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i ganz1912 PIERRE BONNASSIE VOCABULARIO BASICO DE LA HISTORIA MEDIEVAL Traduccién castellana y adaptacién de MANUEL SANCHEZ MARTINEZ EDITORIAL CRITICA Grupo editorial Grijalbo BARCELONA. 12 aici: mayo de 1983 2 edieidn: noviembre de 1984 iio: julio de 1988 ANTE MOTS CLEFS DE UHISTOIRE MEDIEVALE Les ci Cubierts: Entic Sotue 4 8h: Editions Privat, Tealouse © 1983 ds lu trouccion eastllans para Espana y América Eatitoria Critica. SA. Aragd. 385.118013 Barcelona ISBN: 8-7423-201-5 Depssito legal: B. 22425-1988 Ingpreso en Espa sy — HUROPE S.A. Recaredo, 2 NIMS Barveloma INTRODUCCION Las palabras son temibles. Y las que utiliza la historia mec val lo son mais que cualesquiera otras: el estudiante o, sencillamen- te, el lector de buena voluntad queda con frecuencia desorientado ante el vocabulario que encuentra en las obras que se ocupan de las sociedades de la Edad Media. Tampoco el especialista esta al abrigo de este problema y ha de elegir entre dos opciones: si quie- re cefiirse de cerca a las realidades, tiene que usar un lenguaje téenico y desusado, utilizando los mismos términos que emples- ban los escribanos medievales, con lo cual corre el riesgo de ser comprendido s6lo por sus colegas; si desea, en cambio, llegar a tun péblico més amplio, se ve cbligedo a aplicar los conceptos actuales a las cosas de Ja Edad Media, corriendo entonces el riesgo de caer en el anacronismo. A estas dificultades iniciales se afiaden otras mas graves todavia. La mds especifica de ellas debe ponerse cen selacidn con Ia propia fluidez del voeabulario medieval que, a su vez, es un rellejo de las evoluciones © revoluciones que cono- cieron las sociedades de aquella época: Ia Edad Media duré mil afios, yen un milenio, no solamente cambiaron Jas palabras sino también los objetos —instituciones, costumbres, sentimientos, ins- trumentos...— que aquéllas desighaban. La piedad del siglo xv no era la misma que la de la época de san Tsidoro} y, del inistmo modo, equim reconoceria en el feudo de finales de la Edad Media cl fevurs de los alrededores del aiio Mil? Por fin —y es agut donde llegamos a lo més profundo de la confusién— los propios rmedievalistas distan mucho de ser undnimes por 1é que respecta 8 VOCABULARIO DE LA HISTORIA MEDIEVAL al contenido que se debe dar a los conceptos por ellos utilizados: segiin el sentido que se preste a Ia palabra feudalismo derivan unas intexpretaciones radicalmente opuestas de la evolucién de las sociedades europeas. Por supuesto, estas divergencias son fruto (gpor qué ocultarlo?) de desacuerdos ideolégicos. Tampoco en la historia medieval las palabras son inocentes. En tales condiciones, elegir cincuenta palabras y converttlas en claves para explicar un milenio de historia puede parecer una antiesgada proeza, Los criterios de seleccién son miltiples y los que hemos utilizado aguf no aspiran, mis que cualesquiera otros, a Ia sacrosanta objetividad. Detengdmonos en Ia letra f: ecudl es la palabra clave, fragua 0 fe? Y, en la letra r, elo es rapiia 0 rea- era? En ambos casos y en muchos otros la eleccién, para el autor de una obra de este tipo, gravita entre la provocacién y el confor- mismo. En determinadas circunstancias, se impone la primera: es necesaria cuando conviene que se admitan ideas nuevas. En otras ocasiones, cuando el terreno es bien conocido y ha sido trillado desde antiguo, no hemos evitado, de forma deliberada, el segundo ctiterio: gpara qué tender trampas, por el simple deseo de ser originales, al estudiante novel o al lector amateur? Falta por definir el dmbito de la historia que intentan cubrir Jas cincuenta palabras comentadas que el lector encontrar a con- tinuacién: — Ambito geogréfico, Abarca con priotidad a Ix Europa oc- cidental porque, sin duda alguna, es el més familiar a Ia mayorfa de los lectores. Sin embargo, para iluminar algin que otro con- cepto (herejia, imagenes...) se han hecho algunas incursiones en tettitorio bizantino, y asimismo, en los dmbitos eslavo y escandi- navo. Por el contrario, el vocabulario de a historia musulmana se ha dejado de Iado:’ al ser tan sumamente especifico, deberfa dedicarse al mismo una obra particular. — Ambito cronotégico. Las palabras comentadas intentan tra- zar la evolucién de los conceptos utilizedos durante todo el largo milenio medieval. Desde esta perspectiva, hemos huido, siempre que ello ha sido posible, de toda definicién estética: por el con- ttatio, hemos puesto el acento en los cambios de sentido, ligados a las modificaciones experimentadas por Ia historia de las socie- inrRoDUCCION 9 dades! Impotta sobre todo persuadir al lector de que la Edad Media no fue una, sino que comprendié por lo menos dos grandes fases verdaderamente distintas: Ta primera fue, bajo muchos aspec- tos, una prolongacién de Ia Antigtiedad y, de manera un tanto arbitratia, podemos darla por concluida en el siglo x; Ia segunda ccomerz5 después del aio Mil y, a lo largo de ella, se forjaron las estruccutas de la Edad Moderna, Entre ambas se sitia la gran rup- tura del siglo x1, es decir, In revolucién feudal, segtin la expresién de G. Duby. — Anibito temético. Entee las palabras comentadas @ conti- nuacién podemos distinguir tres grandes categorfas: en primer lugar, hay palabras extraidas del propio lenguaje medieval (alodio, ban, roxa, hueste, ...); vienen a continuacién aquellos términos que, si bien aparecieron en las épocas moderna y contemporiinea, designan sin embargo conceptos bésicamente medievales (corpora- cién, jeadalismo, ...); pot fin, hay palabras usuales en nuestro vo- cabulerio actual pero que guardan relacién con cosas, hechos y précticas que tuvieron una gran importancia en la vida de las sociedades medievales (limosna, arado, castillo, ...). Peto, més que el otigen de los términos comentados, lo que importa es su tona- lidad hist6rica. Desde este punto de vista, hemos intentado pro- porcicnar un repertorio tan amplio como fuese posible de los grandes conceptos de la historia medieval, en todos sus campos: historia de Ia econom{a (feria, oro, ...), del peblamiento (aldea, ciudad nueva, ...), de los paisajes (roza, bosque, ...), de las téc- niicas (arado, molino, ...), de las instituciones (sefiorlo, servidum- bre, ...) de las mentalidades {amor cortés, sobrenatural, ...), de las crcencias (dualismro, herejia, ...), etc. En una obra de este tipo, el lugar reservado a los acontecimientos es por fuerza limitado: no obstante, hemos procurado que no estén totalmente ausentes 1. Sobre este punto, remitimonos a Ja epinién de un autor acerca del cual corre el rumor piiblico de que ha reflesionado algo sobre Ios métodos de Is historia: «Las definiciones no tienen valor para la ciencia pues resul- tan siempre insuficientes. La vinica definicién real es el desacrollo de la propia cosa, pero ese desarrollo ya no es una definicién, Pare saber ¥ mostrar lo que es In vida nos vemos obligados a estudiar todas las formas de Ia vida y representatlas en su encadenamiento» (F, Engels, AntiDabring). 10 VOCABULARIO DE LA HISTORIA MEDIEVAL (invasion, reconquista, ...). Por fin, ciertas palabras permiten lan- zar una breve ojeada a las fuentes de la historia medieval (diplo- ma, crénica, gesta). En resumidas cuentas, equé se puede esperar de este libro? Ni es un diccionario ni un manual. Quiere ser sencillamente una introducci6n ~-a la vez analitica y sintética— a los grandes proble- mas de la historia de la Edad Media, Intenta también dar a cono- cet los resultados de las investigaciones mas recientes, Desde este punto de vista, fa empresa vale realmente la pena: nunca como en el curso de los sltimos veinte afios, cl mundo medieval se habia beneficiado de tantos estudios de calidad, NB. —Las palabras que se refieren especificamente a la histo- ria del arte (tales como catedral, ojiva, vidriera, etc.) han sido de- liberadamente excluidas del campo de observacién de este libro. Por un lado, la historia del arte es una disciplina auténoma que posee su propia problemstica y sus propias métodes. Por otto lado, Ja riqueza del arte medieval es tal que, en unos breves comen- tatios, s6lo hebria sido posible proporcionar una visién poco més que caricaturesca, ADVERTENCIA A LA EDICION ESPANOLA La apaticién de esta obra en Espaia me produce una doble satisfaccién: de un lado, por los estrechos vinculos, tanto alec tivos como intclectuales, que me unen a la Peninsula; de otz0 lado, por la notable calidad de la presente edicién, Debido al caricier del libro, la traduccisn ofrecia temibles dificaltades: el vocabulatio usado por los medievalistas a menudo difiere, efectivamente, a uno y otro lado de los Pitineos, y tales diferencias en los términos suponen a veces importantes variacio- nes en la definicidn y el uso de los conceptos. Jitzguese de esta difi- cultad a propésito de dos ejemplos, elegidos entre los menos com- plicados: se da el caso de que la lengua francesa posee un solo vocablo («mendiants») cuando el espafiol tiene dos («mendigos» y amendicantes»); y a la inversa, el francés esté dotado de dos palabras, de sentido casi antagénico («féodalitéy y , Sus causas no las conocemos bien, En principio, parece que guardan una relacién evidente con el medio geogesfico en que tal revolucién se produjo: el deserédito de la mujer, general en Fran- Ga del Norte, fue mucho menos sensible en los paises medite- tréneos, incluso en los momentos més sombrfos de Ja alta Edad Media. En Languedoc y, sobre todo, en Catalufia, el manteni- miento de la legislacién visigoda, mucho més fevorable a la mujer aque las normas consuetudizarias francas, habia hecho posible que Ja mujer conservase su independencia material y su personalidad jnridica, Por otta parte, a partic del siglo x1, el crecimiento eco- némico trajo consigo una mejora muy sensible del entorno vital femenino: el ajuar de los castillos se entiquecié, las habitaciones se hicieron mds espaciosas y el lujo invadié tanto el vestido como Jos adornos. Paralelamente, brot6 a la superficie una nueva fortna de sociabilidad: a los placetes brutales de las guerras privadas, los ‘castellanos empezaron a pteferir otras diversiones, més refinadas e intelectuales, en las que Ja mujer desempefiaba un papel esen- ial, Una de sus consecuencias fue la dulcificacién de Jas costum- bres sexuales: el hombre edmitié la posibilidad de que existiese iazervalo entre 1a concepcién de su deseo y su satisfaccién scisamente en este intervalo se insertaban los placeres del sentimiento, es decir, el amor cortés, TE] amor cottés puede ser definido, bien a partir de las evo- caciones que de él mismo hicicton los trovadores, bien segin las leavies de amar» que tedactaron muy eruditamente algunos ecle- amon conrés 23 sidsticos y cuyo modelo més acabado es el Tractatus amoris (hacia 1186) de Andreas Capellanus. — El amor cortés era csencialmente aristocrético y quediba, por tanto, reservado a la élite que frecuentaba Jas cortes, Era un guehacer pata ociosos, es decit, para todos aquellos que estaban liberados de toda preocupacién material y que podian gozar por ello mismo de los largos ratos libres que requeria el cultivo de tan tara especie. Ni la mujer burguesa ni, mucho menos, In cam- pesina eran dignas de las atenciones debidas a la dama, Ia cual tenfa que ser necesariamente una castellana, En este sentido, el amor cortés traducia, en el orden afectivo y sexual, una mentalidad de clase. — Era un amor adiltero, puesto que su objeto sélo podia set tuna mujer casada. La joven soltera estaba sometida a demasiadas tutelas como para responder libremente a los deseos de su aman- te; ademds, tenfa muy poca experiencia para poder comprender fas agudezas de éste, El amor conyugal ni se planteabs — Fra un amor dificil, continuamente contratiado por innu- merables trabas, sobre todo, por las que ponfan los celosos y los osengiers (calumniadores), La conquista de la dama reptesentaba asf una dificil prueba y, en iltimo extremo, una ascesis: Pieite trac aman com que laura (Cuando amo, lo paso peor que un hombre cuando labra) (Arnaut Daniel) — El amor se concebla asi como un medio de elevacién espi- ritual y también social. La dama era siempre més elevada en honor que su amante, el cual le debia por ello homenaje. Podrfa- mos preguntarnos, con René Nelli, si este rasgo no era el fruto de las condiciones originales que rodearon la invencién del amor cortés. En efecto, muchos de los primeros trovadotes —pobres diablos como Cercamén 0 Marcabréi— no tenfan ninguna posibi- lided con las castellanas que frecuentaban. Haciendo de la nece- sidad virtad, habrfan ideado entonces una forma de amor subli- mado y proyectado hacia lo imaginario. Pero, por un feliz efecto de rebote, el éxito de este nuevo ideal hubria acabado por apro- simar las altas damas a sus pretendientes y as{ los poctas de la 24 Amor conriis generacién de 1200 recogerfan los frutos sembrados por sus pre- decesores. — Sea como fuese, mar era una obligacién y quien no ama bba era como un muerto en vida: Ben es morts qui d’amor non sen (Bernat de Ventadorn). — Amar, por descontado, peto gcon qué clase de amor?, gcar- nal o platénico? La poesia en lengua occitana oscilé siempre entre ambos extremos. Desde Guillem de Aquitania al Roman de Fla- menca, una soberbia corriente erética recorrié toda Ia literatura occitana. Pero, a la inversa, Jaufré Rudel inyenté el mito «super- idealizado» (R. Nelli) de la princesa lejana (domna de lonb) quien, lejos de su amante y jamés vista por éste, representaba sin embar- g0 Ia perfeccién del amor. La cortezia fue, en primer lugar, un hecho tipicamente occ tano, la sefial de identidad de una cultura. La literatura que sus- cité en esa lengua es una de las més hetmosas y ricas que haya conocido Europa. Pero también es una de las mas diversas: en la actualidad, conocemos cvatrocientos sesenta trovadores, algunos por un simple fragmento, otros por la totalidad de su obra. De uno a otro poeta varlan enormemente tanto el estilo como Ia ma- nera de componer y de cantar (el trobar): trobar planb (sencillo), ric (rico) y, con una especial predileccién, aquel trobar clus (her- mético), con acentos de Mallarmé, cuyo maestro fue Arnaut Da- nicl. En resumen, un erudito ha podido divertitse (?) contando hasta 817 tipos de estrofas y mil y una férmulas de rima en la poesia occitana de la Edad Media. La influencia de esta lirica y de los temas que vebiculaba fue inmensa, [En Catalusia, la poesia occitana se desarrollé sobre todo cen la segunda mitad del siglo xi, esto es, en Ia época de Alfons I, por razones histérico-politicas evidentes: en 1166, el monarca ca- talano-aragonés recibfa en herencia el marquesado de Provenza. El primer trovador catalén conocido es Berenguer de Palol, vasallo de Gausfred IIT de Rossell6; pero, sin duda, uno de los mejores ppoetas catalanes en lengua occitana fue Guillem de Bergueda (1138-1196) de quien se conservan 31 poesfas impregnadas de una fuerte personalidad. Destaquemos también los nombres de Huguet de Mataplana o de Guillem de Cabestany. Al lado de estos al AMOR conrtis 25 ceffores feudales y trovadores ocasionales, aparecié también la figura del trovador profesional, cl més importante de los cuales fue sin duda Cervetf de Girona (1259-1285), al servicio de Jaime I vy Pedro el Grande,] EI hélito del fin'amor pasé primero a Ja lite- Tatura en lengua francesa. En este sentido, desempeiié un papel decisivo Leonor de Aquitania quien, nacida en Occitania, contrajo matrimonio sucesivamente con Luis VII de Francia y con Enri- {que II de Inglaterra, introduciendo en sus cortes respectivas, no sin cierto escindalo, los usos corteses del mundo mediterréneo. Su accidn, continuada por sus hijas e hijos (uno de los cuales fue Ri- cardo Corazén de Leén, el principe poeta) contribuyé a elevar momenténeamente la lengua occitana al rango de lengua de cul- tura europea y a suscitar por doquier poctas émulos de los trova dores: desde Teobaldo de Champatia a los Minmesiiger alemanes,* ‘Oceidente sintonizé con Ia onda del amor cortés. [A través de las pereptinaciones a Santiago, Ia lirica occitana del siglo xr legs a influir también en Ia cultura poética galaico-portuguesa: las canti- gas de amor tetinen casi todos los elementos caracteristicos del amor cortés, al igual que las cantiges d’escarnbo recogen la tradi- cign de sirventés provenzal.] A pesar de cierto retorno de la miso- ginia, detectable en Ie literatura burguesa (por ejemplo, en. los abliaux)? la herencia de los trovadores franqued el umbral del siglo x11: a través de Dante quien, en su Divina Comedie, recor- daba a Sotdel y a Amaut Daniel («Yo soy Arnaut que lloro voy cantando») y a través de Petrarca y su Trionfo d'amore, el 41, Reciben ef nombre de Minnesinger los poetas en lengus slemana que cultivaton una poesia lirica inspirada en ta obra de los trovadores occite ros. El mis importante de ellos fue Walther de la Vogeloveide (1170-1228) (N. del t) . 2, Tipicos exponentes de la Hitetatura en lengua vernécala de inspira- dn burgnesa, lot foblienx dels. x1 eran erclatos breves nacidos con la intenciin de hacer reir y de divertico (J. Paul); los temas més frecuentes fueron el antifeminiamo y el antclericaismo, annque también se ha que- 180 ver en Toe fablionx wna intencién atistocrtica, Le primera coleccién de feblianx en castellano es el Libro de los engaos ¢ los aseyanientos de las mugeres, taducido del érabe a mediados del siglo xu1r; también se ha quetide ver une hella de los fobline en el Libro de buen anor del Ar ciprests de Hita, (N. de! 1) 26 ARADO jenio pottico de la cortezia vendrfa a iti genio po cio Is cortezia vendrfa a irtigar toda une corriente del Bibliografia: Hist, lttéraire de la Prance ogi de la France (64); J. Paul, Hist. intelec- ‘IML compl: el. Matson, Les troubadour, Sel, Pais, 1961; R lelli, L'votique des troubadours, Privat, Toulouse, 1963. (ML de Riquer, Los trovadores, Planeta, Barcelona, 1975, 3 vols.] 4. ARADO. 1a adopcién del arado de vertedera en lugar del atado romano te silo consis pata muctas regines de Fora una iransfor acién radical de las préctioas del trabajo campesino si fue también una revolucién técnica de capital importancia, preha. da de progtson para la economia aoa Oran rei El atado romano y el de vertedera tenfan muchas caracterati- cas comunes; ambos estaban formados por el ensamblaje (distinto segiin los modelos) de cuatro elementos bisicos: la reja, que abria el surco; el dental, donde se encajaba la reja y que se destizabs or el fonda del surco; el tins 0 eje de teacin que una a fental con el yugo; y la (0 las) esteva(s), pi nit digs el arodo. Sin embugo,ente sor dor pers wobec las existfa une diferencia fundamental; el arado romano eta un instrument de foun smetin que ava else vetaientey ech a erm ot dor lads del sro; oto tgo ext prox vertedera, esto es, de una pieza anche, de for curva, que iba sueta un solo lado dl ‘onda Fate sbadide e cab susanciolmente Ia naturale del trabajo de labranzaefe- twado: Te vertedera desmenuza3a la tierra en profundidad, echaba Jos tetrones a un solo lado, adosindolos unos a otros y, media se volteo continuo, sacaba a la superiicie un suelo nacvor El problema del paso del arado romano al de vertedera ha ‘ARADO at suscitado muchas conttoversias entre Jos historiadores y todavia hoy no ha sido resuelto del todo. Sin embargo, una cosa parece segura: a pesar de 1a afirmacién de numerosos autores (quienes se basaban en la interpretacién incorrecta de un texto de Plinio), la ‘Antigiedad no habfa conocido el arado de vertedera. Ello no es Sbice pata que, con anterioridad a las invasiones germénicas, el arado romano hubiese experimentado algunos perfeccionamientos jue, en un momento posterior, pudieron ser aprovechados por el arado de vertedera; los dos mas importantes, realizados sin duda entre los celtas, consisticton en el affadido de un juego delantero de ruedas (que, por un lado, facilitaba al labrador el manejo del arado y, por otro, permitfa chacer palancan, esto ¢s, regular @ voluntad la penetracién de Ia reja) y en Ia colocacién, en la parte Gelantera del arado, de una cuchilla, pieza cortante vertical que abrfa la tierra antes de que pasase la reja, permitiendo que la accién de ésta fuese mucho més eficaz. Para llegar a la innovacién decisiva —la vertedera— hay que esperar por lo menos hasta ef siglo vi. Este progreso que, por sf solo, basta para distinguir ambos tipos de arados debe ponerse en el haber del campesinado de Euro- pa oriental: en todo caso, los resultados més recientes a que han Tegado las investigaciones arqueoldgicas y lexicogréficas coinciden en situar en el mundo eslavo (zMoravia?) la primera aparicién del arado de vertedera; pot lo demés, el vocabulario eslavo que giraba fen tomo a la palabra plug y cl léxico relativo a todas las técnicas de labsanza debfa conocer una asombrosa fortuna en todas las len- guas del Noroeste curopeo. La transmisién del atado de vertedera ‘a Occidente se realizé sin duda a través de los pueblos escandi- navos (en Inglaterra y Notmandfa fueron concretamente los da- neses) y su difusién por las campifias occidentales —lenta y muy dificil de fechar— tuvo lugar en Ia oscura época que transcutte entre el siglo 1x y el siglo x1. Para entender cabalmente el alcance del cambio ccurrido, es necesatio relacionar Ja citada innovacién con Jas restantes muta- ciones tecnol6gieas que conocié el mundo agrario medieval, tanto en el émbito de la utilizacién de la energia como en el de la difu- sign del metal, El empleo del arado de vertedera, ligado a la prfc- tica de una Isbranza profunda y, por ello mismo, muy dura para 23 ARADO el campesino s6lo podia tealizarse mediante un aumento conside rable de Ja fuerza de traccién animal. Una solucién podia consi fen aumentar el mimero de los animales de tiro: ast sucedia @ finales del siglo xr en Inglaterra, donde el arado de ocho bueyes> se convirtié incluso en una unidad de imposicién fiscal. Pero el problema se resolvid més bien mejorando los métodos de trac- cién, La invencién de Ja collera rigida, rellena de borta o paja, permitié aplicar a la agricultura la fuerza mottiz del caballo. En realidad, no sabemos dénde ni cusndo se realizé ese innovacién, si fue fruto de una larga fase de experimentacin en Occidente 0 tun préstamo recibido de Ins civilizaciones némadas de Asia cen- tral. La mencién més antigua relativa al caballo enganchado a un instrumento aratorio procede de Norucga y debemos situarla en el liltimo tercio del siglo 1x. En todo caso, la difusién de la traccién ‘equina cortié paralela a la del arado de vertedeta; por ejemplo, esté suficientemente atestiguada en Normandia a finales del siglo xa, tanto a través de los textos como de Ia iconograffa (Tapiz de Ba. yeux). La utilizacién de Ia pareja caballo-erado de vertedera como sustitutivo del buey-arado romano suponia otra cuestién previa: Jn posibilidad de utilizar ampliamente el hierto en el trabajo de labranza. Ante todo, para proteger al animal: Ia hetradura, oriunda de Asia, hizo su primera aparicién en Europa poco después del afio 800. Pero muy especialmente, para obtener una mayor effca- cia del instrumento aratorio; la mayot patte de los arados romanos de la alta Edad Media eran integramente de madera. A partir de los siglos x y x1 sc generalizé el empleo de rejas de hierro que, al principio, eran unos objetos ten apreciados como para figurar, en tanto que tales, en los testamentos. Asimismo, se divulgé el uso de los euchillos de hietro y, en acasiones, Ids propias vertederas, due en su origen eran simples tablas de madera més o menos ala. beadas, se confeccionaron también de metal. Los resultados de todos esos progresos fueton espectaculates. Sin exagerar, podemos decir que la difusién del arado de vertede. ta permitié poner en cultivo las grandes lanuras de Europa sep. tentrional, hasta aquel momento abandonadas en su mayot patte al bosque y al pantano, Las rozas pudieron, al fin, multiplicarse en ‘ARADO 29 furas ‘tiertas atcillosas que habian permanccido rebeldes al a eae tents afte ol aado de vertedera pesele,ademds de un mayor poder de ataque, la ventaja de abrir surcos anchos y profundos y, por tanto, de dienar efcazmente cl suslo. Ast pues el despegue de Ja economia agtaria en Europa septentrional debe ponerse en relacién con las nuevas técnicas aratorias. ¢Queremos ecie con ello que, al permanecer fiel al buey y al arada romano, Ja Butopa’' meridional perdi6 su oportunidad? Serfa una conclusién cexcesivamente simplista, En aquella parte del continente, que, en una fecha fija, los campe- sinos debfan Ievar al casti‘lo. ¥ lo que era ain més grave: el sefior anal sé acostumbré pronto a realizar una puncién regular sobre Jos recursos de los hombres a él sometidos. Esta percepcidn recibié nombres distintos segtin las regiones pero, significativamente, todos ellos eran siniestros: Ia falta (de follere, ‘artebatat’) provenzal 0 del Languedoc, la forcia catalana o la talla de las regiones central y septentrional de Francia. La talla, que més tarde serfa un im- puesto real, tenfa asf su origen en una exaccidn sefiorial. Para entender cabalmente el papel que desempefié el sefiorlo anal en la historia de la sociedad medieval, es necesario tener pre- sente el contexto econdmico de la época en que apareci6. El si- glo x1 fue el momento en que la expansin agricola empez6 a dar sus frutos, cuando las tierras roturadas se cubrieron de cosechas, se multiplicaron las plantaciones de vifiedos y se comenzaron a comercializar los productos ageicolas. El ban seforial fue ef ins- trumento por medio del cual los primeros excedentes, obtenidos gracias al esfuerzo de los campesinos, fueron confiscados por la clase dominante. Merced a los beneficios que generaba, el sefiorfo banal, fruto del crecimiento, significé una mejora de conjunto del nivel de vida de la aristocracia y, al mismo tiempo, un aumento considerable de los efectivos numéricos del grupo nobiliario, Po- dla considerarse al sefiorlo banal como la base material sobre Ia que se construyé el edifico feudal. Ello trajo consigo, como coro- Iario, una nivelacién por abajo de Ia situacién campesina: libres sine oa oa Bosque, 33 y no libres, uniformemente sometidos ya al ban castellano, se vieron confinados en una misma —y deteriorada— condicién. Des- de mediados del siglo xr aproximadamente, la principal linea divi- soria en el seno de Ia sociedad pasaba entre Jos duerios del ban los sébditos del mismo: por un lado, los caballeros; pot otro, los manentes (0 habitantes del distrito sefiorial). P, Bonnassie, Catalunya (22); G. Duby, Maconnais (25); . Duby, Guerreros y campesinos (11); G. Duby, Economia ra ral (38); R. Fossier, Histoire sociale (48); J. P. Poly, Proven- ce (30). 6. BOSQUE Hasta el siglo x1, ef bosque continuabs dominando el paisaje ceuropeo: su extensi6n era aproximadamente Ja misma que en la época celta e incluso protohistéries, El érbol aparecia por doquier y esta omnipresencia viene atestiguada por todo tipo de fuentes, ‘tanto escritas (polipticos, capitulares, textos hagiogréficos) como no esctitas (polen {6sil); los innumerables topénimos de origen arbéreo que subsisten hoy dia aportan una prueba suplementaria de dicha extensién, Esta cobertura boscosa era particularmente tur pida en Europa septentrional: en Germania (por ejemplo, los gi gpantescos bosques de Turingia y de Sajonia), en Inglaterra (Ios bosques de East Anglia, de Essex, de Kent...) y en la Galia del nordeste (bosques de los Vosgos o de las Ardenas). ‘También Europa mediterrénea contaba con importantes macizes cubiertos de bosque , por lo menos, de matorral, En resumidas cuentas, puede decirse que el poblamiento quedaba limitado a algunos calveros ‘que emergian de aquel mar de vegetacidn; pensemos que Ingla- terra apenas contaba con poco més del millén de habitantes (!) « finales del siglo x1. 4. — porous 34 Bosque ‘Todo ello quiere decir que el bosque desempefiaba un papel esencial en la vida de los hombres. Ante todo, en su economia, si tenemos en cuenta que gran parte de ella continuaba basada en la caza y en la recoleccién. La primera proporcionaba una parte im- portante de le alimentacién cétnica, mientras la segunda aportaba ‘una amplia gama de productos de primera necesidad: los frutos sil vestres, Jas bayas y las rafces podian calmar un poco el hambre de los hombres, al igual que Ia miel de los enjambres; 1a corteza de Jas encinas servia para el curtimiento de las pieles; los Arboles resinosos proporcionaban la pez y la brea; la cera permitfa mante- ner el alumbrado de las iglesias y de las viviendas mis ricas... Pero, sobre todo, Io més esencial era Ia madera, hasta el punto de que la civilizacién medieval puede ser definida, por muchos con- ceptos, como una civilizacidn de la madera, Su utilizaci6n era mil- tiple: de madera se construfan todavia la mayor parte de las casas (tanto en el campo como en la ciudad) y de las fortificaciones (por cjemplo, los castillos construidos sobre motas), asf como los ins- trumentos agrfcolas; por otra parte, la madera era el vinico com- bustible que se podia utilizar, tanto en los hogares domésticos como en la metalurgia. Por fin, el bosque era una inmensa zona de pastos, ya que la ganader‘a de la alta Edad Media tuvo siem- pre un cardcter extensivo y era en los bosques esencialmente donde hhallabgn su sustento las manadas de caballos, y los rebafios de ovejas y de cabras, mientras los cerdos, pertenecientes a una es pecie atin semisalvaje, vivian en los bosques formando inmensas piaras de varios centenares e incluso millares de cabezas. El bosque desempefieha también un importante papel en la vida econémica y social, debido a su doble funcién de frontera y de refugio. Fn tanta que frontera, los grandes macizos forestales servian de limites entre didcesis, principados y reinos (por ejemplo, el macizo de Argonne hacla de frontera entre Francia occidental y Lotaringia). Como refugio, el bosque acogia a los fugitives, a los vencidos 0 a los situados fuera de Ja ley (fue, por ejemplo, en el bosque de Morrois donde se escondieron Tristin e Tsolda huyendo de fa venganza del rey Marco), proporcionando abrigo también a las bandas de maleantes. Pero Ja presencia abrumadora del bosque influfa también en el BOSQUE 35 finimo de los hombres, quienes se forjaron acerca del mismo unas representaciones mentales bastante complejas. El bosque era, antes que nada, el reducto del miedo, de un miedo motivado sobre todo por el peligro que suponfan los seres —reales 0 imaginarios— que Jo frecuentaban: animales salvajes (lobos, osos, jabalies y, hasta el siglo 1s, incluso utos) pero también hombres salvajes y eriararas semianimales y semihumanas como ogtos, estrigas, hombres-lobo, El bosque eta también el mundo del misterio y de lo maravillos fn tanto que refugio de mitos precristianos, estaba poblado de genios, hadas, hechiceros y todo tipo de seres sobrenaturales, de Jos que guardan vivo recuerdo los romans del ciclo «bretén> per- tenecientes al siglo xit. Era, en definitiva, el bosque sagrado al cual se continuaba rindiendo un culto pagano que la cristianizacién fue incapaz de abolir del todo, Es mas, el propio cristianismo medie~ val continuatfa atribuyendo al bosque un carécter sagrado: a los hechiceros sucedieron los eremitas y, con cartujos y cistercienses, hhabria de desarrollarse una forma especificamente forestal de mo- aquismo, puesto que fue en los desiertos cubiertos de bosques donde establecieron sus habitats las nuevas drdenes religiosas del siglo xu. ‘Las grandes roturaciones, que, antes que nada, consistieron en grandes talas de drboles, supusieron una ruptura redical en la his- toria del bosque. Sigue siendo discutida Ja fecha del inicio de las roturaciones: parece no haber duda de que, a partir de los siglos vit y vii, los calveros comenzaron a ensancharse, pero fue a pattir del siglo x1 cuando, estimmulédos por el crecimiento de la pobla- Gin y favorecidos por los progresos del utillaje, los desmontes se femprendieron de forma sistemética. Arrancido y quemado, el Arbol cedi6 el puesto a las tierras de labranza 0 a la pradera. Ya ene siglo x1it, del viejo macizo forestal herciniano, después de ser mutilado por las hachas y las sietras, s6lo quedaba el recuerdo bajo Ie forma de pequefios bosques residuales. Y, al tiempo que se transformaba el paisaje, cambiaban también las actitudes del hhombre hacia el dzbol. Acabsba la época del érbol-divinided y co- menzaba Ja del drbol-mercancfa, Para entender cabalmente esta mutacién, es preciso subrayar que, en su afin por aumentat la produccién agricola, los rotura- 36 nosque, dores habfan Wegado demasiado lejos. En muchas regiones, el desmonte fue tal que ocasioné una auténtica ruptura de equi brios: as{ sucedi6, por ejemplo, en Flandes donde, ya en el alo xm, se hizo sentir draméticamente le falta de espacios bosco- 08; lo mismo ocurrié en la Alta Provenza, devastada por el desa- rrollo de la treshumancia. [Aungue, como apunta J. Klein, no se pueda hacer responsable tinicamente la deforestacién de Cast al desarrollo de Ja ganaderia trashumante, no es menos cierto que los privilegios concedidos a la Mesta, desde 1273 hasta la época de los Reyes Catélicos, contribuyeron a la degradacién de los bos- ques castellanos. Subraya el citado autor que, si bien gtan parte de In legislacién de los Reyes Catélicos iba encaminada a Ia con- servacién de los bosques, lo era en beneficio exclusive de los rel ios y «por lo tanto, de corto alcance para asegurar Ja perpetuidad de los bosques>.] La escaser. de érboles provocs su encarecimiento, por lo que los posesores de bosques procuraron reservarse exclusi- vamente los beneficios que generaba su explotacién. En primer lugar, los reyes: In monarqufa anglonormanda ya habia dado el ejemplo al atribuirse como propios, a rafz de la conguista, una stan parte del bosque inglés y al colocarlo bajo un régimen espe- ial —el King's Forest— que le dispensaba una proteccién pat- ticularmente severa. La misma voluntad de proteger los bosques la podemos encontrar en Francia a partir del siglo x11 y, sobre todo, del xv, como lo muestra la ordonnance de Felipe VI en 1346. Pero fueron sobre todo los sefiores, laicos y eclesiésticos, quienes, conscientes del valor mercantil de sus bosques —en oca- siones les reportaben més ingresos que las tierras de cultivo—, los convirtieron en «dehesa» y prohibieron el acceso de los campesinos ellos, El bosque, que en un principio habsa sido un bien disfru- tado por todos, se convirtié en la fortuna de unos pocos. Mediante Ia creacién de «cotos», la caza lleg6 a ser también un monopolio sefiorial, El pastoreo de los animales y, por tanto, de los rebafios 1. La legislacién especial de los bosques ingleses queda plasmada en la Assise de los bosques de 1184. Se calcula que, en Ia época de Enrique TT (154.1189), los bosques reservados a la corona inglesa cubsian aproxima ddumente la tercera parte del reino. (N. del 2.) CABALLERIA 7 necesatios para la subsistencia de Jas familias campesinas fue pro- hibido o severamente reglamentado. Igual sucedi6 con el corte de madera. Por doguier se nombraron agentes y guardas forestales, particularmente odiados por os campesinos, que se encargaban de reprimir las infracciones. De esta forma fueron recortados los an- tiguos derechos de uso de las comunidades de aldca. Los resenti- mientos provocados por estas acciones no tardaron en aflorar a la superficie: es interesante observar que las grandes insurrecciones ‘campesinas del siglo xxv estallaron en regiones muy desforestadas —como el Flandes maritimo 0 el Beauvaisis— donde los derechos de uso habfan sido particularmente pisoteados. Bibliogrofia: Ch. Higounet, Paysages (40); Hist. de la France rura- le (41), Bibl. compl.: T. Sclefert, Cultures en Haute-Provence: déboisements et paturages au Moyen Age, Paris, 1959, UJ. Klein, La Mesta. Estudio dela bistoria econdmica espafiola, 12731836, Alianza Editorial, Madsid, 19797, R. Pastor de Togneri, Resistencias y luckas campesinas, ha estudiado en cierta amplitud los conflictos que enfrentaban a les comunidades de aldea de Cas- tille-Leén (xr-x11) con Jos poderes sefforiales por el espacio gana- dero.] 7. CABALLER{A En el concepto de caballeria es muy dificil sepatar el mito de la realidad. Bs el mito (el del caballero impregnado de altos idea- les y vergador de los oprimidos) ef que ha sobrevivido en las men- talidades colectivas a través de Ia leyenda, de la literatura y, por tiktimo, del cine. O dicho de otra manera: In imagen que genetal- mente nos hacemos hoy del caballero medieval es una imagen ideal y coincide precisamente con la representacién que queria dar de sf misma la casta caballeresca y que, pot trovadores interpuestos, ha 38 CABALLERIA conseguido imponetse « la opiniSn. Tntentemos volver a la realidad. Pero, antes de analizar los origenes de la cabsllerfa como grupo social, veamos la evolucién del combatiente a caballo que acabarta por dar nombre a aquélla, En la técnica militar, el papel del gue- rero a caballo empezé a ser predominante de manera casi abso- uta ya a finales del siglo 1% gracias a diversas innovaciones, entre ellas, la aparicién del estribo. La palabra miles (pl. muilites), que en latin clésico designaba a cualquier tipo de combatiente, vio res tringirse de forma progresiva su significado pare acabar por apli carse tinicamente a quienes luchaban a caballo. E! momento crucial de esta evolucién debemos situarlo en torno al afio Mil (en Fran- cia central y septentrional) a lo largo del siglo x1 en las regio- nes mediterréneas. No sélo la palabra miles y su equivalente po- pular cabailarius se difundieron con rapidez en Ia lengua escrita y hablada, sino que ambos términos se utilizaron para calificar @ una categorfa social especifica, eQuignes eran esos milites? Sin duda alguna, en la época a que nos estamos refisiendo, eran gue- rrezos privados; es decir, formaban aquellas tropas vasallas de combatientes a caballo que los poderosos —con mas exactitud, los castellanos— reunfan en torno suyo y a quienes encomendaban Ja custodia de sus castillos, ¢Cual era la misién de esas tropas? De- fender los intereses de quienes dependian, pero tambign extender el poder y la fortuna de éstos, atacando por ejemplo las castella- nas vecines. Su misidn era también la de aplicar el ban del caste- Iano y garantizar, en detrimento de los sibditos campesinos, la percepcién de los beneficios que se obtenfan del citado ban en forma de tributos y exacciones. En su origen, Ia caballeria se nos aparece as{ como un instrumento de coercién 0, para ser mas cla 10s, de opresidn social, El crecimiento, répido y muy importante, del grupo de Jos milites no podsla entenderse, por otra parte, si no tuviésemos en cuenta el sensible aumento de la puncisn reali- zada sobre la economia campesina. La actuacién de la Iglesia fue decisiva en el nacimiento y en Ia formulacién del concepto de caballeria, Al principio, la opinién de Jos eclesidsticos era con frecuencia muy hostil a les maniobras de los milites. Y ello por dos razones: en primer lugar, porque muchos dominios eclesiésticos tuvieron que suftir les exacciones CABALLERIA 39 anales y, en segundo lugat, porque una parte del clero era sensi- ble a los sufrimientos de las capas bajas de la poblacién e hizo causa comin con ellas. Pero, ante la imposibilidad de conseguir un cesc de las violencias, se Hegé a un compromiso: por una parte, s¢ intenté frenar Ios excesos de las guerras privadas (mo- vimiento de la Paz de Dios) y, por otra, se desvid el apetito de combate de los milites hacia objetivos mas acordes con el espiritu cristiano, esto es, la lucha contra las injusticias y Ia guerra contra los infieles. Este nuevo ideal, ya anunciado a mediados del siglo x pot Odén de Cluny en su Vida de Géraud d’Aurillac, acabatia por desembocar en la proclamacién de la Cruzada, Pero esta moraliza- cién de la violencia tuvo su contrapartida; Ja Iglesia acabé por reconocer la existencia de un «orden militar», que incluia en su seno tanto a los viejos linajes nobiliarios como a las nuevas fami- lias de milites; ese «orden» era considerado como indispensable para la armonfa universal y, por tanto, se veia legitimado por la voluntad de la Providencia Vemos asf que los milites fueron ennoblecidos moralmente antes de serlo juridicamente. Su integracién en las filas nobiliarias planteaba grandes problemas debido, por un lado, a su muy ele- vyado miimero y, por otro, a su oscura extraccién social, Si algunos milites ya estaban vinculados, aunque fuese de forma marginal, con linajes nobles, Ja mayor parte descendian de antepasados cam- pesinos; conctetamente, procedian de aquella capa superior del campesinado formada por los aldeanos alodiales, Por tanto, se im- ponfa una prueba selectiva, que acabé por tomar Ja forma de un tito de iniciacién, Iamado espaldarazo, palmada [o pescozada como dicen Las partidas de Alfonso X de Castilla]; como sus nombres indican, el rito consistia en el golpe solemne dado al aspirante por su padrino con la palma de la mano o con la parte plana de la espada en la nuca 0 en el hombro, Era asf como el espaldarazo convertia al combatiente a caballo en caballero y crea- ba la caballerfa como una parte integrante de la nobleza. El pres- Aigio que adquirié muy pronto la citada ceremonia y el earécter sagrado que le confirié Ia Iglesia (vigilia de oracién, bendicién de las armas, juramento sobre los Evangelios y comanién) hicieron que muchos nobles de nacimiento se hicieran armar caballeros 0, 40 CABALLERIA como dice L. Génicot, «adornasen su nobleza con Ja caballerfan, En el siglo x1, la préctica del espaldarazo lleg6 a set casi general ‘en el medio social nobiliario. Nobleza y caballerfa acabarfan por confunditse, salvo en algunas zonas petiféricas de 1a Cristiandad como Germania o el reino de Aragdn) donde se continuaba subor- dinando estrechamente los milites a los nobiles. [En efecto, en las Cortes del reino de Aragdn, el estamento nobiliatio estaba subdividido en dos «brazos» distintos: el de los ricos-bombres 0 magnates y el de los caballeros. Aunque por poco tiempo (entre 1388 y 1405), también el grupo nobiliario de las Cortes catalanas se dividié en dos «brazos»: el de los barons y el de los cavallers y homens de paratge.) A pesar de todo, el acto de atmarse ct- balleto habria de conservar hasta el final de Ja Edad Media —y aun después— su funcién selectiva: las festividades (banquetes, torneos, ...) que progresivamente se fueron afiadiendo a la ceremno- nia Iegaron a ser tan costosos que bastantes Tinajes se lo pensa- ron macho antes de atmar caballeros a sus vistagos, quienes de- berfan contentarse, a veces durante toda su vida, con Ia condicién subalterna de escuderos. [En los reinos hispanicos, desde fecha relativamente tempra- ina, Jos milites quedarfan asimilados a la nobleza de linaje y, junto con ella, formarian una nobleza de segunda categorfa, netamente diferente de la alta nobleza o nobleza de servicio constituida por magnates y barones: ya en el siglo x, en el reino asturleonés eran considerados nobles de linaje los milites y caballarii; y, a finales de la misma centuria, se aplicé en el condado de Castilla la con- dicién jurfdiea de infanzones a los hombres libres que poseyesen caballo. Como simbolo de esta fusién entre nobleza y caballeria, Ia nobleza de linaje era calificada en la Castilla bajomedieval con los nombres de caballeros infanzoues 0 caballeros fijosdalgo. Ahora bien, junto a esta nobleca de segunda categoria, donde conflufan nobleza de sangte y caballeria, las caracteristicas especiales de la sociedad castellana fronteriza con el Islam trajeron consigo a for- macién de un grupo social —los caballeros villanos— que no se definia por el lingje ni por el ingreso, mediante la caballetia, en las filas nobiliatias. Desde el siglo x, las necesidades defensivas y las peculiaridades de la repoblacién fronteriza hicieron que algunos wi CABALLERIA at propietarios territoriales de condicién libre y Jo suficentemente acomodados como pata mantener un equipo de cabellero, recibie- sen importantes privilegios y exenciones, formando una auténtica caballerfa popular 0 villana, Con el tiempo, el crecimiento urbano y el desatrollo de los grandes concejos trajeron igualmente consigo ia concesién de privilegios a quienes poseyesen un caballo y forma- sen patte de las milicias concejiles a caballo; fueron llamados su- cesivamente caballeros pardos (siglo x11), caballeros cittdadanos (siglo x1m) y caballeros burgueses (siglo xv). Desde el siglo xu (y de manera general para Castilla Leén a partir de 1348), la ere- ciente necesidad de aumentar el ntimero de caballeros en villas y ciudades hizo que, de libremente aceptada, Ia condiciéa de caba- Hero ciudadano pasase a set obligatoria; es decir, todos aquellos que tuviesen determinado patrimonio (cuya cuantfa se regulaba en Jos fueros) quedaban obligados a poseet un caballo y a cumplix el servicio militar; fueron Wamados caballeros de qilantia 0 caballe- ros qilantiosos. En general, este grupo social de caballeros villanos empez6 a monopolizar los cargos concejiles Hegando a constituir tuna oligarquia urbana semejante al patriciado de las ciudades europeas.] Entre el siglo xir y el xvi1 —desde el Roman de Brut a Don Quijote— Europa se nutsié de literatura caballeresca, Comenzé con la composicién de largos romans ' versificados que, de entrada, constituyeron ya sus obras maestras. Destaquemos entre ellos los Hamados «romans de la Antigitedady que trasladaban los hétoes del mundo grecotromano a la época feudal. Peto, sobre todo, los romans del «ciclo bretén» que exaltaban las aventuras de los ca- balleros del rey Arturo (0 Artis) como el Romar de Brut, de Robert Wace, los romans de Chrétien de Troyes (Evec 9 Enide, Cligas, Lancelot, Y vain, Perceval) e incluso el roman occitano de 1. Aunque suele ser frecuente traducit en este comtexto, roman por senovelan (se habla asf, por ejemplo, en las anovelasy de Chrétien de ‘Tro- yes) nos ha parecido mis oportung conservar el original francés roman ‘Como es sabido, poner un relato en rovran (nombre genérco que recibfan todas Tas lenguas neolatings) querla decir verterlo a Ja lengua romance; en este sentido, el Roman d’Enéas, por ejemplo, no signficata otra cosa que «Eneas en lengua moderna» (M. de Riquer). (N, del t.) 42 CABALLERIA Jaufre. La amplia problemética que ha suscitado esta literatura puede agruparse cn torno a dos cuestiones esenciales: la de sus ‘origenes y la de sus temas, Acerca de los origenes, existen dos tesis contrapuestas: para algunos, el mito artitico ~-la «materia de Bretafia», como se decia en el siglo xir— habria sido proba- blemente divulgado a través de las obras semifantésticas de algu- nos historiadores ingleses como la Historia de los reyes de Ingla- serra de Guillermo de Malmesbury 0 la Historia de los reyes de Bretaiia de Godofredo de Monmouth, ambas redactadas en Jatin, Pero, ciertas investigaciones recientes muestran que no se deben subestimar ciertas influencias propiamente eélticas como, por ejem plo, la de los bardos armoricanos, galeses 0 de Comualles, En cuanto a los temas, dos de ellos predominan de forma aplastante: el amor y la proeza. El amor, encarnado magistralmente en el com- plejo personaje de Ia reina Ginebra, se transformaria muy pronto en el amor cortés; a este respecto, fue decisiva la introduccién de Jas costumbres metidionales en las cortes de I'llede-France y de Champaiia, asi como la atraccién ejercida por la Hitica en lengua occitana. La aficién por la proeza, exaltada hasta la desmesira, reptesentarfa por su parte la seiia de identidad del medio social que vio nacer esta literatura: en efecto, la sublimacién de la violencia era inherente a la génesis y al desarrollo de la caballeria Bibliografia: P. Bonnassic, Catalunya (22); G, Duby, Maconnais (25); G. Duby, Guerreros y campesinos (11); G. Duby, Hombres y es- sructuras’ (46), G. Duby, Tres drdenes (47); Noblesse au Moyen Age (52); J. P. Poly, Provence (30); P. Toubert, Latium (31); Hist tittéraire de la France (64). IC. Pescador, eLa caballeria popular en Ledn y Castilla», en Cua dernos de Historia de Espaia, Buenos Alves, XXXULXXXIV y XXXV-XXXVI, 1961-1962. M. I. Pérez de Tudela, Infanzones y caballeros. Su proyeccién en Ia esfera nobiliaria castellanoleanesa (6. IXXD, Madrid, 1979.1 CASTILLO. 43 8. CASTILLO Dentro de Ja amplia problemética de Jos castillos medievales vamos a considerar aqui —quiz4s un poco arbitratiamente— tres principales puntos de interés: geuindo y por qué se cubrié Euro- pa de fortalezas?, eudles fueron sus funciones? y gcudles sus tipos? Las tres preguntas nos conducen a un terreno frontetizo centre la historia medieval y la arqueologia o, para ser més exactos, aquella rama de Ia arqueologfa que hoy Ilamamos «castillologia»-! Las fortificaciones medievales mas antiguas profongeban la tra- dicign de la Antigtiedad, mas exactamente, la de los oppida pretro- manos cuyos emplazamientos fueron reutilizados por aquélles. Hasta el siglo sx, los materiales usados eran todavia Ja madera y cl barto, y Jos recintos asf construidos servian ante todo como refugios temporales. Presentan ademés grandes analogias de un extremo a otro de Europa: desde los burbs anglosajones o los re- cintos citculares escandinavos a los «cercados» (cours) de planta circular 0 cuadtada de la Galia septentrional y de Germania 0 los grody eslavos. Fue a lo largo del siglo x cuando se empezaron a realizar nuevas expetiencias, tendentes a combinar en una misma construccién las necesidades de la defensa y las de a resi- dencia, experiencias que darian nacimiento a los verdaderos cast llos. Surgieron sobre todo en las regiones fronterizas de la Cr tiandad, por ejemplo, ea las zonas de contacto con Al-Andalus: 1,_Fxisie una publicacidn dedicads hoy a esta disciplina: Chéteau-Gail- lord, Etudes de casteliologie médiévele, editada por el Ceatte de recherches archéologiques de la Universidad de Caen. (Para lz Peninsula Thérica no existe ninguna publicacién parecida si exceptuamos el Boletin de la Asociz- cidn Espaicla de Amigos de los Castllos. Como visién de conjunto, véin- se el Corpus de castllos medievales de Castilla, varios autores, Ed. Cla. vé S.A, Bilbao, 1974; y Els castells catalans, vatios autores, R. Dalmau, ed, Barcelona, 1967-1975, 6 vols.) 44 ‘CASTILLO partir del siglo x, se contaban por decenas cn Catalufia y, en Cas- tila, debian ser tan abundantes como para acabar por dat su nom- bre @ la regidn, Después del afio Mil, Ia construccién de fortifica- ciones fue un fendmeno general que debemos poner en relacién con el clima de violencia y de guerras privadas entre linajes que entonces sucedieron pero, sobre todo, con la quiebra de Ia auto- tidad publica, Sin embargo, no debemos pensar que la mayoria de Jos castillos se hubiesen construido siempre a espaldas de esa autoridad: en realidad, fueron muy escasos los totteones que po- dian recibir el calificativo de «rebeldes» 0 de «fraudulentos», En todo momento, el derecho a construir fortficaciones era conside- ado como una regalfa; pero, de delegacién en delegacién, ese de- recho fue tecayendo en un nimero cada vez mayor de personas: de manos del rey pasé a las de los condes, de los condes a los vizcondes y veguers; de igual manera, los castillos de la Iglesia eran construidos por los obispos y los abades en vittud de los poderes que les conferfan los privilegios de inmunidad concedidos pot Jos reyes. Sélo en fechas relativamente tardias —no antes del siglo x11, por ejemplo, en la regién de Burdeos— sucederia que simples caballeros se aventurasen a etigir fortalezas en sus tiertas pero, aun en este caso, lo hicieron por regla general en los feudos recibidos de sus sefiores y se contentaron con edificar mansiones fortificadas muy sencillas o simples torreones sobte motas. Sin embargo, no por ello fue menos espectacular el resultado de aquel amplio movimiento de fortficacién: a partit de entonces, la silue- ta de los castillos serfa una de las catactertsticas del paisaje europco, mientras la sociedad era dominada pot una clase pode- rosa de castellanos, casi soberanos en sus dominios. En palabras de G. Duby, fue «la época de las castellantas independientes», que abate grosso modo desde el principio del siglo xt hasta mediados del siglo x11. La recuperacidn de esa gigantesca ted de fortalezas por parte de la autoridad regia se realiz6 segiin diversas modalida- des y con variable éxito: por ejemplo, fue telativamente fécil para los duques de Normandia, que eran reyes de Inglaterra, o para Jos condes de Barcelona, reyes de Aragén, quienes jamfs habfan abdicado del todo su poder ante Ia atistoctacia; peto, en cambio, fue una empresa exteaordinariamente larga y atdua para los mo. cASTILLO 45 nnarcas capetos, en luchas constantes y agotadoras contra Ios cas- tellanos de I'lle-de-France. Situémonos ahora en ef corazén de la Edad Media, durante la edad de oro (aunque seria mejor decir la edad de hictto) de las castellanfas. El castillo eta fundamentalmente un centro de mando, esto es, la base material del bam sefiorial que se abatfa indistinta. mente sobte todos los campesinos, libres y no libres, alodiales 0 tenentes, que vivian bajo su sombra. La simple residencia en el distrito dominado por el castram bastaba para conferir a todos fos habitantes de la castellanta, con la excepcién de los caballeros, clétigos y mercaderes, la condicién de manentes (francés manants, del latin reanere, ‘habitar’). El poder que el castellano ejercta sobre ellos derivaba directamente de Ia potencia militar que le prestaba la posesién de la fortaleza; los instrumentos de dicha po- tencia eran Jos guerreros a caballo de la guarnicién (milites castri), encargados del mantenimiento def orden sefiorial. Los beneficios que procuraba esa coercién armada se materializaban en las exac- ciones banales que se generalizarian a lo largo del siglo xt y que, progresivamente codificadas y tarifadas, se convertirian en los de- rechos seforiales (0 feudales). La puncién regular mediante la cual Jos excedentes del trabajo campesino eran drenados hacia el casti- lo trajo consigo una elevacién del nivel de vida atistocratico, ast como una transformacién de las formas de existencia, creando la Hamada «vida de castillo». En efecto, los primeros torreones cons- truidos en los patios de los castillos eran muy reducidos y poco confortables: la mayor parte de las veces posefan una sala (aula) que servis a la vez de cuatto de estar y de recepcién, asi como tuna habiticién (carrara) donde dormfan el castellano 'y toda su «mesnada>: su familia y sus nutriti (alimentados), es decir, los guerteros vasallos que mantenia en tomo suyo; por ejemplo, en al Iegendatio castillo de Tintagel, el lecho de ‘Tristén estaba «a la distancia de una lanza» de donde dormian el rey Marco ¢ Isolda, Pero el marco de la vida sefiorial tomé pronto otros vuelos debido al enriquecimiento provocado por el auge econémico. En los alos xix y xm, el castellano estaba ya en condiciones de practicar ampliamente aquella virtud cardinal de la época que era la gene- rosidad, La fiesta hizo su entrada en Ia fortaleza, que se converti- 46 casTILLo fa ast en el lugar privilegiado de la vida regalada: a partit de entonces, el castillo serfa el marco adecuado de la civilizacién acortés>. No se trata ahora de resumir en pocas Iineas las investigacio- rnes Hevadas a cabo desde hace més de un siglo acerca de Ia ar- queotogia de los castillos. La tentativa seria, ademés, incongruen- te puesto que desde hace poco existen excelentes estados de la cuestidn sobre este aspecto (M. de Boiiard, G. Fournier), Dirija- mos nuestra atencién més bien hacia el futuro, limiténdonos a enumerar algunos de los grandes problemas que sé le plantean a Ja investigacién «castillolégican: — Tnventario, excavacién y descripcién de las fortalezas de la Hamada «primera época feudal». Entre ellas, los castillos sobre motas (torreones de madera construides en la cumbre de mon- ticulos artificiales), muy numerosos en todo el Ambito de la Euro- pa hiimeda, desde Dinamarca al Garona, y que probablemente constituyen la modalidad de fortificacién’ mas original que haya conocido ta Edad Media. A estos castillos pueden asimilérecles Jas ) 47 Bibliografia: R. Delost, Moyen Age (1); J. Le Golf, La civilize cién (3). Bibl. compl.: M, de Botiard, Manuel d’archéologie médiévale: de la fouille @ Vbistoire, SEDES, Paris, 1975 [kay traduccién caste ana: Manual de arqueologia medieval. De la prospeccién a la istoria (con un apéndice dedicado a la Arqueologia medieval en Espaa por M. Riu), Ed. Teide/Ed. Base, Barcelona, 1977}; Four- niet, Le chétecu dans la France médigvde: essai de sociologie monumeniale, Aubier, Patis, 1978. 9. CIUDAD NUEVA (VILLE-NEUVE) La Edad Media fue, en Ia historia de Europa, la gran €poca de las creaciones urbanas. En efecto, las ciudaces nacidas en aquel tiempo fueron muy superiores en niimero tanto a las que existfan ya en el mundo romano como a aquellas ottas, mas escasas, que aparecerian después de 1500. No parece que haya que insistic én el hecho de que Ja his- toria de las ciudades medievales debe ponerse en relacién con las grandes fases de la evolucién demogréfica. Desde este punto de vista, podemos distinguir en Ja Edad Media cuatro periodos cla- ramente diferenciados. Hasta mediados del siglo vir aptoximada- mente, continus el fenémeno de descenso de la poblacién que habia caracterizado al bajo Imperio: fue por tanto una época de decadencia utbana, seftalizada desde el siglo 1 por una reteac- cién muy sensible de la superficie de las aglomeraciones que se amoatonaban en el interior de exiguos recintos. Entre el siglo vit y el x, se esbozs un primera recuperacién, manifestada sobre todo por una gran proliferacidn de hébitats rarales pero que supuso también la creacién de nuevos hogares urbanos. Entre el siglo 2 y comienzos del x1v, Europa conocié su gran boom demografico: fue la edad de oto de las ciudades nuevas. Por fin, después de 1320-13350 y hasta cerca de 1500, vino una nueva depresi6n: Ja 48 CIUDAD NUEVA (4VILLENEUVED) ctisis del feudalismo se conjugé con las epidemias para empobre- ccer y despoblat Europa, En resumidas cuentas, el fenémeno de creacién de ciudades nuevas se desarrollé a lo largo de seis siglos (del vist al x1m), con una clara amplificacién durante Jos tres tl- timos. ‘Antes del afio Mil, en un mundo todavia esencialmente rural, la ciudad tuvo dificultades para imponer su presencia. Con todo, ya se manifesté pot aquellas fechas una primera floracién urbana; fen efecto, algunas aglomeraciones nuevas comenzaron a desarro- Iarse como premisas de un crecimiento todavia balbuciente. Esos nacimientos precoces respondfan a motivos diversos. Con mucha frecuencia, el factor religioso era el més aparente: Ia ciudad se formaba en toro aun santuario, como lugar de acogida de los peregtinos; al principio, slo era el apéndice de un monastetio para acceder posteriormente a una existencia auténoma, En logro ims brillante de esas ciudades mondsticas fue seguramente Saint- Denis: nacida en el siglo vit, merecié consideracién de ser rodea- da de murallas en Ia época de Catlos el Calvo, concretamente en el afio 869. Pero podtiamos citar asimismo Saint-Omer, Saint-Dié, Fécamp, Figeac, Aurillac... sin olvidar la més tipica de las ciu- dades de peregtinacién, Santiago de Compostela, surgida a comien- z0s del siglo 1x y promovida ya en el siglo x al rango dé obispado. ‘Otras ciudades nacieron de necesidades estratégicas 0 de una deli herada voluntad politica: fueron ciudades-fortalezas que, a veces, accedieron a la categoria de capitales y cuyos ejemplos més carac- terfsticos deben buscarse en los bastiones cristianos de Ia Penin- sula Ibérica (Oviedo, Burgos...). Un origen casi idéntico tuvieron Jos burbs fundados por Alfredo el Grande para servir de niicleos defensivos a la resistencia anglosajona frente a los vikingos, 0 los enclaves urbanos de la primitiva Polonia (Gniczno, Poznan, Cra- covia, Wroclaw, Gdansk...) cuya existencia estd atestiguada ya en el siglo x, Sin embargo, en ninguna parte los factores religio- sos y estratégicos fueron suficientes para garantizar el éxito de las ciudades nacientes; aunque sélo fuese como complemento, en todos los casos vemos aparecer Ia funcién econémica: as{ sucede, por ejemplo, con el desarrollo de las ferias de Saint-Denis 0, en Polonia, con el nacimiento de barrios artesanales. {Lo mismo pue- CIUDAD NUEVA («VILLE-NEUYR») 9 de decitse para un momento posterior de las ciudades sutgidas 0

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