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El Museo Sívori presenta una exposición antológica –que luego será exhibida en varios
museos del país– del pintor, dibujante y docente que hizo carrera en Tucumán. Pintura,
pertenencia e ideología de un artista.
Con ser interesante, su travesía anterior importa mucho menos, desde que el propio artista
decide reinventar su biografía: hay un hombre alumbrado en Buenos Aires en 1927 como
Joaquín Ezequiel Linares; y hay otro de igual apelativo y carnadura que emerge en Tucumán
en 1962, quien, como un aparecido, irá desprendiéndose poco a poco de la máscara de su
fantasmal antepasado, hasta fijar el perfil de un nuevo e irrevocable rostro.
Tucumán inviste a Linares con el don de una inédita percepción americana, que él asume
consciente y apasionadamente. Es recién entonces que quema sus naves y traza el mapa del
resto de sus días.
Pronto se verá que el cambio alcanza a la estructura completa de su vida. El mismo año de su
llegada conoce a Yolanda Del Gesso, la mujer de la que ya nunca habrá de separarse,
inspiradora, compañera de ruta y madre de sus hijos Joaquín Gabriel y Diego. Otra estación
insoslayable será la de su extensa labor docente, ya que a través de ella ejercerá una
influencia determinante en la formación plástica de varias generaciones, por lo que cabe
otorgarle una consideración paralela que merece su pródiga actividad creativa; en cuanto a
esta última, adoptará una mutación conceptual y estética que lo llevará a abandonar la
Abstracción –que había transitado con seguro instinto durante su etapa porteña– por una
Figuración tan distante de aquella que podría situarse en sus antípodas.
Muy pronto, los temas se encienden y suceden como una cadena de rutilantes relámpagos. La
primera serie será la del Virreinato del Río de la Plata, y sólo ella bastaría para ubicar a nuestro
autor como uno de los artistas cimeros de su siglo. Una corte completa –virreyes y virreinas,
funcionarios, bufones, sirvientes, enanos, perros– emana del pasado como de un espejo
espectral, mezclando las tinieblas del claroscuro con el fulgor dorado de joyas y alamares; los
rostros, desencajados por la locura o el vicio, emergen de las golas cual cabezas recién
decapitadas; los cuerpos se yerguen tiesos como suntuosos maniquíes, pero las telas que los
cubren parecieran velar un hirviente reguero de gusanos. Perdidas en las sombras de la
idiotez, unas babeantes “nenonas” nos atrapan en la telaraña de su mirada obscena.
Taumaturgo genial, al invitarnos a este tenebroso baile de vampiros, Linares reinventa para
nosotros una memoria febril de la Colonia. [...] Paralelamente trabaja en otras series igualmente
notables: las del Tango, las Termas y las “Casas de la Turca”, en las que el costumbrismo
coexiste con la morbidez y la perversión. Se trata de un registro de tipos y caracteres, a la par
que una excusa para soltar los perros de la fantasía. El pintor contrasta a sus criaturas con la
gran historia del arte, pero desde la ventana de la petite histoire provinciana: Doña Finita posa
como Olympia y Venus recibe el homenaje de sus adoradores en uno de los antiguos
prostíbulos de la calle Suipacha (la tucumana). Si las “Casas de la Turca” son el asilo del amor
mendaz, las Termas no alojan al hedonismo, sino al horror de la decrepitud y las
malformaciones. Sin embargo, ese módico descenso a los infiernos inscribirá una luminosa
señal en sus manos: el Gran Premio de Honor del Salón Nacional (“La galera”, 1973).
Pero Linares no sólo vive inmerso en el pasado. Como él mismo apuntara, su obra enlaza el
ayer con el presente y el futuro en una unidad prácticamente indivisible; por lo demás –y como
siempre acontece con los mayores artistas–, su mirada anticipa el porvenir. ¿Qué otra cosa, si
no los ominosos años que pronto sufrirían Tucumán y el país, nos anuncian las armas
emboscadas de la serie “El Jardín de la República”? ¿Y qué decir de los generales
condecorados y entorchados de “La larga noche latinoamericana”? ¿Son apenas una mención
alegórica a los aún limitados tiranuelos de fines de los ’60? ¿O retratos premonitorios de la
banda de asesinos que afilaban las armas para el futuro y exhaustivo matadero? Es entonces
que Linares toma distancia y se refugia en Madrid.
Durante su estancia europea expone en Madrid, Roma y Milán, y participa como invitado
especial de la Bienal de Venecia, pero su conexión espiritual con América continúa intacta: allí
siguen amarrados sus sentimientos y fantasmas, y es de allí que se nutre su imaginación. Con
el regreso de la democracia vuelve a su Tucumán –a su casa, a su Cátedra, a sus amigos–,
que es lo mismo que decir que retorna a la vida. Hasta que suene la hora del viaje final, ya no
se alejará. [...]
Aparte de todo lo demás, Linares seguirá enseñando pintura en la Facultad de Artes. Pero los
años de la dictadura habían dejado sembrada allí –como en todo el resto del ámbito social– la
lepra de la disolución, endemia que alcanzará su natural remate bajo el ecuménico patrocinio
de la posmodernidad. Así, a poco de analizar el nuevo panorama cae uno en la cuenta de que
aunque la censura directa ha cesado, sus objetivos mantienen una solapada vigencia. Bajo una
primera ilusión de irrestricta tolerancia, persiste la exclusión de toda una manera de entender el
ejercicio del arte: el menor asomo de compromiso ideológico, cualquier referencia explícita a la
realidad regional, nacional o americana, o la simple exigencia de rigurosidad técnica, serán
fulminados por el más rotundo anatema. [...]
Director nacional de Patrimonio y Museos. Texto editado del catálogo de la muestra, que se
exhibirá en los museos Timoteo Navarro de Tucumán, Emilio Caraffa de Córdoba, Provincial de
Salta y en Culturarte de Jujuy