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Ix LA CONSTRUCCION Y LO CONSTRUIDO. ARQUEOLOGIA DE LA ARQUITECTURA Agustin Azkarate Garai-Olaun INTRODUCCION Desde hace algtin tiempo, tanto en Italia como en Espafia llamamos «arqueologia de la arquitectura» (AA en adelante) a un universo de expe- riencias de naturaleza diversa que, aunque cuenta con antecedentes afie- jos, ha ido adquiriendo progresivamente un perfil especifico durante la década de los ochenta y noventa del pasado siglo. Como cualquier empre- sa joven, est siendo objeto de un proceso de construccién y experimen- tacién que enriquece de forma constante los enfoques, quizé excesiva- mente reduccionistas en origen. Durante estos tiltimos afios comienza a observarse un cierto desencanto en aquellos cendculos —europeos, por su- puesto- en los que vio precisamente la luz, desencanto proporcionalmen- te inverso al dinamismo que parece vivir en los pafses latinoamericanos por ejemplo. En realidad, la acufiacin del propio concepto de «arqueologia de la arquitectura» en la Europa meridional es relativamente reciente y aparece consensuada, por primera vez, en los inicios de los noventa (Mannoni, 1990a, 1990b). Durante las dos décadas precedentes se utilizaron otros nombres, siendo los mas comunes los de archeologia del soppravvissuto, archeologia degli elevati, archeologia muraria, archeologia dell’ edilizia storica y archeologia del costruito, todos ellos con sus traducciones —no siempre afortunadas— al castellano. Fue T. Mannoni quien explicé con més claridad las razones de la nueva denominacién: «Es evidente... que si existe una “historia de la arquitectura” basada tanto en los estilos y cano- nes estéticos como en las fuentes escritas e iconograficas, debe existir también una “arqueologia de la arquitectura” basada en sus caracteres constructivos y en las transformaciones de los edificios, es decir, en el andlisis objetivo de los mismos artefactos» (Mannoni, 1996, p. 5). 271 Probablemente esta denominacién no sea la mas afortunada entre aquellas que pudieron haberse elegido. Desagrada, por ejemplo, a quienes —sintiéndose mas cémodos en su particular y excluyente caparazén cor- porativista— aborrecen los mestizajes disciplinares. Pero no deberfamos dejarnos engaiiar por las apariencias. Para tranquilidad de arquitectos, restauradores o historiadores del arte hay que decir que la AA no es un predio exclusivo de arque6logos, ni mucho menos. Y en este sentido no es nada casual que algunos de sus principales impulsores no lo sean. Por el contrario, la AA se est4 convirtiendo en un campo de juego abierto a cuantos les interesa el espacio construido como herencia de pasado, pero también como recurso para el futuro, como depésito de memorias histéri- cas, archivos estratigraficos, como elenco de técnicas constructivas, com- pendio de dimensiones simbélicas y significantes, reflejo de conflictos y vivencias sociales, en definitiva como topografia de las complejas «cons- telaciones cotidianas» de la sociedad (Teyssot, 1996). Por tanto, quiz4 sea prematuro andar expidiendo certificados de defuncién —como quieren al- gunos agoreros— y més provechoso, en cambio, aprender de la historio- graffa anglosajona en la que, desde hace ya algunas décadas, se habla con toda naturalidad de archaeology of architecture para referirse a experien- cias distintas nacidas de enfoques también muy diversos. El objeto de estas pdginas no es otro que ofrecer un estado de la cuestién sintético so- bre este universo de experiencias en las que arqueologia y arquitectura tejen complejas relaciones entre sf. ANTECEDENTES La relaci6n entre arqueologfa y arquitectura viene de lejos. Los arqui- tectos del quattrocento analizaban directamente sobre las ruinas de la vie- ja Roma el modus operandi de los antiguos aunque paradéjicamente co- menzara también entonces el primer gran expolio del patrimonio arquitect6nico, haciendo uso del Coliseo como cantera para las construc- ciones del papa Pfo II o desmontando hasta los cimientos la primera basi- lica de San Pedro del Vaticano. La Ilustracién tampoco escap6 a la curio- sidad cientifica por las obras antiguas, como reflejan los trabajos de G. Ciampini (Vetera Monumenta, 1690-1699), uno de los pioneros en plan- tearse el problema de la datacién de las fabricas romanas. El siglo xix y los comienzos del xx legaron las primeras obras sistematicas sobre la ar- quitectura y las técnicas constructivas romanas (Rondelet, 1802-1817), pero serd tras la segunda guerra mundial cuando se lleven a cabo los estu- dios mds importantes por parte de autores como M. E. Blake, L. Crema y, sobre todo, G. Lugli (Blake, 1947, 1959, 1973; Crema, 1959; Lugli, 1957). Los trabajos de estos tltimos autores respondian a criterios de base idealista que, aunque supusieron un importante avance en el conocimien- 272 to de las técnicas constructivas de la antigiiedad, con logros tipolégicos inestimables, estaban sujetos a fuertes limitaciones conceptuales y meto- dolégicas. Como sefialé N. Lamboglia, la obra de G. Lugli -sintesis de una época y de una mentalidad- reflejaba con claridad los limites de los métodos estilfstico-comparativos en el campo de la cronologia monumen- tal (Lamboglia, 1958, p. 158) y fueron por ello prontamente contestados por los primeros arquedlogos de sensibilidad marcadamente estratigrafi- ca, entre los que -en la arqueologia de los paises mediterréneos— fue pio- nero el propio N. Lamboglia. La conocida polémica entre este ilustre ar- quedélogo y G. Lugli a raiz de la recension que el primero hizo de la obra del segundo, estaba marcando el umbral de una nueva manera de abordar los estudios de arquitectura. Hasta entonces —y atin por bastante tiempo— la diacronja de las distintas técnicas constructivas se apoyaba en criterios bdsicamente analégicos. N. Lamboglia reivindicaré la necesidad del con- texto estratigrafico en el estudio de la arquitectura, sentando las bases de una renovacién metodolégica que vino de la mano de arquedlogos y ar- quitectos postclasicos italianos a partir de la década de los setenta. LA ARQUEOLOGIA ESTRATIGRAFICA Para comprender la génesis y naturaleza de lo que luego se Iamaré ‘AA conviene tener presentes algunas circunstancias. Y la primera de ellas tiene que ver con la profunda renovacién que la arqueologia de cam- po europea estaba conociendo desde mediados de la pasada centuria y que cristalizard en los setenta en lo que se ha denominado como la déca- da prodigiosa de la arqueologfa estratigraéfica en Europa. Las experien- cias britdnicas en el ambito de la excavacién estratigrafica que P. Barker, M. Biddle, B. Cunliffe levaron a cabo, fueron sintetizadas y divulga- das por P. Barker y, sobre todo, por E. C. Harris (Barker, 1977; Harris, 1975; 1979)!. La temprana relacién de la arqueologia britanica y la italiana y la apli- cacién de los avances metodolégicos insulares por parte de arqueélogos transalpinos ayud6 a superar, con muchas dificultades, la tradicién idea- lista propia de la arqueologia de los paises mediterrdneos, asumiéndose lentamente que «més alld de la estética de las cosas hay una ética de los contextos» (Carandini, 1997, p. 5), contextos solo identificables y com- prensibles mediante el andlisis estratigrafico. 1 Los motivos por los que, a pesar de la indiscutida primogenitura anglosajona, la AA acaba- se desarrollindose en Italia son tratados por M. A. Utrero, «Archeology. Archeologia. Arqueolo- gfa, Hacia el andlisis de la Arquitectura», en Arqueologfa Aplicada al estudio de edificios hist6- ricos. Ultimas tendencias metodolégicas, Madrid, Ministerio de Cultura, 2010, pp. 14-18. Sobre la AA en Francia, cfr. la reciente sintesis de Reveyron, 2011. 273 La segunda de las circunstancias que explicard la idiosincrasia de la AA tiene que ver con la renovacién que la arqueologfa medieval estaba viviendo en Italia. Algunos datos, por otra parte bien conocidos, jalonan esta renovacién: en 1974 se celebra el Colloquio Internazionale di Ar- cheologia medievale de Frice, bajo la presidencia de G. Duby y los prin- cipales arquedlogos medievalistas europeos. En octubre del mismo aio nace la revista Archeologia Medievale que, con el subtitulo de Cultura materiale, insediamento, territorio, define el campo de intervencién que va a caracterizar la nueva disciplina, a la vez que refleja el cuerpo doctri- nal de sus fundadores. La AA nace, por tanto (a) al calor de la renovacién estratigrafica procedente del mundo anglosajén y (b) en el caldo de culti- vo de una arqueologfa medieval que, frente a la tradicién idealista ante- rior, priorizard las nuevas técnicas de estudio sobre el terreno y un estudio integral de la cultura material. a) Como reconoce el propio T. Mannoni, era natural que con la amplia- ci6n de la investigacién arqueolégica a periodos postclasicos, el interés de los arquedlogos se ampliara también a los alzados de las construcciones hist6ricas y que en este interés se produjera una l6gica transferencia de las novedades metodoldgicas procedentes del mundo anglosajén (Mannoni, 1994 [3], p. 65). Se trataba de verificar si ciertos instrumentos cognosciti- vos que ya funcionaban en la arqueologia del subsuelo, podrian funcionar también en las investigaciones sobre cota 0. Pronto se diversificardn los andlisis estratigraficos en edificios medievales (Collina de Castello, Mon- tarrenti, Rocca San Silvestro, etc.), presentandose en fechas tempranas la primera ficha de registro de unidades estratigraficas en alzado. b) La orientacién ideoldégica de marcado tono neopositivista y neomar- xista que caracteriz6 la arqueologfa medieval italiana ya desde sus inicios en la década de los setenta (Brogiolo, 2007, p. 8), constituye el segundo de los contextos que deben tenerse también en cuenta. E] propio adjetivo de medieval fue contemplado en relacién no tanto con los acontecimien- tos politicos cuanto con las transformaciones de los modos y las relacio- nes de produccién. La arqueologia medieval iba a orientarse hacia el es- tudio de la «cultura material», entendida—desde una 6ptica europea— como Ia «cultura» del antiguo régimen, post-cldsica y pre-industrial. Se priori- zaran, en consecuencia, determinados ambitos de la investigacién relega- dos por la historiografia (la historia de los asentamientos, de las relacio- nes técnico-econémicas con los recursos ambientales, la historia, en definitiva, del paisaje y del territorio) en detrimento de otras parcelas a las que la escuela hist6rico-artistica habia dedicado una atencién preferente (a historia de los grandes monumentos). Como confiesa T. Mannoni, «le preocupazioni dei nuovi archeologi erano quindi quelle di non rimanere legati all’archeologia dell’architettura monumental e degli insediamenti di grande importanza storica, senza togliere ad essi il loro indiscutibile valore» (Mannoni, 1994 [2], p. 6). En este contexto se comprende, pues, 274 la orientacién inicial de la arqueologia medieval italiana hacia el estudio de los despoblados, hasta el punto que «/’archeologia medievale in Italia si era identificata prevalentemente con il tema dei villagi abbandonati» (Gelichi, 1997, p. 107). Este recorrido it itico, que acabamos de sintetizar, ofrecer sus pri- meras refiexiones conjuntas en el encuentro de Siena de 1987 (Francovich y Parenti, 1988). Considerado como el final de un decenio de experiencias en el Ambito de la arqueologfa aplicada al conocimiento de la arquitectu- ra, en sus actas estén presentes las parcelas que alcanzarén un mayor de- sarrollo en los afios sucesivos: el andlisis estratigréfico como herramienta de percepcién, comprensién y registro de la diacronia en arquitectura; la fuerte influencia de la orientacién de la escuela de Génova hacia la ar- queologia/antropologia de la produccién; el fuerte peso de la problemati- ca y los debates generados por la practica restauradora. ARQUEOLOGIA Y ARQUITECTURA EN EsPpANA La fecha del encuentro de Siena viene a coincidir, més 0 menos, con las primeras experiencias que se Ievaran a cabo en Espaiia. Son varias las sintesis que se han efectuado sobre la trayectoria de la AA en nuestro pajs, algunas de ellas en fechas muy recientes (Caballero, Fernandez Mier, 1997; Azkarate, 2001a, 2011; Quirés, 2002, 2007; Utrero, 2010) y a ellas nos remitimos para no ser reiterativos. Nos limitaremos, por tanto, a reco- ger brevemente los aspectos que consideramos mas significativos de la experiencia espafiola. Como en otros lugares de Europa, también en Espajia existié de anti- guo una importante tradicién de estudios de arquitectura que, sin embar- go, no ha sido valorada suficientemente. Habria que citar en este sentido a M. Gomez Moreno 0 a L. Torres Balbas, seguidores de C. Boito y G. Giovannoni y artifices de la Ley de Patrimonio Hist6rico Espafiol de 1933, inspirada a su vez en la Carta de Atenas de 1931. Observada con perspectiva, la obra de G. Giovannoni sorprende por su modernidad: su defensa de los centros histéricos, del respeto ambiental y de las arquitec- turas menores, la atenci6n que prestard a las estructuras, a los muros, a los espacios y a las técnicas constructivas, constituyen ideas que resuenan con absoluta actualidad en nuestros ofdos pese a que fueran formuladas hace ya muchos ajfios (La tutela delle opere d’arte in Italia, 1913; Il res- tauro dei monumenti, 1945). Los arquitectos espafioles mas comprometidos asumieron los postula- dos del restauro scientifico de G. Giovannoni subordinando siempre «el valor artistico del monumento a las aportaciones que habfa sufrido cada arquitectura, a su evolucién con exclusivo interés documentalista e histé- rico, a costa de los valores tipolégicos y justificando las mds de las veces 275 ‘supplemento a 1 99 6 in Firenze Archeologia Medievale XXxil Ailingegna det Giglio Figura 24. Revista Archeologia dell'Architettura. la presencia de afiadidos y objetos extrafios al mismo edificio», aunque para ello tuvieran que alejarse de valores «violletianos» que postulaban reintegraciones y «tepristinamientos» profundos (Rivera, 1997, pp. 141- 144). Su reivindicacién del valor documental e histérico por encima del meramente formal anticipa el espiritu de la Carta de Cracovia (2000), 276 espléndido documento con algunos contenidos dignos de mencién (cuan- do recuerda, por ejemplo, la multiplicidad de los valores contenidos en cualquier elemento individual de nuestro patrimonio, advirtiéndonos que constituyen valores percibidos generacionalmente y que pueden, por tan- to, variar en el tiempo; o cuando niega la contemplacién de un elemento patrimonial de un modo estable y unfvoco, porque acostumbra a ser el resultado de varios momentos histéricos que tenemos que valorar en su integridad aunque contenga partes sin significados relevantes hoy —pero si quizé en el futuro-; cuando exige, finalmente, que cualquier proyecto de restauracién deba constituir un proceso cognitivo que implique un pro- fundo conocimiento previo del edificio 0 del sitio). Lamentablemente, el espiritu del restauro scientifico pasé desaperci- bido en Espafia durante el largo periodo franquista (también pas6 desa- percibido el restauro critico de R. Pane y C. Brandi que acabé inspirando la Carta de Venecia de 1964 y que constitufa, de alguna manera, su esp{- ritu contrario). Es obligado, por lo tanto, reconocer la deuda que la AA tiene con quienes hace muchas décadas defendieron que un edificio his- t6rico, por encima de otras consideraciones, era ante todo un documento. Ser precisamente del mundo de la restauracién de donde procedan las experiencias mas madrugadoras. Nos referimos al actual Servei del Patri- moni Arquitectonic Local de la Diputacién de Barcelona que, con una larga trayectoria a sus espaldas (Gonzilez Moreno-Navarro y Lacuesta, 1983), acab6 gestando el equipo quizd més reflexivo y fecundo que se haya dedicado a la restauraci6n desde la administracion publica. Tratando de respetar en el edificio tanto sus valores documentales como sus valores arquitecténicos, desde el Servei se potencié ante todo la interdisciplina- riedad. Y es precisamente en este contexto en el que la arqueologia pudo participar de pleno derecho, aplicando en fechas muy tempranas para lo que era habitual en Espafia los avances metodol6gicos gestados en la Eu- ropa continental: en 1979-1980 se trabajé con los sistemas de registro propuestos por E. C. Harris en la ermita de Nuestra Sefiora de Bellvitge y en el foro de Emporiae y para 1985-1986 se documentaban simulténea- mente las unidades estratigrficas existentes bajo y sobre cota 0 (Lopez Mullor, 2002). Es, pues, este equipo el primero que incorpora en sus in- tervenciones el lenguaje estratigrafico que las experiencias italianas iban perfilando. Probablemente podrian apuntarse algunas otras experiencias de cardcter puntual, pero creemos que es el Servei el primero que lo hace de una manera habitual y normalizada. Dentro del ambito de la restauraci6n es resefiable también la actividad que se desarrolla en la Universidad Politécnica de Valencia, prestando especial atencin a la arquitectura verndcula (Vegas et al., 2001; Mileto y Vegas, 2008, 2010) y participando en actividades como el proyecto Reha- biMed que -liderado y coordinado por el Col-legi d’Aparelladors i Arqui- tectes Técnics de Barcelona— dedica sus esfuerzos a la rehabilitacién de la 277 arquitectura tradicional de la cuenca del Mediterraneo (VVAA, 2005; http://www.rehabimed.net). Sin embargo, quien merece ser considerado impulsor de la AA en Es- paiia es sin duda L. Caballero Zoreda (Caballero, 1995, 1996). Este inves- tigador del Consejo Superior de Investigaciones Cientificas (CSIC), mu- cho antes de que la moda de las lecturas estratigraficas de paramentos se difundiera por nuestro pafs, habia demostrado una contrastada voluntad de interdisciplinariedad desde su tesis doctoral en los aiios setenta, mesti- zando los datos arqueolégicos y arquitecténicos de manera premonitoria (Caballero y Latorre Macarrén, 1980). Sus objetivos, ya desde un inicio, tuvieron en cuenta tanto las preguntas de cardcter histérico como las ne- cesidades derivadas de la restauracién arquitecténica. Era natural, por lo tanto, que fuera en su entorno profesional donde germinaran con mayor naturalidad y fuerza las ideas provenientes de Europa. Y lo hicieron, ade- més, con tres objetivos: 1.° La revisin de los presupuestos de la historio- grafia sobre la adscripcién cronolégica de la arquitectura altomedieval peninsular que, fundamentada tradicionalmente sobre criterios estilisti- cos, necesitaba -en opinién de L. Caballero— ser contrastada por nuevas herramientas de cardcter estratigrafico. 2.° El perfeccionamiento del uti- llaje analitico necesario para proceder a la primera de las obligaciones de cualquier arquedlogo: registrar fielmente el dato arqueoldgico y proceder, solo después, a su construccién como documento histérico. 3.° La socia- lizacién del conocimiento, empresa en la que este investigador ha sido también pionero como lo demuestran sus tempranas intervenciones en la Torre de Hércules de A Corufia o en Santa Eulalia de Mérida por citar Ginicamente un par de ejemplos. Con el arranque de los noventa, la aplicacién del lenguaje estratigréfi- co en el patrimonio edificado se fue haciendo paulatinamente mas comtn. Sevilla constituye un punto importante en este proceso, siendo obligado recordar el trabajo del arquitecto A. Jiménez como pionero y germen de la futura escuela sevillana (Jiménez, 1992). En la actualidad, el foco an- daluz es probablemente uno de los mas dindmicos, destacando las diversas experiencias de M. A. Tabales en Sevilla (Tabales, 2002), las aportaciones de la Escuela de Estudios Arabes de Granada (Almagro, 2002) o del Labo- ratorio de Arqueologia y Arquitectura de la Ciudad (CSIC, Univ. de Sevi- Ila y Granada) y la progresiva extensién del andlisis arqueolégico de la arquitectura al resto de los territorios. Por las mismas fechas, en la Universidad del Pais Vasco fue gestandose el Grupo de Investigacion en Arqueologia de la Arquitectura (GIAA, ac- tualmente GPAC) que, desde sus inicios, organiz6 su agenda investigadora no solamente en funcién de los intereses académicos al uso sino en funcién también de las necesidades de lo que se ha definido como el «contexto de aplicacién» de la propia actividad investigadora (Azkarate, 2009) y que ha acabado articulando muchas de sus experiencias en una «perspectiva CTS» 278 NI Arquedlogia dela. Arquitectura CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS Figura 25. Revista Arqueologia de la Arquitectura. 279 que defiende la construccién social del conocimiento y el compromiso con el patrimonio construido. El eslogan «abierto por obras» que presidié el mas conocido de sus proyectos no fue un acierto publicitario sino una de- claraci6n de principios sobre la responsabilidad social de la investigacion cientffica. En el afio 2002 se organizé en Vitoria-Gasteiz el «Seminario Internacional de Arqueologfa de la Arquitectura» (Azkarate, Caballero y Quirés, 2002), publicdndose sus actas en los dos primeros ntimeros de una revista de nueva creaci6n, Arqueologia de la Arquitectura, coeditada por el Consejo Superior de Investigaciones Cientificas y por el Grupo de Investi- gacion en Patrimonio Construido de la Universidad del Pais Vasco. De Santiago de Compostela proceden las primeras revisiones concep- tuales que se han hecho a las diversas experiencias sintetizadas brevemen- te en los pdrrafos anteriores y es en Galicia donde, desde presupuestos te6ricos postprocesuales, se fueron gestando nuevas lineas interpretativas que reivindicaban las dimensiones simbélicas y significantes de los espa- cios construidos (Criado, 1999; Mafiana ef al., 2002). Se volverd mas adelante sobre esta cuestién. Antes veamos cudles han sido, tematicamen- te, los Ambitos desarrollados durante los tiltimos decenios. LAS PARCELAS MIMADAS La AA y las cuestiones instrumentales En una tradici6n historiogréfica en la que el «estilo» constitufa el prin- cipal de los argumentos para adscribir una obra a uno u otro periodo hi: torico, el rigor en la aplicacién de los principios estratigraficos a la arqui- tectura se convirtié en una prioridad ineludible. Es obligado, en este sentido, reconocer la labor de quienes fueron los primeros alfabetizadores de la escritura estratigrafica aplicada al patrimonio edificado. En Espafia debemos a L. Caballero el mayor esfuerzo de sistematizacién y divulga- cién de las ideas transalpinas. Dos fueron las publicaciones que jugaron un papel clave en este proceso de divulgacién: el monografico que, bajo el elocuente titulo de «Leer el documento construido», se publicé en la revista Informes de la Construccién (Caballero y Latorre, 1995) y las Actas de las Jornadas celebradas en Burgos sobre «E] método arqueol6- gico aplicado al proceso de estudio y de intervencién en edificios hist6- ricos» (Caballero y Escribano, 1996). Ambas publicaciones pueden con- siderarse como el pistoletazo de salida que marcé el inicio «oficial» de la AA en nuestro pafs. Hay que mencionar también los trabajos de I. Arce sobre microestratigrafia (Arce, 1996), las tempranas e influyentes apor- taciones de J. A. Quirés sobre cronotipologia y mensiocronologta (Qui- 16s, 1994, 1996), y las mas recientes sobre prospeccién en AA (Quirds y 280 Gobbato, 2005; Quirés, 2007; Sanchez Zufiaurre, 2007) 0 sobre «andlisis cluster» en sistemas constructivos complejos (Azkarate, 2002, 2010). A pesar de todo, la equiparacién de la AA con la lectura estratigrafica de paramentos se ha convertido seguramente en el ms incémodo de los lastres que estd teniendo que soportar. Y es probable que esta critica sea cierta en algunos casos: G. P. Brogiolo, hace tiempo ya, advertfa contra los peligros del hiperestratigrafismo, del totalitarismo stratigrafico que llegaba a confundir el medio —el andlisis estratigrafico— con el fin -el co- nocimiento de la historia de un edificio-, previniéndonos sobre los ries- gos de banalizacién que se observaban en algunas intervenciones en las que la ejecucién de un diagrama estratigrafico o la presentacién de unas planimetrias de cuidado aspecto podian llegar a validar «cientificamente» bien lecturas defectuosas Ilevadas a cabo por equipos sin preparacién su- ficiente, bien intervenciones arquitect6nicas que se ejecutaban luego sin ningtin respeto por el contenido histérico del edificio. Siendo cierta en parte esta advertencia, resulta sin embargo despropor- cionada cuando se generaliza y peligrosa si, como ha ocurrido en ocasiones, se convierte en argumento de descalificacién. La adquisicién de destrezas en el uso y manejo de determinadas herramientas constituye un proceso im- prescindible en cualquier disciplina, independientemente de su naturaleza: mucho mis en la historia de arquitectura, un campo dominado por el histo- ricismo y las aproximaciones de base analégica, y donde todavia hoy sigue siendo necesario insistir en la necesidad de un método estratigréfico aplica- do con criterios estandarizados. Paraddjicamente, estamos todavia lejos de alcanzar unas propuestas metodoldgicas acordes en lo sustancial, objetivo que parece haberse abandonado en Italia (Brogiolo, 2007, p. 9), pero que en Espaifia sigue teniendo todavia firmes partidarios (VVAA, 2010). Entre tanto se corre el riesgo de potenciar la confusién de lenguas, convirtiendo la AA en una auténtica Torre de Babel (Caballero, 2010, pp. 115-118) que impide la consecucién de unos protocolos de intervencién consensuados. La AA y el dmbito del conocimiento histérico: la reconstrucci6én de los ciclos productivos La consolidacién de una tendencia orientada a investigar, mediante el andlisis de los testimonios materiales del pasado, el antiguo contexto so- cial y productivo, se ha revelado con el tiempo como una de las aportacio- nes mas importantes de la AA. La historia del arte y de la arquitectura habfan priorizado la monumentalidad, en detrimento de lo que G. Lugli denomin6, a mediados del siglo xx, el «costruire spontaneo». La arqui- tectura monumental quedaba, de esta manera, para la historia del arte y de Ja arquitectura. La arquitectura «menor», «popular» —y, por tanto, casi atemporal-— para la etnografia y el folclore. 281 Sin embargo, y como vienen demostrando las investigaciones Ilevadas a cabo desde una perspectiva antropol6gica, ninguna accién manual ejecuta- da por el hombre para transformar la naturaleza es espontanea, sino que est A condicionada por las circunstancias especificas de un contexto histérico de- terminado. Cabe decir, en este sentido, que las técnicas constructivas son solo en parte el producto de la eleccién formal de los proyectistas y destina- tarios, dado que estos, en sus decisiones, estén condicionados inevitable- mente por los recursos materiales del territorio y por el contexto hist6rico y productivo que determina tanto la calidad de los medios de transporte como la disponibilidad de maestros especializados. Investigar, por tanto, el uso de técnicas constructivas diversas supone algo mas que su secuenciacién en un diagrama estratigrafico, algo més incluso que su seriaci6n en tablas de ca- racter cronoldgico en la medida en que esa diversidad est4 denunciando la existencia de cambios socioeconémicos que reflejan la mayor 0 menor ca- pacidad excedentaria de una sociedad y, consecuentemente, su mayor 0 menor capacidad para controlar ciclos productivos complejos. En esta misma linea, recientemente ha sido presentada la Arqueologia de la Construccién como «una formula complementaria que se integra en el cuadro general de la AA» (Pizzo, 2009, p. 35) aunque atendiendo a la edilicia de época romana y enfatizando espectficamente las distintas dind- micas nacidas del propio proceso constructivo: el proyecto inicial y su organizaci6n; la preparacién del area edificable; las obras de infraestruc- tura pertinentes; la adquisicién y elaboracién de los materiales; las tareas constructivas; los acabados; las transformaciones y reformas; la identidad y entidad de los promotores y ejecutores; la circulacién de la mano de obra; la capacidad de construir con conocimientos tecnolégicos aparente- mente estandarizados y la dimensién econémica de la obra (ibidem, p. 3: Camporeale, Dessales y Pizzo, 2008, 2010, 2012). La arqueologia de la arquitectura y el dmbito de la restauracién La capacidad del método estratigréfico para decodificar y ordenar diacré- nicamente la complejidad constructiva de un edificio histérico fue advertida pronto, estableciéndose una temprana relaci6n con el ambito de la restaura- ci6n. Para ello fue preciso, sin embargo, que se produjera lo que se ha deno- minado «el fin de la inconsciencia proyectual, la pérdida de la inocencia por parte de arquedlogos y arquitectos» (Brogiolo, 1997), abandondndose progre- sivamente las concepciones idealistas de la arquitectura hasta contemplar un edificio histérico como: a) un documento; b) un conjunto del que vemos su estructura en alzado pero que hunde sus rafces en un subsuelo; c) en definiti- va, como un producto estratificado por la accién del hombre durante siglos. A pesar de todo, las posturas sobre la aplicacién del método estratigra- fico en proyectos de restauracién se han expresado de maneras muy diver- 282 Figura 26. Evolucién constructiva de la casa-torre de Murgufa, Alava (I. Garcfa). sas. Ha habido arquitectos, como R. Bonelli, que se manifestaron tempra- namente sobre la inoportunidad de aplicar el método estratigréfico en arquitectura por no adecuarse a la complejidad estructural, funcional o compositiva de un edificio (Cfr. Tagliabue, 1993, pp. 56-58). En otros casos, lo que se observa es una adecuacién del sistema de registro estrati- grafico a las especificidades del contexto arquitecténico: unas veces prio- rizando el rilievo stratigrafico o stratigrafico-costruttivo (Doglioni, 1997, p. 22) sobre el diagrama harrisiano (/bidem, p. 49) y otras creando incluso nuevas categorfas en el registro estratigrfico (Treccani, 2000). En gene- ral, cabe albergar la esperanza razonable de que vaya aumentando el nti- mero de profesionales de la restauracién que vean en la AA «un método que, ademés de facilitar la gestién de la gran cantidad de datos que surgen enel estudio de las fabricas arquitecténicas, proporciona a quien lo aplica una sensibilidad hacia la materialidad de la arquitectura y una conciencia de su riqueza como documento hist6rico» (Mileto y Vegas, 2010, p. 145). No podemos ignorar, sin embargo, el resurgimiento de corrientes idea- listas y neoconservadoras en la conservacién del patrimonio construido. Es facil sentir la influencia de H. Bergson —«el fildsofo de la intuicién»— de B. Croce, de C. Brandi, de R. Pane y de tantos otros que defendieron la prevalencia de la instancia estética sobre cualquier otra de naturaleza hist6rica y antepusieron la intuicidn a cualquier otro recurso hermenetiti- co para recuperar, restituir y liberar la esencia originaria de los monumen- tos. Estas ideas parecen s6lidamente ancladas en el imaginario conceptual 283 de muchos, que ven al arquitecto restaurador como el tinico responsable de descifrar las claves individuales de identidad y autenticidad del monu- mento sin necesidad de marco conceptual 0 metodolégico alguno, puesto que la irrepetibilidad de su ejercicio restaurador exigird que deba ejecu- tarse, siempre, caso por caso. No son de extrafiar estas actitudes en una €poca de relativismo epistemolégico y cultural. Pero es precisamente en esas épocas en las que debemos ser especialmente conscientes de que la contingencia de nuestras aproximaciones a cualquier objeto de estudio es de tal magnitud que estamos permanentemente obligados a redoblar es- fuerzos a la hora de activar nuestras herramientas hermenetiticas y a ex- plicitarlas aceptando, ademAs, que en este esfuerzo la mirada disciplinar resulta a todas luces insuficiente. En este sentido, la naturaleza mestiza y de frontera de la AA convierten a esta en una disciplina de indudable fu- turo (Azkarate, 2010). LAS PARCELAS OLVIDADAS En el universo de experiencias que estamos recorriendo, existen algu- nas tematicas que han tenido menor desarrollo —al menos en nuestro en- torno— a pesar de contar con una sdlida tradicion historiografica. La arqui- tectura doméstica constituye probablemente el ejemplo mas claro. Desde que, dentro del marco te6rico procesual, la Settlement Archaeology exten- diera su interés por los andlisis tanto macroespaciales de los patrones de asentamiento regionales como por los estudios microespaciales mas espe- cificos, las unidades domésticas se concibieron como medios para llegar a comprender el comportamiento humano en sus distintos aspectos: orga- nizacién familiar, movilidad, gestién de residuos o cualquier otro. Fue precisamente en el ambito micro donde la Houselhold Archaeology alcan- zaria notable desarrollo Hegando a generar un Area temética de cardcter especifico —intrasite spatial archaeology-— que superé el «artefactualis- mo» de los primeros momentos para prestar mds atenci6n al espacio mis- mo como espacio construido. En general, la aportacién de estos enfoques en las décadas de los sesenta a los ochenta fue decisiva en el orden meto- doldégico, fundamentalmente en el mundo anglosajén, con importantes estudios que marcaron las pautas para una renovaci6n de las tradicionales aproximaciones a la arquitectura. El excesivo peso de los intereses positi- vistas, sin embargo, hizo que se priorizaran las estrategias funcionalistas orientadas al estudio de las dimensiones fisicas y visibles del espacio construido en detrimento de la dimensi6n no visible y de sus significados simbélicos. Habra que esperar a los noventa para que se formulen nuevas propues- tas mas orientadas hacia el conocimiento de los significados de la arqui- tectura y del espacio, ampliando de esta manera el elenco de interpreta- 284 ciones posibles. Esta creciente diversificacién de enfoques se hard de manera gradual, incluso calidosc6pica. Ya habia habido, de mucho antes, aportaciones procedentes de otras disciplinas que venfan llamando la atencidn sobre los significantes de los espacios construidos: desde la an- tropologfa y la arquitectura (Rapoport, 1976), la geograffa y el urbanismo (Hillier y Hanson, 1984) pero también desde la sociologia (Bourdieu, 1972), la filosoffa (Heidegger, 1994, 1951; Foucault, 1984) o la semidtica (Eco, 1968) se venfa insistiendo en la necesidad de contemplar la arqui- tectura y los espacios construidos no solo como portadores sino como generadores también de significados, permitiéndonos el acceso a dimen- siones tanto simbélicas como sociales. El anilisis de los espacios domésticos como reflejo de significados sociales se ha desarrollado con fuerza en el contexto de la «arqueologia social latinoamericana», donde se estén efectuando importantes estudios que tratan de superar el enfoque predominantemente tipolégico de los estudios de arquitectura, para profundizar en las connotaciones sociopoli- ticas que se ocultan tras la articulacién de los espacios construidos, perte- nezcan estos a las casas de la Pompeya romana (Funari y Zarankin, 2001) oa las infraestructuras de los centros clandestinos de detencién de la dic- tadura militar argentina (Zarankin y Niro, 2006; Diana et al., 2008). La inspiracién foucaultiana resulta indudable en esta mirada a la arquitectura como espacio coercitivo, como tecnologia del poder. Pero es el campo de los significados simbdlicos el que esté resultando particularmente fecundo. Su génesis remonta a pensadores diversos como M. Heidegger o P. Bourdieu entre otros. Reflexionado el primero de ellos sobre el ser-en-el-mundo, habfa defendido la naturaleza espacial de la propia existencia y enfatizado la importancia del espacio doméstico, ca- paz de determinar «para las distintas generaciones que conviven bajo el mismo techo, el cardcter de su viaje a través del tiempo». Es en este espa- cio, habitdndolo, en el que los seres humanos reconocen su propia histo- tia. «No habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que habitamos... Solo si somos capa- ces de habitar podemos construir»?. Influyente también ha sido el habitus de P. Bourdieu, concepto con el que el socidlogo francés expresa el saber socialmente adquirido desde la més temprana infancia, el sentido practico inscrito en lo mas profundo de nosotros «bajo la forma de esquemas mentales y corporales de percep- cién, apreciacién y accién» (Bourdieu y Wacquant, 1995, p. 23). El habitus se definiria como «un sistema de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como. estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y orga- 2 Heidegger, 1994. 285 nizadores de practicas y representaciones» (Bourdieu, 1993, p. 92). El espacio habitado, y la casa ante todo, seria el Ingar privilegiado de la objetivacién de dichos principios, algo asf como un libro en el que todas las cosas hablan metaféricamente y en el que los nifios aprenden a leer el mundo. La historia de los espacios construidos acaba convirtiéndose, de esta manera, en una topografia de las complejas «constelaciones cotidia- nas» que se tejen en las relaciones sociales. En consecuencia, y como portadora de miiltiples significados «no-verbales» (Rapoport, 1982) la arquitectura puede y debe ser «lefda» desde perspectivas distintas y com- plementarias. En nuestro entorno ha sido el grupo de investigadores pertenecientes al Laboratorio de arqueoloxia da paisaxe del Instituto de Estudios Gale- gos Padre Sarmiento (CSIC) y el Laboratorio de paleoambiente, patrimo- nio y paisaje de la Universidad de Santiago de Compostela’, el que mejor ha sabido explicitar un programa de investigacién que se ubica en el mar- co te6rico que venimos comentando. Sus advertencias sobre el excesivo peso de las orientaciones funcionalistas en la AA de la Europa meridional (Criado, 1999; Majfiana er al., 2002) y la reivindicacién que hacen de las dimensiones sociales y simbélicas de los espacios construidos deben con- siderarse no solo saludables sino necesarias para el futuro de la disciplina en Espaiia. Frente a la arqueologia espacial 0 ecoldgica que se sustentaba sobre aproximaciones empiristas del paisaje -centradas en el estudio de sus di- mensiones fisicas y variables y en la aplicacion de estrategias de accién positiva sobre el espacio—, la arqueologia del paisaje concebird este como «el producto socio-cultural creado por la objetivacién, sobre el medio y en términos espaciales, de la accién social tanto de carcter material como imaginario» (Criado, 1999, p. 5). Y siguiendo con esta misma légica, frente a la AA tradicional encerrada en una perspectiva propia de un fun- cionalismo arquitecténico, mecanicista y simplificador, se reivindica la elaboracion de un nuevo enfoque que considere el trasfondo social y sim- bélico de los espacios construidos, una nueva «perspectiva simbistica en- tre arqueologia y arquitectura» que se denomina arqueotectura (Mafiana et al., 2002, p. 24). Tanto la arqueologia del paisaje como la Arqueotec- tura participan de una misma estrategia de investigacién que persigue «el andlisis estructural del significante» y que, en sfntesis, descansa sobre los principios siguientes: 1. Se defiende la consideracién multidimensional del espacio (el espa- cio como entorno fisico o matriz medioambiental de la accién humana; el espacio como entorno social o medio construido; el espacio como entorno pensado o medio simbdlico) y la consideracién integral de esta multidi- * En Ja actualidad todos ellos insertos en el Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) que Ja Agencia Estatal CSIC ha creado (2011) en Santiago de Compostela. 286 mensionalidad*. «Parte de los problemas de algunas estrategias de anéli- sis espacial y de estudio arqueolégico del paisaje, derivan precisamente de haberse centrado de forma exclusiva en una de esas orientaciones y haber elegido una sola de esas dimensiones como representacién de la globalidad del paisaje» (Criado 1999, p. 6). 2. Se entiende que todas las representaciones dependen de una estruc- tura subyacente, de una misma racionalidad, De manera que el registro arqueoldgico no es, en definitiva, otra cosa que la materializacion del pen- samiento. Cada una de las dimensiones mencionada en el punto anterior (econdémica, social, simbélica) estarfa determinado, en consecuencia, por «cédigos espaciales compatibles» puesto que responderfan a la misma estrategia de construccién de espacio, al mismo patrén de racionalidad. 3. Se propone como objetivo final de la investigacién, por lo tanto, el descubrimiento del patrén de racionalidad de las sociedades a través del estudio del espacio, en la medida en la que la organizacién de este constitu- ye la mejor representacién que una sociedad se hace de si misma. El proce- so de trabajo que se sigue es el propio del andlisis antropoldgico estructural que se opone tanto a las metodologias objetivistas hipotético-deductivas de la nueva arqueologia como a las subjetivistas del circulo hermenetitico vi- gentes en la arqueologia postprocesual (Criado, 1999, pp. 10-13). PERSPECTIVAS DE FUTURO Esta breve sintesis del variado universo de enfoques y de experiencias que conocemos como AA es personal y esté sometida, por tanto, a las eriticas de cuantos hubieran apostado posiblemente por una mirada dis- tinta. En cualquier caso, nadie negar4 una evolucidn desde los momentos iniciales en los que los testimonios arquitecténicos no eran para los ar- quedlogos sino contenedores de contextos estratigraficos que permitian su secuenciacién histérica, a otros més recientes en los que se enfatiza también su capacidad para acceder a dimensiones simbélicas y sociales 0 se reconoce su potencialidad para participar activamente en proyectos in- terdisciplinarios relacionados con la documentaci6n, conservacién y so- cializacién de los paisajes culturales. Si observamos, de hecho, la practica real de la AA en distintos paises, comprobaremos que la disciplina cuenta con una larga trayectoria en la que han convivido ~y conviven- distintas praxis que son, en sf mismas y En una linea similar, recientemente se ha defendido el abandono de una «arqueologia co- ‘yuntural» que se limita a clasificar los lugares, las arquitecturas o los paisajes sobre la base de sus medidas y funciones para dar el salto a una «arqueologia de la complejidad y de las relaciones» ‘que coadyuve en Ia reconstruccién hist6rica de lo que se consideran tres subconjuntos interrel cionados: los espacios de trabajo, los espacios de habitacién y los espacios ideol6gicos (Brogi lo, 2007). 287 en su conjunto, el mejor reflejo de la complejidad y multidimensionalidad de los espacios construidos a los que atiende. En Europa meridional T. Mannoni acufié el nombre de archeologia dell’architettura para referirse a una tradicién de estudios sobre arquitec- tura basada no tanto en «los estilos y cénones estéticos» o en «fuentes escritas e iconogrdaficas de la arquitectura» cuanto «en sus caracteres constructivos y en las transformaciones de los edificios» (Mannoni, 1996, p. 5). Esta tradicién fue tomando cuerpo en diversos centros de investiga- cién italianos -Génova, Siena, Florencia, Padova o Venecia— (Brogiolo, 1997) y se extendié con naturalidad entre distintos grupos de investiga- cién espafioles. En el mundo anglosajon, los estudios centrados en arquitectura a partir de una perspectiva arqueolégica conformaron un ambito de investigacién de sdlida tradici6n historiogrdfica al que se reconoce con el término ar- chaeology of architecture (Steadman, 1996, p. 51) y en el que caben en- foques muy diversos: desde los precursores que investigaron la arquitec- tura monumental del Préximo Oriente a las primeras formulaciones de la arqueologia de los asentamientos 0 las propuestas procesuales mds orto- doxas de la household archaeology (Allison, 2008), pero también los enunciados criticos y renovadores de I. Hodder, las investigaciones sobre arquitectura verndcula norteamericana 0 britdnica, las aportaciones que desde la etnoarqueologia permiten establecer comparaciones de alto valor interpretativo (Kent, 1990, Gonzélez Ruibal, 2001), las propuestas proce- dentes de los campos de la semistica y del spatial syntax (Bermejo, 2009) 0 los estudios proxémicos sobre la territorialidad y los distintos estanda- res culturales de espacio interpersonal, deudores estos tiltimos de tempra- nas aportaciones procedentes de la antropologia (Hall, 1976). En definiti- va, se traté siempre de potenciar nuevos enfoques que desarrollaran la investigacion en un tema tan antiguo y a la vez tan complejo como el del andlisis de los espacios construidos (Steadman, 1996, p. 72). De una manera similar, en Latinoamérica se hace mencién también a la arqueologia de la arquitectura para referirse genéricamente a las investiga- ciones arqueoldgicas sobre arquitectura, estén referidas a la época prehisp4- nica, colonial o contempordnea; se ocupen de la arquitectura monumental o doméstica; atiendan a la identificacién de patrones de asentamiento, roles, funcionalidades, significados y/o articulacién del paisaje (VVAA, 2006); estén ejecutadas en el contexto rehabilitador de la Habana Vieja (Arrazcae- ta, 2002) o en el proceso de estudio espacial y simbélico de la arquitectura monumental y ceremonial prehispanica (Taboada, 2005; Acuto y Gifford, 2007); opten por andlisis etnoarqueolégicos de la vernacular architecture (Delfino, 2001); analicen la arquitectura como una tecnologia de poder para producir seres disciplinados (Zarankin, 2002, Funari et al., 2005) o traten de poner al desnudo la cruel represién de las dictaduras en el Cono Sur americano (Funari y Zarankin, 2006, Diana et al., 2008). 288 Esta aparente «promiscuidad» epistemoldgica, lejos de ser considera- da como una culpa postmoderna que es preciso expiar con urgencia antes de proceder a una «vuelta al orden», debe ser vista como un proceso diné- mico y creativo en el que hay que seguir profundizando. Observamos, después de todo, c6émo la AA ha venido conformando a nivel internacio- nal un universo de enfoques y de experiencias tan rico y variado, que es- capa al deseo reduccionista de quienes -especialmente en Europa han querido circunscribirla al mero andlisis estratigrafico. Es precisamente en esta capacidad de adaptacién y de metamorfosis, en mestizo, en su vocacién por habitats y hébitos de frontera y en idades para responder con coherencia a nuevos retos axiolégicos donde reside precisamente la potencialidad de la AA y la garantfa de su futuro. Y mucho més en un momento en el que los enfoques tradicionales —los més positivistas e incluso sus relevos més criticos— han comenzado a ser cuestionados en su pretensién cientifista por propuestas mds radicales que prefieren dirimir la validacién cientffica no tanto en los campos episté- micos cuanto en los morales y politicos (Fernandez, 2006, p. 17). Hace mas de dos décadas, A. Carandini reprochaba a los arqueélogos medievalistas italianos el que se ocuparan tinicamente de todo aquello que parecia no interesar a los historiadores del arte: despoblados, castillos ruinosos, asentamientos menores, viejas necrépolis abandonadas, poten- ciando de esta manera la identificacién del arquedlogo con la ruina y de- jando el estudio de los edificios en uso al arbitrio de los historiadores del arte y su restauracién o modificacién en manos de los arquitectos (Caran- dini, 1988, p. 31). Alguien dird que las cosas han cambiado mucho en este Ultimo cuarto de siglo, al menos en Espafia, como podria deducirse de la legi6n de profesionales de la arqueologfa que cumplen con la letra de las respectivas legislaciones autondmicas (el espiritu de la ley es otra cosa). Pero lo cierto es que, lamentablemente, la influencia y el protagonismo de los arquedlogos en la conservacién y gestién integral de las arquitecturas hist6ricas en uso es meramente testimonial y normativo. No estamos tan lejos, por tanto, del panorama que describia A. Carandini hace casi vein- ticinco afios. Es significativo en este sentido que la sfntesis todavia no excesivamente antigua— de S. Steadmann sobre los avances metodoldgi- cos en AA se centre precisamente en el andlisis de «los restos arquitecté- nicos en contextos arqueolégicos» (Steadmann, 1996, p. 76). Siendo un problema preocupante en todas partes, lo es especialmente en algunos lugares como en Latinoamérica por ejemplo. Desde nuestro punto de vista, una de las mayores amenazas que se ciernen sobre el pa- trimonio construido de aquel continente se concreta en los ambitos urba- nos, allé precisamente donde la presién inmobiliaria es mds salvaje y don- de se estén cometiendo las mayores tropelias. El diagndstico es ya conocido y apunta a la tirania del «fachadismo» y la destrucci6n sistema- tica de tipologias constructivas, a la insuficiente preparacién de algunos 289 profesionales que participan en actividades restauradores solo circunstan- cialmente y al predominio de criterios utilitaristas y formales que olvidan que el edificio hist6rico posee valores documentales que deben también ser respetados y protegidos. Resultando dolorosa la pérdida irreversible de la memoria, lo es doblemente por la proliferacién paraddjica de arqui- tecturas pesudohistoricistas y «réplicas coloniales» que salpican algunas ciudades. En esta situacién, creemos que la arqueologia latinoamericana (extraordinariamente avanzada y modélica en muchos ambitos, aunque quiza no habituada suficientemente a trabajar sobre cota 0 en arquitectu- ras en uso) puede cometer el grave error de abandonar el patrimonio edi- ficado de las ciudades en manos de quienes lo estudian desde 6pticas historiograficas conservadoras y/o de quienes solo lo contemplan como un conjunto de espacios susceptibles de ser refuncionalizados caprichosa- mente o simplemente derribados para extraer de ellos una rentabilidad econémica atin mayor y més rapida. EI patrimonio construido conforma un inmejorable émbito de actua- ci6n para responder a los retos planteados en los parrafos precedentes: pero para ello la AA deberia prestar especial atencidn a las edificaciones en uso 0 susceptibles de estarlo, a aquellos espacios generados por el ser humano que, siendo simulténeamente «depositarios de las racionalidades que nos han precedido» (Criado, 2001) y poderosos recursos de carécter cultural y econémico, corren el riesgo de desaparecer ante el crecimiento imparable a nivel planetario de aglomeraciones urbanas colosales o, en el mejor de los casos, de ser reciclados con criterios dificilmente reversibles. Es importante que se tome conciencia de ello porque el patrimonio construido no es solo un lugar de disfrute estético, ni solo un contenedor de funcionalidades diversas y caprichosamente intercambiables, como desde el relativismo de determinada postmodernidad se nos quiere hacer ver. El patrimonio construido es, ademas, un /ugar de la memoria, un re- servorio de lo ya acontecido. Y no hay que olvidar que cuando hablamos de memoria estamos refiriéndonos no a la evocacién objetiva de lo que aconteci6, sino mas bien a la reconstruccién que, desde el presente, se hace en un momento determinado de acuerdo a unos intereses concretos. Estamos, por tanto, ante un constructo social de significados cambiantes en el tiempo, ante una resignificacién del pasado. Y si esto es asf que lo es—habrd que convenir en que esa resignificacién no puede ser labor indi- vidual de ningtin demiurgo capaz de generar «repristinamientos» mila- grosos sino ejercicio democratico practicado en un contexto inevitable- mente interdisciplinario (Azkarate, 2010). Y es en este contexto en que la AA debe asumir su responsabilidad y su compromiso, coadyuvando des- de su especificidad metodolégica a la comprensi6n de la arquitectura no como un modelo congelado en el tiempo sino como el precipitado final de un denso proceso histérico. En una época de globalizacién en la que las propuestas formales y explicativas se parecen cada vez més entre sf, la 290 reivindicacién de las texturas biograficas y sus especificidades resulta un ejercicio esperanzador, saludable y necesario. Finalmente, y parafraseando a G. Ytidice, es imposible no concebir el patrimonio construido también como recurso, «como una episteme mo- derna» caracterizada por su transversalidad social en la medida en la que su gesti6n y rentabilizacion puede beneficiar a actores muy diversos (Yu- dice, 2003, p. 45). Sin olvidar los riesgos de mercantilizacién que denun- ciara en su dfa la Escuela de Francfort (Horkheimer y Adorno, 2007), hay que admitir que el terreno de juego esta no solo a disposicién de quienes detentan el poder sino también de quienes plantean proyectos alternati- vos: sean estos para revitalizar zonas econémicamente deprimidas, para prestigiar y recuperar «guetos» urbanos deteriorados, para potenciar iden- tidades diluidas en la marea de la globalizacién o para cualquier otra cau- sa socialmente comprometida. 291 APENDICE La ARQUEOLOGIA DE LA ARQUITECTURA Y LA HISTORIA DE LA ARQUITECTURA PENINSULAR DEL ALTO MEDIEVO A lo largo del pasado siglo la historiografia sobre arquitectura altome- dieval peninsular fue depurando un modelo interpretativo que logré el consenso mayoritario. Segtin este modelo, la arquitectura paleocristiana, caracterizada por plantas basilicales y cubiertas ligneas a dos aguas, dio inicio a una secuencia evolutiva que irfa enlazando sucesivos eslabones: la arquitectura de transicién, la de época visigoda —definida por su apare- jo de silleria, su escultura decorativa y sus espacios diferenciados con cubiertas abovedadas-— y finalmente la arquitectura asturiana, con aparejo de mamposterfa, bévedas de ladrillo y decoracion tanto escultérica como pictérica (Caballero, 2002). A partir de los afios noventa, sin embargo, este modelo interpretativo comenzo a ser cuestionado, naciendo en su lugar uno nuevo que, frente al continuismo del anterior, propondra la ruptura entre lo tardorromano y lo altomedieval y una «redistribucién» de los distintos tipos arquitecténicos: a la arquitectura paleocristiana le seguirfan, en época visigoda, formas basilicales evolucionadas como Santa Eulalia de Mérida o El Tolmo; la «arquitectura visigoda» de la historiograffa tradicional, en cambio, deberia retrasarse en el tiempo (siglos vul-x) e integrarse en las diversas propues- tas que surgieron en la Penfnsula con la presencia islémica y las aporta- ciones técnicas omeyas: estas pueden ser de cardcter civil y especifica- mente andalusfes en unos casos, propias de comunidades cristianas bajo dominio islamico en otros y nacidas, finalmente, en comunidades cristia- nas de la meseta superior (a arquitectura de repoblaci6n) y relacionadas con lo riojano-burgalés 0 con lo asturiano. 292 *(oxaqTeqed “T) @AeN ET ap OIpag eg ap eIsazs] */Z BINT] 293 Dope : Zo Vddillddiiitiiia TT ot La arqueologia de la arquitectura participard activamente en este im- portante debate. Como reconoce el propio impulsor de la nueva propuesta (ibidem, p. 86), resulta dificil saber en su caso si la duda sobre la viabili- dad del modelo tradicional —nacida de la observacién de sus propias con- tradicciones-— fue primero, siendo el recurso a las herramientas estratigra- ficas la opcién metodolégica elegida para resolver dichas contradicciones: 0 si, por el contrario, fue la temprana percepcién (Caballero, 1987) de las potencialidades hermenetiticas de la lectura estratigrafica en arquitectura la que le animé a proponer y abordar con ms confianza un debate suma- mente complejo. Lo cierto es que —independientemente del grado de verosimilitud de uno u otro modelo interpretativo— 1a nueva propuesta ha tenido una in- fluencia decisiva en la historia de la arquitectura peninsular, especial- mente por su efecto renovador. Frente a la hip6tesis tradicional, articula- da sobre herramientas de naturaleza estilfstico-comparativa, la nueva propuesta obliga a mirar las arquitecturas histéricas no como modelos congelados en el tiempo sino como resultado final de complejos proce- sos constructivos. Si el modelo anterior habia sustentado su edificio con- ceptual sobre supuestos epigrafes fundacionales y sobre analogfas for- males y estilisticas, el nuevo modelo reivindica la estratigrafia y la cronotipologia como herramientas capaces de decodificar las complejas relaciones de anteroposteridad que contienen la casi totalidad de las ar- quitecturas histéricas. aE POR UNA INVESTIGACION SOCIALIZADA: LA EXPERIENCLA, DE VITORIA-GASTEIZ Tal y como defienden algunos filésofos de la ciencia (Echeverria, 2002), en el Grupo de Investigacién en Patrimonio Construido (GPAC) de la Universidad del Pais Vasco, estamos también convencidos de que el conocimiento resulta de la accién. En nuestra experiencia hay mucho de implicacién con la comunidad y la sociedad civil en la que nos integra- mos, pero mucho también de reaccién ante una universidad autista, domi- nada todavia por la «concepcién heredada» a la hora de evaluar la exce- lencia de la ciencia y sus resultados. Si hubiera que optar por un modelo tedrico que explicara las claves que han sustentado la experiencia del GPAC en Ia restauracién integral de la catedral de Santa Marfa y en la recuperacién de las murallas prefundacionales de Vitoria-Gasteiz, nos de- cantarfamos por las perspectivas CTS que defienden una nueva visién de la actividad cientifica contextualizada como proceso social y comprome- tida con su contexto de aplicacién. 294 rane) TELE TER leur RelA lels ay al ed ER Mees Mae a Valoracién y Cristy A v4 b et Sec cos e re Pera Abierto por obras Obretan eta irekite rs Fig. 28. La experiencia de Vitoria-Gasteiz (A. Azkarate). La «catedral vieja» de Vitoria-Gasteiz tenfa problemas estructurales de tal gravedad que en 1994 se procedié a su cierre al ptiblico. Una vez recibido el encargo para proceder a la redaccién de un Plan Director, y en contra de lo que era habitual por aquel entonces (1996), no se reacciondé respondiendo a las necesidades inmediatas del comitente, sino propo- niendo nuevos valores: el edificio como documento histérico, la arqui- tectura como depésito de una memoria cuya resignificacién debe hacerse de manera forzosamente democratica, los proyectos de restauracién como «proyectos de conocimiento» interdisciplinares. La AA se convir- tié en el soporte conceptual que fue guiando el proceso y el andllisis es- tratigrdfico (es decir la deconstruccién, diacrénicamente organizada, de la compleja biografia del edificio) en el punto de encuentro en el que confluyeron las aportaciones de otras disciplinas, trataran estas de cues- tiones estilfsticas y formales, aportaran informaciones sobre secuencias estructurales y de «degrado», profundizaran en aspectos de cardcter sim- bilico y sociolégico o propusieran estrategias conservacién e interven- ci6n en el edificio. La organizacién de los numerosos equipos participantes no fue disci- plinar sino transdisciplinar, Este es uno de los puntos més delicados 295 pero, a la vez, mas importantes e irrenunciables. Los proyectos acostum- bran a articularse sobre presupuestos de tipo «tylorista» que organizan la investigacién en compartimentos separados por estrechas fronteras disci- plinares, todo ello bajo el férreo control de un sistema articulado jerar- quicamente. En la catedral de Santa Marfa se potencié una organizacién dindmica y flexible que permitié responder con eficacia al descubrimien- to, no previsto inicialmente, de importantes asientos diferenciales en las cimentaciones de los pilares, aunque para ello hubiera que reorganizar la agenda de las intervenciones priorizando las investigaciones arqueolégi- cas de subsuelo y potenciando la creacién de un equipo de gedlogos, quimicos, e ingenieros, entre otros, que investigara la aplicacién y com- portamiento a largo plazo de los morteros hidrdulicos de cal en la conso- lidaci6n estructural del edificio (Azkarate y Lasagabaster, 2006). Pronto se detecté la existencia de «otro» problema que no era de natu- raleza arquitecténica sino sociolégica y que era preciso atajar simulténea- mente: no era la vieja catedral la tinica que habia sufrido un deterioro progresivo; otro tanto habia ocurrido con su entorno urbanistico, un casco histérico transformado en un centro receptor de movimientos radicales, de ciudadanos con escasos recursos econémicos y de una inmigracién basicamente de origen magrebf y subsahariano. Todos ellos constitufan factores que, junto a la existencia de una nueva catedral neogética en la zona prestigiada de la ciudad, hicieron que la ciudadanfa volviera la es- palda a un entorno urbano que, siendo el centro histérico de la ciudad, se estaba convirtiendo paradéjicamente en su periferia social. Recuperar, por tanto, la memoria y devolver al Casco parte del prestigio perdido iba a convertirse en una de las apuestas mas importantes. El «descubrimien- to» de las antiguas murallas prefundacionales (el andlisis estratigrafico fue, una vez més, decisivo) fue un importante factor coadyuvante (Azka- rate y Lasagabaster, 2006). Su recuperacién para la ciudadanfa esté en curso a través de un nuevo proyecto que, atendiendo a las importantes novedades que aporta en el ambito del conocimiento histérico, no renun- cia a prestigiar —con un urbanismo sostenible y de calidad— una zona de la ciudad con déficits de autoestima indudables. ae UNA ARQUEOLOGIA DE LOS PAISAJES CONSTRUIDOS «La arquitectura es una tecnologia de construccién del paisaje social que opera la domesticacion del mundo fisico a través de dispositivos arti- ficiales no solo introduciendo hitos arquitecténicos en el espacio natural para ordenarlo segtin referencias culturales, sino también controlando ¢ 296 Espacio aber dentro del poblado Espacio semipiblico dentro del poblado pa ) xclayo espacio easels primaias ova) ‘esata espacio roetzo ee cin ieee) ‘hespaco pubic ye pinaa » porto ven a ta Me cn dan cwetgapeeinaen e ronnie pre snr snarls ova asso Record cculatoro dentro cel poblado Diorama del aacases als cedias primis det poblado hace referencia aa elacn de proximidd ent os especies ala pemesblided dees vionas Sr exon smonrann gus ems ‘oversertcdndoa dese oer Figura 29, El castro galaicorromano de Viladonga - Lugo. Andlisis Espacial de un recinto doméstico (X. Aydin). 297 imponiendo un determinado patrén de percepcién del entorno a los indi- viduos, una pauta para experimentar el espacio-tiempo comunitario ¢ in- dividual» (Criado, Mafiana, 2003). Partiendo de esta definicién de la arquitectura, desde el Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) de Santiago de Compostela se viene Ile- vando a cabo desde hace afios una importante experiencia de anilisis de los espacios construidos desde una fusidn de los planteamientos tedrico- metodoldgicos de la arqueologia del paisaje, la arqueologia rural y la arqueologia de la arquitectura. Los procedimientos de andlisis activados perseguiran la reconstruc- cién y descripcidn de las dimensiones constitutivas de cualquier espacio construido: su configuracién formal bésica (liberada de atributos secun- darios), su emplazamiento en el espacio circundante, su configuracién formal especifica, su articulacién interna (estancias, accesos, transitos), la funcién social que cubre (su programa), su orientacién y las subsiguientes condiciones de visibilidad (c6mo se ve desde él) y visibilizacién (cémo es visto) y finalmente su patrén de movimiento y de accesibilidad (andlisis de transito) (Criado, 1999, pp. 20-23). Para llevar adelante todo ello con éxito se recurrird tanto a las herra- mientas generadas por la AA mas tradicional (andlisis estratigréficos, cro- notipoldgicos, configuracionales, mensiocronoldgicos), como a las deri- vadas de las aproximaciones sintdcticas al espacio (Hillier, Hanson, 1984) o de los andlisis de percepcién del mismo (Turner et al., 2001). El dmbito cronolégico de aplicacién es amplio: a) en unos casos se trata de mostrar que la arquitectura megalitica, a través de todos sus nive- les fenoménicos -desde la cdmara y el timulo a la organizacién de la ne- cropolis y la distribucién de los monumentos en el territorio- construye un modelo de pensar el mundo que es también una forma de habitarlo (Cria- do, Mafiana, 2003); b) en otros se aborda el estudio de los poblados galai- corromanos y se procura esbozar el modelo de espacialidad vigente ese periodo ahondando en la problematica de la estabilidad y pervivencia de tradiciones arquitect6nicas de la Edad del Hierro conjuntamente con el factor de cambio y ruptura impuestos por la romanizacién del NW penin- sular (Ayan, 2003); c) finalmente, las investigacién de los siglos altome- dievales esta permitiendo también la identificacién de estratigrafias artifi- ciales relacionadas con los procesos constructivos de terrazas agrarias, verdaderos indicadores cronoldgicos de la intervencidn de la comunidad campesina sobre el medio natural (Ballesteros, 2003). 298

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