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¿DESAPARICION DEL LIBRO O RECONVERSION DE INTERFACES?

Carlos A. Scolari

Estas son algunas reflexiones a partir del editorial "La ecología de los medios no es un
chiste, aunque algunos se la tomen como tal" de Alejandro Piscitelli, publicado en
Interlink Headline News del viernes 1° de mayo, sábado 2 de mayo y domingo 3 de
mayo de 1998.

De la discusión sobre la (posible, probable, impensable, esperada, desesperada)


desaparición del libro impreso se desprenden varias cosas interesantes:
- el hipertexto y la digitalización de la producción/distribución/consumo del saber
científico
- la liberación de las interfaces de sus soportes materiales
- la red de interfaces que se activa de frente a cada transformación tecnológica

No debería sorprender que los textos científicos sean los primeros en digitalizarse. La
primera reflexión sobre la tecnología hipertextual nació precisamente a partir de ese
problema: afrontar el desarrollo acelerado de la producción literaria de caráqcter
científico.

El crecimiento exponencial de las ediciones científicas ya había sido advertido por


Vannevar Bush durante la Segunda Guerra Mundial, cuando todo el sistema de
investigación norteamericano producía tecnologías y saberes a ritmo acelerado. "Los
actuales sistemas de organización de la información -escribía por entonces Bush- son un
hacha de piedra en las manos de un ebanista". Sin embargo, la cuestión de la
"information retrieval" obsesionaba a Bush ya desde los años '30, cuando trabajaba en el
"Rapid Selector" para la Marina estadounidense.

Los resultados de las intuiciones de Vannevar Bush -publicados en el ya clásico "As we


may think", un artículo de agosto del 1945)- llevaron a la profecía del Memex, la
máquina analógica destinada a extender nuestra memoria. El Memex -un dispositivo
basado en la tecnología del microfilm que nunca fue construído- es unanimemente
considerado el abuelo analógico de los actuales hipertextos digitales. "As we may think"
inspiró a personajes m’ticosícomo Douglas Engelbart (el inventor del mouse, de las
interfaces amigables y de los help-on-line entre tantos otros dispositivos
revolucionarios) o Ted Nelson, que acuñó la palabra "hipertexto" allá por 1965.

O sea, la primer máquina -puramente hipotética- destinada a organizar reticularmente la


información, permitiendo la navegación y la creación personalizada de links, fue
proyectada para hacer frente a la gran masa de textos científicos. Con la globalización
definitiva de la red digital -y la transferencia masiva del saber científico de los
"journals" a Internet- se cierra una fase abierta por la "Encyclopedie" de Diderot y
D'Alembert hace 200 años: la construcción de una máquina del saber en grado de
ofrecer non sólo montañas de información científica en tiempo real, sino también de
cambiar -como escribían Diderot y D'Alembert- la "manera de pensar de los lectores".

La digitalización, obviamente, no será la panacea para la producción/distribución/


consumo del saber científico. Muchos problemas que se presentan como superados (la
jerarquización de los saberes, la censura de las instituciones universitarias o las
editoriales) reentran por la ventana (la impunidad para publicar on-line cualquier
información, las dificultades para verificarla, etc.). La idea teorizada por la semiótica
-que plantea la existencia de un "contrato de confianza" entre el lector y el autor (ahora
convertido también en editor)- sigue plenamente vigente.

El paso de un soporte material analógico (libro) a uno digital (hipermedia) genera una
serie de desplazamientos a nivel de las interfaces. El libro impreso condenó a muerte al
código medieval (un soporte material pesado, de difícil manipulación y muchas veces
encadenado al escritorio, lo más parecido a un viejo televisor) pero mantuvo la interfaz
que permitía el browsing de las páginas. Del mismo modo, los códigos habían copiado
la organización del texto en columnas proveniente de los viejos papiros. Hoy, cuando
las redes digitales amenazan a la máquina textual inventada por Gutenberg en el siglo
XV, esas mismas redes organizan sus contenidos en "páginas" .... demostrando una vez
más que las interfaces no desaparecen, se reprocesan y reconvierten en manera
permanente.

Durante los momentos de fuerte transformación tecnológica las interfaces se


independizan de sus soportes materiales -evidenziando aún más su carácter inmaterial,
virtual, incorpóreo- y quedan "a disposición", en espera de otro soporte (y de otras
interfaces) que las conecten nuevamente a la red sociot*cnica. Estos cruces se producen
en las zonas marginales, en los espacios más fragiles (la literatura científica, la
pornografía) y lejanos de las lógicas del centro (donde reina hegemónico el sistema
editorial de los best-sellers).

A fines del siglo pasado el aparato inventado por los hermanos Lumiere jaqueó al teatro
pero no le dió el mate. La televisión tampoco destruyó al cine: lo obligó a repensarse, a
achicar las salas y a mejorar constantemente la calidad de sus imágenes y sonidos. A
cada nuevo aparato de TV en los hogares norteamericanos la industria cinematográfica
respondía con pantallas de cinemascope, sonido stereo o películas en 3D. Hoy por hoy
cine y televisión funcionan -y crecen- en completa sinergía. La situación durará hasta
que una nueva articulación de interfaces los obligue a transformarse.

Los libros no morirán: están sólo cambiando. En ciertos casos la transformación apunta
al futuro, a la recombinación con las nuevas interfaces de matriz digital. Basta hojear las
mejores guías de turismo de los años '90 o la colección ilustrada de Gallimard,
verdaderos ejemplos de ediciones 'multimediales' impresas (que no tienen nada que
envidiar -a excepción de la unicidad- a un código medieval, sea a nivel de riqueza
gráfica como de complejidad textual). Estas obras, más que leídas, son navegadas o
'activadas' por el lector en una sucesión poco lineal, como si se tratara de una pantalla
interactiva.

Muchos otros textos -por ejemplo los papers cientifíficos (o con pretensiones de serlo)-
terminarán siendo irreversiblemente digitalizados. En otros casos la interfaz del libro, en
vez de proyectarse hacia el futuro, huirá hacia el pasado: a mediados de los '80 la
historieta francesa, para contrarrestar la crisis de las revistas mensuales tipo "Metal
Hurlant", volcó toda su producción en lujosos libros de tapa dura. Del mismo modo
muchos textos seguiréan fieles al soporte libresco, ahora enriquecidos con el aura
benjaminiana que caracterizaba a las obras artísticas pre-industriales.

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