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Lavado de cerebro

Por: Estefanía Zárate Angarita

No sé si es porque este año voto por primera vez o porque en realidad las
campañas presidenciales están más intensas. O porque los candidatos dejan
mucho que decir (en su mayoría). O porque cada semana hay un debate
presidencial por un medio diferente y los candidatos no se conocen entre
ellos (como es el caso de Vargas Lleras cuando le preguntaron por la huelga
de hambre de Robinson Devia en el debate digital y no sabía de qué le
estaban hablando).

No sé exactamente cuál es la razón, pero en estas elecciones he visto al


país más conmocionado que nunca. Que el uno dijo, que el otro hizo, que el
otro tiene tal cosa o cree en tal otra. Esas son las cosas que nos ponen a
elegir a los Colombianos, no las propuestas, no los planes de gobierno: la
personalidad y los antecedentes pueden más.

Y no es cien por ciento culpa del ciudadano, aunque sí tiene algo de culpa.
Tampoco es cien por ciento culpa de los medios de comunicación. Aunque
los medios sí se han especializado en darle un tono festivo a todas las
cuestiones nacionales durante las elecciones y han hecho que el parkinson,
los falsos positivos, el M-19, el himno de Antioquia-Colombia, los 3 millones
y medio de pesos de sueldo para los médicos y el poco auge de los partidos
tradicionales sean más importantes que nada, con secciones como La Cosa
Política, de la cuál prefiero reservarme la opinión, sigue estando la otra cara
de la moneda.

Los colombianos estamos divididos en nuestra forma de pensar


notoriamente por el estrato y por la edad (sobre todo por la edad). Hay
quienes por su estrato y edad continúan arraigándose a los partidos
tradicionales (o a los que intentan acercarse a ellos pero se autodenominan
“partidos independientes”); hay quiénes por ser jóvenes en la materia no se
discriminan por estrato y no comen cuento sino que prefieren mantenerse
informados; hay quiénes, por el contrario, se comen el cuento entero que
les vende la televisión y se niegan a la información que circula por los
medios alternativos; hay quiénes por su estrato creen que las políticas
internacionales deben ser tales o cuáles y ninguna otra.

Las campañas políticas de las elecciones en curso están llenas de plagio, de


calumnia y de publicidad negra que se maquilla perfectamente en los
formatos televisivos y en la mayoría de los formatos radiales (algunos
permeados por ideologías o personajes políticos influyentes) y los
colombianos no nos damos cuenta de esto, o peor aún, hacemos como si no
nos hubiéramos dado cuenta.

La mayoría de los colombianos no votan a conciencia, votan por el que


mejor publicidad tiene, por el que más polémica genera o por el que mejor
habla frente a las cámaras. Pregúntele a cualquiera de sus allegados o
colegas por quién va a votar y POR QUÉ y muy seguramente no encontrará
un comentario conciso sobre el plan de gobierno o las propuestas de su
candidato preferido, porque se ha dejado lavar el cerebro.

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