“La clase política, que ha sido nuestra amiga en la guerra, muy
probablemente será nuestra principal enemiga en la paz”. Iván Roberto Duque, alias Ernesto Báez
En la actualidad escuchar en Colombia los términos verdad, justicia y reparación
es una sensación de aciertos y confianza para unos, pero a la vez de repugnancia e incertidumbre para otros colombianos; sí, la mal llamada “justicia transicional” por la que muchos suponen que atraviesa nuestro país, no es más que un sofisma que pretende distorsionar la realidad interna planteada por el escritor León Valencia Agudelo : “Estamos en un conflicto armado, negando el conflicto, negociando el conflicto y con elementos claros de posconflicto”. Este escrito desnudará la realidad del conflicto armado en Colombia mediante el análisis de las fallas y logros acaecidos como consecuencia de la aplicación de la ley 975 de 2005, denominada ley de justicia. El texto inicia con una descripción de los elementos que debe contener en términos generales un proceso de justicia transicional tomando como referencia los casos de otros países y se planteará el vacío de Colombia frente a estos elementos. En segunda instancia, se expondrán los motivos por los cuales la filosofía que pretendía la ley de justicia y paz se redujo a brindar algunos mecanismos de reparación a las víctimas, hecho trascendental sin lugar a dudas, pero carente de instrumentos contundentes de reconciliación como lo pudo haber sido el hecho de la aceptación del conflicto y la no violación de los derechos humanos por parte del Estado y de los demás actores armados, la inclusión en la negociación de la paz del fenómeno del narcotráfico como principal fuente de financiación de la guerra, uno de los flagelos cuyos nexos también se continúan negando y que podría llegar a ser el principal tropiezo en un proceso de transición hacia la paz, dado que está presente en todas las ramas del poder público y es ejercido también por los grupos al margen de la ley; y, el planteamiento de políticas claras para las víctimas y victimarios en cuanto a restitución de bienes para las primeras y las garantías que propiciaran a los segundos una reinserción a la vida civil con una calidad de vida mejor. En la tercera parte del texto se plantearán algunos mecanismos de reestructuración legislativa en materia de paz que respaldarían, en un momento dado, nuevos procesos de negociación y desmovilización de los grupos alzados en armas. Finalmente el escrito presenta sentimientos de desmotivación, desconcierto e impotencia a los que a diario son sometidos los colombianos como consecuencia de los brochazos de paz, dados por los actores del conflicto a una guerra que ha traído consigo el retroceso de la sociedad quien, en últimas, terminó culturizándose con la violencia misma, que se ha acostumbrado a la corrupción y violación de sus derechos y que permite y hasta comparte los medios y políticas no pacíficas, para terminar o exterminar al contrario y defendiendo las peores atrocidades a que un ser humano puede llegar en nombre de “ideales” que nunca existieron. El término “justicia transicional” ha tomado fuerza en los últimos años en Colombia, para hacer referencia a la ley de justicia y paz como resultado de una política gubernamental del presidente Álvaro Uribe Vélez. Planteada inicialmente bajo las premisas de perdón y olvido, esta ley sufrió profundas transformaciones tanto en su aprobación en el Congreso de la República como en la Sentencia C- 370 de 2006 por parte de la Corte Suprema de Justicia, donde no se reconoce el delito de sedición a las autodefensas y terminaría incluyendo los términos de Justicia, verdad y reparación, elementos que fundamentan un verdadero proceso de transición de la guerra hacia la paz. Es una ley que luego de serios estudios académicos sobre la transición dada en otros países como Sudáfrica en el continente africano, España en Europa o Argentina, Chile y El Salvador en América Latina contiene valiosos mecanismos de paz pero a su vez, excluye del marco normativo la posibilidad de enjuiciar a la clase dirigente y a otros grupos que quieran acogerse a ella. Es sorprendente además de esperanzadora, la forma como en todos los casos mencionados, la sociedad renunció incluso a los deseos particulares de cada víctima de que se hiciera justicia y dio lugar a procesos de verdadera reconciliación nacional que trajeron consigo enormes transformaciones sociales, económicas y políticas y terminaron sacando a los países de los conflictos armados conduciéndolos hacia la paz. Cabe preguntarse entonces, ¿qué tarea hicieron otras sociedades que Colombia no ha cumplido? Simplemente dieron verdaderos elementos de transición como el enjuiciamiento a los perpetradores de las barbaries, la revelación de la verdad acerca de crímenes y violaciones a los derechos humanos, reparaciones en todos los ámbitos a las víctimas y, tal vez el más importante elemento, se dieron reformas institucionales en las fuerzas de seguridad y en las ramas del poder público, resultado de la aceptación rotunda por parte del Estado respecto de su responsabilidad en las violaciones sistemáticas de los derechos humanos. La ley de justicia y paz consagra las penas y el juzgamiento de los desmovilizados que se acojan a ella pero ninguno de sus artículos hace referencia a las nuevas verdades que escandalizaron al país; el encubierto puesto al descubierto: La perpetración de los grupos paramilitares en las más grandes esferas de poder y su estrecha relación con la clase dirigente. No hay transición en Colombia porque la verdad del País, se niega y se acomoda a los intereses de los políticos que hace rato tienen su propio sistema de delincuencia a menester de institucionalidad. No hay transición, solo hubo una propuesta de desmovilización y reinserción a la vida civil que se vio truncada irónicamente cuando la verdad comenzó a salpicar funcionarios públicos; en Colombia la verdad es la que cada persona quiera ver, o la idea que le vendan los medios de comunicación. Los intereses mezquinos están por encima de la necesidad de las víctimas del conflicto, de conocer la verdad y alcanzar la paz. Con la extradición de los jefes paramilitares a los Estados Unidos, se frenaron los únicos elementos de justicia transicional que se estaban dando, es decir, la reparación de víctimas y el conocimiento de la verdad respecto de los crímenes cometidos y los desaparecidos. Ahora bien, otro de los grandes vacíos de esta ley es que no tiene aplicación para quienes ejercieron el narcotráfico, todos los jefes paramilitares tenían al narcotráfico como base de financiación de la guerra que mantenían, sin embargo, la ley a la que se acogieron, supone que estos grupos no tienen como finalidad el narcotráfico, porque su accionar era más bien “suplantar al Estado en la lucha contra la guerrilla”, como lo afirmó Mancuso ante el Congreso de la República en el año 2004 quien, no en pocas ocasiones, defendió el combate de la guerrilla como su única causa política. Si hay algo digno de rescatarle a esta ley, y no se puede desconocer en ningún momento, es la importancia que gracias a ella han tenido las víctimas; 34.000 delitos confesados, muchos de los cuales ni siquiera se habían denunciado, 2.100 fosas comunes desenterradas, 2.666 restos humanos hallados y 662 cuerpos plenamente identificados hasta fines del 2009. La Comisión Nacional de Reconciliación tiene todo un equipo de fiscales y profesionales al frente de la reparación a las víctimas; no obstante, la restitución de los bienes y el retorno a los lugares originarios empezó también a cobrar más víctimas. Las tierras a las que se supone, deben regresar los nativos se encuentran, o bien caídas e inhabitables por el deterioro, o rehabitadas por otros campesinos que se refugiaron en ellas muchas veces de buena fe al verlas abandonadas, u ocupadas aún por grupos ilegales que se apoderaron de ellas. El retorno de las víctimas a sus tierras está cobrando más vidas y puede empeorar la situación de por sí traumática para las familias afectadas. En la actualidad hay elementos de reparación, pero no se ha dicho toda la verdad, no se ha dado una completa restitución de bienes, aun con la extinción de dominio de algunas de las propiedades de los ex paramilitares. No se tiene la suficiente transparencia ética y moral, ni por parte del Estado, ni por los grupos ilegales, no hay voluntad política para reiniciar procesos de negociación con otros grupos. Los dirigentes que antaño eran amigos de las mafias narcotraficantes y subversivas en la guerra, ahora celebran la extradición de los procesados, no porque consideren que se está siendo justicia con los narcotraficantes, sino porque representan un mayor peligro si continúan esclareciendo realidades cometidas u ordenadas por poderosos políticos, es por eso que un desmovilizado se atreve a pensar que “quienes fueron sus amigos en la guerra son ahora los enemigos en la paz”. Estos procesos de reconciliación necesariamente tienen que implicar tanto a la víctima como al victimario, un nuevo comienzo que puede ser posible si no se les abandona y se les brinda más calidad de vida, mejores condiciones para el acceso a la educación y a la vida laboral, seguridad y acompañamiento en la audiencias públicas a las que se acercan las víctimas para reclamar una reparación justa, no se puede olvidar que como consecuencia del proceso de reparación se tiene conocimiento de , al menos 20 asesinatos de ciudadanos cometidos por el solo hecho de querer conocer la verdad sobre el paradero de sus seres queridos, la verdad judicial, buscar la recuperación de sus tierras y el feliz retorno a ellas. Han sido cuatro años de la aplicación de la ley 975 de 2005 y los avances en materia de paz son realmente pobres. Las mal llamadas bandas emergentes no son más que el resurgimiento de los mismos paramilitares que continuaron delinquiendo ante el crucial rompimiento de la negociación. La ley de justicia y paz es el más cercano instrumento de negociación de la paz al cual se podrían acoger los grupos armados ante un eventual diálogo con el gobierno, sin embargo, es en sí misma un conjunto de presunciones que no son ciertas, o que no se quieren aceptar como los nexos paramilitares con los políticos y la financiación del narcotráfico a los grupos armados. Es aceptando esta realidad como se debe iniciar la reingeniería de las instituciones. La pérdida de curules en el Congreso para aquellos partidos a quienes se les demuestre su participación en actividades ilícitas, la tipificación de los delitos de lesa humanidad de acuerdo con los protocolos internacionales en los procesos judiciales adelantados a la clase dirigente, una Comisión especializada que brinde las garantías en el proceso de restitución de bienes y reparación de víctimas, convenios de cooperación internacional cuya finalidad sea la recuperación y el surgimiento de una sociedad donde la búsqueda de la paz y la reconciliación sean el mayor proyecto de nación, La creación de instituciones dedicadas solo a la recuperación del tejido social que involucren una educación donde se brinde a los jóvenes protagonistas del conflicto armado claras políticas de reinserción; la sociedad colombiana necesita con urgencia políticas de inversión social serias y duraderas que le brinden y demuestren a los jóvenes que es una prioridad la reconciliación, que le proporcionen opciones diferentes a hacerse partícipes de un conflicto armado. No debe sonar a discurso de político en época de campaña, Colombia sabe que el conflicto armado ha cambiado la sociedad y esa sociedad no está bien, un ciudadano del común debe entender que la paz es una prioridad del país y la única forma de conseguirla es teniendo opciones donde la calidad de vida de las familias sea digna. La miseria y las guerras de los países culturizan, pero la inversión y la honestidad de los dirigentes también tienen la capacidad de culturizar al pueblo y de encaminarlo hacia el desarrollo. La legislación y la justicia deben plantearse y ejecutarse de cara a las realidades innegables como el narcotráfico y las violaciones de derechos humanos presentes en todos los ámbitos, legales e ilegales. A lo largo de 50 años de conflicto, la guerra en Colombia ha generado el suficiente dolor para continuar en él. Las ideologías puramente políticas que surgieron en las guerrillas colombianas y que buscaban el bienestar desaparecieron hace mucho rato, las ideologías de los paramilitares nunca existieron, la gobernabilidad del Estado se dejó contagiar de la ambición de los grupos armados y en la actualidad, el conflicto armado colombiano ha llegado a un punto donde ni siquiera la paz es una prioridad; civiles y militares sumidos en condiciones infrahumanas de olvido en las selvas colombianas porque a nadie le interesan, altos índices de pobreza y miseria a costa de la corrupción política y una indiferencia cada vez más anclada en la sociedad civil que la adormeció también hace muchos años. Estas páginas podrían haber terminado con afirmaciones tal vez más alentadoras si quien escribe hubiera encontrado razones distintas a las descubiertas a lo largo del semestre con el análisis del conflicto por parte de cuarenta y tres estudiantes de derecho. Hoy, año 2010 en Colombia, los intereses y las causas que defienden los actores, en el fondo, son las mismas; los narcotraficantes, las guerrillas, los paramilitares, algunos civiles y algunos gobernantes, tienen intereses muy poderosos de continuar con el narcotráfico como fuente de financiación de su bienestar. Los narcotraficantes, las guerrillas, los paramilitares, los civiles y el gobierno violan los derechos humanos. La sinceridad, la ética y las convicciones de patria democrática no están en nuestros dirigentes, ni en las fuerzas armadas, ni en nuestra justicia; solo en el momento que estos valores fundamenten de nuevo la legislación colombiana se podría empezar a contemplar la posibilidad de una transición. No son soluciones cortoplacistas con leyes que favorecen a unos pocos, aún no se ha llegado al agotamiento de la guerra, tampoco lo solucionarán largos períodos de poder de los gobernantes ambiciosos; una transición hacia la paz se verá en Colombia cuando la guerra deje de ser negocio; en Colombia la guerra “paga” y por eso no ha terminado, solo que el precio lo están pagando las víctimas y también lo pagarán las futuras generaciones, si no se toma la firme determinación de conducir al país hacia la reconciliación. El objetivo debe ser un proyecto serio y decisivo de transición con iniciativas claras de reparación, donde todas las partes se acerquen a una mesa de negociaciones con la firme determinación y compromiso de darle un final a la guerra, no solo acogiéndose a la justicia, que de hecho no podrá ser excluyente, sino, demostrando finales cerrados de envilecimiento que indudablemente conduzcan a una paz integral.