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JUSTICIAS Y FRONTERAS
ESTUDIOS SOBRE HISTORIA DE LA JUSTICIA
EN EL RÍO DE LA PLATA
(SIGLOS XVI-XIX)
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DARÍO G. BARRIERA
-COMPILADOR-
JUSTICIAS Y FRONTERAS
ESTUDIOS SOBRE HISTORIA DE LA JUSTICIA
EN EL RÍO DE LA PLATA
(SIGLOS XVI-XIX)
2009
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 4
242 pp.
ISBN 978-84-8371-830-8
1ª Edición, 2009
ISBN: 978-84-8371-830-8
Índice
Presentación .................................................................................................................................. 7
Darío G. Barriera
6 Justicias y Fronteras
Presentación
El libro que el lector tiene entre sus manos reúne un pequeño grupo de contribucio-
nes al estudio de la administración de justicia en el área rioplatense desde la insta-
lación del rollo en la ciudad de Santa Fe (en 1573) hasta bien entrado el siglo XIX,
cuando las provincias americanas de la Monarquía en el Río de la Plata ya habían
dejado de formar parte de ese cuerpo político, habían sido unidas primero, desuni-
das después, vueltas a unir más tarde y, traspuesto el fuelle de la mitad del siglo, se
encaminaron menos indefectiblemente de lo que se ha supuesto hacia la construc-
ción de un Estado nacional.
Estas aportaciones tienen en común algo más que la convergencia sobre un
tema que con legitimidad puede además adjudicarse al pasado de un territorio –la
historia rioplatense, la historia argentina.
Cuando hace unos pocos años planificábamos la temática sobre la cual giraría
el nodo rioplatense de la Red Columnaria,1 cuando imaginábamos –como siempre
lo hacemos porque es una parte preciosa y precisa de nuestra tarea– qué caracterís-
ticas debía tener el eje que mejor podía ajustarse a una agenda de intereses diversos
sobre el pasado “colonial” rioplatense, pensamos que debíamos hacerlo alrededor
de un observatorio. Esto permitiría que un equipo ya conformado (radicado en la
Universidad Nacional de Rosario)2 continuara indagando sobre un período y un
área (Santa Fe del Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX) pero, al mismo tiempo,
ampliara el marco de colaboraciones con colegas de otras universidades que abor-
daran problemáticas similares o “asimilables” a partir de la construcción de empla-
zamientos de observación equivalentes.
Entonces realizamos una primera convocatoria a colegas de las Universidades
de Buenos Aires, Luján y Entre Ríos (luego se sumarían los de Tandil y La Plata)
1 Red temática de investigación sobre las Monarquías Ibéricas durante los siglos XVI-XVII y XVIII que
articula Universidades y Centros de Investigación de doce países con sede en la Universidad de Murcia
(España), y coordinada por José Javier Ruiz Ibáñez, Gaetano Sabatini y Pedro Cardim.
2 Cuyo origen es el proyecto La administración como fenómeno político: gobierno municipal, actores sociales
y prácticas políticas en una dinámica de larga duración. Santa Fe, 1573-1832, SCYT, UNR, 2003-2005, dirigido
por Griselda B. Tarragó.
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para compartir un proyecto donde, aparte el punto en común del territorio, el diá-
logo pudiera elaborarse a partir del observatorio. Así fue que un conjunto de investi-
gadores con intereses que disciplinarmente están “clasificados” dentro de la histo-
ria jurídica, pero también de la historia del poder político, de las formas de gobier-
no, de la Iglesia, de la familia, de las sociedades rurales, de las rebeliones, de las cos-
tumbres, de la criminalidad, de las fronteras, de las culturas o de las representacio-
nes… coincidimos en que algo sensible y sensato podíamos mostrar utilizando para
nuestras propias miradas el prisma de muchas caras que ofrece al investigador el
observar a su sociedad a través de la administración de la justicia. Es cierto que
Bloch –quizás en términos excesivamente entusiastas– ya lo había dicho (¡y en
1939!): pero cuando la sugerencia es pertinente, no es inicuo para nuestra faena reco-
rrer el trecho que va del dicho al hecho.
Los trabajos aquí reunidos resultaron de una de las actividades realizadas en el
marco de una experiencia de investigación que hemos llevado adelante los miem-
bros del proyecto La administración de la justicia en el área rioplatense: tribunales, jueces,
criminales y justicias desde la colonia al periodo de la organización nacional (Siglos XVI-
XIX) –radicado en la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de
Rosario– y del nodo rioplatense de la Red Columnaria.3 En el marco de esta colabo-
ración, durante los días 10 y 11 de agosto de 2007, se celebró en Rosario, Argentina,
el coloquio de la Red Columnaria Justicias y Fronteras. Jueces, criminales y prácticas
judiciales. La Monarquía Hispánica y el Río de la Plata (Siglos XVII-XIX).4 Allí se discu-
tió casi una veintena de trabajos de los cuales, gracias al entusiasta apoyo de Edi-
tum, podemos hoy publicar esta selección.
Otro punto en común entre estos textos emergió de la puesta en conversación de
nuestros recorridos: la mirada sobre objetos y periodos diversos a partir del dispa-
rador todavía bastante amplio de la administración de la justicia nos permitió desple-
gar nuevas preguntas sobre problemas que parecían tener centralidad en los distin-
tos trabajos: ¿cuánto tuvieron que ver las prácticas judiciales con el equipamiento
material y simbólico del territorio? ¿De qué manera aquellas prácticas dicen y hacen
3 Los integrantes del proyecto, dirigido por Darío G. Barriera (ISHIR-CESOR, CONICET, Argentina) y
co-dirigido por Griselda Tarragó (UNR, ISHIR-CESOR, Argentina) fueron: María Elena Barral (Universi-
dad Nacional de Luján, CONICET), Elisa Caselli (doctorante de la EHESS, Francia), María Angélica
Corva (UNLP, Argentina), Evangelina De los Ríos (UNR, Argentina), María Celeste Forconi (CONICET),
Pablo Fucé (IIPA, Montevideo, Uruguay), Gonzalo Iraolagoitía (UNR, Argentina), Carolina A. Piazzi
(CONICET, Argentina), María Paula Polimene (UNR, Argentina), Griselda Pressel (UER, Argentina),
Irene Rodríguez (UNR, Argentina) y Oscar J. Trujillo (UNLu, Argentina).
4 En la ocasión, la Universidad de Cantabria y la Red Columnaria posibilitaron la presencia en el even-
Presentación 9
Justo a mitad de camino entre aquellos días de agosto de 2007 y éstos en que se
cierra la edición del libro, nos sacudió la noticia del fallecimiento de Blanca Zeberio
(Orieta). Haberla conocido, haber tenido el privilegio de colaborar con ella y de dis-
frutar de su amistad, es quizás el más sensible de los puntos en los que coincide el
camino de quienes hacemos este libro, que ofrecemos en sincero homenaje a su
memoria.
Darío G. Barriera
Rosario, Argentina, diciembre de 2008
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Conjura de mancebos
Justicia, equipamiento político del territorio e identidades
Santa Fe del Río de la Plata, 1580
Darío G. Barriera
Era noche cerrada desde hacía horas, pero la tensión de las conversaciones había
dejado a Catalina en vilo.
Yacía bajo las mantas, los ojos grandes, abiertos de desasosiego, mirando desde
el piso el brillo de la luna que se colaba a través de una ventana pequeña en la pared
de adobe, agujero mal cubierto por un paño rasgado que permitía el paso de la luz
y también del frío húmedo de las noches de invierno junto al río. Su marido y otros
hombres habían estado cabildeando en su casa y ella no supo dejar de imaginar la
derivación de los resultados de sus planes y todos los desenlaces posibles; sobre
todo, y contra su voluntad, había cavilado los peores.
Repentinamente, en medio de esa noche cerrada, sus músculos se contrajeron.
Sobresaltada por los gritos que procedían de las calles, donde se dejaban oír también
trotes, galopes, filos de cuchillas, taconazos y los relinchos de las bestias, sujetó con
fuerza la cobija.
Apenas quebrado el silencio, su hombre, que tampoco dormía, saltó como
encendido. Tenía el facón adherido al antebrazo, como si una parte de su cuerpo se
prolongara en ese filo sucio de metal mal pulido; en el camino, de un manotazo,
sumó un viejo arcabuz a su pertrecho. Ella quedó sola, oyendo los galopes, los dis-
paros, los golpes y los gritos. Sobre todo, los gritos, esos gritos bestiales, crasamen-
te victoriosos: ¡todo es nuestro!, ¡todo es nuestro! ¡Viva el rey! ¡Que viva el rey!
Una conjura –y tal vez también una traición– se perpetraba en nombre de un
monarca para ella lejano y sin rostro, desconocido, ausente, improbable. Se santiguó
tres veces seguidas y se aferró nerviosamente a la manta, hasta caer vencida por el
sueño.
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Introducción
1 El diálogo está construido con base en la declaración de Catalina de Torres ante el alcalde Pedro de
Oliver y el escribano Alonso Fernández Montiel. Archivo General de Indias (en adelante, AGI), Escriba-
nía, I, 873. Existe copia en Biblioteca Nacional, Buenos Aires, Argentina, conservada en la Sección Teso-
ro, Colección Gaspar García Viñas; se cita como BN, GGV, Tomo y número de documento. BN, GGV,
CXXII, 2128.
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2 A título de ejemplo: LASSAGA, Ramón Tradiciones y Recuerdos Históricos, Peuser, Buenos Aires, 1895;
CERVERA, Manuel Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe, UNL, Santa Fe, 1979 [1907], Vol. I, pp. 192
y ss.; ÁLVAREZ, Juan Ensayo sobre la Historia de Santa Fe, Buenos Aires, 1910; BUSANICHE, Julio “Pági-
nas de Historia”, en Nueva Época, Santa Fe, 3 de noviembre de 1923; CABALLERO MARTÍN, Ángel S.
Historia del primer movimiento separatista en el Río de la Plata, Castelví, Santa Fe, 1939; BUSANICHE, José
Carmelo Hombres y hechos de Santa Fe, Santa Fe, 1946, I; ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Los siete jefes: la
primera revolución en el Río de la Plata”, en Obras Completas, UNL, Santa Fe, 1990, IV; LÓPEZ ROSAS,
José Rafael “Cuatro siglos del alzamiento de los Siete jefes”, en El Litoral, Santa Fe, 1 de junio de 1980;
SIERRA, Vicente Historia de la Argentina, Buenos Aires, 1970, T. 2; LAMOTHE, Emilio Alejandro La peque-
ña Historia, Santa Fe, 1987; LIVI, Hebe “La revolución de los siete jefes”, en Revista de la Junta Provincial
de Estudios Históricos de Santa Fe, LV, Santa Fe, 1985, p. 87; ROSA, José María Historia Argentina, Granda,
Buenos Aires, 1970, Tomo I y ROVERANO, Andrés Santa Fe la Vieja, Santa Fe, 1960, 125 pp. La historia
del Padre GUEVARA, José S. J. Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, edición de Pedro de Ánge-
lis prologada por Andrés Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires 1969 [1836], contiene párrafos muy citados
posteriormente, en especial, p. 739. Es interesante el caso de la obrita de GARAY, Blas Compendio elemen-
tal de Historia del Paraguay, Asunción, 1896, cuyo párrafo de la p. 44 –donde relaciona el motín con la ins-
tigación de Abreu– fue suprimido en la edición de su Breve Historia del Paraguay publicada en Madrid en
1897. Entre los trabajos académicos, véase los párrafos escritos por Carlos S. Assadourian en ASSADOU-
RIAN, Carlos S.; BEATO, Guillermo y CHIARAMONTE, José Carlos Argentina. De la Conquista a la Inde-
pendencia, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986 [1972], pp. 37 y ss. y NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La Dis-
puta por la Tierra, Sudamericana, Buenos Aires, 1997. La obra literaria más conocida es la de BOOZ, Mateo
Aquella noche de corpus. Cronicón poemático, Santa Fe, 1942. La rebelión de junio de 1640 en Catalunia fue
inmortalizada también, en una obra literaria, como Corpus de Sangre.
3 La relevancia local del episodio fue materializada por distintos gobiernos de la municipalidad de la
ciudad de Santa Fe dando su nombre a una avenida y a un barrio (Avenida de los Siete Jefes y barrio Siete
Jefes, respectivamente) y en el escudo de armas de la ciudad (creado en 1894): en el mismo, la parte supe-
rior está dominada por la inscripción del año de la rebelión (1580) y la inferior la ocupa el año 1810, for-
mulando así lo que desde el punto de vista de las políticas de la memoria locales constituyen dos “hitos
de libertad”. Para terminar de volver curioso un criterio ya de por sí difícil de desentrañar, bajo el centro
del escudo –y del gorro frigio– se inscriben otras cinco pequeñas cifras que representan otras tantas
fechas –que nada tienen que ver con rebeliones: 1828 (Convención Nacional y Tratado con Brasil), 1831
(Tratado o Pacto del Litoral), 1853 (Congreso Constituyente), 1860 (Convención Reformadora) y 1866
(Convención Reformadora y Reforma sobre los derechos de exportación).
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4 Las obras citadas de Lamothe, Caballero Martín y Julio Busaniche; también MADERO, Eduardo His-
toria del Puerto de Buenos Aires, Buenos Aires, 1892, p. 215. Documentalmente se apoyan en maximizar
cierto párrafo contenido en el acta capitular de la ciudad de Córdoba del 29 de junio de 1580: “Se ha sabi-
do que los vecinos de la ciudad de Santa Fe de la Gobernación del Paraguay se habían rebelado contra la
Corona Real del Rey Don Felipe Nuestro Señor”, CABILDO DE CÓRDOBA, Actas Capitulares, Archivo de
Córdoba, 1974. Sin embargo, Hebe Livi ya había notado que en los bandos de los rebeldes la mención a
“Su Magestad” no cuestionaba el orden monárquico. Así lo entiende también Agustín Zapata Gollán,
quien ubica el problema en el plano de una inquietud por autonomizarse de la pesada carga de las auto-
ridades locales, vinculando esta opresión de Garay y sus allegados con las ambiciones expansionistas de
Abreu sobre el Río de la Plata. Este argumento está apoyado claramente en las declaraciones del rebelde
Diego Ruiz (BN, GGV, CXXII, 2127), que avalan la hipótesis del cambio de jurisdicción pero no de cues-
tionamiento al orden imperial.
5 ASSADOURIAN, Carlos “La conquista...”, en Argentina…, cit., p. 33.
6 BUSANICHE, José Hombres y hechos... cit., pp. 14 y 15. ASSADOURIAN, Carlos “La conquista...”, cit.,
35. El remate de bienes de los cabecillas procesados ofrece algunas pistas que no los presentan justamen-
te como unos miserables desheredados. Cfr. CERVERA, Manuel Historia..., cit., II, pp. 107-110; LIVI, Hebe
“La revolución...”, cit. y ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Los siete jefes”, cit., pp. 59-60. La relación de la
noche de Corpus de 1580 con el proceso y proyecto de ampliación de la jurisdicción tucumana aparece
encuadrada en general como una “causa externa”, siguiendo cierto modelo de historia del derecho. Así
lo apuntan algunos párrafos de las obras de Blas Garay, Juan Álvarez, Cervera, Zapata Gollán, José María
Rosa, Caballero Martín y Busaniche. Sostenía lo contrario el Padre José Guevara. En su Historia del Para-
guay... propone que son los amotinados quienes “...procuraron ganar para sí a su mayor enemigo [de
Garay], Gonzalo Abreu, gobernador de Tucumán, sujeto bullicioso con demasía, que tenía sentimientos
antiguos contra Garay; y le ofrecieron la ciudad, si con gente fomentaba sus intentos: y aunque no cons-
ta la intención de Abreu, se carteaba con los rebeldes, y se dice que escondía su correspondencia.” GUE-
VARA, José S. J. Historia del Paraguay..., cit., p. 739. Lo que el Padre Guevara utiliza con suspicacia es el
material recogido por la Residencia realizada a Abreu; pero su obra evidencia la profunda animadver-
sión que sentía el Jesuita hacia Hernando de Lerma, a quien caracteriza de “sacrílego” y hombre capaz
de maldades inenarrables, pp. 750 y ss.
7 La procedencia de Abreu la tomamos de un comentario de Ruy Díaz de Guzmán vertido en las últi-
mas líneas de Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata (La Argentina), Globus,
Madrid, 1994 [1612], p. 274.
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¿Por qué volver a trabajar sobre este episodio? ¿Qué relación o qué potenciali-
dades tiene el mismo para quienes estamos interesados en comprender las socieda-
des utilizando como puerta de entrada la administración de la justicia?
La “Rebelión de los Siete Jefes” pudo ser estudiada gracias a ciertas felices coin-
cidencias entre los modos que utilizaba la Monarquía para controlar a sus funciona-
rios y el interés de los vasallos más humildes cuya voz no era captada por los regis-
tros judiciales sino en circunstancias como esta. La gran cantidad y calidad de mate-
rial que tenemos para estudiar este fenómeno –que incluye el relato de procesos ora-
les, por ejemplo– nos llega a partir de un particular proceso judicial (un Juicio de
Residencia) incoado en 1580 al gobernador del Tucumán, Gonzalo de Abreu y
Figueroa.
Esta fuente –conjunto de documentos compuesto por declaraciones, testimo-
nios, pesquisas y actas levantadas en diferentes ciudades de la Real Audiencia de
Charcas– permite estudiar una conjura perpetrada en una jurisdicción (Santa Fe del
Paraguay y Río de la Plata) desde un proceso judicial sustanciado en otra (Santiago
del Estero, Gobernación del Tucumán). La circunstancia agrega otro sabroso ingre-
diente, ya que de este modo algunas de las acusaciones (solo cinco) que se convier-
ten en parte del proceso nos permiten leer en el episodio el modo en que algunos
agentes estaban pensando el diseño de las jurisdicciones en las tramas periféricas de
la Monarquía hispánica.
Para este estudio, además de todos los legajos concernientes al Juicio de Resi-
dencia que Hernando de Lerma siguió contra Gonzalo de Abreu, gobernador del
Tucumán entre 1574 y 1580,8 se utilizaron las Actas Capitulares de la ciudad de
Santa Fe,9 relaciones de servicio, poderes, memorias, epistolarios y variados pape-
les de virreyes, adelantados y gobernadores del período.
8 AGI, Escribanía de Cámara, Libro I, 873-0. Existe copia en BN, GGV. Se utilizaron las dos versiones,
confrontadas.
9 Archivo General de la Provincia de Santa Fe. Se cita AGSF-ACSF, Libro y foja.
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ron fundar ciudades que tuvieron estabilidad y que fueron puntos de apoyo para
avanzar sobre otros territorios como las tierras del Chilí y el área tucumana.
En un diagrama de comunicaciones entre las ciudades instaladas por los euro-
peos, la posición de Asunción distaba de ser óptima, por no decir que hasta 1573
estaba completamente aislada: las expediciones que habían rematado en su funda-
ción estaban debilitadas y en realidad se habían detenido allí sin poder llegar al des-
tino buscado, la tierra de la plata. Desde el momento de la fundación, sus pobladores
siguieron enfocados tanto en el tramo que les faltaba remontar para alcanzar el obje-
tivo primero como en volver sobre lo andado y poblar otro que les permitiera hacer
pie en un camino de regreso al Atlántico, lo que podían imaginar allí donde había
estado Sancti Spiritu (1527-32) o el fuerte de Buenos Aires (1536-41).10
Entre tanto, se iban diseñando las grandes figuras administrativas que involu-
craban este lugar como parte de un cuerpo político mayor, el de la Monarquía his-
pánica. Entre 1540 y 1580, año de la rebelión y también de la fundación de la ciudad
de Buenos Aires, la demarcación de las gobernaciones hispanas en Sudamérica
había sido varias veces modificada; también había sufrido modificaciones la rela-
ción que se les asignaba con otras instituciones jurisdiccionales mayores tales como
las Audiencias11 o los virreinatos.12
Durante los primeros años, el panorama parece algo confuso y enmarañado
porque no era infrecuente que las jurisdicciones surgidas de ciertos contratos acor-
dados por el Rey se superpusieran o contradijeran con otras creadas por funciona-
rios de la Monarquía residentes en América que también tenían potestad para hacer-
10
Una manifestación temprana de esta conciencia puede leerse en los relatos de Pero Hernández sobre
la segunda parte de los Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca; véase especialmente “En tierras del
Paraguay”.
11 La primera creada en territorio sudamericano fue la de la Ciudad de los Reyes (Lima), por Real
Cédula (R. C.) de Carlos V dada en Barcelona el 20 de noviembre de 1542 (Recopilación, Ley 5, Tit. XV,
libro II). Asunción nunca tuvo Real Audiencia; por R. C. del 4 de septiembre de 1559, Felipe II creó la Real
Audiencia de La Plata (Charcas) a la cual estuvo sujeta la gobernación rioplatense desde 1563 hasta la
creación de la de Buenos Aires (1661) y nuevamente después del cierre de ésta (1671). Cuando ésta vol-
vió a abrirse en el siglo XVIII (1782-83), Buenos Aires era cabecera del virreinato del Río de la Plata.
Durante el siglo XVI, en Chile existió una con sede en la ciudad de Concepción (1565-1575); la de Santia-
go fue creada a comienzos del siglo siguiente. Hacia el 1580, el tribunal de alzada para las gobernaciones
del Paraguay-Río de la Plata y del Tucumán era la Real Audiencia de Charcas.
12 El Virreinato del Perú fue creado por una R. C. firmada en 1542, el primer virrey fue designado en
marzo de 1543 y su funcionamiento fue efectivo desde el año siguiente. Comprendió en un principio las
gobernaciones de Nueva Castilla y de Nueva Toledo. Luego fueron incorporándose la provincia del
Estrecho, la de Chile de la Nueva Extremadura y la Gobernación del Paraguay-Río de la Plata, creada en
las instrucciones de la capitulación de 1534 entre la Corona y Pedro de Mendoza, a quien había sido con-
cedida. Para una relato pormenorizado acerca de esta secuencia véase NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La
disputa…, cit., caps. I a III.
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lo.13 Pero lo que interesa recuperar de ese proceso es que entre los intereses de la
Corona y sus contratados (los Adelantados) había tanta contradicción como comple-
mentariedad: si bien la primera imponía condiciones y retenía derechos, lo firmado
en las Capitulaciones institucionalizaba una amplia delegación de potestas y auctori-
tas.14 La Monarquía funcionaba bien no a pesar de estas contradicciones sino gracias
a ellas: sin esas amplias facultades –por ejemplo, la de otorgar poder para fundar ciu-
dades pero también el poder de delegar esa potestad a un teniente y éste a otro– la
incorporación a sus dominios de un territorio lejano y desconocido no hubiera sido
posible. En definitiva, la Monarquía ponía en manos de algunos de sus súbditos ins-
trumentos que permitían variar los proyectos conforme se presentaban las oportu-
nidades, y el caso de la búsqueda de diferentes vías para asentar nuevas sedes de la
Monarquía era una de ellas. 15
La frecuente modificación de las divisiones administrativas durante el siglo
XVI se comprende observando la dinámica de los intereses que estaban en juego:
por una parte, existía un diagrama concebido “desde arriba”, facturado por la Coro-
na y expresado en las primeras capitulaciones que dejaba entrever una concepción
latitudinal de las jurisdicciones; por otra, la dinámica territorial de la conquista indi-
caba que las jurisdicciones tenían que consolidar los movimientos de los hombres y
13 Por ejemplo, el caso de la gobernación de Centeno. NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa…, cit.,
p. 57. LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica de la conquista del Tucumán. Documentada en los Archivos de Sevi-
lla y de Lima y en los XXIV volúmenes de publicaciones históricas de la biblioteca del Congreso Argentino edita-
das o envía de editarse bajo la dirección del autor. Precedida de un ensayo sobre los tiempos prehispánicos, Madrid,
1926, Tomo I, p. 158.
14 Esto significa que el rey delegaba en el virrey o en el adelantado (por contrato) no solamente el fun-
damento divino de las capacidades sino también los de la autoridad, atributo que correspondía a la cabe-
za (caput) del cuerpo. Como lo ha explicado convincentemente hace varias décadas Walter Ullmann, este
principio transitaba ya el Antiguo Testamento y es muy probable que la Vulgata lo haya reformulado a
partir de la experiencia jurídica romana, y de este modo influyó de manera amplia sobre toda la cultura
política del Occidente cristiano. No obstante, el dispositivo que hacía funcionar esta delegación sin dema-
siada explicitación es un aspecto del principio de la gracia regia, también de origen bíblico, que subraya-
ba el anclaje divino de su potestas y de su auctoritas pero que le permitía derramarla sin renunciar a ella.
La teoría descendente de la “soberanía” (supremacía) se consolidaba de este modo. “Así como el otorga-
miento de poderes al rey por parte de la divinidad era el ejercicio de la voluntad y el placer de Dios, de
la misma manera era la voluntad y el placer del rey otorgar favores a los demás. Para esta aplicación prác-
tica del punto de vista descendente, el Antiguo Testamento ofrece numerosos ejemplos. Es igualmente
interesante que muy frecuentemente la designación ‘desde arriba’ de los ocupantes del cargo (real) está
conectada con funciones judiciales, lo que no es sorprendente, ya que la dignidad real estuvo aparente-
mente en todo tiempo estrechamente ligada al ejercicio de poderes judiciales.” ULLMANN, Walter Escri-
tos sobre teoría política medieval, Eudeba, Buenos Aires, 2002, p. 117.
15 GUÉRIN, Miguel Alberto “La organización inicial del espacio rioplatense”, en TANDETER, Enrique
–director– La Sociedad Colonial, Tomo II de SURIANO, Juan –director general– Nueva Historia Argentina,
Sudamericana, Buenos Aires, 2000, p. 40.
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16 Los tres primeros “espacios políticos” (territorios) hispanos en Sudamérica fueron las gobernacio-
nes de Nueva Castilla, Nueva Toledo y Nueva Andalucía; coetáneamente, también fueron conocidas
como las gobernaciones de Pizarro, Almagro y de Mendoza (o Sanabria) respectivamente. Durante el
siglo XVI hubo tantas “gobernaciones” como cesiones jurisdiccionales pactadas por la Corona con Ade-
lantados puedan contarse.
17 Para algunos autores esto era tanto un grado de “debilidad” en la estructura “estatal” y fruto de la
escasez de recursos económicos para encarar la conquista por parte de la Monarquía. Los historiadores
del derecho llaman a este proceso, típico del proceso “formativo de las Indias”, la dinámica premial o del
derecho premial. SERRERA, Ramón María “Derecho premial y aspiraciones señoriales de la Primera Gene-
ración de la Conquista”, en REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA Congreso de Historia del Descubrimiento
(1492-1556), Madrid, 1992, Tomo III, p. 481 y ss.
18 Como el tener casa poblada, aun si no había mediado un casamiento formal, ya que lo que se espera-
ba del “casado” era arraigo en el lugar. El compromiso a la defensa de la ciudad con su propio cuerpo y
armas era una de las obligaciones derivadas de la vecindad, lo mismo que el cuidado de la limpieza físi-
ca y moral de la ciudad. En circunstancias de conquista, la asignación de vecindad conllevaba la asigna-
ción del solar de tierra donde establecer la casa poblada, así como tierras para la manutención –más allá
del ejido.
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Esto es central para entender que la ocupación de las tierras de la cuenca del
Río de la Plata y el litoral paranaense fue al mismo tiempo un proyecto deseado y
alimentado por la Corona –con entradas desde el Río de la Plata a partir de la déca-
da de 1510– y un sucedáneo de la descompresión de capitanes “peruanos” sobre el
área tucumana tanto como de la descompresión asunceña que hacia 1570 alojaba
una nutrida población de jóvenes mestizos descendientes de la primera generación
de conquistadores. Todos buscaban la salida atlántica y las elites locales habían pro-
cedido expulsando lo que identificaban como población excedente.
Los poblados instalados en la línea trazada por la ampliación de la conquista
desde el Alto Perú hacia el sur y suroeste fueron más numerosos y más estables que
los asentamientos ensayados por quienes entraban desde el Río de la Plata. Esto se
explica por la descarga continua de españoles desde el Perú pero también porque las
diferentes regiones del actual noroeste argentino estaban pobladas por pueblos ori-
ginarios más densamente organizados que sirvieron de botín de guerra y de mano
de obra para organizar el espacio, lo que bien pudo estar en la base del éxito de su
permanencia a pesar de las múltiples dificultades internas entre las huestes.
Entre 1540 y 1580, el enorme territorio emplazado al sureste de la ciudad de La
Plata (Charcas) y al oeste de la línea de Tordesillas ofició de inmenso botín de repar-
tos y de sitio de ensayo para asentar jurisdicciones nuevas. Su división y subordina-
ción en lo judicial al distrito de la Audiencia de Charcas (1563) incluyó la institución
de una gobernación del Tucumán (denominada en la Real Cédula como la de Juríes y
Diaguitas).19 La misma había sido sugerida desde la Real Audiencia de Lima para
terminar con los conflictos jurisdiccionales entre “los de Chile” y el Cuyo, intencio-
nalidad que aparece refrendada en la Real Cédula de 1563; los conflictos, ciertamen-
te, no solo no desaparecieron sino que se multiplicaron.20 Este proceso de pobla-
miento –de noroeste a sureste– estaba alentado por las más altas autoridades de la
mencionada Real Audiencia, que de este modo conseguía también “…sacar gente
del distrito y premiar en alguna forma la que aguardaba recompensas por haber
combatido contra Gonzalo Pizarro”.21 Esta descarga estaba presente en los planes de
Francisco de Aguirre, del Oidor Matienzo22 y del virrey Toledo quien desde 1569
19
Recopilación de las leyes de los Reinos de Indias, Madrid, 1681, Ley 9, Tít. XV, Libro II.
20
Por ejemplo el célebre conflicto Villagra-Núñez de Prado; LEVILLIER, Roberto Chile y Tucumán en el
siglo XVI, Praga, 1928. Véase también LOPE DE TOLEDO, José María “Presencia y acción de La Rioja en
América”, Berceo, núm. 50, 51, 52 y 53, 1959, passim.
21 LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica..., cit., I, p. 164. En la misma dirección va la lectura que hacen
algunos vecinos: véase la “Probanza de los Vecinos de Santiago del Estero”, en Nueva Crónica…, cit., I, p.
168.
22 Para el proyecto de Aguirre Cfr. LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica..., cit., III, p. 4. El reclamo de
Matienzo es también conocido: pensaba en la reconstrucción de Buenos Aires como el camino hacia un
sistema de circulación que suplantaría el de Portobello-Panamá. Un buen planteo en GUÉRIN, Miguel A.
“La organización...”, cit., especialmente pp. 46 y ss.
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20 Justicias y Fronteras
encaró este aspecto con determinación. Para ello contó con gente dispuesta a ir hacia
el sur a probar mejor suerte.23 El jalonamiento de asentamientos estables, sostenía
Toledo, solucionaría uno de los principales inconvenientes de la circulación econó-
mica en el sur del Virreinato, atribuido por los conquistadores a la acción de los gru-
pos indígenas. La consigna era fortalecer lo existente y fundar en el intermedio.
Por el otro lado, desde Asunción todavía se intentaba encontrar el mejor cami-
no posible de comunicación con el Perú y no se había abandonado la idea de
“...poblar abajo [al sur] para que tuviesemos puerto y navegacion de España”.24 En
1571 y 1572, en un clima de gran agitación, se produjeron conflictos en los que el
gobierno local reprimió con fuerza la alteración producida por grupos de jóvenes
descontentos. Entre ellos fue reclutada buena parte de la hueste que acompañó a
Garay a fundar un puerto hacia el sur el 3 de abril de 1573.
Sobre el Paraná y pocas leguas al sur de Santa Fe, Garay y su hueste tomaron
contacto con una avanzada que provenía “del Tucumán”, hombres de Jerónimo Luis
de Cabrera, quien había fundado pocas semanas atrás la ciudad de Córdoba.25 Las
corrientes de la “descarga” peruana y asunceña no se habían encontrado a mitad de
camino sino en la médula del litoral, unos 400 kilómetros al norte del estuario pla-
tense: la fuerza de la corriente peruana era ostensiblemente más fuerte y estaba a un
tris de alcanzar la salida al Río de la Plata.
El Paraguay fue gobernado por Adelantados hasta 1593 y la gobernación del
Paraguay y Río de la Plata, enorme, fue una única jurisdicción con cabecera en
Asunción hasta 1618, cuando se fragmentó en dos provincias.26 El 31 de mayo de
1580, la noche de la rebelión de los mancebos en Santa Fe, Garay no estaba en la ciu-
dad: había partido a la fundación de Buenos Aires, ejecutando finalmente el ansia-
do asentamiento de cara al Atlántico. Por esos días su posición era la de lugartenien-
te de un teniente de Adelantado con capacidad para fundar ciudades: así lo había
hecho en Santa Fe, gracias al poder que le extendiera Martín Suárez de Toledo (más
tarde su consuegro) y por delegación de potestad por parte del mismo Juan Torres
23 Tales como Zorita, don Jerónimo Luis de Cabrera y Gonzalo de Abreu en 1573, Pedro de Zárate en
1574, Pedro de Arana en 1578. Hernando de Lerma lo hizo en 1579, no sin antes sostener algunas dife-
rencias con el virrey, documentadas en tres cartas de Hernando de Lerma a S. M., publicadas en LEVI-
LLIER, Roberto Nueva Crónica..., cit., III, pp. 251, 253 y 256 respectivamente.
24 Opinión sostenida, por ejemplo, por el factor Dorantes, AGI, Charcas, 42; para un resumen de estas
posiciones en el interior del grupo español en Asunción véase ZAPATA GOLLÁN, Agustín “La expedi-
ción de Garay y la fundación de Santa Fe” (1970), en Obras Completas, II, UNL, Santa Fe, 1989, p. 191 y ss.
25 Diferentes versiones de este encuentro en el citado Rui Díaz de Guzmán y en AZARA, Félix Descrip-
ción e historia del Paraguay y Río de la Plata, Madrid, 1847, cap. XXX.
26 Sin embargo, a pesar de que su división efectiva no se produjo hasta ese año, desde muy pronto se
pensó que podían ser gobernaciones separadas: el licenciado La Gasca, a cargo del gobierno del Perú, lo
había propuesto ya en la década de 1540. La R. C. fue firmada por Felipe II en diciembre de 1617.
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Conjura de mancebos 21
de Vera y Aragón, quien debía a las gestiones del vizcaíno el mismísimo título de
Adelantado. Aparte de Asunción, la única ciudad en la enorme gobernación del
Paraguay y Río de la Plata era Santa Fe. Tenía su justicia ordinaria asentada en el
Cabildo y su tribunal de alzada era la Real Audiencia de los Charcas, a cuatro meses
de viaje.27
27 También estaba bajo esta jurisdicción, en 1580, la gobernación del Tucumán, con cabeza en Santiago
del Estero.
28 El juez de comisión fue Juan Arias de Altamirano, hombre de confianza de Gonzalo de Abreu.
29 Este es un caso de sobreimpresión de potestades inteligentemente capitalizada por Toledo. Felipe II
había concedido al Virrey el derecho de designar los gobernadores del Tucumán, pero siguió haciéndolo
él mismo. Cuando Aguirre fue puesto preso por segunda vez en 1570, Felipe II otorgó a Gonzalo de
Abreu y Figueroa (R. C. del 29 de noviembre de 1570) la gobernación vacante. Toledo, apoyándose en la
extensión de facultades que le había hecho el rey, un año después había hecho lo propio a favor de Jeró-
nimo Luis de Cabrera. Abreu interpuso un recurso y un Real Decreto de fines de marzo de 1573 confir-
maba a Cabrera en sus funciones, pero en el tiempo que tomó llegar el Decreto a Lima, Toledo ya había
decidido capitalizar la designación de Abreu para terminar con el díscolo Cabrera.
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22 Justicias y Fronteras
táculos ventaja: mandó a Abreu como sucesor de Cabrera y de este modo se evitó
un conflicto con Felipe II y le puso la daga en el cuello a Cabrera: el gobernador
entrante residenció a Cabrera –que murió en el proceso a causa del apasionado inte-
rrogatorio– despejando el terreno de manera literal.
Hacia 1578, el gobernador Abreu fue contactado por algunos vecinos de Santa
Fe, supuestamente marginados por Garay y perjudicados por el nombramiento del
flamenco Simón Xaques como Teniente de Gobernador en la ciudad. En 1579, cua-
tro vecinos santafesinos le escribieron ofreciendo apoyo incondicional a su propósi-
to de extender la jurisdicción del Tucumán hasta Santa Fe “…con tal que no sea el
pago y galardon que Joan de Garay nos a dado que es dar lo mejor a los que vinie-
ron a manera de dezir ayer y los que venimos a poblar tierra estamos a la mira como
badajos pobres y abatidos.”30 “Los paraguayos” –tal era la designación de este
grupo en la correspondencia que Abreu sostenía con su teniente de gobernador en
Córdoba, Diego de Rubira– se comunicaban con el Gobernador del Tucumán a tra-
vés de Diego Ruiz, hombre que contaba con la confianza de Abreu y de los vecinos
de Santa Fe descontentos con Garay.
Por el lado de Santa Fe, Juan de Garay –su fundador y a la sazón Teniente de
Gobernador en la misma– había atado algunos nudos de una configuración que iba
en contra de los intereses de Toledo y también de los de Abreu: en 1577 viajó a Char-
cas para interceder ante su pariente31 Hernando de Zárate, de modo de concertar el
casamiento de Juana –hija del recientemente fallecido Adelantado Juan Ortíz de
Zárate, también pariente suyo– con el Licenciado Juan Torres de Vera y Aragón.
Juana aportaría al matrimonio –entre otras cosas– el título de Adelantado y Gober-
nador de las Provincias del Río de la Plata; el trámite fue tortuoso, pero en abril de
1578 Garay fue recompensado por su flamante pariente político con el cargo de
Teniente de Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata,32
honor que reposaba hasta entonces en Diego de Mendieta. Los movimientos de
Garay amenazaban a la facción de Mendieta en el Paraguay, a los intereses del
30
BN, GGV, CXXI, 2092.
31
Recuérdese que Juan de Garay no llegó por el Río de la Plata, sino que arribó a América entrando
por Perú, de la mano de su tío Pedro Ortiz de Zárate, Primer Oidor de la Audiencia del Perú. ALZUGA-
RAY, Juan José Vascos universales del siglo XVI, Encuentro, Gipúzcoa, 1988, p. 260.
32 Garay era además albaceas testamentario de Juan Ortíz de Zárate. “Información hecha á petición de
Tomás de Garay como apoderado del General Hernán Arias de Saavedra, Gobernador de las provincias
del Río de la Plata, y por ante el Capitán Diego Núñez de Prado, Alcalde ordinario de la Asunción, de los
servicios del Capitán Juan de Garay, fundador de Buenos Aires”, en Asunción, a 23 de julio de 1596. En
RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires. Documentos referentes a las fundaciones de Santa
Fe y Buenos Aires publicados por la Municipalidad de la Capital Federal, administración del Señor Intendente Dr.
Arturo Gramajo, prologados y coordinados por el Dr. Enrique Ruiz Guiñazú — 1580-1915, Compañía Sud-Ame-
ricana de Billetes de Banco, Buenos Aires 1915, pp. 148 a 219. Véase particularmente la p. 189. También
en el testimonio de Pedro Sánchez Valderrama, ídem, p. 201.
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Conjura de mancebos 23
33 Al respecto, las declaraciones de Garay en la presentación realizada por Torres de Vera en Santa Fe,
1583; transcripción en CERVERA, Manuel Historia..., cit., Vol. III, Apéndice XI, particularmente p. 292.
También el hecho que Toledo propiciaba la unión de la legitimada Juana con el hijo del Oidor Juan de
Matienzo. Véase PEÑA, Enrique El escudo de armas de la ciudad de Buenos Aires, Peuser, Buenos Aires, 1944,
p. 12 y GARMENDIA, José Ignacio El casamiento de Doña Juana Ortiz de Zárate: crónica histórica colonial,
Buenos Aires, 1912.
34 AGSO-ACSF, I, f. 26. El acta registra el hecho de manera elegante: “…los dichos señores alcaldes
dijeron y en nombre de su majestad mandaron al governador diego ortiz de çarate mendieta qantes que
del todo acabara de destruir asolar y despoblar las ciudades y pueblos e lugares que tan poblados en
estas dichas provincias fuese a dar cuenta a su majestad de los daños y desolaciones que en ellas avia
hecho…”. “El mancebo” no llegó nunca a destino, ya que consiguió recalar en costas brasileñas.
35 Cuyos nombres y funciones conviene retener: Simón Xaques era el Teniente de Gobernador, Pedro
de Oliver el Alcalde, Bernabé Luján el Alguacil Mayor, Alonso Fernández Montiel el Escribano del Cabil-
do, acompañados por el sobrino del Adelantado, Alonso de Vera y Aragón.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 24
24 Justicias y Fronteras
36 Entre las cuales se encuentran algunos notables como Diego Ramírez y Juan de Santa Cruz (como
alcaldes) y Cristóbal de Arévalo como Justicia Mayor y Capitán General. Al anfitrión de la reunión se
reservaba el título de Maestre de Campo.
37 El tratamiento sumario –y el castigo ejemplar e inmediato– estaba contemplado en las leyes hispá-
nicas al encuadrarse la rebelión dentro de lo que se denominaba en la época delitos notorios. Aquí también
es interesante la conexión con la tradición judeo-cristiana. En las Decretales se cita a San Agustín para
capitular que “Sobre los delitos notorios proceda el Juez de oficio aunque no haya acusador.” PÉREZ y
LÓPEZ, Antonio Xavier Teatro de la Legislación Universal de España e Indias por orden cronológico de sus cuer-
pos y decisiones no recopiladas y alfabético de sus títulos y principales materias, Tomo IV, Madrid, 1792, p. 213.
38 Basta recordar las idas y vueltas de algunos soldados devenidos capitanes, encomenderos y, sobre
todo, hábiles en el hábito del cambio de bando como Lucas Martínez Vegazo. Véase el vívido relato de
aquellas circunstancias en TRELLES AREÁSTEGUI, Efraín Lucas Martínez Vegazo. Funcionamiento de una
encomienda peruana inicial, PUCP, Lima, 1982.
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Conjura de mancebos 25
pero quedaron a disposición de la justicia del residenciador del mismo a quien eran
entregados. En el ínterin, Hernando de Lerma había llegado a Santiago del Estero
con su designación como Gobernador y con la potestad de incoar el juicio de resi-
dencia a Gonzalo de Abreu, a quien encontró culpable en cincuenta y cuatro de los
cincuenta y cinco cargos que se le imputaban.
Se ha expuesto el motivo por el cual el conflicto santafesino de 1580 puede ser com-
prendido sobre todo gracias al Juicio de Residencia realizado al Gobernador del
Tucumán. De los cincuenta y cinco cargos que se le imputaron, cinco apuntaban a
probar sus relaciones con esta revuelta, presentada como un acto en desserviçio de Su
Majestad –traición a la Corona.39 En el caso del delito de traición al rey o a la coro-
na, las Partidas preveían que podían presentarse como acusadores incluso aquellos
que no podían hacerlo de manera ordinaria –esto es todo tipo de sujetos jurídica-
mente dependientes.40 Sumado esto a la circunstancia de ejecución de la “secreta”
(la presentación de testimonios era confidencial) el juez conseguía rescatar durante
la pesquisa un registro de voces desusadamente variopinto.
El proceso demuestra la intimidad de la relación existente entre la justicia de la
Monarquía a escala imperial con las cuestiones de gobierno y las dinámicas faccio-
sas a escala local. Abreu fue condenado a pagar numerosas multas en dinero por
maltratos de palabra, parcialidad en pleitos, por excesos en el uso de la tortura en
los interrogatorios (“...haber examinado a los testigos con demasiada persua-
ción....”) e incluso por haber promovido la pérdida de respeto de algunos vecinos y
de sus mujeres.41 Durante la pesquisa realizada en Santiago de Estero y Córdoba se
secuestró correspondencia del Gobernador con varias personas. Este epistolario per-
mite reconstruir el proceso de la vinculación del Gobernador con los “paraguayos”
y también la forma en que el mismo había trabajado sus relaciones en el espacio
tucumano.42
39 BN, GGV, CXXII, 2125, varias declaraciones. Véase también la confesión de Ruiz, BN 2126 y el doc.
2127.
40 Partida VII, Tít I, ley 2.
41 BN, GGV, CXXI, 2112; en otro de los documentos incorporados por esta vía a la causa, Garci Sán-
chez, Hernán López Palomino, Alonso Abad, Gonzalo Sánchez Garçon, Juan Serrano y Luis de Gallegos,
vecinos, conquistadores y pobladores de Santiago del Estero, se quejan en su descargo del 6 de julio de
1580 por apremios y falsificación de documentos contra Bartolomé de Sandoval, en un pleito sostenido
entre éste y Hernán Mexía de Miraval. BN, GGV, CXXI, 2113.
42 Por razones de espacio no puede abundarse en este punto, ilustrado en otro trabajo en preparación.
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26 Justicias y Fronteras
43 Véanse las cartas de Gonzalo de Abreu a Diego de Rubira, desde Santiago del Estero, a 15 de mayo
de 1580. BN, GGV, CXXI, 2102. Carta de Diego de Rubira a Gonzalo de Abreu, desde Córdoba, el 9 de
junio de 1580. BN, GGV, CXXI, 2090. Carta de Gonzalo de Abreu a Diego de Rubira, desde Santiago del
Estero, a 23 de abril de 1580; BN, GGV, CXXI, 2100.
44 Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 3 de junio de 1580, BN, GGV, CXXI, 2103.
45 Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, el 27, 28 y 29 de marzo de 1580. BN, GGV, CXXI,
2094, 2095 y 2096. Otra carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 11 de abril de 1580. BN,
GGV, 2098. Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 19 de abril de 1580; BN, GGV, CXXI,
2099.
46 Como es el caso de doña Luysa Martel y de su marido Godoy, quienes habrían ayudado a ocultar a
Conjura de mancebos 27
47
Toda la información en BN, GGV, CXXI, 2112.
48
También existía la Visita o la Rendición de Cuentas. Éstas, y otras formas de control semejantes al
Juicio de Residencia, se encuentran presentes ya en algunos capítulos de las Partidas de Alfonso X (en la
Tercera), quien las retomó del Derecho Romano, que contemplaba juicios solemnes y públicos contra sus
funcionarios. Quienes se habían visto perjudicados por el funcionario residenciado podían presentar for-
malmente sus quejas ante un Juez de Comisión, encargado de levantar las actuaciones para elaborar los
cargos que se le imputarían al funcionario saliente. La tradición de la Monarquía Católica se nutrió de
elementos relacionados con el control de los ministros que poco tienen que ver con la “modernidad”: la
magnífica obra de Francisco de Quevedo, Política de Dios, Gobierno de Cristo (circa 1617-26, dedicado a
Felipe IV) presenta crudamente la antigüedad de la tradición del juicio y escarmiento público de los
ministros del Príncipe, lo que refuerza las tesis de Ullmann sobre la versión romanizada de la vulgata
bíblica y su peso en la tradición política medieval (y moderna).
49 BN, GGV, 2112.
50 BN, GGV, 2112. Este punto de vista es, claro está, el de los vecinos “viejos” de Santiago del Estero
que se habían visto desplazados con el advenimiento en 1574 de esta nueva camada de hombres a los que
consideraban de una calidad inferior.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 28
28 Justicias y Fronteras
quía con la coincidencia coyuntural de intereses entre actores muy distantes entre sí.
Los partidarios de Jerónimo Luis de Cabrera, otrora desplazados y perjudicados por
Abreu, encontraron en el Juicio de Residencia iniciado por Hernando de Lerma en
1580 la posibilidad de solicitar resarcimientos por vía de derecho;51 lo mismo suce-
dió con los desplazados por Lerma cuando éste fue residenciado por Ramírez de
Velasco. Así, la intencionalidad de control contenida en la prescriptiva se concreta-
ba contando con recursos intangibles. La lejana Audiencia no enviaba Jueces de
Comisión y la Residencia era ejecutada por quien llegaba a radicarse como Gober-
nador.52 Esto favorecía que los perjudicados por el gobernador saliente pudieran
pedir resarcimiento y, a los damnificados del día, la previsión de una situación que
se revertiría con la llegada del próximo. El gobernador recientemente llegado, aun-
que arribaba con una comitiva estrecha, contaba en el sitio de destino con el tácito
pero invalorable apoyo que le sería brindado por quienes habían visto lesionados
sus intereses por el administrador anterior.
Las constelaciones del poder político, observadas desde cerca, muestran su
movilidad y fragilidad. El enfoque desde la fuente judicial –aun cargada de fórmu-
las y estereotipos– permite construir con una perspectiva desde abajo las razones de
un equilibrio que no está montado sobre una fuerte centralización sino sobre cam-
bios continuos y vibrantes. La dinámica que explica esa continuidad es puro movi-
miento: el orden es comprensible si se admite que la turbulencia puede ser una
forma de organización.
Las actas capitulares de la ciudad de Santa Fe no se hacen eco en absoluto del motín
de la noche de Corpus de 1580: por el contrario, en ellas predomina un silencio lace-
rante. Esta sordina53 –que enseguida será cuestionada articulando dichos aparente-
mente inconexos– es llamativa porque muchos de los actores del bullicio siguieron
viviendo en la ciudad.
Las relaciones entre los miembros del grupo hispánico de la ciudad de Santa Fe
se construyeron sobre la base de algunas relaciones previas –las tramadas en la
etapa asunceña– y de un puñado de decisiones fuertemente constitutivas. Como lo
51 Véanse por ejemplo declaraciones de Mexía Mirabal, en BN, GGV, CXXI, 2114.
52 AGUIAR Y ACUÑA, Rodrigo y MONTEMAYOR Y CÓRDOBA DE CUENCA, Juan Francisco Sumarios
de la Recopilación General de Leyes de las Indias Occidentales, presentación de José Luis Soberanes Fernández;
prólogo de Guillermo F. Margadant y estudio introductorio de Ismael Sánchez Bella, Edición Fascimilar de
la edición de 1628, Fondo de Cultura Económica, México 1994, Libro IV, Títulos octavo y noveno.
53 Similar al que envolvió a las Comunidades de Castilla, por ejemplo.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 29
Conjura de mancebos 29
ha dicho más claramente Susan Ramírez Horton, en una ciudad recién fundada el
primer grupo hegemónico se origina por decreto54 cuando se conceden la vecindad,
los solares y las tierras en el término urbano.
Los historiadores han sostenido que los rebeldes de 1580 conformaban un
grupo social y hasta étnicamente diferenciado (los hijos de la tierra), políticamen-
te subordinado (mancebos), sociológicamente marginado (de la propiedad de la
tierra y del control del Cabildo, desposeídos del poder material y simbólico) e in-
cidentalmente agraviado por el nombramiento de un lugarteniente “extranjero”
que les era adverso (Simón Xaques). Para ajustar estas hipótesis con la participa-
ción de Abreu en la instigación del conflicto, basta con echar mano de una teoría
conspirativa de la historia y atar nudos con los hilos que saltan a la vista. Pero el
problema es más denso.
El silencio de las actas del Cabildo santafesino no fue el único; casi terminando
el siglo, el 10 de julio de 1599, Cristóbal de Arévalo –nombrado comandante de la
rebelión, cabecilla de la contra-rebelión y vecino de la ciudad de Santa Fe, aunque
se reconoce como natural de Asunción– enviaba al Rey un Informe de Servicios
pidiendo recompensa. No obstante los treinta años de agitada vida, a los efectos de
relatar sus méritos, su memoria parece conservarse prodigiosa.55 Al evocar la Rebe-
lión de la noche de Corpus de 1580, destaca su servicio como represor de la misma
y omite haber sido electo como la máxima autoridad por los rebeldes; antes de cerrar
la carta, de su larga foja de servicios sólo subraya este episodio: “...embio de todo
esto [...] y de cómo la ciudad de Santa Fe qués la que quite al tirano, y puse en serbi-
cio de Vuestra Magestad, es la mejor que ay en estas provincias...”. ¿Condice la mag-
nitud del hecho con el lugar que Arévalo le asignó en su foja de servicios? En las
“informaciones” de los testigos de oficio que comparecieron frente al alcalde Pedro
de Oliver en Santa Fe, los “leales” (es decir, los que se alinearon con Arévalo en la
contra-rebelión) reputaron el hecho como “...uno de los mas calificados seruiçios
que se .an hecho a su magestad por auerse atajado un daño tan grande como espe-
raua...”.56 En la cultura política católica pocas cosas cotizaban más que terminar con
algún Judas, y esto no requería de la lectura de ningún tratado erudito.
54
RAMÍREZ, Susan “La elite terrateniente de la costa norte peruana: una historia económica y social
de Lambayeque en la época colonial, 1700-1821”, en FLORESCANO, Enrique –coordinador– Orígenes y
desarrollo de la burguesía en América Latina, 1700-1955, Nueva Imagen, México, 1985, pp. 251-279.
55 Informe de Cristóbal de Arévalo al Rey, en 10 de julio de 1599; en CERVERA, Manuel Historia..., cit.,
Santa Fe, remitido al Gdor. Lic. Hernando de Lerma, en sobre cerrado, por el Alcalde Pedro de Oliver. Se
acompaña del bando del cap. Cristóbal de Arévalo, prohibiendo la salida de gente de la ciudad sin licen-
cia.” AGI, Escribanía de Cámara, Libro I, 873-0, recogido también en BN, GGV, CXXII, 2125.
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30 Justicias y Fronteras
“...por quanto en otro cabildo pasado nombraron para este año al dicho
pedro de oliber para alferez desta ciudad y sobre ello no se escrivio asun-
to alguno y en lo qual desde agora le nombravan y nombraron por tal alfe-
rez de la ciudad y le mandavan y mandaron que si se ofreciere alguna alteracion
o levantamiento que sea de la parte de su majestad para lo qual le tomaron jura-
mento en forma de vida de derecho…”.57
57
AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, f. 56, destacado mío.
58
AGSF, Reales Cédulas y Provisiones, Tomo I. Provisiones sobre elecciones en el Cabildo dadas por
el Gobernador Valdés y de la Banda a 12 de febrero de 1601.
59 “Carta para la Real Audiencia, del Cabildo de Esta Ciudad”, 5 de marzo de 1590, en AGSF-ACSF,
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32 Justicias y Fronteras
61
Acta de nombramiento de las autoridades por los rebeldes; BN, GGV, CXXII, 2124.
62
Ver tabla adjunta. Puede constatarse que dos de los cabecillas que fueron procesados, Domingo
Romero y Francisco Álvarez Gaytán no firmaron la misma.
63 La palabra aparece utilizada para designar la reunión en el juicio sumario seguido por Pedro de Oli-
ver.
64 AHSF, Reproducción de testimonios históricos en adhesión al Cuarto Centenario de la Fundación de la Ciu-
dad de Santa Fe, Santa Fe, 1973, sin foliar. Otras versiones indican que son 18.
65 Los tres primeros son mencionados en el testimonio del capitán Juan Fernández de Enciso, mientras
que los dos últimos en el de Pedro Sánchez Valderrama. Ambas declaraciones corresponden a “Informa-
ción...”, cit., p. 195 y pp. 200-201 respectivamente. El testimonio de Felipe Suárez –de vista, además, pues-
to que participó de la fundación de Santa Fe y era soldado de Garay– enumera además de los nombres
consignados el de Juan de Santa Cruz y el de Mateo Gil, quienes también estaban en Santa Fe el 31 de
mayo de 1580.
66 “Información...”, cit., testimonio de Felipe Xuárez, p. 208.
67 “Información...”, cit., testimonio de Felipe Xuárez, p. 209.
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Conjura de mancebos 33
Tabla 1
Firmantes del acta del 31 de mayo de 1580
Contrarrevolución
Cargos Cabildo *
Marcas ganado
1579/1580 ∇
Arrestado
Fundador
Ejecutado
Capitular
Juzgado
Cristóbal de Arévalo 1 X X
Lázaro Benialvo 4 XX X X X
Gabriel de Hermosilla 2 XX V X
Alonso Hernández Romo 1 X X X
Diego de Leiva 3 X X X X
Diego Ramírez 1 X X V X
Pedro Gallego 2 X # X X
Domingo Vizcaíno X X
Bartolomé Figueredo 1 X X
Diego de Sosa
Francisco de Vergara
Juan de Santa Cruz 1 X X X
Pedro de Villalta X X X
Pedro Gallego –el Mozo # X
Francisco de Burgos X
Sebastián Correa X
Diego de la Calzada X
Diego Ruiz X X
Juan Román X
Felipe Juárez 1 X
Sebastián de Aguilera X X
Francisco Ramírez X
Juan Sánchez 1 X X
Pedro Martínez # X
Juan de Ovalle X
Rodrigo Mosquera 2 X X X
Cristóbal Pérez
Antón Rodríguez X X X
Rodrigo Álvarez de Carrillo X
Juan de Vallejo X
Antonio Martín X X
Sebastián de Encinas X
Gabriel Sánchez X
Lorenzo Gutiérrez X
(*) Cantidad de años que ejerció un cargo capitular entre 1574 y 1580.
(∇) X significa que fue capitular uno de esos años; XX que lo fue ambos.
(#) Presentó hierros en 1577.
(V) Presentó hierros en 1584.
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década de 1570 hasta muy poco antes de tramarse la rebelión, incluso vemos que
cuando Mosquera intentaba cambiar los nombres de los hombres que irían a Santia-
go del Estero, Gallego y otro de los Benialvo, Lázaro, venían con él.
Pero la caracterización de los hombres rebeldes como mancebos no surge de la
nada. La historiografía (incluso la más partidista) no los menciona de este modo
caprichosamente.
La condición está atrapada en un significante que tiene significados que, según
lo muestra la experiencia “paraguaya” fueron cargándose jurídica y socialmente.
Por una parte, “mancebo” hace referencia a una condición jurídica relacionada con
la juventud y la dependencia; pero en el Río de la Plata (o en el Paraguay, más
correctamente) está relacionada con una trama localizada, que revela cuestiones cul-
turales relacionadas con la marcha del proceso de conformación de un orden social
y político.
Aun cuando regía la prohibición de utilizar armas de fuego para los más jóve-
nes (menores de veinticinco años), era bastante corriente que los “mancebos” se lan-
zaran precozmente a una vida militar con la expectativa de obtener algún tipo de
privilegio en un mundo que, pocos años después de la conquista, se había vuelto
particularmente mezquino en ese rubro.68 Desde edad temprana, los mancebos
(hijos de indias y españoles que, reconocidos o no por sus padres, constituían un
estrato inferior al de los “peninsulares” e incluso al de los españoles nacidos en
América, esto es, los hijos de padre y madre española) ofrecían su apoyo a capitanes
y desde luego alimentaban expectativas que no siempre podían ser satisfechas.
Un bando del teniente Felipe de Cáceres pregonado en Asunción en 1571 pro-
hibía “...el uso de armas y el montar á caballo, ni juntarse de dos ó tres para arriba,
so pena de muerte corporal...”. Según su entender, los hombres que hacían esto tra-
taban de abandonar la ciudad “...llevando todas las armas y caballos que pudie-
sen...”. El bando enumeraba a “...los siguientes mancebos desordenados, hijos de la tie-
rra: Pedro Moran, Alvarez, Santiago de Ribera, Juan Martin Herrero, Francisco de
Esquivel, Pedro Gallego, Arcamendia, Rodrigo Mosquera, Leiva, Amador de Venialvos,
Santiago Mendez, Polo Sandoval, Manuel Antonio Herrero, Richarte, Rivero, Mar-
tin de Peralta, Luis Calafate y Anton Alonso.”69 Los nombres de esta lista son impor-
tantes: varios de los integrantes del motín de Santa Fe habían sido mentados como
mancebos desordenados por Felipe de Cáceres quien los había marcado como sospe-
chosos de sedición en la ciudad cabecera de la gobernación: muy probablemente
este fuera el motivo por el cual se les pudo haber sugerido firmemente enlistarse en
68 Juan de Bernardo Centurión comenzó sus aventuras militares a la edad de dieciséis años; Hernan-
do Arias de Saavedra lo hizo a los quince y antes de los veinte había sido designado como Teniente por
Juan de Garay.
69 TRELLEZ, Manuel Ricardo Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomo V, Buenos Aires, 1892. Todos
Conjura de mancebos 35
Toledo estaba espantado con lo que podría hacer Diego de Zárate y Mendieta,
los santafesinos, también. En esto –y quizás solo en esto– coincidían; sobre los cami-
nos a seguir tenían diferencias bien profundas.
Juana de Zárate, la mujer portadora de un título de Adelantado para quien la
desposara, era hija natural del Adelantado Zárate con Leonor Yupanqui, una prin-
cesa inca del Perú; Juana fue legitimada por Felipe II en 1572. Muerto su padre,
había quedado a la cura de don Hernando de Zárate, quien la tenía en “depósito”
por mandato de la Audiencia de la ciudad de La Plata. La mediación de Garay la
convirtió en esposa de Juan Torres de Vera y Aragón, y el casamiento transformó a
éste en Adelantado.72 La lógica del disgusto del Virrey queda expuesta en unas car-
tas: sabiendo de las tratativas de Garay para concertar aquella unión,73 Toledo escri-
bió a Felipe II advirtiendo que, siendo Juana “…hija de vna yndia y conforme a la
70 Un poco más severa parece ser en este punto la tradición imperial China; para mantener las lealta-
des, fundamental en la idea oriental del buen gobierno, los sospechosos de sedición (ora bajo los Ming,
ora bajo sus sucesores) eran inducidos por sus superiores a suicidarse, de manera de lavar su honor y no
llevar consigo a parte alguna la cepa de la traición. SPENCE, Jonathan La traición escrita. Una conjura en
la China imperial, Tusquets, Barcelona, 2004.
71 Carta del virrey Don Francisco de Toledo a S. M. sobre distintas materias de gobierno, justicia,
hacienda y guerra..., desde Los Reyes, a 12 de diciembre de 1577, en LEVILLIER, Roberto Gobernantes del
Perú. Cartas y Papeles, siglo XVI. Documentos del Archivo de Indias, Tomo VI, “El Virrey Francisco de Tole-
do, 1577-1580”, Madrid, 1924, p. 12, el resaltado es mío.
72 Poder al General don Juan de Garay, en AGSF - ACSF, Tomo I, Libro Primero, f. 33, a 26 de julio de
1578.
73 Garay no sólo era un hombre muy cercano a Juan Torres de Vera y Aragón, sino que era su deudo
al punto tal que, en algunas cartas al Rey, reconoce debía éste poco menos que su supervivencia. Véase,
entre otras, su carta al Rey de abril de 1582, transcripta por Manuel Cervera en el Tomo III de su Histo-
ria..., cit. En la misma carta puede constatarse además, su parentesco con el Adelantado Zárate. Fue ade-
más su albaceas testamentario: “Información...”, cit., pp. 148 a 219. Original en AGI, Patronato, 1-6-47/10,
Colección E. Peña.
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36 Justicias y Fronteras
criança que ellas tienen seria pozible casase con algun meztizo o mulato o con algu-
no de los que han sido muy traidores a vuestra real corona.”74 La última categoría, que
aquí se resalta, es obviamente aquella que incluye al candidato de Garay para esta
alianza matrimonial que tanto disgusta a Toledo. El Virrey la relaciona con el peli-
gro que implica dejar en personas de tales calidades como “...encargados de sus
vasallos y la conuerssion y doctrina de los naturales...”: permitir el gobierno en
manos de traidores o de hombres que se alejan del cristianismo por la impureza de
la sangre, contaminación derivada de aquellas mujeres con las cuales se amanceban
y, a veces, hasta se casaban, era mal ejemplo para la reproducción de una sociedad
que debía emular los principios fundamentales de la monarquía católica.
Estas “mezclas”, siempre según Toledo, estaban íntimamente vinculadas con el
ejercicio de una “cultura de los motines” –escribió “la única que aprenden”– y los
alzamientos contra cabezas y caudillos, vejando el buen gobierno con tiranías.75 La
alineación de ideas expresadas en esa carta es clara: sangre india más barbarización
y tiranía es igual a mal gobierno. Para el Virrey, las provincias del Tucumán y del
Paraguay eran “mal asentadas”; porque estaban pobladas por un número demasia-
do alto de mestizos y mancebos. Ellos no eran “puros” y por eso no podían ser
“hombres buenos”. Para el Virrey, la muerte del Adelantado Zárate y la sucesión del
gobierno de la provincia paraguaya cubría de oprobio el recto sentido del buen
gobierno y la justicia, llevando a un grado inadmisible la incardinación en el máxi-
mo nivel del gobierno provincial del fruto de una de esas uniones resultantes de los
amancebamientos entre españoles e indias. Por otra parte, aunque omite decirlo en
éstas, tenía para la “impura” su propio candidato, el hijo del Oidor Matienzo.
Para la construcción del sentido de “mancebo”, aquí se ubica una nueva línea:
Juana era el resultado de un “amancebamiento”76 y fue legitimada como hija y here-
dera de los derechos y oficios de un prominente servidor de Su Majestad. Por su vía,
se legitimaba el envilecimiento de un alto oficio de gobierno y, con ello, advertía el
Virrey, se enviciaba la jerarquía regia y se cultivaba el caldo de posibles próximas
revueltas. Su indignación le hizo subir el tono cuando, en 1578, se dirigió a Su
Majestad de la siguiente manera:
74Carta del virrey Don Francisco de Toledo a S. M…, cit., p. 16, resaltado mío.
75Carta del virrey Don Francisco de Toledo a S. M…, cit., p. 17.
76 Impugnado desde luego forma poco virtuosa de unión entre un hombre y una mujer. Cfr. Dicciona-
Conjura de mancebos 37
como se quite el peligro de los mestizos desta tierra y casi todo lo del para-
guay es dellos...”.77
Toledo no podía ser más políticamente explícito: legando Juana el título de Ade-
lantado se subvertía un orden jerárquico que se debía al bien común, lo que podía
relajar la lealtad a la Corona. Para Toledo era incomprensible que el Rey no tomara
cartas en este asunto, porque sus vasallos caerían en la confusión al reconocer como
gobierno al producto de esas uniones fruto de amancebamientos.
Pocos años después, hacia fines de 1585, Hernando de Montalvo, Tesorero de la
Gobernación del Plata, se dirigió al Rey en estos términos:
“La gran necesidad que estas provincias de presente tienen, es gente espa-
ñola, porque hay ya muy pocos de los viejos conquistadores; la gente de
mancebos, así criollos, como mestizos, son muy muchos, y cada dia van en mayor
aumento; hay de cinco partes las cuatro y media de ellos; hará de hoy en cuatro
años casi mil mancebos nacidos en esta tierra; son amigos de cosas nuevas;
vánse cada dia mas desvergonzado con sus mayores...”.78
77 Carta del virrey Don Francisco de Toledo a S. M., desde Los Reyes, a 8 de marzo de 1578, en LEVI-
dos en aquella gobernacion, fecha en la ciudad de Buenos Aires a 12 de octubre de 1585”, en TRELLES,
Manuel Revista Patriótica del Pasado Argentino, Buenos Aires, 1890, Vol. IV. Todos los resaltados me pertenecen.
79 “Carta del tesorero...”, cit., el resaltado es mío.
80 “Carta del tesorero...”, cit.
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38 Justicias y Fronteras
Somos dueños de todo, gritaban los rebeldes cerca del encarcelado Alonso de Vera.
La noche anterior habían estado mostrándose unas cartas traídas desde Santia-
go del Estero por Ruiz y Villalta. Esa madrugada, los conjurados se movieron diná-
81 Sinónimo de “revueltas”.
82 FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto Garay. Su vida y su obra, Rosario, 1973, Tomo I, p. 473.
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Conjura de mancebos 39
19:20).
86 La traición a la Corona era considerada desde luego un crimen de lesa majestad y, según la tradi-
ción romana así como la tratadística de la época, debía ser juzgada de manera breve y castigada de modo
ejemplar. Cfr. CASTILLO DE BOVADILLA, Jerónimo Política para Corregidores, 1601, II, libro V, capítulo
III; VILLADIEGO, Alonso de Instrucción política y práctica judicial, Madrid, 1766. Carlos I de Inglaterra fue
juzgado por el delito de traición, encontrado culpable y decapitado el 30 de enero de 1649. Durante su
gobierno había hecho lo propio con sus ministros Strattford (1641) y Laud (1645). Por estas tierras,
muchos años después, en noviembre de 1863, la cabeza de Vicente “el Chacho” Peñaloza fue cortada y
exhibida en una pica en la plaza de Olta, La Rioja. La exhibición de las cabezas de traidores, no obstan-
te, no es una exclusividad de la cultura occidental.
87 Testimonio de Cristóbal de Arévalo, en BN, GGV, CXXII, 2125, cit.
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40 Justicias y Fronteras
En la cultura política católica las muertes de los traidores y de los rebeldes siempre
son justas y no requieren de mayores justificaciones; la más ejemplificadora quizás
haya sido la de Diego Ruiz, ajusticiado “al pie del rollo” tras brevísimo juicio oral.
Pero el atributo se asigna y los mancebos o los rebeldes lo habían recibido senci-
llamente porque habían perdido la partida. De haber tenido éxito, ellos hubieran
conseguido convertir a Garay en un tirano al que era justo deponer y quienes no se
hubieran sumado, o quienes hubieran defendido al tirano, perfectamente podrían
haber sido procesados por traición.
Nótese que los traidores también tenían sus lealtades y que éstas conducían
derecho a la cúspide de los poderes originarios: desde su punto de vista, Diego Ruiz
no moría como un traidor sino como un leal sirviente de Gonzalo de Abreu, a la
sazón legítimo Gobernador del Tucumán nombrado por Su Majestad, Felipe II: en
consecuencia, moría convencido de haber hecho un servicio a Su Majestad, y no
mentía.
Antes de ser ejecutado, Ruiz dijo conocer a todos los alzados e involucró direc-
tamente a Abreu, señalando que el Gobernador “...quería tomar posesion desta ziv-
dad [Santa Fe] con toda la tierra.” Afirmó saber que “...cantaban liuertad vsurpan-
do la juridiçion rreal [...] e que saue por donde vino hordenado este motin levanta-
miento y deseruiçio de su magestad e que esto venia hordenado por mandado del
governador gonçalo de abreu...”. 88 El joven Ruiz, de apenas veintidós años, converti-
do en delator de Abreu con una hora de garrote frente a escribano y pluma, alcanzó a
escribir a su patrón tras la confesión. Con orgullo le aseguró haber cumplido su encar-
go (traer las cartas), se reconoció como su criado y le pidió disculpas por el fracaso...
Ruiz consideraba que moría por vuestra señoría, y le pidió, ignorando que la suerte del
destinatario de su nota no era distinta de la suya propia, haga bien por mi anima pues
tan justamente merezco la muerte [...] bueluo a suplicar a vuestra señoria no se oluide lo que
le encomiendo de anima nuestro señor guarde la muy ilustre persona de vuestra... 89
Desde el punto de vista de los declarantes por los “leales al Real Servicio”, está
claro que nada podía estar más alejado de la verdad: el verdadero servicio estaba de
su lado, de quienes habían acabado con la vida de los “tiranos” (ya no solo rebeldes,
ahora también tiranos, como éstos llamaban a Garay).90
88 Confesión de Diego Ruiz. Santa Fe, 1 de junio de 1580. GGV, CXXII, BN 2127. Comparando nueva-
mente con lo sucedido en lugares centrales de la Monarquía, es interesante destacar que tampoco al estu-
diar a los comuneros de Castilla de 1520 se haya enfatizado en este aspecto, clave en las reivindicaciones
de tipo antiguo que, con la de nuestra conjura, no cuestionaban en absoluto el orden monárquico.
89 Carta de Diego Ruiz a Abreu. Santa Fe, 1º de junio de 1580. BN, GGV, CXXII, 2126.
90 Testimonio de Juan de Ovalle.
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Conjura de mancebos 41
91 Garay le dio una encomienda sobre dos pueblos de indios hacia el 16 de agosto de 1578; copia de
este documento en Anales de la Biblioteca, Introducción y notas de Paul Groussac, Coni, Buenos Aires,
1912, Tomo X, p. 126.
92 Nunca podremos afirmar cuál era el grado de convicción de cada uno de ellos al momento de fir-
mar el acta en la junta del 31 de mayo; es probable que nunca estuvieran del todo con la rebelión (pero
también es obvio que si participaron de su represión jamás reconocerían haber estado de ese lado).
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42 Justicias y Fronteras
93
AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, sesión del 30 de diciembre de 1578.
94
AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Segundo, sesión del 23 de diciembre de 1583, f. 60.
95 Por ejemplo, Leonor de Encinas (hija de Juan Fernández Romo y María de Encinas) con Esteban de
Vergara. Esta familia siguió emparentándose muy endogámicamente, ya que una de sus hijas, Bernardi-
na de Espinosa, se casó con Alonso de Vergara, otro descendiente de la familia de Feliciano Rodríguez.
CALVO, Luis María “Vecinos encomenderos de Santa Fe...”, cit., p. 102.
96 AGSF-ACSF, Tomo I, Libros Primero, Segundo y Tercero.
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Conjura de mancebos 43
Fernández Romo. Junto a Feliciano Rodríguez, se dijo, fue fiador de Juan Sánchez y
de Antonio Tomás. Estos gestos documentan el modo en que se ofreció apoyo
mutuo el grupo capitular surgido de la contra-rebelión.97
Gabriel de Hermosilla Sevillano, uno de los vecinos importantes que participó
de la reunión rebelde en casa de Lázaro Benialvo, había sido alcalde en 1579 y era
regidor en 1580. Volvió a serlo en 1582, 1585 y 1588 y en 1585 la ciudad lo nombró
su Procurador. Durante esos años también se le confió el Real Estandarte (fue Alfé-
rez Real) y cumplió turnos como Fiel Ejecutor; cuando en 1584 Gonzalo Martel de
Guzmán fue designado teniente de Santa Fe, Hermosilla asumió como Alcalde en
su reemplazo y su fiador fue Juan Sánchez. No parece haber estado a la altura de
quien puede ofrecer fianzas, pero las recibió de Pedro de Oliver, de Juan Sánchez
(varias veces), Diego Sánchez Ceciliano, Feliciano Rodríguez, Juan de Vallejo, Fran-
cisco Hernández y Alonso Fernández Romo.98
El varias veces mencionado Pedro de Oliver fue un hombre de mucho peso en
la reorganización después de la revuelta. Entre 1578 y 1588 ocupó cargos capitula-
res durante siete años y entre 1578 y 1581 lo hizo consecutivamente. Fue el primer
Alférez de la Ciudad y en su nombramiento –le mandavan y mandaron que si se ofre-
ciere alguna alteracion o levantamiento que sea de la parte de su majestad...– parece estar
contenida la reacción institucionalizada al movimiento de la noche de corpus.99
Por último, conviene volver a observar detenidamente a los rebeldes: del análi-
sis se desprende que revolucionarios y contrarrevolucionarios compartían algunos
rasgos identitarios, pero lo que parece diferenciarlos definitivamente es su posición
respecto de la autoridad de su jurisdicción y su derrota en el campo de las pruebas
de fuerza.
Entre los rebeldes se contaban varios capitulares y, como se dijo, los cabecillas
participaban activamente en el gobierno de la ciudad. Los mancebos no eran mayoría
en el Cabildo, como no lo eran en ninguna de las ciudades recién fundadas en la
América colonial, y puede asegurarse que la información que manejaron y la presión
que pudieron ejercer sobre otros vecinos fue posible por una situación que está en las
antípodas de la que les asigna la historiografía: los rebeldes no solo no estaban mar-
ginados del gobierno local, sino que además controlaban lugares de importancia.
También se ha dicho que eran económicamente marginales o “pobres”, pero
algunas pistas permiten indicar que no estaban en la miseria extrema. Los dos Galle-
go (“el viejo” y “el mozo”) tenían ganado –como se señala en la lista, presentaron
hierros en 1577. En un estudio de Manuel Cervera se examina la rendición de cuen-
tas que el escribano Alonso Fernández Montiel realizó con motivo de la ejecución en
97
AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, sesión del 3 de diciembre de 1578.
98 AGSF-ACSF,Tomo I, Libros Primero y Segundo, sesiones del 1º de enero de 1582, de 1584, f. 63 y del
1º de enero de 1585.
99 AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, sesión del 9 de enero de 1581, f. 56.
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remate de los bienes de los rebeldes,100 del que se desprende que casi todos eran
propietarios de alguna cuerda de tierra en las afueras de la ciudad así como de sola-
res que el fundador les había entregado para avecindarlos.101 Hacia 1580, la distri-
bución de tierras en “la otra banda” del Paraná apenas había comenzado y, en cuan-
to a los ganados, además de lo dicho de los dos Gallego, es todavía temprano para
establecer quienes serían los propietarios principales.102 Así, la existencia de una
diferenciación económica importante en el interior de la hueste conquistadora es
algo especulativo. No hay constancias de provechosos repartimientos de indígenas
y en cuanto a los solares de la ciudad, es obvio que Garay había distribuido los
mejores entre sus allegados; pero respecto de su situación en Asunción, todos los
hombres que compusieron la hueste habían experimentado una mejora de condicio-
nes ostensible.103 Lo más seguro es que buscaban una mejor posición y que la sub-
ordinación en la que decían encontrarse, si bien no era absoluta, evidentemente les
resultaba incómoda.
Querían más y eso no era posible en una configuración como la que Garay
había conseguido consolidar. Lo notable es que, tras la rebelión (y sobre todo tras la
contra-rebelión) muchos de los que participaron de la junta del 31 de mayo consi-
guieron instalarse precisamente donde querían a partir de enrolarse en la contra-
revuelta impulsada por Arévalo, lo que permitió una nueva movilidad ascendente
a costa de la sangre de algunos pares.
100 Puesto que a las ejecuciones sumarias siguieron, claro está, las confiscaciones. Esto sucede con los
rebeldes en cualquier parte de la Monarquía. Véase BERMEJO CABRERO, José Luis Poder político…, cit.
101 Lázaro de Benialvo era propietario de una suerte de tierra en el Saladillo y tenía una estancia en tie-
rra de Calchines. Francisco Álvarez Gaytán poseía una chacra, otra con casa, un solar, un carretón, yunta
de bueyes y además, una estancia en el Viliplo. Mosquera era dueño de chacra y casa, estancia en el Vili-
plo, tierras en el Saladillo y ganado. Pedro Gallego poseía casas y chacra, estancia en los Calchines y algo
de ganado. Pedro Gallego el Mozo y Juan Correa eran dueños de una cuerda de tierra; Domingo Rome-
ro de chacra y solar, Pedro Sánchez al menos de un solar, Diego de Leyva de una chacra y Bartolomé de
Figueredo poseía una estancia en el Saladillo y un solar. Este documento, cuyo original no he visto, apa-
rece recuperado en CERVERA, Manuel Ubicación de la ciudad de Santa Fe fundada por Garay. Estudio histó-
rico, La Unión, Santa Fe, 1933, pp. 107 a 110 y en LIVI, Hebe “La revolución…”, cit., p. 97.
102 El Cabildo otorgó licencias de vaquería recién unos quince años más tarde. Aún así puede afirmar-
se que Bernabé Luján, Juan Martín, Antón Romero, Pedro de Espinosa y Hernán Ruiz de Salas poseían
hacia 1577 sus hierros (Cuadernos de Registro de Marcas de Ganado, en AGSF-ACSF, Tomo I). Estas primeras
marcas pudieron también haber sido obtenidas por varios de los rebeldes que, efectivamente tenían pre-
sencia capitular por entonces: en una sesión de dicho año, se sugiere que no se marquen hasta no “avi-
sar” a quienes tienen ganados en las islas. La práctica de la “marca”, con todo, no iba de la mano con cri-
terios a priori de la “propiedad”, sino que era aquélla la que, una vez legitimada en el Cabildo, señalaba
quién era el derechohabiente sobre ese ganado que pastaba en una extensión sin otros límites que los ríos,
arroyos o la dirección impuesta a los animales por las tormentas, los accidentes geográficos insalvables o
sus propios derroteros gregarios.
103 Para confirmar este punto me he servido de numerosas entradas del índice de nombres publicado
por Trelles en su “Diccionario de Apuntamientos”, cit., Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomos II,
III, IV y V, Buenos Aires, 1890 y ss.
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Todos los hombres avecindados en Santa Fe entre 1573 y 1580 provenían de Asun-
ción del Paraguay y conformaban la descarga de la cabecera de la gobernación des-
pués de los incidentes de 1572: el bando de Cáceres los había llamado mancebos des-
ordenados y la fundación de Santa Fe los había convertido, en 1573, en vecinos de
Santa Fe del Río de la Plata. Al rebelarse contra la autoridad de quien los había inves-
tido, al relacionarse con autoridades de otra jurisdicción, pudo verse que desde San-
tiago del Estero o desde Córdoba, Villalta, Rodrigo de Mosquera, Diego de Leyva y
Lázaro de Benialvo eran mentados como paraguayos: no porque fueran naturales de
allí, sino porque “lo de Santa Fe” hacía parte “del Paraguay”. Por otra parte, hacia
1580, los vecinos de Córdoba y Santiago del Estero eran percibidos como “del Tucu-
mán”, expresión anterior a la creación de la gobernación (1563) que designaba con
un vocablo indígena una región difusa, es decir, la provincializaba.105 La documenta-
ción muestra que la pertenencia a una jurisdicción es parte inequívoca de la invoca-
ción en la asignación de identidades, pero designa realidades cualitativamente toda-
vía algo vagas: del Tucumán, del Paraguay o, incluso, del “Río de la Plata”, se dirá
ora que son gobernaciones, ora que son provincias –territorios lejanos que han sido
incorporados a la Corona.
El ejercicio comprensivo se vuelve imposible si se quiere aplicar la semántica
propia del paradigma del Estado nacional, porque el aparente desorden lexicográfi-
co no es tal; se trata del repertorio lingüístico utilizado por los agentes que estaban
haciendo el proceso de organización política del espacio, estaban realizando el equi-
pamiento político del territorio.106 Así, la lógica de las denominaciones múltiples y
104 “Probanza de Méritos de Juan de Espinosa (1596)”, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de
colonial rioplatense”, en FERNÁNDEZ, Sandra Más allá del territorio. La historia regional y local como pro-
blema, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2007, pp. 95-107.
106 El concepto de equipamiento del territorio es una adaptación que realizo del de ordenamiento territo-
rial, propuesto por la geografía francesa (p. ej., BRUNET, Roger L’aménagement du territoire en France, LDF,
Paris, 1997). Originalmente éste ha sido utilizado en su primer estado por las escuelas de gubernamenta-
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confusas de los vecinos o hasta de los mismos gobernadores fragua bien con la que
desplegaba la Monarquía y con las identidades que se asignaban los agentes. Lo
mismo sucedía con las designaciones estampadas en la cartografía o en los relatos
de viajeros y cronistas. Antonio Vázquez de Espinosa publicó en 1627 una relación
donde ubicó a Santa Fe en una alta barranca a la rivera del Río de la Plata a la parte del
Tucumán...107
Algunos hijos de la tierra mancebos paraguayos se convirtieron en integrantes
de la elite santafesina operando una reformulación de pactos y acuerdos que impac-
tó en lo que los agentes dicen ser y cómo consiguen ser percibidos por otros.
Los jefes de familia cuya intervención del lado del orden fue destacada (Berna-
bé Luján, Feliciano Rodríguez, Pedro de Oliver y el capitán Diego Ramírez entre
otros) más los que desde un principio estaban alineados con Garay, conformaron el
grupo de los “Beneméritos”, constituyéndose en el núcleo que controló el gobierno
municipal sin inconvenientes hasta los años 1620s.
La rotación en los cargos capitulares fue menor después de 1580 y muestra la
consolidación de algunos miembros de la comunidad que no eran precisamente
“españoles”. A partir de estos gestos de apoyo como las fianzas o la celebración de
alianzas matrimoniales, lograron imponer a los nuevos miembros que eran hombres
de confianza: de 87 cargos capitulares elegibles entre 1581 y 1590 (sólo contabilizo
aquellos de los cuales hay datos fiables), 46 (más de la mitad) fueron ocupados por
hombres que ya habían intervenido en el ámbito capitular antes de 1580: y esos cua-
renta y seis oficios fueron usufructuados solamente por dieciséis vecinos, a quienes
es justo tener en cuenta como la estrecha elite triunfante del reordenamiento de
1580.108 Desde ese año, se integraron nuevos miembros que ingresaban justamente
manuscrito original por Charles Upson Clark – Publicado bajo los auspicios del Comité Interdeparta-
mental de Cooperación Científica y Cultural de los Estados Unidos, Smithsonian Institution, Washington
1948, [1627] p. 641.
108 Mateo Gil, Diego Ramírez, Pedro de Espinosa, Antonio Tomás, Hernán Ruiz de Salas, Alonso Fer-
nández Montiel, Juan Sánchez, Francisco Hernández, Felipe Juárez, Hernán Sánchez, Pedro de Oliver,
Simón Figueredo, Gabriel de Hermosilla Sevillano, Antón Rodríguez, Alonso Fernández Romo, Rodrigo
Álvarez Holguín, a quienes debe agregarse los de Juan de Espinosa y Cristóbal de Arévalo, alineados
aunque distanciados de Santa Fe.
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con el aval de hombres como Diego Ramírez, Juan Sánchez o Pedro de Oliver, y repi-
tieron también como capitulares entre 1580 y 1589: Diego Sánchez Ceciliano, Sebas-
tián de Aguilera, Feliciano Rodríguez, Gonzalo Martel de Guzmán y Juan Xaques
constituyen lo que podría llamarse el elemento de “recambio generacional”, avalado
por los más antiguos capitulares antes mencionados. El otrora mancebo ya no es men-
tado ni siquiera como “hijo de la tierra”: ahora es “hijo de conquistador antiguo” y
aparece perfectamente integrado con los pocos peninsulares que integran la lista.
El episodio cierra el ciclo de las primeras pujas por la construcción de una
modesta pero efectiva aristocracia de mérito que se adueñó del control de los resor-
tes políticos de la ciudad de Santa Fe: en este sentido, la naturaleza de su fuente de
origen continuaba siendo el Real Servicio, aunque había cambiado el escenario. Las
jornadas expedicionarias de peninsulares recién llegados habían dejado paso a la
defensa de la ciudad y el buen gobierno por parte de hijos de conquistadores109 afa-
nados esta vez en sofocar una rebelión que, gracias a una coincidencia de intereses
entre las autoridades locales santafesinas con el gobernador entrante del Tucumán,
consiguieron retratar como una traición a los intereses reales. Los rebeldes de la pri-
mera hora supieron travestir a tiempo la traición a sus compadres de conjura en leal-
tad al rey, articulando de esa manera la satisfacción de sus pretensiones locales y el
orden más vasto de una Monarquía sin promover cambios en las gobernaciones. El
cuerpo político, todavía y por mucho tiempo más, podía otorgarles sentido de cuer-
po y razón política a escala de comunidad y a escala de Imperio. Las gobernaciones
del Tucumán y del Río de la Plata continuaron teniendo relaciones tensas y conflic-
tivas –al menos, sus vecinos las tuvieron. Sin embargo, no volvió a registrarse un
intento de modificar esta frontera interior semejante al analizado.
Volvamos al comienzo y retomemos la importancia central que tiene la adminis-
tración de justicia en este caso: sin el proceso judicial hubiéramos sabido muy poco
del episodio, pero también hubiéramos tenido una mirada muy parcial y sesgada del
proceso de consolidación del Paraguay y Río de la Plata como una jurisdicción dife-
rente de la del Tucumán, incluso de la dinámica de la asignación de identidades.
El complejo dispositivo judicial que supone el Juicio de Residencia, analizado
con los datos que aparecen en estas otras fuentes que son, fundamentalmente, las
declaraciones de funcionarios y las actas de cabildo, nos ha permitido demostrar
que la asignación de identidades no se agotaba en los vínculos que se tramaban con
el territorio y con las jurisdicciones –los vínculos de naturaleza, ya que lo que se puso
en acto está íntimamente relacionado con la cultura política de la Monarquía en
pleno.
109 Como se desprende por ejemplo de la Nueva Recopilación..., los “hijos de conquistadores” debían ser
preferidos para ocupar los cargos de gobierno municipal, tanto como para recibir cualquier otro tipo de
beneficio. Esto es considerado en la prescriptiva Real muy tempranamente, con la aparición de la prime-
ra generación de hijos de conquistadores nacidos casi siempre de uniones jurídica y religiosamente poco
ortodoxas.
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48 Justicias y Fronteras
110 Los historiadores del derecho hispano en general acuerdan en que, durante la época moderna, no
hubo novedades jurídicas en torno al castigo de este tipo de delitos. BERMEJO CABRERO, José Luis
Poder político y administración de justicia en la España de los Austrias, Ministerio de Justicia, Secretaría Gene-
ral Técnica, Madrid, 2005, p. 106.
111 Martínez Marina escribió que hasta el siglo XII, siguiendo la tradición gótica “…aunque las leyes
recomendaban a los príncipes la virtud de la clemencia, con todo eso no les otorgaron facultad de perdo-
nar á los reos convencidos de traición o infidelidad contra el soberano y la patria…” MARTÍNEZ MARI-
NA, Francisco Ensayo histórico-crítico sobre la legislación y principales cuerpos legales de los Reinos de León y
Castilla: Especialmente sobre el Código de las Siete Partidas de D. Alfonso el sabio, Tercera Edición, Sociedad
Literaria y Tipográfica, Madrid, 1845, p. 63.
112 IGLESIA FERREIRÓS, Aquilino Historia de la traición: La traición regia en León y Castilla, Universidad
Conjura de mancebos 49
dicción (Catalunia, 1640), el “juntismo”, las posturas cambiantes, el que se las juz-
gara como traición, su enjuiciamiento rápido y sumario, los castigos ejemplares, el
reclamo de una mayor participación en el gobierno de la ciudad (Sicilia, 1646), los
castigos excepcionales y la exhibición de las cabezas cortadas (Nápoles, 1647).114
El análisis de unos pocos aspectos del Juicio de Residencia que Lerma sustan-
ció contra Abreu facilitó la percepción conjunta de la administración de la justicia en
distintos niveles (el virreinato, la gobernación y la ciudad), distintas modalidades
(administrativa, ordinaria y sumaria) y la articulación de los intereses de la Monar-
quía con los de algunos súbditos que no ocupaban lugares centrales: en este caso,
saber cómo fueron juzgados aquellos hombres, fue la piedra de toque para com-
prender la relación entre asignación de identidades, intereses políticos, administra-
ción de justicia y equipamiento político en territorios jóvenes y turbulentos. Tanto lo
eran que Hernando de Lerma les aplicó el sambenito de tierra vidriosa.
114 Véase por ejemplo VILLARI, Rosario La revuelta antiespañola en Nápoles. Los orígenes (1585-1647),
Alianza, Madrid, 1979. AA.VV. 1640. La Monarquía en crisis, Crítica, Barcelona, 1992, 258 pp.
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Introducción
Este trabajo tiene su origen en un intento por reflexionar y discutir algunas interpre-
taciones acerca de la dinámica de la elite de Buenos Aires a mediados del siglo XVII.
En ese sentido, algunas de las fuentes más valiosas –y más utilizadas– para enfocar
el funcionamiento de la capa más alta de la sociedad colonial han sido las relaciona-
das con el ámbito institucional más representativo de los intereses de ese grupo: los
cabildos.1
Sin embargo, una fuente más dinámica y compleja, que muestra con un grado
de detalle más preciso la compleja trama de lealtades, armonías, conflictos y enfren-
tamientos en el seno de la elite de poder local, son los Juicios de Residencia.2 Aún
cuando el carácter judicial de estas fuentes pueda ser tomado como una cierta limi-
tación a la hora de reflexionar sobre el poder político, las redes de lealtades y la
intensidad de los conflictos en el Buenos Aires colonial, creemos que un abordaje de
las mismas que supere una mirada más jurídico-institucional permitirá observar
esos procesos. De hecho, Tamar Herzog propuso tres formas alternativas de estudiar
ese inmenso corpus documental; el enfoque jurídico-formal se encuentra represen-
1 Sería extenso resumir el listado de los trabajos que han enfocado a esta institución indiana, por ejem-
plo: GELMAN, Jorge “Cabildo y elite local en Buenos Aires en el siglo XVII”, en HISLA Revista Latinoa-
mericana de Historia económica y social, núm. 6, 2° semestre de 1985; PONCE LEIVA, Pilar Certezas ante la
incertidumbre: elite y cabildo de Quito en el siglo XVII, Abya-Yala, Quito, 1998; SANTOS PÉREZ, José Elites,
poder local y régimen colonial. El cabildo y los regidores de Santiago de Guatemala 1700-1787, Universidad de
Cádiz, 1999.
2 Sobre el origen medieval, incluso sobre sus antecedentes más antiguos, han escrito numerosos auto-
res. Sólo por mencionar algunos: CÉSPEDES DEL CASTILLO, Guillermo “La visita como institución
indiana”, en Anuario de Estudios Americanos, núm. 3, 1946; DURAND FLORES, Luis “El juicio de residen-
cia en el Perú Republicano”, en Anuario de Estudios Americanos, núm. 10, 1953; SERRA RUIZ, Rafael
“Notas sobre el juicio de residencia en época de los Reyes Católicos”, en Anuario de Estudios Medievales,
núm. 5, 1968.
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52 Justicias y Fronteras
tado por trabajos pioneros como el de Mariluz Urquijo3 o Caro Costas.4 Estos auto-
res resaltaron el carácter ordinario, repetitivo y rutinario de los procesos, converti-
dos en un mecanismo potencialmente eficaz de control de la administración indiana
–aún cuando fallaran– pues evidenciaron una intención política por parte de la Coro-
na de avanzar sobre la administración colonial. Otros trabajos utilizaron estas fuen-
tes para estudiar aspectos más amplios como la propia administración o la sociedad
sin tener presentes los diversos procesos de construcción de esa información; final-
mente, hubo quienes las analizaron en términos de construcciones sociales de gran
complejidad que, lejos de demostrar la neutralidad de la acción política central,
dejaban claros los mecanismos de conformación de lealtades y conflictos.5
Si bien creemos necesario matizar la afirmación de Herzog en el sentido de rela-
tivizar la función fiscalizadora de estos procesos, estas instancias de comunicación
y recreación de la administración, la jurisdicción, la comunidad y la paz social, como
los propone la autora, tenían una característica muy peculiar en relación con otros
procesos judiciales: su carácter previsible.6
La inexorabilidad de los Juicios de Residencia condicionó a los funcionarios a
fortalecer redes de lealtad que sirvieran para hacer buenos negocios durante su
mandato; pero por sobre todo, que sobrevivieran lo suficiente como para mantener-
se cuando le llegara el momento de sentarse en el banquillo del acusado. Aprove-
char amistades para ocultar riquezas obtenidas durante su mandato a la llegada del
juez o conseguir testigos favorables, se convirtió en un paciente juego de política
local que comenzaba incluso antes de pisar suelo americano.
Por otro lado, esta fuente permite captar la voz de quienes tenían una posición
más subalterna en una sociedad definida justamente por la subalternidad: funciona-
rios subordinados, artesanos, mujeres e indios de las reducciones cercanas –que
hemos seleccionado para esta presentación entre muchos otros– quienes no duda-
ron en presentarse a denunciar abusos o reclamar deudas, aún cuando lo hicieran
en un marco de restringida libertad.7 La Residencia se convertía así en mucho más
3 MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre los juicios de residencia indianos, Escuela de Estudios Hispano-
de Cultura Puertorriqueña, San Juan, 1978. Además, PONCE, Marianela El control de la gestión administra-
tiva en el juicio de residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra, ANH, 1985; VACCARI SAN
MIGUEL, Letizia Sobre gobernadores y residencias en la provincia de Venezuela. (Siglos XVI, XVII, XVIII),
ANH, 1992.
5 HERZOG, Tamar “La comunidad y su administración. Sobre el valor político, social y simbólico de
poderes “centrales” ver BARRIERA, Darío “Por el camino de la historia política: hacia una historia polí-
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Muchas veces las denuncias provenían desde los ámbitos más cercanos –tal vez por
ello más conflictivos– del ejercicio del gobierno. Los Jueces Oficiales Reales, encar-
gados de custodiar y administrar las Cajas Reales, tuvieron variedad de conflictos
–como así también suculentas oportunidades de complicidad– con los gobernado-
res. A eso respondió, en 1691, una Real Cédula que recordaba tanto a los goberna-
dores como a los custodios de las Reales Cajas la obligación de visitar los navíos los
tres funcionarios juntos, “…portándose con unión y conformidad…”.8
En su visita a las Cajas Reales de Buenos Aires, el Lic. Andrés León de Garavi-
to denunció que estos ministros de su Majestad no tenían posibilidad de actuar con
limpieza y transparencia por la opresión que sufrían de los gobernadores. El mismo
Garavito, encargado del Juicio de Residencia del gobernador Céspedes sentenció a
éste porque “…nombró por tesorero real a Enrique Enríquez, su íntimo amigo apa-
niguado por tenerle de su parte en las causas de descaminos y arribadas…” con la
oposición de uno de los tesoreros, Luis Delgado.9
El gobernador Lariz fue acusado no sólo de desterrar al tesorero Juan Vallejo,
sino de asesinarlo: “…había mandado le diesen veneno…” por mano de uno de sus
confidentes, Cristóbal de Ahumada.10
En 1648, el escribano Mayor de Minas, Registros y Real Hacienda de la Trinidad,
Juan Antonio Calvo de Arroyo,11 sufrió la ira del gobernador Lariz, quien lo desterró
al Brasil después de que Calvo denunciara no haber podido visitar un navío con
muchos pasajeros y hacienda: “…ni manifestaban la hacienda que llevaban ni consta-
ba de las licencias por donde se podían embarcar por puerto vedado [...] por concier-
to y cantidad de plata que habían dado al dicho Don Jacinto de Lariz”.
1691.
9 AGI, Escribanía 903 A. Visita a las Cajas Reales de Buenos Aires, 1631.
10 AGI, Escribanía 893. Residencia del gobernador Jacinto de Lariz, 1653.
11 AGI, Charcas, 68 N. 56 23-5-31. Confirmación de oficio de Escribano Mayor de Minas, Registros y
Real Hacienda de la Trinidad. El cargo lo había ganado en almoneda pública por doce mil pesos,
“…pagados a ciertos plazos”.
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54 Justicias y Fronteras
El sucesor y juez, Pedro Baigorri, sentenció que Lariz había procedido “…inde-
bida e injustamente…” por lo que ordenó se le dieran al hijo del Escribano, ya difun-
to, el cargo de su padre y unos tres mil trescientos treinta pesos.12
En 1673, el contador Alvarado y el tesorero Astudillo apuntaron al gobernador
Salazar: “…nombró por su asesor a Don Diego Martínez de Londoño su sobrino,
con salario y sueldo de un soldado ordinario de infantería en uno de septiembre de
1666 y los sirvió y tuvo el sueldo de tal siete años cumplidos…”, reclamando ade-
más la inmediata restitución del dinero.13
Otra de las denuncias a Salazar por parte de los Jueces Oficiales Reales detalla-
ba que cuando los funcionarios se negaron a pagarle sus salarios del erario real, el
Gobernador les respondió: “…que cuando no lo quisiésemos hacer que él era gober-
nador y se pagaría de su mano pues se hallaba gobernando y con poder absoluto y
que lo mismo era cobrar de estas cajas que las de Potosí…”.14
Una de las premisas a las que debían responder los funcionarios encargados de
tomar los Juicios de Residencia apuntaba a la averiguación acerca del trato que
corregidores y otros funcionarios reales habían hecho de la población indígena.
Desde mediados del siglo XVI, más precisamente mediante la Real Cédula del 9 de
octubre de 1556, se dispuso que los encargados de pregonar la apertura del proceso
tuvieran especial cuidado en que esas noticias “…llegasen a conocimiento de los
indios para que pudieran pedir sus agravios con entera libertad…”. Además de la
utilización de lenguaraces hábiles que participaban no sólo de los pregones sino
también del levantamiento de las denuncias mismas, la práctica en algunos casos
incluyó el nombramiento de jueces indios.15
Como todos los individuos, también ellos eran objeto y sujeto de una justicia
distributiva, que otorgaba a las partes “…lo que le corresponde…” según su dere-
cho, según su posición en el orden social.16
Aun así, a la posibilidad de que los propios damnificados hicieran uso de la
facultad de denunciar en el Juicio de Residencia cualquier abuso, la figura del Pro-
tector de Naturales también tuvo un peso importante en el desarrollo de los proce-
sos. Pese a que en el Río de la Plata su intervención, así como la obligación de los
12
AGI, Escribanía 893. Residencia del gobernador Jacinto de Lariz, 1653.
13
AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
14 AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
15 MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre…, cit., p. 155.
16 BARRIERA, Darío “La ciudad y las varas: justicia, justicias y jurisdicciones (ss. XVI-XVII)”, en Revis-
17 Ese fue el argumento que esgrimió el capitán Alonso Pastor, aclarando que su título ni siquiera era
de Corregidor, sino de mero administrador y que nunca, desde la fundación de la ciudad, tales servidores
habían sido residenciados. AGI, Escribanía 894. A. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar,
1673. Falaz argumento que no impidió la prosecución del proceso pues, como describimos a continua-
ción, en la Residencia tomada al gobernador Pedro Dávila, se incluyó a los Corregidores de las reduccio-
nes vecinas.
18 AGI, Escribanía 897 C. Residencia del gobernador Andrés de Robles, 1679.
19 AGI, Escribanía 892 A. Residencia del gobernador Pedro Dávila, 1638.
20 AGI, Escribanía 892 A. Residencia del gobernador Pedro Dávila, 1638.
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56 Justicias y Fronteras
Gómez, sólo apareció para llevarse los indios a trabajar. Don Ignacio, cacique de la
reducción del Bagual, decía que sus indios trabajaron en las obras, aunque no se les
pagó todo su trabajo, y que no tienen iglesia, porque se les cayó.21
Algunos de los numerosos cargos por los que debió responder el conflictivo
gobernador Jacinto de Lariz en su Residencia sentenciada en 1659 incluyeron el no
haber hecho bautizar a los indios, “…ni haberles dado más doctrina que de hacer
carbón, cortar madera y leña y carretear [...] sin darles la paga de la ordenanza…”.22
En 1671, el gobernador Salazar, atento a la situación de los indios:
21
AGI, Escribanía 892 A. Residencia del gobernador Pedro Dávila, 1638.
22
AGI, Escribanía 1190. Sentencias del Consejo. Residencia del gobernador Jacinto de Lariz, 4 senten-
cias, 1659.
23 AGI, Escribanía 894 A. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
24 AGI, Escribanía 894 A. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
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naturales, hecha en los Pagos del Monte Grande, Conchas, Matanza, Luján y Mag-
dalena.”25
En el interrogatorio que se tomó a los curacas en ésta última Residencia, la pes-
quisa secreta incluyó preguntas acerca de si habían conocido o no a sus corregido-
res, si éstos los habían defendido, “…o si lo han dejado hacer por amistad u otro res-
pecto o dádivas de otras personas de donde los dichos naturales se han quedado
agraviados…”; si los hicieron rezar, media hora por la mañana y otra por la tarde; si
fomentaron los pueblos y sus sementeras; si les quitaron hijos o mujeres; si se han
valido de ellos contra su voluntad; si les han hecho pagar más tasa por las enco-
miendas o si les compraron sus frutos a menor precio.26
Don Martín Iquin cacique principal “…de la parcialidad y nación Quilme…”,
protestó porque el corregidor Don Jacinto Garzón, había cometido con él y su gente
distintos abusos: “…a los muchachos y muchachas que no querían acudir al rezado
con puntualidad, los azotaba…” y que había tenido poco cuidado en el fomento y
cuidado de las sementeras, que “…eran unos pedazos muy pequeños de maíz, que
no tenían ni para la mitad del año.” Que a él mismo le sacó un pedazo de tierra cul-
tivada, de lo que “…se sintió agraviado y recibió molestia [...] calló la boca y no
quiso hablar ni dar queja de miedo de los dichos […] por ser indio miserable y
recién traído a este pueblo y que por esa causa nunca sembró…”.
Incluso al mismo cacique le sacó un nieto, mandándolo a trabajar a una chacra
donde lo maltrataron y azotaron: “…no pagaron a dicho su nieto y que si le dieron
algo sería muy poco y no conforme a su trabajo por ser muchacho e incapaz…”.27
En la larga lista de quejas, denunciaron la utilización de indios para la siembra
y cosecha de alimentos que luego debían comprarle a él mismo, el encierro de gana-
do cimarrón en su propia estancia, insultos y maltratos físicos.
A Sebastián de Chuquisaca, indio ladino en lengua castellana y maestro zapa-
tero, propietario de una chacra, el alcalde Juan del Pozo y Silva lo obligó a pagar el
valor de tres fanegas de trigo que sus caballos habían comido del campo de Berna-
bé Gómez de Sossa. El chacarero protestó, afirmando que no fueron sólo sus caba-
llos: “…mas estos fueron acompañados con otros de otros vecinos entre quienes le
pidió este testigo se prorratease el daño y sin embargo de esta súplica, por ser indio
y persona miserable le mandó lo pagase como en efecto pagó él solo las dichas tres
fanegas…”.
En el mismo acto, aprovechó a denunciar al alcalde de la Santa Hermandad,
teniente Pedro de Saavedra, por el robo de unas cincuenta yeguas de vientre y trein-
25 AGI, Escribanía 894 A. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
26 AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
27 AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
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ta mulas, “…y que como indio y sujeto miserable, se quedó sin sus yeguas ni
mulas…”.28
A veces los abusos eran denunciados por los propios encomenderos, como
cuando Don Juan Jerónimo de la Cruz, vecino feudatario, se quejó contra el Cap.
Diego Rodríguez, alcalde de la Santa Hermandad, por haber azotado cruelmente a
un indio de su servicio por unos caballos que habían destruido las sementeras de
Isabel Pimentel, esposa de Pantaleón Denis:
28
AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
29
AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
30 AGI, Escribanía 1190. Residencias de Mendo de la Cueva y Benavides y Francisco de Avendaño,
“…por cuya razón y por ser injusta esta levada, se siente y tiene por agra-
viada por ser persona sumamente pobre y miserable, y que aunque caso
31 AGI, Escribanía 892 B. Residencia del gobernador Jerónimo Luis de Cabrera, Pieza 10, 1647.
32 MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre…, cit., p. 182.
33 AGI, Escribanía 893. Residencia del gobernador Jacinto de Lariz, 1653.
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60 Justicias y Fronteras
Sobre la calidad de los testigos a los que el Juez debía aplicar un cuidadoso interro-
gatorio, las normas recomendaban que “…fuesen de distintas clases sociales, para
que así se tuviese noticia de la opinión de la mayoría de la población”,35 caballeros,
eclesiásticos, abogados y vecinos comunes. Así, en la Residencia tomada a Salazar,
la información secreta abarcó a cuarenta y dos individuos, desde miembros del
Cabildo, militares de distintos rangos –soldados reformados, capitanes, tenientes,
alféreces– un mercader, un pulpero, dos sastres y un platero.36
La provisión de mano de obra medianamente especializada en saberes técnicos
fue, desde la misma fundación de la ciudad, todo un problema. De hecho, uno de
los argumentos más efectivos para evitar la expulsión de un barbero, cirujano, car-
pintero o zapatero era la utilidad de sus servicios. Justamente, esos argumentos aflo-
raron en los Juicios de Residencia de manera reiterada.
Manuel González, herrero portugués, reclamó al gobernador Cabrera setecien-
tos ochenta y tres pesos por obras que le encargó, presentando al juicio un detalle
con valores de materiales y trabajo realizado en el “…reparo de la artillería y sus
cabalgamientos, planchadas, mantas, clavazón y cerraduras de los alojamientos del
fuerte y herraje que hizo para el bergantín.” Aunque Cabrera había comprometido
el pago con el situado que estaba pronto a llegar desde el Potosí, el Juez lo senten-
ció en el pago de esa suma, y que fuera él quien la cobrara de la plata pronta a lle-
gar a Buenos Aires. La decisión del Juez se basaba en el ruego desesperado del que-
rellante: “No tengo otras granjerías de que me sustentar…”.37
La expulsión de los vecinos portugueses en 1643 fue uno de los temas más rei-
terados en el Juicio de Residencia de Cabrera. Los portugueses de Buenos Aires
reaccionaron con dureza desde el mismo momento de publicado el decreto de
expulsión.38 La resistencia al extrañamiento vio aglutinar los esfuerzos de un seg-
34
AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
35
MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre…, cit., p. 175.
36 AGI, Escribanía 894 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
37 AGI, Escribanía 892B. Residencia del gobernador Jerónimo Luis de Cabrera, Pieza 1, 1647.
38 Vale la pena advertir que en estos casos la categoría de extranjero es la clave del conflicto. Aunque
no ahondaremos en esa cuestión en este trabajo, advertimos del valor discursivo que la lealtad cobra en
estos testimonios y denuncias. Al respecto: TRUJILLO, Oscar “Facciones, parentesco y poder: la elite de
Buenos Aires y la rebelión de Portugal de 1640”, en YUN CASALILLA, Bartolomé –director– Las redes del
Imperio. Elites sociales en la articulación de la Monarquía Hispánica, 1492-1714, en prensa.
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mento más que significativo de la elite local: militares, clérigos, funcionarios y veci-
nos de orígenes más que beneméritos intentaron evitarlo, esgrimiendo su vecindad
adquirida, su lealtad a Felipe IV y hasta la utilidad de sus servicios. Y muchos acom-
pañaron como testigos a los portugueses que se presentaron –ya de nuevo en el
puerto– a la Residencia del Gobernador saliente.
Así reconocieron todos, que los portugueses siempre habían sido leales vasallos
del monarca castellano, y “…trabajan con más cuidado que otros [...] otros son ofi-
ciales herreros, zapateros y carpinteros y sastres con cuyos oficios se sustentan y
pasan con mucha cortedad porque esta tierra es muy pobre y corta por no tener
comercio ni saca de los frutos para ninguna parte…”.
Un zapatero portugués, Antonio Cuello, se presentó como testigo de un com-
patriota, Estacio Ultramachado, quien reclamaba del gobernador Cabrera unos qui-
nientos pesos por mal juzgado.39 En 1644 el Magistrado lo había multado en esa
suma por regresar a Buenos Aires después de su expulsión. Ambos, denunciante y
testigo, habían clandestinamente fugado desde Córdoba a Santa Fe. Cuello declaró
que había escapado de Córdoba porque, “…tenía necesidad de unos cueros de suela
para el gasto de su oficio [...] y porque en esta ciudad suele haberlos de los que bajan
del Paraguay [...] ni sabe que los demás de su nación que vienen a esta ciudad los
mueva otra cosa más que buscar la vida, porque en Córdoba están padeciendo mil
necesidades…”. Y que el Gobernador, en vez de encarcelarlo, “…debía estimar mi
venida [...] para dar y hacer de calzar a la gente de ella por no haber como no hay
ningún oficial zapatero…”.
Pedro Martín, oficial zapatero, vecino, morador, portugués, también se quejó
contra Cabrera, pues, “…con mano poderosa de tal gobernador que era me mandó
cerrase mi tienda y no trabajase sin más causa que haberme dicho que diese obra
fiada a los soldados y haber respondido yo que no tenía caudal para poderlo
hacer…” y mandó a un Sargento a vigilar que no trabajara o “…me metiese de cabe-
za en el cepo…”. Aunque logró salir de la cárcel, el Gobernador instruyó a los sol-
dados para que:
39 Habría que diferenciar, asunto que no es central en este trabajo, los reclamos que apuntaban a los
gobernadores como opresores que con mano tiránica se valían de su poder para sacar provecho de cual-
quier situación, a los reclamos como éste en el que el demandante acusaba al Gobernador de administrar
arbitraria o incorrectamente la justicia.
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62 Justicias y Fronteras
Conclusiones
Más que medidas de neto corte administrativo, los Juicios de Residencia se consti-
tuyeron como herramientas claramente políticas en la compleja ingeniería de
gobierno de las Indias. Como símbolo de la concepción política de la Monarquía his-
pánica, las Residencias buscaron propagar la idea de una administración cohesiona-
da, a la vez que acercar a los súbditos la imagen de un Rey lejano, ausente, que
cobraba entidad en los procesos en los que el diálogo entre los agentes más subal-
ternos de la sociedad colonial y los preceptos del derecho indiano se hacían reali-
dad. “Lo que importaba no era el final del proceso, sino su iniciación” señala Tamar
Herzog, “…el hecho de que las residencias se publicaran y que todas y cada una de
las personas que vivían en la jurisdicción se llamasen a participar en ellas”,43 así
como el carácter universal de esa convocatoria, que incluía tanto a españoles como
a indígenas, a habitantes de la ciudad y del campo, aún cuando ocuparan lugares
distantes en el cuerpo de la Monarquía.
El cuadro analizado en este trabajo sólo presenta algunos segmentos de ese
riquísimo diálogo político que recorría el largo proceso inaugurado en las pesquisas
secretas; publicado en los interrogatorios públicos; dramatizado con cárceles,
embargos, destierros y multas y ¿finalizado? en las sentencias.
Al respecto, Durand Flores opinaba que:
40 AGI, Escribanía 892 C. Residencia del gobernador Jerónimo Luis de Cabrera, Pieza 25, 1647.
41 AGI, Escribanía 895 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
42 AGI, Escribanía 895 B. Residencia del gobernador José Martínez de Salazar, 1673.
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43
HERZOG, Tamar “La comunidad…”, cit., p. 180.
44
DURAND FLORES, Luis “El juicio…”, cit., p. 347.
45 GIL PUJOL, Xavier “Centralismo e localismo? Sobre as relações políticas e culturais entre capital e
territórios nas monarquias européias dos séculos XVII e XVII”, en Penélope, núm. 6, 1991, p. 127.
46 Al respecto ver RAMADA CURTO, Diogo “Notes on the history of European colonial law and legal
institutions”, extracto de Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno, Milan, 2005. Sobre
la configuración, GREENE, Jack Negotiated authorities. Essays in colonial political and constitutional history,
The University Press of Virginia, Charlottesville and London, 1994.
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Introducción
Durante décadas los párrocos fueron los principales intermediarios en las zonas
rurales de Buenos Aires y este papel fue primordial para el control social a falta de
un poder policial bien organizado en la región. Poco antes de la Revolución de
Mayo, en el paisaje social de los parajes rurales pampeanos eran más comunes las
sotanas y las cruces que otros funcionarios policiales o judiciales. Frailes y sacerdo-
tes seculares, a través de variadas formas de intervención social, daban legitimidad
al estado colonial a partir de diversas prácticas. Actuaban como guardianes del
orden público y moral, como curanderos espirituales y a través de distinto tipo de
mediaciones se convirtieron en piezas clave del funcionamiento burocrático de la
Monarquía y de su sostén ideológico.1
Las instituciones eclesiásticas contaban con variados recursos que le permitie-
ron jugar este papel en la mediación social. Sus principales “operarios” –los párro-
cos o religiosos de distintas órdenes– se encontraban estratégicamente situados para
utilizar los recursos de la campaña con el fin de desempeñar un papel significativo
en los centros de poder urbanos. Su ubicación en la trama social de la ciudad les ser-
vía, a su vez, para sobresalir en la campaña. Además, eran parte de instituciones for-
males y desempeñaban roles de liderazgo y toma de decisiones asociados con ellos
y contaban en la mayoría de los casos con recursos materiales y vinculares. De modo
que estos eclesiásticos terminaron por conocer y practicar dos estilos culturales: el
de los claustros –impregnado, en parte, por el pensamiento ilustrado– y el de la
campaña, con sus costumbres y hábitos bastante alejados de las normas de civilidad
que se pretendían imponer como comportamientos esperables.
1 TAYLOR, William Ministros de lo Sagrado: sacerdotes y feligreses en el México del siglo XVIII, Colegio de
66 Justicias y Fronteras
2 Puede verse HESPANHA, António Manuel Vísperas del Leviatán. Instituciones y poder político (Portu-
gal, siglo XVII), Taurus Humanidades, Madrid, 1989 y WINDLER, Christian “Mediando relaciones, redes
sociales y cambio político a finales del Antiguo Régimen”, en Hispania, LVIII/2, núm. 199, 1998, pp. 559-
574.
3 Un análisis en profundidad sobre las formas de intermediación de la Iglesia en la campaña bonae-
rense puede verse en BARRAL, María Elena De sotanas por la pampa. Religión y sociedad en Buenos Aires
rural tardocolonial, Prometeo, Buenos Aires, 2007.
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4 HALPERIN DONGHI, Tulio “Una estancia en la campaña de Buenos Aires. Fontezuelas 1753-1809”,
en FLORESCANO, Enrique –compilador– Haciendas, latifundios y plantaciones en América Latina, Siglo XXI,
México, 1975, pp. 447-463; MAYO, Carlos Los Betlemitas en Buenos Aires. Convento, economía y sociedad.
1748-1822, Publicaciones de la Excma. Diputación Provincial de Sevilla, Sevilla, 1991; MAYO, Carlos y
FERNÁNDEZ, Ángela “Anatomía de la estancia colonial bonaerense (1750-1810)”, en FRADKIN, Raúl
–compilador– La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos (I), CEAL, Bue-
nos Aires, 1993, pp. 67-81; “Anatomía de la estancia eclesiástica”, en Estudios-Investigaciones, núm. 22, La
Plata, 1995, pp. 9-17. FRADKIN, Raúl “Producción y arrendamiento en Buenos Aires: la Hacienda de la
Chacarita, 1779-1784”, en Cuadernos de Historia Regional, núm. 15, UNLu, 1992, pp. 67-98; BARRAL, María
Elena Sociedad, Iglesia y Religión en el mundo rural bonaerense, 1770-1810, Tesis doctoral, Universidad Pablo
de Olavide, Sevilla, 2001.
5 CUSHNER, Nicholas Jesuit Ranches and the Agrarian Development of Colonial Argentina, 1650-1767,
68 Justicias y Fronteras
7 Un rasgo peculiar de los establecimientos eclesiásticos se vincula con ciertos “gastos fijos”, erogacio-
nes que indefectiblemente debían llevarse a cabo, como por ejemplo todo lo relativo a mantenimiento del
culto, del claustro y de las capillas. Independientemente de cómo fuera la marcha de los establecimien-
tos productivos, necesitaban comprar y vender, por lo tanto la relación con el mercado presentaba carac-
terísticas diferentes a aquellas que pudieron establecer con él otros productores que podían especular con
los precios, almacenar, comprar la producción a sus arrendatarios u otros pequeños productores. Del
mismo modo contaban con ingresos regulares que también tenían que ver con la naturaleza de la insti-
tución: limosnas o el pago de servicios religiosos.
8 BARRAL, María Elena “Parroquias rurales, clero y población en Buenos Aires durante la primera
mitad del siglo XIX”, en Anuario del IEHS, núm. 20, UNICEN-IEHS, Tandil, 2005, pp. 359-388; BARRAL,
María Elena y FRADKIN, Raúl “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder institucional
en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emi-
lio Ravignani”, núm. 27, Buenos Aires, 2005, pp. 7-48.
9 Antes de 1730 sólo se habían desarrollado experiencias en Baradero y Quilmes y hacia mediados del
siglo XVIII los jesuitas intentaron instalar –sin éxito en cuanto a su perdurabilidad– la reducción de la
Purísima Concepción en la Ensenada de Samborombón y, bastante más al sur, las misiones de Nuestra
Señora del Pilar y de los Desamparados.
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10 Aún no se han estudiado en profundidad los efectos de las medidas que buscaban favorecer las
70 Justicias y Fronteras
12 CHÂTELLIER, Louis La religion des pauvres. Les missions rurales en Europe et la formation du catholicis-
me moderne XVIe-XIXe, Aubier, Paris 1993; PALOMO DEL BARRIO, Federico Fazer dos campos escolas exce-
lentes: los jesuitas de Evora, la misión interior y el disciplinamiento social en la época confesional (1551-1630),
Tesis Doctoral, IUE, Florencia, 2000; RICO CALLADO, Francisco Las misiones interiores en la España de los
siglos XVII-XVIII, Tesis Doctoral Universidad de Alicante, 2001 y “La teatralidad en la predicación barro-
ca: las misiones populares en la España de los siglos XVII-XVIII”, en ALCALÁ ZAMORA, José y BELEN-
GUER, José –coordinadores– Calderón de la Barca y la España del Barroco, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, Madrid, 2001, Vol. 1, pp. 549-563.
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72 Justicias y Fronteras
13 ZURETTI, Juan Carlos La enseñanza y el Cabildo de Buenos Aires, FECIC, Buenos Aires, 1984.
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14 NEWLAND, Carlos BUENOS AIRES NO ES PAMPA: la educación elemental porteña, 1820-1860, Grupo
por la primera Junta Revolucionaria. Otro texto utilizado era el Catón Cristiano y Catecismo de la Doctrina
Cristiana dedicado a San Casiano; ambos en MAILLÉ, Augusto –coordinador– La Revolución de Mayo a tra-
vés de los impresos de la época, Buenos Aires, 1966, Tomo IV, pp. 1-152 y 357-430. BARRAL, María Elena
“Disciplina y civilidad en el mundo rural de Buenos Aires a fines de la colonia”, en Jahrbuch für Geschich-
te Lateinamerikas, Universität Hamburg, núm. 44, 2007, pp. 135-156.
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74 Justicias y Fronteras
de las tierras “de la virgen” o “del santo”, a bautizar subconditione o en caso de nece-
sidad, a aumentar en ocasiones las arcas parroquiales a través de sus limosnas y
donaciones, a trabajar en el arreglo de los templos o a subsidiar actividades festivas
en los tiempos fuertes del año litúrgico.
Para los cofrades se trataba de un espacio con distintos significados, entre los
que resalta el acompañamiento colectivo en el trance de la muerte asistiendo al her-
mano en una buena muerte.16 Aseguraban una asistencia básica, un número fijo de
misas y la decencia en los actos fúnebres. Y sobre todo garantizaban unos sufragios
complementarios ante la posibilidad de unos albaceas algo distraídos a la hora de
organizar –y solventar– las exequias. Se trataba de una de las piezas clave de la
sociabilidad mortuoria tradicional que había inaugurado Trento.
Pero sus obligaciones no se limitaban a atender las urgencias en el momento del
fallecimiento de algún hermano. Durante todo el año organizaban y participaban en
distintas funciones religiosas. Los cofrades debían asistir los domingos a la explica-
ción de la Doctrina Cristiana y rezo del rosario; el lunes por la mañana a la Misa
solemne con vigilia que costeaba la Hermandad que concluía con la procesión de
Ánimas y el viernes por la tarde al vía crucis. También ocupaban un papel destaca-
do en las distintas celebraciones y fiestas de la comunidad, como la Pascua, el Cor-
pus o las fiestas patronales y en sus propios aniversarios. En el Aniversario de las
benditas ánimas –al que precedía un novenario– celebraban una misa solemne de
réquiem con ministros y vigilia que concluía con una procesión “…que ordenada en
la Iglesia se ha de encaminar al cementerio y de allí volver distribuyendo en el cami-
no responsos y oraciones que prescribe la Iglesia Nuestra Madre”.17
A juzgar por todas estas responsabilidades en la piedad comunitaria, es proba-
ble que las cofradías y los cofrades encarnaran, en teoría, un modelo de concordia
de cara a los vecinos, como se ha planteado para otras zonas de Iberoamérica.18 Sin
embargo, más a menudo encontramos a los hermanos involucrados en algunas dis-
putas que los situaron en posiciones enfrentadas y, al mismo tiempo, hemos podido
verificar que las cofradías sirvieron como espacios de sociabilidad y de pertenencia
de los “vecinos principales” –se requería para su acceso el requisito de limpieza de
sangre– quienes encontraban en estas hermandades espacios –entre otros ámbitos e
instituciones que servían a este propósito– para su construcción como el sector de
los notables locales.
16 MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás Contrarreforma y religiosidad popular en Cantabria. Las cofradías reli-
3-48, f. 35.
18 MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás Contrarreforma…, cit., TAYLOR, William Ministros…, cit; CAR-
MAGNANI, Marcello El regreso de los dioses. El proceso de reconstitución de la identidad étnica en Oaxaca,
Siglos XVII y XVIII, FCE, México, 1993, entre otros trabajos.
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19 BARRIERA, Darío “Por el camino de la historia política: hacia una historia política configuracional”,
peso de la infrajudicialidad en el control del crimen”, en Etudis: Revista de Historia Moderna, núm. 28, Uni-
versidad de Valencia, 2002.
21 TAYLOR, William Ministros…, cit.
22 CARMAGNANI, Marcello El regreso…, cit. p. 137.
23 MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás Contrarreforma…, cit.; “La capacidad del clero secular para apa-
ciguar las disputas entre los campesinos montañeses del siglo XVIII”, en MARTÍNEZ RUIZ, Enrique y
SUÁREZ GRIMÓN, Vicente –editores– Iglesia y sociedad en el Antiguo Régimen, Universidad de Las Pal-
mas, Las Palmas, 1994, pp. 149-156.
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76 Justicias y Fronteras
24 BARRAL, María Elena “‘Fuera y dentro del confesionario’. Los párrocos rurales de Buenos Aires
como jueces eclesiásticos a fines del período colonial”, en Quinto Sol. Revista de Historia Regional, Año 7,
núm. 7, REUN/ EdUNLPam, 2003, pp. 11-36.
25 Se puede ver al respecto TOMÁS Y VALIENTE, Francisco et ál. Sexo barroco y otras transgresiones,
siguientes en las distintas versiones que asumiría esta pareja (gradualmente más
desigual conforme se desplegaban las otras estructuras de poder institucional –no
eclesiásticas– en la campaña).
En los últimos años del siglo XVIII los jueces eclesiásticos vieron restringidas
algunas de sus funciones. Mientras en sus procedimientos sobre el control matrimo-
nial se les exigían más y más trámites, su capacidad de juzgar en este ámbito se
redujo a tareas, sobre todo, de tipo administrativo. De otras competencias, directa-
mente, fueron expulsados como en todo lo relativo a ejecuciones de testamentos y
en las demandas vinculadas a capellanías. No obstante, varios de los litigios tienen
como principales acusados precisamente a estas otras autoridades del lugar. Como
sucedió en Nueva España, la reducción de las capacidades judiciales de los curas no
significó que sus tareas se circunscribieran exclusivamente al ámbito sacramental.
Como plantea Taylor27 al analizar la arquidiócesis de México y la diócesis de Gua-
dalajara, la función judicial del clero podía constituir una importante fuente de
poder y no siempre los párrocos aceptaron que se estrechara su autoridad como jue-
ces. Las atribuciones que mantuvieron se dirigieron en forma privilegiada a fiscali-
zar las acciones de sus competidores en el ejercicio del poder institucional en el
plano local. Pese a las resistencias, los párrocos fueron cada vez menos jueces for-
males del fuero externo frente a sus feligreses, al tiempo que eran desaforados y
sometidos a los tribunales reales. Esta supresión del fuero, concretada por Rivada-
via, suponía la eliminación de los privilegios estamentales de acuerdo con lo que
debía ser, al menos en teoría, una sociedad de iguales.
Por último, el derecho de asilo28 fue otra de las esferas que, con mayor determi-
nación desde las reformas borbónicas, se restringió en el ejercicio de la justicia ecle-
siástica. Sin embargo, aún las iglesias que habían perdido la inmunidad continua-
ban siendo lugares sagrados, con jurisdicción eclesiástica plena y las fuerzas del
orden no podían ingresar en ellas en búsqueda de los inculpados sin previo permi-
so otorgado por las autoridades eclesiásticas. Es poco probable que la antigua prác-
tica del “asilo en sagrado”, fuera desterrada sin dificultades. Hasta las reformas bor-
bónicas y en algunas regiones después, las iglesias, sus atrios y cementerios consti-
tuyeron espacios de congregación comunal y no pocas revueltas y motines en los
Andes, en México o en el Río de la Plata se iniciaron en estos sitios y al toque de las
campanas. Aún cuando los párrocos fueran cuestionados, e inclusive el blanco de
los ataques, estos espacios fueron el lugar simbólico desde donde se hacía valer la
27
TAYLOR, William, Ministros…, cit.
28
El “asilo en sagrado” era una institución de clemencia administrada por los titulares de las parro-
quias inmunes o frías, un derecho que tenían “…ciertos delincuentes que se refugian en las iglesias para
estar bajo el amparo de ella, y hacerse acreedores por el beneficio de la inmunidad a una pena más mode-
rada”. Estas iglesias frías no podían ser violadas por la autoridad civil y era el párroco quien mediaba en
la extracción de quienes allí se asilaran. DONOSO, Justo Manual del párroco americano, Librería de Rosa y
Bouret, París, 1869, p. 84.
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78 Justicias y Fronteras
En las últimas décadas coloniales “ser un buen párroco” tenía un significado preci-
so. Los párrocos debían consagrarse a sus deberes pastorales. Así se planteaba tanto
en Nueva España como en las lejanas tierras pampeanas. En sus relaciones de méri-
tos y servicios se enumeraron de modo singular algunas acciones: la construcción y
reconstrucción de iglesias, la fundación de escuelas o el patrocinio de cofradías. Al
describir “en acción” a los párrocos novohispanos del período borbónico Taylor30
destaca las virtudes de la caridad, la paciencia, la obediencia, la moderación, el cui-
dado pastoral, la instrucción en la doctrina (y por lo tanto su papel de maestro más
que de juez). Un buen párroco debía actuar como un padre protector, afable y gene-
roso en sus buenas obras. Por el contrario, se condenaba en ellos la avaricia, la
embriaguez, el atuendo inapropiado, la incontinencia sexual, la ira excesiva o el
ausentismo de la parroquia.
Las autoridades eclesiásticas y civiles de Buenos Aires no diferían de las mexi-
canas en cuanto a las expectativas acerca de un correcto ejercicio del ministerio
parroquial. Aún en las periferias del imperio español se esperaban el mismo tipo de
acciones de los párrocos y también aquí el sacerdote era un importante recurso para
las feligresías.
Lo que exhibían los eclesiásticos como méritos y servicios, lo que destacaban las
autoridades civiles y eclesiásticas priorizaba las virtudes de la caridad, la generosi-
dad y el resguardo de la paz y la armonía. Todas estas “obras” redundaron en la
ampliación y brillo de sus curriculum y de sus carreras profesionales, al mismo
tiempo que favorecieron su construcción como líderes comunitarios.
Unos los pretendían más civilizadores; otros reclamaban “operarios” dedica-
dos exclusivamente a labrar sus sementeras espirituales. Y estas labores –las más
básicas de la cura de almas– no resultaron nada sencillas. En no pocas temporadas
las cosechas fueron magras. Había que convertir a los pobladores de la campaña en
feligreses, confesionalizarlos, reunirlos “bajo cruz y campana”, en otras palabras:
29 Pueden verse TAYLOR, William Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas,
FCE, México, 1987; SALA I VILA, Núria “Algunas reflexiones sobre el papel jugado por la Iglesia y el bajo
clero en las parroquias de indios en Perú (1784-1812)”, en RAMOS, Gabriela La venida del reino. Religión,
evangelización y cultura en América. Siglos XVI-XX, CBC, Cusco, 1994, pp. 339-362; VAN YOUNG, Eric La
Otra Rebelión, FCE, México, 2006.
30 TAYLOR, William Ministros…, cit.
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lograr que cumplieran con los preceptos básicos que la Iglesia prescribía. Confesio-
nalizarlos.
¿Qué pedían los feligreses? En primer lugar la asistencia religiosa a través de
los sacramentos. Como mínimo, los párrocos debían celebrar misa los domingos y
festivos y no dejar morir a nadie sin sacramentos.31 Unos sacramentos en cuyo cobro
nunca debían excederse, ni ser tiránicos. Se esperaba que el pastor de almas contri-
buyera a la pacificación del vecindario, a su adelantamiento, que evitara las enemis-
tades y mantuviera a su feligresía en armonía. Un buen párroco debía garantizar el
orden social.
Su papel de mediación iba a revestirse de nuevos significados desde comienzos
del siglo XIX. Ser un buen párroco implicaba nuevos compromisos. Así, las acciones
de los eclesiásticos durante las invasiones inglesas se sumaron a los servicios resalta-
dos en sus curriculum. Estos acontecimientos se presentaban como oportunidades
inmejorables para demostrar el vasallaje, la obediencia y, cada vez más, el patriotis-
mo. En este tipo de coyunturas comenzaba a asomar el liderazgo de algunos párro-
cos movilizando a la feligresía en defensa de la religión y de la patria. Pocos años
más tarde, la Revolución y las guerras de independencia, al tiempo que encumbra-
ban a algunos y abrían carreras políticas para otros, obligaron a los párrocos a
enfrentarse con parte de su feligresía, les exigieron que tomaran partido. Y apren-
dieron a hacerlo.
En el contexto de las guerras de la independencia las referencias a la religión
legitimaban las acciones de unos y otros. Sus protagonistas insistían en la dimensión
religiosa de la empresa. Algunas interpretaciones han tomado en serio estas expre-
siones y se han llegado a plantear la guerra de la independencia como una “guerra
religiosa.”32 Así era definida tanto por la participación del clero como por los instru-
mentos intelectuales que la Iglesia y la religión proporcionaron a los combatientes.
31 Pueden verse los estudios de SAAVEDRA, Pegerto La vida cotidiana en la Galicia del Antiguo Régimen,
Crítica, Barcelona, 1994; MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás Contrarreforma…, cit. y “La capacidad…”.
Para la campaña de Buenos Aires: BARRAL, María Elena “¿‘Voces vagas e infundadas’? Los vecinos de
Pilar y el ejercicio del ministerio parroquial, a fines del siglo XVIII”, en Sociedad y Religión, núm. 20-21,
CEIL-PIETTE/CONICET, 2002, pp. 71-106 y DI STEFANO, Roberto “Pastores de rústicos rebaños. Cura
de almas y mundo rural en la cultura ilustrada rioplatense”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina
y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 22, 2000, pp. 7-32.
32 DEMÉLAS-BOHY, Marie-Danielle “La guerra religiosa como modelo”, en GUERRA, François-
Xavier –compilador– Las revoluciones hispánicas: independencias americanas y liberalismo español, Complu-
tense, Madrid, 1995, pp. 143-164.
33 Cabe mencionar que a nivel de las jurisdicciones eclesiásticas cada ruptura política significó una
desarticulación territorial. Luego de la muerte del obispo Lue y Riega en 1812 el gobierno de la diócesis
quedó en manos de un provisor hasta 1832 cuando se restablecieron las relaciones con Roma y se desig-
nó a un obispo residencial de Buenos Aires. Los sucesivos gobiernos revolucionarios no renunciaron al
ejercicio del patronato y ensayaron distintos modos de relacionarse con las autoridades eclesiásticas y de
reglamentar la vida de la Iglesia según las exigencias de cada etapa. Durante este período las ordenacio-
nes disminuían –aunque esta merma se verificaba antes de la Revolución– y los sacerdotes envejecían y
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80 Justicias y Fronteras
morían. Otros habían sido declarados enemigos de la Revolución y, por tanto, arrestados y confinados.
Por su parte, las instituciones donde se formaban los futuros sacerdotes –como el seminario– tuvieron
trayectorias poco continuadas y el número de alumnos que convocaban era escaso, por lo que algunos
jóvenes decidían formarse y ordenarse en diócesis vecinas.
34 DI STEFANO, Roberto y ZANATTA, Loris Historia de la Iglesia Argentina, Grijalbo-Mondadori, Bue-
pasando de unos 30.000 km2 a unos 180.000 km2; la población rural, por su parte, pasó de unos 13.000 a
unos 90.000 habitantes. GARAVAGLIA, Juan Carlos Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agra-
ria de la campaña bonaerense, 1700-1830, Ediciones de la Flor-IEHS-Universidad Pablo de Olavide, Buenos
Aires, 1999.
36 BARRAL, María Elena “Ministerio parroquial, conflictividad y politización: algunos cambios y per-
manencias del clero rural de Buenos Aires luego de la revolución e independencia”, en AYROLO, Valen-
tina –compiladora– Estudios sobre clero iberoamericano, entre la independencia y el Estado-Nación, CEPIHA-
UNSA, Salta, 2006, pp. 153-178.
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82 Justicias y Fronteras
38 Las primeras experiencias estuvieron en manos de los jesuitas y luego fueron practicadas por mer-
cedarios y franciscanos. En este caso se trata de las misiones realizadas por los franciscanos del Colegio
de Propaganda Fide de San Carlos de Carcarañá, quienes recorrieron toda la diócesis entre 1788 y 1793,
lo cual demuestra que fue una práctica sistemática.
39 “Ceremonial de las misiones del Colegio Apostólico de San Carlos del Carcarañal. Año 1792”, en
Nuevo Mundo, Instituto Teológico Francisco Fr. Luis Bolaños, 2002-2003, núm. 3-4, pp. 102.
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Una de las formas de preparar las confesiones era el “Sermón de los enemigos”:
un ritual de reconciliación entre aquellas personas que se hallaban enemistadas. Los
estudios sobre las misiones interiores en la Península Ibérica señalan este ritual
como uno de los momentos más fuertes que tenía lugar los días de la misión porque
suponía una preparación individual y comunitaria para la confesión y la comunión
general. Era concebido como parte de una batería de dispositivos para que los cora-
zones enemistados pudieran vencer el odio por las afrentas recibidas y por ello era
considerado como la máxima expresión de caridad. Este tipo de prácticas peniten-
ciales, revestidas de una fuerte carga afectiva y de un carácter espectacular, busca-
ban corregir “desviaciones notorias”.40
Si en otras regiones se llevaba a cabo de forma pública y se organizaba como un
gran espectáculo en el cual los misioneros se presentaban como ejemplos de arre-
pentimiento y reconciliación pública (y, por lo tanto, iniciaban el acto del “Perdón
de los enemigos”), los testimonios con que contamos para Buenos Aires muestran
algo diferente. Los religiosos, al pautar esta práctica, buscaban evitar que los parti-
cipantes pidieran el perdón en público con distintos argumentos: “…por la gran
confusión y alboroto que ocasiona el buscarse unos a otros en la Iglesia…”, “…por-
que si la ofensa que se han hecho es oculta, no están obligados a dar pública satis-
facción…” y “…porque nos exponíamos a que el perdón se hiciere de ceremonia y
no de corazón”. Por ello establecía pasos muy prolijos para este ejercicio de la recon-
ciliación entre vecinos: “…el que hubiese injuriado u ofendido a alguna persona, irá
a buscar a su casa (o carreta) y en llegando dirá ‘La Paz de Dios sea en esta casa y
responderán de adentro, Amen’”. 41 Luego pediría perdón y el que lo recibía debe-
ría decir:
40 CHÂTELLIER, Louis La religion des pauvres…, cit.; PALOMO DEL BARRIO, Federico Fazer dos cam-
pos…, cit.; RICO CALLADO, Francisco Las misiones…, cit. y “La teatralidad…”, cit.
41 “Ceremonial de las misiones...”, cit., pp. 117-118. Destacado en el original.
42 “Ceremonial de las misiones...”, cit., p. 118. Destacado en el original.
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84 Justicias y Fronteras
grupos contra las formas de la religiosidad de tipo barroco. Al mismo tiempo mues-
tran la tensión existente entre esa piedad barroca y una conciencia que se pretendía
ilustrada.
Durante la década de 1820, con la disminución y casi desaparición del clero
regular estas misiones –en manos de religiosos– dejaron de realizarse y recién se
retomaron a lo largo de la década de 1830 cuando, bajo el rosismo, se restauraba la
orden dominica y se recibía nuevamente a los jesuitas. En ausencia de los religiosos,
no obstante, se encontraron sustitutos para los rituales de reconciliación. Las carac-
terísticas que éstos asumirían dan cuenta del nuevo lugar que las instituciones ecle-
siásticas ocupaban en la sociedad, de las cambiantes relaciones que los poderes
gubernamentales establecían con la Iglesia y del papel que, en este contexto, desem-
peñaban los párrocos.
En la década de 1820, luego de las reformas de Rivadavia, se acudiría a los Ejer-
cicios Espirituales cuando era necesario intervenir en algún conflicto que trascendía
los límites de las comunidades. El provisor de la diócesis, José León Banegas –a falta
de obispo desde 1812, cuando falleció Lue y Riega– promovía la reconciliación entre
las partes enfrentadas y suministraba una “data” o tanda de estos ejercicios (que
duraban entre una semana y diez días), organizados por un Director Espiritual asis-
tido, a su vez, por beatas. Según hemos podido comprobar, en algunos casos se tras-
ladaban a los pueblos de la campaña para realizar la “data”.
Este procedimiento puede verificarse en el conflicto mencionado que involucró
al párroco Julián Faramiñán en 1828. El provisor Banegas se había dirigido al cura-
to para investigar “por sí mismo” el conflicto entre el cura y el juez de paz y allí
ordenó la data de Ejercicios a fin de pacificar los ánimos. Un testimonio de los veci-
nos precisaba esta función de los Ejercicios: “…me consta que habiendo tenido este
pueblo la felicidad de presentarse el Director Suárez con unas siervas de Dios a dar
Ejercicios que realmente los necesitaba este pueblo por las muchas desavenencias y
escaso de un buen pastor”.43
Esta tanda de Ejercicios Espirituales incluía un acto de reconciliación que debió
llevarse a cabo ya que el eclesiástico solicitaba la certificación de la misma al Provi-
sor y Gobernador del Obispado:
43 Archivo General de la Nación, Buenos Aires (en adelante AGN) X-15-3-1. Testimonio de Francisco
Gutiérrez.
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“…fue llamado una noche al cuarto del Rector Don Miguel Ignacio Suárez
acompañado del finado Don Francisco González, el cura Don Julián Fara-
miñán y [encontró] a un individuo que arrodillándose delante del que cer-
tifica le pedía perdón con demostraciones tan patéticas que afectando viva-
mente trató luego de levantarlo de la actitud en que se hallaba y al verifi-
carlo conoció era el Juez de Paz Don Julián Solveyra que solicitaba recon-
ciliarse con el cura Don Julián Faramiñán y Don Francisco González lo que
se verificó protestándose recíprocamente la cordialidad de sus afectos y el
olvido de las disensiones anteriores.”44
44
AGN, X-15-3-1.
45
La Casa de Ejercicios Espirituales fundada por María Antonia de Paz y Figueroa continuaba des-
arrollando sus actividades en este período. En la etapa rivadaviana vivían en la casa 31 mujeres beatas y
16 “niñas pobres” y eran constantes las quejas por parte de las autoridades acerca de la falta de reglas en
aquella casa. Agradezco este dato a Alicia Fraschina, pueden verse los trabajos de la autora acerca de la
fundación y desarrollo de la Casa de Ejercicios Espirituales durante la época colonial y la continuidad
que supuso para la espiritualidad ignaciana. FRASCHINA, Alicia “Limitando la eficacia del Real Decre-
to: María Antomia de Paz y Figueroa, beata de la Compañía, 1730-1799”, en CICERCHIA, Ricardo –edi-
tor– Identidades, género y ciudadanía. Procesos históricos y cambio social en contextos multiculturales en Améri-
ca latina, ABYA-YALA, Quito, 2005, pp. 139-168.
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86 Justicias y Fronteras
sino también a grupos y que sus motivos tampoco eran solamente personales. Los
tumultos en zona no eran nuevos.46 Muchos de los protagonistas reaparecerían a lo
largo de la década, en su mayoría alineados del mismo modo, en las mismas faccio-
nes y muchos de los argumentos para descalificar a los adversarios se reeditaban.
Hacia 1831 en la Villa de Luján volvían a enfrentarse el Juez de Paz y el párro-
co a propósito de la negativa del eclesiástico de sacar a la Virgen de Luján en proce-
sión el último día de una novena que había sido organizada para pedirle por el cese
de la seca y para lo cual se habían recolectado limosnas. Más allá de los motivos de
unos y otros merece resaltarse que el mediador ahora era Galván, el Subinspector de
Campaña. Sus argumentos en esta mediación revelan parte de los cambios entre la
Iglesia y los poderes políticos que mencionaba más arriba. Su principal crítica al
Juez de Paz atendía a haberse dirigido al diocesano “…cometiendo el exceso de
abrogarse atribuciones peculiares del Gobierno en quien reside el Patronato de las
Iglesias y la protección del culto católico”. Del párroco prácticamente se burlaba por
su “impopularidad” y falta de manejo de la situación. Conforme con su mediación,
Galván expresaba que “…ambos recibieron y, debo asegurar, que ambos confesaron
simultáneamente su error y prometieron que en lo sucesivo estaban ciertos se enten-
derían mejor en cualquier ocurrencia…”, aunque admitió que “…en mis primeros
pasos dudé de la reconciliación”. Pese a ello se marchaba de la Villa de Luján con la
satisfacción del deber cumplido e incluso manifestó: “esta tarde he paseado y visi-
tado algunas casas con los dos”.47 Se trataba de un tipo de demostración pública de
concordia que acentuaría en una nueva intervención que debió realizar algunos días
después a pocos kilómetros de la Villa: en la Guardia de Luján.
Galván anticipaba en una nota al Gobernador el desafío que se avecinaba:
“Ahora quedo dando principio en esta Guardia donde las animosidades son muy
antiguas y donde toda reconciliación ha sido siempre muy transitoria.” Y se congra-
tulaba de la llegada de los misioneros cuya presencia, “…tal vez contribuya también
a mi objeto”.48 Se trata del primer indicio de la vuelta de los regulares y estas misio-
nes “pacificadoras”, cuya presencia se haría más visible y relevante en la ingeniería
de propaganda y control del rosismo en los años sucesivos.
El nuevo conflicto en la Guardia de Luján involucraba otra vez a su párroco. En
esta oportunidad, las razones del enfrentamiento se vinculaban al modo en que el
párroco había organizado la elección de síndico de la parroquia49 y designado una
46 FRADKIN, Raúl “Tumultos en la pampa. Una exploración de las formas de acción colectiva de la
población rural de Buenos Aires durante la década de 1820”, en IX Jornadas Interescuelas y Departamentos
de Historia, Córdoba, 2003; “Bandolerismo y politización de la población rural en Buenos Aires tras la cri-
sis de la independencia (1815-1830)”, en Nuevo mundo mundos nuevos, EHESS, 2005 [en línea] http://nue-
vomundo.revues.org/document309.html [consulta: 25 de febrero de 2008] y La historia de una montonera.
Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006.
47 AGN, X-24-3-4.
48 AGN, X-24-3-4.
49 En abril de 1830 se habían restituido a los párrocos de campaña la administración de Ramos de fábri-
ca y las funciones de la sindicatura las ejercerían los síndicos como defensores públicos de las rentas de
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comisión para la construcción del nuevo templo. El actual conflicto volvía a oponer
a las facciones en pugna que se enfrentaban desde hacía algunos años en este pobla-
do. Como en Luján, los dispositivos para pacificar se encontraban en manos del
poder político. Elías Galván reconvenía a las partes. Al párroco le recordaba su
papel en la preservación del orden social y que sus intervenciones debían mostrar-
se imparciales:
“…que él es el pastor y que para con todos debe ser Justo y buen Padre,
que de ningún modo debe tomar parte en desavenencias sino que por el
contrario toda vez que asomasen lo que le corresponde es que empeñe sus
funciones pastorales para cortarlas, sofocarlas, que reine la paz y que todos
formen una familia”.50
Galván volvía a retirarse satisfecho. Era elegido Juan Bautista Ramos, según el
subinspector: “Él ha sido recibido con gran aceptación y su imparcialidad en los par-
tidillos que siempre ha habido acompañada de sus buenos deseos prometen resulta-
dos satisfactorios…”. A lo que agregaba que los misioneros trabajaron “incansable-
mente” y “todos prometieron despreciar y olvidar las diferencias pasadas.”
Sin embargo Galván se detiene en un momento de su mediación y describe la
pública satisfacción que le dio:
las Iglesias. Los párrocos debían dar cuenta de entradas y salidas de los productos de fábrica y rendirlas
anualmente.
50 AGN, X-24-3-1.
51 AGN, X-24-3-1.
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88 Justicias y Fronteras
“Perdón de los enemigos” en las misiones interiores– al tiempo que eran parte inte-
resada e implicada en los conflictos y, por lo tanto, objeto de las nuevas formas y
actores en que se gestionaban las reconciliaciones.
Se podría hablar de secularización de las prácticas de reconciliación si toma-
mos en cuenta que quienes la gestionaban eran las autoridades políticas. Sin
embargo, el argumento se desmiente a sí mismo si consideramos que se trata del
régimen rosista –que se arrogaba el derecho de patronato52 y probablemente otros
atributos de la Corona como el indulto real– y apelaba en forma permanente a prác-
ticas y símbolos religiosos, mientras que la identidad federal se asumía como la del
buen católico.53
52 El decreto de febrero de 1837 ordenaba que toda disposición emitida por la Santa Sede, desde el 25
de mayo de 1810 en adelante, que deseara implementarse en el territorio de la confederación debía con-
tar con el pase o exequatur del Encargado de las Relaciones Exteriores de la República, esto es, debía con-
tar con la aprobación de Rosas. Así, se buscaba reconstituir un poder civil con atribuciones patronales
que abarcara todo el territorio de la confederación.
53 SALVATORE, Ricardo “Fiestas federales: representaciones de la República en el Buenos Aires rosis-
ta”, en Entrepasados, núm. 11, pp. 45-68, 1997; GARAVAGLIA, Juan Carlos “Escenas de la vida política en
la campaña: San Antonio de Areco en una crisis del rosismo (1839-1840)”, en Poder, conflicto y relaciones
sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999, pp. 157-188 y DI STEFANO, Roberto
El púlpito y la plaza, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004.
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Solórzano Pereyra, el gran jurista americano del siglo XVII, hablando de las relacio-
nes entre la Iglesia y el poder temporal, no dudaba en afirmar que “...de uno y otro
brazo se compone el Estado de la República...” (Solórzano se refiere, obviamente, a
la res publica). En realidad, se trata de mucho más que eso, se puede decir que en la
Monarquía Ibérica “...el reino y la corona permanecen en la Iglesia”, cuando en el
reino de Francia, la otra gran monarquía católica europea “...las Iglesias tienen que
caber a la fuerza en la corona”.3 Ese imbricado y estrecho lazo entre la Iglesia y la
Corona corresponde a una sociedad en donde –para dar solo un ejemplo– la exco-
munión era peor pena que la propia muerte, como se pude ver en el párrafo de las
Ordenanzas Reales de 1484 que citamos en el exergo. En pocas palabras: en la Monar-
quía Católica hispana la calidad de súbdito no podía escindirse de la condición de
católico. Y los hombres y mujeres que fueron ocupando la región que nos interesa a
partir de los inicios del siglo XVII, venían del corazón de esa Monarquía, estaban
plenamente inmersos en su cultura.
1Capítulo de un libro en preparación sobre el pueblo de San Antonio de Areco entre 1680 y 1880.
2Ver las Ordenanzas Reales de 1484, glosadas por Hugo de Celso en Las Leyes de todos los reynos de Cas-
tilla: abreuiadas e reduzidas…, por el maestre Nicolas Tyerria, Valladolid, 1538.
3 Ver SCHAUB, Jean-Frédéric “El pasado republicano del espacio público” en GUERRA, François-
Xavier y LEMPÉRIÈRE, Annick et al. Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. siglos
XVIII-XIX, FCE, México, 1998.
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90 Justicias y Fronteras
4 En el libro de defunciones de Areco el 10 de marzo de 1793 leemos “…murió Juana Anta. hija legiti-
ma de Anselmo Lima y de Benedicta Monsalvo de esta feligresía la enterró el expresado Anselmo frau-
dulentamente pr. lo qe. se le reprendio y se le hizo pagar el dro. por entero…”, ver Archivo Parroquial de
San Antonio de Padua, Areco, Libro 2 de defunciones. En otra oportunidad, el cura Feliciano Martínez,
en ocasión de la muerte de Pedro Bargueño en 1832, le pidió al Comisario que viera “…si se le ha encon-
trado algun dinero…” al cadáver para pagar los derechos de la Iglesia y “…aplicar algunos sufragios
para su alma…”. Archivo del Juzgado de Paz de San Antonio de Areco, Areco (en adelante, AJPSAC),
1832.
5 Sobre el papel de la Iglesia en la campaña durante el período colonial, ver BARRAL, María Elena
Sociedad, Iglesia y Religión en el Mundo Rural Bonaerense, 1770-1810, Tesis de Doctorado, Universidad Pablo
de Olavide, Sevilla, 2001, pp. 228-234 y su libro De sotanas por la Pampa. Religión y sociedad en el Buenos
Aires rural tardocolonial, Prometeo, Buenos Aires, 2008.
6 GOODY, Jack La famille en Europe, Editions du Seuil, Paris, 2001, p. 54.
7 Los ejemplos son múltiples, citemos sólo algunos. En 1773, fray Bonifacio Carvallo desde Cañada de
la Cruz le solicitaba al sargento mayor Julián de Cañas que lo “prenda” a Cristóbal Sosa y lo echara del
partido por amenazar un matrimonio; en 1790, el cura del Rincón de San Pedro solicitaba del virrey que
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podía alcanzar incluso a aquellos que tuvieran la mala costumbre de faltar a la misa
con demasiada frecuencia (en 1797, el Teniente Cura de Areco solicitaba al Alcalde
que enviara presos a la frontera de Luján a tres individuos “…por públicos escan-
dalosos en la embriaguez y no haber cumplido con el Precepto anual de la Iglesia”).8
Y este peculiar fenómeno está muy lejos de ser “colonial”, como parece pensarlo con
demasiada frecuencia una visión del pasado encandilada por la búsqueda de indi-
cios que anuncien la “modernidad argentina”.
Durante el siglo XIX, hasta un fenómeno de carácter tan claramente enraizado
en la vida pública como el de las elecciones, hecho capital en función de la lenta
construcción de las bases de una ciudadanía moderna, tuvo lugar durante muchos
años en el atrio de la parroquia de San Antonio de Padua. Además, no pocos párro-
cos fueron elegidos como representantes de sus pueblos en las primeras elecciones
de la década de 1810, como fue el caso de Gregorio José Gómez, cura de Areco, elec-
tor en Luján en 1813, de Francisco Argerich, cura de Luján y diputado enviado por
el Cabildo lujanense a la Asamblea de ese mismo año, como también el párroco de
Areco Francisco García Miranda quien, al parecer, fue votado como elector para la
concurrir en Luján a la elección de diputado para la Asamblea en 1816.9 Y la etique-
ta que Rosas había ideado para la instalación de los jueces de paz se realizaba en el
propio altar de la parroquia del pueblo “antes de la misa mayor”, con el cura párro-
co como personaje central de la ceremonia.10 Algunos párrocos cercanos al poder
durante el rosismo –tal el caso de Feliciano A. Martínez– llegaron incluso a propo-
ner nombres para ocupar el cargo de juez de paz.11
Varios de los párrocos más destacados que transitaron por el curato de la igle-
sia de San Antonio de Padua pertenecían a familias de notables de la localidad; el
segundo cura de Areco, Cristóbal de Giles (1744-1757), era un ahijado criado por
doña Rosa de Giles quien fundaría, junto con su marido don José Ruiz de Arellano,
la parroquia. Su sucesor, Cayetano Fernández de Agüero (1757-1772), también esta-
ba emparentado con algunos vecinos del pueblo: su sobrina Petrona Mora de Agüe-
ro era la esposa de Juan Vieytes, un gallego avecindado en Areco desde fines de los
años 1750s. y padre de Hipólito Vieytes; además, entre los propietarios de Areco de
esos años había un Juan Bautista Fernández de Agüero que suponemos formaba
se obligara al pulpero Tomás Fernández a acudir a la capital por vivir amancebado (ambos en Archivo
General de la Nación, en adelante AGN, IX-1-4-1). En 1831 el cura Feliciano Antonio Martínez le escribió
al comisario Isidro López acerca de un vecino a quien dio “caucion suficiente ante este Juzgado de casar-
se con da. Rita German” y que por lo tanto pedía se lo pusiera en libertad, AJPSAC, 1831.
8 AGN, IX-1-4-1.
9 Esto surge de un escrito de Norberto Antonio Martínez de 1816, en AGN, IX-32-7-7.
10 Consultar la descripción en DÍAZ, Benito Juzgados de Paz de Campaña de la Provincia de Buenos Aires
92 Justicias y Fronteras
parte de su grupo familiar12 y una hermana del cura, Ana María Fernández de
Agüero, fue registrada en los libros parroquiales como madrina en forma repetida.
Durante esos años, fue teniente de cura Francisco Antonio de Suero, miembro de
una de las familias más destacadas del partido y estrechamente relacionada con los
fundadores de la parroquia.13 El cura Vicente Piñero (1781-1809) pertenecía también
a una red familiar local muy extensa con ramificaciones tanto en la Cañada Honda
(emparentado allí con la poderosa familia San Martín, cuando su padre, Jacinto
Piñero “el mozo”, se casó con una hija natural de Juan Ignacio San Martín Gutiérrez
de Paz) como en el pueblo mismo, donde varios de sus miembros fueron destaca-
dos jefes milicianos y alcaldes de la hermandad. Y finalmente, tenemos el ejemplo
emblemático de Feliciano Martínez, el hijo de Felipe Antonio Martínez, quien tam-
bién ejerció como párroco de Areco durante los años 1830-1844 y que fue personal-
mente muy cercano a Juan Manuel de Rosas. En esos años, Feliciano Martínez y su
primo, Tiburcio Lima, constituyeron el vértice nodal del poder local. Después, la
progresiva toma de control por parte de la Iglesia vaticana de las diócesis de Amé-
rica fue alejando a los párrocos de esta relación tan cercana con las familias de los
notables locales. El italiano Juan Bautista Rossi, quien ejerció en Areco desde fines
de 1849, es un ejemplo patente de este distanciamiento (lo que no le impidió enten-
der muy rápido cuáles eran los parámetros de la cultura local en los que debía
encuadrar su ministerio). Tan intensa resultó su integración a la cultura local que fue
incluso “municipal” –es decir, miembro del concejo municipal– durante el año 1858.
12
Archivo Histórico de Geodesia y Catastro, La Plata, Mensura 10 de San Antonio de Areco.
13
Ver AGN, Sucesiones 3862 (Francisco Álvarez).
14 Buenos Aires, 6 de septiembre de 1811 en Registro Oficial de la República Argentina, La República, Bue-
nos Aires, 1879, Tomo I, p. 116. Norberto Bobbio dice: “Es verdad que el poder sin derecho es ciego y el
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derecho sin poder queda vacío”; ver “Lugares clásicos y perspectivas contemporáneas sobre política y
poder”, en BOBBIO, Norberto y BOVERO, Michelangelo Origen y fundamentos del poder político, Grijalbo,
México, 1984.
15 LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino La Santa Hermandad de los Reyes Católicos, Vilches, Sevilla, 1921, p. 18.
16 Dudamos en llamarlos funcionarios pues, en realidad, hasta los años 1830s., cuando los jueces de paz
acumularon la función de comisarios de policía (y cobraban en tanto tales un pequeño estipendio), los
encargados de administrar la baja justicia rural no recibían sueldo alguno por ese desempeño. De todos
modos, los alcaldes de la Hermandad, como los alcaldes ordinarios, cobrarían cortos honorarios de
actuación en cada caso juzgado.
17 La mejor descripción sigue siendo la de ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo La justicia capitular durante la
dominación española, Instituto de Historia del Derecho Argentino, Facultad de Derecho y Ciencias Socia-
les, Buenos Aires, 1947.
18 Ver, por ejemplo, la declaración del padre Mariano Machado en 1816 sobre la conducta de Agustín
94 Justicias y Fronteras
21 Normalmente, las causas que llegan hasta ellos van encabezadas con el titulo de “Juzgado de 1er.
voto” –si se trataba del alcalde de primer voto; los alcaldes fungían así como auténticos jueces de prime-
ra instancia en las causas graves sumariadas por los alcaldes de la Hermandad. Ver, por ejemplo, AGN,
Criminales, F-1, exp. 3.
22 Cfr. SOLÓRZANO PEREYRA, Juan de Política Indiana, BAE, Madrid, 1972, Tomo CCLV, libro V, capí-
tulo I.
23 En el Fortín de Areco ello ocurrió con cierta regularidad en los años 1810-1830, ver un ejemplo de
25 DÍAZ, Benito Juzgados de Paz..., cit.; SALVATORE, Ricardo “Reclutamiento militar, disciplinamiento
y proletarización en la era de Rosas”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravig-
nani”, tercera serie, núm. 5, 1992, pp. 25-47; HALPERIN DONGHI, Tulio “Clase terrateniente y poder
político en Buenos Aires (1820-1930)”, en Cuadernos de Historia Regional, 15, Universidad de Luján, Argen-
tina, 1992, pp. 11-45; “El Imperio de la Ley: delito, estado y sociedad en la era rosista”, Delito y Sociedad,
Revista de Ciencias Sociales, 3:4-5, Buenos Aires, 1993-94, pp. 93-118; GARAVAGLIA, Juan Carlos Poder, con-
flicto y relaciones sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999; GELMAN, Jorge “Cri-
sis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en la primera mitad del
siglo XIX”, en Boletín del Instituto Ravignani, tercera serie, núm. 21, Buenos Aires, 1º semestre de 2000, pp.
7-32; ver también los distintos trabajos incluidos en FRADKIN, Raúl –compilador– El poder y la vara. Estu-
dios sobre la justicia y la construcción del Estado en el Buenos Aires rural, Prometeo, Buenos Aires, 2007.
26 En Areco estuvieron en funciones hasta fines de 1832, su jurisdicción se extendía originalmente más
allá del partido en lo que constituía la sección quinta de las comisaría de campaña –que comprendía tam-
bién al Fortín y a San Andrés de Giles– pero, en marzo de ese año, se le comunicó al comisario Isidro
López que su autoridad quedaba reducida “a los limites del Juzgado de Paz de San Anto. de Areco”, ver
AGN, X-21-5-7.
27 El tema no ha sido estudiado, pero los comisarios de policía aparecen ya en la primera década pos-
96 Justicias y Fronteras
quienes dependerían los jueces y los comisarios. Pero hay que señalar que el accio-
nar de los jueces de paz se fue extendiendo entre 1821 y 1880, acentuándose su
carácter de constructores del consenso político a nivel local, convirtiéndose así en
auténticos jefes políticos28 en el marco de la pequeña comunidad pueblerina de la
que formaban parte. Su papel en las elecciones –que se realizaron casi anualmente
desde el inicio de los años 1820s.– constituye una de las piezas maestras de la pau-
sada construcción de ese frágil consenso que haría posible la consolidación del esta-
do durante el siglo XIX. Represión, negociación, mediación y búsqueda de un ines-
table consenso, he aquí las funciones principales de los jueces de paz en el tramo
final del período estudiado.
28 En la provincia de Santa Fe tienen justamente ese nombre desde los años 1860s.
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29 Ver PAZ, Gustavo “El gobierno de los ‘conspicuos’: familia y poder en Jujuy, 1853-1875”, en SABA-
TO, Hilda y LETTIERI, Alberto –compiladores– La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos
y voces, FCE, Buenos Aires, 2003.
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98 Justicias y Fronteras
los picos interminables de inflación que se sucedieron desde el período abierto por
la guerra con el Imperio del Brasil en 1826 dieron por tierra con una regla demasia-
do estricta en este campo. Otro aspecto relevante del accionar de los alcaldes y jue-
ces fue su intervención supliendo a los escribanos (ausentes en Areco hasta que el
censo provincial de 1881 anota la existencia de un notario en el pueblo). Todos los
inventarios y tasaciones post mortem necesitaban la presencia de alcaldes y jueces o
la de sus delegados. La mayor parte de las compraventas de campos también pasa-
ban por sus manos, como es asimismo relevante su papel en las mensuras de terre-
nos y, en especial, en aquellas ordenadas por la dirección del Catastro provincial
desde su fundación en la época de Rivadavia.
Si bien, el Manual para los Jueces de paz de la Campaña, editado en Buenos Aires
en 182530 establecía la obligación de llevar un libro en el que se anotasen todas las
decisiones de los jueces, estos libros brillan por su ausencia en los archivos. En rea-
lidad, deberíamos decir “brillaban” pues la incansable actividad de rescate docu-
mental de Lía Sellun, responsable de la Biblioteca Manuel Belgrano de Areco –que
salvó uno de esos libros casi in articulo mortis entre una pila de papeles tenidos por
inservibles en una visita a un depósito– nos permite ahora tener una idea del fun-
cionamiento cotidiano del juzgado de paz de Areco en el último período que nos
interesa aquí.
Cuadro 1
Actuaciones registradas en el libro del Juzgado de paz 1859-1866
Totales %
Económicas 80 77%
Reconocimiento de deudas 22
46%
Pago de deudas 15
Negocios sobre lanares 23
Arrendamientos de campos 9
50%
Desalojos de campos 3
Otros asuntos referidos a campos 5
Varios 3 4%
Penales y correccionales 17 16%
Graves 7
Multas y trabajos públicos 10
Mediaciones 4 4%
Varios 3 3%
civil, sobre cantidad que no ecseda de 300 pesos, será verbal como queda dicho; pero llevará el juez de
paz un libro foliado, donde sentará acta de cada juicio de más de 50 pesos con espresión de la audiencia
de las partes, prueba y sentencia”, citando el artículo 5 del reglamento del 23 de enero de 1812.
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31 Y las conductas punibles se abrían en un abanico muy amplio. En 1858 se dictó una circular que es
un catálogo ab absurdum de todas las prohibiciones posibles e imaginables: reuniones festivas y bailes sin
permiso, bautismos, encender fuegos artificiales, corridas de avestruces y juego de pato, bebidas alcohó-
licas, proferir “palabras obcenas”, juegos de cartas, taba o bochas en las pulperías... ¡La circular llegaba
incluso al desatino de solicitar la detención de los “jovenes blancos o de color que se encuentren en la
calle jugando a la cañita, la volita u otra ocupación perjudicial”! Circular del 12 de febrero de 1858, diri-
gida por el comisario de policía Francisco Lozano, a los jueces de paz del Departamento del Norte, en
AHPBA, juzgados de paz, San Andrés de Giles, 39-3-24 B.
32 Ver, entre otras fuentes, las comunicaciones de los años 1770s. intercambiadas entre Francisco Julián
de Cañas, sargento mayor de las milicias, actuando como juez comisionado y el gobernador Vértiz sobre
apresamiento de “delincuentes”, en AGN, IX-1-4-1.
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El período 1830-1852
Este lapso no cubre todos los años del período, pues partimos con ocho meses de
1832 y continuamos después de 1837 en adelante, con algunos años incompletos.34
Hemos agrupado la información por cuatro períodos más o menos comparables en
cuanto al número de meses: 1832-39, 1840-42, 1843-46 y finalmente 1848-1851. Se
registran 144 individuos (hemos restado a nueve detenidos por “salvajes unitarios”,
porque no nos parece correcto incluirlos en este resumen general y más adelante
volveremos sobre ellos); si señalamos que tenemos datos para un total de 144 meses,
la primera conclusión general parece obvia: hay una media de un detenido por mes.
Pero se perfilan distintos períodos; en efecto, de una media de 1,4 en 1832-39
pasamos a una de 1,7 en el período 1840-42, la más alta, que coincide con los levan-
tamientos anti-rosistas y un agravamiento del clima político general. Es decir, que el
clima político ha influido indudablemente sobre el accionar de los jueces de paz. Los
dos períodos siguientes marcan un descenso clarísimo, pues pasamos de 0,7 en el
período 1843-46 a 0,4 en el último período, es decir, en los años 1847-51. Y señale-
mos que en este último año se envían detenidos a Buenos Aires a cinco jóvenes
–cuyas edades oscilan entre los doce y los quince años– que han sido detenidos ad
hoc para ser enganchados para servir como “trompetas” o “pitos” en el ejército
Restaurador; esto es una razzia de niños y no tiene nada que ver con el funciona-
miento normal del Juzgado.
Es decir, si la media desciende tan claramente en los dos últimos períodos, hay
dos posibilidades de interpretación. O los jueces han cambiado de estrategia y son
más “laxistas” –en Areco se trata del mismo individuo entre 1840 y 1851, el tantas
veces mencionado Tiburcio Lima. O hay mucho menos “vagos” o conductas consi-
33
Antonio Pérez Dávila al gobernador, 24 de septiembre de 1771, AGN, IX-1-4-1.
34 He
aquí la lista y entre corchetes el número de meses: 1832 [ocho]; 1837 [completo]; 1838 [ídem]; 1839
[ocho]; 1840 [ídem]; 1841 [ídem]; 1842 [ídem]; 1843 [ídem]; 1844 [ocho]; 1845 [completo]; 1846 [ocho]; 1847
[cuatro]; 1848 [ocho]; 1849 [completo]; 1850 [ocho]; 1851 [ídem]. En un primer tiempo los informes eran
bimensuales, pero rápidamente se transformaron en cuatrimestrales y es por ello que con frecuencia solo
han llegado hasta nosotros dos cuatrimestres. Las fuentes: AGN, X-25-5-7 y 21-6-4.
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35 Ver nuestro trabajo “Paz, orden y trabajo en la campaña: la justicia rural y los juzgados de paz en
Buenos Aires, 1830-1852”, en Desarrollo Económico, Vol. 37 (146), Buenos Aires, julio- septiembre, 1997, pp.
241-262.
36 Si los detenidos tienen un porcentaje de soltería del 72%, los conchabados de 1744 en Areco lo eran
en un 90%; los peones y jornaleros de San Antonio en 1813, en un 72% y jornaleros de 1815 en Areco Arri-
ba en un 70%.
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jornaleros y peones en los censos anteriores. Lo notable es que estas categorías habí-
an casi desaparecido de los censos de la campaña a partir de los de 1836 y 1838 (sólo
en éste se sigue hablando de pardos) y no se usaban más en documentos oficiales,
pero parecen seguir gozando de buena salud en el uso cotidiano –los archivos parro-
quiales las siguen utilizando hasta la década de 1870 y en el censo de la provincia
de Buenos Aires de 1881, los datos sobre enrolamiento militar (se trata de los enro-
lados en la Guardia Nacional) distinguen entre “blancos y trigueños” y “pardos y
negros”. No debería extrañarnos esta presencia de las antiguas “castas” entre los
detenidos de esos años, si señalamos además que la población de color no ha dismi-
nuido en Areco, sino que ha crecido incluso levemente, pues de un 16% en 1815
hemos pasado al 20% en 1838.
¿Cuál era el origen de los detenidos? El dato es altamente representativo pues
los tenemos para el 88% de los individuos (127 sobre 144). El primer lugar es Areco
mismo y si le sumamos los pueblos de las proximidades, como Exaltación de la
Cruz, Fortín de Areco y otros un poco más alejados –como San Nicolás, Zárate y
Baradero– tenemos que el 34% del total había nacido en la campaña más inmediata
a Areco. Un 30% era originario del Tucumán y Cuyo, siendo Córdoba y Santiago del
Estero, en ese orden, los dos lugares más importantes. No puede extrañarnos esto
pues solo confirma la estabilidad en la longue durée de las corrientes migratorias
desde el Tucumán y Cuyo hacia la campaña bonaerense. Venía seguidamente Bue-
nos Aires y sus cercanías con un 16% del total. Del resto, señalemos solamente la
poca incidencia del Litoral (tres o cuatro santafesinos y rosarinos, un paraguayo) y
la presencia mínima de los inmigrantes europeos, pues solo tres detenidos en todo
el período habían nacido en Europa y se trataba siempre por hechos delictivos.
En este sentido, es notable también la presencia de domiciliados, es decir, aque-
llos que afirmaban poseer un domicilio fijo, pues eran el 26% del total; la gran mayo-
ría de éstos había sido detenido a causa de un hecho considerado delictivo. Pero,
este dato acerca del domicilio nos permite acercarnos un poco más al tema de las
migraciones. En efecto, de los 38 domiciliados, 18 estaban viviendo en donde habí-
an nacido en el momento de la detención –diez de ellos en Areco mismo– pero más
de la mitad se había movido respecto al lugar de nacimiento y señalemos que la
mayor parte de los domiciliados no eran solteros, sino casados y viudos. Tenemos
así dibujados complejos itinerarios que nos hablan de la persistente movilidad de
una parte de la población campesina, pese a las dificultades legales que existían
para ello.
Veamos ahora las causas de la detención. Para casi la mitad de los individuos
(69 sobre 144, o sea el 48%) se alegaba un delito. Los robos eran el tema más recu-
rrente con 49 casos, pero solo en 40 de estos casos hay datos concretos (por ejemplo,
“robó una vaca a tal vecino”), pues en los restantes se nos habla de forma muy gené-
rica de ratero o perjudicial, etc. Podemos suponer entonces que los auténticos robos
representan solo el 28% del total. Los restantes, además de la acusación genérica de
rateros, entran en otros tipos de delitos, como heridas, “desobediencia” y otros. Hay
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 103
21 desertores, es decir el 15% del total. Como dijimos, un poco menos de la mitad
fue acusado de algún delito –muchas veces en términos muy vagos– y solo el 28%
de los detenidos fue acusado del robo de un objeto determinado en circunstancias
concretas. ¿Por qué fueron detenidos, entonces, los restantes individuos? Sencilla-
mente por considerarlos vagos, es decir, por no tener los dos papeles mágicos que
era indispensable poseer para viajar por la campaña: la papeleta de enrolamiento y
la de conchabo. Por supuesto, también hay otro tipo de detenciones y ya menciona-
mos la razzia de jóvenes adolescentes para engancharlos como “trompetas”. Pero en
la gran mayoría de los casos no delictivos –como en algunos de los que aparecían
como tales, pero que en realidad se trataba solo de una forma de control social, dado
que se consideraba al individuo como “peligroso” o “perjudicial”– la única causa
era la falta de alguno de esos dos documentos indispensables.
¿Adónde se destinaba a los detenidos? Si bien no lo podemos saber en todos los
casos, la mayor parte de los detenidos terminó en algunos de los cuerpos militares
de la ciudad o la campaña. Está claro, entonces, que una de las funciones esenciales
del Juzgado de Paz era el reclutamiento forzoso de los contingentes de jóvenes sol-
teros que el ejército exigía en forma incesante. Si estos eran solteros y migrantes
–como efectivamente lo eran en forma mayoritaria– menor era la punción sobre la
sociedad local y por lo tanto, menores la tensiones que este accionar del Juzgado
producía en ese marco. Podemos citar en este sentido un largo párrafo de la circu-
lar reservadísima que Juan Ramón Balcarce, como ministro de Guerra, envió el Juez
de Paz de Luján el 14 de enero de 1830:
“Uno de los objetivos que ocupan con preferencia la atencion del Govno.
es consultar la completa seguridad de la Campaña con la menor molestia
posible de sus habitantes y de las milicias que han prestado sin intermision
servicios tan no interrumpidos como recomendables y que exigen imperio-
samte. proporcionarles el descanso, con el que pueden atender a sus obli-
gaciones domesticas y a trabajar y fixar su subsistencia. Para conseguir tan
beneficos objetos, se ha fixado el Govno. en que todos los Partidos tienen
hombres perjudiciales por su conducta, inutiles por su ninguna ocupacion
o olgazaneria y muchos sin relaciones que los liguen, ni familia cuyas atencio-
nes los llamen”.37
37 Archivo Histórico Estanislao Zevallos, Luján, Juzgado de Paz, caja 5, 1830, circular reservadísima
cambios a lo largo del lapso que corre entre 1810 y 1880.38 De allí que el papel del
juez de paz fuera de una importancia clave en la progresiva consolidación del siste-
ma de poder que se fue estructurando a partir de la revolución en la campaña de
Buenos Aires, de forma casi totalmente independiente de la opción ideológica de los
sucesivos gobiernos: liberales rivadavianos, federales tibios, rosistas o liberales por-
teños posteriores a Caseros. Si le agregamos a esta función de los jueces la que ten-
drían en la organización de las elecciones, comprenderemos hasta qué punto éstos
eran la piedra siliar de la compleja arquitectura de poder construida pacientemente
desde la ciudad durante ese largo período. Y también, hasta qué punto era esencial
para la notabilidad local controlar el juzgado.
En el período colonial y durante gran parte del siglo XIX, todos los campesinos
varones adultos estaban obligados a cumplir con el servicio en las milicias que los
constreñían a acudir a las “funciones” militares (y en especial, a las correrías en oca-
sión de las incursiones indígenas). Estas formaciones milicianas estaban comanda-
das por los vecinos más destacados. En la región que nos ocupa, varios miembros
de las familias de los notables locales, como Pablo Casco de Mendoza, Felipe Anto-
nio Martínez, Justo Sosa, Jacinto y Pedro Joseph Piñero, Francisco Julián de Cañas y
por supuesto, los San Martín (en cada una de sus generaciones desde el fundador
Roque en el siglo XVII, hasta Bernardo de San Martín, hijo de Juan Ignacio de San
Martín y Avellaneda) ocuparon el puesto clave de capitán –en los primeros tiempos–
y más tarde, de sargento mayor40 de milicias, es decir, comandante de milicias.
Otros, más jóvenes –o de familias menos relevantes– fueron capitanes, tenientes,
alféreces, sargentos y cabos. Algunos militares que serían más tarde actores impor-
tantes en el período independiente, como Francisco González Balcarce y otros, como
38 Lamentablemente, los datos cuantitativos no son fiables, pues no hay series completas –el archivo
del juzgado de paz de Areco no las tiene y en el archivo de Buenos Aires evidentemente se han perdido.
Ver nuestros estudios “De Caseros a la Guerra del Paraguay: el disciplinamiento de la población campe-
sina en el Buenos Aires postrosista (1852-1865)” y “Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el
peso de las exigencias militares (1810-1860)”, en GARAVAGLIA, Juan Carlos Construir el estado, inventar
la nación. El Río de la Plata, siglos XVIII-XIX, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2008.
39 Buenos Aires y el interior, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
40 El sargento mayor es un grado de la oficialidad (superior a capitán, teniente y alférez) que no debe
ser confundido con los sargentos y cabos del cuerpo de suboficiales; equivalía al posterior de teniente
coronel.
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Cuadro 2
Milicias de campaña dependientes de San Antonio de Areco en 1779
Fuente: “Milicias del Campo del Partido del Sargto. Mor. Dn. Justo Sosa”, Areco, 19 de junio de 1779, en
AGN, IX-1-4-1, documento núm. 381.
41 Una carta del sargento mayor Pascual Martínez de noviembre de 1774 nombra a algunos de los ofi-
ciales de la cuarta compañía como perteneciente “al partido de Pesquería”, es decir, Zárate, y otra de
diciembre de 1777 menciona sólo a 168 hombres en la compañía de milicias de Areco, ver AGN, IX-1-4-
1.
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42
AJPSAC, 1839.
43
Carta de fray Francisco Robledo al gobernador Bucareli, Areco, 8 de octubre de 1766, en AGN, IX-
1-4-1.
44 AHPBA, 34-1-7-36.
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45 Carta de Pascual Martínez a Bucareli, Areco, 29 de mayo de 1770 y de Gregorio Piñero a Bucareli,
1805, Gregorio Lima (uno de los hijos de Francisco Xavier de Lima) y cabo de las milicias, se negó a res-
ponder ante una demanda de su cuñado F. A. Martínez, diciendo que solo prestaría declaración ante su
superior (su superior jerárquico, se entiende), AGN, IX-23-6-4.
48 AGN, IX-19-6-4.
49 Los fueros fueron abolidos por una ley de la Sala de Representantes de 5 de julio de 1823, cfr. CAS-
TRO, Manuel Antonio de Prontuario de práctica forense, Instituto de Historia del Derecho Argentino, Facul-
tad de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1945 [1832].
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AGN, IX-1-4-1.
51 Véase, por ejemplo, la comunicación del sargento mayor Felipe A. Martínez del 28 de febrero de
1796, acerca de las partidas de blandengues distribuidas para prevenir desórdenes en ocasión de la cose-
cha desde Cañada Honda hasta Cañada de la Cruz, AGN, IX-1-4-1.
52 GILLESPIE, Alexander Buenos Aires..., cit., p. 114.
53 Informe del teniente de Dragones Antonio Pérez Dávila al gobernador Vértiz, 19 de mayo de 1774,
en AGN, IX-1-4-1.
54 Pedro Ximénez Castellanos al gobernador Vértiz refiriéndose a las dos compañías de Cañada de la
Cruz en 1771, decía “… son los mas de ellos Labradores y en caso de que V.E. disponga se suspendan
dhos. exercicios durante las Sementeras…”, en AGN, IX-1-4-2; en enero de 1773, el sargento mayor Fran-
cisco Julián de Cañas pedía la vuelta al pago de un cabo de las milicias enviado a Buenos Aires con unos
presos diciendo que “es un pobre y tiene su trigo y para qe. este pobre pueda benir con brevedad a hacer
su recogida de trigo”, AGN, IX-1-4-1. En noviembre de 1774, el sargento mayor Pascual Martínez infor-
maba “...respecto a estar tan próxima la cosecha de los trigos y con ese motivo hallarse los Individuos de
este Partido embarazados en prevenirse para sus faenas [...] se sirva usted diferir esta comision hasta que
se pase el tpo. de la cosecha...”; tres años después, en noviembre de 1777, el mismo Pascual Martínez
explicaba que los miembros de una de las compañías llamadas a servicio “... estan en las Yslas al corte de
madera y leña para los cosecheros...”, ambas en AGN, IX-1-4-1.
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Demás está subrayar que la inserción de los campesinos en las milicias, dirigi-
das por los notables más prestigiosos, secundados por sus parientes más jóvenes o
de menor peso, con los cuales esos milicianos establecían con frecuencia estrechos
lazos –que podían llegar hasta el parentesco ritual– consolidaba relaciones de sub-
ordinación y de poder (recuérdese como Max Weber define al poder: “la posibilidad
de obtener la obediencia de un grupo de personas al contenido concreto de un man-
dato” y las desventuras del sargento mayor Pascual Martínez, muestran hasta qué
punto esto era así). Estas relaciones subordinadas fueron construyendo en forma
lenta y progresiva líneas de fuerza que apuntarían después a la constitución de un
orden estatal. Pero este orden estatal en construcción tenía delante de sí un camino
muy largo por recorrer, camino sinuoso y no exento de rupturas.
Estas milicias coloniales fueron reorganizadas después de la Revolución de
Independencia. A partir de ese momento, los jefes de las milicias acentuaron toda-
vía más su fuerte presencia en los conflictos locales (a causa de las exigencias en
hombres para el ejército ocasionadas por las campañas militares, tanto durante las
guerras de independencia, como en ocasión de los conflictos civiles), en abierta com-
petencia con los alcaldes y jueces de paz. No es abundante la bibliografía sobre este
aspecto de la cuestión militar, pero los trabajos de Tulio Halperin para el período
colonial y los primeros años independientes, como los de Carlos Cansanello para los
años 1820s., presentan un primer cuadro de situación.55 En los años de las primeras
décadas posrevolucionarias, al menos cuatro miembros de la familia Martínez inte-
graban las milicias: Francisco Mariano como capitán de la “5ta. Compañía de Caba-
llería de Voluntarios de la Campaña”, su hermano Luís Ramón, teniente de esa
misma Compañía y el medio hermano de ambos, Norberto Antonio Martínez,
comandante interino del 4to. escuadrón del regimiento 3 de Milicias de Caballería
de la Campaña en 1816. En 1829, Pedro Antonio Martínez, otro de los hermanos, era
comandante militar en Areco.
En 1820 se decidió la supresión de las comandancias de milicias –exceptuándo-
se las de la frontera– a causa de “...las continuas competencias de jurisdicción y otras
diferencias que frecuentemente se subsistan con los respectivos jueces Territoriales
en las que hacen formar no poca parte a los vecinos...”56 pero, en realidad, hasta las
reformas de 1821 y sobre todo, hasta bien avanzado el gobierno de Juan Manuel de
Rosas, la independencia de los jueces territoriales frente a los jefes militares locales
fue muchas veces de muy difícil afirmación.
del orden colonial en Hispanoamérica, Sudamericana, Buenos Aires, 1978 y CANSANELLO, Carlos “Las
milicias rurales bonaerenses entre 1820 y 1830”, Cuadernos de Historia Regional, 19, Universidad de Luján,
1998; ver, asimismo, nuestro trabajo “Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses...”, en Construir el
estado, inventar la nación, cit.
56 Comunicación de Sarratea al Cabildo, 21 de abril de 1820, AGN, IX-19-6-15.
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57
AGN, X-24-3-3 y 24-5-4.
58
Jacinto Bogarín se casó con una hija de José Hilario Martínez, Gregoria, en 1822 y en ocasión del
nacimiento de su hijo Simón en 1835, Tiburcio Lima fue el padrino junto con su esposa Josefa Genes.
59 Hay que señalar que estas edades no siempre se respetaban; por ejemplo, en la revista realizada en
1851 en Areco, cuyos datos exponemos en los Cuadros 2 y 3, hay varios milicianos menores de veinte
años.
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Cuadro 3
Composición de la compañía de milicias de caballería de Areco: 1851
Pero, volviendo a Areco, veamos quiénes eran realmente los milicianos. El Cua-
dro 3 aporta los datos sobre la compañía de caballería de Areco. Es necesario adver-
tir que hemos incluido en él a varios milicianos que estaban tachados en el original
(probablemente, habían emigrado o muerto) y es por ello que la fuente da un total
de 157 hombres y nuestro total es un poco superior, pero hemos preferido tomar en
cuenta también a los tachados, pues así conservamos una preciosa información. La
primera impresión es fuerte: hay aquí casi tantos peones como criadores, estancie-
ros, acarreadores y artesanos o comerciantes. O sea que, cuando decimos que las
milicias son la expresión de la sociedad local de la campaña, es decir, los paisanos
avencidados, no estamos hablando en vano. Y una muestra realizada a partir de un
llamado a filas de 1839, que hemos mencionado antes, da resultados muy similares
a los de este documento.
No puede extrañarnos que los mandos de las milicias estén conformados por
estancieros o criadores, pero los mandos son pocos (hay tres sargentos y siete cabos,
más los cuatro tenientes de alcalde) o sea que una parte sustancial de la tropa mili-
ciana estaba compuesta también por los estancieros medios y pastores (es notable la
inexistencia de las categorías de “labrador” o “chacarero” en esta lista; esto debería
relacionarse con la crisis de la agricultura tal como se practicaba hasta los años
1820s.),60 por los acarreadores de ganado y por los pequeños comerciantes y artesa-
nos del pueblo –tres comerciantes, dos albañiles, un carpintero, un sastre, un ataho-
nero. Y si les sumamos los 24 miembros del regimiento de milicias de infantería, ten-
dríamos ahora el cuadro siguiente:
60 En ese muestreo que hemos hecho sobre el llamado a filas de 1839 aparecen no pocos soldados cuyos
padres eran “labradores” según el censo de 1813, una muestra más de la crisis de la agricultura.
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Cuadro 4
Composición de las dos compañías de milicias de Areco: 1851
61
AJPSAC, 1845.
62
Decreto del 8 de marzo de 1852, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, Buenos Aires, 1852.
63 Memoria descriptiva de los efectos de la dictadura sobre el jornalero y el pequeño hacendado de la Provincia
de Buenos Aires..., 1854 en HALPERIN DONGHI, Tulio Proyecto y construcción de una nación (1846-1880),
Ariel Historia, Buenos Aires, 1995, pp. 512-522.
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64 Comunicación del general Flores al juez de paz, Fortín de Areco, 18 de mayo de 1852, en AJPSAC,
1852.
65 AJPSAC, 1852.
66 Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, 1855, incluido en el volumen de ese año, pese a ser del
24 de noviembre de 1852.
67 AHPBA, juzgados de paz, San Andrés de Giles, 39-2-22, la circular está originada en el ministerio de
Guerra.
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ción rural. Este fue el ambiente en donde, a partir de su publicación en el año 1872,
nacía (y triunfaba entre lectores y oidores de la campaña) el Martín Fierro. Su éxito
de difusión entre los hombres de campo puede ser visto como un testimonio eviden-
te del estado de la “opinión” de la población rural frente a estos problemas.
Solo nos interesa aquí señalar un hecho que resulta fundamental respecto a lo
que nos preocupa en este acápite. A partir de Caseros, en forma lenta pero constan-
te, el mando de los regimientos de la GN se fue despegando del ámbito de los jue-
ces de paz y en general, de los notables locales, para pasar a los oficiales de carrera
desprendidos de los regimientos de línea. Cierto es que, en algunos casos, como en
el de la comandancia por parte del coronel Antonio Cané del regimiento 3 de GN
–el correspondiente a Areco– seguimos en el ámbito de las familias locales, como
también es el caso de Norberto Antonio Martínez, quien al parecer llegó a ostentar
el grado de capitán en 185372 (no olvidemos que era teniente en 1816). De todos
modos, la tendencia en el sentido anteriormente enunciado parecía irreversible.
La confirmación oficial de este hecho llegó el 17 de agosto de 1857, cuando una
circular del Ministerio de Gobierno del Estado de Buenos Aires enviada a los jueces
de paz daba cuenta de un decreto del 13 de ese mismo mes. Este establecía en su
artículo segundo que los regimientos de la GN tendrían en lo sucesivo “…un cua-
dro veterano compuesto del Jefe, el cual se encargará de su mayoría y organización,
de un Ayudante Mayor y de un cabo de cornetas…”; el artículo tercero es aún más
claro: “Al mes de esta fecha los Jueces de Paz cesarán en el mando e intervención
que hoy tienen en la Guardia Nacional”.73 Las crecientes necesidades de consolida-
ción y de despliegue del estado que eran claramente perceptibles en los propósitos
de gobierno del grupo liberal que había tomado el poder en Buenos Aires desde la
caída del Rosas, ya no permitían dejar este instrumento militar (que era vital en fun-
ción de apuntalar ese objetivo de extensión de las funciones estatales) en manos de
los notables locales y ahora serían los oficiales de carrera –ello es lo que quiere decir
en el lenguaje de la época “un cuadro veterano”– los que tomarían las decisiones de
mando más relevantes. Por supuesto, jueces, alcaldes y tenientes de alcalde seguían
siendo un elemento central en el sistema de reclutamiento forzoso y de disciplina-
miento de la población campesina, como ya lo hemos dicho, pero ahora la conduc-
ción efectiva de las tropas de la GN escapaba a su control.
72 Comunicación de José Cané desde la Guardia de Luján al juez de paz de Areco, 20 de julio de 1753;
en mayo de 1853, el juez de paz interino Fidel Torres anuncia que N. A. Martínez, a quien otorga ese
grado en un informe del juzgado, está encargado de organizar las caballadas; ambas en AJPSAC, 1853.
73 AJPSAC, 1857.
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Conclusiones
Como se ha dicho al inicio, este texto forma parte de un libro –que tiene casi 400
páginas– y, por lo tanto, hay en el trabajo algunas afirmaciones que aparecen algo
crípticas para el lector, pero es prácticamente imposible resumir en unos folios un
libro de esa extensión. De todos modos, creo que resultará evidente que uno de los
objetivos del texto es relacionar estas tres “patas” del poder local con el largo y com-
plejo proceso de construcción estatal durante el siglo XIX. Este proceso, timoneado
desde la ciudad de Buenos Aires a partir del coup d’état de mayo de 1810 y que tuvo
–durante el largo período estudiado– idas y vueltas bajo los signos ideológicos más
diversos, arranca desde el período previo, pues como se ve en este texto –pese a su
estrechez– los mecanismos de poder sobre los cuales la construcción estatal se apoya
tomaron sus raíces en una sociedad local que ya poseía dos buenos siglos de exis-
tencia al momento de la Revolución de Independencia. Por otra parte, esta pequeña
sociedad local no había aterrizado en paracaídas desde la nada en el medio de la lla-
nura pampeana, ella abrevaba en varias fuentes, sobre todo, en la riquísima tradi-
ción religiosa, cultural y jurídica de la sociedad ibérica (por supuesto, africanos e
indígenas también aportaron lo suyo, pero no hay dudas de que en nuestro caso ese
aporte es de menor peso, aun cuando –y la música, como no pocas de las palabras
de uso corriente, así lo muestran– está lejos de ser inexistente). Es decir, que los
mecanismos de poder se estructuraron desde el inicio enmarcados en las grandes
líneas de desarrollo de la cultura ibérica y esa herencia, transformada y “mestizada”
con los más variados aportes, duró bastante más allá de fines del período que aquí
nos interesa.
Terminemos con un breve comentario acerca de la construcción estatal y sus
relaciones con la sociedad local. En cada uno de los momentos en que se exigían
desde Buenos Aires hombres y recursos para la guerra (le recuerdo al lector que
desde las incursiones indígenas del siglo XVII hasta el fin de la “conquista del de-
sierto” en los años 1880s., hombres y recursos para la guerra surgían sobre todo de
la sociedad campesina), era necesario que los que exigían tuvieran éxito en su
demanda y esto sólo era posible si quienes “regían” la sociedad local estaban dis-
puestos (a cambio de algo) a constituirse en voceros de esas demandas. Mas, como
Janus, curas, alcaldes y comandantes de milicias debían dar cuenta al “centro”, pero
también sabían que había limites a las demandas desde Buenos Aires: una cara hacia
Buenos Aires y otra cara hacia la sociedad local. En las relaciones de poder, el “cen-
tro” solo podía crecer restándole fuerza a esos rectores de la sociedad local; el famo-
so monopolio de la fuerza simbólica y física que caracteriza al Estado es posible úni-
camente en la medida que se “desapropia” a quienes lo detentan en la sociedad
local, pero eso no siempre es fácil ni sencillo. Cuando se decidió en 1857 que los jue-
ces de paz no tuvieran intervención en todo lo referente a la Guardia Nacional, se
estaba dando un paso formidable en esa dirección. Pero, al mismo tiempo, cuando,
por ejemplo, no hay más remedio que aceptar que los párrocos sigan teniendo inter-
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 117
74 Y le recuerdo al lector que la ley de divorcio vincular es de… 1987 y la jerarquía católica sacó a la
Revolución y Derecho
La formación jurisprudencial en los primeros años
de la Universidad de Buenos Aires (1821-1829)
Magdalena Candioti
En la tercera década del siglo XIX el universo político y cultural rioplatense, que la
Revolución ya había estremecido, se complejizó aceleradamente. Las reformas
impulsadas en el marco del gobierno de Martín Rodríguez, por el llamado “grupo
rivadaviano”, tuvieron una incidencia no menor en una renovación cultural signada
por la multiplicación de espacios de expresión y articulación de ideas, orientados no
sólo a la expresión de la sociedad civil sino, y quizás principalmente, a su creación.
Estas prácticas y espacios culturales y políticos, que fueron la prensa, los tea-
tros, las fiestas, los monumentos y las prácticas de sociabilidad (de tertulias a socie-
dades literarias), han sido abordados en los últimos años por una historiografía
local que ha demostrado convincentemente que éstos formaron parte de una políti-
ca amplia de reforma de las costumbres, los valores y “regeneración” de la socie-
dad.1
Entre estos espacios institucionales reformados se contó la educación. En esos
años se creó la Universidad de Buenos Aires y comenzaron a formarse por primera
1 MYERS, Jorge “Las paradojas de la opinión. El discurso político rivadaviano y sus dos polos: el
‘gobierno de las luces’ y ‘la opinión pública, reina del mundo’”, en SABATO, Hilda y LETTIERI, Alberto
–editores– La vida política en la Argentina del siglo XIX: Armas, votos y voces, FCE, Buenos Aires, 2003;
GARAVAGLIA, Juan Carlos “A la nación por la fiesta: las Fiestas Mayas en el origen de la nación en el
Plata”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 22, 2000;
GALLO, Klaus “Un escenario para la ‘feliz experiencia’. Teatro, política y vida pública en Buenos Aires.
1820-1827”, en BATTICUORE, Graciela; GALLO, Klaus y MYERS, Jorge –compiladores– Resonancias
románticas. Ensayos sobre historia de la cultura argentina (1820-1890), EUdeBA, Buenos Aires, 2005; MOLI-
NA, Eugenia “Pedagogía cívica y disciplinamiento social: representaciones sobre el teatro entre 1810 y
1825”, en Prismas. Revista de Historia Intelectual, núm. 4, 2000; ALIATA, Fernando y MUNILLA LACASA,
María Lía –compiladores– Carlo Zucchi y el neoclasicismo en el Río de la Plata, EUdeBA-IICBA, Buenos
Aires, 1998; GONZÁLEZ BERNALDO, Pilar Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina. Las
sociabilidades en Buenos Aires, FCE, Buenos Aires, 2001.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 120
vez en la antigua capital del virreinato, expertos en Derecho: futuros abogados, jue-
ces y juristas.
En estas páginas intentaré dar cuenta de cuáles fueron las orientaciones que las
ideas sobre el derecho posrevolucionario tomaron en el marco de la Universidad en
tanto espacio de producción y difusión sistemática de visiones “expertas” sobre
estos tópicos. A partir de esta ventana reflexionaré de un modo más general sobre la
centralidad del Derecho en la legitimación de la Revolución misma y sobre la diver-
sidad de orientaciones doctrinarias que, con repercusiones sobre las formas de pen-
sar la justicia y el Derecho, circularon en los años 1820s. en el Río de la Plata.
2 HALPERIN DONGHI, Tulio Historia de la Universidad de Buenos Aires, EUdeBA, Buenos Aires, 2002,
p. 30.
3 Sobre la centralidad de los juristas y abogados en particular en la escena política argentina ver, ZIM-
MERMANN, Eduardo “The education of lawyers and judges in Argentina´s Organización Nacional
(1860-1880)”, en ZIMMERMANN, Eduardo –compilador– Judicial Institutions in Nineteenth-Century Latin
America, ILAS Press, Austin, 1996. Sobre este mismo fenómeno en Colombia ver, URIBE-URAN, Víctor
Honorable lives. Lawyers, family and politics in Colombia. 1750-1850, University of Pittsburgh, Pittsburgh,
2000. Sobre Brasil, ADORNO, Sergio Os aprendizes do poder. O bacharelismo liberal na política brasileira, Paz
e Terra, São Paulo, 1988. Sobre Perú, AGUIRRE, Carlos “Tinterillos and leguleyos: subaltern subjects and
legal intermediaries in modern Peru”, en XXII Congreso de la Latin American Studies Association, Miami,
Florida, 16-18 de marzo de 2000.
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4D’ENTREVÈS, Alexander Passerin Natural law, Hutchinson and Co., London, 1977, p. 22.
5El texto era en realidad una impresionante labor de compilación y codificación de materiales legales
romanos realizada por encargo del emperador Justiniano y finalizada hacia el año 534. Dicho “cuerpo”
reunía tres diferentes trabajos: las Institutas (un corto libro pedagógico, para la enseñanza); el Digesto (una
colección de citas de antiguos juristas) y el Código (o codificación de las constituciones imperiales). Ter-
minada la vigencia jurídica de este Derecho con la caída del imperio romano, estos preceptos fueron
redescubiertos y reelaborados por los juristas de toda Europa en la alta Edad Media y sus leyes fueron
retomadas en múltiples legislaciones reales desde entonces. En el mundo hispano, este Derecho tuvo por
ejemplo una notable influencia que sobre las leyes reunidas en las Siete Partidas, traducción al castellano
de muchas reglas del texto justiniano.
6 TOMÁS Y VALIENTE, Francisco El derecho penal de la monarquía absoluta (siglos XVI-XVII-XVIII), Tec-
nos, Madrid, 1969, cap. 2; BARRIENTOS GRANDÓN, Javier La cultura jurídica en la Nueva España. Sobre
la recepción de la tradición jurídica europea en el virreinato, UNAM, México, 1993, cap. 1.
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ción por parte de magistrados y jueces. Un Real Decreto del 9 de mayo de 1776, pro-
hibió terminantemente “…la glosa o comento de las Leyes de Indias”. Y en 1801, una
Real Cédula de “Instrucción y reglas de gobierno que han de observar los Censores
Regios de las Universidades de los Reinos de las Indias e Islas Filipinas”, prohibió
leer disertaciones opuestas a los derechos del monarca en las universidades, con-
ventos y escuelas privadas del clero secular y regular. Una reglamentación especial
de la misma cédula prohibió la enseñanza de doctrinas opuestas a la autoridad y
regalías de la Corona. Entre ellas, “…los libros de todos los autores de los regulares
expulsos deben quedar suspendidos y no enseñarse por ellos en la universidad ni
en los estudios particulares”.7
Las tensiones que las políticas regalistas causaban en el plano de la formación
no se vinculaban sólo a las dificultades propias de un cambio en los contenidos jurí-
dicos enseñados, sino que ponían en el centro de los debates una cuestión mucho
más sensible para instituciones controladas por hombres religiosos y, como ha mos-
trado Roberto Di Stefano, orientadas también a la formación de religiosos.8 Todo el
dilema sobre las relaciones entre ciencia y fe y, en definitiva, el problema del carác-
ter incompatible de la concepción del mundo ilustrada con la concepción católica,
atravesó por el centro los proyectos de reforma de la educación superior colonial.
José Carlos Chiaramonte ha trabajado con detalle este contexto complejo en el que
toda novedad educativa –en el plano de las ciencias naturales, la Filosofía, la Teolo-
gía o el Derecho– corría el riesgo de ser percibida como un ataque a los fundamen-
tos de la religión y cómo la situación se tornaba más compleja por el hecho de que
los abanderados de la defensa de la ortodoxia religiosa y la promoción del poder
papal, los jesuitas, eran quienes controlaban gran parte (en el Río de la Plata prácti-
camente la totalidad) de las instituciones educativas del nuevo mundo. La expul-
sión en 1767 de la Compañía de Jesús, entre otros fines, apuntó a allanar esta fuen-
te de trabas a la lógica regalista impulsada por los Borbones.
Durante la segunda mitad del siglo, entonces, la política de afianzamiento de
poder real llegó a las universidades,9 donde las voces a favor de la enseñanza del
derecho regio en las facultades de jurisprudencia no dejaron de acrecentarse. En el
7 Comunicación al Gobernador de Buenos Aires, Madrid, 7 de junio de 1768, citado por CHIARA-
MONTE, José Carlos La ilustración en el Río de la Plata. Cultura eclesiástica y cultura laica durante el virreina-
to, Puntosur, Buenos Aires, 1989, p. 75.
8 DI STEFANO, Roberto El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política, de la monarquía católica a la repúbli-
tralmente tres: la Universidad de San Francisco Javier de Chuquisaca expedía grados en leyes desde 1671:
se enseñaban las Instituciones de Justiniano en dos años; la Universidad de San Felipe de Santiago de Chile
se inauguró en 1758 y contaba con cátedras de Leyes (romanas) y de Instituta; la Universidad Mayor de San
Carlos de Córdoba inauguró tardíamente sus estudios de jurisprudencia, se erigió en 1791 y comenzó a
funcionar la cátedra de Instituta. Ya existía la de Cánones.
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Río de la Plata, puede destacarse la opinión autorizada que, en este sentido, expre-
só una figura que fue clave en la difusión de las “ideas del siglo” y el regalismo: el
presbítero Juan Baltasar Maziel. En un informe redactado en diciembre de 1771, en
nombre del Cabildo eclesiástico y dirigido al Gobernador del Río de la Plata, sobre
el establecimiento de un colegio y una universidad en Buenos Aires con fondos de
las Temporalidades, Maziel proyectó las cátedras que estimaba necesarias o desea-
bles:
Origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos Aires, Buenos Aires, 1868, p. 358 y ss. El énfa-
sis me partenece.
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sin duda por estar sus decisiones fundadas en los principios del derecho natural y
de gentes, y poder servir no como ley sino como razón natural en los casos que
no estén definidos por nuestro derecho”.11
No era una razón menor la que concurría a garantizar la presencia de los textos
justinianos en los estudios superiores americanos y Maziel mismo no dejaba de par-
ticipar de aquella creencia generalizada y plurisecular que veía en éstos una recopi-
lación de “los principios generales de la ciencia legal” y de la “razón natural” apli-
cada a cuestiones concretas. Una confianza tan vieja en la perfección del derecho
común, en su carácter de fundamento jurídico de Occidente, no se desharía fácil-
mente.
Las reformas implementadas en las constituciones y programas universitarios
muestran tanto este ascenso del derecho real castellano como el velado –o no tanto–
combate contra el derecho romano. Sin embargo, más que el abandono del estudio
de este último, o la difusión masiva de cátedras de derecho “nacional”, lo que se
generalizó fue la enseñanza de obras que puntualizaban las relaciones entre el dere-
cho común y el regio, como la de Juan Sala.12 Tal imposibilidad de destierro del
derecho común fue un dato perdurable tanto en las universidades españolas como
en las americanas de San Francisco Javier en Charcas, San Felipe de Santiago de
Chile y San Carlos de Córdoba.13
Junto a este ascenso del derecho “nacional” se registraba por esos años otra
transformación clave en el pensamiento político y filosófico europeo y americano: el
lento tránsito desde una visión escolástica del derecho natural –referido en última
instancia al Dios creador– hacia un iusnaturalismo más racionalista y secularizado.
Como sostiene D’Entrèves, la idea tomista del derecho natural ya suponía que éste,
11
CHIARAMONTE, José Carlos La ilustración…, cit., p. 195.
12
En el prefacio a su segunda edición, Sala sostenía: “Hemos querido notar las leyes Romanas concor-
dantes de las nuestras Españolas, porque aunque estas para tener completa fuerza, no necesitan apoyos
extranjeros, ni estos pueden tener alguna para obligarnos; debemos sin embargo confesar, que no dexa
de honrar e ilustrar nuestras decisiones el ver, que también las establecieron los Romanos en sus leyes,
tan llenas, por lo común, de justicia, moralidad y prudencia, que han admirado y admirarán siempre a
los doctos de todas las Naciones.” SALA, Juan Ilustración del Derecho Real de España, Oficina de Don José
del Collado, Madrid, 1820, p. IV.
13 Sobre España ver, KAGAN, Richard Universidad y sociedad en la España moderna, Tecnos, Madrid,
1981. Sobre las universidades americanas, LEVAGGI, Abelardo “El derecho romano en la formación de
los juristas argentinos del ochocientos”, en Pontificia Universidad Católica del Perú, núm. 40, diciembre de
1986. Levaggi ha resaltado, de hecho, que cuando el virrey Nicolás de Arredondo autorizó la erección de
la universidad mediterránea en 1791, se preocupó por puntualizar que “…el catedrático que se nombre
estará obligado a explicar el texto de las Instituciones de Justiniano con el Comentario de Arnol de Vin-
nio, advirtiendo de paso las concordancias o discordancias que tenga con nuestro Derecho real, para que
desde luego vayan los estudiantes instruyéndose en éste, que es el único que en materias temporales nos rige y
gobierna”. GARRO, Juan María Bosquejo histórico de la Universidad de Córdoba, Buenos Aires, 1882, p. 174,
citado por LEVAGGI, Abelardo “El derecho romano…”, cit., p. 20. El énfasis me pertenece.
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establecido por Dios, podía ser conocido por los hombres a través de la razón. La
novedad radical de la noción moderna del derecho natural residió entonces en la secu-
larización de ese carácter racional, es decir, en que esas reglas de derecho pasaron a
ser consideradas válidas en sí mismas, independientemente de la hipótesis de la
existencia de Dios. Se trataba, a su vez, de una noción individualista que postulaba
al individuo y su consentimiento (ya no a la naturaleza o a Dios) como el origen de
la sociedad civil y de la institución política.14 Esta noción muy lentamente lograría
conquistar un espacio en las universidades.
Estas tensiones en relación con la formación jurídica y los principios jurídicos a
enseñar continuaron signando los debates del siglo XIX.
Las reformas propuestas al plan de estudios de la Universidad de Córdoba por
parte de Gregorio Funes en 1813 volvían a la carga, ya en el contexto posrevolucio-
nario, sobre tales cuestiones y conciliadoramente proponían la creación de cuatro
cátedras: un primer año consagrado a “las instituciones de Justiniano”; el segundo
al derecho canónico; el tercero a “las leyes que nuevamente forme el Estado”; y el
cuarto dedicado al “derecho público y de gentes”.15
¿Qué visión del derecho romano tenía Gregorio Funes y qué utilidad encontra-
ba en su enseñanza? Como Juan Baltasar Maziel, y “los sabios de mayor autoridad”,
Funes consideraba al “…derecho de los romanos, como la fuente de donde se deri-
van las leyes civiles de todas las naciones cultas, porque sus principios por lo gene-
ral están tomados de las fuentes más puras de la ley natural y de la equidad, aplica-
bles a toda clase de gobierno”. Sostenía que Roma “fue la patria común de las
leyes”, más allá de las resistencias que a éstas oponen quienes “…profesan la secta
filosófica del día, cuyas declamaciones tienen por objeto desacreditar unos cuerpos
legales, donde por lo común son tan respetados los principios honestos de la razón”.
Si estos antiguos preceptos legales estaban fundados en el derecho natural y
eran, a su vez, el fundamento de las leyes civiles de toda nación, no existía razón
para que no fuesen enseñados en la nueva república. Ciertamente, recordaba Funes,
“…para acabarlos de recomendar a la juventud, sólo desearíamos que no favorecie-
sen tanto los tronos”. Pero no dejaba entonces de puntualizar que “…los franceses
mismos, que empezaron haciendo la guerra a este derecho, han acabado introdu-
ciéndolo en sus ateneos”.
El plan de Antonio Sáenz para la Universidad de Buenos Aires, sin embargo,
prescindió de la enseñanza del derecho común en una cátedra específica y apostó a
apuntalar un iusnaturalismo moderno que debía ser enseñado en su versión de
“derecho natural”, fundamento del “derecho de gentes” y de un “derecho civil”
que, establecido por el nuevo estado, no debería contradecir a aquellos. Como inten-
14
D’ENTRÈVES, Alexander Passerin Natural law…, cit., cap. 4.
15
FUNES, Gregorio “Plan de estudios para la Universidad de Córdoba (1813)”, en Revista Estudios,
núm. 3, Córdoba, 1994, p. 245.
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taré mostrar en estas páginas, las cosas no sucedieron exactamente así. El panorama
filosófico rioplatense presentaba por entonces una multiplicidad de orientaciones y
de voces que no se suelen considerarse en toda su heterogeneidad, en particular en
el plano jurídico.
16 FASOLINO, Nicolás Vida y obra del primer rector y cancelario de la Universidad de Buenos Aires. Presbí-
tero Dr. Antonio Sáenz, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1969.
17 Citado por PESTALARDO, Agustín Historia de la enseñanza de las ciencias jurídicas y sociales en la Uni-
versidad de Buenos Aires, Imprenta Alsina, Buenos Aires, 1914, p. 36. También se imprimieron las lecciones
de Físico-Matemáticas redactadas por don Avelino Díaz y el curso de Filosofía dictado por Juan Manuel
Fernández Agüero.
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18 SÁENZ, Antonio Instituciones elementales sobre el derecho natural y de gentes (Curso dictado en la Uni-
versidad de Buenos Aires en los años 1822-23), Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Colección de
Textos y Documentos para la Historia del Derecho Argentino I, Buenos Aires, 1939, Tomo II, libro II, tra-
tado 1º, p. 61.
19 SÁENZ, Antonio Instituciones…, “Informe…”, cit., p. 10.
20 SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., pp. 62 y 74.
21 SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., p. 102.
22 SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., pp. 41 y 42.
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23
SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., pp. 64, 85 y 86.
24
SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., p. 55.
25 SÁENZ, Antonio Instituciones…, cit., p. 57.
26 “Manifiesto del Congreso de las Provincias Unidas de Sud-América, excitando los pueblos a la
unión y al orden”, Imprenta de Gandarillas y Socios, Buenos Aires, 1816, en Biblioteca de Mayo, Senado de
la Nación, Buenos Aires, Tomo 19, 2º parte, p. 18.
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cia”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3º serie, núm. 22, 2000;
Nación y estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de las independencias, Sudamericana, Buenos
Aires, 2004.
28 HALPERIN DONGHI, Tulio Tradición política española e ideología revolucionaria de mayo, CEAL, Bue-
te males (obligaciones), Somellera sostenía que “…la ley no debe imponer una
carga, sino para conferir un beneficio de mayor valor”.30 Es decir, que las limitacio-
nes que toda ley, necesariamente, imponía a la libertad individual debían estar com-
pensadas y justificadas por los mayores bienes que generara. No sólo los legislado-
res debían proceder a realizar estos cálculos de costos y beneficios para garantizar
el dictado de leyes justas, también los jueces “…valiéndose de estos principios [de
utilidad y necesidad] podrán expedirse bien en los casos que los prácticos llaman
dudosos, o de difícil prueba”.31
La nueva filosofía que inspiraba las enseñanzas de Somellera era el utilitarismo
de inspiración inglesa. Según Osvaldo Cutolo fue impulsado por las sugerencias de
Bernardino Rivadavia, que el catedrático se había acercado al estudio de la obra de
Jeremy Bentham.32 Ricardo Piccirilli sostiene que Somellera no sólo se inspiró en el
jurista inglés, sino que hizo transcripciones casi literales de su obra y, luego de cotejar
los Principios con el Tratado de legislación civil y penal del inglés, concluye que “…el
parecido y la concurrencia de los textos, indican que por labios de Somellera, Bentham
sugería la cátedra de Derecho Civil en la Universidad de Buenos Aires”.33 Incluso
Rivadavia enfatizó el hecho. En carta a Bentham, firmada el 26 de agosto de 1822, ya
siendo Ministro de Gobierno de Rodríguez, Rivadavia escribía desde Buenos Aires:
Klaus Gallo señala que también John Dinwiddy, en su trabajo “Bentham and
the early nineteenth century”, sostiene que el curso de Somellera estaba totalmente
basado en el Traité de Législation de Bentham.35
30 SOMELLERA, Pedro Principios de Derecho Civil (Curso dictado en la Universidad de Buenos Aires
en el año 1824), Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Colección de Textos y Documentos para la His-
toria del Derecho Argentino II, Buenos Aires, 1939, p. 10.
31 SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. 31.
32 CUTOLO, Vicente “El primer profesor de derecho civil de las universidades de Buenos Aires y Mon-
tevideo”, Estudio Preliminar a SOMELLERA, Pedro Principios de Derecho Civil. Apéndice. De los delitos,
Elche, Buenos Aires, 1958, p. XII.
33 PICCIRILLI, Ricardo Rivadavia, Peuser, Buenos Aires, 1952, p. 211.
34 Carta de Rivadavia a Bentham, 26 de agosto de 1822, citada por PICCIRILLI, Ricardo Rivadavia, cit.,
pp. 206-7.
35 DINWIDDY, John “Bentham and the early nineteenth centuty”, en Radicalism and reform in Britain
1780-1850, London, 1992, pp. 302-3, citado por GALLO, Klaus The struggle for an enlightened republic: Bue-
nos Aires and Rivadavia, Institute for de Study of the Americas, London, 2006, p. 41.
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36 Por ejemplo, sobre la idea de Bentham de que a falta de parientes hasta el décimo grado, herede el
fisco dice Somellera: “Es a la verdad raro que este grande hombre, olvidase lo filósofo en este punto, y
dejando a un lado el gran principio de utilidad, se le vea convertido en un alagante del fisco”. SOME-
LLERA, Pedro Principios…, cit., p. 155.
37 SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. v.
38 Sobre esta postura de Bentham ver GALLO, Klaus The struggle…, cit., p. 38 y HARRIS, Jonathan
“Bernardino Rivadavia and benthamite ‘discipleship’”, in Latin American Research Review, Vol. 33, núm.
1, 1998, p. 139.
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que nos han regido”, a que “…no necesitamos los modos indirectos, que enseñan los
que han jurado sostener las palabras de Justiniano”, a que “…digan lo que quieren
las leyes y los autores; la razón, la justicia, la sana filosofía enseñan, que debemos
separarnos de sus disposiciones y doctrinas”, “…no temamos hacer frente a la auto-
ridad de los siglos”.39
Semejante distanciamiento del derecho romano y castellano no partía precisa-
mente de su desconocimiento; bien por el contrario, todo el curso dialogaba con esa
tradición y buscaba corregirla. Repasaba las regulaciones de la república romana así
como las hispanas sobre la tutela, la curatela, el matrimonio, la patria potestad, los
contratos y las obligaciones pero planteaba expresamente: “Yo no me creo en la obli-
gación de seguir esas huellas. La razón, y no la autoridad de los hombres debe regir-
nos”.40
La refundación jurídica propuesta, operada en forma de un diálogo con la legis-
lación heredada, no implicó finalmente un rechazo absoluto de todas sus institucio-
nes. Más que un cambio de todas y cada una de las regulaciones legales mismas
(sobre adopciones, transacciones, etc.), Somellera procedió a analizarlas, criticarlas,
algunas veces a recuperarlas, y en todos los casos, a reemplazar su fundamento: de
la autoridad heredada, de las supuestas leyes divina y natural, a la razón y el cálcu-
lo utilitario.
Donde la recuperación de las figuras legales del derecho común se hizo más
explícita fue en relación con las cuestiones sobre el matrimonio. ¿Qué lo impulsaba
a ello? Probablemente el hecho de que en torno a esta institución era el derecho
canónico más que el romano el que estaba en juego y al que eventualmente se debía
impugnar. El religioso era un terreno extremadamente sensible en el que Somellera
prefirió no incursionar. Por ello propuso: “Explicar [emos] en cuanto nos sea posi-
ble, qué es matrimonio, considerándolo un contrato civil, sin contrariar lo que a su
respecto dice el derecho canónico”.41
Pero como señalamos, no sólo el viejo derecho común estuvo en el blanco de las
críticas del jurista porteño. También la más novedosa y racionalista doctrina de los
derechos naturales fue, aunque con menor insistencia, impugnada en sus lecciones.
En este sentido, postulaba Somellera al final del primer tomo de su curso:
“Hasta los últimos años se había creído necesario para descubrir el origen
de las obligaciones echarse a nadar en el inmenso piélago de derecho natu-
ral, de ley preexistente al hombre, de conciencia íntima, de tácitos contra-
tos, de pactos sociales, etc. Consúltese a los maestros Puffendorf, Bourla-
42
SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. 186.
43
Ver al respecto, CHIARAMONTE, José Carlos “Fundamentos iusnaturalistas…”, cit., pp. 56-64;
Nación y estado…, cit.
44 Ver al respecto, SCHOFIELD, Philip “Jeremy Bentham’s ‘Nonsense upon stilts’”, in Utilitas, Vol. 15,
núm. 1, 2003; y ALEXANDER, Amanda “Bentham, right and humanity: a fight in three rounds”, in Jour-
nal of Bentham Studies, núm. 6, 2003.
45 En particular, un tipo especial de falacia que Bentham denomina “begging the question”, esto es,
que plantea una preposición abstracta (la existencia de determinados derechos) como prueba de un argu-
mento (la necesidad de rebelarse), cuando lo que debe ser probado es esa proposición primera misma.
Ver, ALEXANDER, Amanda “Bentham, right…”, cit., p. 5.
46 BENTHAM, Jeremy Rights, representations and reform. Collected Works, p. 186, citado por SCHO-
históricamente falsa y la idea de un contrato social también, dado que los gobiernos
nacían por la fuerza o el hábito; sólo podían ser derecho las disposiciones estableci-
das por el legislador, y tales derechos sólo podían crearse sobre la base de restriccio-
nes a la libertad, esto, imponiendo obligaciones.
Algunos de estos elementos, como se ha mostrado, estuvieron presentes en las
páginas de los Principios de Derecho Civil enseñados en la universidad rioplatense.
Sin embargo, difícilmente Somellera pudo escapar a ese contexto político e intelec-
tual dominado por la retórica del derecho natural –retórica en la cual, como ya men-
cionamos, se asentaban textos fundadores del orden posrevolucionario. Quizás por
ello, y a pesar de las críticas nominales explícitas, en ciertas ocasiones Somellera se
codeó con el lenguaje de los derechos naturales y del contrato social. En particular
en el primer capítulo cuando trata precisamente “De los derechos de las personas”
sostiene:
49
SOMELLERA, Pedro Principios…, cit., p. 7. El énfasis pertenece al original.
50
FONT, Pablo “Sobre el principio de utilidad”, Tesis de Jurisprudencia, Universidad de Buenos Aires,
1827, Biblioteca Nacional, Colección Candioti, Tomo I (1827-1834).
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51 SOMELLERA, Pedro Apéndice a los Principios de Derecho Civil. De los delitos, Elche, Buenos Aires, 1958,
p. 36.
52 SOMELLERA, Pedro Apéndice…, cit., p. 39.
53 SOMELLERA, Pedro Apéndice…, cit., p. 40. El énfasis me pertenece.
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quier otro criterio, pero las exigencias de su aplicación, difícilmente remitían a una
tensión posible de conjurar.
En la naciente esfera pública porteña no sólo muchas sentencias judiciales fue-
ron publicadas y sujetas a debate. También la enseñanza e incluso los exámenes de
la Universidad fueron retomados por la prensa y sujetos al análisis de una opinión
pública en construcción. Las críticas realizadas al curso de Somellera en el periódi-
co El Lucero, en octubre de 1829, muestran que no todos estaban de acuerdo con el
cariz que habían asumido sus lecciones de derecho civil. Pedro de Ángelis, sostenía:
Las críticas podían tener un sentido político, pero también eran comprensibles
desde el punto de vista jurídico y formativo.
Si se compara el Prontuario de Práctica Forense de Manuel Antonio de Castro
(presidente de la Cámara de Apelaciones porteña y de la Academia de Jurispruden-
cia) con los Principios de Somellera es posible notar hasta qué punto las reflexiones
de éste último eran ante todo una propuesta radical de cambio jurídico mientras que
las de aquel, si bien inéditas, una guía práctica para el abogado o el juez contempo-
ráneo. Efectivamente, es ineludible la sensación de que el destinatario implícito de
Somellera era, en primer lugar, el legislador –a quien cabía la responsabilidad de dar
forma a nuevas leyes inspiradas en el principio de utilidad– y luego, en un segun-
do término, los abogados y jueces que habrían de administrar cotidianamente ese
nuevo derecho. La obra del catedrático apostaba sin timidez al cambio, cuestionaba
abiertamente el corazón de la jurisprudencia heredada y buscaba colaborar, desde
lo jurídico, al proyecto rivadaviano de regeneración de la república sobre la base de
la razón. La obra del camarista, por su parte, daba cuenta de cómo en los tribuna-
les, jueces y abogados podían continuar aplicando el derecho en que se habían for-
54 El Lucero, núm. 39, 22 de octubre de 1829. Citado por CUTOLO, Osvaldo “En primer profesor…”,
cit., p. XVIII.
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esta forma, el perfil profesional de los egresados no sólo buscó que fueran capaces
de gestionar el Derecho existente, sino también de orientar su refundación y reorga-
nizar su administración.
Si bien las dos cátedras existentes, en sus primeros años de vida, no ofrecieron
detalladas críticas de la organización judicial ni propuestas localmente orientadas
sobre su reforma, sí las inspiraron. Varias tesis de jurisprudencia presentadas por los
primeros doctores de la universidad así lo atestiguan. En ellas tuvo un rol prepon-
derante la preocupación por la reforma de los procedimientos y, entre ellos, un acen-
tuado interés por la introducción de los juicios por jurados.55
Como en la primera década revolucionaria, los rioplatenses continuaron imagi-
nando la de 1820 como momento fundacional y de cambio, como coyuntura en la
que era necesario finalmente superar el miedo a las innovaciones para lograr darse
las leyes e instituciones definitivas que un país independiente merecía.
En tal contexto, las propuestas “expertas” florecieron y fueron selectivamente
reapropiadas por los diversos gobiernos. Los líderes políticos buscaron en los jue-
ces, en los profesores universitarios e incluso en juristas sin estas adscripciones,
como el francés Guret de Bellemare, asesores especializados cuyas propuestas a
veces intentaron realizar. Las cuestiones jurídicas por ellos problematizadas no deja-
ron de impactar en el espacio público y las agendas oficiales. Más allá de la especi-
ficidad y la complejidad del vocabulario jurídico que empleaban, esas reflexiones
apuntaban al corazón de los problemas que la nueva república debía resolver: ¿cuá-
les eran las leyes vigentes?, ¿debían y cómo podían reformarse?, ¿qué instituciones
garantizaban mejor la libertad y la igualdad de los ciudadanos?, ¿se debían refor-
mar aquellas existentes o instaurar otras totalmente nuevas?, ¿era posible una refun-
dación semejante?
Las respuestas que Pedro Somellera daba en su curso marcaron un hito en este
sentido. La idea de una refundación completa del Derecho se expresó con él quizás
más abiertamente que nunca. Un nuevo principio científico, el de la utilidad, era
postulado como la piedra de toque de la reforma política, moral y legal que debía
generar la república nacida de la Revolución. De esta forma, la idea del carácter
construido del orden social se esbozaba con una fuerza inusitada y venía a reforzar,
a su vez, el deber político de reformar el existente.
55
La tesis de 1827 de Carlos Villademoros “Disertación sobre la necesidad de que se reformen los pro-
cedimientos de la justicia criminal” es un claro ejemplo de ello. En ella sostenía: “Hoy la necesidad de
una organización definitiva en nuestra legislación es un clamor general como lo es la esperanza de una
organización política definitiva del país. Pero entre las reformas más necesarias figura la de los procedi-
mientos criminales, los cuales […] se hallan en un estado aún tenebroso, inquisitorial y arbitrario como
en los tiempos de la tiranía metropolitana”. Biblioteca Nacional, Colección Candioti, tomo I (1821-1834),
p. 2.
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¿Misión imposible?
La fugaz experiencia de los jueces letrados de Primera Instancia
en la campaña de Buenos Aires (1822-1824)
Raúl O. Fradkin
Ya hace tiempo António Hespanha proponía que para poder plantear en nuevos tér-
minos el advenimiento de ese sistema de poder conocido como el “Estado moder-
no” era preciso considerar las “pequeñas cosas” que hicieron posible su construc-
ción. A través de ellas pensaba que era factible “…penetrar profundamente en la
realidad institucional y comprobar –ahí, en los entresijos de las instituciones y de las
prácticas político-administrativas– cómo se tramaban los equilibrios de poder.”1
Esta observación nos resulta particularmente útil para el problema que aquí nos
ocupa, esto es, indagar las relaciones de la sociedad bonaerense con la Justicia
durante la transición del orden colonial al republicano, una faceta decisiva de las
nuevas relaciones que se estaban produciendo entre la sociedad y el Estado. Al res-
pecto, pese a todo lo que se ha avanzado en este terreno, hay muchos aspectos oscu-
ros que no han sido objeto de estudios sistemáticos. En este sentido, uno nos pare-
ce especialmente significativo: la fallida experiencia de organizar un régimen de jus-
ticia letrada en la campaña ha quedado diluida en la atención de los historiadores,
ante todo, por lo fugaz y efímera que resultó. Como es sabido, este proyecto fue
parte del conjunto de iniciativas que se desplegaron al despuntar la década de 1820
para impulsar la conformación de esa nueva entidad soberana que fue el estado de
Buenos Aires. Sin embargo, esta experiencia estuvo vigente tan solo durante dos
años (1822-1824) para ser recién retomada en la década de 1850. Otras iniciativas
institucionales que formaron parte de la misma transformación institucional (como
la disolución de los cabildos, la construcción de un sistema político representativo
asentado en un régimen electoral inusitadamente amplio, la constitución de un sis-
tema regular y masivo de milicias rurales, la formación de los Juzgados de Paz y, en
mucha menor medida, la constitución de una policía rural), en cambio, no sólo
1 HESPANHA, António Manuel Vísperas del Leviatán. Instituciones y poder político (Portugal, siglo XVII),
resultaron más perdurables sino que en torno a ellas se fue construyendo la implan-
tación del estado en el mundo rural. El objetivo de este trabajo es tratar de indagar
algunas de las razones y significados de este fracaso.
Hasta ahora la mayor parte de los estudios sobre la Justicia de Buenos Aires duran-
te la primera mitad del siglo XIX se han concentrado en describir su arquitectura
institucional, en indagar algunas de las nuevas concepciones sobre el Derecho que
estaban emergiendo y en analizar someramente el desarrollo de la criminalidad.
Pero poco es lo que sabemos acerca de las relaciones efectivamente entabladas entre
la administración de justicia y los distintos sectores sociales o en desentrañar el
clima social en que esa administración se desempeñaba. Conviene, por tanto,
comenzar trayendo a colación las impresiones que anotó un viajero francés como
Arsène Isabelle que recorrió el área rioplatense al comenzar la década de 1830:
2 ISABELLE, Arsène Viaje a la Argentina, Uruguay y Brasil, 1830-1834, Emecé, Buenos Aires, 2001 [1835],
p. 80.
3 CHIARAMONTE, José Carlos “Acerca del origen del estado en el Río de la Plata”, en Anuario IEHS,
Más allá de las fuertes impresiones que debe haberle causado la convulsionada
Buenos Aires de entonces, sus observaciones resultan útiles para comenzar a pensar
un problema elusivo: ¿en qué condiciones sociales se administraba justicia? Sabe-
mos que mucho había cambiado en el sistema de justicia desde la Revolución de
1810, pero lo cierto es que para los años 1830 seguía estando pendiente su plan de
reforma general y completa aunque había sido una de las preocupaciones primor-
diales de las autoridades.4 Esas transformaciones de la administración de justicia en
Buenos Aires han sido tratadas por una abundante bibliografía5 aunque no siempre
se ha enfatizado suficientemente que los momentos de mayor impulso reformador
devinieron después de una coyuntura política crítica que también había suscitado
temores en las elites frente a la movilización social. Así había sucedido hacia 1811-
12, volvió a suceder en 1816-17 y como nunca antes adquirió imperiosa centralidad
en 1821-22; y, sin duda, lo fue aún más tras la convulsión política y social de 1828-
29. Tras cada una de estas coyunturas, las autoridades sintieron la necesidad no sólo
de mejorar la administración de justicia y, sobre todo, de hacerla más rápida y efi-
caz sino también de restablecer y reforzar el respeto social hacia la magistratura.6
4 El lector podrá advertir tanto uno como otro aspecto señalado sólo haciendo un repaso de los men-
sajes que presentaron los gobernadores de la provincia ante la Legislatura: Ministerio de Educación, Men-
sajes de los Gobernadores de la Provincia de Buenos Aires, 1822-1849, La Plata, Archivo Histórico de la Provin-
cia de Buenos Aires “Dr. Ricardo Levene”, 2 tomos, 1976.
5 BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la Ley, TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa forma-
tiva del sistema penal moderno de la Argentina, Ediciones Al Margen, La Plata, 2001; DÍAZ, Benito “Organi-
zación de la justicia de campaña en la Provincia de Buenos Aires (1821-24)”, en Trabajos y Comunicaciones,
4, La Plata, 1954, pp. 39-54 y Juzgados de Paz de campaña en la Provincia de Buenos Aires (1821-1854), La Plata,
1959; FRADKIN, Raúl O. “La experiencia de la justicia: estado, propietarios y arrendatarios en la campa-
ña bonaerense (1800-1830)”, en La fuente Judicial en la Construcción de la Memoria, Departamento Históri-
co Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires y Universidad Nacional de
Mar del Plata, Mar del Plata, 1999, pp. 145-188; GARAVAGLIA, Juan Carlos “La justicia rural en Buenos
Aires durante la primera mitad del siglo XIX (Estructuras, funciones y poderes locales)”, en Poder, conflic-
to y relaciones sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999, pp. 89-122; GARCÍA
BELSUNCE, César –director– Buenos Aires, 1800-1830, II: salud y delito, Emecé, Buenos Aires, 1977; GEL-
MAN, Jorge “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en la
primera mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravig-
nani”, 3ª serie, núm. 21, 2000, pp. 7-32; IBÁÑEZ FROCHAM, Manuel La organización judicial argentina
(ensayo histórico). Época colonial y antecedentes patrios hasta 1853, La Facultad, Buenos Aires, 1938; LEVAG-
GI, Abelardo Historia del derecho penal argentino, Perrot, Buenos Aires, 1977 y Orígenes de la Codificación
Argentina: Los Reglamentos de Administración de Justicia, Universidad del Museo Social Argentino, Buenos
Aires, 1995; LEVENE, Ricardo “El Derecho Patrio Argentino y la organización del Poder Judicial, (1810-
1829)”, en LEVENE, Ricardo –director– Historia de la Nación Argentina (Desde los orígenes hasta la organiza-
ción definitiva en 1862), Vol. VII, 1ª sección, El Ateneo, Buenos Aires, 1950, pp. 295-336; SÁENZ VALIEN-
TE, José M. Bajo la campana del Cabildo. Organización y funcionamiento del cabildo de Buenos Aires después de
la Revolución de mayo (1810-1821), Kraft, Buenos Aires, 1950; TAU ANZOÁTEGUI, Víctor y MARTIRE,
Eduardo Manual de Historia de las Instituciones Argentinas, Macchi, Buenos Aires-Bogotá-Caracas-México,
1996 y ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo Historia del Derecho Argentino, Perrot, Buenos Aires, 1966.
6 La insolencia y falta de respeto de la población hacia los magistrados se convirtió en esas coyuntu-
ras en una queja muy frecuente. Por ejemplo, ver el artículo “Administración de justicia”, en Gazeta de
Buenos Aires, miércoles 22 de agosto de 1821.
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7 Se trata de una práctica que sería muy perdurable y las referencias al respecto serían interminables.
A modo de ejemplo: ARÉVALO, Domingo El Coronel don Domingo Arévalo presenta al público los documen-
tos que justifican su conducta…, Imprenta de los Expósitos, Buenos Aires, 1823; RAMÍREZ, P. Reforma de la
Campaña por el Joven..., Imprenta de Álvarez, Buenos Aires, 1823; TERRADEL, José D. Nueva representación
que el ciudadano Don José de Terradel eleva al Superior Gobierno, instruyendo con nuevos fundamentos su prime-
ra acusación, y con el fin de disipar las imputaciones que se propalan en detrimento de su reputación y de su justi-
cia, Imprenta de Álvarez, Buenos Aires, 1826; TERRERO, Federico Refutación al informe del Doctor D.
Eduardo Lahitte, en la causa que ha seguido la familia de D. Zenón Videla y de la finada señora Doña Sandalia
Dorna sobre la nulidad de un contrato de compra venta celebrado por D. Juan Manuel de Rosas cuando fue inves-
tido con la suma del poder público, La Tribuna, Buenos Aires, 1855; Causa criminal contra el ex gobernador Juan
Manuel de Rosas ante los Tribunales Ordinarios de Buenos Aires, La Tribuna, Buenos Aires, 1864; BILBAO,
Manuel Vindicación y memorias de don Antonino Reyes. Edecán y secretario de don Juan Manuel de Rozas en
Santos Lugares, Edición facsímil, Freeland, Buenos Aires, 1974 [1883].
8 Hemos podido evaluar que las transformaciones producidas en la arquitectura institucional a
sobre el desempeño de los comisarios y los jueces eran bastante frecuentes.9 Más
importante y generalizada es la imagen que ofrece el análisis cuidadoso de los jui-
cios: en ellos no deja de llamar la atención que tanto los imputados como los testi-
gos parecen estar muy al tanto no sólo de lo que sucedía en el juicio en que estaban
de algún modo involucrados sino también de otros en que se habían visto compro-
metidos sus vecinos, a veces muy antiguos. En este sentido, bien puede hablarse de
una tradición litigiosa local que era bien conocida y compartida a la que deben
haber contribuido decididamente los propios procedimientos judiciales imperantes
que convertían a los testigos y a los peritajes y apadrinamientos a cargo de vecinos
legos en una clave insustituible de su funcionamiento.10 En la campaña, por tanto,
también regía –tanto o más que en la ciudad– una “opinión pública” de ribetes muy
peculiares pero no por ello desestimable.
Ahora bien, las relaciones entre esas formas urbanas y rurales de “opinión
pública” y los jueces estaban cambiando decididamente en estos años. El fin de la
justicia ordinaria capitular –con esos jueces que eran casi siempre vecinos legos que
emergían de linajes familiares prestigiosos y arraigados y elegidos por el Cabildo–
había debilitado la densidad del entramado social que podía constreñir el desempe-
ño de los jueces. Además, la pérdida de las funciones de magistrados de muy diver-
sas autoridades menores había hecho desaparecer esa instancia decisiva de control
social de la administración de justicia y de lucha política que eran los juicios de resi-
dencia.11 Quizás nadie describió mejor el cambio que el abogado de los acusados por
haber protagonizado un escandaloso tumulto en la Guardia de Luján en 1825 cuan-
do terminaba su alegato afirmando que “…la opinión pública es el único Juez de
residencia del qe. abusa del poder”.12
El juez y su misión
Esta situación debe haber estado detrás de la decisión tomada en 1834 de publicar
el primer y efímero periódico forense: El Correo Judicial. En sus páginas pueden
1825; El Americano Imparcial, 3 de marzo de 1825. Incluso, los vecinos de la campaña en algunos casos ini-
ciaron demandas judiciales contra periódicos por noticias aparecidas sobre sus partidos: por ejemplo,
AGN, Tribunal Criminal, J-1, exp. 8, 1831.
10 Un tratamiento detallado de esta cuestión en FRADKIN, Raúl O. “Cultura jurídica y cultura políti-
ca: la población rural de Buenos Aires en una época de transición (1780-1830)”, en Ley, razón y justicia,
núm. 11, en prensa.
11 MARILUZ URQUIJO, José Ensayo sobre los juicios de residencia indianos, Escuela de Estudios Hispa-
1826, f. 49-52v.
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hallarse algunos de los tópicos más reiterados y característicos del discurso de los
miembros de la estructura judicial (como su queja recurrente por el supuesto rele-
gamiento dentro de las preocupaciones del gobierno y la sociedad) pero también
algunas ideas novedosas, como la conveniencia de hacer públicos los trámites y las
resoluciones judiciales. Por este medio, se esperaba mejorar los procedimientos de
los jueces, especialmente de aquellos que “…no temen entregarlos a la severidad de
la prensa…” y también ofrecer a los jueces, a los letrados y al público una recopila-
ción útil. De esta forma, su editor confiaba no sólo contribuir a “…la difusión de las
luces…” sino también que “…los hombres se abstienen de promover litigios injus-
tos, retrayéndose de ellos para no ser objeto de la crítica general”. Este argumento
hace referencia a una ambigüedad que contenía el discurso judicial: por un lado,
postulaba como un comportamiento civilizado recurrir a la justicia para resolver los
pleitos entre particulares pero, por el otro, no dejaba de hacerse cargo de la conde-
na social hacia aquel que acostumbraba transformarse en pleitista.
Sin embargo, lo más notable del discurso que este periódico buscaba propagar
era una concepción que parece haber primado entre los magistrados: la de sentirse
portadores de una empresa civilizatoria que les imponía la necesidad de “…hacer
públicos los preceptos de los jueces sabios, sin dejarlos sepultados en su propia dig-
nidad y para derramar entre sus conciudadanos la ciencia y la doctrina de los magis-
trados”. Esta concepción aparece muy claramente enunciada en el último número
del periódico (el 8, del 21 de octubre de 1834) y se expresaba a través de un recurso
remanido, una supuesta carta de “un Juez anciano” a su hijo que acaba de ser incor-
porado a la judicatura. Saturada de referencias clásicas y cristianas su autor le
advierte que “…no eres ya ni mío ni tuyo: has entrado en una esclavitud honrosa,
pero que es al fin esclavitud; eres esclavo del publico”. Se trata, por cierto de una
misión que debe ser cumplida en forma bien solitaria: “No tienes ya paisanos, ami-
gos ni parientes…” y le advierte que deberá “…precaverse de los manejos de ami-
gos y domésticos”. Y, para ser aún más claro, le recuerda que hay dos “géneros de
personas” que confunden los agravios con obsequios: “…las mugeres que se dejan
regalar de sus galanes y los Magistrados que se dejan comprar de pretendientes. En
ambos casos lo que parece dádiva, no es sino el precio de una venta”. Entonces,
“…la única consideración que debe tenerse (y esto únicamente en las causas crimi-
nales) es la de servicios relevantes prestados anteriormente al País”. Sin embargo, el
editor debió atajarse de las críticas que había suscitado su aparición y que se le adju-
dicaban una “conspiración” contra la administración de justicia y que venía a poner
palmariamente de manifiesto las dificultades que tenía esta publicidad.13
Esta concepción misionera y civilizatoria de los jueces había imperado también
entre las autoridades que impulsaron la transformación de la administración de jus-
13 El Correo Judicial (reedición facsimilar) en VÉLEZ, Bernardo Índice de la Compilación de Derecho Patrio
(1832) y El Correo Judicial (1834), Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Instituto de Historia del Dere-
cho Argentino, Buenos Aires, 1946.
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ticia una década antes. Por ejemplo, en su mensaje a la Legislatura provincial del 5
de mayo de 1823 los ministros B. Rivadavia y M. J. García reconocían que “…no han
podido plantificarse las nuevas instituciones, sin romper y arrancar con violencia
antiguos cimientos, sobre los que el curso de los años había amontonado memorias
venerables y dejado arraigar intereses de todo género”, en obvia referencia a los
disueltos cabildos.14 Y, al año siguiente, definían que: “La reforma de la administra-
ción de justicia es una de las primeras necesidades de nuestra Patria, y también de
las más peligrosas y difíciles de ejecutar. Los códigos debían fundarla, pero darlos
sin generalizar antes sus principios entre los mismos que han de explicar las leyes,
aplicarlas y recibirlas, sería imprudente”.15 Las dificultades, en consecuencia, no
estaban sólo en esa sociedad “rústica”, “supersticiosa” e “ignorante” sino también
en el escaso cuerpo de emisarios que la misión requería para llevarse a cabo.
Estas referencias iniciales nos permiten situar al menos tres problemas que conside-
ramos importantes y poco transitados. En primer lugar, si bien la administración de
justicia se regía por un conjunto de procedimientos y saberes especializados, estaba
sometida a una suerte de escrutinio de la opinión pública. Pero esta opinión públi-
ca no estaba integrada tan sólo por los pares sociales de los jueces y litigantes y sus
formas de sociabilidad admitida y aceptada a la que se dirigían los periódicos y
folletos, sino también por una “curiosidad” que como advertía Isabelle podía incluir
también al “bajo pueblo”. En segundo lugar, algunos de los magistrados se conside-
raban como una elite que debía cumplir una misión civilizatoria en la sociedad que
excedía con creces los trámites que debían resolver en los tribunales a su cargo: a
priori, podemos decir que esa misión (cuya concepción no era demasiado distinta
de la que se adjudicaba el clero ilustrado)16 debía realizarse frente a dificultades cre-
cientes (la tan mentada degradación del respeto a la magistratura que sentían haber
vivido desde la Revolución) que provenían tanto del gobierno como de la sociedad.
Por último, que para llevarla adelante se hallaban inmersos en una ambigüedad
intrínseca: mientras el ideal ilustrado los orientaba a considerar que el modo civili-
zado de resolver los conflictos era el de recurrir a los tribunales, una suerte de ideal
social imperante desconfiaba y hasta repudiaba a aquel que recurriera frecuente-
mente a ellos.
14
Mensajes de Gobernadores…, cit., Tomo I, p. 31.
15
Mensajes de Gobernadores…, cit., Tomo I, p. 35.
16 BARRAL, María Elena “Buenos cristianos, ciudadanos y vasallos. Los tempranos esfuerzos civiliza-
17 DÍAZ, Benito Juzgados de Paz…, cit., p. 49; IBÁÑEZ FROCHAM, Manuel La organización…, cit., p.
168.
18 Aunque estos artículos ya se encontraban en las páginas de La Gaceta de Buenos Aires en septiem-
bre de 1820 se hicieron muy frecuentes y contundentes entre julio y diciembre de 1821.
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de la reforma desde el mismo ámbito judicial era apartarse radicalmente del siste-
ma vigente asentado en la justicia capitular.
El debate en la Legislatura dio un resultado que sólo en parte retomaba estos
planes y la ley del 24 de diciembre de 1821 estableció que la justicia ordinaria sería
ejercida por cinco jueces letrados de Primera Instancia, dos en la ciudad y tres en la
campaña, cada uno de los cuales tendría competencia en lo civil y lo criminal. A su
vez, se dispuso la organización de una policía separada de estas autoridades judi-
ciales y dependiente directamente del gobierno, que estaría formada por seis comi-
sarios para la capital y ocho para la campaña. Por último, cada una de las parroquias
iba a contar con un juez de paz que intervendría en todas las causas “…qe. las leyes
y practica vig.te declara verbales, arbitrar en las diferencias, y en la Campaña reuni-
ran las de los Alcaldes de Hermandad. qe. quedan suprimidos”.19
Aunque menos ambicioso que el plan original, el programa reformista era de
indudable radicalidad. Sin embargo, una década después, sólo parte de sus objeti-
vos habían sido cumplidos: junto al Tribunal Supremo, la Justicia de Primera Instan-
cia se había consolidado como una estructura judicial pero ya en 1824 el Gobierno
había tenido que abandonar la pretensión de implantarla efectivamente en el ámbi-
to rural. De este modo, los Juzgados de Paz, que habían sido pensados como una
instancia local y auxiliar, se consolidaron como la instancia principal de justicia
rural. Por su parte, la formación de una policía rural –sin duda, uno de las priorida-
des del programa reformista– tuvo un decurso por demás azaroso: hacia 1824, las
comisarías de campaña fueron momentáneamente disueltas y si bien muy rápida-
mente volvieron a formarse e incluso se aumentó su número, al comenzar la déca-
da de 1830 paulatinamente sus funciones fueron traspasadas a los jueces de paz
hasta resultar prácticamente indistinguibles. En otros términos, el doble propósito
de organizar sistemas de justicia y policía diferenciados y específicos para el mundo
rural había fracasado y no fue sino hasta la década de 1850 que el Estado de Buenos
Aires afrontó nuevamente esta tarea. 20 Fue por entonces que también se decidió la
formación de departamentos de justicia criminal de campaña (y, bueno es destacar-
lo, sólo de justicia criminal) y nuevamente la separación de las funciones de los comi-
sarios y los jueces de paz que había sido su atributo primordial durante el rosismo.
La Cámara de Apelaciones (que había sustituido a la Real Audiencia en 1812 y
que se transformaría luego en Tribunal Superior de Justicia de la Provincia) tenía
una visión muy negativa tanto de la administración de justicia en la campaña como
del funcionamiento de la justicia ordinaria y este diagnóstico se había hecho mucho
19 ROMAY, Francisco L. Historia de la Policía Federal Argentina, Biblioteca Policial, Buenos Aires, Tomo
en Buenos Aires, 1780-1830”, en BONAUDO, Marta; REGUERA, Andrea y ZEBERIO, Blanca –coordina-
doras– Escalas de la Historia Comparada. Tomo 1: Dinámicas sociales, poderes políticos y sistemas jurídicos, Miño
y Dávila, Buenos Aires, 2008, pp. 247-284.
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más acentuado en la década de 1820. Más aún, desde esta instancia judicial se adver-
tía algunos de los efectos del proceso revolucionario: en primer lugar que “…las
erradas ideas de una mal entendida libertad engendran un sentimiento de licencia
y un espíritu de animosidad que degenera fácilmente en hábito de insubordina-
ción…” y en segundo término que las quejas y “…clamores contra la injusticia de
las leyes…” estaban mal orientadas –aunque el cuerpo reconocía la carencia de un
“sistema legal”– cuando en su opinión debían imputarse a las actuaciones de los
magistrados y, especialmente, en los Juzgados de Primera Instancia de campaña
“…que ha juicio del Tribunal no han producido los buenos resultados que se espe-
raban”.21
Diversas dificultades impedían una efectiva implantación de la justicia letrada
en la campaña y una de ellas era “…la falta de personas que hagan de fiscales y
defensores…” como se quejaban los jueces ante la Cámara. Se trataba de una justi-
cia que se desenvolvía dentro de un abigarrado marco normativo en el cual las inno-
vaciones no implicaban la desaparición de las normas anteriores, en juicios que
generalmente eran verbales y en los cuales la presencia de vecinos “inteligentes”
suplía la ausencia de escribanos, fiscales, peritos y abogados. Estas condiciones
habían llevado a que en 1813 se autorizara que las personas pudieran defenderse
judicialmente sin la asistencia de letrados, pero su efecto fue la generalizada apari-
ción de unos personajes denostados por el foro urbano –los llamados “tinterillos”–,
personas prácticas pero no tituladas, que parecen haber complicado seriamente los
procedimientos en los litigios (si creemos en las descripciones de los jueces)22 pero
también que venían a poner en cuestión el ejercicio del monopolio del saber por
parte de un grupo social que era extremadamente reducido en la campaña.
Una segunda dificultad, redundantemente mencionada, era la distancia entre
los vecinos y los tribunales. Esta cuestión, que ya era muy grave en el antiguo siste-
ma pues sólo los tenían la capital y la Villa de Luján, no había sido resuelta con la
constitución de dos nuevas sedes en el norte y el sur de la provincia. Más aún, estos
mismos problemas se enfrentaban para la designación de los jueces de paz por par-
tido y no había sido completamente resuelta pese a la notable multiplicación de
jurisdicciones que se había producido desde 1785: es que la ampliación territorial y
demográfica de la campaña era mucho más intensa y veloz que las posibilidades del
sistema institucional para inscribirla.23 En tales condiciones, las dificultades de acce-
21 Informes del Tribunal de Justicia al Gobierno, 1822-1842, AGN, Biblioteca Nacional, núm. 6609, Leg.
387.
22 Entre las múltiples referencias puede verse AGN, Tribunal Civil, C-13; 3 (1813); G-12; 9 (1822); G-14;
16 (1825).
23 Hemos trazado un panorama más amplio de este proceso en BARRAL, María Elena y FRADKIN,
Raúl O. “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder institucional en la campaña bonaeren-
se (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, núm. 27, 2005,
pp. 7-48.
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“El poder de los jueces de partido es anual, y por grande que sea el celo se
debilita, no se respeta, o no se teme a las distancias. El de los propietarios
es ninguno; por que los que lo tienen en sus campos son los guapos, que
por su muchedumbre hacen callar al hacendado, que más de una vez sien-
te haber expuesto su vida, para no tener mas que unos días solamente lejos
de su vista a unos seres perjudiciales polillas de las haciendas, y de los
bienes de campaña. Es imposible el orden en uno y otro, sin que lo respe-
ten y lo tengan los que habitan la campaña; y es imposible se consiga esto,
mientras las funciones de los Jueces no sean aliviadas y descansen con la
bien desempeñadas de una policía rural, al paso que bien sostenidas.”25
24 IRAZUSTA, Julio Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, Edición corregi-
Desde la Villa de Luján, el juez Juan José Cernadas ofrecía un panorama seme-
jante: los jueces tenían el cometido de propender a “la prosperidad y moralización”
de la campaña pero advertía que los beneficios sólo se harían sentir “gradualmen-
te” y “con mas lentitud en un País que como el nuestro [que] se está educando y
moralizando, principalmente su campaña.” Aún así, evaluaba como satisfactorios los
resultados frente a un sistema como el anterior que “tocaba la raya del escándalo”.
Para Cernadas, las dificultades de accesibilidad también eran una cuestión cardinal
aunque las consideraba menguadas en el nuevo régimen. Pero ¿cuán nuevo era?
Cabe preguntarlo pues el mismo juez relataba los procedimientos que emplea-
ba: como su colega Villegas aludía a que trataba de buscar “una feliz transacción” y
consideraba que era “…un deber de la autoridad el promoverla para cortar las rui-
nosas consecuencias de un litis y las discordias entre las familias que son de tan
funesta trascendencia al orden público”. Aparece así, nuevamente, la vigencia de
prácticas y criterios “antiguos” desplegados por los defensores por excelencia del
nuevo sistema y la necesidad que sentían de disminuir el número de pleitos que
27 AGN, X-14-5-4.
28 AGN, X-14-5-4.
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Los tres jueces en sus respuestas iluminan aspectos del funcionamiento efecti-
vo de la administración de justicia que suelen ser opacos a una observación históri-
ca demasiado panorámica o que atienda exclusivamente a la normativa establecida.
Una primera cuestión es muy clara: el reducido tamaño que el sector letrado tenía
en el medio rural era una limitación prácticamente insuperable pero esta misma
situación al parecer reforzaba la retórica de estos jueces que se nos presentan con-
vencidos de estar cumpliendo una misión civilizatoria en absoluta soledad y aisla-
miento… Como ya hemos advertido, esta situación condicionaba muy fuertemente
las modalidades que efectivamente adquirían los procedimientos judiciales pues los
jueces dependían por completo de la colaboración de vecinos legos dotados de un
saber consuetudinario (entre quienes se reclutaban sus supuestos auxiliares, tanto
los jueces de paz como los comisarios) y esta situación no habría de resolverse con
el traslado de los juzgados a la capital sino que terminaría por acrecentarse. En estas
condiciones, era evidente que en el mismo entramado institucional estallaban las
tensiones entre antiguas concepciones y prácticas y las nuevas que pretendían
imponerse desde las máximas autoridades.
29 AGN, X-14-5-4.
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Una segunda cuestión queda también en claro: si bien los jueces de Primera Ins-
tancia eran jueces letrados y debían administrar justicia a través de procedimientos
escritos, en los cuales el imperio del saber profesional implicaba una mediación
social especializada, las condiciones en que se impartía justicia hacían que la reali-
dad judicial fuera bastante más compleja. El ideal judicial ilustrado concebía que la
misión civilizatoria de los jueces debía derivar en que las disputas se resolvieran de
acuerdo a las normas legales vigentes y a través de una instancia judicial. Pero el
ideal social vigente advertía que los pleitos ocasionaban y agudizaban las disputas
entre las personas (y, sobre todo, entre las familias) de una comunidad amenazando
su “armonía”. En tales condiciones, si alguien actuaba “civilmente” y recurría con
demasiada frecuencia a la Justicia corría el riesgo de ser calificado de “pleitista” y
recibía una condena social. De modo semejante, a un juicio escrito se suponía que
sólo tenían acceso las autoridades intervinientes y las partes involucradas: sin
embargo, una lectura cuidadosa de los expedientes permite advertir que aún en las
áreas rurales más alejadas buena parte del vecindario solía estar al tanto de lo que
en el juicio sucedía y, más aún, que las más de las veces lo que formalmente se pre-
sentaba como una demanda individual solía esconder disputas de facciones socia-
les mucho más amplias. En otros términos, la actividad judicial estaba sometida a
una suerte de escrutinio comunitario. En estas circunstancias, las respuestas de los
jueces muestran que el ideal del “juez arbitrador” seguía manteniendo plena vigen-
cia y sugiere que las formas “infrajudiciales” y “parajudiciales” de administrar jus-
ticia estaban en pleno vigor.30
30 MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás “El peso de la infrajudicialidad en el control del crimen duran-
31
AHEZ, Cuadernos copiadores del Libro de Acuerdos del Cabildo de la Villa de Luján.
32
DI MEGLIO, Gabriel ¡Viva el Bajo Pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolu-
ción de Mayo y el Rosismo, Prometeo, Buenos Aires, 2006, cap. IV. HERRERO, Fabián “Un golpe de estado
en Buenos Aires durante octubre de 1820”, en Anuario IEHS, núm. 18, Tandil, 2003, pp. 67-86. HERAS,
Carlos La supresión del Cabildo de Buenos Aires, Imprenta Coni, Buenos Aires, 1925; SÁENZ VALIENTE,
José M. Bajo la campana del Cabildo. Organización y funcionamiento del cabildo de Buenos Aires después de la
Revolución de mayo (1810-1821), Kraft, Buenos Aires, 1950. TERNAVASIO, Marcela “La supresión del
cabildo de Buenos Aires: ¿crónica de una muerte anunciada?”, en Boletín del Instituto de Historia Argenti-
na y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 21, 2000, pp. 33-74 y “Entre el cabildo colonial y el munici-
pio moderno: los juzgados de paz de campaña de Buenos Aires, 1821-1854”, en BELLINGERI, Marco
–coordinador– Dinámicas de antiguo régimen y orden constitucional. Representación, justicia y administración
en Iberoamérica, siglos XVIII-XIX, Otto editores, Torino, 2000, pp. 295-336.
33 UDAONDO, Enrique Reseña Histórica de la Villa de Luján, s/e, Luján, 1939, pp. 132-133.
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dado curso a la aspiración de conformar una junta de los pueblos libres bajo el
amparo del ejército federal.34
Tampoco debe haber sido casual que en la zona que había sido la jurisdicción
del cuerpo capitular fueron especialmente agudos los cuestionamientos a las auto-
ridades locales en estos años.35 Los vecinos de la Villa de Luján habían perdido la
jurisdicción sobre la población de sus territorios dependientes, algunos de los cua-
les eran partidos de antigua colonización como Pilar, Capilla del Señor y San Anto-
nio de Areco y otros que se habían formado en los últimos años en la frontera, como
Guardia de Luján, Fortín de Areco y Navarro. En rigor, la afirmación de la jurisdic-
ción de este Cabildo formado en 1756 había estado en permanente cuestión ante
todo por el duro conflicto que mantuvo con el Cabildo porteño (y que derivó en su
cierre transitorio entre 1784 y 1786) pero también por las disputas jurisdiccionales
que debió afrontar con el resto de las autoridades, el Virrey, los comandantes de
frontera o el mismo gobierno revolucionario durante la década de 1810. En estas
condiciones, no extraña que en esta zona obtuvieran importantes adhesiones las ten-
dencias confederacionistas contra la capital en 1816 y en 1820.36
Pero, además, la elite de la Villa no sólo disputaba con las autoridades superio-
res y sus emisarios en la campaña sino que también debía bregar por la obediencia
de sus subalternos y para el Cabildo de Luján había sido muy dificultoso afirmar su
autoridad frente a los alcaldes de Hermandad que estaban a cargo de los nuevos
partidos que se habían ido formando en la frontera. De este modo, la supresión del
Cabildo significó la autonomización de estos partidos de su débil cabecera, la trans-
formación de autoridades subalternas en principales y, por consiguiente, abrió
intensas disputas por el poder local. En estas condiciones, para una parte de la elite
local al menos desembarazarse de una instancia de poder como era el Juzgado de
Primera Instancia, si bien no compensaba la autoridad perdida, resultaba un palia-
tivo imperioso.
¿Qué estaba en discusión? La competencia jurisdiccional y la rivalidad entre
jueces de paz y jueces de Primera Instancia expresaba la disímil naturaleza social de
ambas instituciones. Los Juzgados de Paz se habían convertido en las instancias cla-
ves para el ejercicio del poder político local. De su control dependía la preeminen-
cia de cada facción y su margen de autonomía. Pero los jueces no se elegían a través
de elecciones, ni siquiera de las restringidas con que antes se designaban los miem-
bros del cuerpo capitular. El acceso al cargo, por lo tanto, dependía de otro modo de
acción política: la capacidad de cada facción para movilizar sus allegados y cliente-
to de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3ª serie, núm. 12, Buenos Aires, 1995, pp. 7-32.
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las en el partido y para articularse con las redes de poder en la capital. Y la susten-
tabilidad de ese poder estaba directamente vinculada con su capacidad para mediar
entre las demandas y expectativas que la población del partido y las exigencias del
gobierno.
En este sentido, en su respuesta el juez Cernadas había sostenido que antes de
que el Tribunal Supremo hiciera conocer su parecer desfavorable a la permanencia
de los jueces letrados de campaña “…ya corría públicamente en esta Villa que los
puebleros Jueces de 1ª Instancia iban a quitarse y quedar únicamente jueces de paz,
hijos de ella”. La denuncia es ilustrativa de las tensiones y rechazos que había en las
comunidades vecinales hacia estos jueces extraños al medio que, no casualmente,
eran sindicados como “puebleros” y su contraposición a los jueces de paz conside-
rados por la comunidad como “hijos de ella”. Al fundamentar su denuncia el juez
aludió a “…que para ello trabajaba el Juez de Paz de esta villa dn. Gerónimo Col-
man, ya finado, con el famoso Dn. Manuel Montiel, con quien se había unido al efec-
to a pesar de ser enemigos desde tiempo atrás. Datos positivos tenía para dar asen-
so a esta noticia mas la remití al desprecio.” En otros términos, la discusión sobre el
futuro de la justicia rural lejos estaba de quedar circunscripta a las instancias judi-
ciales, a las máximas autoridades o a la opinión pública urbana y parece haber
movilizado a los pueblos y vecinos de la campaña, como vimos en otros casos. Ello
no es extraño si se considera que en el plano local justicia y gobierno eran una
misma y única cosa. Pero el juez apunta algo más que reafirma lo que venimos seña-
lando: “…el estado de la campaña exige necesariamente que en ella haya una auto-
ridad más circunspecta y respetable que la de los Jueces de Paz que por sus relacio-
nes de amistad y parentesco en sus partidos jamás pueden revestidos de aquella
imparcialidad que tan justamente se requiere”.
Otras eran las expectativas del Gobierno, como lo mostraba en marzo de 1825
una circular que enviaba a todos los jueces de paz de la campaña:
37 Manuel José García, “Circular a los jueces de paz de campaña”, AGN- Criminales, M-2.
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Pero volvamos a los denunciados de la Villa de Luján: se nos presenta una típi-
ca imagen de la lucha política pueblerina, dos cabezas de facciones rivales –el fina-
do juez de paz don Gregorio Colman y don Manuel Montiel– ahora aparecen uni-
dos en la común oposición al Juez de Primera Instancia. ¿Qué sabemos de ellos?
Colman pertenecía a un linaje familiar con largo arraigo y notable influencia en la
zona cuyos miembros fueron destacados protagonistas de las milicias locales y del
Cabildo.38 Esta influencia se debía en buena medida a los lazos de parentesco que
los Colman habían logrado entablar con otros linajes influyentes como los Santana,
Albarez, Irrazábal, de la Riba y Lobo Sarmiento que, como ellos, ocuparon posicio-
nes claves en el Cabildo y en las milicias y extendían su influencia a otros poblados
cercanos como Navarro. Hacia 1813, en el último padrón disponible aparecen lista-
dos varios cabezas de familia, todos ellos calificados de labradores aunque eran
también propietarios de tierras, ganados y esclavos y, a juzgar por la ubicación en
este listado, algunos residían en el centro de la Villa. Eran hombres de dos genera-
ciones, casi todos oriundos de la Villa; algunas de las unidades censales que encabe-
zaban eran mucho más numerosas de lo que era habitual y contaban con varios
esclavos. Se trataba, sin duda, de un linaje de la elite local que había tenido a su
cargo la administración de la justicia capitular. Su competidor y circunstancial alia-
do, Manuel Montiel, era el único “maestro de letras” de la Villa: había nacido en
Buenos Aires y para 1813 tenía veintiocho años y estaba casado. Los Montiel, en
cambio, eran un linaje menos importante y probablemente más nuevo en la zona: al
parecer en su mayor parte eran migrantes recientes, no habían ocupado puestos des-
tacados en el Cabildo, la red familiar era menos extensa y sustancialmente menos
prominente que la de los Colman.39
Estamos frente a dos miembros de la elite local y su reducido sector letrado al
que sólo podemos adscribir a Montiel en plenitud. Se trataba de un rasgo caracterís-
tico no sólo de la Villa de Luján sino de toda la campaña,40 una circunstancia que
38 En 1787 el alférez y luego capitán Miguel Jerónimo Colman se había desempeñado como Alguacil
Mayor del cuerpo capitular, en 1791 y 1803 como Alcalde Ordinario y en 1797 como Regidor Decano.
Hacia 1799 su hermano el capitán Bonifacio Colman fue Alguacil Mayor y en 1811, 1816 y 1818 se desem-
peñó como Alcalde Ordinario. Otro, el capitán José Jerónimo Colman llegó a estar al frente del regimien-
to de caballería de milicias en 1803 y también fue Alcalde Ordinario en 1815 y sus hijos, Matías y Grego-
rio, integraron el Cabildo en 1817 y 1818 como regidores. El predicamento de los Colman se extendía al
pueblo subalterno de Navarro, al que había representado Pedro Pablo Colman en 1820 como diputado.
39 Nicolás Montiel era un viudo de 68 años oriundo de Buenos Aires, se desempeñaba como depen-
diente y encabezaba una unidad censal de seis integrantes, tres de ellos criados. Gregorio Montiel tenía
63 años, estaba casado y era un labrador que había nacido en Luján y encabezaba una unidad de siete
miembros. Don Antonio Montiel tenía 38 años, nació en Buenos Aires, era labrador y su unidad censal
contaba con seis integrantes.
40 Aunque no disponemos de datos precisos para la década de 1820, conviene recordar que en los
padrones de campaña de 1813-15 aparecen registrados tan solo veintitrés individuos en ocupaciones de
administración y gobierno y los notarios no parecen haber sido más que cinco. Apenas algo mayor (trein-
ta individuos) eran los maestros y preceptores empadronados, menos aún los que practicaban la medici-
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na (catorce individuos) y no demasiados los componentes del clero (49 individuos). GIHRR “La sociedad
rural bonaerense a principios del siglo XIX. Un análisis a partir de las categorías ocupacionales”, en
FRADKIN, Raúl y GARAVAGLIA, Juan Carlos –editores– En busca de un tiempo perdido. La economía de
Buenos Aires en el país de la abundancia, 1750-1865, Prometeo, Buenos Aires, 2004, p. 36.
41 Entre los escasos miembros del sector letrado de la Villa habría que incluir además a Domingo
Magueda, administrador de correos y natural de Buenos Aires; a José de la Fuente, cantor y natural de la
Villa; a Lázaro Bogarín, preceptor y natural de Paraguay; a Luis Senrra, médico y natural de Galicia; a
Luis Beltrán Senrra, probablemente hijo del anterior, practicante y natural de la Villa; a Pedro Espejo,
médico y natural de Galicia y José de Crespo, cura y vicario, natural de Santa Fe y a quienes los acompa-
ñaban en la misma unidad: el sacristán Diniosio Millán, el presbítero Marcos Cano, el sacerdote Antonio
Sáenz, el religioso franciscano Francisco Castañeda (todos naturales de Buenos Aires) y el religioso agus-
tino Juan Moreno, natural de Murcia. Si siendo muy amplios en nuestra clasificación incluyéramos en
este estrato a los diecisiete pulperos empadronados veríamos que sólo tres eran oriundos de la Villa y
cinco eran europeos.
42 LEVENE, Ricardo La anarquía de 1820 y la iniciación de la vida pública de Rosas, Unión de Editores Lati-
1750-1821), Biblos, Buenos Aires, 1990, pp. 29, 39 y 72. Hacia 1813 José Gregorio Colman, natural de
Luján, tenía 58 años, era viudo, catalogado como labrador y encabeza la tercera unidad censal de la Villa
compuesta de otros catorce miembros, entre ellos once criados, uno sólo de los cuales era libre. Bonifacio
Colman, por su parte, encabezaba otra: era también un labrador, casado, de cincuenta años y natural de
la Villa: su unidad censal contenía catorce miembros de los cuales seis eran esclavos y tres peones libres.
Una tercer unidad estaba encabezada por José Teodoro Colman, casado, de treinta años y también labra-
dor: su unidad tenía seis miembros de los cuales uno era esclavo y otro un indio peón. Manuel Colman,
por su parte, era un hombre de 59 años, casado, labrador y encabezaba una unidad de siete miembros
con una esclava. Don Juan León Colman, era labrador, tenía 63 años, estaba casado y encabezaba una uni-
dad de quince miembros. Gregorio Colman, tenía 32 años, era labrador, estaba casado y su unidad se
componía de ocho miembros, tres de los cuales eran criados. Estanislao Aguirre tenía 36 años, casado,
tratante y tenía una unidad de ocho miembros con una criada. Salvador Aguirre tenía treinta años, casa-
do, pulpero y tenía una unidad de seis miembros. Francisco Aparicio tenía 65 años, casado, labrador y
tenía una unidad censal de diez miembros con cuatro esclavos.
44 UDAONDO, Enrique Reseña Histórica…, cit., pp. 261-265.
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Navarro en 1820) lo fue de Luján en 1825. Es decir, parece clara la preeminencia polí-
tica local de los Colman durante los años que gobernó el “partido del orden”. En
cambio, Salvador Aguirre ocupó este cargo en 1829, 1830, 1831 y luego en 1835 y
1837: es decir, el encumbramiento definitivo de este activo protagonista de los inten-
tos autonomistas de la villa en 1820 se dio en los momentos en que Rosas se hizo del
gobierno provincial. Sin embargo, esta preeminencia no se mantuvo: Francisco Apa-
ricio, integrante de un antiguo e influyente linaje de la Villa, fue el juez de paz del
partido ininterrumpidamente entre 1838 y 1846.45
Lo que esta evidencia sugiere –y ratifica lo que han demostrado otros estu-
dios–46 es que el ejercicio de la autoridad institucional estaba mediado por la exis-
tencia de poderes informales en los cuales debían apoyarse los gobernantes para
construir la implantación del estado en el medio social rural. Estos entramados
comunitarios estaban sometidos a intensas rivalidades faccionales a través de las
cuales los linajes locales luchaban por la preeminencia y para ello establecían alian-
zas con las autoridades superiores. En buena medida, la transformación institucio-
nal había modificado más los canales de la lucha política del antiguo régimen que
su misma lógica y sus protagonistas.
45 Hacia 1813 Francisco Aparicio de 65 años, casado y oriundo de Buenos Aires era empadronado
como labrador y encabezaba una unidad censal de diez miembros con cuatro criados y cuatro peones.
46 MATEO, José Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos (provincia de Buenos Aires) en el siglo
XIX, UNMDP/GIHRR, Mar del Plata, 2001. GARAVAGLIA, Juan Carlos “Los Martínez: la complejidad
de las lealtades políticas de una red familiar en el Areco rosista”, en Poder, conflicto…, cit., pp. 189-202.
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ción. Incluso más, los comisarios parece que primero fueron absorbidos por el entra-
mado social local y luego terminaron por ser fusionados con los jueces de paz. Se
trataba, por tanto, de una solución que resultaba de múltiples transacciones: entre
las pretensiones oficiales y la dura realidad, entre tendencias y concepciones anti-
guas y otras más novedosas y entre los objetivos gubernamentales y el entramado
social local. Con ella el gobierno podía establecer un sistema de control más directo
pero firmemente asentado en poderes locales socialmente construidos y le permitía
la construcción de una red de poder con profundas ramificaciones locales y con
marcado carácter policial sin generar una burocracia profesional centralizada aun-
que convertía a los jueces de paz en personal remunerado, dotado de subalternos y
una partida armada. Era una transacción desigual pero una transacción al fin y no
extraña, por tanto, que en esta segunda fase de su historia la duración de los jueces
de paz en sus funciones se acrecentara notablemente.47 El nuevo estado emergía, así,
en el plano local sin una distinción clara entre gobierno y justicia y menos entre jus-
ticia y policía y este sería un legado perdurable. El escaso y reducido segmento
social letrado en que podría haberse apoyado esa construcción –acrecentado aún
más por el declinante número de sacerdotes–48 debe haber sido parte sustancial de
este resultado.
47 GELMAN, Jorge “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y socie-
dad en la primera mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emi-
lio Ravignani”, núm. 21, 2000, pp. 7-32.
48 BARRAL, María Elena “Las parroquias rurales de Buenos Aires entre 1730 y 1820”, en Andes. Antro-
pología e Historia, núm. 15, 2004, pp. 19-53 y “Parroquias rurales, clero y población en Buenos Aires duran-
te la primera mitad del siglo XIX”, en Anuario IEHS, núm. 19, Tandil, 2005, pp. 359-389.
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Introducción
La primera mitad del siglo XIX en el espacio rioplatense marca el tránsito entre el
orden colonial y el orden estatal moderno. En este proceso no estuvo ausente la
construcción de una nueva estructura judicial según los basamentos de la Ilustra-
ción, el pacto social y la ley positiva.2
Dentro de este marco, el análisis de los cambios operados en el ordenamiento
institucional y normativo de la Justicia en el territorio entrerriano entre 1820 y 1850,3
eje de una ponencia anterior, permitió observar que a pesar de las innovaciones
enunciadas en los Reglamentos de administración de justicia de 1822 y 1849, en general
permanecieron vigentes funcionarios y prácticas provenientes de la época colonial.
Nos ocuparemos del ámbito rural entrerriano, en especial el llamado Oriente,
indagando más allá de las funciones de los agentes de justicia rurales, con el objeti-
vo de reconstruir el perfil medio de quienes accedieron a dichos cargos y la inser-
ción en la comunidad donde ejercieron su poder; esto ayudará en futuras investiga-
ciones a leer la dinámica de las relaciones sociales mediante las causas que tuvieron
a cargo. En primer lugar podemos decir que como agentes directos del accionar en
la campaña se desempeñaron los jueces comisionados; si bien la denominación se
utiliza a partir de la época posrevolucionaria, siguieron cumpliendo las funciones
de los jueces pedáneos de la época colonial.
UNL, dirigida por la Dra. Teresa Suárez a quien agradezco sus observaciones, críticas y aportes.
2 Cfr. BARRAL, María Elena; FRADKIN, Raúl y PERRI, Gladys “¿Quiénes son los ‘perjudiciales’? Con-
Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Rosario, 2005. Agradezco las acertadas sugerencias e inno-
vadores puntos de vista de Juan Manuel Palacio y Darío Barriera.
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4 Cfr. LEVAGGI, Abelardo Orígenes de la Codificación Argentina: Los Reglamentos de Administración de Jus-
ticia, Univ. Del Museo Social Argentino, Buenos Aires, 1995, cap. VII; IBÁÑEZ, Elsa Los Tribunales Federa-
les en Entre Ríos, Imp. Colegio de Abogados de Entre Ríos, Paraná, 1974.
5 GARCÍA BELSUNCE, César Buenos Aires 1800-1830. Salud y delito, Ediciones del Banco Internacional
y Banco Unido de Inversión, Buenos Aires, 1997; GARAVAGLIA, Juan Carlos Poder, conflicto y relaciones
sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999; TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La Ley en
América Hispana, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1992; DÍAZ, Benito “Organización de
la justicia de campaña de la Provincia de Buenos Aires (1821-1824)”, en Trabajos y comunicaciones, núm. 4,
Univ. de La Plata, 1954, pp. 39-54; ROMANO, Silvia “Instituciones coloniales en contextos republicanos:
los jueces de la campaña cordobesa en las primeras décadas del siglo XIX y la construcción del estado
provincial autónomo”, en HERRERO, Fabián –compilador– Revolución. Política e ideas en el Río de la Plata
durante la década de 1810, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2004, pp. 167-200; ALESSANDRONI,
Gabriela y RUSTAN, María “La aplicación de la justicia en la campaña. Córdoba, 1785-1790”, en Cuader-
nos de Historia. Serie Economía y Sociedad, núm. 4, CIFFyH, UNC, 2001, pp. 11-37; PUNTA, Ana Inés “Legis-
lación y mecanismos formales de la aplicación de la justicia en Córdoba del Tucumán durante la prime-
ra Gobernación Intendencia (1783-1797)”, en Claroscuro, Año 3, núm. III, T. II, Rosario, 2003, pp. 207-237;
“Historia y Antropología Jurídicas”, Prohistoria, Año V, núm. 5, Rosario, 2001; DOMININO CRESPO,
Darío Escándalo y delitos de la gente plebe. Córdoba a fines del siglo XVIII, Ed. FFyH, Córdoba, 2007, cap. 2,
pp.117-164.
6 Documentación en el Archivo General de Entre Ríos, Paraná (en adelante AGER), Serie VII Fondo
Estadística, carp. núm. 1 (1823-1844) censo provincial de 1844; carp. núm. 4 (1849) censo provincial de
1849; Contribuyentes de la Provincia (1840-1855); División de Hacienda Serie IX, Subserie A, documen-
tación relacionada con la administración judicial (1843-1853); Subserie D, causas criminales carp. 5 (1835-
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 167
El Oriente entrerriano
1845), carp. 6 (1846-1854); Subserie E, causas civiles carp. 5 (1841-1847), carp. 6 (1848-1852), carp. 7 (1853-
1865); Recopilación de Leyes, Decretos y Acuerdos de la Provincia de Entre Ríos desde 1821 a 1873 (en adelante
RLDADER) IV, V, VI, Uruguay, La voz del pueblo, 1875.
7 Esta denominación es utilizada por POENITZ, Erich “Inmigrantes ovejeros y labradores en el des-
arrollo del Oriente Entrerriano”, en Cuadernos de estudios regionales, núm. 8, IRICyT, Concordia, 1984, p.
7; señala como integrantes a los actuales territorios de Federación, Concordia, Colón, Uruguay y Guale-
guaychú.
8 POENITZ, Erich “La ruta oriental de la yerba. Navegación y comercio en el Alto río Uruguay”, en
37-69.
12 Sobre la temática ver “Correntinos y misioneros en el norte entrerriano según el censo de 1849”, en
en la primera mitad del siglo XIX”, ponencia IV Congreso Nacional de Historia de Entre Ríos, 19 al 21 de
octubre de 2001.
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Como lo anticipamos, los agentes directos del accionar judicial en el ámbito rural
fueron los jueces comisionados hasta la Reforma de 1849, luego denominados alcal-
des de campaña. Estos tenían la particularidad, dentro de sus atribuciones, de aten-
der ciertas funciones judiciales al mismo tiempo que realizaban tareas netamente
policiales. Esta situación derivó en que prestaran obediencia tanto al juez de paz (en
lo judicial) como al comandante (militar y político).
Estos agentes de la baja justicia rural, como denomina Garavaglia a sus homóni-
mos bonaerenses,14 cumplían las funciones de los jueces pedáneos de la época colo-
nial y eran los encargados de mantener el orden. En esta función atendían verbal-
mente toda demanda cuyo valor no superara los veinticinco pesos, intentando pre-
viamente la conciliación de las partes. Si no había acuerdo, con la debida informa-
ción sumaria, elevaban el caso al juez de paz.
Como autoridad, el Juez Comisionado o Alcalde de Campaña tenía el privile-
gio de estar armado; recorría su jurisdicción acompañado con los hombres de su
partida, también armados, cuidando la zona, vigilando que no se alojara persona
extraña sin su conocimiento, requiriendo a los vecinos información sobre la llegada
a su casa de algún transeúnte –ocultarlo constituía una falta al orden. Era también
su responsabilidad detener a quienes no hubieran acudido al llamado del ejército;
en caso de licencia, el individuo debía mostrar su permiso, sin el cual se encontra-
ría en infracción. Perseguía a los desertores y a los vagos, como también recogía las
armas, útiles de guerra y caballos que pertenecían al Estado y estuvieran en manos
de particulares. Si bien no podía autorizar el traslado de ganado, sí podía dar per-
miso para faenar con el objeto de abastecer a la población; además, debía velar por
el cumplimiento de las normativas emanadas del gobierno que prohibían las pulpe-
rías ambulantes y las que se organizaban en casas particulares, salvo las que se auto-
rizaban por motivos especiales –como desabastecimiento– con la condición de no
expender bebidas espirituosas. La diversión se encontraba bajo su control y consen-
14 GARAVAGLIA, Juan Carlos “La justicia rural en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo
XIX (estructura, funciones y poderes locales)”, en Poder, conflicto…, cit., pp. 89-121.
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15
Decreto señalando las atribuciones de los jueces comisionados del 15 de febrero de 1845, en RLDADER, IV,
pp. 133-137.
16 AGER, Hac. IX, D. 5, Arroyo Grande, 19 de febrero de 1842.
17 Documentación de otras jurisdicciones que pertenecen a la costa del Paraná también dan cuenta de
estas conductas como la del Juzgado de Victoria en donde el alcalde mayor de Hermandad Juan Gimé-
nez denunciaba al alcalde mayor de la capital Diego de Miranda “…las dificultades que experimenta el
juzgado a su cargo motivada por la conducta del Comandante Francisco Arce que interviene arbitraria-
mente en las atribuciones que le pertenecen al juez, como el caso de la viuda del finado Zabala que ven-
dió una casa herencia de los menores sin consentimiento de los albaceas que se opusieron inútilmente
pues las escrituras fueron autorizadas por el Comandante cuando debían serlo por el juzgado.” AGER,
Hac. IX, A, carp. 4, leg. 7.
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sus integrantes era vital para su subsistencia y la confianza mutua era una práctica
corriente, lo que deviene en el conocimiento cabal de sus miembros y, por ende, se
destacaba el vecino notable cuyo prestigio le otorgaba la posibilidad de alcanzar car-
gos públicos.18
De acuerdo a las condiciones establecidas por el Estatuto Provisorio de 1822
(art. 87) los funcionarios judiciales debían reunir las mismas condiciones que para
Diputados: “…veinticinco años cumplidos de edad y ciudadano natural de la Amé-
rica, vecino, hacendado o con capital propio en cualquier otro giro de la industria o
comercio, o algún arte, profesión u oficio útil, sin dependencia del Gobierno por ser-
vicio a sueldo.”19
No especifica una preparación especial, si bien se desprende la necesidad de
tener solvencia propia y ser vecino. A estos requisitos reglamentarios en el período
1842-1851 debemos agregar el ser leal a la causa federal enunciada como prioritaria
en las propuestas elevadas a la superioridad.20 La condición natural de América no
siempre pudo cumplirse en la práctica, en ocasiones españoles y franceses desem-
peñaron los cargos.21
Existieron serias dificultades en cuanto al cumplimiento de la condición de
letrados, que no pudo ser contemplada porque no había pobladores que tuvieran
estudios de Derecho, ni siquiera en los centros urbanos donde los alcaldes mayores,
luego los jueces de paz, fueron designados entre los comerciantes y hacendados
reconocidos, pasando a ser los representantes de la justicia escrita más cercana a la
zona rural.
Los datos completos de los alcaldes mayores, jueces de paz, comandantes y
jefes de Policía en el departamento Uruguay nos permitirán dar cuenta de lo expre-
sado en el párrafo anterior. En el cargo de Alcalde Mayor se desempeñaron Juan
Barceló (1844) y Mariano Jurado (1846 a 1849), continuando éste último como Juez
de Paz hasta 1853 cuando fue reemplazado por Anacleto Azofra y sustituido por
razones de salud en el mismo año por Pedro Irigoyen. Los cuatro mencionados per-
tenecían al grupo de contribuyentes destacados de la zona como comerciantes y
hacendados.22 El cargo de Jefe de Policía fue desempeñado ininterrumpidamente
18 CANSANELLO, Oreste “De súbditos a ciudadanos. Los pobladores rurales bonaerenses, entre el
Antiguo Régimen y la Modernidad”, en Boletín del Inst. de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, núm. 11, Buenos Aires, 1995, pp. 136-137.
19 Estatuto Provisorio de 1822, en RLDADER, I, cit., pp. 34-55
20 Expresiones tales como “…elegibles por su honradez, patriotismo federal y buenas aptitudes para
juez,..” en AGER, Hac. IX, A, Carp. 4, leg. 29 (Uruguay, 10 de julio de 1849) son reiterativas como funda-
mento de las listas de propuestos.
21 Por Resolución del Ministro Gral. De Gob. José M. Galán se rechaza la renuncia al cargo de Juez de
Paz al ciudadano D. Cayetano Mariñas de la Fuente ya que “el ser español no lo exceptúa de prestar un
servicio municipal como este a que están obligados todos los vecinos de la Provincia…”. RLDADER, VI,
pp. 306 y 307, 10 de marzo de 1853.
22 Gob. VII, carp. 4, leg. 17, 1849 Contribuyentes por la Provincia: Anacleto Azofra 3.106 pesos, Juan Bar-
celó 2.337 pesos (también aporta 1.835 pesos en Concordia donde tiene una sociedad con Urquiza),
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por Fidel Sagastume entre 1845 y 1853 inclusive, integrante de una de las siete fami-
lias notables de la región.23 La Comandancia correspondió hasta 1848 al coronel José
Miguel Galán, uno de los hacendados más importantes del Uruguay, vecino de
Urquiza en el distrito censal de 1849, que pasó a desempeñarse como Ministro Gene-
ral de Gobierno.24 Su sucesor, el coronel Manuel Urdinarrain, también pertenecien-
te al grupo de familias notables, era socio comercial y rural del Gobernador.25 Pode-
mos concluir, teniendo en cuenta además que el Comandante elevaba las propues-
tas, que existía un fuerte entramado donde el poder se concentraba en una elite poli-
tizada con una población que estaba mayoritariamente afuera.26
En cuanto a los funcionarios de la baja justicia rural, en alusión a los jueces
comisionados (luego alcaldes de campaña), hemos podido conocer –a través de las
propuestas elevadas en su mayoría por los Comandantes– los nombres de quienes
desempeñaron estos puestos entre los años 1843 y 1848 parcialmente y la totalidad
de quienes lo hicieron entre 1849 y 1853, correspondientes a Gualeguaychú, Uru-
guay y Concordia.
Con los datos obtenidos pudimos analizar la permanencia de los funcionarios
en el cargo para un total de 75 jueces durante 109 períodos. La relación revela que
63 períodos fueron ocupados dos o tres veces por la misma persona, lo que equiva-
le al 57% del total; la reiteración en tres oportunidades sólo se dio en Uruguay. El
siguiente gráfico nos muestra la reiteración en el cargo de los tres departamentos.27
Mariano Jurado 2.023 pesos y Pedro Irigoyen 537 pesos, son cuatro de los veinte contribuyentes que se
consignan como importantes.
23 SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección…, cit., realiza un análisis de las familias de notables del Orien-
te entrerriano: Urquiza, Elía Alzaga, Galarza, Espiro, Sagastume, Urdinarrain y Calvento; las redes fami-
liares y el entramado del poder, p. 298.
24 AGER, Gob. VII, carp. 4, leg. 2, 4to. distrito.
25 SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección…, cit., p. 256.
26 SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección…, cit., p. 247.
27 Sobre la base de GELMAN, Jorge “Justice, état e société dans la campagne de Buenos Aires. La réta-
blissement de l’ordre après la révolution”, citado por GARAVAGLIA, Juan Carlos en Poder, conflicto…,
cit., p. 102.
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Gráfico 1
Jueces de campaña (1843-1853)
Cantidad de períodos en funciones
3 períodos 1 período
14% 44%
2 períodos
42%
Fuente: AGER, División de Hacienda Serie IX, Subserie A, documentación relacionada con la administra-
ción judicial (1843-1853).
Para obtener otros datos como origen, edad y ocupación nos remitimos a los
censos. Para el caso de Gualeguaychú nuestra fuente es el Censo Policial de 1848 y
para los otros dos departamentos el Censo General de la provincia de 1849. El rele-
vamiento nos permitió identificar características de 57 jueces sobre un total de 75.
En su mayoría eran casados y viudos (75%); la edad varía entre los 25 y 68 años, sin
poder señalarse un promedio de edad preeminente; el 96% era residente, jefes de
familia, lo que indicaría la importancia que tenía el vecino en una comunidad rural
con fuertes lazos asociativos.
Si pasamos a los siguientes gráficos observaremos el origen de los funcionarios,
encontrando diferencias entre los departamentos de la zona vieja y los de la zona
nueva.
Departamento Gualeguaychú
Bonaerense
8%
Otros
20%
Otros
Entrerriano Entrerriano
72% Bonaerense
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Departamento Uruguay
Bonaerense
8%
Otros
20%
Otros
Entrerriano Entrerriano
72% Bonaerense
Departamento Concordia
Misionero Otros
17% 17%
Otros
Entrerriano
Correntino
Correntino
Misionero
25%
Entrerriano
41%
Fuente: AGER, Serie VII Fondo Estadística, carp. núm. 1 (1823-1844) Censo provincial de 1844; carp. núm.
4 (1849) Censo provincial de 1849; Contribuyentes de la Provincia (1840-1855)
Departamento Uruguay
Jueces de campaña: ocupación
Otros
12%
Labrador
28% Hacendado menor
Otros
16%
Hacendado menor
Hacendado medio
Hacendado importante
Capataz
Encargado
8%
Hacendado medio Capataz
16%
Encargado Labrador
8% Hacendado importante
12%
Departamento Concordia
Jueces de campaña: ocupación
Pastores
17%
Labradores-Pastores
42%
Pastores
Hacendados
Labradores-Pastores
Hacendados
41%
Fuente: AGER, Serie VII Fondo Estadística, Carp núm. 1 (1823-1844) Censo provincial de 1844; Carp.
núm. 4 (1849) Censo provincial de 1849
Consideraciones finales
En estas líneas finales no pretendemos cerrar la temática sino más bien dar cuenta
de lo mucho que falta investigar; sabemos que este es sólo el punto inicial para
seguir analizando la dinámica de las prácticas judiciales en períodos más amplios y
en diferentes espacios del territorio entrerriano y para acercarnos, como en este
caso, a los encargados directos de intervenir en los conflictos entre los pobladores de
la campaña.
Una de las primeras conclusiones a la que arribamos nos muestra que los jue-
ces de campaña representaron al vecino medio, afincado en la zona, que vivía de la
explotación agropecuaria y que formaba parte activa de la comunidad a su cargo.
Estas características les permitieron un conocimiento genuino de sus miembros, sus
necesidades e intereses, actuando en los conflictos como mediadores y aplicando la
ley difícilmente exenta de subjetividad. Además, el clima de guerra permanente
asociado a la necesidad recurrente de incorporar hombres al ejército les otorgó el
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control sobre la población activa; el listado remitido al Comandante fue una herra-
mienta legal que les permitió conceder y negar favores. En tanto fungían como la
mano derecha del encargado militar y sus funciones policiales los habilitaban para
perseguir a los desertores y vagos, cuya definición en cada caso quedaba a su arbi-
trio, llegaron a disponer –como ya hemos dado cuenta en ciertas ocasiones– castigos
extremos como la muerte.
Estos funcionarios, en su papel de agentes estatales con atribuciones judiciales
y policiales, vieron ampliados sus poderes locales al ser los únicos referentes del
orden en una población dispersa, con escasos conocimientos de sus derechos y acce-
so a instancias superiores de justicia; fueron los que interpretaron y aplicaron la ley
en primera instancia.
Debemos tener en cuenta que la justicia rural no se encontraba desarticulada de
la justicia escrita de las ciudades, cuyos agentes eran los notables de la región, por
lo que su accionar en cuestiones de la campaña se vinculaba con el interés por man-
tener la paz con el fin de proveer un mejor desarrollo a sus economías y a la defen-
sa de la propiedad privada, nuevo concepto introducido por la Modernidad. Recor-
demos, además, que los miembros del grupo dirigente eran terratenientes y comer-
ciantes por lo que era vital mantener el control de las rutas de circulación, más aún
en tiempos de guerra, en donde las lealtades del peonaje y los cuadros intermedios
sirvieron para su afianzamiento. Toda esta red sustentaba el dominio de Urquiza,
junto con el respaldo de sus inmediatos socios como Manuel Urdinarrain, Fidel
Sagastume, Juan Barceló y José Miguel Galán, quienes no dudaron en brindar sus
favores a los que se mostraran fieles a la causa y permitieran la continuidad de su
hegemonía en la región; en consecuencia, los jueces que accionaban en la campaña
formaban parte de dicha red como cuadros menores de la pirámide del poder.
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“Íntegros y competentes”
Los magistrados de la provincia de Buenos Aires
en la segunda mitad del siglo XIX
El sistema judicial de la provincia de Buenos Aires se formó como poder del Estado
sobre la base de la reforma rivadaviana, pasando entre 1853 y 1881 por un proceso
de maduración que lo llevó, de una subordinación total al Poder Ejecutivo, a parti-
cipar del juego de poder político, asentado en la Suprema Corte, manteniendo la
dependencia representada en el presupuesto, los nombramientos y los jurys. El
Poder Judicial garantizaba la legitimidad del sistema político republicano de matriz
liberal, basada sobre la autoridad de la ley, superando la falta de confianza –heren-
cia del sistema jurídico colonial– y la justicia urbana y subordinada al poder políti-
co del período posindependiente.
Sobre la relación entre Justicia y construcción del Estado, Eduardo Zimmer-
mann ha sostenido que por la historia de las instituciones judiciales puede observar-
se la interacción entre el mundo legal y el amplio proceso político, económico, social
y cultural a través del cual tuvo lugar la transición del status colonial a la nación
independiente durante el siglo XIX en América Latina. La construcción de nuevos
sistemas judiciales locales y nacionales, junto con el constitucionalismo y la codifi-
cación, eran necesarios para lograr un orden legal en el proyecto liberal, que asegu-
rara la igualdad legal, con el ideal de la autoridad de la ley, la protección de los dere-
chos individuales, la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos. Pero
este proceso no fue homogéneo, estuvo diferenciado por las características particu-
lares del espacio donde tuvo lugar y por la dinámica interacción entre cambios y
continuidades que caracterizaron a las sociedades latinoamericanas del siglo XIX.1
Para conocer esas particularidades, las investigaciones sobre política institucio-
nal se han incrementado pero, como indicó Pilar Domingo, la mayor parte de las
dedicadas al sistema de justicia han sido realizadas por juristas y en su estudio de
los cambios de la Suprema Corte de México y su relación con el Poder Ejecutivo ha
2 DOMINGO, Pilar “Judicial Independence: The Politics of the Supreme Court in Mexico”, en Journal
of Latin American Studies, Vol. 32, Parte 3, Cambridge University Press, Cambridge, 2000, pp. 705-735.
3 URIBE-URAN, Víctor “Elites, construcción del Estado y negocios. El cambio de significado del
Honor, Status y Clase: los letrados y burócratas de Nueva Granada en el período tardo colonial y tem-
prano post-colonial”, en URIBE-URAN, Víctor –editor– State and Society in Spanish America during the Age
of Revolution, Scholarly Resources Inc., Wilmington, 2001, pp. 59-88.
4 ZIMMERMANN, Eduardo “The Education of Lawyers and Judges in Argentina’s Organización
dieron forma a una nueva sociabilidad política, ya sea como promotores de una
transformación ideológica que los llevaría a presentarse como los nuevos políticos
frente a la opinión pública,7 comenzaron a formar en Buenos Aires, después de
Caseros, una elite que compartía códigos culturales pero que iba delimitando en su
interior los roles del litigante, el político, el legislador y el magistrado.
Esto no sólo implicaba definir la figura del magistrado sino establecer las con-
diciones que debería reunir. El Reglamento de justicia de 1812 determinaba que la
primera obligación del magistrado era su integridad y la segunda, más o menos exi-
gente, laboriosidad y contracción a los objetos de su cargo;8 no mencionaba siquie-
ra la idoneidad, que en la década de 1860 comenzó a ser un tema de preocupación
y debate. Vicente Fidel López, inspirado en el romanticismo, el historicismo jurídi-
co y el eclecticismo filosófico de la “generación del ‘37”, proponía la construcción de
un cuerpo inamovible, con derecho a renovarse a sí mismo según sus capacidades
científicas y morales, que no dependiera de la opinión pública, como seguro de un
pueblo libre y feliz que superara la conflictiva relación entre igualdad y jerarquía.
Para Antonio Malaver, cultor del derecho científico basado en el modelo, la magis-
tratura debía ser un cuerpo judicial que no fuera despreciado por el foro, formado
por pocos hombres distinguidos, mejor pagos y más eficientes, garantía de una jus-
ticia más rápida y económica. Creía que dada las condiciones de los medios de
comunicación, la descentralización espacial no produciría cambios inmediatos, con-
fiaba más en la descentralización ratione materiae, que consideraba altamente venta-
josa al permitir a los jueces especializarse en una temática, lo que le daría mayor
pericia, la especialización por materias daría jueces no sólo íntegros sino también
competentes.9
Nos hemos propuesto aquí estudiar la formación de la magistratura y determi-
nar quiénes la ocuparon en la primera instancia, en un proceso que tuvo su cúspide
en 1874, cuando cambió la formación de los abogados, al crearse la Facultad de
Derecho; se sancionó la ley sobre acumulación de cargos, por lo que los jueces sólo
debían atender sus juzgados; y fue organizado el Poder Judicial, encabezado por la
Suprema Corte de Justicia, cumpliendo las pautas establecidas por la Constitución
sancionada en 1873. Entre 1853 y 1874 se sentaron las bases para la formación de la
carrera judicial, con abogados dedicados a la magistratura, que comenzaban a dejar
7 URIBE-URAN, Víctor “Colonial Lawyers, Republican Layers and the Administration of Justice in
La Magistratura
Dentro del Cabildo, que definía legalmente la existencia de una ciudad, el fuero
común estuvo confiado a los alcaldes de primer y segundo voto, que entendían por
turno y en primera instancia todas las causas civiles y criminales que se suscitaran
en la jurisdicción de su ciudad, si no correspondían a los fueros especiales. Eran ele-
gidos anualmente en número de dos entre los vecinos más representativos y la Reco-
pilación de las leyes de Indias de 1680 definió y reguló el papel de la magistratura,
pero los magistrados adaptaban las normas generales a las necesidades y objetivos
institucionales locales de Buenos Aires. Los alcaldes ordinarios del Cabildo porteño,
miembros de la elite, en el cumplimento de sus funciones judiciales y policiales se
habían ganado el recelo de la gente por su fama de rudos y violentos; la Audiencia,
lejos de dar respuesta a los reclamos por los abusos de autoridad de los alcaldes,
estaba preocupada por afianzar su autoridad.10
10 BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la ley, TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa forma-
tiva del sistema penal moderno de la Argentina, Ediciones Al Margen, La Plata, 2001, p. 72; ZORRAQUÍN
BECÚ, Ricardo La organización judicial argentina en el período hispano, Librería del Plata, Buenos Aires, 1952.
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11 TERNAVASIO, Marcela “La división de poderes en los orígenes de la política argentina”, en Ciencia
institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Ameri-
cana “Dr. Emilio Ravignani”, tercera serie, núm. 27, 1º semestre de 2005, pp. 7-48.
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vitalicios, como los de jueces y fiscales, al estar sus carreras ligadas a las facciones
políticas y a correr su misma suerte.14
Durante el régimen de Rosas los nombramientos en la Justicia se simplificaron
en la práctica, la lealtad a la causa federal, certificada por el gobernador y sus acóli-
tos, fue el requisito principal para obtener el puesto, así la legitimidad de la Justicia
no derivaba de la división de poderes sino de la adhesión a los objetivos del régi-
men rosista.15 Sin embargo las prácticas del sistema judicial produjeron familiaridad
con los procedimientos legales, ello generó conciencia y contrato, pedagogía de la
ley, esfuerzo por restaurar la autoridad de la ley como reguladora de las interaccio-
nes sociales en la campaña. La ley se convirtió en la llave simbólica que permitió a
los subalternos entender el significado del Estado y su orden, constituyéndose tam-
bién en fuente de resistencia acortando la distancia con el sistema judicial.16
Después de Caseros, el Estado y la formación de sus instituciones, el proceso de
construcción de la autoridad y de la obligación política, se concentró en dos cuestio-
nes fundamentales, la producción de una nueva legitimidad política y de un nuevo
consenso socio-político. En la administración de justicia, “...espacio clave de la vida
institucional...”,17 uno de los desafíos fundamentales fue la descentralización judi-
cial, por ello aún antes de sancionada la Constitución provincial de 1854, Valentín
Alsina promovió la sanción de una ley que creaba dos juzgados en el interior de la
provincia, cuya jurisdicción sería criminal, con opción por parte de los particulares
a litigar causas civiles. Los jueces serían letrados, nombrados por el Poder Ejecutivo
a propuesta en terna de la Cámara de Justicia, con un sueldo mensual de cuatro mil
pesos.18
El texto constitucional de 1854 terminaba de dar forma a la magistratura de pri-
mera instancia de la provincia de Buenos Aires, parte de un Poder Judicial indepen-
diente en el ejercicio de sus funciones, que sería desempeñada por jueces nombra-
dos por el Gobernador, de una terna propuesta por el Superior Tribunal de Justicia,
formada por abogados en ejercicio de la ciudadanía, mayores de veinticinco años y
con dos años de ejercicio de la profesión.19 Eran magistrados letrados, que no podí-
an ser removidos sin causa y sentencia legal, y gozarían de la compensación que la
ley les designara.
14
BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la ley…, cit., p. 110.
15
MYERS, Jorge Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, Universidad Nacional de
Quilmes, Quilmes, 1995, pp. 73-84.
16 SALVATORE, Ricardo Wandering Paysanos, Statae order and subaltern experience in Buenos Aires during
paña bonaerense”, en Temas de historia argentina y americana, 7, Facultad de Filosofía y Letras, UCA, Bue-
nos Aires, 2005.
19 Constitución del Estado de Buenos Aires de 1854, Sección IV Del Poder Judicial, en CORBETTA, Juan
Carlos Textos constitucionales de Buenos Aires, SCBA, La Plata, 1984, pp. 73-74.
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El Estado moderno era Estado de derecho, Estado de leyes y el juez debía ser un
hombre bueno, pero poco valía su virtud sin formación para aplicar e interpretar el
Derecho, que ya no estaba en las costumbres sino en las leyes y que no se podía
conocer con la sola experiencia.20 En Buenos Aires hubo un intento frustrado, a fines
del siglo XVIII, de instalar los estudios jurídicos, pero el primer paso se concretó en
1814 con la creación de la Academia Teórico-Práctica de Jurisprudencia, integrada
por abogados registrados en la Cámara de Apelaciones, pero también doctores,
licenciados y bachilleres de otras universidades; sus cursos duraban tres años y el
examen final se rendía ante la Cámara.21
En 1821 se creó la Universidad de Buenos Aires y por Edicto de Erección del 9
de agosto, el gobernador Martín Rodríguez instituyó el Departamento de Jurispru-
dencia, con las cátedras de Derecho Civil, a cargo de Pedro Somellera, y Derecho
Natural y de Gentes, encabezada por Antonio Sáenz, su primer Rector, que junto
con profesores y personal eran solventados por el gobierno de Buenos Aires. Los
estudios estaban organizados en dos etapas, una académica que se cursaba en la
Universidad y de la que se obtenía el título de Doctor en Jurisprudencia, y otra prác-
tica en la Academia de Jurisprudencia, llevando en total unos cinco o seis años. Este
proceso se mantuvo a pesar de los cambios políticos hasta 1872, sufriendo dos modi-
ficaciones con Rosas, por un lado perdió el apoyo financiero y por otro era requisi-
to para alcanzar el título de abogado obtener del gobierno la “...declaratoria de
haber sido sumiso y obediente a sus superiores en la Universidad durante el curso
de sus estudios, y de haber sido notoriamente adicto a la causa nacional de la Fede-
ración...”, de otra forma el título otorgado sería nulo y la infracción a este decreto
castigada.22
La Academia Teórico-Práctica de Jurisprudencia fue reemplazada por la Cáte-
dra de Procedimientos judiciales en el plan de estudios universitarios, a partir de la
propuesta del diputado Leandro N. Alem, el 5 de agosto de 1872.23 Alem definía el
20
LEVAGGI, Abelardo Manual de historia del derecho argentino, Depalma, Buenos Aires, 1987, II, p. 10.
21
LEVENE, Ricardo Historia del Derecho Argentino, Kraft, Buenos Aires, 1951, VI. La evolución de los
estudios jurídicos la hemos seguido con ORTIZ, Tulio Historia de la facultad de Derecho, Facultad de Dere-
cho de la Universidad de Buenos Aires, 2004.
22 Decreto del 27 de enero de 1836, Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1836, Imprenta del
Prensa, Buenos Aires, 1873, pp. 293-295. Alem llegó a la Legislatura bonaerense como candidato del Club
Electoral, que representaba el sector joven y reformista del autonomismo. BARBA, Fernando Los autono-
mistas del 70, CEAL, Buenos Aires, 1982, pp. 27-29; LEIVA, Alberto David Historia del foro de Buenos Aires.
La tarea de pedir justicia durante los siglos XVIII a XX, Ad-Hoc, Buenos Aires, 2005, pp. 188-200.
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24
Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores de la provincia de Buenos Aires de 1872, Imprenta El Porve-
nir, Buenos Aires, 1873, pp. 306-307.
25 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires año 1872, Imprenta del Mercurio, Buenos Aires, 1872,
pp. 382-384.
26 ORTIZ, Tulio Historia de la Facultad…, cit., pp. 18-19.
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de marzo de 1855”, en Revista de Legislación y Jurisprudencia, III, Imprenta de Buenos Aires, 1869, pp. 201-
208.
28 “Discurso pronunciado por el Dr. Daniel María Cazón en la apertura del aula de Procedimientos de
los miembros del Poder Judicial, art. 190-193, CORBETTA, Juan Carlos Textos constitucionales…, cit., pp.
116-117.
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30 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1878, Imprenta del Mercurio, Buenos Aires, 1878, pp.
253-264.
31 Constitución de la provincia de Buenos Aires de 1873, art. 158 y art. 220, Textos Constitucionales..., cit., p.
112 y 127. Reglamento para la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires, art. 25, “La Corte
puede llamar a su seno, a cualquier Magistrado Judicial, a fin de prevenirle por faltas u omisiones...”, en
Acuerdos y sentencias..., cit., p. 26.
32 Constitución de la provincia de Buenos Aires de 1854, art. 125, Textos Constitucionales..., cit., p. 74; ley del
29 de septiembre de 1857, artículo 9, inc. 4º, Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1857, El Orden,
Buenos Aires, pp. 113-114.
33 “Resoluciones dictadas con motivo de la venida a la capital, sin licencia, del camarista Dr. Benítez,
y de los sucesos ocurridos en la casa de Justicia del departamento del Norte en 28 de septiembre de 1877”,
en Acuerdos y Sentencias..., cit., I, pp. 641-643. Causa CCXXVIII, “La Suprema Corte tiene jurisdicción
sobre los delitos y faltas de los magistrados en ejercicio de sus cargos, mientras no se dicten las leyes orgá-
nicas y reglamentarais del artículo 190 de la Constitución, y aún después dictadas, en aquellos casos que
no estén comprendidos en ellos.” Resolución en queja del Dr. L. F. López sobre un incidente personal con
el juez de comercio Dr. Areco, 14 de julio de 1877, en Acuerdo y sentencias…, cit., pp. 669-670.
34 Uno de los casos más significativos en que tuvo que actuar el Superior Tribunal en ejercicio de la
superintendencia fue el del Dr. Emilio Agrelo acusado de sustracciones indebidas de depósitos en el
Banco Provincia de la sucesión de Santiago Donohag. “Causa criminal contra el Juez de Primera Instan-
cia Emilio Agrelo y otros, por delitos graves, denunciados públicamente en el diario ‘La Prensa’, lunes 27
y martes 28 de abril de 1872, por denuncias del escribano Paulino R. Speratti (que se halla detenido en la
cárcel pública) y del Dr. Ramón Posse”, en Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata,
Cuerpo 38, Anaquel 5, legajo 316, expediente 13. Presentamos aquí esta causa en función de la atribución
de superintendencia del Superior Tribunal y estamos realizando una investigación sobre la misma en
particular y sobre el jury como institución.
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Magistrados rentados
En el debate para algunos seguía siendo una cuestión económica, sin embargo,
se impuso la postura de quienes veían un objetivo mucho más elevado que los suel-
dos, el buen servicio de la administración y también los inconvenientes políticos que
de la acumulación de empleos infaliblemente resultaba.
La maduración del proceso llevó a que la Comisión de Negocios Constituciona-
les de Diputados presentara el proyecto sobre compatibilidad de empleos enviado
por el Senado y aconsejara la sanción de esta ley por la que los jueces no serían más
legisladores en forma simultánea, como lo hacían hasta entonces. La solución, para
quienes defendían el proyecto, estaba en llamar al servicio público mayor número
35 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados del Estado de Buenos Aires de 1859, Imprenta La Repúbli-
ca, Buenos Aires, 1883, sesión del 31 de agosto, pp. 315- 316.
36 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores del Estado de Buenos Aires de 1859, Imprenta del Orden,
“...entre el abogado y el juez hay, una distancia inmensa, que el juez ha for-
mado sus hábitos, hábitos que no son los hábitos del abogado, que el juez
tiene su manera de ver que no es la manera de ver del abogado, que el juez
tiene su modo de estudiar que no es el modo de estudiar del abogado y en
38 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires de 1874, Imprenta de Jorge
Buenos Aires desde 1854 a 1881, Lex, Buenos Aires, 1930, III, p. 524.
40 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires de 1868, Imprenta de La Tri-
buna, Buenos Aires, 1871, sesión del 28 de octubre 1868, pp. 501-502.
41 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1870, p. 711.
42 KETZELMAN, Federico y DE SOUZA, Rodolfo Colección completa…, cit., IV, p. 236.
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fin señor Presidente, el ser juez es un estado; y cuando se han pasado diez,
doce, quince años ejerciendo esto que yo llamo sacerdocio, al hombre que
abandona su puesto es muy difícil que baje a la arena de la lucha, se nece-
sita, un hombre de espíritu y cuerpo vigoroso para que después de pasado
un tiempo tal en la judicatura pueda decir yo voy a abogar, yo voy a vol-
ver a ser lo que he sido.”43
2. Los Magistrados
Los nombramientos
Para definir quiénes eran los magistrados, el primer paso fue recurrir a sus nombra-
mientos, que debían aparecer publicados en el Registro Oficial como decretos del
Poder Ejecutivo, presentados por el Ministro de Gobierno. El Superior Tribunal ele-
vaba una terna y el Gobernador elegía al postulante que cubriría la magistratura
vacante.45 Los nombramientos no siempre eran publicados y en algunos casos los
abogados nombrados no asumían el cargo, por ello debimos por un lado completar
la lista de los jueces y por otro confirmar su actividad.
Para ambas cosas la solución más efectiva fue consultar los fondos documenta-
les de los juzgados que tuvieron a su cargo, es decir ver a los jueces en acción, pero
esto no siempre fue posible. Recordemos que al inicio del período en estudio fun-
cionaban dos juzgados civiles y dos criminales en la Capital y uno criminal en cada
nuevo departamento creado, el Norte y el Sud en 1853 y el Centro en 1856. En 1854
se creó un juzgado civil para la Capital y tres más en 1871. Dos juzgados comercia-
les reemplazaron al Consulado en 1862 (en la campaña el juez del crimen funciona-
43 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires de 1873, Imprenta de Obras,
mista, 1878, pp. 809-810. En la sesión del 31 de julio se presentaron los antecedentes, en 1876 se le había
quitado la pensión y la Suprema Corte lo declaró inconstitucional. Se aprobó en general y en particular.
45 Constitución del Estado de Buenos Aires de 1854, Sección VI del Poder Judicial, art.121, CORBETTA,
Cubrir los cargos no fue tarea sencilla durante todo el período, pero hubo
momentos especialmente conflictivos, uno de ellos fue el de los nombramientos
para los nuevos juzgados del crimen de campaña. Los postulados aducían escasa
instrucción, falta de experiencia, delicada salud o no contar con la edad exigida.
46 Nota presentada el 13 de noviembre de 1863, Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires de 1863,
p. 325.
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Finalmente, el 27 de marzo de 1854 fue nombrado José María Juan Climarco Irigo-
yen en el Departamento del Norte, que no instaló su juzgado en Arrecifes, tal como
determinaba la ley, sino en la Villa de Luján, según se lo indicó el ministro Irineo
Portela.
La decisión unilateral del Poder Ejecutivo tal vez fue fruto del conocimiento
que Pastor Obligado adquirió de la zona en la recorrida que realizó por los pueblos
del norte y centro de la provincia entre el 20 de marzo y el 8 de mayo de 1854.48
Irigoyen representaba el modelo de muchos otros jueces que durante su forma-
ción en la Academia practicaba en un estudio prestigioso y trabajaba en los ministe-
rios como oficial, así lo manifestó cuando se presentó ante la Cámara de Justicia a
solicitar su matrícula:
Sus palabras manifestaban también la relación del juez con el Poder Ejecutivo
en estos primeros años de organización de la magistratura en función de pautas
constitucionales, considerada como un servicio al Gobierno, no una carrera diferen-
ciada del ejercicio de la profesión. Cuando fue nombrado juez llevaba nueve años
de libre ejercicio de la profesión y dijo que sólo aceptaba por tres meses, pero final-
mente lo hizo sin límite de tiempo, considerándose feliz si conseguía “...desempe-
47 Nota del Ministro Portela al Juez Irigoyen, Archivo General del Nación (en adelante AGN), Buenos
ñar el Juzgado referido a satisfacción del Excmo. Gobierno para lo cual no omitirá
sacrificio ninguno esforzando su contracción a fin de suplir su falta de luces...”.50 En
el primer mes de trabajo (agosto de 1854) Irigoyen atendió tres causas, dos contra
las personas y tres contra la propiedad, según constó en el informe presentado a la
Cámara de Justicia el 1º de septiembre de 1854.51
Después de 1872 volvió a tornarse dificultoso lograr que los abogados acepta-
ran los cargos de juez, esto podía ser por los bajos salarios, la inestabilidad econó-
mica y política y los cambios que se avecinaban con motivo de la sanción de la
nueva Constitución, a lo que se sumaba el aumento del número de juzgados de
cinco en 1854 a once para la Capital y tres para la Campaña, en 1873.
Los hombres
Si los registros oficiales son tan poco precisos para estos años, imaginemos cuanto
más dificultoso es aproximarse a las vidas públicas y privadas de estos hombres.
Existen sin duda varias vías, pero necesitábamos en esta ocasión de una que nos
diera una vista lo más completa posible de todos ellos, de nada serviría ahora tener
detalles precisos de algunos e ignorar la vida del resto, por ello recurrimos a los dic-
cionarios biográficos. Los datos allí encontrados los volcamos en una planilla tipo y
los confirmamos o completamos con los datos hallados en los fondos documentales.
Una vez completadas estas planillas construimos un cuadro (Anexo II) combi-
nando los datos biográficos con los obtenidos sobre su desempeño como jueces, las
columnas contienen los siguientes datos:
Abogado: nombre de todos los abogados que aceptaron el cargo y lo ejercieron
aunque fuera por pocos días.
Nacimiento: año en que nació.
Lugar: ciudad de nacimiento.
Título: año en que le fue otorgado el título de doctor en jurisprudencia.
Matrícula: año en que se presentaron ante el más alto Tribunal a rendir el exa-
men para obtener el título de abogado y ser inscripto en la matrícula. Recordemos
que hasta 1812 fue la Real Audiencia, luego la Cámara de Apelación hasta 1857 que
la reemplazó el Superior Tribunal de Justicia (Constitución de 1854) y finalmente
desde 1875 la Suprema Corte de Justicia (Constitución de 1873).52
Magistrado: años en que fue juez de Primera Instancia en la provincia de Buenos
Aires.
50
MOLLE, Alejandro El Departamento Judicial…, cit., p. 46; AGN, 28-5-1, ff. 276-277.
51
MOLLE, Alejandro El Departamento Judicial…, cit., p.38. Datos según la relación y estado pendiente
de las causas, iniciadas y concluidas en cada mes, que debían confeccionar por acuerdo del 5 de noviem-
bre de 1853.
52 El listado de los abogados recibidos e incorporados por la Real Audiencia, Cámara de Apelaciones,
Superior Tribunal y Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires pueden consultarse en
Acuerdos y sentencias..., cit., I, pp. 766-774.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 195
53
“Discurso pronunciado por el Dr. Daniel María Cazón”…, cit.
54
LETTIERI, Alberto La República de la opinión, política y opinión pública en Buenos Aires entre 1852 y 1862,
Biblos, Buenos Aires, 1999, p. 69.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 196
Conclusiones
55
Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires de 1874, p. 371.
56
Mensaje del gobernador Dardo Rocha ante la Honorable Legislatura en 1882, Registro Oficial de la
provincia de Buenos Aires de 1882, Imprenta El Mercurio, Buenos Aires, pp. 487-488. El destacado me per-
tenece.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 198
Anexo I
Departamento Judicial Capital-Jueces civiles
Tribunales de Comercio
Anexo II
Abogado Nacimiento Lugar Título Matrícula Magistrado Departamento Poder Judicial Período Otros cargos Período
3/31/09
Acosta, José Antonio 1823 Buenos Aires 1848 1854-1857 Capital-civil Superior Tribunal 1857-60 Diputado 1854-57/
62-64
Agrelo, Emilio A. 1821 Buenos Aires 1843 1846 1868-1873 Capital-civil Agente fiscal Senador 1871-73
Alcorta, Amancio 1842 Buenos Aires 1867 1867 1871-1872 Capital-civil Diputado 1873-73
5:48 PM
Alsina, Juan José 1799 Montevideo Cba. 1826 1857 Capital-criminal Superior Tribunal 1857-72
Areco, Isaac Paulino 1839 Buenos Aires 1868 1871-1873 Capital-civil
Barra, Juan Eulogio 1832 Buenos Aires 1857 1860 1863 Capital-comercial
Baescorchea,
Mariano José 1812 Buenos Aires 1838 1855 1857 Capital-criminal Relator STJ 1855-57
Belaústegui, Luis V. 1842 Buenos Aires 1869 1872-1875 Capital-civil Relator STJ 1870-72
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Carranza, Ángel S. del Estero 1856 1863 1868-1873 Capital-criminal Relator STJ 1863
Carrasco, Benito 1815 Buenos Aires 1837 1841 1855-1857 Capital-civil Asesor Tribunal Diputado 1858-60
de Comercio 1855
Cazón, Daniel María 1826 Buenos Aires 1845 1849 1853-1854 Capital-civil STJ 1857-68
1863-1866 Capital-civil
Coronel, Felipe 1849 1855-1856 Sud-criminal
Correa, Carlos 1835 1856-1858 Sud-criminal
Cueto, Joaquín Justiniano Buenos Aires 1853 1858 1860-1867 Sud-criminal
1867-1874 Capital-criminal
De la Cárcova Sáenz,
Tiburcio 1809 Buenos Aires 1834 1835 1844-1857 Capital-criminal Agente fiscal 1841-44
STJ 1857-68
Del Carril , Salvador 1869 1873-1875 Capital-civil Cámara civil Capital 1875
María (h)
201
Justicias C
202
Abogado Nacimiento Lugar Título Matrícula Magistrado Departamento Poder Judicial Período Otros cargos Período
Echevarría, Jorge 1830 1858 1862-1863 Norte-criminal Relator STJ 1862 Diputado 1865-67
1863-1868 Capital-civil
3/31/09
Eguía, Carlos Enrique 1809 Buenos Aires 1835 1857 1857-1863 Capital-civil STJ 1868-75 Diputado 1858-62
Cámara civil Capital 1875
Escalada, Manuel
María de 1823 1846 1853-1855 Capital-criminal Agente fiscal civil Diputado 1852-56
5:48 PM
STJ-SCJ 1872-84
Estevez Saguí, Miguel 1814 Buenos Aires 1837 1840 1852-1853 Capital-criminal
Font, Pablo 1810 1835 1859 Capital-civil STJ 1859-71
García Fernández, 1827 España 1850 1857 1863-1874 Capital-civil Relator STJ 1857-62
Miguel
García, Juan Agustín 1831 Buenos Aires 1849 1854 1857-1862 Capital-civil Relator STJ Diputado 1858-74
Página 202
SCJ 1875-84
González, Diego 1843 1869 1873 Capital-civil Relator STJ 1870-72
1873 Capital-criminal Agente fiscal crimen 1872
Heredia, Alejandro 1830 1855 1857-1862 Norte-criminal
1862-1863 Capital-civil
Hudson, Damián H. 1867 1873-1875 Capital-criminal
Irigoyen, José María 1845 1854-1858 Centro-criminal
Irigoyen, Manuel 1819 1841 1844 1867-1875 Sud-criminal Agente fiscal civil 1854
Bernardo de
Relator STJ 1855
Cámara Apelación
del Sud 1875
Justicias C
Abogado Nacimiento Lugar Título Matrícula Magistrado Departamento Poder Judicial Período Otros cargos Período
Isla, Tomás 1821 Buenos Aires 1849 1852 1862-1865 Norte-criminal STJ 1872-75
3/31/09
Senador 1865-66
Navarro Viola, Miguel 1830 Buenos Aires 1848 1852 1855-1856 Sud-criminal
Pacheco, Wenceslao 1838 Mendoza 1864 1864 1873 Capital-civil
Pardo, Amancio 1834 Salta 1855 1859 1873 Capital-civil
Pica, Domingo 1810 1844 1846 1852-53 Capital-civil STJ 1857-75 Diputado 1856-58
1853 Capital-criminal
Pondal, Ventura 1830 Paraná 1855 1864 1866-1872 Norte-criminal Agente fiscal criminal 1873-74
Agente fiscal 1875
de Cámara criminal
Prado y Rojas, Aurelio 1842 Buenos Aires 1867 1869 1873-1875 Capital-civil Secretario de SCJ 1875
Salas, Basilio 1852 1852 Capital-civil ECJ 1855
STJ 1857-74
203
Justicias C
Abogado Nacimiento Lugar Título Matrícula Magistrado Departamento Poder Judicial Período Otros cargos Período
204
Somellera, Andrés 1810 Asunción 1835 1852 1853 Capital-civil STJ 1857-74
del Paraguay
1853-1856 Capital-criminal SCJ 1875-79 Diputado 1854-56/
3/31/09
59-65
Senador 1856-59/
65-67/
68-71/
73-74
5:48 PM
Torres, Eustaquio J. Buenos Aires 1831 1834 1841-1852 Capital-criminal Agente fiscal Diputado 1845-51/
54-58
1852-1853 Capital-criminal ECJ 1853-54 /
56-57
Zavalía, José Antonio 1804 Tucumán 1826 1863 1863-1870 Centro-criminal Camarista- Salta 1854
Chu-
quisaca
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Justicias y Fronteras
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 205
Melina Yangilevich
Introducción
En un decreto de agosto de 1852 Justo José de Urquiza sostuvo que las leyes pena-
les vigentes por entonces eran “…absolutamente inaplicables […por ser…] crueles
y extravagantes, que los magistrados, para no incurrir en la infamia o en la ridicu-
lez de ejecutarlas, legislan por sí mismos, para cada caso; y lo arbitrario, […] viene
a ser un bien, comparado con el absurdo de imponer esas penas”.1 Las palabras de
Urquiza transmitían el pensamiento de varios contemporáneos que creyeron que la
sanción de un código penal era esencial para terminar con el arbitrio judicial que, en
última instancia, evitaba la aplicación de penas crueles.
Esta problemática se extendía a otras áreas del Derecho. Con el propósito de
resolver una cuestión considerada esencial para la modernización del país durante
la segunda mitad del siglo XIX, se elaboraron varios códigos con diferentes alcances
y propósitos.2 A partir de este proceso, entre ciertos historiadores del Derecho se
afianzó la idea de que dichos textos normativos reemplazaron una legislación anti-
gua y desfasada de cara al proceso de modernización decimonónico.3 La severidad
1 Decreto del 24 de agosto de 1852, citado en TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La codificación en Argentina.
(1854). El Código de Comercio (1859) redactado por Eduardo Acevedo y Dalmacio Vélez Sarsfield entró
en vigencia en el estado de Buenos Aires y en 1862 fue adoptado por el conjunto del territorio argentino.
En el ámbito bonaerense se aprobó el Código Rural redactado por Valentín Alsina (1865) y el Penal, obra
de Carlos Tejedor (1876) que modificado se nacionalizó en 1886. Por su parte el Código Civil, obra de Dal-
macio Vélez Sarsfield fue sancionado en 1869 aunque entró en vigencia dos años más tarde.
3 Estas afirmaciones pueden encontrarse en numerosos textos que analizan la evolución del derecho
en el espacio rioplatense. Entre ellos, TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La codificación…, cit. y Casuismo y siste-
ma. Indagación histórica sobre el espíritu del Derecho Indiano, INHID, Buenos Aires, 1992; LEVAGGI, Abelar-
do Orígenes de la codificación argentina: los Reglamentos de Administración de Justicia, UMSA, Buenos Aires,
1995. Una formulación actual puede encontrarse en DÍAZ COUSELO, José María “La tradición indiana
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 206
de los castigos estipulados por las leyes penales vigentes –y escasamente aplicados–
hicieron pensar que tales preceptos habían caído en desuso. Sin embargo, el análisis
de la legislación utilizada durante el período colonial y el independiente permiten
matizar esta idea para considerar que existió cierta continuidad en el marco norma-
tivo vigente durante el siglo XIX.
El propósito de este trabajo consiste en analizar cambios y persistencias en la
legislación penal en torno a un delito específico: el homicidio y su aplicación en los
procesos judiciales. Para la consecución del objetivo planteado, se examinarán un
conjunto de juicios criminales sustanciados con posterioridad a 1877 en el Departa-
mento Judicial del Sud, con sede en Dolores.4 El análisis del uso de la legislación
penal por parte de jueces de paz, letrados, abogados defensores, fiscales y acusados
permitirá repensar la periodización clásica con base en los sucesos políticos y apli-
cada a la administración de justicia en los territorios que se independizaron de la
Monarquía hispánica5 así como la indagación de los rasgos específicos de la admi-
nistración de justicia criminal en la provincia de Buenos Aires durante el siglo XIX.
El conjunto de normas penales utilizadas en el período colonial fue tan extenso
como complejo. Sin embargo, fueron algunas leyes de la Séptima Partida las que se
citaron con más frecuencia. En este punto conviene realizar una breve descripción
de sus rasgos esenciales.
y la formación del derecho argentino”, en CABALLERO JUÁREZ, José Antonio y CRUZ BARNEY, Oscar
–coordinadores– Memoria del Congreso Internacional de Cultura y Sistemas Jurídicos Comparados, México,
2005 [en línea] http://www.bibliojuridica.org.
4 En 1877 la Legislatura de la provincia de Buenos Aires aprobó el Código Penal elaborado por Carlos
Tejedor. En 1886, previas modificaciones, fue aprobado para el conjunto del territorio nacional. Ver ZAF-
FARONI, Eugenio Manual de derecho penal, EDIAR, Buenos Aires, 2002, Parte General, p. 159.
5 ZIMMERMAN, Eduardo –editor– Judicial Institutions in Nineteenth-Century Latin America, Institute of
8 MOCHO, Jill Murder and Justice in frontier New Mexico, 1821-1846, University of New Mexico Press,
Alburquerque, 1997 [1946], p. 20; CHAMBERS, Sarah De súbditos a ciudadanos: honor, género y política en
Arequipa, 1780-1854, Universidad del Pacífico, Lima, 2003 [1999], especialmente capítulo 4, “De la Iglesia
a los tribunales. El intento de control social”, pp. 141-178; GARCÍA VILLEGAS, Mauricio “Apuntes sobre
codificación y costumbre en la Historia del derecho colombiano”, en Precedente, Anuario Jurídico, Uni-
versidad ICESI, Cali, 2003, pp. 97-124; LOSA CONTRERAS, Carmen “La influencia española en la admi-
nistración de justicia del México independiente”, en Cuadernos de Historia del Derecho, núm. XI, Madrid,
2004, pp. 141-177 y ROJAS, Mauricio “Abigeato y economía en Concepción (1820-1850)”, en XXVI Con-
greso Internacional de la Latin American Studies Association, Puerto Rico, 15-18 de marzo de 2006.
9 GARCÍA-GALLO, Alfonso “El libro de las leyes de Alfonso el Sabio. Del Espéculo a las Partidas”, en
penas; e por que razones las pueden crescer, o menguar, o toller”, en Los Códigos Españoles concordados y
anotados, Tomo III, 2ª edición, Antonio de San Martín Editor, Madrid, 1872, pp. 470-472.
11 TOMÁS Y VALIENTE, Francisco Manual de Historia…, cit., pp. 240 y ss.
12 Ver cita 7.
13 BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la ley TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa forma-
tiva del sistema penal moderno de la Argentina, Al Margen, La Plata, 2001, especialmente capítulo IV, “Cam-
bios y continuidades de la legislación criminal después de 1810”, pp. 75-101.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 208
14 CORVA, María Angélica “La Justicia letrada en la campaña bonaerense 1853-1856”, en Temas de his-
toria argentina y americana, núm. 7, Facultad de Filosofía y Letras, UCA, 2004, pp. 22-43. Hubo un intento
previo que no llegó a prosperar. Sobre este punto ver el trabajo de Raúl Fradkin contenido en este volu-
men.
15 Un ejemplo de ello fue la elaboración del Código Rural por parte de Valentín Alsina. Sin embargo,
Alsina no dejó de ver las dificultades en la aplicación de ciertas premisas, como el respeto a la propiedad
privada. Un análisis del contenido y objetivos de ese texto en AMARAL, Samuel The rise of capitalism on
the Pampas. The Estancias of Buenos Aires, 1785-1870, Cambridge University Press, Cambridge, 1998; GEL-
MAN; Jorge “Derechos de propiedad, crecimiento económico y desigualdad en la región pampeana,
siglos XVIII y XIX”, en Historia Agraria, núm. 37, Año XV, Murcia, diciembre de 2005, pp. 467-488.
16 RONCORONI, Atilio Centenario de la creación de los Tribunales del Departamento Judicial del Sud, Peu-
les en la administración de justicia. Sobre esta cuestión ver TAU ANZOÁTEGUI, Víctor “Los comienzos
de la fundamentación de las sentencias en Argentina”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 10, Institu-
to de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1982.
18 YANGILEVICH, Melina Crimen y castigo en la frontera (Buenos Aires, 1852-1880), Tesis doctoral, UNI-
p. 320.
20 Definición de “torticeramente”, Diccionario de la Real Academia Española, 1780 [en línea]
http://www.rae.es.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 209
21 Todas las citas fueron extraídas de la Ley II, Título VIII, Séptima Partida, “Porque razones, e en que
casos, no meresce pena de homicida, aquel que mata a otro ome”, en Los Códigos Españoles…, cit., p. 321.
22 Ley IV, Título VIII, Séptima Partida, “Como aquel que mata a otro por ocasión, non merece auer
25 LEVI, Giovanni “Reciprocidad mediterránea”, en Hispania, LX/1, núm. 204, 2000, pp. 103-126, [en
línea] http://www.tiemposmodernos.org.
26 DÍAZ COUSELO, José María “La tradición indiana…”, cit., p. 31.
27 Una de las más relevantes para la administración de justicia en el ámbito de la provincia de Buenos
Aires fue la supresión de los cabildos, en 1821. Las funciones que desempeñaban los alcaldes fueron reto-
madas por los jueces de paz. La administración de justicia fue una de las tantas atribuciones que deten-
taron estas autoridades. Ver DÍAZ, Benito Los juzgados de paz de campaña de la Provincia de Buenos Aires
(1821-1854), UNLP, La Plata, 1959.
28 “Reglamento Provisorio para la Dirección y Administración del Estado de 1817”, en Documentos de
la conformación institucional argentina, 1782-1972, Sección I, cap. V, artículo II, PEN, Ministerio del Interior,
Buenos Aires, 1974, p. 185.
29 “Reglamento Provisorio…”, cit., art. XIII, p. 194.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 211
arriesgado sostener que este reglamento, como otras disposiciones de la época, for-
maron parte de un nuevo discurso jurídico.
La necesidad de sancionar un código penal fue discutida por varios juristas
durante el siglo XIX.30 Sin embargo, como se mencionó, tal propósito no se alcanzó
–en la provincia de Buenos Aires– hasta 1877. Ello facilitó la persistencia de leyes y
reglamentos promulgados en la primera mitad del siglo XIX como fuente de argu-
mentos de sentencias y escritos jurídicos. Este conjunto normativo se sumó a la
legislación colonial que continuaba vigente. Entre ellas se encontraba un decreto de
1830 que procuraba reducir el término de los procesos por el uso de armas. Allí se
estableció que si las heridas infringidas ocasionaban la muerte de la víctima “con
circunstancias que llamen a la espectación pública” el autor y los cómplices serían
“pasados por las armas.”31 Hasta la sanción del Código Penal, los casos de homici-
dio fueron juzgados sobre la base de esta legislación. La puesta en vigencia del
Código en 1878 en el territorio bonaerense sumó un nuevo texto a los ya vigentes.
En este punto convendría detenerse para analizar sus características principales.
30
TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La codificación…, cit., pp. 345-348.
31
“Decreto simplificando los juicios contra los que ofenden con las armas”, en Recopilación de las Leyes
y Decretos promulgados desde el 25 de mayo de 1810, hasta fin de diciembre de 1835, Imprentas del Estado, Bue-
nos Aires, 1836, Tomo II, p. 1033.
32 Es necesario remarcar la continuidad en la manera en la que se organiza la disposición de las nor-
fo Colección completa de leyes del Estado y Provincia de Buenos Aires desde 1854 a 1929, Lex, Buenos Aires,
1930, p. 418.
34 Las corporales estipulaban la muerte, presidio, penitenciaría, destierro, confinamiento, prisión y
arresto. Las que afectaban el honor incluían: inhabilitación, destitución, suspensión, retractación, satisfac-
ción, vigilancia de la autoridad, reprensión. Las pecuniarias prescribían: multa, caución, comiso, costas y
gastos. “Código Penal…”, cit., pp. 432-438.
35 La “reputación” del procesado continuaba siendo un elemento a considerar por parte de los jueces
36 MORENO, Rodolfo El Código Penal y sus antecedentes, H. A. Tomasi editor, Buenos Aires, 1922, Tomo
I, pp. 60-62.
37 Estos incluyeron los delitos contra la seguridad interior y el orden público, las infracciones realiza-
das por empleados públicos, las falsedades, atentados contra la religión y la salud pública.
38 “Código Penal…”, cit., Libro Segundo, Sección Primera, Título Primero, capítulo 1, artículo 196, p.
447.
39 “Código Penal…”, cit., artículo 197, p. 448.
40 “Código Penal…”, cit., artículo 198, p. 448.
41 “Código Penal…”, cit., artículos 201 a 296, pp. 448-449.
42 “Código Penal…”, cit., capítulo II, artículos 207 a 210, p. 449.
43 “Código Penal…”, cit., artículo 211, p. 449. La muerte de un ascendiente –que no fuera madre o
padre–, un descendiente o cónyuge implicaba la pena de presidio o penitenciaría por tiempo indetermi-
nado. Artículo 212, p. 449. La única excepción era la muerte de la esposa en ocasión de estar cometiendo
adulterio que implicaba, tan solo, la pena de uno a tres años.
44 El infanticidio era la muerte provocada de un recién nacido, menor a tres días completos, “Código
46 SOCOLOW, Susan “Women and Crime: Buenos Aires, 1757-97”, en Journal of Latin American Studies,
Vol. 12, núm. 1, mayo 1980, pp. 39-54 y especialmente RUGGIERO, Kristin “Honor, Maternity, and the
Disciplining of Women: Infanticide in Late Nineteenth-Century Buenos Aires”, en Hispanic American His-
torical Review, Vol. 72, núm. 3, agosto 1992, pp. 353-373.
47 “Código Penal…”, cit., capítulo VII, artículo 222, p. 450.
48 GAYOL, Sandra “Duelos, honores, leyes y derechos: Argentina, 1887-1923”, en Anuario IEHS, núm.
14, Tandil, 1999; Sociabilidad en Buenos Aires. Hombres, honor y cafés 1862-1910, Ediciones del Signo, Buenos
Aires, 2000 y “Elogio, deslegitimación y estéticas de las violencias urbanas: Buenos Aires, 1870-1920”, en
GAYOL, Sandra y KESSLER, Gabriel –compiladores– Violencias, delitos y justicias en la Argentina, Manan-
tial, Buenos Aires, 2002.
49 En momentos de la organización de los departamentos judiciales de la campaña los partidos de
Bahía Blanca y Patagones formaron parte del Departamento Judicial del Sud con asiento en Dolores. En
1863 fueron transferidos al Departamento de la Capital con sede en la ciudad de Buenos Aires debido a
las dificultades de comunicación entre esos puntos por la presencia de indígenas y gauchos matreros.
CORBETTA, Juan Carlos y HELGUERA, María del Carmen La evolución del mapa judicial de la provincia de
Buenos Aires, 1821-1983, La Plata, 1983.
50 HALPERIN DONGHI, Tulio Proyecto y construcción de una Nación, 1846-1880, Prometeo, Buenos
Aires, 2005 [1980], p. 33. Al respecto el autor sostiene que “Quienes [en 1852] creían poder recibir en
herencia un Estado central al que era preciso dotar de una definición institucional precisa, pero que, aún
antes de recibirlo, podía ya ser utilizado para construir una nueva nación, van a tener que aprender que,
antes que ésta –o junto con ella– es preciso construir el Estado.”
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 215
51 En los debates de la ley se consideró incorporar también el fuero civil, aunque finalmente no se apro-
XIX (Estructuras, funciones y poderes locales)”, en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata,
XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999, p. 112.
53 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor “Los comienzos de la fundamentación de las sentencias en Argentina”,
cit., p. 315.
54 Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Ricardo Levene” (en adelante, AHPBA), Juzga-
do del Crimen, Criminal contra José María González por asesinato en Bahía Blanca, 38-5-4-333-71.
55 “Código Penal…”, cit., título tercero, artículo 152, p. 440. Según el artículo 156 estos límites implica-
ban que la defensa era admitida “1º Contra todos los ataques dirigidos a la persona […] cuando sean […]
capaz de poner en peligro la vida, la libertad o el pudor. 2º Contra el individuo que tomado en flagrante
delito de hurto, resista con armas o huya con el robo en actitud amenazante […] y sin poder prendérse-
lo de otro modo. 3º Contra los actos criminales de violencia que tengan por objeto el deterioro, o la des-
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 216
trucción de la propiedad mueble o inmueble, y que amenacen la vida del dueño presente. 4º Contra los
que tienten penetrar por la fuerza […] o de cualquier otro modo ilícito, en las propiedades raíces de otro,
con peligro de la vida de sus habitantes”.
56 Estos dos artículos hacían referencia a la disminución de la criminalidad (artículo 188) y de la pena
(artículo 189). En el caso del primero sostenía que eran atenuantes: “1º …la falta de instrucción, o por una
debilidad natural de la inteligencia, el culpable no ha comprendido toda la gravedad del peligro, ni la
extensión de la prohibición o de la pena infligida a su acción. 2º Cuando se ha determinado a cometer el
crimen, por persuasión, promesas artificiosas, orden o amenaza […] 3º Cuando ha sido impelido por una
miseria apremiante, o cualquiera otra necesidad urgente. 4º Cuando excitados sus deseos por una oca-
sión imprevista […] ha sido arrastrado […] a la ejecución del crimen. 5º Cuando ha obrado arrebatado
por una pasión, o en un momento de perturbación intelectual […]. 6º Cuando resulta […] que su perver-
sidad y desmoralización son todavía poco avanzados”. El artículo 189 sostenía que la pena se disminui-
ría: “1º Si el culpable se ha limitado voluntariamente a causar un daño menor que el que podía producir.
2º Si se ha esforzado […], por impedir las consecuencias del crimen o reparar sus efectos perjudiciales. 3º
Si el mismo se entrega a la justicia. 4º Si en su primer o segundo interrogatorio confiesa su crimen […] 5º
Si revela la existencia de nuevos culpables desconocidos a la justicia […] y la ocasión de prenderlos”.
“Código Penal…”, cit., p. 446.
57 Este artículo estipulaba que “…ninguna de las causas enunciadas [por el artículo 189] autorizan al
juez para separarse de la pena legal, cambiar su clase, prolongar o abreviar su duración.” En el caso en
que las penas privativas de la libertad tuvieran un mínimo y máximo los Tribunales podían, luego de
examinar determinadas circunstancias, prolongar o abreviar la pena, siempre dentro de los límites fija-
dos. “Código Penal…”, cit., p. 446.
58 “Código Penal…”, cit., p. 434.
59 “Código Penal…”, cit., p. 443.
60 Criminal contra José María González…, cit.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 217
En este proceso que se inició en 1877 y culminó al año siguiente se utilizó exclu-
sivamente el Código Penal recientemente promulgado para sustentar los argumen-
tos de los diferentes agentes judiciales. De esta manera, se dejó de lado toda men-
ción a otros tipos de fuentes sobre los que se fundamentaban las diversas posiciones
en los procesos sustanciados hasta entonces.61 Debido a que se trata de un solo pro-
ceso no resulta posible realizar afirmaciones categóricas. No obstante, a partir del
análisis del juicio se verifica que el vasto y complejo conjunto normativo aplicado
durante la colonia y buena parte del siglo XIX en diferentes espacios del antiguo
virreinato del Río de la Plata62 no aparece mencionado siquiera una vez.
Antes de sostener que el Código Penal, en tanto cuerpo de leyes metódico y
ordenado, se impuso en la administración de justicia criminal, conviene considerar
qué sucedía en otros ámbitos. Para ello se analizarán un par de procesos sobre homi-
cidios que se tramitaron en el Departamento Judicial del Sud con sede en Dolores.
El primero de ellos tuvo lugar en Monsalvo en 1874.63 Ignacio Sosa fue acusado de
la muerte de Luis Rodríguez.64 El proceso se inició tres años después cuando Sosa
fue detenido. El juez de paz, Ramón Nescia, decidió remitirlo de manera inmediata
porque consideró que Sosa era un individuo “peligroso” y porque existía el riesgo
de que se fugase. El sumario no fue elaborado cuando tuvo lugar la muerte de
Rodríguez sino solo cuando el acusado fue aprehendido. Según su primera declara-
ción ante el juez de paz, salió al campo junto a Gervasio Conte con el propósito de
buscar dos potros para domarlos cuando se presentó la víctima que vivía en las cer-
canías. Rodríguez increpó a Conte y le disparó un tiro, aunque sin llegar a herirlo.
Luego atacó a Sosa, y éste –según sus dichos– defendiéndose con un cuchillo le dio
una puñalada pero cuando Rodríguez se retiró estaba de pie. Ante la pregunta del
Juez afirmó que nunca antes había tenido “motivos de enemistad” con la víctima.
La situación de Sosa pareció complicarse por la acusación de abigeato que rea-
lizaron varios vecinos. Según uno de ellos, Angelino Díaz, no denunció el robo debi-
do a “…que el tal Sosa era un bandido prófugo […] y se conformó con el mal sufri-
61 En procesos tramitados con anterioridad en el mismo departamento se utilizó la Séptima Partida así
como legislación sancionada durante el siglo XIX. A modo de ejemplo ver, AHPBA, 38-1-234-38 (1864),
Criminal contra José Giré y Luis Curce por haber dado muerte a José Crespo (alias Canaquias Lucano) en Patago-
nes la noche del 28 de julio del presente año.
62 BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la ley…, cit., pp. 103 y ss., BARRAL, María Elena; FRADKIN,
Raúl y PERRI, Gladys “¿Quiénes son los ‘perjudiciales’? Concepciones jurídicas, producción normativa
y práctica judicial en la campaña bonaerense (1780-1830)”, en Claroscuro, núm. 2, CEDCU, 2002, Rosario,
pp. 80-87; PRESSEL, Griselda “Conflictos y tensiones en la comunidad rural en un proceso de moderni-
zación. El Oriente entrerriano a mediados del siglo XIX”, [en línea] http://www.ffyh.unc.edu.ar/moder-
nidades.
63 Monsalvo corresponde al actual partido de Maipú.
64 Departamento Histórico Judicial, Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, Paque-
te núm. 43, Orden núm. 4 (en adelante DHJ, núm./núm.) Criminal Sosa Ignacio por muerte a Luis Rodríguez
en Monsalvo el 18 de julio de 1874.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 218
do.” Cuando le preguntaron sobre los antecedentes del acusado sostuvo que “…ha
oido decir con mucha generalidad a todos los vecinos [que] Sosa no se ocupa mas
que de robar y ha muerto alevosamente á Luis Rodríguez que cuando ha oido
hablar de robos siempre se cita á él como el mas notable por su audacia y destreza”.
Esta cita ejemplifica la manera en que se construía una parte de la prueba en el ámbi-
to de la administración de justicia donde la “fama y voz pública” continuaban sien-
do relevantes para la tramitación posterior del proceso.65 Las declaraciones de otros
vecinos fueron similares. En una nueva indagatoria ante el juez de paz el acusado
sostuvo que había matado a Rodríguez porque éste lo provocó con “insultos y ame-
nazas” aunque negó que alguno hubiera estado ebrio. Por otro lado, desmintió las
acusaciones de robo de animales. Cuando el sumario llegó a Dolores, Sosa desistió
de contar con la asistencia del defensor de pobres y nombró al Dr. Juan Lecot.
El juez de Primera Instancia Julián Aguirre envió numerosos oficios al juez de
paz requiriendo el envío de los certificados de heridas y de defunción correspon-
dientes a Luis Rodríguez y la toma de declaración a varias personas que fueron
mencionadas en el expediente.66 En este estado, el fiscal Amaral solicitó al juez letra-
do que declarara el sobreseimiento “por ahora”67 del acusado dado que no hubo tes-
tigos directos de la pelea. El juez Aguirre accedió al pedido y remitió la causa para
su consulta a la Cámara de Apelaciones. Los jueces que la integraban confirmaron
la decisión del magistrado, afirmando que según el artículo 15 del Código Penal éste
era uno de los casos en los que debía sobreseerse por haberse agotado los medios de
averiguar la verdad, sin conseguirlo.68 Como se desprende de lo sostenido hasta
aquí, la situación de Ignacio Sosa se vio favorecida cuando el proceso fue remitido
al juez letrado en Dolores. La opinión que los vecinos de Monsalvo tenían sobre él
no era buena. A la acusación de homicidios se agregó otra que lo involucraba en el
robo de animales y su posterior venta en un matadero. Según el Juez de Paz, Sosa
65 Por cuestiones de espacio solo mencionaremos a GARAVAGLIA, Juan Carlos “Paz, orden y trabajo
en la campaña: la justicia rural y los juzgados de paz en Buenos Aires”, en Poder, Conflicto…, cit., p. 78 y
HERZOG, Tamar La administración como un fenómeno social. La justicia penal de la ciudad de Quito (1650-
1750), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1995 y “La vecindad: entre condición formal y nego-
ciación continua. Reflexiones en torno a las categorías sociales y las redes personales”, en Anuario IEHS,
núm. 15, Tandil, 2000, pp. 123-131.
66 Las relaciones entre los jueces de paz y de Primera Instancia fueron conflictivas debido al control de
una parte sustancial del proceso como era el sumario. Este tema ha sido analizado con mayor profundi-
dad en YANGILEVICH, Melina “‘Para que lo tenga en cuenta en lo sucesivo...’. Relaciones y conflictos
entre jueces de paz y de Primera Instancia en la administración de justicia criminal en la campaña de Bue-
nos Aires, segunda mitad del siglo XIX”, en Xº Jornadas Departamentos/Interescuelas de Historia, UNR,
Rosario, 20 al 23 de septiembre de 2005.
67 Destacado en el original.
68 El texto del artículo 15 no tiene relación con lo mencionado en el expediente. El artículo sostiene que
“Hay tentativa siempre que con la intención de cometer un crimen, se ejecutan actores exteriores que tie-
nen por objeto la consumación o preparación de ese crimen.” “Código Penal…”, cit., Título Segundo, artí-
culo 15, p. 419.
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69 Esta característica de la administración de justicia letrada fue señalada por dos historiadores para
espacios y periodos diferentes. Carlos Mayo encontró casos similares para la administración de justicia
de la campaña durante la primera mitad del siglo XIX y Elisa Speckman Guerra para el Distrito Federal
de México a fines del siglo XIX. Ambos señalaron que los magistrados letrados solían ser más condescen-
dientes con los acusados que los magistrados locales. Ver MAYO, Carlos Estancia y sociedad en la pampa,
1740-1820, Biblos, Buenos Aires, 1995 [1989], p. 161 y SPECKMAN GUERRA, Elisa Crimen y Castigo. Legis-
lación penal, interpretaciones de la criminalidad y administración de justicia (ciudad de México, 1872-1910), El
Colegio de México-UNAM, 2002, p. 264.
70 DHJ (34/2), Criminal contra Cornelio Tolosa, Manuel Salvatierra, José Ledesma, Bernardo Ojeda y Toribia
que tuvo lugar la madrugada del 1º de enero de ese año. Sobre la organización de la policía ver SEDEI-
LLÁN, Gisela “La pérdida gradual de las funciones policiales del Juzgado de Paz: la creación de la insti-
tución policial en Tandil, 1872-1900”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos “Profesor Carlos S. A.
Segreti”, núm. 5, Córdoba, 2005, pp. 403-422. Sobre el episodio conocido como la Matanza del Tata Dios
hay numerosos trabajos de diferentes perspectivas y calidades. Puede consultarse TORRE, Juan Carlos
“Los crímenes de Tata Dios. El Mesías Gaucho”, en Todo es historia, núm. 4, Buenos Aires, 1967; NARIO,
Hugo Tata Dios, Mesías de la última montonera, Plus Ultra, Buenos Aires, 1976; SANTOS, Juan José Una
revuelta rural en la frontera sur bonaerense: Tandil, 1872, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires, 1995 y LYNCH, John Masacre en las Pampas. La matanza de inmigrantes en
Tandil 1872, Emecé, Buenos Aires, 2001.
72 Hacia fines del siglo XIX los médicos, en tanto asesores, desempeñaron un rol fundamental en la tra-
mitación de los juicios por homicidios y lesiones graves ante la justicia criminal. Ver RUIBAL, Beatriz
“Medicina legal y derecho penal a fines del siglo XIX”, en LOBATO, Mirta Política, médicos y enfermeda-
des. Lecturas de Historia de la salud en Argentina, Biblos/UNMdP, Buenos Aires, 1996, pp. 193-207.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 220
73 El trabuco es un arma de fuego corta y de gran calibre que dispara balas de piedra. El naranjero
posee boca acampanada y gran calibre. Ver CRUZ, Enrique “Las armas de la violencia. La frontera del
Chaco de Jujuy a fines del siglo XVIII”, en Actas de VII Congreso Argentino Chileno de Estudios Históricos e
Integración Cultural, UNSa, Salta, 25-27 de abril de 2007.
74 Esta interpelación de hombres y mujeres demandando que se les hiciese “justicia” no fue excepcio-
nal y se repitió en diferentes procesos. Sobre este tema ver YANGILEVICH, Melina “Prácticas jurídicas
en disputa. Diálogo y confrontación entre las nociones jurídicas de jueces letrados, funcionarios judicia-
les, jueces de paz y paisanos de la campaña bonaerense durante el siglo XIX”, en XIº Jornadas Interescue-
las/Departamentos de Historia, UNT, Tucumán, 19-22 de septiembre de 2007.
75 En los expedientes este texto aparece mencionado como RC que significa Recopilación Castellana.
Esta fue una de las denominaciones con que se conoció el Ordenamiento de Montalvo (1484) que sirvió
de base a la Nueva Recopilación (1567). Sobre este tema ver MARÍA E IZQUIERDO, María José “El Orde-
namiento de Montalvo y la Nueva Recopilación”, en Cuadernos de Historia del Derecho, núm. 6, Madrid,
1999, pp. 435-473.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 221
autorizado por el artículo 14, capítulo 13 del Reglamento de Justicia.76 La causa fue
elevada a la Cámara de Apelaciones para la consulta de la sentencia. El fiscal Ama-
ral se limitó a sostener lo realizado por su par de Primera Instancia. El defensor de
pobres, Octavio Amadeo, pidió la libertad de Tolosa dado que no había cometió nin-
gún ilícito y que las heridas fueron realizadas haciendo uso “…de un derecho [...]
sagrado [que era] el de defender su propia existencia repeliendo la fuerza con la
fuerza”. Para sostener sus argumentos retomó la sentencia en la parte en la que indi-
caba que el homicidio fue cometido en riña. Para Amadeo ésta no era “mas que un
duelo sin padrinos y sin las demás formalidades esenciales en esa clase de lances tan
de moda entre nosotros.”77 Para sustentar la legitimidad de la defensa propia de
Tolosa citó la Ley 2 Título 8 de la Séptima Partida y la transcribió para reforzar sus
consideraciones. Sin embargo, los jueces de la Cámara afirmaron que, según el artí-
culo 159 del Código Penal, era obligación del acusado que alegaba la comisión de
un homicidio en defensa propia “…establecer con pruebas bastantes la certidumbre
ó probabilidad de las circunstancias que lo justifican”.78 Por ello, estos magistrados
sostuvieron que en ese caso no se aplicaba lo estipulado en el artículo 160 del Códi-
go Penal.79 Para los jueces de la Cámara, Tolosa cometió un homicidio simple de
acuerdo a los antecedentes de la causa y lo dispuesto en el artículo 26 del Código
Penal que versaba sobre los casos en que la culpa era ligera.80 A pesar de que según
76 Este artículo, además del que avalaba el uso de la legislación vigente durante el periodo colonial,
implicó la persistencia de una de las características salientes de la administración de justicia. Este fue uno
de los aspectos más criticados por quienes propugnaban cambios en la administración de justicia penal
y la legislación. Sobre este tema ver TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La codificación..., cit., Segunda Parte: El
triunfo de la codificación, pp. 253-408 y DÍAZ COUSELO, José María “Pensamiento jurídico y renovación
legislativa”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires,
Tomo 5, pp. 363 y ss.
77 Para un análisis de las diferencias atribuidas a los duelos entre caballeros y las riñas entre los hom-
bres de los sectores populares ver GAYOL, Sandra “Elogio, deslegitimación…”, en GAYOL, Sandra y
KESSLER, Gabriel Violencias, delitos…, cit., pp. 41-63.
78 El artículo 159 del Código Penal sostenía que: “No se presume que el acusado obra en estado de
irresponsabilidad, o legítima defensa, y es de su obligación por consiguiente, establecer con pruebas bas-
tantes la certidumbre o probabilidad de las circunstancias que lo justifican.” “Código Penal…”, cit., p.
441.
79 El mencionado artículo afirmaba que cuando fuera verosímil que el acusado actuara en estado de
legítima defensa debido a un ataque peligroso e ilegítimo, observando los límites de la defensa permiti-
da, la muerte ocasionada no sería considerada homicidio. “Código Penal…”, cit., pp. 441-442.
80 Según el artículo 26 la culpa es ligera: “1º Cuando la acción cometida por imprudencia no tiene mas
que una relación lejana con el resultado ilegal, y no ha podido preverse, sino como un efecto posible, pero
inverosímil y no acostumbrado. 2º Cuando […], el agente por debilidad de espíritu o por efecto de una
afección moral no imputable, pero susceptible de perturbar la atención y la reflexión, no haya podido pre-
ver fácilmente el tamaño del peligro de su acción, o no haya podido impedir su resultado perjudicial, sino
por medio de un esfuerzo extraordinario del cuerpo o del espíritu. 3º Cuando el agente se haya visto obli-
gado por circunstancias urgentes, y que no puedan imputársele, a tomar resoluciones súbitas”. “Código
Penal…”, cit., p. 422.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 222
el mismo Código la condena estipulada para ese delito era de seis años, los jueces
sostuvieron que para convenir la pena era necesario tomar en consideración las con-
diciones en las que se encontraba Tolosa cuando hirió a Figueroa. Estas incluyeron
la ebriedad porque “…contribuye a disminuir la criminalidad en virtud delo pres-
cripto en el inciso quinto artículo ciento setenta y ocho C Penal”.81 Por ello, sostu-
vieron que a pesar de lo estipulado en el artículo 196 que uniformaba la pena en seis
años para el homicidio simple, esto no se aplicaba a este caso en particular porque
la víctima fue quien provocó la acción homicida. Sobre la base de estas considera-
ciones los jueces de la Cámara impusieron la pena de tres años de acuerdo con el
artículo 197 del mismo Código. Dicho período se contaría a partir desde el día en
que quedó preso.
Conclusiones
81 El artículo 178 del Código Penal no posee incisos. Suponemos que se alude al artículo 188 que enu-
mera las circunstancias en que disminuye la criminalidad. El inciso 5º dice “Cuando [el agente] ha obra-
do arrebatado por una pasión, o en un momento de perturbación intelectual, sobrevenida casualmente,
y sin que de su parte haya culpa, a menos que la ley expresamente haya tenido en cuenta estas circuns-
tancias para la fijación de la pena”. “Código Penal…”, cit., p. 446.
82 En los avisos publicados en la Gaceta Mercantil entre 1830 y 1852 se destacaban las Siete Partidas y
la Recopilación de las Leyes de Indias. DÍAZ, Sandra “Los libros jurídicos en los avisos de la Gaceta Mer-
cantil”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 29, Buenos Aires, 2002, pp. 248 y ss.
83 Hemos encontrado citada la Séptima Partida en un expediente fechado en 1890. DHJ, (125/7), López,
ria del Derecho, núm. 30, Buenos Aires, 2003, pp. 13-86.
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85 BLOCH, Marc La sociedad feudal. Las clases y el gobierno de los hombres, Akal, Madrid, 1987 [1939], p.
94.
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Blanca Zeberio
1 ECHAGÜE, J. N. Folleto sobre el proceso de Mateo Banks, s/e, Azul, 1924, pp. 6 y 7. Este valioso folleto,
como luego veremos, reproduce parte del proceso que hemos podido reconstruir en el expediente judi-
cial, Cámara 3a de Apelación en lo Criminal y Correccional. Departamento Capital, Provincia de Buenos,
Primer cuerpo, ff. 1-4.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 226
procedimiento estaba fundado, el primero, en que en el veredicto y sentencia recurrida se habían viola-
do los artículos 173 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires y el artículo 10 de la ley de 21 de
julio de 1914 y el segundo en infracción del Código de Procedimiento Penal.
3 Según el informe de la Dirección General de Institutos Penales, Mateo Banks estuvo recluido en
varias instituciones: la Penitenciaría Nacional desde marzo de 1925 procedente de La Plata, luego trasla-
dado en 1926 a la cárcel de Tierra del Fuego donde permaneció diez años; hasta febrero de 1936 en que,
por razones de edad avanzada, fue trasladado nuevamente a la Penitenciaría Nacional. El informe insti-
tucional cierra así: “En veinte años de reclusión, y como ocurre a menudo con muchos sujetos de su cate-
goría, se ajustó a las disposiciones del medio carcelario. En ese largo lapso solo sufrió una amonestación.
Actualmente trabaja en faenas de limpieza, atento a sus condiciones físicas. Anteriormente ha trabajado
en los talleres de la encuadernación y lavadero, con regular aprovechamiento.” Cuerpo 9, Causa 4444, ff.
3-12. En relación con las prácticas y discursos de las instituciones carcelarias, véase el valioso trabajo de
CAIMARI, Lila Apenas un delincuente, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004.
4 Cuerpo 9, ff. 4-5.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 227
dísticos le fue imposible residir en él porque fue rechazado por la población y debió
instalarse en Buenos Aires, donde murió poco después en una pensión. Hasta aquí
sucintamente descriptos los hechos tal como pueden ser reconstruidos desde los
nueve cuerpos de un voluminoso expediente penal que estuvo perdido durante
décadas y recuperado recientemente en el Archivo Histórico Judicial de La Plata.5
En este trabajo y a partir de este suceso, que podemos calificar de “excepcional
normal” en el más clásico sentido de la categoría, nos proponemos reflexionar sobre
las características de las culturas familiares y jurídicas conformadas en la sociedad
pampeana entre fines del siglo XIX e inicios del XX. Estas sociedades nuevas, suje-
tas a cambios permanentes y con débil desarrollo institucional, muy rápidamente
internalizaron prácticas sociales tendientes a defender el orden moral y ciudadano.
Así, a partir del análisis de los dos juicios, uno oral y otro por jurados, a los que fue
sometido Mateo Banks, nos proponemos un doble abordaje: por una parte, analizar
las representaciones sobre la justicia de una sociedad local que se vio fuertemente
conmocionada y comprometida durante el desarrollo del juicio y condena a Banks.
Y, por otra parte, reconstruir e iluminar los procedimientos judiciales, así como las
estrategias argumentativas de los diferentes actores de la justicia durante el desarro-
llo de los juicios. En suma, intentaremos recuperar, desde este doble itinerario, las
formas de construcción de una verdad jurídica y social que se retroalimentaba ple-
namente con las culturas familiares y jurídicas conformadas en la sociedad argenti-
na de fines del siglo XIX. Dichas culturas estaban fuertemente imbricadas con las
visiones de responsabilidad moral y culpa propias de la sociedad colonial. Estas
representaciones que atravesaban la sociedad y las instituciones judiciales conviví-
an –como recientemente lo plantean algunos estudios desde la historia de las ideas
y de la Justicia– con prácticas y discursos provenientes de la criminología positivis-
ta impulsados, en el caso argentino, desde un Estado en busca de su institucionali-
dad.6 Esta tensión se presenta de manera evidente en este caso de homicidio múlti-
ple, con el que la sociedad se vio conmocionada al ponerse en cuestión uno de los
fundamentos de su trama social: el vínculo fraterno.
esta historia se demoró un par de años por la imposibilidad de consultar el expediente penal que se
encontraba “extraviado” y fue recuperado, luego de una pesquisa detectivesca por la Directora del Archi-
vo Histórico-Judicial de La Plata, María del Carmen Helguera. A ella, al igual que a sus colegas del archi-
vo, mi más sincero agradecimiento.
6 CAIMARI, Lila Apenas…, cit.; RUIBAL, Beatriz Ideología del Control Social. Buenos Aires, 1880-1920,
CEAL, Buenos Aires, 1993 [la autora consignaba, en su borrador, citas de trabajos de Sarlo, Saitta, Terán
y Zimmerman, N. del E.].
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 228
7 Según las listas de pasajeros de origen irlandés la familia Keena se había instalado en Argentina
desde los años 1840s. Ana junto a otros hermanos llegaron con posterioridad, a fines de los años 1850s.
Passanger lists of Irish inmigrants in Argentina [en línea] http://www.irishgenealogy.com.ar
8 Según los datos de Passanger lists of Irish inmigrants in Argentina (1822-1889).
9 Actas de Matrimonio y Nacimiento de los hijos adjuntadas a los expedientes de la sucesión, Juzgado
12 Por estos años los descendientes de la familia Mc Craken se radicaron en Inglaterra y unos de los
principales arrendadores de su estancia fueron los Banks, quienes en el último contrato que firmaron en
1921, antes de la muerte de toda la familia, arrendaban 1.360 hectáreas, de las cuales subarrendaban a un
vecino, Natalio Quatroccio, más de quinientas.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 230
Mateo
Mateo, el tercer varón en rango de nacimiento, muy pronto abandonó el grupo fami-
liar. Dicho en términos de un historiador de la familia, podría pensarse que su exclu-
sión del liderazgo familiar lo hizo alejarse de su familia y tentar suerte como gana-
dero y comerciante en la provincia de San Luis, experiencia vital que llevó a Mateo
a alejarse de los mandatos familiares. Una interesante biografía de Mateo fue esbo-
zada en su informe penitenciario, en la cual sorprende el tono casi laudatorio por
sus logros individuales:
“Se sabe que nunca concurrió a la escuela, logrando, empero, cierto grado
de instrucción elemental gracias a los conocimientos que le impartiera su
madre durante la infancia. Desde temprano comienza a trabajar en faenas
rurales ayudando a los suyos. A los 19 años se separa del núcleo familiar y
desenvuelve su vida de trabajo en zonas alejadas del hogar. Es así que se
contrata en una estancia ubicada en la Provincia de San Luis progresando
rápidamente hasta llegar a ser apoderado del dueño, atendiendo así, la
administración de algunos establecimientos de campo que aquel poseía.
Por cuenta propia y ajena habría realizado, también, diversas operaciones
de venta de ganado. Más tarde, por razones que no han podido acreditar-
13 En la publicación se menciona esta carta como parte del relato del juicio y da cuenta de la fuerte pre-
sencia pública: “Se procedió enseguida a dar lectura de una carta dirigida por la insana esposa de Dioni-
sio Banks a Mateo Banks, carta que le fue dirigida a éste después del crimen”. Esta carta fue leída por el
traductor de Tribunales. La lectura de ella conmovió al público y al procesado. Proceso a M. Banks, cit.,
p. 115. Se trata de dos cartas, una escrita en pésimo español y otra dirigida a su marido, la letra y la forma
en que está escrita da cuenta de una persona con desórdenes y que, además, no acepta la muerte de sus
familiares. La carta de Sara no tuvo amplio peso en la toma de decisiones.
Justicias C 3/31/09 5:48 PM Página 231
Lo fraternal colapsado
Las tensiones y desavenencias entre Mateo y sus hermanos fueron el argumento, la
verdad construida y aceptada, sobre la que tanto la Justicia como la sociedad local
centraron sus explicaciones y fundamentos para culpabilizar y transformar a Banks
en el chivo expiatorio de una sociedad que veía en el fratricidio uno de los principa-
les pecados sociales.
Desde la Psicología estos vínculos son pensados como sustanciales a la institu-
ción social. Es en la lógica del origen común que se funda la identidad fraterna, sóli-
damente adherida a la estructura del parentesco.15 Cuando lo fraterno ocupa un
lugar central en la cultura familiar, la idea de hermanamiento atraviesa por la posi-
tiva o por la negativa al conjunto de vínculos de la familia. Por ello, en situaciones
de conflicto abierto o de tragedia, como en este caso, el hermano puede ser arrojado
al lugar de lo no familiar.16 Los vínculos de poder entre hermanos se redefinen a la
hora de la muerte de los padres, pero en muchas familias no se produce la segunda
“muerte” que se relaciona con el orden de las instituciones. Por ello, aquel que busca
diferenciarse y que por condiciones o necesidades quiebra el supuesto equilibrio
puede ser considerado como desleal al conjunto. “Dar a cada quien lo suyo, es tam-
bién dar a cada uno su lugar”.
Esta cuestión de los vínculos fraternos violentados va delimitándose y apare-
ciendo con mayor definición a medida que la indagatoria judicial avanzaba. De las
declaraciones de los testigos, los vecinos más allegados y los peones que trabajaban
con la familia, puede entreverse –más allá de un estilo retórico propio de hombres
de campo y del tratamiento hacia los superiores en el medio rural– la reticencia a
hablar de los conflictos entre los hermanos, limitándose a escuetas negativas de falta
de conocimiento. Pero transcurridos los días de producidos los homicidios y luego
de la reconstrucción de las actuaciones relacionadas con las actividades comerciales
y crediticias de Mateo, la hipótesis del enfrentamiento ente los hermanos por las
conductas fraudulentas de Mateo se incorporó como verdad (más allá de las prue-
bas que aparecen en el expediente y por las que nunca fue condenado). Se impuso,
así, cada vez con mayor convicción, para jueces y ciudadanos, que el pecado de la
codicia había sido la razón del fratricidio. La verdad “jurídica” consignaba a los
hechos no como un acto de locura criminal sino como la más desmedida especula-
ción, frialdad y cálculo económico. Este discurso comenzó a oficializarse entre los
testigos, aunque mantuvieron siempre un recato al menos retórico al referirse a la
figura de Banks. En fin, dicho en otras palabras, la configuración del propio discur-
so judicial enmarcó y (fue enmarcado por) la opinión de la sociedad.
Por ello, el juez-guía nos muestra a lo largo del expediente judicial las sucesi-
vas pruebas de esta hipótesis: las cuatro y diferentes declaraciones del acusado,17 las
declaraciones de los testigos y las pericias, principalmente la psiquiátrica, que
ayuda a solventar el estereotipo psicológico que explica los crímenes.
“…un hombre alto grueso y fuerte de buen color. Tiene un completo domi-
nio sobre sí mismo casi una apariencia serena, sin afectación y demuestra
tener poco más de cincuenta años. Se ve inmediatamente que es un hom-
17 Mateo Banks realizó cuatro declaraciones: en la primera de ellas culpó a los peones por el asesinato
y se presentó como vengador de su familia; en la segunda, se declaró instigador del crimen, habiendo
pagado a los peones para que ultimaran a su familia y, ante la extorsión de éstos luego de cometido el
asesinato, los mató. Durante la tercera declaración realizó confesión plena y en la cuarta, a instancias de
la defensa, planteó la retracción completa de sus declaraciones anteriores, alegando que le fueron arran-
cadas por presión. Estrategia decidida seguramente por su abogado defensor quien, conocedor del expe-
diente, debió encontrarse con las sugestivas notas del Juez del crimen de Azul, felicitando el apoyo y los
métodos de la policía de investigación de La Plata.
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20
Cuerpo 4, ff. 841-842.
21
ECHAGÜE, J. N. Folleto…, cit., p. 71, f. 570.
22 Carlos Rébora era un jurista de gran reconocimiento. Durante esos años se desempeñaba como
material a la familia: “Las disposiciones legales que obligan a los autores de los
hechos dañosos a reparar el prejuicio producido por su culpa, no se limitan a las
cosas materiales, comprenden además, y protegen lo que concierne la dignidad
moral de la familia”.23 Entendiendo por dignidad e interés moral lo relacionado con
los derechos de la familia legítima, con el honor de un hombre honrado o con las
injurias recibidas por el padre de familia por los posibles comportamientos de sus
hijos, nueras, yernos o nietos.
El abogado defensor, por su parte, fundó su defensa en el intento de contrarres-
tar la imagen demonizada de Mateo Banks y aludiendo denuncias por apremios y
presión de la opinión pública sobre el Juez y el Fiscal. Banks, a diferencia de lo que
sostenía la opinión pública, era buen hijo, trabajador y cristiano.
Hacia el final del proceso, cuando la condena era un hecho compartido, la cró-
nica local retomaba y ampliaba esta cadena de argumentos que culminaban en la
traición a los valores de la familia:
“Banks es una víctima del lujo, del juego y la haraganería, más que un simu-
lador es un inconsciente peligroso que ha perdido toda noción de la digni-
dad humana. Mateo Banks ha sido clasificado por alguien como el tipo de
criminal nato, pero no responde a las teorías lombrosionas, sigue diciendo
el informe, su cráneo perfectamente conformado y su rostro que parece
reflejar bondad, oculta los verdaderos sentimientos ‘pervertidos’ de este
Bon Viveur [...] que recurrió a la falsedad y a la estafa a sus hermanos para
sostener su estilo de vida [...] Estas fueron las bolsas de oxígeno que prolon-
garon su vida social, cuando se encontró en la calle el hombre se trastornó
23 Probablemente se trate de un artículo que Juan Carlos Rébora publicó en la Revista de Ciencias Jurí-
dicas y Sociales, Año II, núm. 8, Buenos Aires, 1924 [N. del E.].
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Si bien la historia puede ser sugestiva y atraparnos en sus múltiples detalles, cree-
mos que es de importancia reflexionar, para finalizar, acerca del “uso” de las diver-
24 FOUCAULT, Michel Los anormales, Curso en el Collège de France (1974-1975), FCE, Buenos Aires,
2000, p. 36.
25 FOUCAULT, Michel Los anormales, cit., p. 61.
26 M. de Montaigne, Essais, citado por GINZBURG, Carlo “Pruebas y posibilidades. Comentario al
margen del libro El regreso de Martín Guerre, de Natalie Zemon Daves”, en Tentativas, Prohistoria Edicio-
nes, Rosario, 2004, p. 157.
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sas fuentes que nos permitieron la recreación del proceso. Ellas devienen en un
espacio inexorable de reflexión, puesto que desde ellas se configuraron las represen-
taciones sociales y jurídicas sobre la base de las cuales fue juzgado Mateo Banks y
luego construido su mito. El personaje fue mutando en sus definiciones y categori-
zaciones; a medida que era culpabilizado su perfil fue adaptado a las categorías
delictuales desde la cuales fue condenado. Así, de notable de pueblo, respetado por
buen padre y buen católico, terminó simbolizando la sierpe humana, esa culebra
maléfica que representaba los temores bíblicos, los límites y los fantasmas colectivos
de esta sociedad de principios de siglo. Visiones compartidas que lógicamente atra-
vesaban los discursos y las acciones de los funcionarios (policiales y judiciales), de
los cronistas y periodistas, autores de las tres fuentes principales desde las cuales
hemos mirado el suceso y que no pueden, por cierto, ser analizadas separadamen-
te. Los expedientes judiciales, los periódicos y el folleto publicado en la época por
un cronista local –que articulaba el mundo judicial y el periodístico– dan cuenta de
un continuum interpretativo que juzga y condena desde una manifiesta tensión entre
fundamentos morales y fundamentos científicos. Desde todos ellos se fue constru-
yendo una verdad social que muestra, a su vez, la retroalimentación de una cultura
jurídica letrada y plagada de tecnicismos y su “vulgarización” a través del consumo
de parte de la sociedad, desde la crónica periodística.
Revisemos los aportes que presentan los expedientes judiciales consultados (de
la parte civil y penal, conformados por siete cuerpos el primero y por nueve, el
segundo) a la construcción de estas verdades; en primer lugar dan cuenta de la con-
tinuidad de una trama judicial que vincula, estrechamente, en este caso, lo civil y lo
penal.27 Estos expedientes preservaron información diversa sobre la vida del “reo“,
que se prolongó varias décadas después de su enjuiciamiento y prisión. En el expe-
diente civil, se sucede desde la rutina judicial una serie de actos que refiere a las for-
mas de administración de un patrimonio que se extinguió en los años en que la
única descendiente con vida de la familia alcanzó la mayoría de edad. Este proceso,
menos espectacular que el penal, da cuenta de otras verdades que buscaron mante-
nerse ocultas, relacionadas con lo material y con las manipulaciones de las cuales
27 Hasta tal punto se encontraban vinculadas ambas jurisdicciones que, antes de la sustanciación del
juicio, el fiscal Horacio Segovia, a su vez Juez en la causa civil, elevó al Juez en lo penal Illescas una soli-
citud para alejarse en su papel de fiscal, por considerar incompatible y violatorio del Código de Procedi-
mientos en lo civil , desempeñar ambos cargos. El juez Illescas, luego de varias negativas, pidió resolu-
ción a la Corte Suprema de La Plata y luego de apercibimiento y multa de $400 por entorpecer a la Justi-
cia, el fiscal Segovia se vio obligado a continuar con la causa. Dictaminó el juez Illescas: “Que las peticio-
nes del Sr. Fiscal obstruyen el curso regular de la justicia produciendo dilaciones en daño de la parte
inculpada, no obstante la terminante disposición del Código de procedimientos, art 37 , Penal, y por otra
parte la inusitada tenacidad del Sr. Agente Fiscal en no querer recibir la causa para producir dictamen,
importa falta contra la autoridad del infrascripto indisculpable en el representante de la sociedad , justa-
mente interesada en la pronta resolución de esta causa que tan hondamente la ha conmocionado”. Cuer-
po 3, ff. 835-837.
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fue objeto el patrimonio familiar y con un juicio civil realizado en 1925 por el cual,
de manera vergonzante, los descendientes de Mateo Banks buscaron superar su
estigma a partir del acto civil de cambiar el nombre de la familia.
El expediente penal, por su parte, puede dividirse en dos grandes momentos:
el del juicio oral realizado en el pueblo de Azul, seguido y acompañado por la pren-
sa y la ciudadanía, y un segundo momento en el que luego de la apelación de la sen-
tencia,28 la Corte Suprema de La Plata declaró la nulidad del juicio y se inició un
nuevo proceso que culminó en 1924.29
En el primer juicio, a través de las declaraciones y solicitudes del juez Illescas,
pueden entreverse las dificultades de llevar adelante en términos materiales y pro-
fesionales el enjuiciamiento de Banks (se suceden las solicitudes y reclamos del
envío de peritos y profesionales que colaboren con la investigación a la Cámara de
La Plata). También puede entreverse la tensión entre unos funcionarios judiciales
que no podían alcanzar su íntima convicción, únicamente desde los argumentos
científicos, las pruebas y las pericias y la excepcionalidad de un caso que desabor-
daba las posibilidades de la institución judicial en un pequeño pueblo de la provin-
cia de Buenos Aires.
A esto se sumaba la excepcionalidad, ideológica, por utilizar un término actual,
de un caso que se alejaba de la rutina criminal. Mateo Banks no era, para los pará-
metros de la época, un delincuente común, cuyo accionar pudiera explicarse y hasta
justificarse desde unos argumentos científicos (su tipología, su raza, su habitat
social, sus vínculos familiares, etc.; las pericias e informes no alcanzaban para expli-
car su accionar).30 Tal vez por ello, en el juicio oral la condena a Banks se fundó en
argumentos que entremezclaban eclécticamente la criminología positivista con la
condena moral, asimilando por momentos culpa con pecado. Banks representaba la
amenaza de quiebre del sagrado orden social y moral a partir de la ruptura de uno
de sus principales fundamentos: el vínculo fraterno.
Empero, esta mirada centrada en el cuestionamiento moral, elegida por convic-
ción (o impuesta desde fuera) de los funcionarios judiciales, debió generar contra-
dicciones y pujas de intereses en el interior de la propia institución. El temor a una
culo 173 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires, la ley del 21 de julio de 1914), así como en
errores de procedimientos, relacionados con: la no convocatoria a testigos solicitados por la defensa, por
haberse permitido la lectura del peritaje recusado por la defensa y por la falta de pruebas del envenena-
miento y defraudación la Corte Suprema de La Plata.
29 La documentación relacionada con la decisión de la Corte Suprema de La Plata, la votación y fun-
damentos pueden consultarse en el cuerpo 6, causa, 17619, caratulada “Banks Mateo por Homicidio y
otros delitos en el Partido de Azul”.
30 Respecto de las biografías carcelarias y los diversos principios desde las cuales eran elaboradas,
dio por iniciado el acto y el fiscal solicitó que a medida que se leyera la acusación el Presidente interro-
gara al acusado sobre cada uno de los hechos para que expresara si los conocía o no, resolviendo la Pre-
sidencia que se omitiera dicho trámite por oponerse la Defensa. Luego de leerse parte de la causa, inter-
vino la Defensa y luego comenzó el juramento de los testigos. Se sucedieron las declaraciones de unos
treinta testigos, de los que no se transcribió su declaración, y que se prolongó en varias audiencias. Cul-
minó con la declaratoria del Presidente, en la que refería que una vez iniciada la acusación de la fiscalía
nadie podría retirarse de la audiencia. Se concedió la palabra al Fiscal y al Defensor y se reunió el jurado
a deliberar. Y luego (a ff. 1148, 1163) se transcribe el veredicto, y a f. 1165 aparece la condena.
32 Entre los periódicos de Azul que siguieron con detalle el proceso son de destacar El Ciudadano diri-
gido por José Ferreyro; Diario del Pueblo, dirigido por P. Cirigliano y C. Maletta; El Imparcial, dirigido por
José Romeo; La Provincia de F. Llorente y P. Rodríguez Ocón director de La Razón. El primero de ellos es
destacado por los contemporáneos por su profusa información sobre el Juicio Oral.
33 Durante el Juicio Oral en Azul, estuvieron presentes los cronistas de treinta diarios nacionales que
incluían desde La Nación, La Prensa, La razón y Crítica; La Vanguardia, a prensa étnica como Giornale d’Ita-
lia, los medios principales de los pueblos de la provincia de Buenos, así como medios de Córdoba, Rosa-
rio, Santa Fe y Tucumán, La Razón de Montevideo y revistas sociales.
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extendida en los años 1920s., brindaron (como era común en esos años) un amplísi-
mo espacio a los detalles espeluznantes del fratricidio,34 así como a las posteriores
investigaciones policiales y judiciales. Estas notas coyunturales eran propias de un
tipo de periodismo desarrollado en las primeras décadas del siglo XX que, como ha
sido estudiado recientemente, buscaba dar cuenta de los aspectos marginales y delic-
tuales de una sociedad modernizada, que consumía este tipo de hechos policiales y
aberrantes. Como parte de su identificación moral, los límites entre el periodismo, la
institución policial y la Justicia eran frágiles y ambiguos, y se constituían en ámbitos
de circulación de información. Este tipo de crónicas, en complicidad con el público,
construían estereotipos sociales que se referenciaban en la reconstrucción sensaciona-
lista de hechos violentos y aberrantes. Desde esta reconstrucción competían con la
práctica judicial en cuanto a la valoración psicológica y juzgamiento del criminal.35
Un lugar especial ocupa la crónica de los sucesos realizada por un funcionario
judicial y cronista local, Echagüe. Paralelamente al juzgamiento de Banks, e impac-
tado por lo ocurrido, realizó una magnífica recopilación de información textual de
los juicios, a la que agrega su propia crónica periodística tratando de brindar infor-
mación exhaustiva a la ciudadanía. Su texto parece tener una doble misión: infor-
mar y remarcar el compromiso de la sociedad decente con los valores de la justicia
y el de la institución judicial local (que incluía funcionarios y administrativos) por
llegar a la verdad.
34 La reproducción de las fotos de las víctimas realizadas durante la autopsia pueden encontrarse en
N. del E.].
36 ECHAGÜE, J. N. Folleto…, cit., p. 2. El destacado me pertenece.
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37
ECHAGÜE, J. N. Folleto…, cit., pp. 106-108.
38
GEERTZ, Clifford Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, Paidós, Barcelona,
1994 [1º ed. en inglés 1983], p. 75.
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