin de prevenirle por faltas u omisiones...”, en
Acuerdos y sentencias..., cit., p. 26.
32 Constitución de la provincia de Buenos Aires de 1854, art. 125, Textos Constitucionales..., cit., p. 74; ley del

29 de septiembre de 1857, artículo 9, inc. 4º, Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1857, El Orden,
Buenos Aires, pp. 113-114.
33 “Resoluciones dictadas con motivo de la venida a la capital, sin licencia, del camarista Dr. Benítez,

y de los sucesos ocurridos en la casa de Justicia del departamento del Norte en 28 de septiembre de 1877”,
en Acuerdos y Sentencias..., cit., I, pp. 641-643. Causa CCXXVIII, “La Suprema Corte tiene jurisdicción
sobre los delitos y faltas de los magistrados en ejercicio de sus cargos, mientras no se dicten las leyes orgá-
nicas y reglamentarais del artículo 190 de la Constitución, y aún después dictadas, en aquellos casos que
no estén comprendidos en ellos.” Resolución en queja del Dr. L. F. López sobre un incidente personal con
el juez de comercio Dr. Areco, 14 de julio de 1877, en Acuerdo y sentencias…, cit., pp. 669-670.
34 Uno de los casos más significativos en que tuvo que actuar el Superior Tribunal en ejercicio de la

superintendencia fue el del Dr. Emilio Agrelo acusado de sustracciones indebidas de depósitos en el
Banco Provincia de la sucesión de Santiago Donohag. “Causa criminal contra el Juez de Primera Instan-
cia Emilio Agrelo y otros, por delitos graves, denunciados públicamente en el diario ‘La Prensa’, lunes 27
y martes 28 de abril de 1872, por denuncias del escribano Paulino R. Speratti (que se halla detenido en la
cárcel pública) y del Dr. Ramón Posse”, en Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata,
Cuerpo 38, Anaquel 5, legajo 316, expediente 13. Presentamos aquí esta causa en función de la atribución
de superintendencia del Superior Tribunal y estamos realizando una investigación sobre la misma en
particular y sobre el jury como institución.
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“Íntegros y competentes” 189

Magistrados rentados

La cuestión de la retribución monetaria generó en estos años nuevos conflictos en


torno a la acumulación de sueldos y de las jubilaciones. La primera cuestión pasó
por diversas instancias hasta que finalmente los magistrados, que solían desempe-
ñarse como legisladores a la vez que formaban parte del Poder Judicial, debieron
optar entre una u otra actividad pública. En 1859 Rufino Elizalde presentó un pro-
yecto por la Comisión de Hacienda, para fijar una regla que resolviera todas las
cuestiones sobre acumulación de sueldo, ya establecida en 1821, pero arbitrariamen-
te aplicada.35 Remitido por la Cámara de Diputados, el proyecto fue tratado por los
senadores, aprobado en general y en particular, centrando el debate en torno a la
cuestión económica.36
El tema reapareció en 1872, pero en otro contexto y con otros fundamentos, el
proyecto sobre acumulación de empleos fue presentado por Aristóbulo del Valle y
tratado por la Comisión de Negocios Constitucionales, con el fin de:

“...organizar el servicio público de una manera que responda a las verda-


deras necesidades del país y acabar con la práctica perniciosa de los gobier-
nos, de acumular en una o dos personas mayor número de empleos de los
que pueden desempeñar con arreglo a sus aptitudes, sin consultar a los
verdaderos intereses del país, sino los intereses personales. Es una doctri-
na incontestable de buena administración, que cada empleo requiere su
empleado, y que sólo se tiene los empleos bien servidos cuando ellos están
atendidos por personas que hacen de esa ocupación, el objeto principal de
su vida.”37

En el debate para algunos seguía siendo una cuestión económica, sin embargo,
se impuso la postura de quienes veían un objetivo mucho más elevado que los suel-
dos, el buen servicio de la administración y también los inconvenientes políticos que
de la acumulación de empleos infaliblemente resultaba.
La maduración del proceso llevó a que la Comisión de Negocios Constituciona-
les de Diputados presentara el proyecto sobre compatibilidad de empleos enviado
por el Senado y aconsejara la sanción de esta ley por la que los jueces no serían más
legisladores en forma simultánea, como lo hacían hasta entonces. La solución, para
quienes defendían el proyecto, estaba en llamar al servicio público mayor número

35 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados del Estado de Buenos Aires de 1859, Imprenta La Repúbli-

ca, Buenos Aires, 1883, sesión del 31 de agosto, pp. 315- 316.
36 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores del Estado de Buenos Aires de 1859, Imprenta del Orden,

Buenos Aires, 1860, sesión del 1º de septiembre, pp. 147-150.


37 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires de 1872, Imprenta de La

Prensa, Buenos Aires, 1873, sesión del 18 de octubre, pp. 562-563.


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190 Justicias y Fronteras

de ciudadanos en vez de reconcentrarlos en pequeños núcleos que se repartieran


todos los puestos públicos pagándoseles tres o cuatro sueldos a cada uno de los que
sirvieran, poco se necesitaba conocer a Buenos Aires para comprender que no eran
hombres competentes, con inteligencia e ilustración lo que faltaba. Los argumentos
habían superado el plano económico y la mera eficiencia para centrase en la inde-
pendencia de poderes, conquista que garantizaba las libertades públicas a la vez que
facilitaba la acción del poder en beneficio del servicio público.38
El tema de las jubilaciones no tenía pautas claras y la Legislatura resolvía cada
caso en particular, por ejemplo el 28 octubre de 1868, se le acordó a Ana B. de Cár-
denas, viuda de Jacinto Cárdenas, la tercera parte del sueldo que gozaba éste como
juez de Primera Instancia, por vía de pensión graciable.39 La comisión de peticiones
la presentó sosteniendo que en este como en otros casos análogos, no habían tenido
presente sino razones de equidad, porque no habiendo ley de pensiones todo cuan-
to se hiciera sobre la materia era arbitrario. El mismo año se le acordó la pensión gra-
ciable de la mitad del sueldo de que disfrutaba como camarista, a la viuda e hijos de
Tiburcio de la Cárcova que dejó ocho hijos menores sin recurso para la subsisten-
cia.40 En octubre de 1870 se aprobó la jubilación de Mario J. Beascoechea, Relator del
Superior Tribunal de Justicia, con sueldo íntegro.41 En 1872 se le acordaron a Juan
José Alsina, en su condición de miembro del Superior Tribunal, diez mil pesos
moneda corriente mensuales.42
Previendo que en la implementación de la nueva organización judicial, pres-
cripta por la Constitución de 1873, algunos magistrados no serían reelectos, se les
acordó a los que hubieran desempeñado cargos en la Administración de Justicia con
inhibición del ejercicio de su profesión, por más de diez años, cuya renta no exce-
diera de seis mil pesos al mes, la mitad del sueldo de que gozaban, y a los que lo
habían hecho por más de quince años, las dos terceras partes de sus sueldos. Lo inte-
resante de estos debates fue como comenzó a destacarse la figura del magistrado
distinta de la del litigante:

“...entre el abogado y el juez hay, una distancia inmensa, que el juez ha for-
mado sus hábitos, hábitos que no son los hábitos del abogado, que el juez
tiene su manera de ver que no es la manera de ver del abogado, que el juez
tiene su modo de estudiar que no es el modo de estudiar del abogado y en

38 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires de 1874, Imprenta de Jorge

E. Cook, Buenos Aires, 1874, sesión del 7 de agosto, pp. 450-473.


39 KETZELMAN, Federico y DE SOUZA, Rodolfo Colección completa de leyes del estado y Provincia de

Buenos Aires desde 1854 a 1881, Lex, Buenos Aires, 1930, III, p. 524.
40 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires de 1868, Imprenta de La Tri-

buna, Buenos Aires, 1871, sesión del 28 de octubre 1868, pp. 501-502.
41 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1870, p. 711.
42 KETZELMAN, Federico y DE SOUZA, Rodolfo Colección completa…, cit., IV, p. 236.
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“Íntegros y competentes” 191

fin señor Presidente, el ser juez es un estado; y cuando se han pasado diez,
doce, quince años ejerciendo esto que yo llamo sacerdocio, al hombre que
abandona su puesto es muy difícil que baje a la arena de la lucha, se nece-
sita, un hombre de espíritu y cuerpo vigoroso para que después de pasado
un tiempo tal en la judicatura pueda decir yo voy a abogar, yo voy a vol-
ver a ser lo que he sido.”43

La jubilación en estos términos fue acordada a Joaquín Cueto y a García Fernán-


dez, pero las medidas restrictivas del presupuesto, fruto de la difícil situación que
atravesaba el erario público, consecuencia de la crisis, hicieron que la partida corres-
pondiente a ambas pensiones fuera suspendida para 1876.44 Ambos ex jueces recu-
rrieron a la Corte y la ley fue declarada inconstitucional, dejando en claro la nueva
relación que se había generado entre los tres poderes. El Poder Judicial no podía
decidir sobre su presupuesto pero sí podía frenar los avances de los otros poderes
sobre sus atribuciones fijando una frontera política.

2. Los Magistrados

Los nombramientos
Para definir quiénes eran los magistrados, el primer paso fue recurrir a sus nombra-
mientos, que debían aparecer publicados en el Registro Oficial como decretos del
Poder Ejecutivo, presentados por el Ministro de Gobierno. El Superior Tribunal ele-
vaba una terna y el Gobernador elegía al postulante que cubriría la magistratura
vacante.45 Los nombramientos no siempre eran publicados y en algunos casos los
abogados nombrados no asumían el cargo, por ello debimos por un lado completar
la lista de los jueces y por otro confirmar su actividad.
Para ambas cosas la solución más efectiva fue consultar los fondos documenta-
les de los juzgados que tuvieron a su cargo, es decir ver a los jueces en acción, pero
esto no siempre fue posible. Recordemos que al inicio del período en estudio fun-
cionaban dos juzgados civiles y dos criminales en la Capital y uno criminal en cada
nuevo departamento creado, el Norte y el Sud en 1853 y el Centro en 1856. En 1854
se creó un juzgado civil para la Capital y tres más en 1871. Dos juzgados comercia-
les reemplazaron al Consulado en 1862 (en la campaña el juez del crimen funciona-

43 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires de 1873, Imprenta de Obras,

Buenos Aires, 1882, sesión del 24 de octubre, pp. 347-352.


44 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires de 1878, Imprenta El Econo-

mista, 1878, pp. 809-810. En la sesión del 31 de julio se presentaron los antecedentes, en 1876 se le había
quitado la pensión y la Suprema Corte lo declaró inconstitucional. Se aprobó en general y en particular.
45 Constitución del Estado de Buenos Aires de 1854, Sección VI del Poder Judicial, art.121, CORBETTA,

Juan Carlos Textos Constitucionales…, cit., p. 74.


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192 Justicias y Fronteras

ba como juez mercantil) y finalmente en 1873 se creó un juzgado criminal para la


Capital. De todos estos juzgados se conservan los expedientes del departamento del
Sud, del Centro, el Criminal Capital y los mercantiles. Buena parte de los expedien-
tes civiles de Capital también se conservan porque no pueden ser destruidos (fami-
lia, sucesiones, etc.). Pero al rastrear los jueces actuantes en estas causas se debe
tener la precaución de no confundir a los que pertenecían a otro juzgado porque
estaban a cargo temporariamente, por enfermedad, ausencia o vacancia.
Otra alternativa son los papeles de los juzgados de paz, pues tenían jurisdicción
propia y delegada, que era aquella por la que el juez de Primera Instancia le autori-
zaba a realizar actos y diligencias del proceso que no requerían su presencia. Esto
generaba un intercambio de notas, firmadas por el juez, archivadas en el juzgado,
como las de Exaltación de la Cruz que hemos consultado en esta oportunidad. Si no
aparecen en el Registro Oficial, si no están sus expedientes o no se han comunicado
con los jueces de paz de su Departamento, deberemos seguir buscando alternativas
que den cuenta de su existencia como jueces, una posibilidad, compleja pero válida,
sería estudiar los edictos de los periódicos.
Con las fuentes mencionadas construimos los cuadros del Anexo I, que no son
definitivos, sólo son un ensayo de cómo podemos reconstruir los organigramas del
Poder Judicial, que tiene su primera publicación oficial en 1875. No eliminamos de
los listados los abogados nombrados que no aceptaron los cargos, en uno de los
casos, Martín Matheu, hijo de Domingo, presentó la nota de rechazo al Juzgado del
Crimen del Departamento Capital, en la que puede observarse la diferencia que se
fue estableciendo entre el ejercicio de la profesión y de la magistratura:

“...no me es posible aceptar esta distinción, por cuanto habitudes de estu-


dio y trabajo, en más de 26 años, me han constituido inadecuado para
sobrellevar la gran responsabilidad de ese cargo: hábitos a mi pesar contra-
ídos, que harían resentir el buen desempeño que requiere el servicio públi-
co. Esto mismo expliqué al Sr. Presidente del Superior Tribunal de Justicia,
quien bondadosamente atendió como plausibles las razones prolijas de mi
excusación. Agradezco a S.E. como debo la designación con que me ha ele-
gido; pero suplico igualmente, por el órgano de Ud., se sirva dejarme en el
ejercicio de mi profesión de Abogado, defiriendo a le expuesto.”46

Cubrir los cargos no fue tarea sencilla durante todo el período, pero hubo
momentos especialmente conflictivos, uno de ellos fue el de los nombramientos
para los nuevos juzgados del crimen de campaña. Los postulados aducían escasa
instrucción, falta de experiencia, delicada salud o no contar con la edad exigida.

46 Nota presentada el 13 de noviembre de 1863, Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires de 1863,

p. 325.
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“Íntegros y competentes” 193

Finalmente, el 27 de marzo de 1854 fue nombrado José María Juan Climarco Irigo-
yen en el Departamento del Norte, que no instaló su juzgado en Arrecifes, tal como
determinaba la ley, sino en la Villa de Luján, según se lo indicó el ministro Irineo
Portela.

“...en virtud de los inconvenientes que obstan al presente la instalación del


Juzgado al cargo de V.S. en el pueblo de Arrecifes, según lo resuelto por la
Honorable Sala, el Gobierno a fin de que no se demore más tiempo la ins-
talación de dicho Juzgado, tan urgentemente reclamada para el buen servi-
cio de la administración de justicia, ha resuelto que, por ahora, y mientras
se adopten las medidas necesarias a fin de cumplir lo dispuesto por la H.
Sala, parta V.S. para la Guardia de Luján, a establecer allí su Juzgado...”.47

La decisión unilateral del Poder Ejecutivo tal vez fue fruto del conocimiento
que Pastor Obligado adquirió de la zona en la recorrida que realizó por los pueblos
del norte y centro de la provincia entre el 20 de marzo y el 8 de mayo de 1854.48
Irigoyen representaba el modelo de muchos otros jueces que durante su forma-
ción en la Academia practicaba en un estudio prestigioso y trabajaba en los ministe-
rios como oficial, así lo manifestó cuando se presentó ante la Cámara de Justicia a
solicitar su matrícula:

“...cerca de dos años que me hallo incorporado en la matrícula de practi-


cantes a juristas y más de un año antes he asistido diariamente con tal obje-
to al estudio del Dr. Roque Pérez, donde con la mayor contracción y estu-
dio me he dedicado enteramente a la práctica de la jurisprudencia. Allí bajo
su dirección y con un excesivo empeño he aprendido cuanto ha sido posi-
ble, y mi continua asistencia a la Academia de Jurisprudencia a pesar de
mis inconvenientes que me ofrece mi calidad de empleado en uno de los
Ministerios, me ha puesto hoy día en estado de poder optar al honor de
pertenecer a la matrícula de Abogados de esta Excma. Cámara...”.49

Sus palabras manifestaban también la relación del juez con el Poder Ejecutivo
en estos primeros años de organización de la magistratura en función de pautas
constitucionales, considerada como un servicio al Gobierno, no una carrera diferen-
ciada del ejercicio de la profesión. Cuando fue nombrado juez llevaba nueve años
de libre ejercicio de la profesión y dijo que sólo aceptaba por tres meses, pero final-
mente lo hizo sin límite de tiempo, considerándose feliz si conseguía “...desempe-

47 Nota del Ministro Portela al Juez Irigoyen, Archivo General del Nación (en adelante AGN), Buenos

Aires, X-28-5-1, ff. 272, 12 de junio de 1854.


48 MOLLE, Alejandro El Departamento Judicial de Mercedes (Bs.As.), Mercedes, 1997.
49 Sobre la práctica en estudios jurídicos LEIVA, Alberto David Historia del foro…, cit., p. 158.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 194

194 Justicias y Fronteras

ñar el Juzgado referido a satisfacción del Excmo. Gobierno para lo cual no omitirá
sacrificio ninguno esforzando su contracción a fin de suplir su falta de luces...”.50 En
el primer mes de trabajo (agosto de 1854) Irigoyen atendió tres causas, dos contra
las personas y tres contra la propiedad, según constó en el informe presentado a la
Cámara de Justicia el 1º de septiembre de 1854.51
Después de 1872 volvió a tornarse dificultoso lograr que los abogados acepta-
ran los cargos de juez, esto podía ser por los bajos salarios, la inestabilidad econó-
mica y política y los cambios que se avecinaban con motivo de la sanción de la
nueva Constitución, a lo que se sumaba el aumento del número de juzgados de
cinco en 1854 a once para la Capital y tres para la Campaña, en 1873.

Los hombres
Si los registros oficiales son tan poco precisos para estos años, imaginemos cuanto
más dificultoso es aproximarse a las vidas públicas y privadas de estos hombres.
Existen sin duda varias vías, pero necesitábamos en esta ocasión de una que nos
diera una vista lo más completa posible de todos ellos, de nada serviría ahora tener
detalles precisos de algunos e ignorar la vida del resto, por ello recurrimos a los dic-
cionarios biográficos. Los datos allí encontrados los volcamos en una planilla tipo y
los confirmamos o completamos con los datos hallados en los fondos documentales.
Una vez completadas estas planillas construimos un cuadro (Anexo II) combi-
nando los datos biográficos con los obtenidos sobre su desempeño como jueces, las
columnas contienen los siguientes datos:
Abogado: nombre de todos los abogados que aceptaron el cargo y lo ejercieron
aunque fuera por pocos días.
Nacimiento: año en que nació.
Lugar: ciudad de nacimiento.
Título: año en que le fue otorgado el título de doctor en jurisprudencia.
Matrícula: año en que se presentaron ante el más alto Tribunal a rendir el exa-
men para obtener el título de abogado y ser inscripto en la matrícula. Recordemos
que hasta 1812 fue la Real Audiencia, luego la Cámara de Apelación hasta 1857 que
la reemplazó el Superior Tribunal de Justicia (Constitución de 1854) y finalmente
desde 1875 la Suprema Corte de Justicia (Constitución de 1873).52
Magistrado: años en que fue juez de Primera Instancia en la provincia de Buenos
Aires.

50
MOLLE, Alejandro El Departamento Judicial…, cit., p. 46; AGN, 28-5-1, ff. 276-277.
51
MOLLE, Alejandro El Departamento Judicial…, cit., p.38. Datos según la relación y estado pendiente
de las causas, iniciadas y concluidas en cada mes, que debían confeccionar por acuerdo del 5 de noviem-
bre de 1853.
52 El listado de los abogados recibidos e incorporados por la Real Audiencia, Cámara de Apelaciones,

Superior Tribunal y Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires pueden consultarse en
Acuerdos y sentencias..., cit., I, pp. 766-774.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 195

“Íntegros y competentes” 195

Departamento: departamento judicial en que ejerció la magistratura de Primera


Instancia.
Poder Judicial: otros cargos previos o posteriores a la Primera Instancia.
Período: años en que los ejerció.
Otros cargos: ejercidos en la administración pública de la provincia en forma
simultánea con la magistratura.
Período: años en que los ejerció.
La muestra es de 49 abogados y reiteramos que no son datos definitivos, pero
sí confirmados en la medida de lo posible. Las fechas de nacimiento van en ascenso
desde 1799 hasta llegar a doce entre 1830 y 1840 y descienden a la mitad para la
década siguiente, esto significa que un buen número de ellos nació y creció duran-
te el rosismo, en varios casos sufriendo el destierro propio o por sus padres, como
Juan José Alsina, Benito Carrasco, Carlos E. Eguía, Juan Agustín García, Claudio
Martínez, Miguel Navarro Viola, Ventura Pondal y Andrés Somellera. Una manifes-
tación del exilio fue en algunos casos la diferencia de años entre la obtención del
título de doctor y la inscripción en la matrícula
Otros formaron parte del gobierno de Rosas, que a pesar de haber sido reem-
plazados en sus cargos en un primer momento retornaron, como Eustaquio Torres.
Mariano Beascoechea fue secretario del Departamento General de Escuelas y salió a
campaña con Rosas, jubilándose como relator del Superior Tribunal en 1870; Miguel
Estévez Seguí fue rosista en su juventud y el famoso Emilio Agrelo tiró del carro de
Manuelita y renunció a la magistratura en 1873. Daniel María Cazón expresó la
experiencia de esos años, asegurando que “...por lo que a mí respecta puedo asegu-
rar que más de una vez he sentido el peso abrumador de mis primeros años bajo el
respeto del falseamiento en las ideas, de la estrechez de nuestros estudios y de la
poca o ninguna expansión de nuestro espíritu...”.53 Esto fue otra muestra de la unión
entre ex rosistas y emigrados porteños ante un enemigo común para rechazar el Tra-
tado de San Nicolás.54
El magistrado más joven fue Navarro Viola con veinticinco años, por lo que se
cumplía con las leyes mencionadas por Francisco de Elizalde al rechazar el Juzgado
del Norte en 1853; seguía un grupo de nueve abogados que habían asumido con
menos de treinta años en los extremos del período, antes de 1858 o después de 1872.
Los de menos de cuarenta eran diez y ya algunos eran nombrados en la década de
1860, mayormente ocupada por los nueve que tenían más de cuarenta años. Juan
José Alsina y José Antonio Zavalía ocuparon la magistratura con 58 y 59 años res-
pectivamente, siendo los dos únicos que no habían estudiado en Buenos Aires.
Podríamos concluir que en los años críticos no se reparaba en la edad de los postu-
lantes, prefiriendo los de cuarenta cuando se podía elegir.

53
“Discurso pronunciado por el Dr. Daniel María Cazón”…, cit.
54
LETTIERI, Alberto La República de la opinión, política y opinión pública en Buenos Aires entre 1852 y 1862,
Biblos, Buenos Aires, 1999, p. 69.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 196

196 Justicias y Fronteras

Conocemos el lugar de nacimiento de 33 de ellos, siendo el 75% de Buenos


Aires, el 15% de provincias argentinas y el resto de Asunción, Luro y Montevideo.
Como dijimos antes, todos estudiaron en Buenos Aires, a excepción de Juan José
Alsina que lo hizo en Córdoba y José Antonio Zavalía en Chuquisaca. Alsina había
nacido en Montevideo y su padre murió en la defensa de Buenos Aires en la segun-
da Invasión Inglesa, quedando su madre sin recurso alguno. Entre el clero realiza-
ron una suscripción para socorrer a cuatro viudas que pudieran costear las carreras
de sus hijos, realizado el sorteo en la plaza de la Victoria. Alsina resultó favorecido
y partió a Córdoba a estudiar recibiéndose de Doctor en Teología en 1816, regresó a
Buenos Aires a cuidar a su madre y luego retornó a Córdoba a continuar estudian-
do por su cuenta, llevando consigo a su hermano Valentín, se recibió y rindió el exa-
men para la matrícula en Buenos Aires. Juez de Primera Instancia fue sólo por cinco
meses pasando luego a integrar el Superior Tribunal. El caso de Zabalía resulta lógi-
co por haber nacido en Tucumán, fue camarista en Salta y magistrado en Mercedes
por siete años hasta su muerte.
La cantidad de años que fueron jueces y cómo se desarrollaron sus carreras es
un innegable aporte al estudio de la magistratura, porque si bien algunos de ellos
eran legisladores simultáneamente, nos habla del desarrollo de carreras judiciales,
que hasta ese momento no se había experimentado. El caso de Tiburcio de la Cárco-
va preanuncia lo dicho, atravesando los cambios posteriores a Caseros, inició sus
años en tribunales como agente fiscal en 1841, en 1844 fue ascendido a juez del cri-
men y formó parte del primer Superior Tribunal hasta su muerte en 1868, recibien-
do su viuda pensión por su actividad judicial.
La carrera comenzaba como agente fiscal o relator, pasaban a juez de Primera
Instancia, para luego ascender al Superior Tribunal, seguir con la carrera política o
volver a ser relator hasta la jubilación. Cuando se produjo el cambio de 1875 algu-
nos integrantes del Tribunal conformaron las Cámaras de Apelación. Otra alternati-
va era el paso por la campaña para acceder a la Capital, como Alejandro Heredia,
Tomás Isla (que llegó hasta la Suprema Corte) y Ventura Pondal, jueces del departa-
mento del Norte; Jacinto Cárdenas y Joaquín Cueto del Sud; Jorge Echevarría,
Manuel H. Langhenheim, del Centro. Este último fue el prototipo de una carrera
judicial, militante masón y defensor de la enseñanza laica.
Con respecto a la simultaneidad de la magistratura y de la tarea de legislador
que observamos en dieciséis de los jueces, nos resultó muy llamativo en un princi-
pio, pero luego fuimos comprendiendo que no estaba reñido con la concepción de
servicio público y de la relación entre judicatura y política de esos años. En primer
lugar los cargos de diputado y senador no tenían salario, la dieta se estableció en
1874 como dijera Luis V. Varela “...no como una compensación al empleo sino sim-
plemente para hacerles comprender que el nombramiento de diputado o senador no
importa un título de honorabilidad, sino que impone deberes, desde entonces como
todo empleado a sueldo...”, buscando un remedio a la falta de número en las sesio-
nes. La compensación sería de 50 mil pesos anuales divididos en cuatro mensuali-
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 197

“Íntegros y competentes” 197

dades, descontándose lo proporcional a las faltas en que hubiera incurrido. Sumado


esto a la ley de compatibilidades, los jueces dejaron de ser legisladores.55

Conclusiones

Iniciamos esta pesquisa convencidos de encarar la construcción de un gran rompe-


cabezas; andados los primeros pasos descubrimos que buena parte de las piezas se
habían extraviado, pero no claudicamos porque suponíamos que podríamos rear-
marlas con la información de las piezas de alrededor. Poco tiempo después debimos
aceptar que no era un rompecabezas, que los integrantes de la administración de
justicia eran hombres y que sus conductas no encajarían unas con otra, ni siquiera
las de un mismo hombre a través de los años.
La investigación ha confirmado la importancia, ya establecida, de estudiar las
instituciones judiciales y la evolución del papel de la ley en la sociedad y del Poder
Judicial en la división de poderes. Para la provincia de Buenos Aires, la primera
organización judicial estableció una magistratura letrada, rentada e inamovible que
iría madurando para, en los años estudiados, extenderse en el espacio y expresarse
en una formación dominada por la teoría, en la definición del rol del magistrado en
los debates sobre las cuestiones relativas a su remuneración y en la conformación
del jury con la intervención del Poder Legislativo.
Una frontera se había expandido –el acceso a la justicia, la defensa de la vida y
de la propiedad había llegado a la campaña, sin abandonar el objetivo de controlar
a su población– y otra frontera intentaba fijarse –la independencia del Poder Judi-
cial con respecto a los demás poderes. Pero esas fronteras se estaban construyendo
con instituciones, que en definitiva tendrían que ser compuestas por hombres, que
pertenecían a una elite y que compartían determinados códigos culturales y la cons-
trucción de una tradición jurídica propia. De aquí la importancia de avanzar en el
conocimiento de la magistratura y de los magistrados para acceder al conocimiento
de las relaciones entre la sociedad y el Estado.
El avance en la formación y especialización de los magistrados, madurada en
estos años, permitió al gobernador Dardo Rocha explicar ante la Honorable Legisla-
tura que para cubrir los cargos vacantes por la nueva organización judicial había
observado la antigüedad y elegido abogados honorables y competentes.56

55
Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1874, p. 371.
56
Mensaje del gobernador Dardo Rocha ante la Honorable Legislatura en 1882, Registro Oficial de la
provincia de Buenos Aires de 1882, Imprenta El Mercurio, Buenos Aires, pp. 487-488. El destacado me per-
tenece.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 198

198 Justicias y Fronteras

Anexo I
Departamento Judicial Capital-Jueces civiles

Juez Nombramiento Terna Renuncia

Basilio Salas 09/03/1852


Domingo Pica 09/03/1852 06/08/1853
Andrés Somellera 06/08/1853 18/08/1853
Daniel Cazón 18/08/1853 05/07/1854
Claudio Martínez 05/07/1854 13/07/1854
Osvaldo Piñero 13/07/1854
José Antonio Acosta 25/10/1854 15/10/1857
Juan Agustín García 15/10/1857 20/06/1862
Benito Carrasco 15/10/1857
Felipe Coronel 15/10/1857 18/12/1857
Carlos Eguía 18/12/1857 30/10/1863
Alejandro Heredia 20/06/1862 26/10/1863
Pablo Font 15/07/1859
Alejo B. González 17/10/1863
Amancio Alcorta 15/06/1871
Miguel García Fernández 17/10/1863 Jorge Echevarría- Saviniano Kier
Jorge Echevarría 26/10/1863 Octavio Garrigós- Amancio Pardo
Daniel María Cazón 30/10/1863 Eduardo Carranza Viamont- Amancio Pardo 14/09/1866
Jacinto Cárdenas 14/09/1866 Sabiniano Kier- Ceferino Araujo 30/01/1868
Emilio A. Agrelo 30/01/1868 Ventura Pondal- Amancio Pardo 27/03/1873
Luis Beláustegui 15/06/1872 Ceferino Araujo- Manuel Obarrio
Isaac P. Areco 09/01/1873
Diego González 09/01/1873 Octavio Bunge- Leopoldo Basavilvaso 26/04/1873
Antonio Benguria 27/03/1873 Eduardo Basabilbaso- Manuel Obarrio
Aurelio Prado y Rojas 21/04/1873 Manuel Escobar-Victorino de la Plaza
Salvador María del Carril H. 05/05/1873 Juan S. Fernández-Manuel Escobar
Wenceslao Pacheco 15/05/1873 Carlos Saavedra Zavaleta- Jorge Damianoviche
Amancio Pardo 14/05/1873 Carlos J. Alvares-José O. Machado

Departamento Judicial Capital- Jueces criminales

Juez Nombramiento Terna Renuncia

Eustaquio J. Torres 06/08/1853


Miguel Estévez Saguí 09/03/1852
Domingo Pica 06/08/1853 13/08/1853
Manuel Escalada 13/08/1853 27/07/1855
Andrés Somellera 18/08/1853
Tiburcio de la Cárcova 24/8/1853
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 199

“Íntegros y competentes” 199

Claudio Martínez 24/08/1853 05/07/1854


Ángel Medina 05/07/1854
Manuel R. García 27/07/1855
Navarro Viola 21/02/1857
Juan José Alsina 16/05/1857 Eduardo Costa-Francisco Elizalde 15/10/1857
Mariano Baescoechea 15/10/1857
Alejandro Heredia 20/06/1862
Manuel H. Langenheim 20/06/1862 30/01/1868
Joaquín J. Cueto 05/02/1867 Ventura Pondal- Amancio Pardo
Ángel Carranza 30/01/1868 Félix Amadeo Benítez- Honorio Martel 08/02/1873
Octavio Bunge 08/02/1873 Ignacio Gómez- Luis S. García
Diego González 26/04/1873 Manuel Escobar- Vicente Martínez 12/08/1873
Damián H. Hudson 21/08/1873 Ignacio Gómez- Manuel Escobar

Departamento Judicial del Norte

Juez Nombramiento Terna Renuncia

Alejandro M. Heredia 19/05/1857 Eduardo Carranza-Feliz Sánchez de Zeliz


Marcelino Aguirre 16/09/1865 Vicente G. Quesada-Eduardo Basavilbaso No acepta
Tomás Isla 20/03/1866
Ventura Pondal 20/03/1866 Angel J. Carranza- José Francisco López 04/10/1872
Carlos J. Álvarez 04/10/1872 Adolfo Insiarte- Pedro Aguilar
Félix Amadeo Benítez 02/11/1872 Victoriano de la Plaza- Carlos Saavedra Zavaleta

Departamento Judicial del Centro

Juez Nombramiento Terna Renuncia

José María Irigoyen 27/03/1854 1858


Manuel H. Langenheim 1858 20/06/1862
Jorge Echeverría 20/06/1862 12/11/1863
Martín Matheu 12/11/1863 José Antonio Zavalía- Pedro Aguilar No acepta
José Antonio Zavalía 13/11/1863 25/01/1870
Antonio Benguria 28/01/1870 Sisto Villegas- Juan José Montes de Oca
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 200

200 Justicias y Fronteras

Departamento Judicial del Sur

Juez Nombramiento Terna Renuncia

Fernando del Arca 22/12/1853 Marcelino Ugarte-Felipe Zéliz no acepta


Felipe Coronel 05/01/1854 1855
Miguel Navarro Viola 1855 1856
Carlos Correa 1856 1858
Jacinto Cárdenas 1858 1860
Joaquín J. Cueto 1860 23/03/1867
Manuel Irigoyen 23/03/1867 Antonio Malaver- Máximo Covache 1874
Julián Aguirre 1874 1879

Tribunales de Comercio

Juez Nombramiento Terna Renuncia

Mariano Pinedo 16/05/1865


Joaquín Cueto 16/05/1865 Tomás Isla-Manuel A. Zavalía
Juan E Barra
Isla Tomás 25/07/1865
Enrique Martínez 08/11/1872 Juan S. Fernández- Luis Lagos García
Justicias C

Anexo II

Abogado Nacimiento Lugar Título Matrícula Magistrado Departamento Poder Judicial Período Otros cargos Período
3/31/09

Acosta, José Antonio 1823 Buenos Aires 1848 1854-1857 Capital-civil Superior Tribunal 1857-60 Diputado 1854-57/
62-64
Agrelo, Emilio A. 1821 Buenos Aires 1843 1846 1868-1873 Capital-civil Agente fiscal Senador 1871-73
Alcorta, Amancio 1842 Buenos Aires 1867 1867 1871-1872 Capital-civil Diputado 1873-73
5:48 PM

Alsina, Juan José 1799 Montevideo Cba. 1826 1857 Capital-criminal Superior Tribunal 1857-72
Areco, Isaac Paulino 1839 Buenos Aires 1868 1871-1873 Capital-civil
Barra, Juan Eulogio 1832 Buenos Aires 1857 1860 1863 Capital-comercial
Baescorchea,
Mariano José 1812 Buenos Aires 1838 1855 1857 Capital-criminal Relator STJ 1855-57
Belaústegui, Luis V. 1842 Buenos Aires 1869 1872-1875 Capital-civil Relator STJ 1870-72
Página 201

Cámara civil Capital 1875


Benguria, Antonio 1865 1870-1875 Centro-criminal Cámara del Centro 1875
Benítez, Félix Amadeo . 1865 1872-1875 Norte-criminal Cámara del Norte 1875
Bunge, Octavio 1844 Buenos Aires 1867 1869 1873-1875 Capital-criminal Relator STJ 1870-71
Fiscal en la Civil 1872
Cárdenas, Jacinto 1832 Buenos Aires 1852 1856 1858-1860 Sud-criminal Diputado 1860-66
1860-1868 Capital-civil
“Íntegros y competentes”

Carranza, Ángel S. del Estero 1856 1863 1868-1873 Capital-criminal Relator STJ 1863
Carrasco, Benito 1815 Buenos Aires 1837 1841 1855-1857 Capital-civil Asesor Tribunal Diputado 1858-60
de Comercio 1855
Cazón, Daniel María 1826 Buenos Aires 1845 1849 1853-1854 Capital-civil STJ 1857-68
1863-1866 Capital-civil
Coronel, Felipe 1849 1855-1856 Sud-criminal
Correa, Carlos 1835 1856-1858 Sud-criminal
Cueto, Joaquín Justiniano Buenos Aires 1853 1858 1860-1867 Sud-criminal
1867-1874 Capital-criminal
De la Cárcova Sáenz,
Tiburcio 1809 Buenos Aires 1834 1835 1844-1857 Capital-criminal Agente fiscal 1841-44
STJ 1857-68
Del Carril , Salvador 1869 1873-1875 Capital-civil Cámara civil Capital 1875
María (h)
201
Justicias C

202

Abogado Nacimiento Lugar Título Matrícula Magistrado Departamento Poder Judicial Período Otros cargos Período
Echevarría, Jorge 1830 1858 1862-1863 Norte-criminal Relator STJ 1862 Diputado 1865-67
1863-1868 Capital-civil
3/31/09

Eguía, Carlos Enrique 1809 Buenos Aires 1835 1857 1857-1863 Capital-civil STJ 1868-75 Diputado 1858-62
Cámara civil Capital 1875
Escalada, Manuel
María de 1823 1846 1853-1855 Capital-criminal Agente fiscal civil Diputado 1852-56
5:48 PM

STJ-SCJ 1872-84
Estevez Saguí, Miguel 1814 Buenos Aires 1837 1840 1852-1853 Capital-criminal
Font, Pablo 1810 1835 1859 Capital-civil STJ 1859-71
García Fernández, 1827 España 1850 1857 1863-1874 Capital-civil Relator STJ 1857-62
Miguel
García, Juan Agustín 1831 Buenos Aires 1849 1854 1857-1862 Capital-civil Relator STJ Diputado 1858-74
Página 202

Agente fiscal civil Consejero M. 1856-


57/59-60
García, Manuel Rafael 1826 Buenos Aires 1846 1849 1855 Capital-civil Agente fiscal 1852 Diputado
González Garaño, 1833 Buenos Aires 1856 1863 Capital-civil Agente fiscal 1857 Diputado 1860-74
Alejo B.
Relator Cámara de J. 1857
STJ- sala civil 1863-75
Justicias y Fronteras

SCJ 1875-84
González, Diego 1843 1869 1873 Capital-civil Relator STJ 1870-72
1873 Capital-criminal Agente fiscal crimen 1872
Heredia, Alejandro 1830 1855 1857-1862 Norte-criminal
1862-1863 Capital-civil
Hudson, Damián H. 1867 1873-1875 Capital-criminal
Irigoyen, José María 1845 1854-1858 Centro-criminal
Irigoyen, Manuel 1819 1841 1844 1867-1875 Sud-criminal Agente fiscal civil 1854
Bernardo de
Relator STJ 1855
Cámara Apelación
del Sud 1875
Justicias C

Abogado Nacimiento Lugar Título Matrícula Magistrado Departamento Poder Judicial Período Otros cargos Período
Isla, Tomás 1821 Buenos Aires 1849 1852 1862-1865 Norte-criminal STJ 1872-75
3/31/09

1865- 1872 Capital-comercial Cámara de Apelación


criminal y mercantil 1875
Procurador SCJ 1880-85
SCJ 1885-87
Langenheim, Manuel H. 1832 1852 1856 1858-1862 Centro-criminal Relator STJ 1857
5:48 PM

1862-1868 Capital-criminal Asesor de menores 1857


STJ 1868-75
Cámara de Apelación
del Norte 1875-78
Cámara de Apelación
Página 203

Civil de la Capital 1878-81


SCJ 1881-87
Martínez, Claudio Buenos Aires 1837 1851 1853-1854 Capital-criminal Diputado 1855-1859
1854 Capital-civil
Martínez, Enrique 1844 Buenos Aires 1866 1869 1872-1875 Capital-comercial
Cámara de Apelación
Civil de la Capital 1875
Medina, Ángel 1811 Buenos Aires 1832 1836 1854 Capital-criminal STJ 1857-72 Diputado 1861-63
“Íntegros y competentes”

Senador 1865-66
Navarro Viola, Miguel 1830 Buenos Aires 1848 1852 1855-1856 Sud-criminal
Pacheco, Wenceslao 1838 Mendoza 1864 1864 1873 Capital-civil
Pardo, Amancio 1834 Salta 1855 1859 1873 Capital-civil
Pica, Domingo 1810 1844 1846 1852-53 Capital-civil STJ 1857-75 Diputado 1856-58
1853 Capital-criminal
Pondal, Ventura 1830 Paraná 1855 1864 1866-1872 Norte-criminal Agente fiscal criminal 1873-74
Agente fiscal 1875
de Cámara criminal
Prado y Rojas, Aurelio 1842 Buenos Aires 1867 1869 1873-1875 Capital-civil Secretario de SCJ 1875
Salas, Basilio 1852 1852 Capital-civil ECJ 1855
STJ 1857-74
203
Justicias C

Abogado Nacimiento Lugar Título Matrícula Magistrado Departamento Poder Judicial Período Otros cargos Período
204

Somellera, Andrés 1810 Asunción 1835 1852 1853 Capital-civil STJ 1857-74
del Paraguay
1853-1856 Capital-criminal SCJ 1875-79 Diputado 1854-56/
3/31/09

59-65
Senador 1856-59/
65-67/
68-71/
73-74
5:48 PM

Torres, Eustaquio J. Buenos Aires 1831 1834 1841-1852 Capital-criminal Agente fiscal Diputado 1845-51/
54-58
1852-1853 Capital-criminal ECJ 1853-54 /
56-57
Zavalía, José Antonio 1804 Tucumán 1826 1863 1863-1870 Centro-criminal Camarista- Salta 1854
Chu-
quisaca
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Justicias y Fronteras
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Leyes antiguas para un estado moderno


Prácticas jurídicas en la provincia de Buenos Aires
durante el período de la codificación

Melina Yangilevich

Introducción

En un decreto de agosto de 1852 Justo José de Urquiza sostuvo que las leyes pena-
les vigentes por entonces eran “…absolutamente inaplicables […por ser…] crueles
y extravagantes, que los magistrados, para no incurrir en la infamia o en la ridicu-
lez de ejecutarlas, legislan por sí mismos, para cada caso; y lo arbitrario, […] viene
a ser un bien, comparado con el absurdo de imponer esas penas”.1 Las palabras de
Urquiza transmitían el pensamiento de varios contemporáneos que creyeron que la
sanción de un código penal era esencial para terminar con el arbitrio judicial que, en
última instancia, evitaba la aplicación de penas crueles.
Esta problemática se extendía a otras áreas del Derecho. Con el propósito de
resolver una cuestión considerada esencial para la modernización del país durante
la segunda mitad del siglo XIX, se elaboraron varios códigos con diferentes alcances
y propósitos.2 A partir de este proceso, entre ciertos historiadores del Derecho se
afianzó la idea de que dichos textos normativos reemplazaron una legislación anti-
gua y desfasada de cara al proceso de modernización decimonónico.3 La severidad

1 Decreto del 24 de agosto de 1852, citado en TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La codificación en Argentina.

Mentalidad social e ideas jurídicas, UBA, Buenos Aires, 1977, p. 315.


2 El primero de dichos códigos fue la Constitución Nacional (1852) y la de la Provincia de Buenos Aires

(1854). El Código de Comercio (1859) redactado por Eduardo Acevedo y Dalmacio Vélez Sarsfield entró
en vigencia en el estado de Buenos Aires y en 1862 fue adoptado por el conjunto del territorio argentino.
En el ámbito bonaerense se aprobó el Código Rural redactado por Valentín Alsina (1865) y el Penal, obra
de Carlos Tejedor (1876) que modificado se nacionalizó en 1886. Por su parte el Código Civil, obra de Dal-
macio Vélez Sarsfield fue sancionado en 1869 aunque entró en vigencia dos años más tarde.
3 Estas afirmaciones pueden encontrarse en numerosos textos que analizan la evolución del derecho

en el espacio rioplatense. Entre ellos, TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La codificación…, cit. y Casuismo y siste-
ma. Indagación histórica sobre el espíritu del Derecho Indiano, INHID, Buenos Aires, 1992; LEVAGGI, Abelar-
do Orígenes de la codificación argentina: los Reglamentos de Administración de Justicia, UMSA, Buenos Aires,
1995. Una formulación actual puede encontrarse en DÍAZ COUSELO, José María “La tradición indiana
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de los castigos estipulados por las leyes penales vigentes –y escasamente aplicados–
hicieron pensar que tales preceptos habían caído en desuso. Sin embargo, el análisis
de la legislación utilizada durante el período colonial y el independiente permiten
matizar esta idea para considerar que existió cierta continuidad en el marco norma-
tivo vigente durante el siglo XIX.
El propósito de este trabajo consiste en analizar cambios y persistencias en la
legislación penal en torno a un delito específico: el homicidio y su aplicación en los
procesos judiciales. Para la consecución del objetivo planteado, se examinarán un
conjunto de juicios criminales sustanciados con posterioridad a 1877 en el Departa-
mento Judicial del Sud, con sede en Dolores.4 El análisis del uso de la legislación
penal por parte de jueces de paz, letrados, abogados defensores, fiscales y acusados
permitirá repensar la periodización clásica con base en los sucesos políticos y apli-
cada a la administración de justicia en los territorios que se independizaron de la
Monarquía hispánica5 así como la indagación de los rasgos específicos de la admi-
nistración de justicia criminal en la provincia de Buenos Aires durante el siglo XIX.
El conjunto de normas penales utilizadas en el período colonial fue tan extenso
como complejo. Sin embargo, fueron algunas leyes de la Séptima Partida las que se
citaron con más frecuencia. En este punto conviene realizar una breve descripción
de sus rasgos esenciales.

La Séptima Partida: definición de homicidio y establecimiento de penas

La Séptima Partida constituye un cuerpo de normas penales elaborado hacia 1265 a


instancias del monarca castellano Alfonso el Sabio.6 Como su nombre lo indica, se
trató del último libro de las Siete Partidas. Según Francisco Tomás y Valiente, el pro-
pósito del Rey fue conformar un cuerpo legislativo acorde con sus aspiraciones de
disputar la corona imperial.7 Por ello, se dio preeminencia al derecho romano sobre
el de Castilla. Las Partidas implicaron un punto de inflexión dado que el derecho
romano volvió a ejercer una influencia importante. Esto se debió a que otorgaba

y la formación del derecho argentino”, en CABALLERO JUÁREZ, José Antonio y CRUZ BARNEY, Oscar
–coordinadores– Memoria del Congreso Internacional de Cultura y Sistemas Jurídicos Comparados, México,
2005 [en línea] http://www.bibliojuridica.org.
4 En 1877 la Legislatura de la provincia de Buenos Aires aprobó el Código Penal elaborado por Carlos

Tejedor. En 1886, previas modificaciones, fue aprobado para el conjunto del territorio nacional. Ver ZAF-
FARONI, Eugenio Manual de derecho penal, EDIAR, Buenos Aires, 2002, Parte General, p. 159.
5 ZIMMERMAN, Eduardo –editor– Judicial Institutions in Nineteenth-Century Latin America, Institute of

Latin American Studies, University of London, Londres, 1999.


6 GARCÍA-GALLO, Alfonso “Los enigmas de las Partidas”, en VII Centenario de las Partidas del Rey

Sabio, Instituto de España, Madrid, 1963.


7 TOMÁS Y VALIENTE, Francisco Manual de Historia del Derecho Español, Tecnos, Madrid, 2003 [1979],

pp. 232 y ss.


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argumentos legales que sostenían un poder central y coadyuvaba a homogeneizar


la disgregación jurídica de los fueros locales. Su importancia, en relación con este
estudio, radicó en que se constituyó en la principal fuente de derecho penal duran-
te el período colonial e independiente en diversos territorios americanos.8
Al igual que los textos que la precedieron, la Séptima Partida se dividió en
Libros, Títulos y Leyes. Sin embargo, a diferencia de aquellos, en este compendio cada
Título definió una conducta criminal específica.9 La Séptima Partida precisó diferen-
tes tipos penales y los castigos correspondientes. Dado que su elaboración respon-
dió a las características jerárquicas de la sociedad hispana, se incluyeron prescrip-
ciones sobre la aplicación diferenciada de castigos de acuerdo al lugar social de la
víctima y la persona acusada.10
En el reino de Castilla las Partidas convivieron con otros textos normativos que
dieron lugar a un sistema jurídico complejo y contradictorio. Por ello, se sucedieron
diversas recopilaciones con el objeto de ordenar y sistematizar el conjunto de legis-
lación existente. Este conjunto llegó a América producto de la colonización castella-
na. En las sucesivas compilaciones realizadas en la Península la cuestión penal no
fue una de las centrales. Por ello, la Séptima Partida siguió vigente como fuente de
derecho en cuestiones criminales.11 Su utilización en diversos espacios de América
denotó su adaptación a las situaciones divergentes que allí tuvieron lugar.12 El
Virreinato del Río de la Plata no fue una excepción. El uso de este corpus normati-
vo no concluyó con el proceso revolucionario. Por el contrario, continuó durante
buena parte del siglo XIX.13
Iniciada en 1853, la organización de la justicia letrada criminal en la campaña
de Buenos Aires tuvo como uno de los objetivos primordiales consolidar un poder

8 MOCHO, Jill Murder and Justice in frontier New Mexico, 1821-1846, University of New Mexico Press,

Alburquerque, 1997 [1946], p. 20; CHAMBERS, Sarah De súbditos a ciudadanos: honor, género y política en
Arequipa, 1780-1854, Universidad del Pacífico, Lima, 2003 [1999], especialmente capítulo 4, “De la Iglesia
a los tribunales. El intento de control social”, pp. 141-178; GARCÍA VILLEGAS, Mauricio “Apuntes sobre
codificación y costumbre en la Historia del derecho colombiano”, en Precedente, Anuario Jurídico, Uni-
versidad ICESI, Cali, 2003, pp. 97-124; LOSA CONTRERAS, Carmen “La influencia española en la admi-
nistración de justicia del México independiente”, en Cuadernos de Historia del Derecho, núm. XI, Madrid,
2004, pp. 141-177 y ROJAS, Mauricio “Abigeato y economía en Concepción (1820-1850)”, en XXVI Con-
greso Internacional de la Latin American Studies Association, Puerto Rico, 15-18 de marzo de 2006.
9 GARCÍA-GALLO, Alfonso “El libro de las leyes de Alfonso el Sabio. Del Espéculo a las Partidas”, en

Anuario de Historia del Derecho Español, Madrid, 21-22, 1951-1952.


10 Ley VIII, Título XXXI, Séptima Partida, “Que cosas deven catar los jueces ante que manden dar las

penas; e por que razones las pueden crescer, o menguar, o toller”, en Los Códigos Españoles concordados y
anotados, Tomo III, 2ª edición, Antonio de San Martín Editor, Madrid, 1872, pp. 470-472.
11 TOMÁS Y VALIENTE, Francisco Manual de Historia…, cit., pp. 240 y ss.
12 Ver cita 7.
13 BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la ley TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa forma-

tiva del sistema penal moderno de la Argentina, Al Margen, La Plata, 2001, especialmente capítulo IV, “Cam-
bios y continuidades de la legislación criminal después de 1810”, pp. 75-101.
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estatal –en proceso de construcción– en el ámbito rural.14 Las autoridades procura-


ron sentar en ese espacio las bases de un orden social adecuado al desarrollo de las
relaciones capitalistas.15 El Departamento Judicial del Sud, con asiento en Dolores,
conllevó la instalación de un juez letrado –la máxima autoridad existente– más allá
del río Salado.16 Estos magistrados se valieron de diversas leyes para fundamentar
las decisiones que tomaron en los procesos judiciales en los que le tocó intervenir.17
Entre las normas empleadas con mayor frecuencia se encontraba la Séptima Parti-
da. Sin embargo, la utilización que se hizo de la misma fue selectiva, en tanto fue un
conjunto reducido de leyes lo que se mencionaba en los procesos judiciales.18
En la Séptima Partida el homicidio fue considerado como el “matamiento de
ome”.19 Según la Ley I Título VIII esta acción podía tener lugar de tres maneras. Pri-
mero, cuando una persona mataba a otra contra “derecho, razón o justicia”.20 En
segundo término, cuando la acción se encuadraba dentro de las circunstancias per-
mitidas. Por último, cuando la muerte hubiera sido provocada de manera involun-
taria. Las leyes sucesivas establecían las circunstancias que los jueces debían consi-
derar al momento de juzgar a una persona por homicidio. La Ley II afirmaba que
cuando una persona mataba de manera consciente –“a sabiendas”– a algún hombre
o mujer, fuera libre o siervo, le correspondía la pena de muerte. Si el ataque era rea-
lizado en defensa propia –“viniendo el otro contra el”– no correspondía pena algu-
na. Esta salvedad sostenía que todo hombre tenía derecho a “amparar su persona de
muerte”. La Ley III estableció las razones por las que matar a una persona no podía
considerarse homicidio. Estas incluían al hombre que encontrara a otro mantenien-

14 CORVA, María Angélica “La Justicia letrada en la campaña bonaerense 1853-1856”, en Temas de his-

toria argentina y americana, núm. 7, Facultad de Filosofía y Letras, UCA, 2004, pp. 22-43. Hubo un intento
previo que no llegó a prosperar. Sobre este punto ver el trabajo de Raúl Fradkin contenido en este volu-
men.
15 Un ejemplo de ello fue la elaboración del Código Rural por parte de Valentín Alsina. Sin embargo,

Alsina no dejó de ver las dificultades en la aplicación de ciertas premisas, como el respeto a la propiedad
privada. Un análisis del contenido y objetivos de ese texto en AMARAL, Samuel The rise of capitalism on
the Pampas. The Estancias of Buenos Aires, 1785-1870, Cambridge University Press, Cambridge, 1998; GEL-
MAN; Jorge “Derechos de propiedad, crecimiento económico y desigualdad en la región pampeana,
siglos XVIII y XIX”, en Historia Agraria, núm. 37, Año XV, Murcia, diciembre de 2005, pp. 467-488.
16 RONCORONI, Atilio Centenario de la creación de los Tribunales del Departamento Judicial del Sud, Peu-

ser, Buenos Aires, 1953.


17 La obligación de los jueces de fundamentar las sentencias fue una de las modificaciones sustancia-

les en la administración de justicia. Sobre esta cuestión ver TAU ANZOÁTEGUI, Víctor “Los comienzos
de la fundamentación de las sentencias en Argentina”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 10, Institu-
to de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1982.
18 YANGILEVICH, Melina Crimen y castigo en la frontera (Buenos Aires, 1852-1880), Tesis doctoral, UNI-

CEN, Tandil, 2007, inédita.


19 Ley I, Título VIII, “Que cosa es Omezillo, e quantas maneras sol del”, en Los Códigos Españoles…, cit.,

p. 320.
20 Definición de “torticeramente”, Diccionario de la Real Academia Española, 1780 [en línea]

http://www.rae.es.
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do cópula carnal con su esposa o hermana haciendo uso de la violencia, a quien


matara en su morada a un ladrón que se resistiese a ser entregado a la Justicia o a
un asaltador de caminos conocido. De la misma manera, aquel que persiguiera y
matara a un caballero que hubiera huido de su Señor no podía ser considerado un
homicida. De igual modo, no cabía acusación a quien matara y no tuviera uso de
razón.21 Según la Ley IV tampoco podía definirse como homicidio las muertes pro-
vocadas de manera involuntaria. Sin embargo, debía probarse que no había una
enemistad previa. Si ello no resultaba convincente se dejaba al arbitrio del juez la
pena que pudiera corresponder.22 La Ley V establecía las ocasiones en las que cabía
pena por matar a otra persona por negligencia. De las ocasiones mencionadas, la
más relevante para el análisis que pretendemos realizar es la que menciona que “si
alguno se embriagasse de manera, que matasse otro por la beodez” le cabía una
pena de destierro por cinco años.
A estas leyes se sumaron otras que estipulaban los modos de establecer las
penas por parte de los jueces. En los procesos criminales analizados tales leyes esta-
ban contenidas en los títulos XXXI y XXXIV de la Séptima Partida. Del primero, inte-
resa destacar las leyes VII y VIII. La primera estableció que los magistrados debían
dictar sus fallos con posterioridad a que la acusación hubiera sido probada en juicio
y de ninguna manera el castigo podía basarse en indicios o sospechas. La Ley VIII
señaló las circunstancias que debían tener en cuenta los jueces antes de dictar una
sentencia. Ello incluyó atender a la calidad de las personas involucradas, si se trata-
ba un “…siervo o libre, […] hidalgo u hombre de villa o aldeas…” así como la edad.
A los “…hidalgos [y] hombres honrados…” les correspondía ser sancionados de
manera menos cruel que el resto. El homicida que hubiere matado a su padre o
señor recibiría una pena mayor que la de cualquier otra muerte. También deberían
considerarse cuestiones como el tiempo transcurrido desde la comisión del delito, la
hora del día, la frecuencia con que se daba, el lugar. La citada norma también esta-
bleció que a quien matase a traición debía aplicarse una pena más dura que si la
muerte fuera producto de una pelea. Por último, los jueces –luego de evaluar las cir-
cunstancias del hecho– podían aumentar, disminuir o cambiar la pena.23 Otra de las
leyes citada fue la XVI del Título XXXIV que no debía considerarse como volunta-
rias las acciones realizadas producto de la ira salvo que no sobreviniera arrepenti-
miento.24

21 Todas las citas fueron extraídas de la Ley II, Título VIII, Séptima Partida, “Porque razones, e en que

casos, no meresce pena de homicida, aquel que mata a otro ome”, en Los Códigos Españoles…, cit., p. 321.
22 Ley IV, Título VIII, Séptima Partida, “Como aquel que mata a otro por ocasión, non merece auer

pena porende”, en Los Códigos Españoles…, cit., p. 323.


23 Ley VIII, Titulo XXXI, Séptima Partida, en Los Códigos Españoles…, cit., pp. 530-532.
24 Ley XVI, Título XXXIV, Séptima Partida, en Los Códigos Españoles…, cit., p. 549.
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210 Justicias y Fronteras

Al igual que en otras normas legales, en la Séptima Partida se reflejaron las


características de la sociedad para la cual fue elaborada. Sin embargo, ello no impli-
ca sostener que el único propósito fuera sojuzgar a los sectores desfavorecidos de la
sociedad. Si bien establecía castigos diferenciales de acuerdo a la inserción social de
la víctima y el imputado, también se atendía a los derechos a los que eran acreedo-
res todos los miembros del conjunto social. Uno de los propósitos de este texto nor-
mativo era garantizar la armonía social y por eso los jueces debían ejercer una justi-
cia equitativa, que no era sinónimo de igualitaria. La finalidad de la equidad tendía
a la búsqueda del bienestar colectivo en el marco de una sociedad jerarquizada y
corporativa.25
La administración de justicia criminal en las colonias castellanas retomó
muchos de estos preceptos. Luego del proceso revolucionario, se planteó un conjun-
to de reformas en el ámbito judicial que no modificó sustantivamente la manera en
que los hombres eran juzgados.26 Durante las primeras décadas postrevolucionarias
las innovaciones estuvieron vinculadas con cambios en las instituciones judiciales.27
En materia de legislación, el Reglamento Provisional de 1817 fue una muestra de la
convivencia de concepciones políticas divergentes. Este sostuvo que la administra-
ción de justicia debía seguir “…los principios, orden y método que hasta ahora se
han observado según las leyes y las siguientes disposiciones.”28 Paralelamente, se
estableció un conjunto de derechos que correspondía a los acusados. Uno de ellos
consistía en que el acusado nombrase un “padrino” que constatara las versiones
escritas de las declaraciones. Uno de los artículos más importantes argumentó que
“…toda sentencia en causas criminales, para que se repute válida, debe ser pronun-
ciada por el texto expreso de la ley.”29 El siguiente inciso habilitó a los jueces para
imponer penas de acuerdo a su “arbitrio prudente”. El artículo XV estableció que
nadie podía ser detenido sin prueba “semiplena o indicios vehementes”. Este con-
junto de artículos enumeraron las garantías que gozaban los procesados en la trami-
tación del juicio. Aunque pudieran parecer novedosos, muchos de ellos se encontra-
ban asentados en la vasta y compleja legislación hispana. Por ello, sin que implique
negar los cambios que sobrevinieron a partir del proceso revolucionario, resulta

25 LEVI, Giovanni “Reciprocidad mediterránea”, en Hispania, LX/1, núm. 204, 2000, pp. 103-126, [en

línea] http://www.tiemposmodernos.org.
26 DÍAZ COUSELO, José María “La tradición indiana…”, cit., p. 31.
27 Una de las más relevantes para la administración de justicia en el ámbito de la provincia de Buenos

Aires fue la supresión de los cabildos, en 1821. Las funciones que desempeñaban los alcaldes fueron reto-
madas por los jueces de paz. La administración de justicia fue una de las tantas atribuciones que deten-
taron estas autoridades. Ver DÍAZ, Benito Los juzgados de paz de campaña de la Provincia de Buenos Aires
(1821-1854), UNLP, La Plata, 1959.
28 “Reglamento Provisorio para la Dirección y Administración del Estado de 1817”, en Documentos de

la conformación institucional argentina, 1782-1972, Sección I, cap. V, artículo II, PEN, Ministerio del Interior,
Buenos Aires, 1974, p. 185.
29 “Reglamento Provisorio…”, cit., art. XIII, p. 194.
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arriesgado sostener que este reglamento, como otras disposiciones de la época, for-
maron parte de un nuevo discurso jurídico.
La necesidad de sancionar un código penal fue discutida por varios juristas
durante el siglo XIX.30 Sin embargo, como se mencionó, tal propósito no se alcanzó
–en la provincia de Buenos Aires– hasta 1877. Ello facilitó la persistencia de leyes y
reglamentos promulgados en la primera mitad del siglo XIX como fuente de argu-
mentos de sentencias y escritos jurídicos. Este conjunto normativo se sumó a la
legislación colonial que continuaba vigente. Entre ellas se encontraba un decreto de
1830 que procuraba reducir el término de los procesos por el uso de armas. Allí se
estableció que si las heridas infringidas ocasionaban la muerte de la víctima “con
circunstancias que llamen a la espectación pública” el autor y los cómplices serían
“pasados por las armas.”31 Hasta la sanción del Código Penal, los casos de homici-
dio fueron juzgados sobre la base de esta legislación. La puesta en vigencia del
Código en 1878 en el territorio bonaerense sumó un nuevo texto a los ya vigentes.
En este punto convendría detenerse para analizar sus características principales.

El Código Penal: definición de homicidio y establecimiento de penas

El texto elaborado por Carlos Tejedor pretendió dar uniformidad a la dispersión


legal existente y que los delitos fueran juzgados con base en ciertos criterios únicos
y aplicables en todos los casos. Su organización interna repitió, en cierta medida, la
utilizada hasta entonces por los textos normativos. El Código se dividió en libros,
secciones y títulos. A su vez, cada uno de estos últimos se organizó en capítulos y
artículos. El cuerpo de la obra estuvo conformado por dos partes. Una primera, que
contenía las disposiciones generales mientras que en la segunda se establecieron los
crímenes y delitos así como las penas que les correspondían. El libro I versó sobre la
voluntad criminal y la consumación del crimen, la tentativa, la culpa e impruden-
cia, los autores principales, los cómplices así como de las personas responsables en
lo civil.32 El principio general sobre el que se basó el castigo era la “intencionalidad”
del sujeto. De esta manera, el artículo 8º del Título I sostuvo que: “Hay crimen come-
tido con dolo, cuando el agente se propone la realización del crimen proveniente de
su acción, como objeto intencional de ella y a sabiendas de que la resolución es ile-

30
TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La codificación…, cit., pp. 345-348.
31
“Decreto simplificando los juicios contra los que ofenden con las armas”, en Recopilación de las Leyes
y Decretos promulgados desde el 25 de mayo de 1810, hasta fin de diciembre de 1835, Imprentas del Estado, Bue-
nos Aires, 1836, Tomo II, p. 1033.
32 Es necesario remarcar la continuidad en la manera en la que se organiza la disposición de las nor-

mas en el Código respecto de la organización de los textos legales castellanos.


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212 Justicias y Fronteras

gítima y punible”.33 De manera similar, se estipulaba que las acciones contrarias a la


letra de la ley donde no pudieran imputarse intención ni negligencia no estaban
sujetas a pena. Partiendo de este principio, Tejedor hizo hincapié en procurar fijar
las responsabilidades de las personas por la acción realizada.
Por su parte, el libro II trató sobre el castigo en general como un mal legal
impuesto a aquellos que resultaran culpables de una acción u omisión indebida y
respecto de la cual las leyes establecían la imposición de un castigo. Las penas esta-
ban clasificadas en corporales, privativas del honor y humillantes y pecuniarias.34
Además se establecieron ciertas causas que eximían de la aplicación de una pena. A
las personas carentes de razón, el agente que hubiere actuado por una orden supe-
rior o quien procediera en legítima defensa de su vida y propiedad no les cabía con-
dena alguna. En este último caso, el Código estableció que la coerción debía ser
mínima para controlar la agresión recibida. El uso de la legítima defensa, contenido
en la Séptima Partida, fue retomado como causa de eximición del castigo aunque
con mayores restricciones.
Por otro lado, también se enumeraron los atenuantes, agravantes y prescripcio-
nes sobre los delitos. Los primeros se aplicaban cuando la persona que realizó la
acción no tuvo intención ni desidia. También se incluyeron cuestiones como la edad
de la persona acusada, la extensión del proceso por más de dos años cuando corres-
pondía la pena capital y la aplicación de la pena inferior cuando se hubiera demos-
trado la comisión de un delito pero persistieran elementos inciertos. Dentro de las
agravantes se incluyeron la reiteración y la reincidencia. El Título VI se ocupó de la
atenuación y agravación prudencial de la pena. En los casos que la ley no establecía
la pena, el juez podía y debía proporcionarla con el objeto de aumentar o disminuir
la gravedad del hecho. Las circunstancias que incrementaban la criminalidad eran
la cantidad de leyes transgredidas, el empleo de fuerza y la práctica constante de
malas acciones, hábitos y desarreglo de costumbres.35 Por otra parte, se reducía
cuando la falta de instrucción impedía al sujeto comprender la gravedad de su
acción, la extrema necesidad o urgencia y cuando se hubiera obrado bajo una per-
turbación intelectual irrefrenable. Varias de estas disposiciones dejaron margen al
arbitrio judicial. En este sentido, la capacidad para agravar o atenuar el castigo de
que disponían los jueces constituyó otra continuidad respecto de la legislación cas-
tellana. Los magistrados no podían apartarse de lo que estipulaba la ley aunque

33 “Código Penal de la Provincia de Buenos Aires”, en KETZELMAN, Federico y DE SOUZA, Rodol-

fo Colección completa de leyes del Estado y Provincia de Buenos Aires desde 1854 a 1929, Lex, Buenos Aires,
1930, p. 418.
34 Las corporales estipulaban la muerte, presidio, penitenciaría, destierro, confinamiento, prisión y

arresto. Las que afectaban el honor incluían: inhabilitación, destitución, suspensión, retractación, satisfac-
ción, vigilancia de la autoridad, reprensión. Las pecuniarias prescribían: multa, caución, comiso, costas y
gastos. “Código Penal…”, cit., pp. 432-438.
35 La “reputación” del procesado continuaba siendo un elemento a considerar por parte de los jueces

al momento de evaluar la aplicación de una condena.


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Leyes antiguas para un estado moderno 213

podían establecer una pena de acuerdo a los mínimos y máximos previamente


determinados de acuerdo a las circunstancias del crimen.36
La segunda parte del Código describió las penas correspondientes para los dife-
rentes delitos. Este apartado se dividió en dos libros. El primero estuvo dedicado a
los crímenes y transgresiones privados y los castigos pertinentes. Contenía ocho
títulos referidos a los crímenes contra la vida, las lesiones corporales, los delitos con-
tra la honestidad, la ilegalidad en materia conyugal, delitos contra el estado civil de
las personas, atentados a las garantías individuales, injurias y calumnias y delitos
contra la propiedad. Por su parte, el segundo libro se refirió a los delitos públicos y
las penas atribuidas, agrupados en cinco títulos.37 En la opinión de Tejedor la pena
a otorgar no era única sino que dependía de las circunstancias en las que se hubie-
ra cometido el crimen. En el Código, el homicidio es definido y castigado según
diversas circunstancias en torno a su comisión. El homicidio simple implicó matar
a una persona “sin reflexión ni premeditación” y la pena era de seis años de presi-
dio o penitenciaría.38 Si la víctima había provocado su muerte por medio de agresio-
nes, ofensas o injurias la pena se reducía a tres años.39 Si un hombre mataba a su
esposa al descubrirla cometiendo adulterio, el castigo iba de uno a tres años.40 En
los casos en que la muerte de una persona ocurriera debido a una riña, el responsa-
ble de infligir la herida mortal sería considerado un homicida.41
El homicidio premeditado o con alevosía se definió como asesinato y se estipu-
ló la pena de muerte para quien fuera hallado culpable,42 lo mismo que el parrici-
dio.43 Por su parte, el infanticidio fue considerado de manera más benigna.44 Para la
madre o abuelos maternos que mataran a un niño menor de tres días se estableció
la pena de dos y tres años respectivamente.45 Las notorias diferencias respecto de
otros homicidios respondían al valor otorgado a la honorabilidad femenina como

36 MORENO, Rodolfo El Código Penal y sus antecedentes, H. A. Tomasi editor, Buenos Aires, 1922, Tomo

I, pp. 60-62.
37 Estos incluyeron los delitos contra la seguridad interior y el orden público, las infracciones realiza-

das por empleados públicos, las falsedades, atentados contra la religión y la salud pública.
38 “Código Penal…”, cit., Libro Segundo, Sección Primera, Título Primero, capítulo 1, artículo 196, p.

447.
39 “Código Penal…”, cit., artículo 197, p. 448.
40 “Código Penal…”, cit., artículo 198, p. 448.
41 “Código Penal…”, cit., artículos 201 a 296, pp. 448-449.
42 “Código Penal…”, cit., capítulo II, artículos 207 a 210, p. 449.
43 “Código Penal…”, cit., artículo 211, p. 449. La muerte de un ascendiente –que no fuera madre o

padre–, un descendiente o cónyuge implicaba la pena de presidio o penitenciaría por tiempo indetermi-
nado. Artículo 212, p. 449. La única excepción era la muerte de la esposa en ocasión de estar cometiendo
adulterio que implicaba, tan solo, la pena de uno a tres años.
44 El infanticidio era la muerte provocada de un recién nacido, menor a tres días completos, “Código

Penal…”, cit., artículo 213, p. 449.


45 “Código Penal…”, cit., artículo 214, p. 449.
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214 Justicias y Fronteras

justificativo de tal acción.46 Las diferencias también estaban delimitadas claramente


en torno al duelo. Mientras el lance fuera realizado con padrinos, es decir el “duelo
honorable”, la muerte ocasionada se castigaba con una pena de tres años y las lesio-
nes con un año.47 Las peleas sin padrinos que dieran lugar a la muerte de uno de los
contendientes o provocasen lesiones estaban penadas con seis y tres años respecti-
vamente. Es decir que tenía el mismo castigo que el homicidio simple. El texto del
Código reflejó la concepción vigente entre los sectores acomodados de la sociedad
para quienes no todas las disputas eran similares. La condición social era un claro
indicador de la pena a la que un hombre podía hacerse acreedor si tomaba parte en
un desafío.48
Las penas establecidas para los crímenes incluían un amplio abanico de posibi-
lidades que dejaba en manos de los jueces atender a circunstancias agravantes o ate-
nuantes. El análisis de un grupo de casos tramitados en los Departamentos Judicia-
les del Sud y de Capital49 con posterioridad a la sanción del Código permitirá con-
siderar su uso y el del resto de la legislación penal para considerar en qué medida
el texto de Tejedor implicó una “modernización” de las leyes penales.

La legislación en uso. Normas y prácticas jurídicas

La organización de la justicia criminal en la campaña bonaerense fue una de las pre-


ocupaciones esenciales de las autoridades que siguieron al gobierno rosista. La
constatación, a pesar de las suposiciones previas,50 de que se trataba de un espacio

46 SOCOLOW, Susan “Women and Crime: Buenos Aires, 1757-97”, en Journal of Latin American Studies,

Vol. 12, núm. 1, mayo 1980, pp. 39-54 y especialmente RUGGIERO, Kristin “Honor, Maternity, and the
Disciplining of Women: Infanticide in Late Nineteenth-Century Buenos Aires”, en Hispanic American His-
torical Review, Vol. 72, núm. 3, agosto 1992, pp. 353-373.
47 “Código Penal…”, cit., capítulo VII, artículo 222, p. 450.
48 GAYOL, Sandra “Duelos, honores, leyes y derechos: Argentina, 1887-1923”, en Anuario IEHS, núm.

14, Tandil, 1999; Sociabilidad en Buenos Aires. Hombres, honor y cafés 1862-1910, Ediciones del Signo, Buenos
Aires, 2000 y “Elogio, deslegitimación y estéticas de las violencias urbanas: Buenos Aires, 1870-1920”, en
GAYOL, Sandra y KESSLER, Gabriel –compiladores– Violencias, delitos y justicias en la Argentina, Manan-
tial, Buenos Aires, 2002.
49 En momentos de la organización de los departamentos judiciales de la campaña los partidos de

Bahía Blanca y Patagones formaron parte del Departamento Judicial del Sud con asiento en Dolores. En
1863 fueron transferidos al Departamento de la Capital con sede en la ciudad de Buenos Aires debido a
las dificultades de comunicación entre esos puntos por la presencia de indígenas y gauchos matreros.
CORBETTA, Juan Carlos y HELGUERA, María del Carmen La evolución del mapa judicial de la provincia de
Buenos Aires, 1821-1983, La Plata, 1983.
50 HALPERIN DONGHI, Tulio Proyecto y construcción de una Nación, 1846-1880, Prometeo, Buenos

Aires, 2005 [1980], p. 33. Al respecto el autor sostiene que “Quienes [en 1852] creían poder recibir en
herencia un Estado central al que era preciso dotar de una definición institucional precisa, pero que, aún
antes de recibirlo, podía ya ser utilizado para construir una nueva nación, van a tener que aprender que,
antes que ésta –o junto con ella– es preciso construir el Estado.”
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 215

Leyes antiguas para un estado moderno 215

carente de orden impulsó el establecimiento exclusivo de la justicia penal.51 Este


esquema institucional procuró consolidar la división de poderes, condición esencial
de todo estado que pretendiera insertarse en el contexto de los países más adelanta-
dos. Sin embargo, la administración de justicia penal siguió utilizando en su queha-
cer cotidiano normas elaboradas más de seis siglos atrás. La discusión en torno a la
necesidad de un único texto legal y sistemático no estuvo ausente del ámbito jurídi-
co. Sin embargo, los cambios institucionales de la administración de justicia prece-
dieron a la codificación. Ello implicó la continuidad del uso de los preceptos emple-
ados hasta entonces legitimado por el Reglamento Provisorio de 1817.52
La organización de la justicia letrada fue una de las novedades de la segunda
mitad del siglo XIX en el ámbito de la administración de justicia. A esto, se sumó la
obligatoriedad de los jueces de fundamentar las sentencias.53 Esta disposición impli-
có que los magistrados debieron explicitar por escrito en cuáles normativas se sus-
tentaban las decisiones que tomaban sobre los procesados. Los fiscales y defensores
también dejaron asentados los preceptos utilizados para apoyar sus argumentos.
Estas intervenciones permiten conocer las normas empleadas y el uso que de ellas
hicieron quienes intervinieron en los procesos criminales.
Los juicios seleccionados corresponden a causas por homicidios cometidos en
diferentes espacios de la campaña bonaerense: Bahía Blanca, Monsalvo y Tandil. En
el primero de los casos, José María González fue procesado por la muerte de Maria-
no San Juan en Bahía Blanca. El acusado era peón en el establecimiento rural de
quien resultó muerto.54 Según las declaraciones de los testigos y del mismo Gonzá-
lez la pelea se suscitó cuando éste se presentó ante San Juan para exigirle el pago
por sus tareas. El acusado sostuvo que San Juan lo atacó y que él solo se defendió.
Por ello, el defensor pidió la absolución del acusado sobre la base del artículo 152
del Código Penal que sostenía que “…toda persona está autorizada para hacer uso
de su fuerza personal…” para repeler un ataque contra sí. Tal violencia no estaba
penada siempre que no traspasara los límites estipulados por el Código.55 Para

51 En los debates de la ley se consideró incorporar también el fuero civil, aunque finalmente no se apro-

bó. CORVA, María Angélica “La Justicia letrada…”, cit., p. 29.


52 GARAVAGLIA, Juan Carlos “La justicia rural en buenos Aires durante la primera mitad del siglo

XIX (Estructuras, funciones y poderes locales)”, en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata,
XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999, p. 112.
53 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor “Los comienzos de la fundamentación de las sentencias en Argentina”,

cit., p. 315.
54 Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Ricardo Levene” (en adelante, AHPBA), Juzga-

do del Crimen, Criminal contra José María González por asesinato en Bahía Blanca, 38-5-4-333-71.
55 “Código Penal…”, cit., título tercero, artículo 152, p. 440. Según el artículo 156 estos límites implica-

ban que la defensa era admitida “1º Contra todos los ataques dirigidos a la persona […] cuando sean […]
capaz de poner en peligro la vida, la libertad o el pudor. 2º Contra el individuo que tomado en flagrante
delito de hurto, resista con armas o huya con el robo en actitud amenazante […] y sin poder prendérse-
lo de otro modo. 3º Contra los actos criminales de violencia que tengan por objeto el deterioro, o la des-
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216 Justicias y Fronteras

reforzar su argumento el defensor sostuvo que González “en medio de la soledad


de la campaña no pudo requerir el auxilio de la autoridad”. Sin embargo, el juez de
Primera Instancia del Departamento de la Capital condenó a González a cinco años
de prisión, rebajándole un año de acuerdo a los artículos 188 y 189 del Código.56 Por
su parte, el fiscal de la cámara sostuvo que el hecho se encuadraba en el homicidio
simple “definido y penado por el artículo 176 del Código Penal vigente”. Sostuvo
además su disconformidad con la disminución de la sentencia dado que el juez no
tenía la facultad de cambiar la clase de la pena, prolongar o abreviar su duración
según el artículo 190 del mismo código.57 A este argumento sumó el artículo 105 que
sostenía que ninguna pena de penitenciaría por tiempo determinado podía ser
menor a seis años ni mayor de quince.58 Por ello, el Fiscal solicitó a la Cámara de
Apelaciones la confirmación de la sentencia pero con el agregado de un año para
extenderla a seis años. Por su parte, el defensor argumentó que San Juan tuvo res-
ponsabilidad en la pelea y que hirió al acusado. Según sus palabras, esta acción se
encuadraba en el artículo 173 que afirmaba que cuando se demostrara el crimen
contra el acusado, pero algunos elementos permanecieran inciertos o incompletos,
los Tribunales deberían aplicar una pena inferior a la señalada por la ley, salvo que
el caso estuviera previsto y decidido de otro modo por una disposición especial.59
La Cámara aprobó lo solicitado por el fiscal y el defensor interpuso apelación ante
la Suprema Corte de Justicia de la provincia, que rechazó el pedido y confirmó la
sentencia.60

trucción de la propiedad mueble o inmueble, y que amenacen la vida del dueño presente. 4º Contra los
que tienten penetrar por la fuerza […] o de cualquier otro modo ilícito, en las propiedades raíces de otro,
con peligro de la vida de sus habitantes”.
56 Estos dos artículos hacían referencia a la disminución de la criminalidad (artículo 188) y de la pena

(artículo 189). En el caso del primero sostenía que eran atenuantes: “1º …la falta de instrucción, o por una
debilidad natural de la inteligencia, el culpable no ha comprendido toda la gravedad del peligro, ni la
extensión de la prohibición o de la pena infligida a su acción. 2º Cuando se ha determinado a cometer el
crimen, por persuasión, promesas artificiosas, orden o amenaza […] 3º Cuando ha sido impelido por una
miseria apremiante, o cualquiera otra necesidad urgente. 4º Cuando excitados sus deseos por una oca-
sión imprevista […] ha sido arrastrado […] a la ejecución del crimen. 5º Cuando ha obrado arrebatado
por una pasión, o en un momento de perturbación intelectual […]. 6º Cuando resulta […] que su perver-
sidad y desmoralización son todavía poco avanzados”. El artículo 189 sostenía que la pena se disminui-
ría: “1º Si el culpable se ha limitado voluntariamente a causar un daño menor que el que podía producir.
2º Si se ha esforzado […], por impedir las consecuencias del crimen o reparar sus efectos perjudiciales. 3º
Si el mismo se entrega a la justicia. 4º Si en su primer o segundo interrogatorio confiesa su crimen […] 5º
Si revela la existencia de nuevos culpables desconocidos a la justicia […] y la ocasión de prenderlos”.
“Código Penal…”, cit., p. 446.
57 Este artículo estipulaba que “…ninguna de las causas enunciadas [por el artículo 189] autorizan al

juez para separarse de la pena legal, cambiar su clase, prolongar o abreviar su duración.” En el caso en
que las penas privativas de la libertad tuvieran un mínimo y máximo los Tribunales podían, luego de
examinar determinadas circunstancias, prolongar o abreviar la pena, siempre dentro de los límites fija-
dos. “Código Penal…”, cit., p. 446.
58 “Código Penal…”, cit., p. 434.
59 “Código Penal…”, cit., p. 443.
60 Criminal contra José María González…, cit.
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Leyes antiguas para un estado moderno 217

En este proceso que se inició en 1877 y culminó al año siguiente se utilizó exclu-
sivamente el Código Penal recientemente promulgado para sustentar los argumen-
tos de los diferentes agentes judiciales. De esta manera, se dejó de lado toda men-
ción a otros tipos de fuentes sobre los que se fundamentaban las diversas posiciones
en los procesos sustanciados hasta entonces.61 Debido a que se trata de un solo pro-
ceso no resulta posible realizar afirmaciones categóricas. No obstante, a partir del
análisis del juicio se verifica que el vasto y complejo conjunto normativo aplicado
durante la colonia y buena parte del siglo XIX en diferentes espacios del antiguo
virreinato del Río de la Plata62 no aparece mencionado siquiera una vez.
Antes de sostener que el Código Penal, en tanto cuerpo de leyes metódico y
ordenado, se impuso en la administración de justicia criminal, conviene considerar
qué sucedía en otros ámbitos. Para ello se analizarán un par de procesos sobre homi-
cidios que se tramitaron en el Departamento Judicial del Sud con sede en Dolores.
El primero de ellos tuvo lugar en Monsalvo en 1874.63 Ignacio Sosa fue acusado de
la muerte de Luis Rodríguez.64 El proceso se inició tres años después cuando Sosa
fue detenido. El juez de paz, Ramón Nescia, decidió remitirlo de manera inmediata
porque consideró que Sosa era un individuo “peligroso” y porque existía el riesgo
de que se fugase. El sumario no fue elaborado cuando tuvo lugar la muerte de
Rodríguez sino solo cuando el acusado fue aprehendido. Según su primera declara-
ción ante el juez de paz, salió al campo junto a Gervasio Conte con el propósito de
buscar dos potros para domarlos cuando se presentó la víctima que vivía en las cer-
canías. Rodríguez increpó a Conte y le disparó un tiro, aunque sin llegar a herirlo.
Luego atacó a Sosa, y éste –según sus dichos– defendiéndose con un cuchillo le dio
una puñalada pero cuando Rodríguez se retiró estaba de pie. Ante la pregunta del
Juez afirmó que nunca antes había tenido “motivos de enemistad” con la víctima.
La situación de Sosa pareció complicarse por la acusación de abigeato que rea-
lizaron varios vecinos. Según uno de ellos, Angelino Díaz, no denunció el robo debi-
do a “…que el tal Sosa era un bandido prófugo […] y se conformó con el mal sufri-

61 En procesos tramitados con anterioridad en el mismo departamento se utilizó la Séptima Partida así

como legislación sancionada durante el siglo XIX. A modo de ejemplo ver, AHPBA, 38-1-234-38 (1864),
Criminal contra José Giré y Luis Curce por haber dado muerte a José Crespo (alias Canaquias Lucano) en Patago-
nes la noche del 28 de julio del presente año.
62 BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la ley…, cit., pp. 103 y ss., BARRAL, María Elena; FRADKIN,

Raúl y PERRI, Gladys “¿Quiénes son los ‘perjudiciales’? Concepciones jurídicas, producción normativa
y práctica judicial en la campaña bonaerense (1780-1830)”, en Claroscuro, núm. 2, CEDCU, 2002, Rosario,
pp. 80-87; PRESSEL, Griselda “Conflictos y tensiones en la comunidad rural en un proceso de moderni-
zación. El Oriente entrerriano a mediados del siglo XIX”, [en línea] http://www.ffyh.unc.edu.ar/moder-
nidades.
63 Monsalvo corresponde al actual partido de Maipú.
64 Departamento Histórico Judicial, Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, Paque-

te núm. 43, Orden núm. 4 (en adelante DHJ, núm./núm.) Criminal Sosa Ignacio por muerte a Luis Rodríguez
en Monsalvo el 18 de julio de 1874.
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218 Justicias y Fronteras

do.” Cuando le preguntaron sobre los antecedentes del acusado sostuvo que “…ha
oido decir con mucha generalidad a todos los vecinos [que] Sosa no se ocupa mas
que de robar y ha muerto alevosamente á Luis Rodríguez que cuando ha oido
hablar de robos siempre se cita á él como el mas notable por su audacia y destreza”.
Esta cita ejemplifica la manera en que se construía una parte de la prueba en el ámbi-
to de la administración de justicia donde la “fama y voz pública” continuaban sien-
do relevantes para la tramitación posterior del proceso.65 Las declaraciones de otros
vecinos fueron similares. En una nueva indagatoria ante el juez de paz el acusado
sostuvo que había matado a Rodríguez porque éste lo provocó con “insultos y ame-
nazas” aunque negó que alguno hubiera estado ebrio. Por otro lado, desmintió las
acusaciones de robo de animales. Cuando el sumario llegó a Dolores, Sosa desistió
de contar con la asistencia del defensor de pobres y nombró al Dr. Juan Lecot.
El juez de Primera Instancia Julián Aguirre envió numerosos oficios al juez de
paz requiriendo el envío de los certificados de heridas y de defunción correspon-
dientes a Luis Rodríguez y la toma de declaración a varias personas que fueron
mencionadas en el expediente.66 En este estado, el fiscal Amaral solicitó al juez letra-
do que declarara el sobreseimiento “por ahora”67 del acusado dado que no hubo tes-
tigos directos de la pelea. El juez Aguirre accedió al pedido y remitió la causa para
su consulta a la Cámara de Apelaciones. Los jueces que la integraban confirmaron
la decisión del magistrado, afirmando que según el artículo 15 del Código Penal éste
era uno de los casos en los que debía sobreseerse por haberse agotado los medios de
averiguar la verdad, sin conseguirlo.68 Como se desprende de lo sostenido hasta
aquí, la situación de Ignacio Sosa se vio favorecida cuando el proceso fue remitido
al juez letrado en Dolores. La opinión que los vecinos de Monsalvo tenían sobre él
no era buena. A la acusación de homicidios se agregó otra que lo involucraba en el
robo de animales y su posterior venta en un matadero. Según el Juez de Paz, Sosa

65 Por cuestiones de espacio solo mencionaremos a GARAVAGLIA, Juan Carlos “Paz, orden y trabajo

en la campaña: la justicia rural y los juzgados de paz en Buenos Aires”, en Poder, Conflicto…, cit., p. 78 y
HERZOG, Tamar La administración como un fenómeno social. La justicia penal de la ciudad de Quito (1650-
1750), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1995 y “La vecindad: entre condición formal y nego-
ciación continua. Reflexiones en torno a las categorías sociales y las redes personales”, en Anuario IEHS,
núm. 15, Tandil, 2000, pp. 123-131.
66 Las relaciones entre los jueces de paz y de Primera Instancia fueron conflictivas debido al control de

una parte sustancial del proceso como era el sumario. Este tema ha sido analizado con mayor profundi-
dad en YANGILEVICH, Melina “‘Para que lo tenga en cuenta en lo sucesivo...’. Relaciones y conflictos
entre jueces de paz y de Primera Instancia en la administración de justicia criminal en la campaña de Bue-
nos Aires, segunda mitad del siglo XIX”, en Xº Jornadas Departamentos/Interescuelas de Historia, UNR,
Rosario, 20 al 23 de septiembre de 2005.
67 Destacado en el original.
68 El texto del artículo 15 no tiene relación con lo mencionado en el expediente. El artículo sostiene que

“Hay tentativa siempre que con la intención de cometer un crimen, se ejecutan actores exteriores que tie-
nen por objeto la consumación o preparación de ese crimen.” “Código Penal…”, cit., Título Segundo, artí-
culo 15, p. 419.
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Leyes antiguas para un estado moderno 219

además de haber cometido el homicidio de Rodríguez formaba parte de una “gavi-


lla de ladrones”. Por todos estos antecedentes su culpabilidad era evidente. El juez
letrado y los integrantes de la Cámara no determinaron la inocencia de Sosa. Sin
embargo, acordaron que la falta de pruebas no permitía sustentar las acusaciones y
lo sobreseyeron. La fama y la opinión de los vecinos no tuvieron la misma relevan-
cia en la instancia letrada que en el ámbito local. Los magistrados asentados en
Dolores se ciñeron a los elementos de prueba que constaban en el sumario. Esta
situación no fue excepcional en el Departamento Judicial del Sud y un conjunto de
estudios indica situaciones similares en otros espacios y períodos.69
El segundo proceso por homicidio que analizaremos tuvo lugar en Tandil en
1878. Allí Cornelio Tolosa, Manuel Salvatierra, José Ledesma, Bernardo Ojeda y
Toribia Carrizo fueron acusados de la muerte de Miguel Figueroa.70 En este caso el
sumario fue elaborado por el comisario del pueblo.71 Maximino Godoy encabezó las
primeras diligencias que consistieron en el reconocimiento de las heridas del cadá-
ver de Figueroa por el médico de policía Dr. Eduardo Fidanza.72 Aunque del expe-
diente no surgen demasiados datos sobre quién era la víctima, aparece mencionado
como “Don”. El comisario tomó declaración a cada uno de los involucrados y a
varios testigos. Toribia Carrizo, esposa de Salvatierra, sostuvo que la víctima llegó
hasta la casa preguntando por Tolosa. Agregó que escuchó gritos y cuando se acer-

69 Esta característica de la administración de justicia letrada fue señalada por dos historiadores para

espacios y periodos diferentes. Carlos Mayo encontró casos similares para la administración de justicia
de la campaña durante la primera mitad del siglo XIX y Elisa Speckman Guerra para el Distrito Federal
de México a fines del siglo XIX. Ambos señalaron que los magistrados letrados solían ser más condescen-
dientes con los acusados que los magistrados locales. Ver MAYO, Carlos Estancia y sociedad en la pampa,
1740-1820, Biblos, Buenos Aires, 1995 [1989], p. 161 y SPECKMAN GUERRA, Elisa Crimen y Castigo. Legis-
lación penal, interpretaciones de la criminalidad y administración de justicia (ciudad de México, 1872-1910), El
Colegio de México-UNAM, 2002, p. 264.
70 DHJ (34/2), Criminal contra Cornelio Tolosa, Manuel Salvatierra, José Ledesma, Bernardo Ojeda y Toribia

Carrizo por muerte a Miguel Figueroa en el Tandil.


71 La comisaría en Tandil se instaló en 1872 como consecuencia directa de la matanza de extranjeros

que tuvo lugar la madrugada del 1º de enero de ese año. Sobre la organización de la policía ver SEDEI-
LLÁN, Gisela “La pérdida gradual de las funciones policiales del Juzgado de Paz: la creación de la insti-
tución policial en Tandil, 1872-1900”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos “Profesor Carlos S. A.
Segreti”, núm. 5, Córdoba, 2005, pp. 403-422. Sobre el episodio conocido como la Matanza del Tata Dios
hay numerosos trabajos de diferentes perspectivas y calidades. Puede consultarse TORRE, Juan Carlos
“Los crímenes de Tata Dios. El Mesías Gaucho”, en Todo es historia, núm. 4, Buenos Aires, 1967; NARIO,
Hugo Tata Dios, Mesías de la última montonera, Plus Ultra, Buenos Aires, 1976; SANTOS, Juan José Una
revuelta rural en la frontera sur bonaerense: Tandil, 1872, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires, 1995 y LYNCH, John Masacre en las Pampas. La matanza de inmigrantes en
Tandil 1872, Emecé, Buenos Aires, 2001.
72 Hacia fines del siglo XIX los médicos, en tanto asesores, desempeñaron un rol fundamental en la tra-

mitación de los juicios por homicidios y lesiones graves ante la justicia criminal. Ver RUIBAL, Beatriz
“Medicina legal y derecho penal a fines del siglo XIX”, en LOBATO, Mirta Política, médicos y enfermeda-
des. Lecturas de Historia de la salud en Argentina, Biblos/UNMdP, Buenos Aires, 1996, pp. 193-207.
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220 Justicias y Fronteras

có vio a dos hombres peleando aunque no pudo distinguir de quienes se trataba


porque era de noche. Mencionó que intentó separarlos y que recibió una herida en
la mano izquierda. Luego llegó su marido y ella se retiró a la casa. Por su parte, Sal-
vatierra dijo saber que su compadre Figueroa estuvo peleando con Tolosa y que ello
debió ocasionarle la muerte. Reconoció como propio uno de los cuchillos de entre
los elementos secuestrados por Godoy. Del resto de las armas sostuvo que un puñal
era de Figueroa, un trabuco naranjero73 de Juan Serrano –peón de Figueroa–, un
facón de José Ledesma, una cuchilla de Bernardo Godoy y un rebenque de Cornelio
Tolosa. En su primera declaración, este último sostuvo que cuando peleó con Figue-
roa estaba “bastante ebrio” y que por ello no pudo recordar las circunstancias rela-
cionadas con la disputa. Los acusados fueron remitidos a la cárcel de Dolores. Ante
el juez letrado Tolosa reafirmó lo dicho ante el comisario sobre el estado de ebriedad
al momento de la pelea. Sin embargo, Bernardo Godoy afirmó que lo vio ir para el
pueblo “bueno de la cabeza”. El juez de Primera Instancia, Julián Aguirre, no encon-
tró méritos suficientes para mantener a los acusados en prisión con la excepción de
Tolosa. Ante el letrado se presentó Eustaquia Figueroa para pedir “…el castigo de
los autores de la muerte de su hermano”.74
El fiscal Igarzábal pidió dos años y medio de presidio porque sostuvo que la
ebriedad de Tolosa no fue completa en el sentido de pérdida de la conciencia dado
el número de puñaladas –nueve en total. El defensor pidió un año de prisión a con-
tar desde la detención del acusado debido a su avanzada (56 años). En la sentencia,
el juez Aguirre sostuvo que la embriaguez quedó acreditada pero no en el grado
mencionado por el acusado. Agregó que no había razones para creer que infirió las
heridas con alevosía porque Figueroa lo atacó en primer término. Por ello, lo conde-
nó a dos años de prisión y trabajos públicos a contar desde su aprehensión. Aguirre
fundamentó su decisión en las leyes VIII Título XXXI de la Séptima Partida y la III
Título XXIII de la Recopilación Castellana75 y haciendo uso del “prudente arbitrio”

73 El trabuco es un arma de fuego corta y de gran calibre que dispara balas de piedra. El naranjero

posee boca acampanada y gran calibre. Ver CRUZ, Enrique “Las armas de la violencia. La frontera del
Chaco de Jujuy a fines del siglo XVIII”, en Actas de VII Congreso Argentino Chileno de Estudios Históricos e
Integración Cultural, UNSa, Salta, 25-27 de abril de 2007.
74 Esta interpelación de hombres y mujeres demandando que se les hiciese “justicia” no fue excepcio-

nal y se repitió en diferentes procesos. Sobre este tema ver YANGILEVICH, Melina “Prácticas jurídicas
en disputa. Diálogo y confrontación entre las nociones jurídicas de jueces letrados, funcionarios judicia-
les, jueces de paz y paisanos de la campaña bonaerense durante el siglo XIX”, en XIº Jornadas Interescue-
las/Departamentos de Historia, UNT, Tucumán, 19-22 de septiembre de 2007.
75 En los expedientes este texto aparece mencionado como RC que significa Recopilación Castellana.

Esta fue una de las denominaciones con que se conoció el Ordenamiento de Montalvo (1484) que sirvió
de base a la Nueva Recopilación (1567). Sobre este tema ver MARÍA E IZQUIERDO, María José “El Orde-
namiento de Montalvo y la Nueva Recopilación”, en Cuadernos de Historia del Derecho, núm. 6, Madrid,
1999, pp. 435-473.
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Leyes antiguas para un estado moderno 221

autorizado por el artículo 14, capítulo 13 del Reglamento de Justicia.76 La causa fue
elevada a la Cámara de Apelaciones para la consulta de la sentencia. El fiscal Ama-
ral se limitó a sostener lo realizado por su par de Primera Instancia. El defensor de
pobres, Octavio Amadeo, pidió la libertad de Tolosa dado que no había cometió nin-
gún ilícito y que las heridas fueron realizadas haciendo uso “…de un derecho [...]
sagrado [que era] el de defender su propia existencia repeliendo la fuerza con la
fuerza”. Para sostener sus argumentos retomó la sentencia en la parte en la que indi-
caba que el homicidio fue cometido en riña. Para Amadeo ésta no era “mas que un
duelo sin padrinos y sin las demás formalidades esenciales en esa clase de lances tan
de moda entre nosotros.”77 Para sustentar la legitimidad de la defensa propia de
Tolosa citó la Ley 2 Título 8 de la Séptima Partida y la transcribió para reforzar sus
consideraciones. Sin embargo, los jueces de la Cámara afirmaron que, según el artí-
culo 159 del Código Penal, era obligación del acusado que alegaba la comisión de
un homicidio en defensa propia “…establecer con pruebas bastantes la certidumbre
ó probabilidad de las circunstancias que lo justifican”.78 Por ello, estos magistrados
sostuvieron que en ese caso no se aplicaba lo estipulado en el artículo 160 del Códi-
go Penal.79 Para los jueces de la Cámara, Tolosa cometió un homicidio simple de
acuerdo a los antecedentes de la causa y lo dispuesto en el artículo 26 del Código
Penal que versaba sobre los casos en que la culpa era ligera.80 A pesar de que según

76 Este artículo, además del que avalaba el uso de la legislación vigente durante el periodo colonial,

implicó la persistencia de una de las características salientes de la administración de justicia. Este fue uno
de los aspectos más criticados por quienes propugnaban cambios en la administración de justicia penal
y la legislación. Sobre este tema ver TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La codificación..., cit., Segunda Parte: El
triunfo de la codificación, pp. 253-408 y DÍAZ COUSELO, José María “Pensamiento jurídico y renovación
legislativa”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires,
Tomo 5, pp. 363 y ss.
77 Para un análisis de las diferencias atribuidas a los duelos entre caballeros y las riñas entre los hom-

bres de los sectores populares ver GAYOL, Sandra “Elogio, deslegitimación…”, en GAYOL, Sandra y
KESSLER, Gabriel Violencias, delitos…, cit., pp. 41-63.
78 El artículo 159 del Código Penal sostenía que: “No se presume que el acusado obra en estado de

irresponsabilidad, o legítima defensa, y es de su obligación por consiguiente, establecer con pruebas bas-
tantes la certidumbre o probabilidad de las circunstancias que lo justifican.” “Código Penal…”, cit., p.
441.
79 El mencionado artículo afirmaba que cuando fuera verosímil que el acusado actuara en estado de

legítima defensa debido a un ataque peligroso e ilegítimo, observando los límites de la defensa permiti-
da, la muerte ocasionada no sería considerada homicidio. “Código Penal…”, cit., pp. 441-442.
80 Según el artículo 26 la culpa es ligera: “1º Cuando la acción cometida por imprudencia no tiene mas

que una relación lejana con el resultado ilegal, y no ha podido preverse, sino como un efecto posible, pero
inverosímil y no acostumbrado. 2º Cuando […], el agente por debilidad de espíritu o por efecto de una
afección moral no imputable, pero susceptible de perturbar la atención y la reflexión, no haya podido pre-
ver fácilmente el tamaño del peligro de su acción, o no haya podido impedir su resultado perjudicial, sino
por medio de un esfuerzo extraordinario del cuerpo o del espíritu. 3º Cuando el agente se haya visto obli-
gado por circunstancias urgentes, y que no puedan imputársele, a tomar resoluciones súbitas”. “Código
Penal…”, cit., p. 422.
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222 Justicias y Fronteras

el mismo Código la condena estipulada para ese delito era de seis años, los jueces
sostuvieron que para convenir la pena era necesario tomar en consideración las con-
diciones en las que se encontraba Tolosa cuando hirió a Figueroa. Estas incluyeron
la ebriedad porque “…contribuye a disminuir la criminalidad en virtud delo pres-
cripto en el inciso quinto artículo ciento setenta y ocho C Penal”.81 Por ello, sostu-
vieron que a pesar de lo estipulado en el artículo 196 que uniformaba la pena en seis
años para el homicidio simple, esto no se aplicaba a este caso en particular porque
la víctima fue quien provocó la acción homicida. Sobre la base de estas considera-
ciones los jueces de la Cámara impusieron la pena de tres años de acuerdo con el
artículo 197 del mismo Código. Dicho período se contaría a partir desde el día en
que quedó preso.

Conclusiones

La continuidad de los preceptos establecidos en el complejo conjunto normativo


vigente durante el período colonial –de los cuales la Séptima Partida era uno de los
más utilizados–82 trascendió a algunas normas elaboradas durante la primera mitad
del siglo XIX. Tal persistencia se reflejó en dos planos aunque no se dio de la misma
manera en las diferentes jurisdicciones. Por un lado, en la permanente cita de tales
textos en la práctica judicial cotidiana, aún cuando el Código Penal estaba vigente
en el territorio nacional en 1886.83 Por otro lado, el mismo texto recogió elementos
existentes en los escritos normativos más antiguos, con los cuales se formó su
autor.84
Las intervenciones de los jueces letrados son reveladoras de las dificultades en
la imposición de la codificación no solo al conjunto de la población sino también a
los mismos jueces, encargados de su aplicación. Luego de sancionado el Código ela-
borado por Tejedor algunos magistrados en el ejercicio de su práctica siguieron ape-
lando a criterios –como el del prudente arbitrio– supuestamente desechados por el

81 El artículo 178 del Código Penal no posee incisos. Suponemos que se alude al artículo 188 que enu-

mera las circunstancias en que disminuye la criminalidad. El inciso 5º dice “Cuando [el agente] ha obra-
do arrebatado por una pasión, o en un momento de perturbación intelectual, sobrevenida casualmente,
y sin que de su parte haya culpa, a menos que la ley expresamente haya tenido en cuenta estas circuns-
tancias para la fijación de la pena”. “Código Penal…”, cit., p. 446.
82 En los avisos publicados en la Gaceta Mercantil entre 1830 y 1852 se destacaban las Siete Partidas y

la Recopilación de las Leyes de Indias. DÍAZ, Sandra “Los libros jurídicos en los avisos de la Gaceta Mer-
cantil”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 29, Buenos Aires, 2002, pp. 248 y ss.
83 Hemos encontrado citada la Séptima Partida en un expediente fechado en 1890. DHJ, (125/7), López,

Pascual por muerte á Feandel, Juan B. en Coronel Pringles.


84 ÁLVAREZ CORA, Enrique “La génesis de la penalística argentina (1827-1868)”, en Revista de Histo-

ria del Derecho, núm. 30, Buenos Aires, 2003, pp. 13-86.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 223

Leyes antiguas para un estado moderno 223

mencionado texto. La aplicación del Código pareció seguir diferentes premisas en la


administración de justicia en el ámbito urbano y en el rural. Los casos son insufi-
cientes para arribar a conclusiones categóricas. Sin embargo, con base en lo dicho
hasta aquí es posible señalar que la codificación tuvo diferentes implicancias en la
administración de justicia en los departamentos de la Capital y del Sud. En el pri-
mer caso, los funcionarios judiciales apelaron, exclusivamente, al Código Penal para
sostener sus posturas. Mientras que los casos sustanciados en Dolores mostraron la
utilización de diferentes textos normativos para sustentar los argumentos. En estos
casos la puesta en vigencia del Código no implicó la desaparición de las normas
penales utilizadas hasta entonces.
Los lineamientos esbozados aquí requieren ser profundizados y analizados
para cada espacio específico. Ello permitirá comprender mejor la manera en que se
juzgaba a los hombres y por ende el sistema social en el que estaban insertos.85 Tal
análisis debería considerar de manera flexible los marcos temporales de los proce-
sos a considerar. La sanción del Código Penal en el territorio provincial, primero, y
en el nacional, después, tuvieron especial relevancia en la administración de justicia
criminal. Ello no implicó la desaparición y el reemplazo de normas y prácticas
vigentes durante siglos en el antiguo virreinato. Los avances en la comprensión de
las maneras en que los hombres fueron juzgados son notables. Sin embargo, persis-
ten aspectos que requieren mayor profundización. El análisis comparativo sobre la
administración de justicia en diversos espacios y jurisdicciones durante el siglo deci-
monónico permitiría considerar y ponderar adecuadamente las transformaciones y
continuidades que tuvieron lugar. Ello resulta particularmente relevante si se consi-
dera que el “hacer justicia” constituyó un aspecto central de la formación estatal que
tuvo lugar a lo largo del siglo XIX.

85 BLOCH, Marc La sociedad feudal. Las clases y el gobierno de los hombres, Akal, Madrid, 1987 [1939], p.
94.
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“El orden moral amenazado”


Discursos, procedimientos y representaciones de la justicia
y de la sociedad local a inicios del siglo XX
El caso Mateo Banks

Blanca Zeberio

“…siendo las ocho horas, se presentó a esta comisaría de policía,


el vecino hacendado Don Mateo Banks manifestando que ano-
che entre las veinte y las veinte y dos horas sus peones Juan Gai-
tán y Claudio Loiza y Pereyra (a) el cabo negro, habían asaltado
el Trébol y la ‘Buena Suerte’, propiedad de sus hermanos Miguel
y Dionisio Banks y que ha tiros de escopeta habían sido muertos
estos dos últimos, Julia Dillon de Banks, Ana María Banks, Ceci-
lia Banks y que ha desaparecido Sara Banks de once años de
edad. Como única sobreviviente quedaba un niña de tres años.
hija de Dionisio y Sara Banks, ambos asesinados. Al mismo tiem-
po manifestó que él había dado muerte a Gaitán y que creía
haber herido a Loiza, pero que a pesar de ello huyó”. 1

El denunciante agregaba: “...esos mismo sujetos, en el día de ayer, intentaron enve-


nenar a las familias por medio de una sustancia tóxica en la comida. En atención al
hecho ocurrido y dada su gravedad el infrascripto resuelve ponerlo de inmediato en
conocimiento de SS el juez del crimen para que sirva ordenar lo que correspon-
de…”. Como medida de prevención se procedió a detener e incomunicar a Mateo
Banks.
De esta manera se iniciaba el largo e intrincado proceso a Mateo Banks, un
estanciero de origen irlandés que vivía en el pueblo de Azul (provincia de Buenos
Aires), que se prolongó por más de dos años y que alcanzó una enorme repercusión
social y periodística. Luego de su denuncia fue detenido e incomunicado, primero
por el asesinato de uno de los peones y posteriormente, y pese a su reputación en el
pueblo, como el principal sospechoso del asesinato de su familia.

1 ECHAGÜE, J. N. Folleto sobre el proceso de Mateo Banks, s/e, Azul, 1924, pp. 6 y 7. Este valioso folleto,

como luego veremos, reproduce parte del proceso que hemos podido reconstruir en el expediente judi-
cial, Cámara 3a de Apelación en lo Criminal y Correccional. Departamento Capital, Provincia de Buenos,
Primer cuerpo, ff. 1-4.
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226 Justicias y Fronteras

Luego de un juicio oral realizado en el Sport Club de Azul, en marzo de 1923


fue declarado culpable de homicidio múltiple, defraudación y falsificación y conde-
nado a reclusión perpetua que debía cumplirse, de acuerdo a lo establecido por el
Código Penal, en los territorios del sur. Producida la sentencia, la Defensa inició la
apelación ante la Corte Suprema de La Plata fundada en el recurso de inconstitucio-
nalidad e inaplicabilidad de la ley.2 La Corte Suprema resolvió, entonces, en un fallo
contrario a la tradición legal, realizar un nuevo juicio por haberse omitido algunas
diligencias en la substanciación del juicio oral en Azul. En el nuevo juicio, realizado
en 1924, Banks fue nuevamente declarado culpable y ratificada su condena.
Mientras duró su reclusión3 negó sistemáticamente su culpabilidad y presentó
a lo largo de los años sucesivas demandas de libertad condicional que eran invaria-
blemente denegadas como puede verificarse en los informes del Instituto de Clasi-
ficación de la Dirección de Institutos Penales. En su examen psicológico Mateo
Banks era definido como:

“…un individuo cuya expresión atenta, muy disimulada, e insincera, que


se expresa con algunos tropiezos y dificultades idiomáticas y acento sajón,
es charlatán y reticente , adoptando frente a su interlocutor una expresión
falsamente bondadosa que se quiebra súbitamente en una sonrisa irónica y
despectiva cuando lo conversado recae sobre su participación en los
hechos delictuosos por lo que está condenado, que niega automáticamen-
te. Carece de sentido moral, finge de continuo sus estados afectivos. Es de
un egoísmo e improbidad persistentes e inmodificables…”.4

Esta historia culminó en 1949, cuando la Justicia finalmente otorgó a Mateo


Banks, pese a los informes de la Dirección General de Institutos Penales, la libertad
condicional. Mateo Banks intentó volver a su pueblo, pero según los relatos perio-

2 El documento de la Corte Suprema establecía que el recurso por inconstitucionalidad y errores de

procedimiento estaba fundado, el primero, en que en el veredicto y sentencia recurrida se habían viola-
do los artículos 173 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires y el artículo 10 de la ley de 21 de
julio de 1914 y el segundo en infracción del Código de Procedimiento Penal.
3 Según el informe de la Dirección General de Institutos Penales, Mateo Banks estuvo recluido en

varias instituciones: la Penitenciaría Nacional desde marzo de 1925 procedente de La Plata, luego trasla-
dado en 1926 a la cárcel de Tierra del Fuego donde permaneció diez años; hasta febrero de 1936 en que,
por razones de edad avanzada, fue trasladado nuevamente a la Penitenciaría Nacional. El informe insti-
tucional cierra así: “En veinte años de reclusión, y como ocurre a menudo con muchos sujetos de su cate-
goría, se ajustó a las disposiciones del medio carcelario. En ese largo lapso solo sufrió una amonestación.
Actualmente trabaja en faenas de limpieza, atento a sus condiciones físicas. Anteriormente ha trabajado
en los talleres de la encuadernación y lavadero, con regular aprovechamiento.” Cuerpo 9, Causa 4444, ff.
3-12. En relación con las prácticas y discursos de las instituciones carcelarias, véase el valioso trabajo de
CAIMARI, Lila Apenas un delincuente, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004.
4 Cuerpo 9, ff. 4-5.
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“El orden moral amenazado” 227

dísticos le fue imposible residir en él porque fue rechazado por la población y debió
instalarse en Buenos Aires, donde murió poco después en una pensión. Hasta aquí
sucintamente descriptos los hechos tal como pueden ser reconstruidos desde los
nueve cuerpos de un voluminoso expediente penal que estuvo perdido durante
décadas y recuperado recientemente en el Archivo Histórico Judicial de La Plata.5
En este trabajo y a partir de este suceso, que podemos calificar de “excepcional
normal” en el más clásico sentido de la categoría, nos proponemos reflexionar sobre
las características de las culturas familiares y jurídicas conformadas en la sociedad
pampeana entre fines del siglo XIX e inicios del XX. Estas sociedades nuevas, suje-
tas a cambios permanentes y con débil desarrollo institucional, muy rápidamente
internalizaron prácticas sociales tendientes a defender el orden moral y ciudadano.
Así, a partir del análisis de los dos juicios, uno oral y otro por jurados, a los que fue
sometido Mateo Banks, nos proponemos un doble abordaje: por una parte, analizar
las representaciones sobre la justicia de una sociedad local que se vio fuertemente
conmocionada y comprometida durante el desarrollo del juicio y condena a Banks.
Y, por otra parte, reconstruir e iluminar los procedimientos judiciales, así como las
estrategias argumentativas de los diferentes actores de la justicia durante el desarro-
llo de los juicios. En suma, intentaremos recuperar, desde este doble itinerario, las
formas de construcción de una verdad jurídica y social que se retroalimentaba ple-
namente con las culturas familiares y jurídicas conformadas en la sociedad argenti-
na de fines del siglo XIX. Dichas culturas estaban fuertemente imbricadas con las
visiones de responsabilidad moral y culpa propias de la sociedad colonial. Estas
representaciones que atravesaban la sociedad y las instituciones judiciales conviví-
an –como recientemente lo plantean algunos estudios desde la historia de las ideas
y de la Justicia– con prácticas y discursos provenientes de la criminología positivis-
ta impulsados, en el caso argentino, desde un Estado en busca de su institucionali-
dad.6 Esta tensión se presenta de manera evidente en este caso de homicidio múlti-
ple, con el que la sociedad se vio conmocionada al ponerse en cuestión uno de los
fundamentos de su trama social: el vínculo fraterno.

5 El expediente judicial fue recuperado en 2004 y digitalizado recientemente. Así, la reconstrucción de

esta historia se demoró un par de años por la imposibilidad de consultar el expediente penal que se
encontraba “extraviado” y fue recuperado, luego de una pesquisa detectivesca por la Directora del Archi-
vo Histórico-Judicial de La Plata, María del Carmen Helguera. A ella, al igual que a sus colegas del archi-
vo, mi más sincero agradecimiento.
6 CAIMARI, Lila Apenas…, cit.; RUIBAL, Beatriz Ideología del Control Social. Buenos Aires, 1880-1920,

CEAL, Buenos Aires, 1993 [la autora consignaba, en su borrador, citas de trabajos de Sarlo, Saitta, Terán
y Zimmerman, N. del E.].
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228 Justicias y Fronteras

Los Banks: itinerarios de una familia irlandesa


en el sur de Buenos Aires

“Acaso sea cierto que lo ominoso sea lo familiar-


entrañable que ha experimentado una represión y
retorna desde ella”.
Freud, 1919

Una reconstrucción “tradicional” de la historia familiar puede ayudarnos a comen-


zar a desvelar este entramado de juegos discursivos institucionales y sociales que
veían en este caso emblemático los riesgos de destrucción de los pilares de la socie-
dad burguesa: la familia, los vínculos fraternos y la propiedad privada.
Mathew Banks, padre y fundador del linaje en Argentina, había nacido en
Dublin, Irlanda, en 1845; era hijo de campesinos irlandeses, Michel Banks y Ana
Ward. Su arribo a la Argentina está registrado, a partir de las listas de pasajeros, en
1862. Una vez en estas tierras y según las actas de matrimonio y nacimiento de los
hijos se radicó en Chascomús como pastor de ovejas. A los veintitrés años se casó con
Ana Keena, de veintinueve años e hija de Dionisio Keena y Catalina Gibson, todos
irlandeses de origen. Los testigos del casamiento, hermanos de Ana, Timoteo de
treinta y seis años y Juan de cuarenta, permiten inducir que la familia materna esta-
ba radicada desde hacía tiempo en Argentina7 y que Mathew construyó sus redes a
partir de la familia de su esposa. Las primeras referencias sobre la radicación de su
propia familia aparecen años después con el nacimiento de los hijos menores, así, su
hermana María (que llegó en 1868)8 de veintitrés años fue madrina de Catalina. Pos-
teriormente, se radicó su madre Ana Ward, quien vivió hasta su muerte en 1901 junto
a su hijo.9 Sus siete hijos: María Ana, Dionisio (el primogénito), Miguel, Mateo,
Pedro, Catalina y Brígida nacieron en Chascomús entre 1868 y 1879.10
La historia de la conformación del patrimonio de los Banks, cuyos detalles ape-
nas conocemos, se demoró varias décadas. En 1897, cuando el padre contaba más de
cincuenta años y sus hijos eran ya adultos, Dionisio tenía treinta años y Miguel vein-
tiocho,11 se radicaron en el partido de Azul, donde se transformaron –como empre-
sa familiar– en arrendatarios de una parcela de doscientas hectáreas de una gran

7 Según las listas de pasajeros de origen irlandés la familia Keena se había instalado en Argentina

desde los años 1840s. Ana junto a otros hermanos llegaron con posterioridad, a fines de los años 1850s.
Passanger lists of Irish inmigrants in Argentina [en línea] http://www.irishgenealogy.com.ar
8 Según los datos de Passanger lists of Irish inmigrants in Argentina (1822-1889).
9 Actas de Matrimonio y Nacimiento de los hijos adjuntadas a los expedientes de la sucesión, Juzgado

de Primera Instancia en lo civil y comercial, Departamento sudoeste de la Provincia de Buenos Aires,


libro 1, f. 242, año 1922, exp. 1423 (tres cuerpos).
10 Pedro murió en 1911, Catalina volvió a Irlanda para casarse, Brígida murió en 1911.
11 En otros trabajo hemos analizado la relación entre acumulación de la familia y edad de los hijos [la

autora refería a un trabajo suyo del año 2004, N. del E.].


Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 229

“El orden moral amenazado” 229

estancia irlandesa perteneciente a la familia Mc Cracken y Moon. Posteriormente, en


1899 adquirieron una fracción de 340 hectáreas que denominaron “El Trébol” y que
fueron ampliando bajo el liderazgo de Dionisio y Miguel a través de la compra de
ganado y del alquiler de nuevas tierras en la señalada estancia.
Entre 1908 y 1909 se produjo la primera “crisis” de sucesión con la muerte de
los padres. La explotación, compuesta por tierras en propiedad y arriendo que
sumaban 1.600 hectáreas y más de 5 mil animales entre vacunos, lanares y yeguari-
zos, fue dejada en condominio.12 Pero como era habitual entre las familias propieta-
rias, la sucesión del liderazgo ya se había producido, Dionisio –el primogénito
varón– y Miguel –el segundo varón en rango de nacimiento– fueron los beneficia-
rios de la decisión paterna y por tanto “guardianes” del destino familiar. En efecto,
la muerte de los padres no significó grandes cambios en el destino del patrimonio
familiar y en la distribución de los roles, sino una cristalización de una construcción
subjetiva cuyas tensiones no resueltas eclosionarían unos años después. No debe
olvidarse que para una familia de origen irlandés tradicional, y los Banks muestran
indicios de que lo eran, la comunidad de hermanos debía aceptar las decisiones de
quienes lideraban la familia. Este imperativo moral no se relacionaba únicamente
con las decisiones referentes al patrimonio sino también con las formas de vida que
podían elegirse.
Tres de los hijos no continuaron en la explotación: Pedro (que murió en 1911) y
Catalina se fueron a vivir a Buenos Aires; Brígida –la menor– fue enviada a Irlanda
para casarse y murió días después de su boda en 1911. María quedó soltera junto a
sus hermanos en la casa familiar.
Dionisio y Miguel, en cambio, recurrieron a un matrimonio tardío y bajo las for-
mas tradicionales, ambos desposaron jóvenes irlandesas vinculadas con la familia.
Dionisio se casó en 1907 a los treinta y cuatro años con una joven irlandesa, Sara
Kearney Keena, de veintiséis años, prima hermana de la familia y que vivía en Bue-
nos Aires cuyo padre –según el acta de matrimonio– era propietario y rentista. Se
establecieron en una rústica casa que construyeron en la explotación arrendada,
denominada la “Buena Suerte”. Tuvieron tres hijas: Cecilia (1908), Sara (1910) y Ana
(1917). Poco después del nacimiento de Ana, Sara fue internada por insania en el
Hospital Melchor Romero de Buenos Aires. Una carta de Sara enviada durante el
juicio –que sin duda debe ser leída en clave de estrategia de la defensa– constituye
un indicio de los conflictivos vínculos familiares, ya que ésta acusaba a su marido

12 Por estos años los descendientes de la familia Mc Craken se radicaron en Inglaterra y unos de los

principales arrendadores de su estancia fueron los Banks, quienes en el último contrato que firmaron en
1921, antes de la muerte de toda la familia, arrendaban 1.360 hectáreas, de las cuales subarrendaban a un
vecino, Natalio Quatroccio, más de quinientas.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 230

230 Justicias y Fronteras

de abandonarla y recluirla a causa del poder de su hermano Miguel, y señalaba que


Mateo era el único que podía salvarla y protegerla.13
El segundo hermano, Miguel, siguió fielmente los pasos del primogénito: unos
años después que él desposó a Julia Dillon, con quien no tuvo hijos. El matrimonio
vivía a pocas hectáreas de su hermano mayor, en el campo lindero propiedad de la
familia, “El Trébol”. Miguel y Dionisio continuaron al frente de la explotación incre-
mentando las inversiones del grupo y manteniendo un estilo de vida muy austero,
como puede verificarse en los sucesivos inventarios realizados que describen minu-
ciosamente los bienes inmuebles y muebles que poseían. Mateo, en cambio, tuvo
una limitada participación en las decisiones de esta empresa familiar. Es más, poco
antes del asesinato de sus hermanos debió vender su parte del condominio a la
sociedad familiar (118 hectáreas).

Mateo
Mateo, el tercer varón en rango de nacimiento, muy pronto abandonó el grupo fami-
liar. Dicho en términos de un historiador de la familia, podría pensarse que su exclu-
sión del liderazgo familiar lo hizo alejarse de su familia y tentar suerte como gana-
dero y comerciante en la provincia de San Luis, experiencia vital que llevó a Mateo
a alejarse de los mandatos familiares. Una interesante biografía de Mateo fue esbo-
zada en su informe penitenciario, en la cual sorprende el tono casi laudatorio por
sus logros individuales:

“Se sabe que nunca concurrió a la escuela, logrando, empero, cierto grado
de instrucción elemental gracias a los conocimientos que le impartiera su
madre durante la infancia. Desde temprano comienza a trabajar en faenas
rurales ayudando a los suyos. A los 19 años se separa del núcleo familiar y
desenvuelve su vida de trabajo en zonas alejadas del hogar. Es así que se
contrata en una estancia ubicada en la Provincia de San Luis progresando
rápidamente hasta llegar a ser apoderado del dueño, atendiendo así, la
administración de algunos establecimientos de campo que aquel poseía.
Por cuenta propia y ajena habría realizado, también, diversas operaciones
de venta de ganado. Más tarde, por razones que no han podido acreditar-

13 En la publicación se menciona esta carta como parte del relato del juicio y da cuenta de la fuerte pre-

sencia pública: “Se procedió enseguida a dar lectura de una carta dirigida por la insana esposa de Dioni-
sio Banks a Mateo Banks, carta que le fue dirigida a éste después del crimen”. Esta carta fue leída por el
traductor de Tribunales. La lectura de ella conmovió al público y al procesado. Proceso a M. Banks, cit.,
p. 115. Se trata de dos cartas, una escrita en pésimo español y otra dirigida a su marido, la letra y la forma
en que está escrita da cuenta de una persona con desórdenes y que, además, no acepta la muerte de sus
familiares. La carta de Sara no tuvo amplio peso en la toma de decisiones.
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“El orden moral amenazado” 231

se (y que el recluso atribuye a quebrantos de salud) vuelve a la Provincia


de Buenos Aires, luego de una ausencia de 13 años…”.14

A diferencia de sus hermanos, que tuvieron matrimonios tardíos y con irlande-


sas, se casó con Máxima Gainza, hija de vascos, con quien tuvo siete hijos de los cua-
les murieron tres. En 1903 nació su primer hijo, Mateo, en San Luis y al año siguien-
te se instaló en el pueblo de Azul donde nacieron Jorge Alberto (1904), Pepa Ana
(1908) y Pedro (1914). En esos años compró un elegante inmueble en el centro del
pueblo, reflejo de la elección de una forma de vida diferente a la de sus hermanos
que continuaron residiendo en el campo.
El conflicto por el liderazgo debió ser una de las razones por las que Mateo se
independizó poco después de la muerte del padre, dedicándose en su propia parce-
la a la cría de ganado. Paralelamente desarrolló actividades comerciales (era repre-
sentante de la firma de automóviles Studebaker, en un período de rápida expansión
del mercado) y, principalmente, desarrolló una activa vida pública. Mateo presenta-
ba el perfil de un notable de pueblo a principios del siglo XX, representaba de mane-
ra emblemática los valores de la pequeña burguesía local. Y, a través de su activa
participación pública, logró una rápida integración y reconocimiento social, que iba
más allá de su real poder económico. Fue un importante militante católico con vin-
culaciones estrechas con la Iglesia de Azul, presidente de la Liga Católica, dirigente
del Partido Conservador, miembro del Consejo Escolar, del Jockey Club de Azul, etc.

Lo fraternal colapsado
Las tensiones y desavenencias entre Mateo y sus hermanos fueron el argumento, la
verdad construida y aceptada, sobre la que tanto la Justicia como la sociedad local
centraron sus explicaciones y fundamentos para culpabilizar y transformar a Banks
en el chivo expiatorio de una sociedad que veía en el fratricidio uno de los principa-
les pecados sociales.
Desde la Psicología estos vínculos son pensados como sustanciales a la institu-
ción social. Es en la lógica del origen común que se funda la identidad fraterna, sóli-
damente adherida a la estructura del parentesco.15 Cuando lo fraterno ocupa un
lugar central en la cultura familiar, la idea de hermanamiento atraviesa por la posi-
tiva o por la negativa al conjunto de vínculos de la familia. Por ello, en situaciones
de conflicto abierto o de tragedia, como en este caso, el hermano puede ser arrojado
al lugar de lo no familiar.16 Los vínculos de poder entre hermanos se redefinen a la
hora de la muerte de los padres, pero en muchas familias no se produce la segunda

14Cuerpo 9, causa núm. 4444, Cámara tercera, Solicitud de libertad condicional, f. 4.


15BERLFEIN, Elena; GOMEL, Silvia y STERNBACH, Susana Entre hermanos, sentido y efectos del víncu-
lo fraterno, Lugar, Buenos Aires, 2003, pp. 170-171.
16 BERLFEIN, Elena; GOMEL, Silvia y STERNBACH, Susana Entre hermanos…, cit., p. 171.
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232 Justicias y Fronteras

“muerte” que se relaciona con el orden de las instituciones. Por ello, aquel que busca
diferenciarse y que por condiciones o necesidades quiebra el supuesto equilibrio
puede ser considerado como desleal al conjunto. “Dar a cada quien lo suyo, es tam-
bién dar a cada uno su lugar”.
Esta cuestión de los vínculos fraternos violentados va delimitándose y apare-
ciendo con mayor definición a medida que la indagatoria judicial avanzaba. De las
declaraciones de los testigos, los vecinos más allegados y los peones que trabajaban
con la familia, puede entreverse –más allá de un estilo retórico propio de hombres
de campo y del tratamiento hacia los superiores en el medio rural– la reticencia a
hablar de los conflictos entre los hermanos, limitándose a escuetas negativas de falta
de conocimiento. Pero transcurridos los días de producidos los homicidios y luego
de la reconstrucción de las actuaciones relacionadas con las actividades comerciales
y crediticias de Mateo, la hipótesis del enfrentamiento ente los hermanos por las
conductas fraudulentas de Mateo se incorporó como verdad (más allá de las prue-
bas que aparecen en el expediente y por las que nunca fue condenado). Se impuso,
así, cada vez con mayor convicción, para jueces y ciudadanos, que el pecado de la
codicia había sido la razón del fratricidio. La verdad “jurídica” consignaba a los
hechos no como un acto de locura criminal sino como la más desmedida especula-
ción, frialdad y cálculo económico. Este discurso comenzó a oficializarse entre los
testigos, aunque mantuvieron siempre un recato al menos retórico al referirse a la
figura de Banks. En fin, dicho en otras palabras, la configuración del propio discur-
so judicial enmarcó y (fue enmarcado por) la opinión de la sociedad.
Por ello, el juez-guía nos muestra a lo largo del expediente judicial las sucesi-
vas pruebas de esta hipótesis: las cuatro y diferentes declaraciones del acusado,17 las
declaraciones de los testigos y las pericias, principalmente la psiquiátrica, que
ayuda a solventar el estereotipo psicológico que explica los crímenes.

La justicia y la “metamorfosis” de Mateo Banks


En el primer perfil “psicológico” se describía al acusado como:

“…un hombre alto grueso y fuerte de buen color. Tiene un completo domi-
nio sobre sí mismo casi una apariencia serena, sin afectación y demuestra
tener poco más de cincuenta años. Se ve inmediatamente que es un hom-

17 Mateo Banks realizó cuatro declaraciones: en la primera de ellas culpó a los peones por el asesinato

y se presentó como vengador de su familia; en la segunda, se declaró instigador del crimen, habiendo
pagado a los peones para que ultimaran a su familia y, ante la extorsión de éstos luego de cometido el
asesinato, los mató. Durante la tercera declaración realizó confesión plena y en la cuarta, a instancias de
la defensa, planteó la retracción completa de sus declaraciones anteriores, alegando que le fueron arran-
cadas por presión. Estrategia decidida seguramente por su abogado defensor quien, conocedor del expe-
diente, debió encontrarse con las sugestivas notas del Juez del crimen de Azul, felicitando el apoyo y los
métodos de la policía de investigación de La Plata.
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“El orden moral amenazado” 233

bre de campo, con la caracterización típica de su origen británico. Reposa-


do en sus movimientos, viste correctamente como cuadra a un hombre de
posición holgada. Su aspecto impresiona bien y al contemplarlo nadie
puede imaginar que pueda pesar sobre él una condena de asesinato múlti-
ple. Su mirada es tranquila, sin altanería y sin inquietud”.18

Estas definiciones cambian abruptamente con la pericia psiquiátrica realizada


en el Hospital General de la Provincia de Buenos Aires Melchor Romero; luego de
la internación del acusado durante varias semanas para estudiar un caso sin prece-
dentes, se señalaba en un cuidado lenguaje médico:

“…[que] del análisis, en la apreciación y en el cálculo exacto del estado de


su actividad cerebral, por encima de todo hemos tenido en cuenta un hecho
trascendental, que sugiere reflexiones capaces de perturbar el espíritu sere-
no y que lógicamente conmovieron el cimiento moral de la sociedad huma-
na. Era inadmisible concebir que un representante calificado del género
humano pudiera cometer la acción monstruosa que se le imputa, pero
como nuestra misión abarca puramente el campo de la Medicina, hasta lle-
gar a sus límites con la justicia, debimos dejar de lado todas esas influen-
cias y limitarnos simplemente a establecer si Mateo Banks padece alguna
enfermedad orgánica infecciosa o constitucional que alterara el equilibrio
de su actividad mental.
Mateo Banks, un fino exponente de una raza vigorosa, con su altura su cor-
pulencia, su complexión y su salud […] no hemos hallado factores de nin-
guna especie en el examen físico, somático y psíquico […] si pasamos el
dintel de la medicina, llegamos al campo de la psicología, donde vemos
aparecer los contornos y los relieves de su figura moral expresados en
todos los aspectos de su vida, en su lenguaje, en su conducta y en todos sus
actos. En el manejo de todas sus expresiones psicológicas, M B ha marcado
el exponente más alto de la habilidad y de la destreza y en nuestra opinión,
como en la de todos los que han tenido la oportunidad de conocer a este
sujeto, Mateo Banks representa el tipo más acabado de simulación y de la
disimulación, en este sentido un verdadero arquetipo”.19

Estos argumentos fueron retomados y ampliados, obviamente, en el alegato del


fiscal. Así, la idea de arquetipo se vio complementada con la de fría premeditación,
antesala de la acción monstruosa.

18 ECHAGÜE, J. N. Folleto…, cit., p. 6.


19 Cuerpo 2, ff. 814-817.
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234 Justicias y Fronteras

“Tanta maldad para apoderarse de unos cientos de pesos, podía ejecutarla


un monstruo. La sociedad ha sido ultrajada por el más grande de los crimi-
nales, gran simulador, y gran disimulador, como lo calificaron los médicos.
La alarma que ha producido en la misma ha sido inmensa, el daño ocasio-
nado, sustrayendo ocho personas buenas y útiles, es irreparable; y si la ley
no hiciera sentir todo su peso por medio de una pena severa y ejemplar,
ello podría dar margen a la repetición de hechos vandálicos del de la natu-
raleza que nos ocupa.
Mateo Banks había concebido la idea de apoderarse de las haciendas de sus
hermanos desde un tiempo […] antes de asesinarlos. Comenzó falsificán-
doles las firmas en documentos por los cuales aparecían las transferencias
a su favor de los animales de la sociedad ‘Banks Hermanos’. Luego empe-
zó a poner en práctica sucesivamente todos los medios que debían condu-
cirle a ese resultado, aún a costa de la vida de ellos”.20

El argumento final: el orden moral amenazado

Lo moral se coloca en el centro de los argumentos al momento de los alegatos del


fiscal y del defensor. Las estrategias de la acusación del fiscal, por ejemplo, daban
igual peso a los elementos probatorios (“la pruebas” en el sentido positivo del tér-
mino) que a los rasgos morales del acusado “la conducta moral del procesado, en
sus operaciones bancarias deja mucho que desear [...] la forma en que mintió su
declaración de bienes denunciando como suyas tierras que eran de sus hermanos
retratan en parte la faz moral del reo”.21 Asimismo, en la parte final de la acusación
se señalaba: “En nombre de la sociedad y de la ley, contra el más grande de los cri-
minales que llevado del simple lucro, con odios y sin ellos, tras una larga premedi-
tación a traición con cobardía sacrifica sus hermanos y sobrinos a quienes engaña
demostrándoles ser un hombre cariñoso y con religión cristiana”. Una vez más, apa-
recía una doble argumentación: sus actos eran monstruosos en cuanto había come-
tido asesinato siendo un hombre de buena familia (que no condecía con la imagen
de un criminal) que mintió y defraudó a un mismo tiempo a su familia y a la socie-
dad que lo reconocía, violando así dos principios pilares y fundantes de la socie-
dad argentina de fines del siglo XIX: la moral familiar y la propiedad privada. Estos
argumentos se referenciaban en el pensamiento jurídico de la época; Carlos Rébo-
ra22 un destacado jurista de los años 1920s., a quien es probable que el fiscal hubie-
ra leído, consideraba que debían ubicarse en el mismo orden legal el daño moral y

20
Cuerpo 4, ff. 841-842.
21
ECHAGÜE, J. N. Folleto…, cit., p. 71, f. 570.
22 Carlos Rébora era un jurista de gran reconocimiento. Durante esos años se desempeñaba como

Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.


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“El orden moral amenazado” 235

material a la familia: “Las disposiciones legales que obligan a los autores de los
hechos dañosos a reparar el prejuicio producido por su culpa, no se limitan a las
cosas materiales, comprenden además, y protegen lo que concierne la dignidad
moral de la familia”.23 Entendiendo por dignidad e interés moral lo relacionado con
los derechos de la familia legítima, con el honor de un hombre honrado o con las
injurias recibidas por el padre de familia por los posibles comportamientos de sus
hijos, nueras, yernos o nietos.
El abogado defensor, por su parte, fundó su defensa en el intento de contrarres-
tar la imagen demonizada de Mateo Banks y aludiendo denuncias por apremios y
presión de la opinión pública sobre el Juez y el Fiscal. Banks, a diferencia de lo que
sostenía la opinión pública, era buen hijo, trabajador y cristiano.

“Mi defendido, señor Presidente de muy joven se contrajo al trabajo espe-


cializándose en las tareas rurales siguiendo así el ejemplo de sus progeni-
tores. Después de soportar los embates de fortuna que traen consigo estas
tareas y obtenido empeñosamente un relativo bienestar en San Luis, se
trasladó a Azul. Formó un hogar responsable alcanzando en la sociedad
innumerables simpatías por sus indudables dotes de caballero Y, querien-
do asimismo minimizar el conflicto familiar, agregaba las condiciones de
familia y comerciales de mi defendido con sus hermanos eran cordiales por
los cuales, estos siempre le pedían consejos y tenían la mayor confianza y
consideración. Esto lo afirman, los numerosos testigos quiénes pregunta-
dos sobre el concepto manifiestan que tiene al acusado como una persona
de bien…”.

Hacia el final del proceso, cuando la condena era un hecho compartido, la cró-
nica local retomaba y ampliaba esta cadena de argumentos que culminaban en la
traición a los valores de la familia:

“Banks es una víctima del lujo, del juego y la haraganería, más que un simu-
lador es un inconsciente peligroso que ha perdido toda noción de la digni-
dad humana. Mateo Banks ha sido clasificado por alguien como el tipo de
criminal nato, pero no responde a las teorías lombrosionas, sigue diciendo
el informe, su cráneo perfectamente conformado y su rostro que parece
reflejar bondad, oculta los verdaderos sentimientos ‘pervertidos’ de este
Bon Viveur [...] que recurrió a la falsedad y a la estafa a sus hermanos para
sostener su estilo de vida [...] Estas fueron las bolsas de oxígeno que prolon-
garon su vida social, cuando se encontró en la calle el hombre se trastornó

23 Probablemente se trate de un artículo que Juan Carlos Rébora publicó en la Revista de Ciencias Jurí-

dicas y Sociales, Año II, núm. 8, Buenos Aires, 1924 [N. del E.].
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236 Justicias y Fronteras

[...] la cárcel lo esperaba, sus hermanos lo iban a denunciar, los Bancos lo


iban a procesar. Amaba el juego y resolvió jugar el todo por el todo [...] Era
bien conceptuado y respetado por la sociedad y su palabra honrada no sería
puesta en duda [...] él pasaría por el vengador de su familia y por ser un
miembro caracterizado de la sociedad, la misma sociedad trataría de salvar-
lo [...] A pesar de lo que dice su defensor no era un hombre dedicado a su
campo, figuraba como tal pero los hacendados eran sus hermanos, aquí en
Azul liquidó su heredad vivió como un rico, y no lo era...”.

De esta primera lectura de las diversas fuentes judiciales se desprende que, a lo


largo del proceso, Mateo Banks fue objeto de definiciones y redefiniciones hasta ser
identificado plenamente con el estereotipo del simulador. Ello significa que sus
actos criminales no fueron atribuidos a una acción pasional, lo cual impedía su
defensa sobre la base del viejo principio fundante del Derecho Penal del siglo XIX,24
acerca de la inexistencia de delito si la persona actuaba en estado de demencia.
Mateo Banks fue categorizado como un “monstruo humano” que, siguiendo
nuevamente a Foucault, es una categoría social y jurídica que se redefinió a partir
del siglo XVIII y que refiere a la idea de lo monstruoso o anormal en el campo jurí-
dico-biológico. El monstruo aparece como un fenómeno a la vez extremo y raro. Es
el límite, el punto de derrumbe de la ley, al mismo tiempo la excepción, que sólo se
encuentra en casos extremos. El monstruo combina lo imposible y lo prohibido y,
desde allí, se define la normalidad que absorbe parte de esta animalidad. Pero el
monstruo se articula con otra representación: la del individuo a corregir; el primero
se caracteriza por su rareza, el segundo, es más corriente.25

Fuentes, verdades jurídica e histórica. Algunas reflexiones finales

“Hacen que odie las cosas que son verosímiles cuan-


do me las presentan como si fuesen infalibles. En
cambio me gustan esas palabras que disminuyen y
moderan la temeridad de nuestras proposicio-
nes…”.
M. de Montaigne26

Si bien la historia puede ser sugestiva y atraparnos en sus múltiples detalles, cree-
mos que es de importancia reflexionar, para finalizar, acerca del “uso” de las diver-

24 FOUCAULT, Michel Los anormales, Curso en el Collège de France (1974-1975), FCE, Buenos Aires,

2000, p. 36.
25 FOUCAULT, Michel Los anormales, cit., p. 61.
26 M. de Montaigne, Essais, citado por GINZBURG, Carlo “Pruebas y posibilidades. Comentario al

margen del libro El regreso de Martín Guerre, de Natalie Zemon Daves”, en Tentativas, Prohistoria Edicio-
nes, Rosario, 2004, p. 157.
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sas fuentes que nos permitieron la recreación del proceso. Ellas devienen en un
espacio inexorable de reflexión, puesto que desde ellas se configuraron las represen-
taciones sociales y jurídicas sobre la base de las cuales fue juzgado Mateo Banks y
luego construido su mito. El personaje fue mutando en sus definiciones y categori-
zaciones; a medida que era culpabilizado su perfil fue adaptado a las categorías
delictuales desde la cuales fue condenado. Así, de notable de pueblo, respetado por
buen padre y buen católico, terminó simbolizando la sierpe humana, esa culebra
maléfica que representaba los temores bíblicos, los límites y los fantasmas colectivos
de esta sociedad de principios de siglo. Visiones compartidas que lógicamente atra-
vesaban los discursos y las acciones de los funcionarios (policiales y judiciales), de
los cronistas y periodistas, autores de las tres fuentes principales desde las cuales
hemos mirado el suceso y que no pueden, por cierto, ser analizadas separadamen-
te. Los expedientes judiciales, los periódicos y el folleto publicado en la época por
un cronista local –que articulaba el mundo judicial y el periodístico– dan cuenta de
un continuum interpretativo que juzga y condena desde una manifiesta tensión entre
fundamentos morales y fundamentos científicos. Desde todos ellos se fue constru-
yendo una verdad social que muestra, a su vez, la retroalimentación de una cultura
jurídica letrada y plagada de tecnicismos y su “vulgarización” a través del consumo
de parte de la sociedad, desde la crónica periodística.
Revisemos los aportes que presentan los expedientes judiciales consultados (de
la parte civil y penal, conformados por siete cuerpos el primero y por nueve, el
segundo) a la construcción de estas verdades; en primer lugar dan cuenta de la con-
tinuidad de una trama judicial que vincula, estrechamente, en este caso, lo civil y lo
penal.27 Estos expedientes preservaron información diversa sobre la vida del “reo“,
que se prolongó varias décadas después de su enjuiciamiento y prisión. En el expe-
diente civil, se sucede desde la rutina judicial una serie de actos que refiere a las for-
mas de administración de un patrimonio que se extinguió en los años en que la
única descendiente con vida de la familia alcanzó la mayoría de edad. Este proceso,
menos espectacular que el penal, da cuenta de otras verdades que buscaron mante-
nerse ocultas, relacionadas con lo material y con las manipulaciones de las cuales

27 Hasta tal punto se encontraban vinculadas ambas jurisdicciones que, antes de la sustanciación del

juicio, el fiscal Horacio Segovia, a su vez Juez en la causa civil, elevó al Juez en lo penal Illescas una soli-
citud para alejarse en su papel de fiscal, por considerar incompatible y violatorio del Código de Procedi-
mientos en lo civil , desempeñar ambos cargos. El juez Illescas, luego de varias negativas, pidió resolu-
ción a la Corte Suprema de La Plata y luego de apercibimiento y multa de $400 por entorpecer a la Justi-
cia, el fiscal Segovia se vio obligado a continuar con la causa. Dictaminó el juez Illescas: “Que las peticio-
nes del Sr. Fiscal obstruyen el curso regular de la justicia produciendo dilaciones en daño de la parte
inculpada, no obstante la terminante disposición del Código de procedimientos, art 37 , Penal, y por otra
parte la inusitada tenacidad del Sr. Agente Fiscal en no querer recibir la causa para producir dictamen,
importa falta contra la autoridad del infrascripto indisculpable en el representante de la sociedad , justa-
mente interesada en la pronta resolución de esta causa que tan hondamente la ha conmocionado”. Cuer-
po 3, ff. 835-837.
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238 Justicias y Fronteras

fue objeto el patrimonio familiar y con un juicio civil realizado en 1925 por el cual,
de manera vergonzante, los descendientes de Mateo Banks buscaron superar su
estigma a partir del acto civil de cambiar el nombre de la familia.
El expediente penal, por su parte, puede dividirse en dos grandes momentos:
el del juicio oral realizado en el pueblo de Azul, seguido y acompañado por la pren-
sa y la ciudadanía, y un segundo momento en el que luego de la apelación de la sen-
tencia,28 la Corte Suprema de La Plata declaró la nulidad del juicio y se inició un
nuevo proceso que culminó en 1924.29
En el primer juicio, a través de las declaraciones y solicitudes del juez Illescas,
pueden entreverse las dificultades de llevar adelante en términos materiales y pro-
fesionales el enjuiciamiento de Banks (se suceden las solicitudes y reclamos del
envío de peritos y profesionales que colaboren con la investigación a la Cámara de
La Plata). También puede entreverse la tensión entre unos funcionarios judiciales
que no podían alcanzar su íntima convicción, únicamente desde los argumentos
científicos, las pruebas y las pericias y la excepcionalidad de un caso que desabor-
daba las posibilidades de la institución judicial en un pequeño pueblo de la provin-
cia de Buenos Aires.
A esto se sumaba la excepcionalidad, ideológica, por utilizar un término actual,
de un caso que se alejaba de la rutina criminal. Mateo Banks no era, para los pará-
metros de la época, un delincuente común, cuyo accionar pudiera explicarse y hasta
justificarse desde unos argumentos científicos (su tipología, su raza, su habitat
social, sus vínculos familiares, etc.; las pericias e informes no alcanzaban para expli-
car su accionar).30 Tal vez por ello, en el juicio oral la condena a Banks se fundó en
argumentos que entremezclaban eclécticamente la criminología positivista con la
condena moral, asimilando por momentos culpa con pecado. Banks representaba la
amenaza de quiebre del sagrado orden social y moral a partir de la ruptura de uno
de sus principales fundamentos: el vínculo fraterno.
Empero, esta mirada centrada en el cuestionamiento moral, elegida por convic-
ción (o impuesta desde fuera) de los funcionarios judiciales, debió generar contra-
dicciones y pujas de intereses en el interior de la propia institución. El temor a una

28 La apelación estaba fundada en el principio de inconstitucionalidad y inaplicabilidad de la ley (artí-

culo 173 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires, la ley del 21 de julio de 1914), así como en
errores de procedimientos, relacionados con: la no convocatoria a testigos solicitados por la defensa, por
haberse permitido la lectura del peritaje recusado por la defensa y por la falta de pruebas del envenena-
miento y defraudación la Corte Suprema de La Plata.
29 La documentación relacionada con la decisión de la Corte Suprema de La Plata, la votación y fun-

damentos pueden consultarse en el cuerpo 6, causa, 17619, caratulada “Banks Mateo por Homicidio y
otros delitos en el Partido de Azul”.
30 Respecto de las biografías carcelarias y los diversos principios desde las cuales eran elaboradas,

puede consultarse CAIMARI, Lila Apenas…, cit., cap. 4.


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justicia excesivamente “popular” y atravesada por fuertes presiones ciudadanas


debió estar en el espíritu de la reacción prudente de anular lo actuado. En Azul, la
sociedad civil fue protagonista activa en demasía, entró en competencia con los
actores policiales y judiciales. Esto debió atemorizar a los más profesionalizados jue-
ces platenses, que aceptaron en un dictamen sin precedentes anular lo actuado en el
juicio oral, modalidad que, por otra parte, despertaba fuertes reticencias en el medio
jurídico.
Tal vez, estas razones pueden ayudar explicar al historiador, que es guiado en
su lectura e interpretación por un fárrago de documentos encriptados, las aparentes
diferencias entre las estrategias y procedimientos del juicio seguido en Azul –más
amable al investigador– y el desarrollado durante el año 1924 en la ciudad de La
Plata. En el primero, la información está a disposición: los procedimientos las inda-
gatorias y declaraciones de los testigos, la acusación fiscal, las intervenciones de la
defensa y del acusado, las cartas familiares, etc. Mientras que en el segundo juicio
sólo puede encontrarse la prueba documental del acto administrativo-judicial, las
solicitudes para realizar nuevamente la investigación, la convocatoria al conjunto de
los testigos, etc., pero nada de lo actuado durante las audiencias está transcripto, la
información se reduce a un lacónico informe acerca de su realización y de las partes
participantes. El desorden informativo del primero se vio reducido a un prolijo y
escueto proceso judicial, que culminó con los fundamentos técnicos de la sentencia
y condena.31
Esta aparente retracción de la Justicia tal vez deba relacionarse con el papel
jugado durante el juicio oral por la abrumadora presencia de los medios periodísti-
cos que, en vinculación estrecha con una activa opinión pública, actuaron sobre el
proceso judicial.
Esta cuestión nos conduce al segundo tipo de fuentes. Los periódicos locales,32
nacionales33 y las revistas sociales –del estilo de Caras y Caretas– de circulación muy

31 La información contenida en el cuerpo 6 del expediente puede resumirse de la siguiente manera: Se

dio por iniciado el acto y el fiscal solicitó que a medida que se leyera la acusación el Presidente interro-
gara al acusado sobre cada uno de los hechos para que expresara si los conocía o no, resolviendo la Pre-
sidencia que se omitiera dicho trámite por oponerse la Defensa. Luego de leerse parte de la causa, inter-
vino la Defensa y luego comenzó el juramento de los testigos. Se sucedieron las declaraciones de unos
treinta testigos, de los que no se transcribió su declaración, y que se prolongó en varias audiencias. Cul-
minó con la declaratoria del Presidente, en la que refería que una vez iniciada la acusación de la fiscalía
nadie podría retirarse de la audiencia. Se concedió la palabra al Fiscal y al Defensor y se reunió el jurado
a deliberar. Y luego (a ff. 1148, 1163) se transcribe el veredicto, y a f. 1165 aparece la condena.
32 Entre los periódicos de Azul que siguieron con detalle el proceso son de destacar El Ciudadano diri-

gido por José Ferreyro; Diario del Pueblo, dirigido por P. Cirigliano y C. Maletta; El Imparcial, dirigido por
José Romeo; La Provincia de F. Llorente y P. Rodríguez Ocón director de La Razón. El primero de ellos es
destacado por los contemporáneos por su profusa información sobre el Juicio Oral.
33 Durante el Juicio Oral en Azul, estuvieron presentes los cronistas de treinta diarios nacionales que

incluían desde La Nación, La Prensa, La razón y Crítica; La Vanguardia, a prensa étnica como Giornale d’Ita-
lia, los medios principales de los pueblos de la provincia de Buenos, así como medios de Córdoba, Rosa-
rio, Santa Fe y Tucumán, La Razón de Montevideo y revistas sociales.
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240 Justicias y Fronteras

extendida en los años 1920s., brindaron (como era común en esos años) un amplísi-
mo espacio a los detalles espeluznantes del fratricidio,34 así como a las posteriores
investigaciones policiales y judiciales. Estas notas coyunturales eran propias de un
tipo de periodismo desarrollado en las primeras décadas del siglo XX que, como ha
sido estudiado recientemente, buscaba dar cuenta de los aspectos marginales y delic-
tuales de una sociedad modernizada, que consumía este tipo de hechos policiales y
aberrantes. Como parte de su identificación moral, los límites entre el periodismo, la
institución policial y la Justicia eran frágiles y ambiguos, y se constituían en ámbitos
de circulación de información. Este tipo de crónicas, en complicidad con el público,
construían estereotipos sociales que se referenciaban en la reconstrucción sensaciona-
lista de hechos violentos y aberrantes. Desde esta reconstrucción competían con la
práctica judicial en cuanto a la valoración psicológica y juzgamiento del criminal.35
Un lugar especial ocupa la crónica de los sucesos realizada por un funcionario
judicial y cronista local, Echagüe. Paralelamente al juzgamiento de Banks, e impac-
tado por lo ocurrido, realizó una magnífica recopilación de información textual de
los juicios, a la que agrega su propia crónica periodística tratando de brindar infor-
mación exhaustiva a la ciudadanía. Su texto parece tener una doble misión: infor-
mar y remarcar el compromiso de la sociedad decente con los valores de la justicia
y el de la institución judicial local (que incluía funcionarios y administrativos) por
llegar a la verdad.

“Tal propósito se ha tratado de conseguir, mediante la recopilación textual,


que reconstruye el proceso, impreso, por así decir, el expediente (con 2000
fojas más o menos) que motiva tan célebre proceso y, que a partir del 19 de
abril de 1923, en que se dio el veredicto de ‘culpable’ para Banks –por la
Cámara de apelación de Azul– constituye una serie no interrumpida y a
cual más emocionante de actos y diligencias judiciales y policiales, que el
lector, a medida que siga el relato de las macabras escenas que se exponen
difícil le será sustraerse a ese estado de ánimo que ejercen tan vandálicos
hechos, posesionándose de una manera que hará imposible suspender su
lectura. Tal la atracción anhelante por conocer de inmediato, hasta el fin, el
tejido de falsedades, coartadas y escaramuzas, urdido por un super criminal
en pugna lucha legal con la justicia [...] ni el decano de los dramas fantás-
ticos, Eugenio Edgar, imaginaron pudiera existir realmente el monstruoso
asesino que ellos crearon como el arquetipo de estupendos crímenes”.36

34 La reproducción de las fotos de las víctimas realizadas durante la autopsia pueden encontrarse en

la mayor parte de los periódicos.


35 CAIMARI, Lila Apenas…, cit. [La autora preveía incluir, además, una cita sobre un trabajo de Saitta,

N. del E.].
36 ECHAGÜE, J. N. Folleto…, cit., p. 2. El destacado me pertenece.
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“El orden moral amenazado” 241

Y, más adelante, remarcaba: “…los cronistas contribuyeron muy eficazmente,


con sus indicaciones al esclarecimiento de los crímenes, suministrando dentro de la
discreción debida indicios y detalles, que la justicia ha debido estimar”.37
En suma, la verdad judicial, aun en tiempos de relativa institucionalización,
competía y se nutría de estas verdades alternativas provenientes del campo perio-
dístico, que se articulaban especularmente con los modelos aceptados por los gru-
pos medios urbanos y por los discursos estatales.
Por último, ¿cómo pensar la recreación histórica frente a esta situación? ¿Cómo
sortear la tentación de ser guiados por la trama judicial? Los dilemas, tensiones y
competencias que se pueden entrever, luego de la lectura y relectura de los textos
señalados, se trasladan a nuestra propia interpretación-explicación; el riesgo de que-
dar atrapados en las diversas tramas discursivas –judicial y periodística– es una de
nuestras principales preocupaciones metodológicas. Esto nos lleva a recuperar y a
hacer nuestros los planteamientos de Ginzburg a propósito de su magnífico posfa-
cio al Retour de Martín Guerre de Natalie Zemon Davies. El autor remarcaba, en ese
magnífico texto, la doble selección que se produce en el análisis, la propia del pro-
cedimiento legal y la realizada por el historiador. Más allá de esta invención, la ten-
sión y contigüidad entre las miradas del historiador y del juez no deben ni pueden
soslayarse. Como señalaba Carlo Ginzburg, el historiador parece estar dirigiendo (o
siendo dirigido) por el juez de la causa y los procesos serían según su entender.
Creemos que uno de los caminos para intentar sortear estas miradas ingenuas
es realizar una lectura de lo judicial desde la clásica y aun muy útil idea de laborato-
rio historiográfico, ya que además de permitirnos recuperar sus propios contextos y
sentidos perdidos, nos ayuda a mirar las representaciones sociales y jurídicas como
mutuamente permeadas. Desde este sendero hemos buscado pensar este caso
excepcional, pero aun estamos muy lejos de aproximarnos a los sentidos auténticos de
las prácticas, como provocativamente planteaba Geertz en su Conocimiento local.38

37
ECHAGÜE, J. N. Folleto…, cit., pp. 106-108.
38
GEERTZ, Clifford Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, Paidós, Barcelona,
1994 [1º ed. en inglés 1983], p. 75.
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