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Ahora deseo hablar de la invariante moral propia del Orden Político como
tal, es decir, la que cualifica aquellas decisiones de las que nacen las leyes, los
actos de gobierno y del poder coercitivo y las sentencias judiciales; y la que
cualifica a los sujetos, quienes quiera que sean, de tales decisiones. Por
descontado, este círculo de decisiones no abarca directamente todo el campo de
la vida y de la moralidad humana, ni siquiera lo más importante de ella. Pero
sus radiaciones influyen en todo el campo. Y en el ámbito de su jurisdicción y
responsabilidad tiene su moralidad específica.
***
En todo caso son muchos los que reconocen fácilmente la necesidad para
la Política de una inspiración moral o ética (significan lo mismo la palabra latina
y la griega). Pero, apelando a las "distintas concepciones" de la Moral, rehúyen
toda invariante determinada. Lo "invariante", en el ámbito personal, se reduce a
una estéril "sinceridad" o a un incoherente "imperativo categórico subjetivo"; en
el ámbito social desaparece como valor absoluto, y tiende a ser la mera
organización de las coexistencia de las subjetividades autónomas.
No será inútil sacar a la luz los caracteres que configuran ese hecho, y
ponerlos en fila esquemáticamente:
a) El eclipse de una intuición básica: que la sociedad, para no ser criminal,
ha de defender a los más débiles e inocentes, aunque para ello hayan de
sacrificarse muchos. Frente a ese eclipse recientemente el Magisterio de la
Iglesia, en todo el mundo y de manera absolutamente unánime, ha reiterado
que el aborto procurado es un "crimen abominable" (palabras de la Constitución
"Gaudium et spes"); es con palabras de Juan Pablo II6 "asesinato de una criatura
inocente, y toda legislación favorable..., gravísima ofensa a los derechos
primarios del hombre y al mandamiento divino de "No matarás"~.
Siendo así, cabe anticipar una pregunta, que, proyectada sobre los criterios
políticos vigentes en tantas partes del mundo, es bien inquietante: un orden
político en que, por ejemplo, se tenga por normal hacer propaganda de eso, o
que obligue a un Jefe de Estado a sancionar eso, ¿no estará, no sólo moralmente
débil, sino moralmente corrompido?
Hasta ahora, sólo con abrir las entrañas del abortismo, han quedado
patentes: el desprecio monstruoso de los más débiles (a) la imposibilidad lógica
de condenar el terrorismo (b), el socavamiento de todo el orden moral y de los
propios derechos (c), la imposibilidad de ser honrado sin someterse a norma
universal (d), la manipulación de las personas y el parasitismo (e), el aplauso a
las depravaciones (f), el fomento del egoísmo más inconfesable (g).
Pero tampoco aceptan ser excluidos del orden moral. ¡Y cómo evitar la
contradicción sangrante! Postulando un «orden moral» que no incluya esas
exigencias. (Como si dijéramos: implantando un libro de Patología que no
incluya como enfermedad ni la sífilis ni el cáncer.) ¿Y cómo se realiza esa
operación? La profesora, ya citada, del Simposio comillense daba una pista
cuando, a falta de norma moral absoluta, abogaba por la racionalidad
«intersubjetiva» o "dialógica", aunque no alcance el consenso total. Para tener
socialmente una base, sin salir del subjetivismo, algunos políticos o intelectuales
agnósticos acuden a un «consenso» o "apariencia de consenso" en el sentido que
interese. Para sentirse seguros, basta contar, por ejemplo, con que unos cuantos
órganos de opinión repitan impávidos que la humanidad civilizada ve muy mal
el terrorismo, pero estima como un derecho el aborto (y sólo se oponen algunos
recalcitrantes, reaccionarios o al servicio de turbios intereses); que digan que
este tema no es de orden moral, sino un "opinabile politicum", y por eso el Papa
y los Obispos no deben intervenir...
II
Sin duda, esto puede exigir en algún caso que el gobernante se niegue a
sancionar opiniones, aunque sean mayoritarias El Magisterio universal de la
Iglesia lo ha reafirmado recientemente, por ejemplo, respecto al aborto
provocado. La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en su
declaración de 1974, consideraba el argumento del pluralismo, que se aduce en
favor de una liberalización de las leyes: si, junto a los católicos y otros
ciudadanos que condenan el aborto, otros muchos lo juzgan licito, "¿por qué
imponerles el seguir una opinión que no es la suya, sobre todo en paises en los
cuales sean mayoría?" La Sagrada Congregación replica: "la vida de un niño
prevalece sobre todas las opiniones. No se puede invocar la libertad de
pensamiento para arrebatársela. La función de la ley no es la de registrar lo que
se hace, sino la de ayudar a hacerlo mejor"22. Una ley opuesta a la ley natural no
seria ley.
Con una mirada al mundo se hace patente el déficit moral que hay en
muchas sociedades políticas:
por el vacío que causa el desamparo de valores, la ausencia de
ejemplaridad e impulso elevador; porque se prima la Libertad como
indiferencia o anomía y no la Libertad como orientación estimulante
hacia el Bien; por el clima, permitido y provocado, de agresión a la
institución familiar; por la corrupción de menores...
1.
Pero entre las distorsiones del sistema democrático hay otra de mayor
gravedad moral. Podría preguntarse si son satisfactorios los cauces de
expresión y participación del pueblo; si es de nivel aceptable la fidelidad a la
representación41. Con todo, lo más preocupante es la falta de asunción de las
responsabilidades. En lenguaje "político" convencional se habla de "soberanía
popular". En lenguaje moral, el de la verdad en conciencia, si con ello se quiere
descargar en el pueblo la verdadera titularidad de las responsabilidades, no es
justo. Es evidente que la intervención del pueblo está limitadísima y
supercondicionada: se reduce a decir Si o No a ofertas que predeterminan
algunos, muy pocos. No discuto si esto es legitimo, o si es inevitable. (Cuáles
sean las formas posibles, e incluso cuál sea en un momento dado el optimum
realizable de intervención del pueblo, es cuestión sujeta a apreciaciones muy
variadas, que no sería fácil enjuiciar.) Lo importante es que las
responsabilidades sean asumidas conforme a la verdad, es decir, por quien
realmente ejerce el poder. (Esto, si, pertenece a la invariante moral.) No basta
decir que los puestos de gobierno están abiertos a todos (como se dice que
cualquier ciudadano "puede" ser Presidente de los Estados Unidos): hay que
saber qué fuerzas reales ocupan de hecho un lugar determinante, salen en la
carrera con mil metros de ventaja. Por eso, cuando, por ejemplo, la abstención
es muestra clara de que las ofertas no logran reflejar el sentir del pueblo, son
unos pocos, media docena de personas, los responsables obligados
moralmente a adaptar o renovar las ofertas. Mantenerlas, forzando al pueblo a
jugar contra gusto por evitar males mayores, es un acto despótico.
Hemos visto que algunos valores han de ser defendidos por la autoridad,
incluso contra una supuesta mayoría. Pero la hipótesis, aquí y ahora, es irreal.
No partimos de cero. En España la adhesión de la gran mayoría a valores de
inspiración cristiana es un dato histórico-social suficientemente implantado. La
autoridad que sintonice con ese dato y lo cultive positivamente hallará que su
obligación, que es independiente de las opiniones, coincide con la convicción o
el sentir del pueblo: las exigencias morales coincidirían fácilmente con la forma
instrumental, democrática, facilitando la acción política. ¿Pero no hay
demasiada desidia, cuando no complicidad, ante la siembra irresponsable de
incitaciones disolventes, ante el proceso constante de erosión moral?
¿Se dirá que para eso está la ley constitucional establecida por la mayoría
de los grupos que comparten aquel valor moral? Pero los que la hicieron
reconocen que es ambigua; y su funcionamiento lo confirma, puesto que está a
merced del voluntarismo de los Partidos. Veo un testimonio eminente en unas
declaraciones que hace poco más de un año publicó el señor Presidente de la
Comisión Constitucional, Don Emilio Attard42. Según ellas la Constitución no es
abortista. El derecho de «todos» a la vida se puso, en el articulo 15, para evitar
la futura legalización de las prácticas abortivas. Los socialistas querían poner
‑ en vez de "todos"‑ "personas", para no comprender a los no nacidos. Y si bien
no lo lograron el portavoz de su grupo parlamentario, señor Peces Barba, al
explicar su voto dijo: "Todos saben que el problema del derecho es el problema
de la fuerza que está detrás del poder político y de la interpretación. Y si hay un
Tribunal Constitucional y una mayoría pro-abortista, "todos" permite una ley
de aborto; y si hay un Tribunal Constitucional y una mayoría antiabortista, la
"persona" impide una ley de aborto". Según este relato del Señor Attard, ¿cabe
mayor ambigüedad? En todo caso, ahí están las afirmaciones programáticas y
las públicas campañas pro-aborto de Partidos legales. ¿Serían posibles si lo
excluyese la Constitución? El hecho actual es que ese valor moral absoluto no
está protegido por ella ni por nada. Si algún día el Tribunal Constitucional
determinase unívocamente el sentido de la Constitución, ¿mejorarla realmente
el estado de cosas?
¿No debería estar tutelado jurídicamente el Eje moral por una institución
que esté por encima de los Partidos y del doble uso que estos, según lo
anunciado, pueden hacer de la Constitución? Hay valores que no se
salvaguardan sólo con actos de tribunales; requieren una acción continua,
motora, educadora, preventiva. ¿Tal Institución podría ser la Corona?
***
"Es grato recordar que también a Vos corresponde la definición que nos da
San Pablo de la autoridad civil, y que un Obispo y Cardenal español evocaba
hace pocos años aplicándola a aquel que iba a instaurar la Monarquía en
vuestra persona, vuestro glorioso predecesor Francisco Franco. Sois, en efecto,
según el Apóstol, "ministro de Dios para el bien". Sabemos que os compete ser
principio de unidad y animador de la concordia y la participación de todos los
ciudadanos, Y para ello se os ha confiado un cometido y una responsabilidad
personal intransferibles: profesar, promover tutelar en nombre de Dios los
valores que están por encima del vaivén de las opiniones, Y en cuyo servicio
encuentra su legitimidad toda soberanía humana, se enraiza la dignidad de las
personas y se nutre la felicidad de los hogares y de la Patria"43.
NOTAS
(7) Aforismo: «Quod non vis fieri tibi, alii ne facias». En forma positiva:
«Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a
ellos» (San Mareo 7, 12). Ley del Amor: San Mateo 22. 40.
(9) Carta a los Romanos 13, 8,9. San Mateo 7, 21: "No todo el que dice: ¡Señor,
Señor! entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre, que está en los cielos.»
(12) Reportaje publicado en YA por una periodista que pasó una jornada, como
aparente candidata al aborto, en el Hospital de Lyon.
(13) Ver Summa Theologica, 1,2, q. 92, art. 1, ad. 3. La ley es para hacer a los
hombres buenos. Si la ley no tiende al bien común regulado por la justicia
divina, sino sólo a lo «útil» o lo «deleitable» e incluso a lo que repugna a la
justicia divina, hará a los hombres «buenos secundum quid», esto es. en orden a
un determinado régimen. Y así se habla, por ejemplo, de un "buen ladrón"...
(14) Alocución citada del 10-5‑1981.
(18) Jesús a Pilato: "No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido
dado de lo alto» (San Juan 19, 11). Ver Carta a los Romanos 13; Hechos 5, 29
(Los Apóstoles con Pedro, a las autoridades de Jerusalén): «Es preciso obedecer
a Dios antes que a los hombres"; el mismo Pedro (carta 1ª, 2,13): «Someteos a
toda autoridad humana por respeto al señor». Santo Tomás: «Omnis lex, in
quantum iusta est, derivatur a lege aeterna» (S. Th. 1‑2, q. 93, a. 3)
(19) Cf. León XIII. Diuturnum illud, 5‑12; Humanum genus 18, 22, 26;
Immortale Dei 4‑7, 24, 31, 38; Libertas 10; Pío XI, Quas Primas, 18; Concilio
Vaticano II, Gaudium et spes, 74. Víd. mi La Monarquía Católica, pág. 14.
(20) Valores que el poder político no puede regular directamente son los que
afectan al vivir hondo de personas y grupos: la trascendencia religiosa; la
libertad interior (que se da aunque falte la exterior): las actitudes morales
profundas (las que generan amor al enemigo, perdón, renuncia a derechos,
fecundidad del fracaso); la creación filosófica, artística, científica, técnica,
literaria; que el mandar sea «servir, (Lc. 22, 26), etc.
(22) Juan Pablo II repetirá el 7‑12‑1979: La ley «no debe ser simple denotación
de lo que acontece, sino modelo y estimulo para lo que se debe hacer".
(29) San Pablo (Rom. 14; 15; I Cor. 8; 10. 23‑33) enseña a los cristianos de su
tiempo: los «fuertes» ‑convencidos justamente de que les es licito comer carne
inmolada ante los ídolos‑ deben renunciar a su «derecho» en favor de los
«débiles". esto es, si conviene para no escandalizar a los que tienen «conciencia"
de que eso es ilícito.
(33) A. del Noce, Il problema dell'Ateismo, Bologna, II mulino, 1964, pág. 353,
escribe: «Come democrazia elevata a valore... differisce dal totalitarismo nei
precisi termini in cui la «perdita del sacro» differisce dall'ateismo, e soltanto in
essi: perchè è anch'essa fondata. in ultima analisi, sulla forza, come quantità di
voti, né riconosce, oltre alla forza, autorità di altri valori».
(35) Tal orden sería concebido, por quien lo acata, como «universal y objetivo»,
y así garantizaría en principio una armonía de las libertades por encima de lo
arbitrario. Ejemplos de absolutización de convenciones: en
Amor‑Deber‑Permisivismo, págs. 35, 40‑41.
(36) El Director de RTVE afirmó el 14‑1‑1981 que los valores supremos o
inviolables en el uso del medio eran: 1) la monarquía parlamentaria; 2) el
Estado social democrático de derecho; 3) la unidad indisoluble de España.
Añadió: "Todo lo demás es interpretable ideológicamente.» ¿Todo?
(37) San Mateo 23, 23. Cf. San Lucas 11. 42.
(39) En este Club Siglo XXI, Carmen Alvear afirmó que toda la política de
«izquierda» es antifamiliar; y la restante ha abandonado a la familia. Cf. YA,
29‑1‑1982.
(40) José María Javierre: YA, 4‑3‑1982, pág. 38. Según EL PAIS, 10‑3‑1982, pág.
29, los organizadores de la Exposición «Desde el Greco hasta Goya» en Munich
se quejaron de que en España «los políticos deciden más que los directores de
Museo, y esto es algo inaudito. Los directores de museo tenían más
competencias con Franco que ahora».
(41) El YA. del 21‑3‑1982, publica en pág. 5 esta afirmación de Emilio Romero:
La Democracia ahora es "una mesa de velador de media docena de señores con
cartas marcadas, mientras el pueblo está en la inopia, en la desorientación, y en
el miedo".
(43) Texto íntegro del saludo al Rey, en el Boletín Oficial del Obispado de
Cuenca, 1977, págs. 51‑52.
RESUMEN DE PRENSA
II
III
El déficit moral que corroe el orden político en tantas partes del mundo
aumenta también en España. Hasta el «humanismo cristiano», al que se refieren
muchos, no pasa frecuentemente de ser un humanismo agnóstico. Ello agrava
ciertas distorsiones falseadoras del mismo sistema democrático: como son, por
ejemplo, la universalmente reconocida hipertrofia de la partitocracia; el
insuficiente respeto y servicio a la familia y a la voluntad de los padres en
materia de educación; la subordinación de la democracia municipal a intereses
ideológicos extraños; la insuficiencia de los cauces para acoger toda la posible
participación del pueblo. Mas, sobre todo, la injusticia de descargar en la
llamada "soberanía popular" responsabilidades que realmente corresponden a
muy pocos: los que desde una posición de poder ocupado colocan al pueblo
ante la necesidad de decir Si o No a ofertas limitadas. La responsabilidad moral
de esos pocos se agiganta cuando el fenómeno de la abstención hace patente
que las ofertas no han logrado reflejar el sentir del pueblo.