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Pentecostés – Misa del día
discernimiento que la Iglesia hace de su obra, de su carisma, del don que Dios les ha
dado. Y a menudo lo que la Iglesia les dice, la forma que la Iglesia confiere a su obra,
no les gusta, no coincide con lo que a ellos les parecía o deseaban. Pero ellos lo
aceptan siempre, porque saben que es mejor vivir en la Iglesia, ser “miembro” del
cuerpo, que funcionar a su aire y por su cuenta. Teresa de Jesús lo expresó
perfectamente al exclamar, poco antes de morir, “por fin muero hija de la Iglesia”.
En el evangelio de hoy contemplamos a Cristo resucitado que sopla sobre los
discípulos, encerrados en casa por miedo a los judíos, entregándoles así su “aliento”.
“Aliento” significa “vida” y significa también “fuerza”. El Señor Jesús nos da su “vida”,
que es la única vida que ha vencido a la muerte. Él es, en efecto, “el que vive”, tal
como leemos en el Apocalipsis: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive;
estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de
la Muerte y del Hades”. (Ap 1,17-18). Por eso les enseña las manos y el costado,
como para recordarles lo que Él ha sido capaz de afrontar e insinuarles que ellos
también, recibiendo su vida, tendrán que hacer lo mismo.
Para que seamos capaces de hacerlo es para lo que el Señor Jesús nos da su
Espíritu, el Espíritu Santo. La relación de Jesús con el Espíritu Santo es una relación
del todo especial, que se inicia ya en su concepción. Pues es precisamente el Espíritu
Santo quien viniendo sobre María (Lc 1,35) “plasma” por completo el ser humano de
Jesús. En la sinagoga de Nazaret Jesús se presentó a sí mismo como “ungido” por el
Espíritu del Señor (Lc 4,16-21). Como dice san Gregorio de Nisa: “La noción de
unción sugiere que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. Pues del
mismo modo que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite, no hay ningún
intermediario, así es también inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu”. De modo
que el Espíritu Santo bien puede ser llamado el “Espíritu de Jesús” y, al recibirlo,
somos hechos presencia de Cristo -del Ungido- en medio de los hombres, somos
hechos “cuerpo” de Cristo por ser hechos “templos” del Espíritu Santo.
Que el Señor nos conceda un corazón dócil al Espíritu Santo, para que por su
acción en nosotros seamos “cristificados”, es decir, hechos conformes a Cristo, para
alabanza de gloria del Padre del cielo. Amén.