Você está na página 1de 27

LA INVARIANTE MORAL

DEL ORDEN POLÍTICO


José Guerra Campos
LA INVARIANTE MORAL DEL
ORDEN POLÍTICO

José Guerra Campos

Conferencia pronunciada el 29 de abril de 1982 en el Club Siglo XXI de Madrid


El Papa Juan Pablo II, hablando en los comienzos de este año a los Obispos
de Milán y la Lombardía acerca del fomento de la cultura católica, afirmó:
"Ninguna experiencia política, ninguna democracia puede sobrevivir si
menosprecia la moralidad común de base... Ninguna ley escrita garantiza
suficientemente la convivencia humana si no extrae su fuerza intima de ese
fundamento moral"1.

Parece uno de esos postulados que suscribiría todo el mundo.

Pero hay quienes sostienen que es imposible ese fundamento moral


común. En septiembre de 1981 hubo en la Universidad de Comillas de Madrid
un Simposio sobre la enseñanza de la Ética en BUP y F(ormación) P(rofesional).
Según una información de Prensa2, "la mayoría de los ponentes coinciden en
poner en tela de juicio el proyecto de ofrecer un código moral que estuviera
racionalmente fundado". En consecuencia, una profesora afirmó que en una
sociedad pluralista sólo es posible un "relativismo moral del sujeto". según ella,
"la determinación de principios éticos universales ni es posible ni sirve gran
cosa".

Es una afirmación muy decidida. ¡Estamos, acaso, ante la contradicción de


dos "evidencias"! ¿Es posible, o no, una invariante moral en la vida humana y
en el orden político?

No voy a hablar desde el nivel de mis oyentes, que no necesitan de mis


palabras. Prefiero insertarme en la trayectoria de los agnósticos. Y para pensar
honradamente, y tratar de entendernos con los que disienten, necesito yo
empezar recordando, pasito a paso, algunos puntos de referencia. Lo necesito
yo; aunque por ello la exposición pueda resentirse de un tono pedagógico:
molestia que ustedes no se merecen. Les ruego que me disculpen.

1. La invariante moral, como exigencia de la dignidad y libertad de la


persona. La pretensión del permisivismo

a) El hombre es persona por su relación al orden moral. No lo sería si sólo


fuese un eslabón de la especie, o un epifenómeno del funcionamiento (azar-
necesidad) de la Naturaleza. Lo es si tiene destino propio. El orden moral
supone la supremacía de la persona sobre los mecanismos, procesos, leyes..., en
los que está inserta: su capacidad de orientar libremente su vida hacia valores y
fines superiores. La libertad se realiza en esa ordenación u obediencia esencial.
La superioridad de los valores y los fines implica, por tanto, la necesidad de
elegir según direcciones adecuadas (el deber y la norma). Pensadores ateos
recientes han vuelto a mostrar que una libertad sin normas presupone la
negación de los valores, pues una "libertad pura", valiosa solamente por sí
misma, no tiene sentido en nosotros: sólo seria posible si fuésemos Dios, y no lo
somos. (Lo cual recuerda de paso que la afirmación de la persona equivale a la
afirmación de Dios)3. La libertad sin orden moral es negación de sí misma, es la
peor esclavitud: es estar condenado a crearse "valores" cuya inconsistencia y
falta de valor uno mismo conoce; es estar condenados a intentar construir algo
con materiales que se nos disuelven en las manos; a que ningún movimiento
lleve a ninguna meta.

La trascendencia de los valores y los fines, que es la que asegura la


afirmación de la persona, confiere a las normas un carácter de universalidad.
Por lo mismo hace que las multiformes voliciones o elecciones del vivir de cada
uno hayan de referirse a unas invariantes. Sí; la vida es movimiento continuo;
pero incluso un sistema de relatividad de las coordenadas espaciales y
temporales, como el de Einstein, se apoya en una invariante4.

Permítanme un inciso. Como la mención de la invariante o lo absoluto


provoca a veces extrañas alergias, no estará demás recordar su verdadera
significación. La invariante de Einstein afecta precisamente al movimiento (de
la luz); no paraliza ese movimiento. Las invariantes del orden moral nada
tienen que ver con lo que algunos ven de tenebroso en vocablos como "rigidez",
"fanatismo", "intolerancia". Sí tiene que ver con la fidelidad. La invariante no es
lo "abstracto", antivital. Es lo más concreto y lo más conforme con la realidad
del hombre. ¿Acaso sólo es vital la desintegración? ¿No es más vida la
integración de los bienes parciales en el Bien total? En un jardín puede haber
normas convencionales limitadoras de la expansión vital de las plantas, como la
de recortarlas según formas geométricas. ¿Pero no hay también condiciones
esenciales para la vida de las plantas (tierra abonada, aire, sol, agua, y hasta la
poda oportuna)? La invariante moral no es un bloque inmutable puesto al lado
de la corriente de las mutaciones. No es sólo el cauce; es también el sentido y la
fuerza interior de la corriente. La cuestión moral no es si hay variaciones. La
cuestión moral es si las variaciones son la aplicación, el ejercicio (¡no la
excepción!) del principio inmutable. Este, precisamente por serlo y para seguir
siéndolo, exige a veces las variaciones; es la invariante la que las legitima. El
secreto a voces de la Moral auténtica está en evitar, tanto el fijismo como el
oportunismo. Evita el fijismo un espíritu sinceramente orientado por la
invariante moral que se plasma flexiblemente en cada situación. Evita el
oportunismo el que practica las variaciones como reclamadas por la misma
norma invariante, y no por arbitrarias conveniencias subjetivas. Ejemplo: El
principio inmutable de que los bienes de la tierra son para los hombres, como
personas, admite variadas aplicaciones en la organización de la propiedad y el
usufructo. El principio inmutable del amor de los padres a sus hijos, que obliga
siempre a querer el bien de estos: l) por un lado exige variaciones (unas veces se
hace bien a los hijos accediendo complacientemente a lo que piden; otras,
negándolo, incluso con dureza); 2) mas, en medio de esas variaciones, exige
algo que es siempre lo mismo, y que aparece con toda nitidez en las
formulaciones negativas del deber, por ejemplo, no quitarles la vida.

Antes de terminar este largo paréntesis, permítanme aún señalar la


posición contradictoria de algunos, que hablan a la ligera de la relatividad total
de las normas morales: ¿cómo pueden dudar de que hay invariantes en los
deberes aquellos que están siempre gritando la más puntillosa igualdad en los
derechos?)

***

Sin duda, si hay invariante moral en la vida humana, el hombre la lleva


consigo también en su dimensión política.

Ahora deseo hablar de la invariante moral propia del Orden Político como
tal, es decir, la que cualifica aquellas decisiones de las que nacen las leyes, los
actos de gobierno y del poder coercitivo y las sentencias judiciales; y la que
cualifica a los sujetos, quienes quiera que sean, de tales decisiones. Por
descontado, este círculo de decisiones no abarca directamente todo el campo de
la vida y de la moralidad humana, ni siquiera lo más importante de ella. Pero
sus radiaciones influyen en todo el campo. Y en el ámbito de su jurisdicción y
responsabilidad tiene su moralidad específica.

Si esta moralidad específica comporta invariantes, ello significa que los


que toman las decisiones del orden político (desde los electores hasta los
gobernantes) podrán seguir como criterio inmediato las distintas expresiones de
la voluntad de los ciudadanos; mas, en última instancia, se reconocen
subordinados a ciertos fines y normas que son superiores a la voluntad de cada
uno, a los pactos de muchos, y hasta a un pensamiento generalizado o casi
unánime de la sociedad; y si en algún momento estas expresiones de la
voluntad humana se apartaran de aquellos fines, la conciencia se sentiría
obligada a imitar a los Apóstoles: "es preciso obedecer a Dios antes que a los
hombres"5. La invariante moral del orden político acoge, según lo apuntado,
innúmeras variaciones (preferencias mayoritarias cambiantes, transacciones,
etc.). Pero es una invariante. Es más que un límite pactado, donde se tocan las
ondas expansivas de centros puramente subjetivos, iguales entre sí. Es un foco
superior, acatado como tal por el responsable de las decisiones políticas. Es una
invariante que determina estas decisiones de modo muy concreto.

***

Lo concreto: este es el problema. Hay que reconocer una dificultad


peculiar en fijar la invariante de unas decisiones que, por su naturaleza, siendo
para todos, han de respetar también como valor moral la libertad de todos.
Por desgracia, las desorientaciones de ahora provienen en gran parte, más
que de esa dificultad peculiar del orden político, de una inseguridad radical
respecto a toda la moralidad humana.

En todo caso son muchos los que reconocen fácilmente la necesidad para
la Política de una inspiración moral o ética (significan lo mismo la palabra latina
y la griega). Pero, apelando a las "distintas concepciones" de la Moral, rehúyen
toda invariante determinada. Lo "invariante", en el ámbito personal, se reduce a
una estéril "sinceridad" o a un incoherente "imperativo categórico subjetivo"; en
el ámbito social desaparece como valor absoluto, y tiende a ser la mera
organización de las coexistencia de las subjetividades autónomas.

b) Por eso, en el mundo crece la tendencia a ordenar la sociedad política


según la utopía del permisivismo. Que en unos es connatural aplicación de un
pensamiento agnóstico o negador de la Moral. En otros quiere ser sólo un
método para lograr la coexistencia pacifica de los discrepantes. La acción
política, según todos, se limitaría a tutelar las libertades, prescindiendo de su
relación a la Verdad y al Bien Moral (cuya apreciación deja íntegramente a los
individuos y grupos sociales) y cuidando únicamente de evitar las colisiones
violentas. Para ello, los limites del permisivismo no se fijan por relación a un
valor moral trascendente, sino por relación a ondulantes «estados de opinión".
Difícilmente se puede hablar de Bien Común, como misión positiva de la
sociedad (que incluye la participación libre de sus miembros, mas no es la
simple negación de los mismos); y menos, de invariante moral. La "Moral" se
reduce a su más superficial significación etimológica, de opinión vigente,
costumbres extendidas...

c) Pero la cuestión sigue abierta; y cuanto más se acentúe la importancia


del fenómeno de la pluralidad ideológica, más punzante, ¿Es legítima, o
sencillamente factible, sin referencia a un absoluto moral la convivencia de los
opinantes diversos? Mejor: ¿es factible aquella "unidad social" sin la que la
sociedad sería incapaz de producir el bien humano para el que existe?

Parece, por experiencia, que el Permisivismo lleva a una dejación de


funciones de la autoridad, con daño para muchos. Parece que incurre en
permanentes contradicciones: forzando a unos a sufrir sin razón moral la
imposición de opiniones de otros, que no comparten; suplantando el Absoluto
moral con absolutos convencionales. ¿Se comprueba, pues, que un orden
político para bien del hombre es imposible sin la invariante moral?

d) Al comienzo de esta charla he citado dos respuestas recientes, opuestas


entre sí. Es imposible: decía el Papa. Al contrario, imposible es la invariante
moral: decían muchos de los participantes en el Simposio de Comillas. La
profesora que proclamaba la imposibilidad y la inutilidad de principios éticos
universales, argumentaba con este ejemplo: "pues del principio "No matarás" se
pueden derivar consecuencias tan contradictorias como la oposición a la pena
de muerte o la oposición al aborto".

2. Lo que revela el ejemplo del abortismo

Este texto, tanto si es literalmente de la profesora como del informador, es


revelación de un estado mental bien curioso. Quiero prescindir de comentar la
incongruencia dialéctica que hay en llamar contradictorias a dos exigencias
totalmente coincidentes (la de no matar al adulto y no matar al no nacido). Lo
que resulta claro, a través de esa incongruencia, es que a la profesora o al
informador le parece ética la exigencia de respeto a unas vidas, y no la del
respeto a otras.

El ejemplo que se aduce, el aborto, es oportunísimo. Vamos a


aprovecharlo, no para tratar de frente el asunto, sino como ejemplo, quizá el
más revelador, que nos permite analizar brevemente una situación mental
contemporánea y la estructura de todo el orden moral. Y, sobre todo, nos
permite proceder de forma inductiva. Porque la réplica más frecuente ahora,
cuando se toca un tema moral, es esta: eso lo dice usted desde su concepción,
pero la mía... No. No voy a hablar deductivamente desde una concepción
determinada del orden moral. Evidentemente, por su índole práctica, lo moral
sólo puede vivirse desde una concepción determinada; pero para mostrar la
necesidad de una concepción determinada, no hace falta partir de una
concepción determinada. Para empezar, será mejor insertarnos en la hipótesis
del pluralismo indeterminado, y desde una opinión cualquiera caminar sin
imponerle a priori nada exterior a ella misma; exigiéndole una sola condición
ineludible; que no se contradiga, que no juegue con trampas.

Tomemos, pues, la opinión que legitima el aborto: que ahora en muchas


partes pugna por por adquirir vigencia social; que conforma ya un número
creciente de legislaciones en el mundo; que pretende justificarse, no sólo por
razones de tolerancia política de un mal, sino como un derecho, y, por tanto, no
se contenta con leyes permisivas sino que reclama la cooperación social. Es un
hecho espectacular. No interesa ahora atender a las diferencias entre los
opinantes, en cuanto a los motivos justificantes, en cuanto a la amplitud y las
limitaciones de la autorización legal. El núcleo central de ese hecho es clarísimo:
para servir a determinados intereses de los adultos, se postula el derecho a
disponer de la vida de una criatura humana incipiente, inocente, indefensa,
confiada al cobijo insustituible de quien la mata o deja matar.

No será inútil sacar a la luz los caracteres que configuran ese hecho, y
ponerlos en fila esquemáticamente:
a) El eclipse de una intuición básica: que la sociedad, para no ser criminal,
ha de defender a los más débiles e inocentes, aunque para ello hayan de
sacrificarse muchos. Frente a ese eclipse recientemente el Magisterio de la
Iglesia, en todo el mundo y de manera absolutamente unánime, ha reiterado
que el aborto procurado es un "crimen abominable" (palabras de la Constitución
"Gaudium et spes"); es con palabras de Juan Pablo II6 "asesinato de una criatura
inocente, y toda legislación favorable..., gravísima ofensa a los derechos
primarios del hombre y al mandamiento divino de "No matarás"~.

Siendo así, cabe anticipar una pregunta, que, proyectada sobre los criterios
políticos vigentes en tantas partes del mundo, es bien inquietante: un orden
político en que, por ejemplo, se tenga por normal hacer propaganda de eso, o
que obligue a un Jefe de Estado a sancionar eso, ¿no estará, no sólo moralmente
débil, sino moralmente corrompido?

b) Pero no olvido que no he de juzgar todavía desde una concepción


moral, sino dentro de la perspectiva de los partidarios del aborto. Pues bien,
antes de juzgarlos, hay que decirles que practican una flagrante contradicción:
el que justifica o permite el aborto pierde el derecho a recusar moralmente el
terrorismo. Moralmente, esto es: como algo exigible ante la conciencia de los
demás. El caso moral es el mismo; y si hay alguna atenuante, será, por
comparación, en favor del terrorista. La imposibilidad de evitar la contradicción
¿no revela que estamos ante un absoluto moral, que no se puede dejar de
afirmar incluso cuando se lo viola? Es la regla de oro de la tradición moral,
recogida también en el Evangelio como fórmula «operativa» de la Ley del
Amor: "No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a tí"7.

c) El ejemplo muestra que el orden moral es indivisible. Juan Pablo II lo


expresó así el 1 de octubre de 1979: "Atacar una vida que todavía no ha visto la
luz en cualquier momento de su concepción es minar la totalidad del orden
moral, auténtico guardián del bien humano" (7 bis). Querer justificarlo es
subvertir los propios derechos; y hace dudar de que las altisonantes
proclamaciones de la dignidad e inviolabilidad de la persona sean de índole
moral, y no más bien cobertura de intereses egoístas: pues el no nacido, cuando
no lo cubre el instinto amoroso, sólo está protegido si se estima su condición
radical de persona; todavía no ha creado en torno intereses, ni afectivos ni
económicos.

d) Se ve muy bien que el absoluto moral no es una vaguedad polivalente.


Es concretísimo (se trata siempre de matar o no matar a una criatura
individual)8. Por eso, para la bondad moral no basta cualquier «buena
voluntad" o «buena intención», si no busca el bien real y determinado,
suprasubjetivo. No basta la veleidad de quien afirma "yo no quiero mal a
nadie", pero reservándose plenamente la determinación de lo que se ha de
hacer. Como si el "amor" nos independizase de las directrices, los preceptos, las
direcciones marcadas. Bien claro está en la Carta de San Pablo a los Romanos
que el que ama al prójimo ha cumplido la Ley: ¡pero no por anulación sino por
cumplimiento de todos los mandatos del Decálogo!9.

e) Aparece por lo mismo el error, frecuentísimo, de los que dicen que la


universalidad de la norma se afirma a costa de !a persona concreta. ¡Es esa
universalidad la tutela de la persona!: la que impide que una persona sea
degradada a instrumento de otras. Quedan descalificados los falsos juegos de lo
"existencial".

Es la evidencia expresada por Kant, según el cual la libertad de cada uno


se revela precisamente en la ley moral que se impone por si misma de modo
incondicional, y de la que es ley fundamental esta: "Obra de tal modo que la
máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio
de una legislación universal"10. (Pretender que la ley no sea universal, pero que
proteja al interesado, es parasitismo)11.

f) Lo característico, en la situación reflejada por el ejemplo, no es el hecho


de las violaciones de la integridad de los no nacidos. En mayor o menor número
las ha habido siempre. Pero ahora se busca el aprecio social, el prestigio, para
ellas. Los que vemos la desfachatez con que se montan campañas de exaltación
de los abortistas, evocamos el tremendo dictamen de San Pablo, quien después
de pintar el cuadro de las depravaciones de su tiempo, añade: "Y no sólo las
hacen, sino que aplauden a quienes las hacen" (Rom. 1, 29,32).

g) El modo como se aboga por el aborto es síntoma de anemia moral.


Aunque a veces los propagandistas y los gobernantes se excusan (en este como
en otros casos de permisivismo) apelando a casos límite o a la liberación de
situaciones angustiosas, de hecho se crean situaciones que favorecen y
estimulan las formas menos confesables de egoísmo. Las campañas pro aborto
invocan la mera emancipación irresponsable. No hace mucho leímos el
testimonio de una pareja joven, enamorada, «feliz" y sin problemas, que obtuvo
de los servicios estatales de Lyon la reducción de su primer hijo a una masa
sanguinolenta, ¡sólo porque el momento en que iba a nacer perturbaba su plan
de vacaciones en España!12.

Hasta ahora, sólo con abrir las entrañas del abortismo, han quedado
patentes: el desprecio monstruoso de los más débiles (a) la imposibilidad lógica
de condenar el terrorismo (b), el socavamiento de todo el orden moral y de los
propios derechos (c), la imposibilidad de ser honrado sin someterse a norma
universal (d), la manipulación de las personas y el parasitismo (e), el aplauso a
las depravaciones (f), el fomento del egoísmo más inconfesable (g).

h) ¿Reacción de muchos fautores del aborto ante tal reventón de tejido


canceroso? Se resisten a reconocerlo, aunque no puedan anular su evidencia.
¿Cómo?
En un primer momento, cerrando los ojos. Protestando contra el cirujano
que saja el tumor. Les irrita incluso que esas cosas se planteen como cuestión
moral y se relacionen con un orden moral absoluto. Hablan de exageración.

Pero tampoco aceptan ser excluidos del orden moral. ¡Y cómo evitar la
contradicción sangrante! Postulando un «orden moral» que no incluya esas
exigencias. (Como si dijéramos: implantando un libro de Patología que no
incluya como enfermedad ni la sífilis ni el cáncer.) ¿Y cómo se realiza esa
operación? La profesora, ya citada, del Simposio comillense daba una pista
cuando, a falta de norma moral absoluta, abogaba por la racionalidad
«intersubjetiva» o "dialógica", aunque no alcance el consenso total. Para tener
socialmente una base, sin salir del subjetivismo, algunos políticos o intelectuales
agnósticos acuden a un «consenso» o "apariencia de consenso" en el sentido que
interese. Para sentirse seguros, basta contar, por ejemplo, con que unos cuantos
órganos de opinión repitan impávidos que la humanidad civilizada ve muy mal
el terrorismo, pero estima como un derecho el aborto (y sólo se oponen algunos
recalcitrantes, reaccionarios o al servicio de turbios intereses); que digan que
este tema no es de orden moral, sino un "opinabile politicum", y por eso el Papa
y los Obispos no deben intervenir...

Excluida la referencia trascendente, se trata de una moral convencional,


artificiosa; de un estado de "opinión" más o menos extendido. Y, para ensanchar
la apariencia de solidez, entran en juego automáticamente: el acoso a los que
siguen proclamando la evidencia de que la vida humana necesita fundamento
más real (y no pudiendo acallarlos moralmente, es decir, en conciencia, se
intenta amordazarlos con la bruta presión externa); el falseamiento constante,
incluso del dato social, con propagandas engañosas, con representatividades
ficticias.

Sin embargo, el tejido canceroso de las contradicciones y las


inconsistencias no cambia por ello. Aunque se consiguiera que una gran parte
de la sociedad consintiera momentáneamente en lo que se le repite, no se
lograría una base moral sin contradicciones. Agrietada la base, se busca refugio
en una moral parcializada: una moral que no lleva a los hombres a ser buenos
según la total exigencia de la Verdad y el Bien, sino en relación con ciertas
conveniencias subjetivas; una moral que es "buena" sólo en cuanto favorece a
un determinado régimen convencional de convivencia. A esta Moral, y por
estas razones, Santo Tomás de Aquino, con total imparcialidad técnica, la
compara a la que vige en una sociedad o partida de bandoleros13. Moral que
funciona en ese acotado, pero está arbitrariamente parcializada. ¿Que sólo eso
es posible? Bien; mas eso es radicalmente incapaz de fundar la comunidad del
orden político a la medida de la dignidad del hombre. Los bandoleros se
pondrán de acuerdo en que les es lícito para sus fines disponer de la vida y
hacienda de otros hombres; pero no podrán repudiar en el orden moral que
otros hombres, incluso miembros de la partida, piensen por la misma razón
que les es lícito disponer de la vida y el botín de los bandoleros.
i) Lo que antecede pone al desnudo un preocupante fenómeno de ceguera.
Al defender la vida del que va a nacer, ha dicho el Papa, "defendemos las
conciencias humanas... para que llamen bien al bien y mal al mal, para que
vivan en la verdad"14.

j) Y si hay ceguera en punto tan simple y evidente, relacionado con la


Justicia, cabe sospechar que también se dé en otras áreas delicadísimas, tratadas
con tanta despreocupación15. Pensando en la proyección social de la ceguera,
parece resonar la voz de Jesús ante los fariseos: «si un ciego guía a otro ciego,
ambos caerán en la hoya" (Mt. 15, 14).

II

1. Sentido moral del orden político

Del ejemplo que acabamos de analizar se induce una ley general: la


necesidad de reafirmar, en su totalidad inescindible, el sentido mora! del
régimen político.

La misión de este no se limita a garantizar el ejercicio de las libertades


subjetivas sin violencia; sino que sirve positivamente a un Bien Común, el cual
comprende, si, aquellas libertades, pero también los valores morales que
orientan las libertades hacia la Verdad y el Bien16. Gaudium et spes, 74: "El bien
común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales
los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y
facilidad su propia perfección»17.

La vinculación esencial del orden político al orden moral equivale a la


doctrina de que toda autoridad o poder legitimo viene de Dios (18). «Dad al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, (Mt. 22, 21). El César de
ahora, que tiende a ser un Absoluto, es la soberanía de las libertades
autónomas y la regulación de su "convivencia". Habrá que conceder a ese
imperativo lo que sea imprescindible para salvaguardar el bien que en ello
haya; mas no anulando lo que es de Dios: lo que es condición esencial de todo
bien. La doctrina católica es como sigue:

"Los ciudadanos, además de intervenir de diversos modos en la


designación de los titulares de la autoridad, conforman con sus opiniones
numerosas leyes y actos de gobierno. Una gran parte de las decisiones
operativas en la vida pública depende de la apreciación de circunstancias
concretas y pueden determinarse de acuerdo con las preferencias legitimas de
los ciudadanos. En este campo de opciones contingentes y convencionales, el
que rige a la comunidad podría limitarse, hasta cierto punto, a ser árbitro de
unas "reglas de juego". El gobernante decide de acuerdo con los ciudadanos y
los representa."

"Pero hay valores y principios morales, para cuyo servicio y tutela la


autoridad y la ley deben representar a Dios, por encima de las variables
corrientes de opinión. El pluralismo de las opiniones sólo se justifica en el
marco, y como aplicación multiforme, de unos mismos valores morales,
implícitos en la Ley de Dios»19. El gobernante tiene una responsabilidad moral
propia, que no puede echar sobre el pueblo. No puede reducirse a "responder
ante el pueblo". Es más que un "árbitro".

2. Límites de la neutralidad y la tolerancia política

Ciertamente, el orden político no regula directamente todos los valores.


Solamente en lo que afecta al «bien común" Por eso hay un campo en que las
decisiones deben ser privadas, libres, sin ingerencia del poder político, porque
no competen a la jurisdicción de los gobernantes, no les toca dirigirlas20. Y hay
también un campo en que, aun dentro de la jurisdicción política, el poder ejerce
la tolerancia, cuando no puede impedir algo sin causar males mayores.

Mas la no intervención y la tolerancia no pueden extenderse a todo. Se


requiere una conformidad positiva del poder político con los Valores morales,
la cual comporta los tres modos siguientes:

a) Nunca legislar o gobernar contra la ley moral. (No es lo mismo tolerar


que promover o legitimar.)

b) Ciertos valores hay que tutelarlos jurídica y coercitivamente. El


gobernante "no puede ser un árbitro indiferente a los juicios de valor. No puede
limitarse a canalizar y sancionar las corrientes de opinión". Hay valores
fundamentales que tiene que servir. Ha de haber "ciertas leyes que impongan
obligaciones de acuerdo con el orden moral o que impidan actuaciones
contrarias al mismo. Esta coerción jurídica ha de tutelar aquellos valores que
afectan a la consistencia de la misma sociedad civil; ha de impedir, por tanto, el
ataque social a los valores morales y religiosos; ha de proteger los derechos
inalienables de personas e instituciones"21.

Sin duda, esto puede exigir en algún caso que el gobernante se niegue a
sancionar opiniones, aunque sean mayoritarias El Magisterio universal de la
Iglesia lo ha reafirmado recientemente, por ejemplo, respecto al aborto
provocado. La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en su
declaración de 1974, consideraba el argumento del pluralismo, que se aduce en
favor de una liberalización de las leyes: si, junto a los católicos y otros
ciudadanos que condenan el aborto, otros muchos lo juzgan licito, "¿por qué
imponerles el seguir una opinión que no es la suya, sobre todo en paises en los
cuales sean mayoría?" La Sagrada Congregación replica: "la vida de un niño
prevalece sobre todas las opiniones. No se puede invocar la libertad de
pensamiento para arrebatársela. La función de la ley no es la de registrar lo que
se hace, sino la de ayudar a hacerlo mejor"22. Una ley opuesta a la ley natural no
seria ley.

De manera semejante la Comisión Episcopal Española para la Doctrina de


la Fe, en 1974: "El pluralismo social existente no puede justificar la legalización
del aborto. Los valores éticos fundamentales... nunca pueden subordinarse a ese
pluralismo social.

Y el Episcopado Francés había dicho que en esa materia «el papel de la


legislación no debe ser sino represivo".

c) Y allí donde no llega la coerción jurídica (el campo en que el poder


político "no regula", o bien "tolera") subsiste el deber simultáneo de facilitar,
favorecer positivamente los bienes morales extrapolíticos. Esto exige:

- Reconocerlos, respetarlos. No atacarlos. No crear condiciones adversas:


ni por «desinterés", ni por "totalitarismo político» o pretensión de
configurar desde la político todo el vivir humano (tentación que se da
por igual en formas pluralistas "democráticas" y en formas de poder
concentrado).

- Además, crear condiciones propicias‑ entre ellas, la de no permitir el


mal sin razón suficiente, cuando ello incita al mal y lo promueve.

Dicho de otro modo: la "libertad política" es "no coacción"; pero no es


"neutralidad". La libertad exterior debe favorecer a la libertad interior (la que se
orienta al bien)23. Lo más alejado de la jurisdicción civil es la vida religiosa: sin
embargo, el Concilio Vaticano II, al defender la libertad frente al poder civil, no
se contenta con su dimensión "negativa" o no coacción, válida para todos (los
que cumplen su deber religioso y los que no); reclama la dimensión positiva de
la libertad, el favorecimiento, que se refiere a los que quieren cumplir su deber
religioso, no, por ejemplo, al ateísmo24.

La realidad impone una reflexión muy grave. Y es que el Poder tiene, de


hecho, y ejerce (a veces sin programa, por irradiación) medios poderosos de
fomentar, estimular... Está obligado a hacerlo para el bien moral25. El
Episcopado Español ponderaba en diciembre de 1931 la supremacía del bien
hacer de los gobernantes sobre las "formas" políticas: «Bajo un régimen cuya
forma sea la más excelente, la legislación pude ser detestable, y, al revés, bajo
un régimen de forma muy imperfecta puede darse una excelente legislación"26.
Y un escritor político acaba de decir: «La bondad o la maldad de los hombres
que administran los sistemas políticos tienen más influencia en el gobierno de
los pueblos que los principios formales en que aquellos se inspiran"27.

3. Contradicciones de una sociedad neutra o permisiva

Si se esgrime el impedimento de las opiniones discrepantes para eximirse


de urgir exigencias morales en el orden político, habrá que advertir que ese
intento tropieza con el obstáculo mucho mayor de las contradicciones y la
insinceridad de una sociedad "permisiva". Lo cual es una prueba, per oppositum,
de la necesidad de una invariante moral. Hemos visto ya esa prueba
condensada en el ejemplo del abortismo. Recapitulemos ahora con perspectiva
total.

a) El permisivismo moral en el orden político fomenta el agnosticismo


moral, por cuanto tiende a rebajar el nivel de la ley moral hacia lo "permitido
legal".

b) Fomenta la renuncia, no sólo a la coacción legal, sino también a la


solicitud educativa y a la estimulación de los valores morales. Propende a una
organización social que se cuida sólo de los "derechos". Pero una sociedad de
solos "derechos" es inviable, es suicida. Ni siquiera logra que funcionen los
derechos. Tiende a proclamar "derechos" vacíos, es decir, sin señalar quien es el
sujeto al que se puede exigir el "deber" correspondiente28. Y en la vida social
‑ además de los derechos exigibles por los demás hay deberes intrínsecos a cada
uno de nosotros, que nadie nos puede exigir. Los hombres no pueden exigir lo
que más necesitan: el amor, la dedicación a promover y facilitar el bien, la
solicitud cariñosa, la comprensión, el perdón, la renuncia al propio derecho por
amor a los débiles29. Son deberes morales (exigidos por Dios), no derechos
exigibles por los beneficiarios. Sin ellos la sociedad no funciona; desfallece la
tensión positiva y creadora; se produce un vacío irrellenable.

c) Y he aquí las contradicciones de la sociedad permisiva:

Contradicción en cuanto a los valores humanos que esa sociedad dice


servir. Reserva la solicitud legal, y aun la solicitud educativa, para dos únicos
valores: la no violencia y la "felicidad" o satisfacción subjetiva de los
ciudadanos, que no se sienten comprimidos. Pues bien, «es superfluo traer
pruebas de que las sociedades permisivas... generan frecuentemente mas
violencia. Y siempre producen en los ciudadanos y en el tono medio de la vida
social un vacío, una desgana, nada gratificantes. Una laxa mediocridad, que es
la situación a la que estamos asomándonos30. Este vacío, esta mediocridad
desganada, podríamos evocarlos con unas palabras escritas hace más de medio
siglo por Don José Ortega y Gasset al tratar el fenómeno de la emancipación
política y social respecto a los mandatos, el de la tendencia a una vida sin
principios morales, vida de pura espontaneidad:
Piensan "que les han quitado un peso de encima... Pero la fiesta dura poco.
Sin mandamientos que nos obliguen a vivir de un cierto modo, queda nuestra
vida en pura disponibilidad. Esta es la horrible situación intima en que se
encuentran ya las juventudes mejores del mundo. De puro sentirse libres,
exentas de trabas, se sienten vacías. Una vida en disponibilidad es mayor
negación de si misma que la muerte. Porque vivir... es cumplir un encargo, y en
la medida en que eludamos poner a algo nuestra existencia, evacuamos nuestra
vida"31.

Contradicción en que no tutela los derechos. (Cuando la tutela de los


derechos de los demás es precisamente el límite que el "permisivismo" impone
a las libertades.) ¿Quien determina los derechos que hay que tutelar? ¿Quien los
selecciona? Arbitrariedad sobre arbitrariedad. Como falta siempre el consenso
unánime !porque en una sociedad a merced de opiniones, supuesta cualquier
opción legal o educativa, por permisiva que sea, siempre caben opiniones y
comportamientos opuestos, que según una moral permisiva son tan lícitos
como los demás), de hecho el límite de los derechos tutelados lo fija un grupo:
una mayoría (real o supuesta) o una minoría. Como este límite, por suposición,
no se impone en virtud de criterios morales superiores, la imposición,
fluctuante según convenciones o tácticas, no se justifica moralmente; y tampoco
se justifica la coerción que la acompaña y que contradice al criterio de
permisividad.

Esta contradicción es flagrante en quienes se empeñan en identificar la


Moral con la pura «formalidad democrática»: moral sin invariantes, sin normas
ni valores trascendentes. Hace muy poco un profesor de Filosofía de la
Universidad Autónoma de Madrid32 escribía que la Moral y la Democracia se
definen negativamente y por limites, no por contenidos. La Democracia es sólo
el "marco institucional y legal mínimo para no devorarse" (partiendo del "homo
homini lupus"). La Moral consiste en "los elementos contractuales suficientes
para neutralizar la corrupción o el devoramiento". "La ética democrática es una
ética minimista que... busca sus propias normas... La instancia normativa es su
propia racionalidad, ejercida como dialogo, acuerdos, estipulaciones legales, y
contrastada por su operatividad en la praxis social". Los jueces sancionan las
infracciones, pero "la ley infringida no es un mandato, sino un acuerdo roto".

¿Acuerdo roto? ¿Y los millones que no hayan pactado tal acuerdo? La


coerción que se les impone ¿no es entonces mera violencia bruta?33. De hecho,
ese tipo de «moral democrática» apunta hacia la homogeneización totalitaria:
implica la concentración en manos del poder político del triple poder, el
político, el económico, el de los instrumentos de difusión cultural y de los
criterios de conducta.

Con una mirada al mundo se hace patente el déficit moral que hay en
muchas sociedades políticas:
 por el vacío que causa el desamparo de valores, la ausencia de
ejemplaridad e impulso elevador; porque se prima la Libertad como
indiferencia o anomía y no la Libertad como orientación estimulante
hacia el Bien; por el clima, permitido y provocado, de agresión a la
institución familiar; por la corrupción de menores...

 y por la sangrante conculcación de derechos primarios: aquí y allá se


considera actuación política normal abogar por la eliminación de
inocentes; el respeto a la dignidad de las personas está en baja: es
excesivo el nivel de difamación, injurias, calumnias, perversión,
violaciones... en gran medida impunes; la protección es insuficiente
(reducida con frecuencia a remedios judiciales tardíos, cuando el daño es
irreparable; por eludir otros inconvenientes, se descuida el deber de
prevenir y gobernar); en el ámbito de la docencia y de las distintas
formas de publicidad se pisotea el derecho de las familias a ser ayudadas
en la educación de los hijos. ¿Se olvida un derecho inviolable de los
niños y adolescentes ‑proclamado por el Concilio Vaticano II (34)‑, el de
ser, no solamente no estorbados, sino estimulados en el aprecio de los
valores morales y religiosos: y que el conjunto social se reconozca
condicionado esencialmente por la articulación "padres‑niños"...

De lo dicho fluye una tercera contradicción, la más intolerable: que,


renunciando a valores morales absolutos, se absolutiza e impone
coercitivamente otro sistema de valores relativos o arbitrarios. Como sin
imponer algo la sociedad se desmoronaría, en toda sociedad, en un momento
dado, se impone a los discrepantes un sistema intangible de valores, aunque se
presuma hipócritamente de permisivismo. La cuestión que se esconde tras
tantos disimulos es sencillamente: ¿esos puntos intangible, impuestos a los
discrepantes, corresponden a un Orden Moral, acatado por su verdad?35 ¿o son
dictados y convenciones arbitrarias?36.

Si hablamos, no desde la ficción política, sino con enfoque moral (según la


verdad y... con examen de conciencia), en la mayor parte del mundo la cuestión
no es, por ejemplo, saber ni hay "censura previa" o no; es solamente saber a qué
se aplica la censura, y cuando no está regulada in iure, quién y de qué modo la
aplica.

A veces la suplantación de lo Absoluto Moral por absolutizaciones de lo


Instrumental y relativo (por ejemplo, las formas de gobierno, las formas de
representación...) es tan llamativa que induce a recordar la recriminación de
Jesús a escribas y fariseos: "Os preocupáis (escrupulosamente) del pago de los
diezmos de la menta y la ruda... y descuidáis lo principal de la Ley: la justicia, la
misericordia y la lealtad" "Bien sería hacer aquello... pero sin omitir esto"37. Lo
contrario ¿no equivale a "colar un mosquito y tragarse un camello"?38.
III

Epílogo. Aplicación a la Política española

1.

a) Las formas de "déficit moral" que se acaban de esbozar se dan


notoriamente en España. No parece fácil responder afirmativamente a las
preguntas siguientes: ¿La subordinación a valores morales invariantes es clara,
sin ambigüedades, como Profesión de Principios? ¿Está asegurada por los
instrumentos de acción política? ¿Se cuida suficientemente en la dimensión
educativa de la atmósfera social?

El intento de corrupción de adolescentes que es el llamado "Libro Rojo del


Cole" (quizá el más radical de la historia) ha tenido en España el respaldo de
fuerzas políticas muy señaladas. igual que las campañas de exaltación del
aborto. Y la permisión del desbordamiento corrosivo contra la familia (39)...

Especialmente: ¿es adecuado el nivel de la «moralidad política" (según la


significación que le hemos dado antes) en la clase de los políticos? ¿No es
evidente que no pocos, entre los que hablan de "humanismo cristiano", no
pasan de un humanismo arreligioso o pluralismo agnóstico? ¿Y la
"aconfesionalidad jurídica" no se les vuelve a muchos "aconfesionalidad moral"?

b) Como un ingrediente primordial de la moral política, ¿no hay que


valorar las distorsiones y falseamientos del mismo sistema democrático, que a
la vista están?

La oligarquía partitocrática, que invade campos ajenos y no respeta


bastante el sentir del pueblo. Un propugnador del sistema de partidos ha dicho
hace poco en el Aula Jovellanos: "En España la hipertrofia de partidismo
político que padecemos desde la transición democrática avasalla los elementos
primarios de la estructura social, entregando a los representantes políticos
funciones que corresponden a los cuerpos básicos de la comunidad ciudadana...
La familia se siente constantemente agredida por una minoría ácrata
radicalizada"40. La absorción, con sus efectos despóticos, puede ser muy nociva
en tres sectores. 1. En el ámbito educativo, donde más del 90 por 100 (en
muchas partes, casi el 100 por 100) de los padres reclaman formalmente
formación católica para sus hijos: ¿los Partidos respetan debidamente ese dato
social? 2. En el ámbito de la democracia !local o municipal ¿no queda trabada
con la subordinación estructural a Partidos, y por tanto a centros de interés y
decisión extraños? 3. En el ámbito de la aportación personal de los elegidos
como representantes del pueblo: ¿Participan suficientemente? ¿No firman
demasiados cheques en blanco? ¿En algunos casos no renuncian, no ya a
preferencias (lo que es legítimo), sino incluso, con más o menos vacilaciones, a
la conciencia?

Pero entre las distorsiones del sistema democrático hay otra de mayor
gravedad moral. Podría preguntarse si son satisfactorios los cauces de
expresión y participación del pueblo; si es de nivel aceptable la fidelidad a la
representación41. Con todo, lo más preocupante es la falta de asunción de las
responsabilidades. En lenguaje "político" convencional se habla de "soberanía
popular". En lenguaje moral, el de la verdad en conciencia, si con ello se quiere
descargar en el pueblo la verdadera titularidad de las responsabilidades, no es
justo. Es evidente que la intervención del pueblo está limitadísima y
supercondicionada: se reduce a decir Si o No a ofertas que predeterminan
algunos, muy pocos. No discuto si esto es legitimo, o si es inevitable. (Cuáles
sean las formas posibles, e incluso cuál sea en un momento dado el optimum
realizable de intervención del pueblo, es cuestión sujeta a apreciaciones muy
variadas, que no sería fácil enjuiciar.) Lo importante es que las
responsabilidades sean asumidas conforme a la verdad, es decir, por quien
realmente ejerce el poder. (Esto, si, pertenece a la invariante moral.) No basta
decir que los puestos de gobierno están abiertos a todos (como se dice que
cualquier ciudadano "puede" ser Presidente de los Estados Unidos): hay que
saber qué fuerzas reales ocupan de hecho un lugar determinante, salen en la
carrera con mil metros de ventaja. Por eso, cuando, por ejemplo, la abstención
es muestra clara de que las ofertas no logran reflejar el sentir del pueblo, son
unos pocos, media docena de personas, los responsables obligados
moralmente a adaptar o renovar las ofertas. Mantenerlas, forzando al pueblo a
jugar contra gusto por evitar males mayores, es un acto despótico.

2. El lema de este Club durante el curso actual de conferencias es: "Hacia


la estabilización política."

Una estabilización saludable incluye la armonía de Pluralismo y Eje moral:


la libre concurrencia de ideas e intereses plurales, y la firme vigencia (como
"motor inmóvil") de los Valores absolutos. Estos deberían ser asumidos y
tutelados por las agrupaciones que expresan aquellos.

Hemos visto que algunos valores han de ser defendidos por la autoridad,
incluso contra una supuesta mayoría. Pero la hipótesis, aquí y ahora, es irreal.
No partimos de cero. En España la adhesión de la gran mayoría a valores de
inspiración cristiana es un dato histórico-social suficientemente implantado. La
autoridad que sintonice con ese dato y lo cultive positivamente hallará que su
obligación, que es independiente de las opiniones, coincide con la convicción o
el sentir del pueblo: las exigencias morales coincidirían fácilmente con la forma
instrumental, democrática, facilitando la acción política. ¿Pero no hay
demasiada desidia, cuando no complicidad, ante la siembra irresponsable de
incitaciones disolventes, ante el proceso constante de erosión moral?

3. Y queda, finalmente, una pregunta ineludible. ¿Hay un cauce político


que conecte con ese núcleo mayoritario del pueblo? Es este un problema de
estructura política. ¿Cuál es la instancia encargada de articular entre sí el
Pluralismo y el Absoluto moral, asegurando institucionalmente la supremacía
de este?

Los hechos demuestran que no basta el automatismo de las


determinaciones subjetivas.

¿Se dirá que para eso está la ley constitucional establecida por la mayoría
de los grupos que comparten aquel valor moral? Pero los que la hicieron
reconocen que es ambigua; y su funcionamiento lo confirma, puesto que está a
merced del voluntarismo de los Partidos. Veo un testimonio eminente en unas
declaraciones que hace poco más de un año publicó el señor Presidente de la
Comisión Constitucional, Don Emilio Attard42. Según ellas la Constitución no es
abortista. El derecho de «todos» a la vida se puso, en el articulo 15, para evitar
la futura legalización de las prácticas abortivas. Los socialistas querían poner
‑ en vez de "todos"‑ "personas", para no comprender a los no nacidos. Y si bien
no lo lograron el portavoz de su grupo parlamentario, señor Peces Barba, al
explicar su voto dijo: "Todos saben que el problema del derecho es el problema
de la fuerza que está detrás del poder político y de la interpretación. Y si hay un
Tribunal Constitucional y una mayoría pro-abortista, "todos" permite una ley
de aborto; y si hay un Tribunal Constitucional y una mayoría antiabortista, la
"persona" impide una ley de aborto". Según este relato del Señor Attard, ¿cabe
mayor ambigüedad? En todo caso, ahí están las afirmaciones programáticas y
las públicas campañas pro-aborto de Partidos legales. ¿Serían posibles si lo
excluyese la Constitución? El hecho actual es que ese valor moral absoluto no
está protegido por ella ni por nada. Si algún día el Tribunal Constitucional
determinase unívocamente el sentido de la Constitución, ¿mejorarla realmente
el estado de cosas?

¿No debería estar tutelado jurídicamente el Eje moral por una institución
que esté por encima de los Partidos y del doble uso que estos, según lo
anunciado, pueden hacer de la Constitución? Hay valores que no se
salvaguardan sólo con actos de tribunales; requieren una acción continua,
motora, educadora, preventiva. ¿Tal Institución podría ser la Corona?

La Corona se ha vaciado en gran parte. Está casi reducida a que su titular


exprese buenas intenciones acerca de los valores "intangibles", pero sin poder
evitar que unos y otros los toquen y los manoseen. (No me refiero solamente a
los absolutos morales; también a ciertos valores históricos de España que en
este momento el Jefe del Estado tiene como intocables)42 bis. Como ciudadano y
co-autor de la instauración monárquica, puedo recordar que la Corona tenia
unas facultades. ¿No se pudo, al abrir la puerta al pluralismo de los partidos,
insertarlo previamente, con el consenso, que seria casi unánime, del pueblo, en
un núcleo intangible, que sería el contenido institucional propio de la Corona?
Lo mismo que por decisión democrática la institución monárquica es un Prius
que no se permite someter a continuas consultas, ¿no pudo preguntarse
oportunamente al pueblo si quería poner como condición previa a los partidos
el acatamiento a ciertos valores suprapartidistas? Hay una invariante
estructural ¿no debería estar al servicio de la invariante moral?

No vale ahora escudarse en el pueblo. Fueron unos pocos los que,


partiendo de una posición de poder ocupado, colocaron al pueblo ante una
situación, como pudieron colocarlo ante otra. En vez de poner un solar con
escombros a disposición de todos los proyectistas, ¿no se pudo, manteniendo la
casa en pie, hacer una reconstrucción más prudente y realista, asegurando la
continuidad de lo que se estima fundamental?

***

El 17 de febrero de 1977, estando yo en Roma con el Papa, dirigí un saludo


al Rey de España, que aquel mismo día fue a Cuenca y entró para orar en su
Catedral. Es un deber moral para mi repetir ahora exactamente, sin escamotear
oportunísticamente ningún ingrediente, las palabras centrales de aquel saludo:

"Que Dios os ilumine y fortalezca en el ejercicio de vuestra altísima misión


de Rey, de acuerdo con sus exigencias propias y con los compromisos que
habéis jurado ante Dios y ante los hombres".

"Es grato recordar que también a Vos corresponde la definición que nos da
San Pablo de la autoridad civil, y que un Obispo y Cardenal español evocaba
hace pocos años aplicándola a aquel que iba a instaurar la Monarquía en
vuestra persona, vuestro glorioso predecesor Francisco Franco. Sois, en efecto,
según el Apóstol, "ministro de Dios para el bien". Sabemos que os compete ser
principio de unidad y animador de la concordia y la participación de todos los
ciudadanos, Y para ello se os ha confiado un cometido y una responsabilidad
personal intransferibles: profesar, promover tutelar en nombre de Dios los
valores que están por encima del vaivén de las opiniones, Y en cuyo servicio
encuentra su legitimidad toda soberanía humana, se enraiza la dignidad de las
personas y se nutre la felicidad de los hogares y de la Patria"43.
NOTAS

(1) Vid. YA, 19-1-1982, Pág. 25.

(2) El PAIS, 25-9-1981.

(3) Estoy aludiendo a conocidos pensadores «existencialistas».

(4) Menciono la tesis de Einstein como ejemplo. No juzgo de su validez.

(5) Hechos de los Apóstoles, 4, 19; 5, 29.

(6) Alocución al pueblo de Roma, el 10-5-1981.

(7) Aforismo: «Quod non vis fieri tibi, alii ne facias». En forma positiva:
«Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a
ellos» (San Mareo 7, 12). Ley del Amor: San Mateo 22. 40.

(7 bis) En Irlanda. El Papa ha reiterado solemnemente la misma verdad en


numerosas ocasiones y en distintas partes del mundo.

(8) El Absoluto Moral, por su concreción perfectamente definible, no se


confunde con ciertas aspiraciones vagas, en que el problema es su aplicabilidad
al proceso de la vida real por parte de los que gobiernan; y así no esta expuesto
a las objeciones que autores como F. Hayek lanzan contra la noción de «justicia
social», que según ellos. por su equivocidad, encubre la injusticia.

(9) Carta a los Romanos 13, 8,9. San Mateo 7, 21: "No todo el que dice: ¡Señor,
Señor! entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre, que está en los cielos.»

(10) Crítica de la razón práctica, Edición «Colección Austral» de Espasa-Calpe,


pág. 50.

(11) Ver Amor-Deber y permisivismo, del autor, pág. 27.

(12) Reportaje publicado en YA por una periodista que pasó una jornada, como
aparente candidata al aborto, en el Hospital de Lyon.

(13) Ver Summa Theologica, 1,2, q. 92, art. 1, ad. 3. La ley es para hacer a los
hombres buenos. Si la ley no tiende al bien común regulado por la justicia
divina, sino sólo a lo «útil» o lo «deleitable» e incluso a lo que repugna a la
justicia divina, hará a los hombres «buenos secundum quid», esto es. en orden a
un determinado régimen. Y así se habla, por ejemplo, de un "buen ladrón"...
(14) Alocución citada del 10-5‑1981.

Anotemos de paso, en relación con el amor a la verdad, el deterioro, tan


extendido y alarmante, en el arte de pensar y de exponer; la excesiva dosis de
incongruencia Lógica y de voluntarismo irreal en tantos escritos; la
manipulación de la historia; un maximum de ignorancia e incultura en medio de
un maximum de informaciones...

(16) Exposición reciente: B. Monsegú. Metafísica del orden jurídico‑moral y


campo de acción de la prudencia política, en Verbo, 193‑194 (1981).

(17) Buena concreción, en el Fuero de !os Españoles de 1945, art. l. Sobre la


relación de la Libertad a la Verdad y al Orden Moral. ver el discurso de Juan
Pablo II en Filadelfia y Nueva York (oct. 1979).

(18) Jesús a Pilato: "No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido
dado de lo alto» (San Juan 19, 11). Ver Carta a los Romanos 13; Hechos 5, 29
(Los Apóstoles con Pedro, a las autoridades de Jerusalén): «Es preciso obedecer
a Dios antes que a los hombres"; el mismo Pedro (carta 1ª, 2,13): «Someteos a
toda autoridad humana por respeto al señor». Santo Tomás: «Omnis lex, in
quantum iusta est, derivatur a lege aeterna» (S. Th. 1‑2, q. 93, a. 3)

(19) Cf. León XIII. Diuturnum illud, 5‑12; Humanum genus 18, 22, 26;
Immortale Dei 4‑7, 24, 31, 38; Libertas 10; Pío XI, Quas Primas, 18; Concilio
Vaticano II, Gaudium et spes, 74. Víd. mi La Monarquía Católica, pág. 14.

(20) Valores que el poder político no puede regular directamente son los que
afectan al vivir hondo de personas y grupos: la trascendencia religiosa; la
libertad interior (que se da aunque falte la exterior): las actitudes morales
profundas (las que generan amor al enemigo, perdón, renuncia a derechos,
fecundidad del fracaso); la creación filosófica, artística, científica, técnica,
literaria; que el mandar sea «servir, (Lc. 22, 26), etc.

(21) Cf. La Monarquía Católica, págs. 15‑18.

(22) Juan Pablo II repetirá el 7‑12‑1979: La ley «no debe ser simple denotación
de lo que acontece, sino modelo y estimulo para lo que se debe hacer".

(23) La libertad profunda se da aunque falte la libertad civil. Condición esencial


de ésta es que favorezca a aquella. Si, al revés, fomenta la perdida de la libertad
interior. señal de un fallo gravísimo: entonces, bajo especie de libertad, campea
la desidia y lo negativo, y aun el despotismo arbitrario.

(24) Síntesis sobre el sentido de la "libertad religiosa» según el Concilio


Vaticano II, en La Monarquía Católica, págs. 31‑33.
(25) En Amor‑Deber‑Permisivismo, págs. 28‑32, hay un resumen de las
exigencias morales del poder civil, tanto en el campo de las Leyes y de la acción
de gobierno como en lo que se refiere a la solicitud positiva dentro del ámbito
social y educativo.

(26) Carta del Episcopado Español sobre la Constitución. Continuaba diciendo:


«La aceptación del primero (el régimen) no implica, por tanto, de ningún modo
la conformidad, menos aún la obediencia a la segunda (la legislación) en
aquello que este en oposición con la ley de Dios y de la Iglesia.»

(27) R. Serrano Súñer, De ayer y de hoy, pág. 310.

(28) Como es sabido, esto lo critica vigorosamente F. Hayek. refiriéndose a las


formulaciones contemporáneas de Derechos Humanos.

(29) San Pablo (Rom. 14; 15; I Cor. 8; 10. 23‑33) enseña a los cristianos de su
tiempo: los «fuertes» ‑convencidos justamente de que les es licito comer carne
inmolada ante los ídolos‑ deben renunciar a su «derecho» en favor de los
«débiles". esto es, si conviene para no escandalizar a los que tienen «conciencia"
de que eso es ilícito.

(30) En Amor‑Deber‑Permisivismo, pág. 33. escribía: «Lo más peligroso de estos


momentos en España no es que unas fuerzas políticas o culturales arrastren con
ímpetu revolucionario en una dirección o en otra a los ciudadanos; si
arrastraran. señal sería de que hay una corriente, y una corriente, aunque
desviada, se puede canalizar. El peligro está en que nadie arrastre a nadie y que
todos terminemos chapoteando en una charca inmunda.»

(31) La rebelión de las masas, Ed. «Col. A.», pág. 141.

(32) M. Benavides, El pecado original y la democracia, El PAIS, 21‑1‑1982.

(33) A. del Noce, Il problema dell'Ateismo, Bologna, II mulino, 1964, pág. 353,
escribe: «Come democrazia elevata a valore... differisce dal totalitarismo nei
precisi termini in cui la «perdita del sacro» differisce dall'ateismo, e soltanto in
essi: perchè è anch'essa fondata. in ultima analisi, sulla forza, come quantità di
voti, né riconosce, oltre alla forza, autorità di altri valori».

(34) Gravissimum educationis, 1.

(35) Tal orden sería concebido, por quien lo acata, como «universal y objetivo»,
y así garantizaría en principio una armonía de las libertades por encima de lo
arbitrario. Ejemplos de absolutización de convenciones: en
Amor‑Deber‑Permisivismo, págs. 35, 40‑41.
(36) El Director de RTVE afirmó el 14‑1‑1981 que los valores supremos o
inviolables en el uso del medio eran: 1) la monarquía parlamentaria; 2) el
Estado social democrático de derecho; 3) la unidad indisoluble de España.
Añadió: "Todo lo demás es interpretable ideológicamente.» ¿Todo?

(37) San Mateo 23, 23. Cf. San Lucas 11. 42.

(38) San Mateo 23, 24.

(39) En este Club Siglo XXI, Carmen Alvear afirmó que toda la política de
«izquierda» es antifamiliar; y la restante ha abandonado a la familia. Cf. YA,
29‑1‑1982.

(40) José María Javierre: YA, 4‑3‑1982, pág. 38. Según EL PAIS, 10‑3‑1982, pág.
29, los organizadores de la Exposición «Desde el Greco hasta Goya» en Munich
se quejaron de que en España «los políticos deciden más que los directores de
Museo, y esto es algo inaudito. Los directores de museo tenían más
competencias con Franco que ahora».

(41) El YA. del 21‑3‑1982, publica en pág. 5 esta afirmación de Emilio Romero:
La Democracia ahora es "una mesa de velador de media docena de señores con
cartas marcadas, mientras el pueblo está en la inopia, en la desorientación, y en
el miedo".

(42) En VA. 24‑1‑1981. pág. 14.

(42 bis) El YA del 16‑4‑1982, pág. 7, publicó esta apreciación de D. Emilio


Romero: "El Rey es un símbolo... El Rey no modera ni arbitra nada. El Rey no
puede disolver las Cortes por razones de interés general y superior y en servicio
del Estado. El Rey no puede tener la iniciativa de una consulta general al país
sobre un tema grave o trascendental. El Rey no puede hacer gobiernos de
salvación nacional... El Rey es una figura maniatada...»

(43) Texto íntegro del saludo al Rey, en el Boletín Oficial del Obispado de
Cuenca, 1977, págs. 51‑52.
RESUMEN DE PRENSA

José Guerra Campos, Obispo de Cuenca, en una conferencia dada en el


Club Siglo XXI bajo el titulo "La invariante mora! de! orden político" desarrolló
la idea de que no es posible una comunidad de libertades sin referencia a un eje
moral, examinando la tesis de los que conciben la democracia en términos de
relativismo subjetivista. Y preguntó si velar por la inserción del pluralismo en
aquel eje moral no debería ser el contenido propio de una institución por
encima de los partidos.

Como introducción, el conferenciante, procediendo inductivamente desde


el planteamiento que hacen los sostenedores del relativismo moral, mostró que
la convivencia humana no es posible sin referencia a invariantes morales, que
son las que dan cauce y sentido a la movilidad y el pluralismo de la vida. La
invariante moral no equivale siempre al fijismo, pero tampoco admite el
oportunismo. Es el eje de las mismas variaciones legitimas.

Hay invariantes propias del orden político. La pretensión de reducir la


acción política a la simple coexistencia de libertades subjetivas, prescindiendo
de su relación a la Verdad y al Bien moral, es inviable. Lleva a la contradicción.
El caso del abortismo contemporáneo, por ejemplo, hace patente una situación
caracterizada por los siguientes elementos. Desprecio de los más débiles.
Destrucción de la universalidad de la norma y por tanto socavamiento del
orden moral y de los propios derechos (con la imposibilidad lógica de condenar
el terrorismo). Parasitismo de los que en un clima relativizado quieren, no
obstante, asegurar su propia inviolabilidad personal. Instauración de una moral
parcializada y convencional, que degenera en imposición y fomenta la
emancipación egoísta y la ceguera para los valores morales.

Las sociedades permisivas favorecen el agnosticismo moral, por reducción


de lo ético al mínimo legal. Descuidan la solicitud educativa. Desatienden
valores que son previos y más importantes que los derechos exigibles.
Aumentan la mediocridad y el vacío desganado. Son arbitrarias en la
determinación de los derechos y conculcan algunos derechos primarios en el
ámbito de la dignidad de las personas, en el ámbito de la familia y de la
educación de los hijos. Y mientras tienden a relativizar los valores morales
absolutos, se ven forzadas, para poder subsistir, a practicar la contradicción de
absolutizar valores convencionales. Y como, al mismo tiempo, se concentran en
manos del poder político tan copiosos resortes políticos, económicos y de
difusión cultural, amenaza siempre ‑sean cualesquiera las formas de
organización política, y bajo distintos disimulos‑ un peligroso totalitarismo.

II

En consecuencia el conferenciante formuló, como principio general, la


necesidad de recuperar el sentido moral de la acción política, esto es, su
subordinación al bien común: lo cual exige, no sólo garantizar el ejercicio de las
libertades subjetivas sin violencia, sino atender a su relación con la verdad y el
bien. Hay criterios para la tolerancia y la no intervención; pero hay valores que
han de ser tutelados por encima de las variables corrientes de opinión, sin que
les sean aplicables tales criterios.

Y aun en el campo a donde no se extiende la jurisdicción del orden


político, este debe respetar y facilitar, creando condiciones propicias, los bienes
morales extrapolíticos. La libertad política es no coacción; pero no es
neutralidad. La libertad exterior debe facilitar la libertad interior, que es la
orientada al bien según el deber moral. De hecho, para bien o para mal, el poder
político moviliza medios poderosos que ejercen gran influencia en ese campo. A
veces, con independencia de los principios formales que configuran el sistema
político.

III

El conferenciante concluyó haciendo aplicaciones a España.

El déficit moral que corroe el orden político en tantas partes del mundo
aumenta también en España. Hasta el «humanismo cristiano», al que se refieren
muchos, no pasa frecuentemente de ser un humanismo agnóstico. Ello agrava
ciertas distorsiones falseadoras del mismo sistema democrático: como son, por
ejemplo, la universalmente reconocida hipertrofia de la partitocracia; el
insuficiente respeto y servicio a la familia y a la voluntad de los padres en
materia de educación; la subordinación de la democracia municipal a intereses
ideológicos extraños; la insuficiencia de los cauces para acoger toda la posible
participación del pueblo. Mas, sobre todo, la injusticia de descargar en la
llamada "soberanía popular" responsabilidades que realmente corresponden a
muy pocos: los que desde una posición de poder ocupado colocan al pueblo
ante la necesidad de decir Si o No a ofertas limitadas. La responsabilidad moral
de esos pocos se agiganta cuando el fenómeno de la abstención hace patente
que las ofertas no han logrado reflejar el sentir del pueblo.

Terminó con dos conclusiones.

Una saludable estabilización política requiere que el pluralismo, en la libre


concurrencia de ideas y de intereses, gire en torno a un eje moral.

Parece necesaria una institución que asegure la armonía del Pluralismo y


los Valores permanentes. Es evidente que los Partidos practican la ambigüedad
en la interpretación de la Constitución, y de hecho quedan sin protección
algunos de aquellos valores. Hay que preguntarse si ese núcleo intangible de
valores no podría ser el contenido de la Corona, y si esta no ha sido
imprudentemente vaciada, reduciendo a su titular a proclamar buenas
intenciones. Con un contenido adecuado la invariante estructural del orden
político seria instrumento eficaz al servicio de la invariante moral.

Você também pode gostar