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Diccionario ideolégico feminista Volumen I La mirada esférica La esfera es el espacio limitado por una superficie curva compuesta por puntos que equidistan todos del centro. En nuestra esfera el centro es el ojo del observador por lo que el nimero de sus radios es infinito. Multitud de perspectivas que conforman el todo. La esférica es una vision privilegiada e imposible de quien puede mirar el abso- luto en el detalle. © Vicroria Sau, 1981, 1989, 2000 © desta edicion Icaria editorial, sa. Ausias Marc, 16, 3.° 2.* / 08010 Barcelona e-mail:icariaep@terr jctnet.es Primera edicién; diciembre 1981 Segunda edicién ampliada y revisada: junio 1990 Tercera edie bri! 2000 Disefto de la cubierta: Laia Olivares Foto-ilustracién: Helena de la Guardia ISBN: 84-7426-072-8 Depésito legal: B. 17.609-2000 Impreso por Romanyi/Valls, sa. Verdaguer, 1 - Capellades (Barcelona) Esta edi n est impresa en papel ecolégico Impreso en Espafia. Prohibida la reproduccién toral o parcial. Derecho de pernada Defloracién Dios INDICE EBAEREBREBAE n BENSSR BEN BSS J Joder K Kinder, Kirche, Kiichen L Ley Sélica Lili BERG BR EEESE &sx BR Menarquia Menopausia i BREERRERBERSS E ik N oS 1 vv v a BRERBR Violacién Virginidad Vinda XY Yin-Yang Zz Zorra Abreviaturas Bibliografia 255 B RBBR ERE 285 287 A Victoria Sénchez Lara, madre totémica, in memoriam. INTRODUCCION Este libro es tan sdlo una aproximacién a Un Dicionario Feminista porque contiene inicamente una minima parte de todas las palabras po- sibles que las mujeres podemos redefinir desde una perspectiva nueva y diferente: la nuestra. Creo que he reunido sin embargo las mds significa- tivas, sobre todo en el area del parentesco, la sexualidad y algunas for- mas de poder, las cuales son basicas a mi juicio para entender la dominacién de la mujer por el hombre. Es mi propésito ampliar en el futuro este Diccionario con mas palabras y conceptos que nos concier- nen profundamente. La amplitud, intensidad y madurez del movimiento feminista en el mundo me parecié que requerian ya este primer esfuerzo, mas teniendo en cuenta que el lenguaje, la palabra, son una forma mas de poder, una de las muchas que nos ha estado prohibida. En este sentido este libro pretende ser un acto de reconocimiento del feminismo cient(fico (asi me gusta y prefiero llamarle), que por mi parte consiste en la aplicacién del método del materialismo histérico al andlisis de las relaciones mujer- hombres, para tratar de dar a partir de las mismas una «explicacién» cientifica de cualesquiera otras relaciones humanas, o sea, del mundo. La realizacién de este Diccionario tiene al mismo tiempo un doble propésito: en primer lugar, informar. Me gustarfa que cualquier mujer —sin que por ello excluya a los posibles hombres interesados—, en un momento dado pudiera tener respuesta rdpida a preguntas tales como qué es la maternidd o zpor qué luchan las mujeres? En segundo término me agradaria que este libro constituyese una herramienta de trabajo mas para todas aquellas que, bien por su contenido, por su bibliografia o am- bas cosas lo crean de utilidad para su investigacién sobre la mujer. —7— Precisamente teniendo en cuenta los dos propésitos arriba mencio- nados el Diccionario no es escueto. Hubiese podido triplicar 0 cuadru- plicar el ntimero de voces de haberme mantenido en definiciones breves, aquellas con las que a veces se encabeza una palabra. Pero creo que hu- biera dicho poco. Y no hubiera respondido al método de trabajo al que antes hice referencia. Con respecto a los libros citados creo necesario hacer algunas con- sideraciones: He hecho sdlo una seleccién de libros para cada voz porque una re- lacién mds extensa creo que hubiese resultado excesiva ¢ incluso pedan- te, habida cuenta de que muchos de los titulos que se citan ya incluyen a su vez numerosa e importante bibliografia que no crei oportuno trans- cribir. He dado preferencia a libros que se pueden encontrar sin dificul- tad, o sin demasiada, en el mercado al que tenemos acceso, porque cual- quier facilitaci6n para la investigacién me parece poca. Esto no obsta para que a veces se indiquen obras agotadas o propias sdlo de bibliote- cas, que era obligado citar debido a su significacién. Por orden de preferencia lingiiistica —ateniéndome a la realidad del material editado— y siempre dentro de lo posible, la seleccién ha sido hecha en castellano, catalan, francés, inglés y aleman. Las obras literarias seleccionadas (teatro y novela) lo han sido te- niendo en cuenta la universalidad de su tematica o lo representativas que son con respecto al concepto al que aluden. En la medida de lo posible he puesto en la referencia bibliografica de cada libro también la fecha de la edicién original, que considero de gran importancia para situar la obra. En la relaci6n final, ademas, hay una clasificacién por areas y también por cémo y por quién es abordado el tema, que pienso puede resultar orientativo. Empecé a trabajar en este Diccionario hace cuatro afios —aunque no todo el material recogido esta presente en él— y hoy me alegro de que por fin una parte de este esfuerzo salga a la luz. Por esto deseo tam- bién dar las gracias a aquellas personas que me han ayudado durante este tiempo, bien sugiriéndome una palabra, bien animandome a termi- narlo, o creyendo en él hasta el punto de editarlo como asi ocurre ahora. En Barcelona y en la primera quincena del mes de octubre de 1981. VICTORIA SAU La presente edicién ha sido ampliada respecto a la anterior (1981) en veinte de sus conceptos, igualmente se han afiadido seis nuevas voces (Harén, Dote, Género, Amor, Miedo, Poder) y la bibliograffa ha sido revisada y actualizada. De nuevo la reeditamos a las puertas del siglo xxi debido a la vigencia ¢ interés de esta revisidn critica del lenguaje. Préxi- mamente ser4 publicada una segunda parte de este diccionario con nue- vos términos. Al final de este volumen informamos del contenido del indice del mismo. Nota de la Editora Aborto. Etimolégicamente la palabra aborto quiere decir privar de nacer (ab orto). Aunque no todas las mujeres sepan lo que es abortar, toda mujer sabe lo que es un aborto. Este puede ser esponténeo o provocado. Nos referiremos ante todo a este ultimo por ser el que es objeto del Derecho y estar tipificado como delito en el Cédigo Penal de muchos paises. Desde un punto de vista feminista, casi universal, el aborto es una agresion al cuerpo y la psique de la mujer que hay que evitar por todos los medios pero que, en ultima instancia, la agrede menos de lo que lo haria la continuacién del embarazo cuando ella decide interrumpirlo. El aborto provocado, desde que existe patriarcado, ha estado y esta controlado por los hombres. En alguna época de la Historia era castiga- do con pena de muerte incluso el disimular el embarazo. Estar bajo control no significa que forzosamente tuviera que cons- tituir delito y castigarse como tal. Significa, ante todo, que el hombre se ha reservado el derecho de intervenir legaimente en el aborto, sea pa- ra decir que no constitufa delito, que s{ constitufa delito, o para cambiar de una posicién a otra. Asi vemos por ejemplo, que en las leyes asirias el aborto voluntario se castigaba con pena de muerte por empalamiento, mientras que la civilizacién griega no lo consideraba delito. Platén, Aris- tételes y la mayoria de los fildsofos griegos, consideraban que el aborto voluntario era legitimo si la causa era el miedo a los dolores del parto (Platén), pero sobre todo, para mantener una poblacién estacionaria que consideraban ideal. Aristételes propuso también el matrimonio tardio con este fin. En Roma, el aborto voluntario no era recogido por las leyes dado que éstas daban al pater familiae todos los derechos dentro de su casa, —u— hasta el de vida y muerte. El aborto, en todo caso, seria objeto de un juicio de familia que se resolveria en el marco de la misma. En los ulti- mos tiempos del Imperio, sin embargo, el aborto pasa de delito privado a delito puiblico cuando en tiempos de Septimio Severo se incluye en el Digesto (primer cédigo romano) castigado como crimen (a. 193-212). Al subir el Cristianismo al poder en tiempos de Constantino el Gran- de, la Iglesia recoge el espiritu del Digesto y declara un crimen el aborto. Sin embargo la Iglesia no ha sido lineal en esto y se observan tres gran- des periodos que corresponden a tres teorias cientificas: la animacién in- mediata, la animacion retardada y la preformacién. Animacién inmediata. Este periodo va desde los origenes hasta el siglo XII. Desde el principio la Iglesia se opone a la permisividad para el aborto que se observa entre los paganos. Su teoria es que el alma entra en el momento mismo de la concepcién, un alma que sélo es de Dios y que si no llega al nacimiento y con él al bautismo, permanecera eterna- mente en el limbo condenada a no entrar en el cielo. Dos concilios, el de Alcira y el de Ancira, en los siglo III y IV, asi lo ratifican, Una excep- cién es Tertuliano quien aboga por el aborto terapéutico cuando éste sea de necesidad. La teoria de la animacidn inmediata se basa en la concep- cién milagrosa de Maria segun la cual el espiritu de Dios entra inmedia- tamente en ella. El Cristianismo impregna las leyes y asi vemos que mientras en las visigodas el crimen de la mujer embarazada era reputado como tinico, en Las Partidas de Alfono X el Sabio, el aborto provocado se castigaba con la pena de muerte. Animaci6n retardada. A través de Santo Tomas se introduce en Euro- pa la teoria aristotélica de la animacién retardada, llamada hilomorfis- mo, segtin la cual no puede haber alma sin cuerpo, sin una forma que la contenga. Sdlo la muerte de un feto animado se considerara delito, y la animacion no se produce hasta los 45 y los 60 dias. Santo Tomas creera que si el feto es varén el alma entra antes, a los 40 dias, y si va a ser nifia, alos 80, con lo que las mujeres siempre tendrian 40 dias me- nos de alma que los hombres. Este periodo dura del siglo XII al XIV, y solo la muerte de un feto formado se considera homicidio. En los libros de Penitencias de la Edad Media, se dice: «Si una mujer encinta hace perecer su fruto antes de los 45 dias, sufre una penitencia de un aiio; si es al cabo de 60 dias, de tres aiios; por ultimo, si el nifio ya esté animado debe ser tratada como ho- micida». La teoria —de origen aristotélico— de que sdlo el feto formado te- nia alma, aparecié en los Decretales de Gregorio IX, en 1234. No obs- —2- dente. El numero de individuos fue visto siempre y es visto todavia co- mo simbolo de poder. En 1920, después de la gran mortaldad de la Pri- mera Guerra Mundial, en Francia se vota una ley sumamente represiva para el aborto. Los nazis lo castigan con la pena de muerte en el articulo 218 de su Cédigo Penal. En Francia, durante la ocupacién alemana y el gobierno Petain, una mujer es condenada a muerte y guillotinada: MMe. Giraud, lavandera, por practicas abortivas que son un crimen con- tra el Estado. En el nazismo, el Estado no se ruboriza de confesar que las mujeres no tienen derecho a tener hijos libremente. El derecho de la mujer al aborto fue conseguido en Francia en 1975 gracias a la «Ley Weil», debida a la Ministra Simone Weil. La Ley estuvo a prueba du- rante cinco afios, siendo ratificada en diciembre de 1979. En Espaiia, después del paréntesis republicano (1931-1939) en el que el aborto fue legalizado, el régimen del General Franco volvié a penali- zarlo. En 1939 se derogan todas las leyes del régimen anterior y en 1941 se penaliza el aborto no espontdneo, con penas que pueden ir desde me- ses hasta afios de prisién menor. Esta ley se considera muy dura porque no sélo afecta a la mujer abortante sino a cualquier persona implicada, familiares y/o profesionales. También en este caso hacia falta reponer lo antes posible la poblacién abatida durante la Guerra Civil. «La Ley, por consiguiente, responde a las finalidades que consigna en su Exposi- cién de motivos, procurando de una parte, la espiritualizacién de la vida al sustraerla al concepto materialista de la politica anterior y, de otra, aproximandonos a la solucién del problema demografico, al evitar que se malogren anualmente varios miles de espajioles, victimas inocentes del espiritu egoista de sus progenitores». (G6mez Moran: La mujer en la His- toria y en la Legislacidn) En Rusia, pais que se suele poner de ejemplo por ser el primero en el que se llevé a cabo una revolucién socialista, el aborto fue legalizado al triunfar la Revolucién y cambiar las leyes. Pero el aborto seguia bajo el control de los hombres como lo demuestra el que en 1936 se prohibie- ra de nuevo legalmente. No se volvié a legalizar hasta 1955. E] feminismo internacional, salvo aquellas mujeres que por su reli- gin o filosofia de la vida no aceptan el aborto —feminismo reformista— piensa que éste es uno de los tres derechos inalienables de la mujer a su propio cuerpo, siendo los otros dos la sexualidad y la maternidad. El no-aborto se convierte en un embarazo obligatorio y esto también por el modelo de sexualidad masculina. «Pero nosotras sabemos que cuan- do una mujer queda prefiada y no lo queria, no se debe a que haya lo- grado expresarse sexualmente, sino a que se ha adaptado al acto y al —4— modelo sexual preferido, seguramente, por el macho patriarcal, incluso a pesar de que esto pudiese significar que quedase encinta, y tener que recurrir luego a una interrupcién de su gravidez». (Lonzi, C.: Escupa- mos sobre Hegel) En Francia, el derecho al aborto no se consiguié sin lucha. En 1971 el grupo feminista Choisir (Escoger) que encabezaba la abogada Gisele Halimi, hizo publico el «Manifiesto de las 343». firmado por otras tan- tas mujeres, la mayoria de ellas del mundo de las letras, el arte, el espec- taculo, las ciencias, y que afirmaban haber abortado. El acto tuvo una fuerte repercusién dentro del pais y en el extranjero. Una accién seme- jante fue Ievada a cabo por las italianas en 1977, y en Espafia en 1979. Abogadas como Cristina Alberdi, Lidia Faleén y Magda Oranich han escrito sobre el tema. Un escrito de las feministas de Padua (Italia), expresa que dichas mujeres enlazaban el problema con el de la maternidad, restringida a la fuerza por causa de las discriminaciones salariales y la pobreza. Hay que luchar contra todo lo que no permite una maternidad libre: «El proble- ma es tener la posibilidad de ser madres todas las veces que queramos serlo. Sdlo las veces que queramos pero todas las veces que queramos». Las tres causas mayores por las que estas mujeres creen que puede ser necesario abortar, son: 1) Que esté en peligro la vida o la salud de la embarazada; 2) Que el embarazo sea fruto de una violacién, en el sen- tido lato de la palabra; 3) Que haya sospecha de que el nifio, si nace, sera anormal. Al margen de estas tres razones basicas, se considera que cuando una mujer decide interrumpir su embarzo no es por trivialidad, sino por- que algo ha sucedido dentro o fuera de ella que hace que el mismo ya no sea deseado. La despenalizacién del aborto en algunos supuestos, sean los tres anteriormente citados —y que recoge la mas reciente legislacién espafio- Ja (1985)— fuesen mas de tres, u otros totalmente distintos, no libera todavia a la mujer de la alienacién que pesa sobre su persona por el he- cho de que el arbitrio de lo que «puede» y «no puede» hacer con su cor- paralidad sigue estando a expensas de un aparato de poder que habla por ella, decide por ella y ejecuta contra ella, privandola de la soberania mas elemental, la de su territorio mas intimo: el cuerpo. Es obvio que mientras prosiga el paradigma patriarcal, el cuerpo —y por lo tanto el deseo, la personalidad, la vida en su conjunto— de las mujeres seguira, en mayor o menor medida, enajenado. Y en consecuencia la sociedad entera. —15— La desaparicién de la prostitucién, la trascendencia de la materni- dad y la autodeterminacién plena frente el aborto seran los indicadores del test que evaluard la sociedad adulta y libre del futuro. El lenguaje contribuye a reforzar la penalizacién legal del aborto culpabilizando a la mujer desde las propias palabras. Asi, el aborto no espontaneo se llama siempre criminal para distinguirlo de aquél. A la mujer embarazada se la llama madre y al embri6n y luego al feto, hijo, a pesar de que estas categorias no son posibles en toda su extensién mien- tras no se produzca el consentimiento, La palabra aborto tampoco res- ponde a la realidad de un modo total, por lo que las feministas van utilizando cada vez mas la expresién realmente auténtica: interrupcién yoluntaria del embarazo. E] problema de la interrupcién voluntaria del embarazo afecta a to- das las mujeres del mundo y de todas las culturas. Dentro de una misma cultura pueden surgir diferencias como las observadas entre las mujeres pudientes de paises en los que estaba o esta penalizado el aborto, yendo a abortar a otro pais en el que si estaba o esta permitido. Tales diferen- cias, que de hecho existen, no suponen sin embargo, que la mujer con mas posibilidades esté menos sujeta a las leyes, el modelo de sexualidad y las arbitrariedades del patriarcado, que las demas. Aborto provocado a causa de los malos tratos fisicos 0 psiquicos de un hombre. Casi siempre es ocultado y no penalizado. Aborto provocado por exceso de trabajo y malas condiciones del mismo. No esta castigado. Véase: Fecundidad-Fertilidad, Maternidad, Poder, Sexualidad. BIBLIOGRAFIA. — Alberdi, C. y Sendén, V.: Aborto: af 0 no, — Aray, J.: Aborto, estudio psiconalitico. — Cifrian, C.; Martinez Ten, C.; Serrano, 1. La cuestién del aborto. Dalla Costa: El poder de la mujer... —Halimi, G.: La causa de fas mujeres. — Institut National d’Etudes Demographiques. L ‘interrup- tion volontaire de grossesse dans |’Europe des neuf. — Leret de Matheus, M.* G.: Aborto, prejuicios y ley. — Martin Sagrera: Sociologia del aborto. — Movi- miento di Lotta Femminile de Padua: «Matrimonio y aborto», en Schulder y Kennedy: Aborto, gderecho de las mujeres? — Nash, M. «Ordenamiento juridi- 0 y realidad social del aborto en Espafia. Una aproximacién histérica». Géne- ro, cambio social y la problemdtica del aborto. — Noriega, E.: El aborto. — Paulo VI. Humanae Vitae, — Rivolta Femmii «Sexualidad femenina y abor- to» en Lonzi: Escupamos sobre Hegel. — Varios: El aborto en un mundo cam- biante. Familia y aborto. — Vindicacién Feminista: Especial Aborto, el clamor que no cesa. — Viejo Topo N.° 40: «El fetismo no es un humanismo» de Mar- qués, J.V. — Villatoro, A. y Oranich, M.: Qué es el aborto. —6— y por tanto debe ser condenado como yo. Cuando cometié conmigo veinte infidelidades, cuando dio mi collar a una de mis rivales y mis pendientes a otra, no pedi que le cortaran el pelo a rape, le encerraran en un con- vento, ni que me entregaran sus bienes. Y yo, por haberle imitado una sola vez, por haber hecho con el barbidn mds majo de Lisboa lo que él hace impunemente todos los dias con las casquivanas de mds baja estofa de la corte y de la ciudad, tengo que sentarme en el banquillo de los acu- sados ante jueces que se hincarian de rodillas a mis pies si estuvieran con- migo dentro de mi alcoba. Y es preciso también que me corten el pelo, que llama la atencidén de todo el mundo; que luego me encierren en un convento de monjas, que carecen de sentido comin; que me priven de mi dote y de mi contrato matrimonial y que entreguen todos mis bienes a mi fatuo marido para que le ayuden a seducir a otras mujeres y come- ter otros adulterios. Diganme si esto es justo y si no parece que sean los cornudos los que han promulgado las leyes.» (Voltaire: Diccionario fi- losdfico) La ley caldea arrojaba a las aguas del Eufrates a la mujer adultera y a su amante, atados uno a otro espalda contra espalda por los brazos. Bajo la dominaci6n asiria, a la mujer adultera se le cortaba la nariz y se castraba a su amante. La sociedad judia condenaba a la adiltera a muerte por lapi- dacion. La pena de adulterio no existia en Roma hasta que Augusto (s. 1 d.n.e.) la introdujo legalmente mediante su Lex Julia de adulteriis coercendis. La raz6n de lo tardio de esta Ley es que el adulterio masculi- no no era contemplado como tal, y el femenino entraba dentro de la ju- risdiccién del pater familias; éste tenia poder de vida y muerte sobre su mujer e hijos y esta facultad habia hecho innecesaria una legislacién mas especifica para el caso de adulterio. El ius occidendi daba derecho al hom- bre a matar a su mujer sin juicio previo si la sorprendia en fragante deli- to. Con la nueva Ley de Augusto el adulterio pasa de ser un delito familiar a ser un delito publico; cualquiera podia acusar a la mujer de adulterio aunque el marido no lo desease asi. También perdié el marido el dere- cho de matar a su mujer, aunque si lo hacia se le juzgaba con clemencia en raz6n de su c6lera. (Esta atenuante ha sido tenida en cuenta en Espa- iia hasta nuestros dias.) El padre de la adultera tenia derechos superiores al marido; podia matar a la mujer (su hija) y al cémplice siempre que los encontrase en flagrante delito, fuera en su propia casa o en la de su yerno. Tenia que matar a ambos, pues la ley no le permitia matar sdlo a uno de los dos. —18— Con la Ley de Augusto, la pena establecida para el adulterio es el destierro, la confiscacién de la mitad de la dote y de una tercera parte de los bienes. La mujer no podia volver a casarse y si alguien la desposa- ba, era perseguido por la ley. En adelante, sdlo el concubinato le estaba permitido. A lo largo de toda la Edad Media y hasta el Renacimiento todavia el hombre mata a la esposa sorprendida en adulterio como lo demuestra un Decreto de la Iglesia de fecha 24-IX-1665, que dice que se condena por error lo siguiente: «No peca el marido matando por propia autori- dad a su mujer sorprendida en adulteriow. (Dezinger: El magisterio de la Iglesia.) El Fuero Juzgo dejé libertad al padre y al marido respectivamente, para hacer con la hija y esposa adultera lo que quisieran y, si la mata- ban, que no les fuera imputado como homicidio. Seguin cuentan los her- manos Goncourt, todavia en el siglo XVIII, a pesar de que el adulterio se ve ya como un mal inevitable, la Ley autorizaba a los maridos a re- cluir a sus esposas en conventos «especiales», semejantes a carceles de mujeres, de los que no podian salir sin licencia del esposo. Este encierro podia ser de dos aiios o de por vida, segtin los casos. El marido gozaba del usufructo de los bienes de su mujer, con lo que a veces la habia indu- cido al adulterio con fines especulativos. Un folleto reivindicativo del periodo de la Revolucién Francesa, apa- recido en Paris, denunciaba la muerte civil de la mujer que habia come- tido adulterio. A la culpable se le afeitaba la cabeza y se la recluia a perpetuidad en una prisién; perdia todo derecho a su pensién de viude- dad y su dote pasaba a ser propiedad del marido. Este podia instalar a su concubina en el domicilio conyugal. La Iglesia, al menos sobre el papel, reprobaba por igual el adulterio masculino y el femenino, en el plano moral, pero en cambio se opuso siempre al divorcio. El que en la actualidad el adulterio no sea causa de muerte o mutila- cién en el mundo occidental (en el Islam todavia lo es) no significa que las leyes sean mas benévolas con la mujer; se trata de una evolucién ge- neral de los castigos por adecuacién a la época. En Espaiia hasta 1963 no se derogé la Ley por la que el marido que mataba a la esposa sorprendida en adulterio s6lo sufria una pena de des- tierro. El Cédigo Penal ha previsto pena de carcel de hasta seis afios de duracién para la adtiltera hasta 1978 en que se despenalizé. El adulterio subsiste como figura juridica y puede ser motivo de que a la mujer le sean arrebatados sus hijos. Como tal figura, el adulterio —19 — cuentra sin otra alternativa de realizacién que aquella que le permite su afectividad, la cual es empleada subrepticiamente por el hombre: — Lamyjer es el pasio de idgrimas de la familia. Todos y cada uno de los miembros pueden recurrir a ella cualesquiera que sea la cosa que les ocurrra. Ella debe escuchar, tomar parte de la carga del otro, ser el depésito en el que se vierten las frustraciones y amarguras generadas en el exterior. Asi se convierte en un importante elemento de distension psi- cosocial, permitiendo que el sistema de cosas que genera las ansiedades siga funcionando. — Enel mundo laboral contemporiza, soporta condiciones labo- rales mds negativas con menos quejas —también por miedo al rechazo. Es afectuosa incluso cuando trabaja. Su afectividad volcada al hombre le hace soportar la discriminacién sexual-laboral como /dgica y natural. — Decaraa la infancia, por la afectividad femenina queda asegu- rado el cuidado de la nueva generacién bajo cualquier circunstancia: a) econdémica (pobreza); b) de enfermedad (deficientes, disminuidos, en- fermos crénicos); c) situacional (guerra, emigracién, etc.). Mientras las criaturas requieren paciencia, cuidados intensivos y actitud vigilante, son confiadas a las mujeres, cuyas dotes para ese trabajo se dice que son na- turales. Si la mujer llega al limite de sus fuerzas, se crispa o se lamenta, no s6lo no recibe ayuda —en reciprocidad, parte de la que ella dio— si- no que es considerada anormal o culpable. «EI heroismo de la mujer esposa y madre, sus incomprensibles sa- crificios, no traspasan nunca las fronteras de su hogar.» (Martinez Sie- tra: Nuevas cartas a mujeres). Porque en el exterior hace falta también la razén y ala mujer s6lo se le permite cultivar la afectividad. La afectividad llevada a esos extremos se le dice y se le repite que es espontanea y natural. (Si lo fuera no habria que repetirselo). Es una forma de inducirla a aceptarla y usarla. Pero el montaje tiene un fallo de base: a la mujer no se la educa para amarse a si misma. La mujer no se quiere, no se valora, no se gusta; el sexo valioso, admirable y dig- no de ser querido es el otro, segtin se le ha inculcado. Pero no se puede amar a otro si una no ha aprendido a amarse a si misma, de modo que toda la afectividad de la mujer, canalizada artificialmente hacia el hom- bre y sus obras, puede retroceder en cualquier momento. De ahi el te- mor constante del hombre a que se acabe lo que para él es la reserva de amor de las mujeres, y sus esfuerzos desesperados para alimentar la ima- gen de ese amor espureo, no basado en el amor a si misma sino en el desprecio a si misma. «El amor a los demas y el amor a nosotros mismos no son alternati- —2— vas. Por el contrario, en todo individuo capaz de amar a los demas se encontrara una actitud de amor a si mismo. E/ amor, en principio, es indivisible en lo que atae a la conexién entre los ‘objetos’ y el propio ser.» (Fromm: El arte de amar) En la Antigiiedad y en la Alta y Baja Edad Media los hombres esta- ban menos tiempo a solas con las mujeres; ello, unido a la propia dureza de los tiempos, hacia que las formas de opresién fuesen mas rudas: cas- tigos fisicos, encierros forzosos, violencia sexual, etc. Pero con la era industrial se inicia un nuevo tipo de vida doméstica y familiar en el que se introduce la palabra amor como paliativo entre dos sexos que han de convivir mas tiempo y mas cerca uno del otro que nunca. Asi se va ela- borando una nueva filosofia —y luego psicologia— de los sentimientos femeninos, que le aseguren al hombre la paz y el bienestar en casa por medio de la domesticacién de la afectividad de la mujer. gSe ama el hombre a si mismo? Si asi fuera no tendria dificultades en amar a las mujeres. No. La afectividad del hombre esta dominada por una emocién principal a la que todos las demas estan subordinadas: el miedo a la mujer. Afectividad e inteligencia estan intimamente ligadas. La afectividad puede acelerar o perturbar la inteligencia. Piaget ha escrito abundante- mente sobre ello, pero ademas éste es un hecho en el que estan de acuer- do todas las escuelas psicolégicas. Pero mientras la inteligencia siempre esta estructurada (lo cual de inteligencia informe la convierte en racio- nal) hay polémica en que ocurra lo mismo con los sentimientos, salvo aquellos que se hacen pasar por la inteligencia y se «intelectualizan». Lo que si es evidente es que el hombre teme tanto a la inteligencia de la mu- jer como a sus sentimientos intelectualizados, porqué sdlo la afectividad indiferenciada y sin estructura alguna, la hace décil y manejable. En es- te ultimo caso, su forma de rebelion, si ésta llegara, sdlo podria ser la Jocura. Véase: Agresividad, Amazona, Miedo, BIBLIOGRAFIA. — Amado, G.: La afectividad det nino. — Baker Miller, Hacia una nueva psicologta de la mujer. — Benavente, J.: Cartas de muje- res. — Fast, J.: La incompatibilidad entre hombres y mujeres. — Fromm, E.: El arte de amar. — Guiducci, A.: La manzana y la serpiente. — Heller, A.: Teo- ria de los sentimientos. — Maurois, A.: Sentimientos y costumbres. —22— Agresividad. Es éste un término muy contravertido que puede ver- se, por lo menos, desde dos angulos totalmente diferentes. Uno de ellos seria la agresividad como violencia y dafio contra uno mismo y/o los de- més; el otro, la agresividad como capacidad humana de superacién de las dificultades que el estado de naturaleza opone a la supervivencia de los seres humanos. Nos quedamos con ia primera definicién no sélo porque es la uni- versalmente mas aceptada sino también porque es la que afecta de modo diferente a los dos sexos. Se afirma que la agresividad masculina es una caracteristica propia del varén, y como todo lo masculino es realzado en la sociedad sexista, también la agresividad es justificada primero y valorada después como motor del progreso humano. El estudio de la agresividad de un modo especifico por parte de la Sociologia, la Psicologia, la Antropologia y la Etologia (estudio del com- portamiento animal) es relativamente reciente y se remonta a los afios treinta de este siglo. Unos aiios antes el psicoandlisis la habia estudiado ya (Freud la lamé principio de muerte) pero como algo que afectaba a ambos sexos. Basdndose en las ideas evolucionistas de Darwin, del siglo XIX, y en la agresividad masculina observada en los machos del mundo animal, una pléyade de cientificos (hombres) desarrollaron su teorfa de la agresi- vidad del var6n en la especie humana. Konrad Lorenz, uno de los mas conocidos y prestigiosos, define la agresividad como «el instinto comba- tivo de la bestia y del hombre dirigido contra los miembros de la propia especie» (Sobre la agresién). Al definirla como «instinto» la convierte en inevitable, fatal. Estos tedricos de la agresividad, de los cuales los mas destacados, ademas de Lorenz, son Robert Ardrey, Raymond Dart, Des- mond Morris, Anthony Storr y Niko Tinbergen, la justifican por com- paracién con la de los machos animales arguyendo que los mas agresivos de entre éstos son los que consiguen copular mas y mejor con las hem- bras en celo, contribuyendo asi a una mayor fertilidad, y también que son los mas aptos para la defensa de su «territorio». Hembras y territo- rio es también aquello por lo que luchan los hombres, sélo que ni la com- paracién hombre-animal es siempre cientifica ni el estudio de los animales bajo premisas humanas, lo es. Otro grupo de cientificos ha refutado las teorias de estos autores —y los estudios prosiguen todavia— pero hay que reconocer que son mucho mas populares los defensores de la agresi- vidad como «cualidad» humana y masculina, que los que defienden la teoria de la cooperacién humana. Y es que cuando Tiger define la agre- sividad como «un proceso de coercién mas o menos consciente contra —3-— u Otras causas en retaguardia— en ultima instancia es la mayor agresivi- dad posible hecha a las mujeres, pues cada ser humano muerto o mutila- do ha nacido de una mujer, la cual no lo concibid, gesté, parié y educé supuestamente para eso. Es la situacién extrema en la que los hombres les dicen sin ambages a las mujeres: «sois nuestras reproductoras. Vues- tros hijos no son vuestros sino nuestros, y para que os déis perfecta cuenta, hacemos de ellos lo que queremos: los matamos, los mutilamos, los en- loquecemos, y los convertimos en héroes cuando han matado, mutilado y enloquecido mas que los otros. Dios-padre, los padres de la patria (no hay madres de la patria porque la patria es masculina) y los millones de padres individuales os hacemos esto, mujeres, porque nos hemos atri- buido el poder de hacerlo». Otra cuestion, la definitiva, es la de que el hombre es mas agresivo que la mujer. Esto es cierto, pero no por razones biolégicas u hormona- les (la testosterona es la hormona de la agresividad y el hombre la tiene en mayor cantidad que la mujer) sino histdricas y sociales. La explica- cién es sencilla: hace falta mas agresividad para ser sometedor que so- metido. El que invade, el que conquista, el que derriba, el que inferioriza, necesita agresividad para hacerlo. Pero si ademas debe mantener en el tiempo estas circunstancias a fin de que el sometido no deje de estarlo, la agresividad debe quedar instalada definitivamente, pues cualquier dis- minucién de la misma supondria un aumento en la posibilidad de que el sometido se libere. En las relaciones hombre-mujer esto se traduce en una agresividad real del primero sobre la segunda, a través de los siglos, variable unicamente en la forma pero no en el fondo. Los movimientos juveniles de muchachos son, en ultima instancia, un aprendizaje de la agresividad presente y futura. Asi desde los grupos escultistas, cuyo crea- dor fue Baden Powell (un militar) hasta el servicio militar como consa- gracién de la virilidad, en la que la capacidad de agresién es un factor de primer orden. Mas tarde, en la vida adulta, cada hombre agrede sistematicamente a toda mujer por el hecho de esperar de ella que sea y se comporte como un ser dominado, ostentando las «cualidades» que le exige el colectivo de varones: juventud, belleza, pasividad, fidelidad, bajo rendimiento in- telectual, fertilidad, entrega sexual, obediencia, lealtad, falta de resenti- miento y otras. Las agreden, ademas, al penalizar con castigos que pueden ir desde la muerte hasta la carcel, de la multa econdmica al destierro, de la tortura fisica y/o psiquica a la separacién material de los hijos, aque- llas conductas que se desvian del patron més arriba resefiado. La agresi- vidad se manifiesta asimismo en la relacién sexual, bien porque ésta se — 25 — imponga a la mujer (violacién fuera o dentro del matrimonio) bien por- que se le imponga la forma de llevarla a cabo. La agresividad continua cuando se le impone la maternidad y cuando se le prohibe la materni- dad; cuando se le impide abortar, y cuando se le exige que aborte; cuan- do se le niegan los anticonceptivos y cuando se la obliga a la esterilizacién. La agresividad se manifiesta todavia en la apropiacién que el padre hace de los hijos de la madre, a la que sdlo le permite ser su nodriza y educa- dora. La agresividad se expresa aun en la pornografia (los que la fabri- can y los que la consumen). La agresividad mas sofisticada es la que esta presente en las mujeres (jtristes mujeres!) a quienes los hombres han con- seguido aterrorizar hasta el punto de que se identifiquen con ellos, pien- sen como ellos y actuen como ellos. La obra perfecta de la agresividad es conseguir que la victima admire al verdugo. Véase: Afectividad, Sexismo. BIBLIOGRAFIA. — Alland, A.: La dimensidn humaine. — Ardrey R.: La evolucién del hombre: la hipétesis del cazador. — Burguess, A.: La naranja me- cdnica, — Lorenz, K.: Sobre la agresin, — Marcuse, H.: La agresividad en la sociedad industrial avanzada. — Marti, S. y Pestafia, A.: «La sociobiologia contra la mujer» en Viejo Topo 38. — Montagu, A.: La naturaleza de la agresividad humana, — Montagu y otros: Hombre y agresién. — Morgan, E.: Eva al desnu- do. Mortis, D.: El mono desnudo, — Sade, Marqués de: Sistemas de agresién. Alcahueta. En la Enciclopedia Universal Ilustrada aparece por al- cahuete, A., 0 sea, con preferencia en masculino, Y dice: «La persona dedicada a la correduria de la prostitucién por encargo; la que solicita © sonsaca a alguna mujer para que tenga comercio sexual con algun hom- bre, o encubre y concierta en su casa este comercio». Es posible que ésta sea la actual acepcidén del término, pero el ori- gen del mismo es muy distinto. La alcahueta tiene sus antecedentes en la casamentera, figura femenina casi institucional en muchos paises y pue- blos. Su tarea consistia en mediar entre dos familias con hija e hijo casa- deros, antes de que los padres iniciaran los contactos formales. Los matrimonios convenidos por las familias, sin que los contrayentes a ve- ces ni se conocieran, crearon la necesidad de esta persona que llevaba y trafa recados y noticias, cuando el modo de obtenerlas tampoco podia ser otro. En las familias de alto linaje esta funcién la cumplfan algunos parientes o bien miembros del alto clero, pero en las clases medias que se fueron formando en las ciudades a partir de la Edad Media se recu- — 2% — El matrimonio por propio consentimiento y el trabajo de la mujer fuera del hogar que se hace masivo a partir del siglo XVIII hacen que desaparezca la aleahueta porque sus funciones van dejando de ser nece- sarias, con lo que el sentido de la palabra se va acercando mas a la defi- nicién de la Enciclopedia. Véase: Bruja, Viuda. BIBLIOGRAFIA. — Arcipreste de Hita: Ef libro del Buen Amor, — Mara- vall, J.A.; El mundo social de la Celestina. — Rojas, F. de: La Celestina. — Toro Garland: Celestina, hechicera clasica y tradicional. — Zorrilla, J. de: Don Juan Tenorio. Ama de Casa. Seguin la divisién del trabajo por sexos el hombre asigné a la mujer las tareas de interior reservandose él las de exterior. Asi y a través de la evolucién histérica por la que han pasado dichos tra- bajos, el ama de casa puede definirse como la mujer que trabaja gratui- tamente y sin reglamentaci6én horaria para la familia, dedicada al cuidado de los nifios, preparacién de alimentos y limpieza general del hogar. El hombre considera natural y espontdneo su trabajo, por extensién del tra- bajo natural de gestar, parir y lactar que le es propio en la humanidad primitiva. La palabra ama no es el femenino de amo. Una casa s6lo tiene un amo: el hombre. El ama de casa es la mujer del amo, que es quien man- da. El acttia fuera, pero es tan amo fuera como dentro. Lo que el ama hace en el interior esta disefiado, pensado y dirigido por el amo en parti- cular y por el hombre en general. La comida, la limpieza, el manteni- miento de la casa y el cuidado de la gente menuda y anciana son tareas asignadas, no elegidas por la mujer. Esta tiene que administrar el salario del hombre o la parte de salario que le da; esta administracién, sea cual sea el nivel econémico, debe ajustarse a los criterios de consumo del hom- bre: alimentos que le gustan, menaje con el que esta de acuerdo, vestua- rio acorde con sus opiniones, etc. El cesto de la compra es la expresién actual con que se hace referen- cia a la economia doméstica, ya que la casa es el lugar donde se satisfa- cen las necesidades basicas de todos los individuos de la sociedad. Pero la propia expresién da a entender ademas que la mujer sélo tiene capaci- dad de decisién sobre las compras que caben en un cesto, es decir, las pequefias compras, aunque son basicas para el funcionamiento social. — 28 Las otras compras, las que desbordan el cesto, las efecttia o cuando me- nos las autoriza, el cabeza de familia. A veces son objeto de un largo forcejeo en el transcurso del cual la mujer se ve obligada al recurso de las lagrimas —victima— o bien de los favores sexuales —prostituta— para conseguir lo que desea o necesita. La frase hecha de que «el hom- bre siempre acaba cediendo» y que lo presenta como perdedor sirve para enmascarar el alto precio que ha pagado la mujer por esa aparente «victoria». Tres grandes diferencias distinguen al ama de casa del amo de casa: 1,* la mujer est4 destinada a ser ama de casa (trabajos domésticos) des- de el nacimiento; 2.* el trabajo que realiza el amo de casa es remunera- do mientras que el trabajo del ama de casa es gratuito; 3.* cuando el ama de casa trabaja ademas fuera del hogar, no deja por esto de hacer de ama de casa mientras que el hombre dice que no hace trabajos de ama de casa porque trabaja fuera del hogar. En términos econdmicos «el matrimonio significa el intercambio de la parte de salario que aporta el varén por los servicios que apor- ta la mujer mediante su trabajo en el hogar. Cada hogar es un cen- tro de trabajo que compra en el exterior bienes y servicios, los ad- ministra, los reparte, los transforma mediante nuevas aportaciones de trabajo, los consume y los acumula. No esta previsto en nuestra sociedad que estos bienes y servicios puedan obtenerse de modo ha- bitual fuera de la familia. Y una vez que Ilegan los hijos, la conversion de la mujer en ama de casa esta consumada. Se trata, en muchos casos, de un intercambio desigual. La mujer, que trabaja mds horas y que seria consciente de que el valor de su trabajo en el mercado es superior a lo que ganan la inmensa mayoria de los asalariados, llega a creerse que es su cényuge quien trabaja para ella y quien la mantiene. Muchos hom- bres consumen su turno vital sin ocurrirseles que el sostén econdmico de la familia es mas su esposa que ellos mismos». (A. Duran: E/ ama de casa.) Al pretender hacer las feministas un andlisis de valor del trabajo do- méstico bajo el capitalismo, surgieron dificultades tedricas: el trabajo doméstico no podia ser considerado trabajo por no ser asalariado y no entrar por lo tanto en los circuitos del capital; si a pesar de todo y en un anilisis diferente y mas profundo se le considera srabajo, en el senti- do econémico del término, ello da pie a solicitar su remuneracidn, lo cual dadas las circunstancias, enterraria definitivamente a la mujer en esa «pro- fesién». Por otra parte la solucién apuntada de que las tareas propias del ama de casa se socialicen —el capital ya ha socializado algunas me- —29— diante la escolarizacién de los nifios y la hospitalizacién de los enfermos— creando comedores publicos, lavanderias, etc., para que pasen a ser fra- bajo social y la mujer se libere de la esclavitud de las mismas, da lugar a una nueva polémica: la socializacion nunca puede alcanzar fodas las tareas domésticas, y las que quedaran seguirian siendo asignadas a las mujeres en raz6n del sexo; ademas, frente a un Estado cada vez mas po- deroso la socializacién significa desprivatizacién, es decir: cada vez el ser humano cuenta con un drea mas pequeiia de vida en la que moverse en libertad y por su cuenta. Mas que socializar al maximo se trataria pues, de distribuir el trabajo doméstico privado y personal equitativamente entre todos los individuos sin distincién de sexo, de modo que dejara de ser tarea femenina exclusivamente. La mujer soltera que vive sola también es ama de casa de su propia casa, pero en este caso, como todo el trabajo que produce lo consume ella misma, no sufre alienacidn ni explotacidn. — Ama de gobierno o de Ilaves. Mujer que realiza todas las tareas propias del ama de casa excepto prestar servicios sexuales al hombre y parirle hijos. Generalmente administra la casa y dirige a otras mujeres empleadas. Suele vivir en la misma casa y cobra un sueldo. — Ama de leche. Nodriza. Mujer contratada para dar el pecho al hijo o hija de otra. La aristocracia y la burguesia se han servido a menu- do de estas mujeres, las cuales tenfan que descuidar la alimentacion de su propio hijo o hija en funcién de aquél para quien la contrataban. Es- ta clase de mujeres han ido desapareciendo a medida que la alimenta- cién artificial para la infancia se ha perfeccionado. — Ama parroquial. En algunos lugares de Espaiia se la llama tam- bién mayordoma. Mujer que desempefia en la casa parroquial, al servi- cio del parroco, todas las tareas propias del ama de casa menos prestar servicios sexuales y parirle hijos. Si esto ultimo sucediera entraria en la categoria de barragana. Para ser ama parroquial es necesario segtin el derecho canénico ser soltera o viuda sin hijos y tener mas de 40 afios; su arreglo personal ha de ser austero de modo que presenten el aspecto mas asexuado posible. A los trabajos de ama de casa afiaden muchas veces los de secretaria. E] ama parroquial del sacerdote ha sido algunas veces la propia ma- dre del parroco o una de sus hermanas, destinada por Ja familia a tal fin. A medida que las familias han ido siendo menos numerosas la nece- sidad de contratar mujeres ajenas a la misma ha sido mayor; también ha aumentado la tolerancia con respecto a la edad y al aspecto fisico. El mucho y sacrificado trabajo que supone la profesién de ama parro- —30— que uno de los cronistas que seguia las campajfias de Alejandro, habia sido testigo de una entrevista entre el joven soberano y Thalestris, una de las tltimas reinas de Amazonas, a orillas del (rio) Boristheme (actual Don).» «Plutarco, Hipdcrates, Galiano, Platén..., todos han citado las cos- tumbres y las hazafias de las Amazonas. La estatuaria, los vasos, los ba- jorrelieves han popularizado a estas guerreras a quienes, de forma simbolica —rechazo de la maternidad— los mas diversos narradores atri- buyen la costumbre de practicar la ablacién de un seno.» (D’Eaubonne, F.: Les femmes avant le patriarcat.) La derrota de las amazonas que nos ha dejado una literatura con visos de mitologia (?) parece coincidir en el tiempo con la propia derrota de la mujer y sus tltimas resistencias. Asi vemos que en la /ifada Aquiles mata en lucha a Pentesilea; Hércules lucha con Hipdlita —es uno de sus doce trabajos—; Teseo se casa con una amazona, y Atalanta corredora es vencida con engafio por Hipémenes. «A Hipélita —dice Monique Witig— se le envid el ledn de la triple noche. Dicen que fueron necesarias tres noches para engendrar un mons- truo de figura humana (Hércules) capaz de vencer a la reina de las Ama- zonas. Cuan duro fue su combate con el arco y las flechas, cuan encarnizada fue su resistencia cuando lo arrastré lejos hacia las monta- fas para no comprometer la vida de sus semejantes, dicen que no lo sa- ben, que la historia no ha sido escrita. Dicen que desde aquel dia siempre fueron vencidas.» (Las guerrilleras). Helen Diner, citada por Chessler, describe asi la forma de vida de las amazouas: «La forma mas moderada de aversién de las Amazonas (hacia los hombres) les permitia un breve encuentro con sus vecinos mas- culinos cada primavera (y, por principio, poco importaba quien fuese el hombre). Las nifias eran conservadas y los varones enviados a sus pa- dres, alejados. Pero en los sistemas mas duros de administracién, los ni- fios no eran expedidos, se les lisiaba y volvia inofensivos para siempre por medio de la torsién de una mano y la dislocacién de una cadera. Esclavos-disminuidos, despreciados, ellos no eran objeto de ningun acer- camiento erético por parte de las Amazonas y eran utilizados por éstas para la crianza de la infancia, tejer la lana y el desempefio de las tareas domésticas. En las sociedades antimasculinas mas extremistas los nifios varones eran siempre muertos —y la misma suerte estaba reservada a ve- ces también a su padre.» (Les femmes et la folie.) En estos tiempos los hombres habian introducido ya el esclavismo, la tortura y el infanticidio. —32— E| atribuir a las amazonas el rechazo de la maternidad es mas que una falsedad —que lo es— una tergiversacién de los hechos, la finalidad de la cual es hacer su imagen aborrecible a las mujeres antes, incluso, de que éstas empiecen a interesarse por ellas. De hecho, todos los relatos indican que las amazonas mantenian relaciones sexuales con hombres, generalmente una vez al afio —siguiendo un ciclo anual que es muy pro- pio de las comunidades humanas de los tiempos 0 estados primitivos— con fines precisamente de procreacién, aunque sin desdefiar que sirvie- ran asimismo para liberar fuertes impulsos eréticos heterosexuales. Pero el modelo de vida elegido por las amazonas —autosuficiencia, independencia del varén, comunidad de mujeres solas, poder de deci- sién sobre la prole— requeria precisamente retener sdlo a las hijas. Las amazonas representan pues, la maternidad, pero incluyendo solo la dia- da madre-hija, precisamente la que ha sido prohibida por las leyes y nor- mas del patriarcado. El reservarse a las hijas y constituir con ellas una unidad funcional era dejar de procrear para los hombres, para los pa- dres, para el patriarcado. Las amazonas no s6lo no rechazaron la mater- nidad sino que la hicieron suya, la utilizaron a su modo, no la sometieron al poder masculino. Desde este punto de vista se podria decir que Lilith, en el mito del Paraiso, fue la primera amazona puesto que no quiso pro- crear para Adan. Las amazonas rechazaban la maternidad esclava, y como ésta es la unica reconocida por los varones, para éstos es como si la rechazaran absolutamente. Las amazonas podrian ser las hijas de las Grandes-Madres derrota- das por el patriarcado en ascenso, que en conflicto generacional con ellas no estaban dispuestas a pactar con el hombre ni a hacer alianzas. Ala extrema de la feminidad (cuando la feminidad no era todavia el concep- to masculino de hoy) tomaron las armas en defensa propia, declarando con su postura que acababa de empezar la guerra de los sexos, en la que, al final, perecerian a pesar de todo, como perecié Pentesilea a manos de Aquiles e Hipdlita a las de Hércules. El héroe Teseo no mata pero Se casa con una Amazona. E! declinar de la amazona se observa en las tradiciones de algunos pueblos en los que las muchachas no podian casarse hasta haber dado muerte a uno 0 varios enemigos, hecho simbdlico que recordaba tiem- pos anteriores de comunidad exclusivamente femenina y no convivencia estable con el hombre. En 1972 arquedlogos rusos encontraron huellas de las amazonas a orillas del rio Ural, donde habian vivido hace mas de dos mil afios. Se- — 33 — del hombre: «Es una proyecciOn a la que recurrié el macho humano en los siglos de la alborada de la civilizacién para justificar el trato (sddico) que otorgé a la independiente madre del hombre, desde la época de la violacién primaria a la de su esclavizamiento econdmico, cultural y psi- coldgico...» Miedoso de que en virtud de la ley del talién él cayera victi- ma de la mujer vengadora, imagina a esas mujeres belicosas, sin hombre, independientes, viviendo su maternidad a su manera y rehusando el ma- trimonio al cual llamaban «esclavitud». A la luz de tal interpretacién Zil- boorg no encuentra extraiio que Hipdcrates afirmara que las amazonas enviaban lejos o mutilaban a los hijos varones para que los hombres no pudiesen conspirar contra las mujeres y sirvieran en cambio como arte- sanos y en trabajos sedentarios. La tesis de Zilboorg puede ser, en ultima instancia, compatible con la existencia real de las amazonas. P. Samuel cita a dos autores que han estudiado y escrito sobre las amazonas y que coinciden, al menos de un modo amplio, con la teoria de algunas feministas (D’Eaubonne y otras) acerca de las amazonas: «Para él (Emmanuel Kanter) los fendmenos amazénicos son fendmenos de pa- saje del comunismo primitivo a las sociedades patriarcales. (...) El paso al patriarcado, especie de revolucién llevada a cabo por los hombres, es una revolucién en la que las mujeres pierden mucho, y el fendémeno ama- zOnico es un fendmeno de resistencia a esta revolucion. (...) La teoria de Angelo Guido tiene rasgos comunes con la de Kanter pero esta menos elaborada. El ve en el fenémeno amazénico una reaccién de las mujeres a la toma del poder por los hombres, y al establecimiento por parte de ellos de leyes desfavorables». (Amazones, guerriéres et gaillardes). Es sig- nificativo que los indios llamaran a las amazonas, Mujeres fuera de la ley. D’Eaubonne (op. cit.) refiere que el antropédlogo Von Puttmaker leyé en 1973, en la Academia de Berlin, un informe sobre su hallazgo de tres cuevas de amazonas encontradas en la jungla brasilefia, acompa- fidndolo de la fotografia de decoraciones murales reproduciendo la pa- labra «amazona». Este cientifico tardé un tiempo en revelar su hallazgo por miedo a que las grutas fuesen destruidas. El fenémeno de las amazonas es practicamente universal. Tradicio- nes y realidad de las mismas se encuentran también en China y Africa. La prenda caracteristicas de las amazonas era el cefidor o cinturén. El interés de la ciencia oficial por ocultar o reducir a leyenda las so- ciedades de amazonas, sélo puede interpretarse en dos sentidos: 1) el mie- do de no poder explicar su existencia sin referirse al mismo tiempo al patriarcado como forma de discriminacién de la mujer; 2) el miedo a —35— alertar a las posibles amazonas que existen en el colectivo femenino de la sociedad y que pueden actualizar en cualquier momento, y de acuerdo con los tiempos, a la antigua amazona. Véase: Hija, Lilith, Madre, Matriarcado. BIBLIOGRAFIA. — Alonso del Real: Realidad y leyenda de las Amazonas. — Chessler: «Les societés d’Amazones» en Les femmes et la folie. — D’Eau- bonne: Le feminisme, histoire et actualité. «Mythe de l’amazonat?» en Les fem- mes avant le patriarcat. — Diner, H.: Mothers and Amazons. — Fernandez de Oviedo: Historia de las Indias. — Gonzalez Luna, L.: Las amazonas en Améri- ca, — Graves, R.: The Greek Myth, — Renault, M.: Amazons. — Samuel, P.: Amazones, guerriéres et gaillardes. — Schultz Engle, B.: The Amazons of An- cient Greece. — Wittig, M.: Las guerrilleras. Amor. Para un primer acercamiento al significado de la palabra amor, y al uso que de ella se hace, he aqui la definicién de Maria Moliner en su Diccionario de uso del espafiol: «Sentimiento experimentado por una persona hacia otra, que se ma- nifiesta en desear su compaiiia, alegrarse con lo que es bueno para ella y sufrir con lo que es malo. Lo mismo que «amar» es sustituido en el lenguaje familiar y corriente por “‘querer’’, ‘“‘amor’’ es sustituido por “‘carifio”’ cuando no se emplea para designar ese sentimiento en abstrac- to; pero en frases de sentido abstracto como ‘el amor maternal’ o el ‘amor entre marido y mujer’, es de uso corriente; y cuando se aplica a concep- tos elevados, como en el ‘amor de Dios’, el ‘amor al prdjimo’, el ‘amor a la patria’ o el ‘amor a Ja humanidad’, la palabra ‘“‘amor”’ es insusti- tuible.» Una definicién extraida del libro de Anne Tristan La alcoba de Bar- ba Azul (en francés, Histoires d’amour) puede considerarse una sintesis, en un plano de orden superior, de lo dicho anteriormente: «Es el estado en que resulta abolida la barbarie que por lo general impide el acceso a los demas.» Pero esto nos plantea la cuestién de si realmente esta abolida dicha barbarie. O, dicho de otra manera, si se puede considerar abolida en un mundo en el que las relaciones entre individuos diferenciados por un fac- tor anatémico-bioldgico son, por esto mismo, de poder, asimétricas, y con resultado de opresién para las mujeres. El amor crece como una planta prohibida en el jardin asilvestrado (gbarbaro?) del orden patriarcal. Puesto que el amor sdlo es posible en- — 36 — tre iguales, el disefio de sociedad patriarcal impide por definicién el amor entre los dos grandes colectivos sexuales: los hombres y las mujeres. Y también entre hombres porque en virtud de este mismo disefio ellos es- tan condenados a luchar entre si por el poder, del cual su manifestacién mas primaria ¢s la posesion del territorio y de las propias mujeres. En todo caso los hombres admiran a los «mejores» de entre ellos para una mejor identificacién con el modelo propuesto de lo que es ser viril. (Ob- viamos a propésito los planteamientos homosexual y lesbiano porque el problema es mds amplio y en todo caso les incluye, ya que el amor no es reducible al concepto de «opcidén sexual individual»). La sociedad patriarcal, estructurada sobre los valores de violencia, enfrentamiento y lucha, habla mucho del amor sin duda por encontrarse éste ausente. El hombre no debe amar a la mujer, a ninguna mujer —la madre es una excepcidn, funesta en tanto que excepcién— porque amar al inferior, al subordinado, equivale a hacerse su igual y debilitarse. De ahi que el varén desee en lugar de amar. Por un lado tiene la excusa fi- siolégica del deseo; por otro, obliga a la mujer a que ejerza de seductora para que asi quede justificada, ante los demas y ante si mismo, su rela- cién (caida, derrota) con ella. La exaltacién permanente de la belleza fe- menina como unica cualidad de la mujer (que por otra parte explica las sucesivas uniones de un mismo hombre con mujeres invariablemente j6- venes y atractivas) nos remite a la imposibilidad del amor en una socie- dad erigida sobre relaciones de poder. Las asi establecidas entre mujer y hombre se hacen extensivas a otros pares de colectivos humanos tales como el de infantes/adultos, las clases sociales, los grupos raciales, etc. El amor es negado permanentemente por quienes detentan el poder, y tolerado en los inferiorizados por oprimidos, como un signo y un sintoma de su propia inferioridad, lo cual refuerza en forma de bucle el rechazo a amar por parte de quienes se autolegitiman como supe- riores. El amor, asi pues, cuando se piensa que pueda ir mas alla de la me- ra satisfaccién del instinto sexual para hacerse trascendente, es califica- do de inadecuado, cursi y/o ridiculo. Los maridos, incluso, se supone que no deben amar (desear) a sus mujeres mds que por un breve tiempo, aquel que la novedad de la relacién justifica, pues amar a quien por vin- culo se oprime y subordina es una incompatibilidad y un desatino, aun- que la excusa, aqui, sea el aburrimiento. Amores como el de Romeo por Julieta —estado al que el joven lle- ga después del exilio que le ha permitido trascender su deseo carnal a un sentimiento que abarca a la persona entera— son excepcionales en —377— tragico; 3) si lo hay, lo hace vergonzoso; 4) si lo hay, lo hace timido, débil, miserable. Hay hombres que prescinden del amor de las mujeres, aunque a ve- ces pueden tener una madre, una hija o una hermana cuyo afecto no va- loran como tal porque no son compafieras sexuales, pero de cuyo amor se alimentan. Hay hombres también que se ganan el amor de una mujer con promesas, regalos y otras formas externas permitidas a los varones para solicitar amor; cuando esto falla también lo solicitan fingiéndose menesterosos, indignos del mismo. Como esto ultimo sdlo sucede en si- tuaciones privadas, el orgullo viril en lo publico queda a salvo. General- mente cuando el hombre ha obtenido el amor-limosna de la mujer, cambia su actitud inicial por la de desprecio. El varén encuentra a menudo mas placer en el propio forcejeo para obtener amor que en el disfrute del amor mismo, lo cual no es de extrafiar si la estructura de base esta montada sobre la lucha y no sobre la comprensién. El amor que toma la direcci6n mujer— hombre es cualitativamente diferente. Consciente o inconscientemente, lo sepa ella misma 0 no, la mujer aprendié in illo tempore a amar al hombre como hijo y como her- mano —propio y/o de las demas mujeres; como individuo a socializar, en una palabra— mucho antes de que ¢l macho humano tomara el poder y la oprimiera. La doble condicién de todo hombre de individuo patriar- cal y, ala vez, de «nacido de mujer», permite que la mujer pueda —que no quiere decir que deba— amar al hombre a pesar de las circunstancias adversas para su sexo. Y la posible ventaja de esto de cara al futuro es que, habiendo sido conservado el amor por uno de los sexos, que es tan- to como decir el crecimiento mental y afectivo necesarios para salvar la distancia que separa nuestras soledades individuales, este amor ahora des- valorizado y clandestino podra estar al alcance de todos/as sin distin- cién, si la barbarie patriarcal no gana la ultima batalla. Del mismo modo que las relaciones sexuales son definidas y descri- tas desde posiciones androcéntricas, al amor le ocurre lo mismo. Inquie- tos por ese phantasma que no acaban de dominar y que en cambio saben que flota por ahi, los hombres se han ocupado mucho més que las muje- res de intentar definirlo y acotarlo... sin que esto supusiera cuestionar su orden de cosas. Y uno de los lugares comunes que se encuentra en todos los tiempos en la literatura al respecto es la imbricacién de amor y sexo. Remontandonos al pasado, en la antigua Mesopotamia (sur del Cau- caso, Iran, golfo Pérsico, desierto sirio-4rabe) la misma palabra, ramu, designaba los sentimientos —ternura, compasién, etc.— y la unién se- —39— xual, El amor fisico era el acto cuya iniciativa se dejaba al hombre, pero era el amor de la mujer el que lo Ilevaba a su realizacién plena como tal hombre. En este sentido se expresa la Epopeya de Gilgamesh, uno de los textos literarios mas antiguos conocidos, de importancia compa- rable a la de la Odisea en Grecia. En dicha Epopeya el protagonista, Gil- gamesh, tiene un doble, Enkidu. Este es un sujeto salvaje que vive entre las bestias y se aparea con ellas. Gilgamesh le envia una hierddula (pros- tituta sagrada) para que lo seduzca y le inicie en el amor humano. Cuan- do Enkidu, después de siete dias y siete noches de relacién con la mujer vuelve a su vida de antes, «las gacelas escapan ante é1/ los animales sal- vajes le rehuyen,/ y él mismo tiene trabajo para ir en su busca,/ no pue- de correr como antes.../ En cambio ha madurado, se ha vuelto inteligente.» El mito indica que la mujer no es una hembra mas que sdlo da amor fisico, sino que eleva al hombre hasta su propia altura abrién- dole el espiritu y el coraz6n, contribuyendo a que se realice como ser hu- mano y no como animal. EI profesor italiano Julius Evola destaca el hecho de que «situar el amor sexual entre las necesidades fisicas del hombre deriva de un equi- voco». E] deseo humano, dice, siempre es psiquico, y el fisico no es mas que una trasposicién de éste. «Unicamente entre los individuos mas pri- mitivos se cierra el circuito tan pronto que en su conciencia sdlo esta pre- sente el hecho terminal del proceso...» (Metafisica del sexo). No obstante, éste ha sido el caballo de batalla durante siglos. El amor hombre-mujer no sdlo incluye la sexualidad sino que es la sexualidad. Por esto Annie Tristan destaca la frase de Beauvoir: «la palabra amor no tiene el mismo sentido para uno y otro sexo, y ello es fuente de graves malentendidos que los separan.» (E/ segundo sexo). Cuando el hombre dice «te amo» las mas de las veces esta sdlo solicitando un cuerpo. Freud piensa que hay unos instintos sexuales directos (amor sexual) y otros coartados en su fin (la reproduccién de la especie). Estos ultimos habrian sido los que permitieron crear enlaces duraderos entre los seres humanos. El origen del amor seria, pues, sexual pero luego se ampliaria a lo que el psicoanalisis llama «libido», y que Freud asocia al Eros de Platén, y al amor al que hace referencia el apéstol Pablo en su Epistola a los Corintios, en la que lo sitta sobre todas las cosas (Psicologia de las masas). Es una norma muy extendida, por no decir general, entre los auto- res masculinos que tratan el tema del amor, —hay menos mujeres que lo hayan abordado— que consiste en referirse solamente al amor a la mujer. Es decir, se plantea el tema desde una posicién androcéntrica; —40— version al mismo tiempo), y la caza. Apenas hay convivencia entre los sexos. En el castillo quedan por largo tiempo la mujer del sefior, sus pa- rientes, los hijos pequefios sin edad de seguir al padre, y el servicio. Las mujeres y el amor no cuentan ni juegan ningun papel en esa época de costumbres groseras. No se le da demasiada importancia a la virginidad, y las violaciones son moneda corriente. «Los maridos intercambian a sus mujeres (...) los nobles repudian a sus esposas por los motivos mas tri- viales (...) se divierten a costa de las mujeres, las desprecian abiertamen- te.» (A. Tristan, op. cit.). El lenguaje de guerra del amor recuerda los trofeos a ganar, propios de la caballeria heroica. La mujer es una plaza a conquistar. En la segunda edad feudal las costumbres se dulcifican un tanto. La Iglesia prohibe la guerra en determinados periodos del afio, como Ad- viento o Cuaresma, e incluso en determinados dias de la semana, y bus- ca la complicidad de la mujer para frenar la brutalidad anterior. Surge la idea del caballero como alguien que debe emplear su fogosidad en pro- teger a los pobres y débiles para que éstos no sean victimas de los fuer- tes. En el grupo de los débiles quedaban incluidas las mujeres, contra las que en adelante no podrian cometerse tantas tropelfas. Aparece un sentimiento nuevo hacia el sexo femenino al que se llamara cortesia. Los caballeros, unidos por ese pacto comin, deben asistirse unos a otros, hon- rarse y amarse. Para un hombre de esa clase su igual sigue siendo otro hombre, y la mujer la ocasién para que ellos cumplan su destino varo- nil. Juntos en las largas guerras, juntos en los monasterios, o juntos en la caballeria, los hombres son el grupo dominante y diferenciado, y el amor sélo se da entre pares. De todos modos hay un movimiento de aproximacién entre los dos sexos que, en Francia, va de Sur a Norte, y que es ademas un movimien- to cultural. En el siglo XII las mujeres letradas abren salones y se impo- ne la moda de la poesia lirica y el amor refinado 0 amor fi. Algunos libros de la época dan cuenta del fendmeno. Famoso es en este sentido el del clérigo André le Chapelain, quien entre 1186 y 1190 escribe el Traité de !’Amour Courtois. Se da por supuesto que este amor s6lo puede existir fuera del matrimonio, ya que las condiciones de este ultimo son incompatibles con tal sentimiento. El amor es, pues, adtiltero. Otro texto clasico de la época es Le roman de Ja rose (1237-1280), obra escrita en dos tiemos y por dos autores distintos, refleja a la vez dos estilos en amor. El primero, debido a Guillermo de Lorris, represen- ta el amor a la mujer todavia ideal; las exigencias morales impiden la unién amorosa o sexual. El segundo, Jean de Meung, tiene por ideal la —a2— lujuria; el hombre persigue sdlo la satisfaccién de sus instintos. Se ha pasado del romanticismo al naturalismo del amor, en el cual la mujer sale perdiendo. Aunque, como dice Rougemont, de hecho subsisten los dos modelos de amor, las dos historias. El tema del amor cortés es controvertido. De un lado es una ventaja para la mujer; su estima ha ido en aumento y ella lo aprovecha para «so- cializar» al hombre en amor. Los «preceptos de amor» que ella dicta in- cluyen que el amante sea educado y cortés, que no mienta ni blasfeme, que conserve cierto pudor, y que no vaya més all del deseo de su aman- te. La pareja duerme junta sin que haya encuentro fisico; el hombre de- be aprender a aplazar su deseo, a espiritualizar el amor. Los trovadores, en sus poemas, se hacen eco de este codigo para asi obtener el amor de la dama. Superar la sexualidad, el nico vinculo que une a un hombre y a una mujer dada la desigualdad entre ambos, y, por esto mismo, lo que mas les separa. Sdlo cuando él demuestra que es digno de confianza puede comenzar el verdadero intercambio. Es pues la mujer, la dama, la que conduce al hombre hacia el amor. «Ella que ha sido envilecida y oprimida conoce la verdad y abre al hombre los ojos librandole de su ceguera.» (A. Tristan, op. cit.). En el ultimo cuarto del siglo XII dos parejas de amantes representan el amor cortés: Tristan e Isolda, y Lan- zarote y Ginebra. En el siglo XIII se escriben en prosa los dos relatos, este ultimo por parte de Christian de Troyes. Hay otra cara menos amable del amor cortés. Este tiene cinco ras- gos: 1) la bravura del caballero; 2) la mujer esta prometida o casada con otro y es mas poderosa que el amante; 3) la relacién sexual de los aman- tes es infecunda; 4) el amante no siente celos del esposo de la amada; 5) el esposo-rey tampoco siente celos. (Marcello-Nizia «Amor cortés, so- ciedad masculina y figuras de poder»). En cierto modo la dama es una intermediaria entre el sefior y el jo- ven, los cuales mantienen a su vez un juego de seduccién reciproca. {! ria en esto en lo que pensaba Freud al afirmar que el hombre celoso de la infidelidad de su mujer en el fondo obedece a un impulso homosexual hacia su rival? Gracias a esta relacién del trovador o amante con la dama, una se- rie de jévenes desclasados, hijos segundones, terceros o ultimos, sin aco- modo en su propia familia, encuentran una forma de ascender en la escala social, al cobijo del marido de aquélla. La mujer aparece asi como «lu- gar de encuentro» entre dos hombres y lo que cada uno necesita del otro; una vez mas, es un pretexto para que se cumplan intereses masculinos, aunque la experiencia del amor cortés sirva al menos como primicia de —43— que algo puede cambiar entre los dos sexos. La figura italiana de e/ cor- tejo, analizada por Carmen Martin Gaite, seria un residuo del chevalier- servant? El desplazamiento de la devocion y amor por la dama, al culto a la Virgen Maria, promovida por la Iglesia, es visto como cierto por algu- nas autoras y como engajfioso por otras. Lo cierto es que sin amor no hay vida, y que el lenguaje trovadoresco, como el mariano, podrian es- conder, como sendos palimsestos, algo mas que lo que expresan abier- tamente. Las trovadoras también existieron, como bien lo recuerda Magda Bogin (Les Trobairitz). Y amaban, rompiendo el esquema de ser la mu- jer, ella unicamente, el objeto pasivo del amor del hombre. En el siglo XIX el amor romdntico es en parte una vuelta al amor cortés 0 de romance. Forma parte del movimiento artistico y literario de la época. Pero, como en Tristan e Isolda, si hay amor hay tragedia. La reunién de los conceptos de amor y muerte es propiamente masculi- na y de base miségina; incapaces de resolver la paradoja de amar a quien a la vez se oprime, los romanticos prefieren a veces el suicidio como so- lucién al problema. O el crimen contra la mujer. El siglo XX trae consigo una nueva ola de rechazo a la mujer, esta vez con la excusa de que es feminista. El hombre se presenta como irre- prochable y si tiene algun fallo la culpable es ella, por tener personali- dad y resultar, por lo tanto, castradora. El matrimonio burgués, por otra parte, pretende que se vaya al mismo por amor. Por primera vez en la historia hombres y mujeres pasan mucho tiempo juntos y en espacios pequefios en los que es inevitable encontrarse: las viviendas. Y ellas ocu- pan ademds un espacio exterior que, de masculino, se ha convertido en mixto. E] ensayo general para el amor se pone en marcha. Hasta ahora las situaciones han sido de «ensayo y error», pero el experimento puede salir bien un dia. En el patriarcado el hombre se avergiienza de amar a la mujer; teme el juicio de los demas varones y que le consideren débil 0 afeminado. Para defenderse del peligro de amar(la) él la tilda a ella de sentimental y se rie de sus sentimientos como de una debilidad. La necesidad neurética de amor de la que habla Karen Horney, no est acaso justificada por la privacién de amor a que una sociedad desi- gual somete a los individuos? Véase: Afectividad, Hombre, Miedo, Mujer, Poder. queda perpleja ante el silencio de los cronistas de Indias con respecto alas mujeres, las cuales aparecen en sus crénicas aqui y alla, esporddica- mente, sdlo cuando los hechos ya no permiten alejarlas del relato, «A pesar del olvido en que generalmente las tienen los cronistas, alin puede sacarse entre lineas, leyendo cuidadosamente sus relaciones, un testimo- nio, irrecusable, de su decisiva intervencién». (O’Sullivan: Las mujeres de los conquistadores) En Antropologia, la problematica acerca del androcentrismo de los antropdlogos es tema de discusién desde el siglo pasado. Es posible que dejen de observar aspectos de la vida de los pueblos que visitan sélo por- que creen, subjetivamente —subjetividad masculina— que no tienen im- portancia; casi siempre, ademas, los nativos a quienes entrevistan son hombres, lo cual condiciona la visién de la totalidad del poblado, y esto por no citar sino dos ejemplos de muestra. El antropdlogo francés Mar- cel Mauss dice en 1968 en su libro Ensayos de sociologia: «La divisi6n por sexos es una divisién fundamental que ha grabado con su peso la sociedad hasta un punto que no sospechamos. Nuestra sociologia en es- te punto es muy inferior a la que deberia ser. Se puede decir a nuestros estudiantes, sobre todo a los y a las que un dia pueden hacer observacio- nes sobre el terreno, que nosotros no hemos hecho mas que la sociologia de los hombres y no la sociologia de las mujeres o de los dos sexos». (Cita de D’Eaubonne en Histoire de lart...). La escritora inglesa Virginia Woolf en su libro Una habitacidn pro- pia queda sorprendida de: 1.° la gran importancia que los hombres se dan a si mismos y las alabanzas que se autodedican; 2.° lo mucho que han escrito sobre las mujeres para describir sus defectos, echar de menos su falta de cualidades y apostrofarlas en general; 3.° la rabia y el odio con que lo hacen, hasta el punto de que se hace mas patente esto ultimo que todo aquello que quieren demostrar. Es lo que Amparo Moreno de- nomina orden androcéntrico del discurso. Pierre Samuel, en su libro Amazones, guerriéres et gaillardes cita trece ejemplos encontrados por él al documentarse para dicha obra en los que se demuestra de un modo flagrante cémo los datos, al pasar de un autor a otro, son escamoteados o tergiversados a favor del hombre y en contra de la mujer. Y dice: «Es posible que algunos me reprochen haber utilizado mis fuentes sin bastante espiritu critico. Pero hay una seria razon para esto: he constatado que la historia tiene una clara ten- dencia a minimizar el rol de las mujeres, a edulcorar sus éxitos ¢ incluso a falsificarlos.» Dice Freud que el hombre ha sufrido tres grandes humillaciones en — 46 — los tiempos modernos. La primera fue la de Galileo, quien demostré que la Tierra no es el centro del sistema solar sino el Sol: la segunda es la de Darwin, quien demostré que el hombre no habia salido hecho y dere- cho de las manos de un Creador sino que era un producto de la evolu- cién; la tercera es la del propio Freud quien le ensefié que no era tan libre como pensaba, puesto que estaba a expensas de su inconsciente. Los nuevos tiempos pueden producirle al hombre la cuarta humillacién, de la mano de la embriologia y la genética, al saberse que no sélo nace de mujer sino que procede de mujer en el sentido filogenético de la pala- bra; y que fue ella quien le socializé en sus primeros dias. En virtud del androcentrismo todavia vigente, las tres humillacio- nes primeras no tienen por qué afectar también a la mujer. La ultima, si lo hiciera, seria positivamente. Véase: Hombre, Sexismo. BIBLIOGRAFIA. — Grupo Estudios de la Mujer: E/ sexismo en la ciencia. — Impacto, Ciencia y Sociedad: Mujeres en la ciencia: un mundo de hombres. — Matterlardt, M.: La cultura de la opresidn femenina. — Moreno, A.: El ar- quetipo viril protagonista de la historia. La otra «politica» de Aristdteles. — Mo- tris, D. El mono desnudo. — Sullerot, E.: El hecho femenino. Anticonceptivos. Método o métodos empleados por los seres hu- manos de ambos sexos para evitar el embarazo de la mujer. Puede tra- tarse de una forma de actuar o del empleo de un agente externo utilizado con este fin. El uso de anticonceptives es una forma de control de la fe- cundidad femenina y lleva implicita la posibilidad de que la mujer elija si quiere tener hijos o no y en caso afirmativo, cudntos, cudndo y de quién. De cara a los anticonceptivos la mujer se ha visto afectada por dos fac- tores relacionados con los mismos: 1.° Su escasa y a veces nula eficacia. 2.° No ha podido disponer libremente de los mismos ya que su con- feccién, distribucién y uso ha estado bajo control de los hombres. Los anticonceptivos, incluso los llamados «naturales» porque no pre- cisan de un agente externo, han tenido siempre efectos secundarios para las mujeres. La lactancia prolongada, por ejemplo, ademas de no dar siempre resultados, agotaba fisicamente a la mujer por periodos a veces de varios aiios. Las posturas en el coito o después del coito eran enojo- sas, humillantes..., y nada eficaces. El coitus interruptus depend{a di- —47— al primer tercio del siglo XX, éstos no han estado a disposicién de la mujer mas que cuando la ciencia masculina lo ha querido y las autorida- des gubernativas de los paises lo han autorizado. Una tercera y ultima barrera a salvar todavia, es la de la clase médica (ginecdlogos), gran par- te de la cual bien por escripulos religiosos de conciencia, bien por fran- ca animadversién a la mujer, pueden negarse a colocar el dispositivo intrauterino o a recetar el anticonceptivo correspondiente. Superados todos los obstaculos —lo cual esta lejos de ser una realidad— que separan a la mujer de los medios para evitar la concep- cién, debe pronunciarse todavia sobre otro problema: cudnto tiempo va @ someter su cuerpo a los anticonceptivos, a qué anticonceptivos y en Juncién de quién. El feminismo radical denuncia el coito como el acto de la reproduccién, pero no del placer sexual femenino sistematico. To- do anticonceptivo tiene siempre algtin tipo de efecto secundario, que si bien es mas aceptable que un embarazo no deseado, no por ello debe dejar indiferente a la mujer. Esto la hard reflexionar sobre en raz6n de qué compaiiero sexual se expone a dichos efectos, y de qué tipo de rela- cién sexual. El objetivo es que la mujer cuente con anticonceptivos inocuos 0 lo mas inocuos posible, y tenga libre acceso a los mismos, no para su uso consecutivo e indiscriminado, sino como una alternativa libre de su sexualidad. Véase: Cinturén de castidad, Sexualidad. BIBLIOGRAFIA. — Castells (prologo de M. Roig): El derecho a la contra- cepcién. — Dexeus, S. y Riviere, M.: Anticonceptivos y control de natalidad. — Himes, N.E.: Medical History of contraception. — Nash, M. (ed.): Presencia » protagonismo. — Revista de Treball Social: Dossier sobre la planificaci6 fami- liar, — Sauvy, Bergues y Riquet: Historia del control de nacimientos. Aristocracia: Etimolégicamente significa «gobierno de los mejores», es decir, de los nobles y notables. Es pues, una clase que goza de la ple- nitud de derechos politicos. «Las primeras aristocracias debieron fundarse en la ancianidad y la religion; al lado de éstas apareceria la fundada en la fuerza y la aristo- cracia militar. La conquista ha sido frecuentemente causa directa de la formacién de la clase superior. Bien pronto, casi al momento de formar- se, se convierten estas aristocracias en hereditarias, dando lugar a la — 49 — aristocracia de la sangre que, tanto por extender su poder como por con- servarlo una vez obtenido, se atribuyé ciertos privilegios que fue perdiendo en su lucha contra las otras clases sociales.» (Enciclopedia Universal Ilus- trada, Espasa-Calpe) Aunque explicitamente no se dice, la aristocracia es una clase mas- culina, como indica su origen militar basado en la guerra y la conquista. La mujer no es nunca aristécrata per se sino por filiacién (hija) o por adopcién (matrimonio). «Las guerras de rapifia aumentan el poder del jefe militar superior, como el de los jefes inferiores; la eleccién habitual de sus sucesores en las mismas familias, sobre todo desde que se introduce el derecho pater- no, pasa poco a poco al estado de herencia, tolerada al principio, recla- mada después, usurpada por ultimo; con lo cual se ponen los cimientos de la monarquia y de la nobleza hereditaria.» (Engels: El origen de la Jamilia, la propiedad privada y el Estado.) Sea que tomemos la definicién formal del diccionario o la sociopo- litica de Engels, destacamos dos particularidades: la aristocracia apare- ce ante todo como masculina y como hereditaria. Es masculina en tanto que aristocracia de edad, como por ejemplo el Senado Romano o los Consejos de Ancianos de otros pueblos, cuyo grupo gerontolégico estuvo siempre constituido por hombres, represen- tantes del protopadre inicial, de dioses masculinos 0 del dios unico. La aristocracia de espada se hace acreedora del titulo y del privilegio de ini ciar un linaje por méritos en acciones de guerra o participacién en gue- rras de conquista; en definitiva, en hazafias militares de las que estan excluidas las mujeres salvo en casos de emergencia y, entonces, en cali- dad de subalternas. La aristocracia de ropa aparece en la Europa rena- centista y moderna como resultado del sedentarismo de las cortes reales, el auge de las ciudades y un nuevo concepto de la politica; la realeza pa- ga con titulos los favores de quienes la sirven: aunque también en este caso una mujer puede recibir un titulo (cuentan de una reina de Francia que se lo concedié a una de sus damas por lo bien que sabia ponerle las medias), éstas son a pesar de todo rara avis. Los consejeros de Estado, los favoritos, las creatures del rey, los diplomaticos, son hombres. El aristécrata es antes un caballero. En la orden de la caballeria en- traban los paladines de la realeza, la religién o la justicia, areas de acti- vidad reservadas a los varones (barones). Las Ordenes Militares en las que los caballeros recibian condecoraciones eran fundadas por reyes, co- mo por ejemplo, la de Malta, fundada en 1079 a raiz de la I Cruzada; la de Santiago, creada para proteger a los peregrinos que iban a visitar — 50 — la tumba del santo ; 0 la del Santo sepulcro, fundada a finales del siglo XV. Los hombres de la aristocracia se valen por si mismos salvo en una cosa: necesitan perpetuarse. Una familia linajuda puede ver multiplicar- se los puntos de mantenimiento del poder gracias a la colocaci6n estraté- gica de sus descendientes en cargos ptiblicos, puestos de mando militares, alto clero y residencia en la corte. La aristocracia dejé de ser la clase dominante en Europa después de la revolucién burguesa de finales del siglo XVIII, pero desde enton- ces hace alianzas con la burguesia por medio de la mujer y el matrimo- nio. Sus ilegios y zonas de influencia son todavia muy importantes en el gobierno de las naciones. Véase: Burguesia, Proletariado, Clase. BIBLIOGRAFIA. — Anénimo: El Cantar del mio Cid. — Bendix, R.: Kings or People. Power and the Mandate to Rule. — Ganshof, F.L.: El feudalismo. — Genealogia: ... ¥ Herdldica (5 tomos), — Godechot, J.: Las revoluciones. — Herodoto: Historias. — Homero: La Ifada. — Martorell, J.: Tirant lo blanc. —Soboul, A.: La Revolucién Francesa. — Varios: El modo de produccién es- clavista. Aristécrata. Mujer que circula entre dos familias nobles o entre una noble y una burguesa para establecer una alianza entre los hombres que ostentan la jefatura de las mismas, sea con fines de apaciguamiento, de enriquecimiento 0 de acumulacién de poder. La aristécrata acttia de mujer «ponedora» de hijos para su marido y de nietos para su padre a fin de que no se extinga en uno y otro el po- der adquirido. Funciona ademas como hija y/o esposa del aristécrata masculino, destinada a perpetuar biolégicamente la clase y a conducirse de un modo tal que asegure la continuacién de los valores que los hom- bres de aquélla definen como pertinentes y necesarios para mantenerse en situacién de privilegio. La mujer aristécrata surge en Ja historia como resultado y con un rol derivado del aristécrata masculino. Fourier piensa que los primeros reyezuelos fueron patriarcas que gozaban de un poder absoluto sobre un sustancioso numero de individuos entre mujeres, esclavos, hijos y do- mésticos, como Abraham, por ejemplo. «Aqueéllos de entre ellos que s6lamente tenfan hijas, o muchas hijas —s51— habia consumado y la reina era virgen: la sbana nupcial manchada de sangre. Este no fue un caso tnico. Pitaluga en Grandeza y servidumbre de la mujer al referirse al ma- trimonio de la princesa castellana Urraca con el rey de Aragon Alfonso 1 «El Batallador» (1109) cita al biédgrafo padre Flores quien dice: «... puso (el rey) en ella sus manos y sus pies, dandole bofetadas en el rostro y puntapiés en el cuerpo». Tampoco éste es un caso aislado. En la clase aristocratica, en tanto que grupo privilegiado que deten- ta el poder, segtin puede observarse en todo tipo de sociedades, la mujer al margen de compartir la parte de lujo y comodidades que por contexto social le correspondan, ocupa un lugar subordinado con respecto a los hombres de su misma categoria. Es mas, esta subordinacién puede afec- tarla de modo que sus condiciones de vida sean mds duras que las de las mujeres de clase inferior. Dos ejemplos pueden servir para ilustrarlo: Margaret Mead en uno de sus libros (Adolescencia, sexo y cultura en Samoa) explica cémo se consiguen y perpetiian los titulos en la socie- dad samoana que comprende todo el archipiélago. A algunos titulos, que constituyen prerrogativas de ciertas familias, les corresponden también ciertos privilegios, entre ellos el de nombrar taupo (princesa) a alguna parienta joven. Pues bien, sélo la taupo en la sociedad samoana tiene que demostrar su virginidad el dia de la boda. «El dia de su matrimonio, delante de toda la gente, en una casa brillantemente iluminada, el jefe hablante del novio, aceptara las pruebas de su virginidad». En una nota a pie de pagina la autora hace constar: «Esta costumbre ha sido prohibi- da actualmente por la ley, pero desaparece con lentitud», y prosigue: «An- tiguamente si no resultaba virgen, sus parientes caian sobre ella y le pegaban con piedras, desfigurandola y a veces hiriéndola fatalmente por haber avergonzado a su familia. Las pruebas publicas suelen postrar a las jévenes durante una semana». Mead no describe en qué consisten las pruebas ptiblicas, quizd por un exceso de pudor o porque la época en que fue escrito el libro —de 1925 a 1933— no se prestaba a ello, pero lo cierto es que un ritual debido a cuya brutalidad tuvo que ser prohibi- do y que postraba a la mujer que lo sufria por toda una semana, es légi- co suponer que era violento. Refiriéndose a la pubertad, Tillion y Royer se refieren a un hecho que ocurre en el Sahel*: la «cebadura» de las nifias. A partir de los cua- tro aifios se sobrealimenta a las nifias con el fin de adelantar su edad nu- * Regidn africana que se extiende al sur del Sahara, desde las costas del Atlantico hasta el Mar Rojo. —53— bil para casarlas y que procreen. «Como sdlo se cuenta con medios para cebar a una nifia por campamento, se elige a la mas noble para casarla tan pronto como se convierte en nubil». («A propésito de la pubertad» en Sullerot: El hecho femenino). «Pero —habla ahora Jacquard— no siempre se consigue el objetivo; recuerdo el caso de las cuatro hijas de un jefe de tribu que murieron las cuatro de obesidad en el momento del parton. (Ibidem.) A pesar de todo, la aristéerata del mundo occidental tal y como la conocemos en la actualidad se ve obligada a efectuar un doble desclasa- miento si quiere liberarse como mujer: ha de desclasarse primero de sus lazos de sangre; en segundo lugar, de los lazos econdémicos consecutivos o derivados de los primeros. La dificultad es obvia y el feminismo cuen- ta con pocas aristécratas. Las mujeres aristécratas como grupo han tenido dos actuaciones im- portantes en la Europa moderna: una es su participacién en la revuelta aristocratica de La Fronda (1648-1653), en Francia, destinada a quitar parte de su poder absoluto al rey, aunque no actuaron solas ni en tanto que mujeres, sino unidas a la nobleza y reivindicando derechos aristo- craticos. La otra, es el movimiento cultural iniciado con la apertura de salones literarios, también en Francia y en el siglo XVII, esta vez como protesta por su alejamiento forzoso de la educacién y la cultura. El pri- mero de estos salones fue el de la marquesa de Rambouillet, y en ellos se intenté cambiar el lenguaje, refindndolo. La falta de preparacién de algunas de estas mujeres hizo que a veces se cometieran fallos que Mo- ligre se apresuré a recoger con burla en Las Preciosas ridiculas. El Pre- ciosismo, nombre de este movimiento cultural y literario, fue también un acicate para los literatos de la época y dejé una importante huella en las costumbres. Véase: Aristocracia, Burguesa, Campesina, Obrera. BIBLIOGRAFIA. — Castelot, A.: Maria-Antoinette. — Cordelier, J.: Ma- dame de Sevigné par elle méme. — Gregorouios, F.: Lucrecia Borgia segiin los documentos y correspondencia de su propio tiempo. — Laclos, Ch. de: Las rela- ciones peligrosas. — Llorca, C.: Isabel II y su tiempo. — Moliére: Las Preciosas ridiculas..... —54— de clérigo». Los hijos de barragana de clérigos habian podido heredar © no de sus padres segin la legislacién vigente en cada lugar y época. Cuando la barragania estaba institucionalizada solia haber ordenanzas sobre la vestimenta a usar por la barragana, la cual se recomendaba aus- tera y sin aditamento de joyas 0 abalorios, como correspondia a las mu- jeres casadas. (E. Mitre Fernandez «Mujer, matrimonio y vida marital en las Cortes Castellano Leonesas de la Baja Edad Media» en Actas II Jornadas Inv. Interd.) Como podemos observar, en la barragania la mujer tiene los mis- mos deberes que la esposa, pero ninguno de sus derechos. También se puede comprobar que sdlo en situacién de franca inferioridad (madre soltera, concubina, barragana, prostituta) se le otorga a la mujer la po- testad sobre sus hijos, lo cual no es una recuperacién de sus privilegios sino la manifestacién de cémo el hombre se desentiende de la prole cuando le conviene o cuando no cumple el contrato sexista establecido con los demas hombres de determinadas formas de utilizacién de la mujer. Aunque los términos barragana y barragania ya no se emplean, de hecho el clero ha seguido haciendo uso de ella a través de los tiempos, aunque modernamente la barragana sea conocida por ama de llaves o ama parroquial de los curas catélicos. «La situacién psiquica de las amas de llaves unidas a los sacerdotes, resulta extremadamente dificil. Ante la opinién publica (catdlica) han de representar el papel de personas interesadas, hipécritas, e incluso vir- genes —cuando no se trata de viudas— y en cualquier caso, el papel de ayudantes ideales de los sacerdotes, llegando incluso a renegar de su fe- minidad, ocultando el encanto de la mujer que ama y se sabe amada. Esta doble moral y el peligro de su desenmascaramiento las consumen. Pero tan grave juego de ocultacién continuara existiendo mientras la Igle- sia no derogue la ley del celibato.» (Mynarek: Eros y clero.) Desde un punto de vista feminista, la descripcién anterior es sdlo esto: una descripcién. La realidad es que el cura puede cambiar de ama o tener aventuras extrabarraganiles sin que ésta tenga derecho a protestar. Como la parroquia es la profesién del sacerdote, su modo de ganar- se la vida y su vivienda (gratuita) dificilmente abandonard todo esto pa- ra casarse con la mujer y reconocer al hijo, si lo llega a haber (los hay). Sus ligaduras con la Iglesia le absuelven a priori del incumplimiento de de cualquier promesa a la mujer que se les entrega, la cual, ademas, mu- chas veces es abocada y presionada para que se sienta agradecida por haber despertado el interés de un ministro del Seftor. Algunas familias catélicas, compasivas con el sacrificio sexual que impone el celibato a —56— los sacerdotes, se sienten honradas de que una hija suya se entregue a uno de ellos como oveja al sacrificio y contribuya a paliar los rigores sexuales de aquella necesaria ley. Pero mientras el sacerdote no pierde ni un 4pice de su status y ademas alivia su tensién sexual, la mujer pier- de su virginidad, puede convertirse en madre soltera, si sigue de ama el hijo ha de criarse lejos de ella, y si «cae en desgracia» con respecto al cura, no tendrd ningtin derecho que la asista ademas de haber quedado en una situacién social muy inferior. Comunicacién personal: la palabra barragana significa desde tiem- pos inmemorables, en Santander, la esposa del pasiego que no era de la region. Véase: Celibato, Concubina, Harén. Véase bibliografia de las voces: Matrimonio y Prostitucién. Bruja. Segun definicién del Diccionario de la Lengua Espafiola, bru- ja es la «Mujer que, segiin la opinidn vulgar, tiene pacto con el diablo y hace cosas extraordinarias por su medio. Fig. y Fam.: Mujer fea y vieja». En su calidad de unidad simbélica dentro de un sistema de repre- sentaciones, la bruja es el reverso del Hada, generalmente joven y her- mosa. Usa esta ultima sus poderes magicos para conceder dones que en el fondo son cualidades que el sistema exige en los individuos (véase c6- mo es dotada por ejemplo, Ja Bella Durmiente del Bosque) o bien pre- mia estas cualidades con bienes extraordinarios. El hada suele aparecer como muy femenina, en tanto que imagen o modelo de lo que se entien- de por la buena madre. La bruja, en cambio, es percibida poco femeni- na porque se aparta del modelo de mujer creado por el patriarcado. Desobedece al sistema puesto que se atreve a tener poder (magico) y esta desobediencia la afea a los ojos de quienes son desobedecidos; este po- der la convierte asimismo en la antitesis de la mujer-hija propia del in- cesto padre-hija patriarcal, y esto hace que sea percibida también, como vieja. Los supuestos poderes ocultos de la bruja despiertan en los hom- bres una profunda, aunque légica, inquietud; ldégica en el sentido de que ellos viven en el temor constante de la represalia femenina resultante de haber sido las mujeres desposeidas de sus mas elementales derechos. Por —57— esto, a la bruja en tanto que mujer subversiva del orden patriarcal, se le atribuyen como principales poderes los siguientes: Provocar la impotencia masculina (véase Sexualidad). Provocar las enfermedades o accidentes mortales en los nifios/as (véase Lilith). Malograr las cosechas (véase Fecundidad). Hacer filtros de amor para atraer y enamorar a un hombre determi- nado (véase Afectividad). Pitt-Rivers hace la siguiente interpretacién de la bruja: «...Es una mujer que se ha vuelto hombre gracias a sus poderes ma- gicos e invierte la premisa basica de la sociedad, que es la division moral del trabajo. El palo de escoba sobre el que cabalga, normalmente sim- bolo de su papel doméstico y femenino, se convierte al sentarse en él a horcajadas y abandonar la casa, en el simbolo mas impresionantemente masculino imaginable. Cuando usa la escoba en su casa para fines do- mésticos, la sujeta con el mango hacia su cuerpo, pero montada sobre él a horcajadas su relacién con respecto al mismo queda invertida: el pa- Jo sobresale del lomo y la cabeza peluda de la escoba ocupa una posicién en relacién con su persona que corresponde en el hombre, al depdsito de la fuerza mistica de la masculinidad, los “‘cojones’’. Al invertir su relacién con su escoba, pasa a ser sumamente masculina en sus atributos morales; su lugar en la divisién moral del trabajo ha quedado invertida y al verse despojada del honor femenino, se ha convertido en hombre.» (Antropologia del honor o politica de los sexos.) Pitt-Rivers se refiere basicamente a la bruja medieval o renacentis- ta, pero esta figura de mujer es mucho més antigua. Los poderes rela- cionados con la sexualidad, la natalidad y la fertilidad de los animales y las plantas, se remonta a las divinidades femeninas del prepatriarcado, convertidas luego de la derrota en magas, pitonisas, adivinadoras y, mds tarde, todavia, en sanadoras, curanderas, herbolarias, comadronas, etc. Siempre «buenas» 0 «malas», hadas o brujas, segiin usaran su poder en orden a las consignas patriaricales o en contra de ellas. Por esto la perse- cucién de las brujas se encuentra en todas las culturas y en todos los tiem- pos. «No dejards con vida a la hechicera» (Exodo, 22, 17), no es un grito judeo-cristiano exclusivamente, aunque nuestra cultura esté basicamen- te marcada por él. Las brujas actuian casi siempre de noche. Desde que el dia es mascu- lino como simbolo de la accién y la claridad de ideas (racionalismo), la noche es femenina, y no sdlo por su supuesta pasividad. La noche es in- quietante porque da pie a la reflexién y el pensamiento, favorecidos por — 58 — Thomas S. Szasz, a quien corresponde la cita del parrafo anterior, afiade lo siguiente: «En resumen el Malleus es, entre otras cosas, una especie de teoria cientifico-religiosa acerca de la superioridad masculi- na, que justifica e incluso exige, la persecucién de las mujeres como miem- bros de una categoria de individuos inferior, pecadora y peligrosa». (La Sabricacién de la locura.) El siglo XVIII, llamado «de las luces», contribuy6 a que la brujeria fuese desterrada del Codigo Penal. Cada vez se afianza mas la teoria de que las miles de mujeres tortu- radas y asesinadas en concepto de brujas a partir del Malleus no eran unicamente enfermas —explicacién que ha prevalecido durante algunos afios— ni eran victimas de la ignorancia o la codicia de vecinos-delatores, sino que un numero importante de ellas formaban parte de un movimiento social subversivo que fue «limpiamente» liquidado a fuego con la excu- sa de la religion. No se puede apelar a la simple ignorancia de las gentes cuando se habia descubierto ya el Nuevo Mundo, se habia inventado la imprenta, y la Reforma daba carta blanca para interpretar la Biblia al antojo de cada cual. El colectivo de los varones siempre ha estado aten- to a cualquier movimiento de las mujeres que pudiera tender a liberarse de la opresién y/o vengarse de ella, para sofocarlo o aplastarlo. En tiem- pos més recientes estarian como ejemplo el cierre de los clubs femeninos durante la Revolucién Francesa, y el estrangulamiento del feminismo en el sufragismo a principios del siglo XX. La transcripcién de la poesia La Bruja recogida por R. Fossatti en Y Dios cred a la mujer, aparecida en Effe n.° 10-11, 1974, y debida a M.T. D’Antea, esta en la linea antes indicada. La Bruja «Cansada de caminar No el vuelo bajo una blasfemia secular —desesperacién alada— —el hambre, los embarazos, perturbé los golpes— @ curas y carceleros un dia sino mi libertad decidi volar. ala que se le gritaba: Fue tan facil: iEs el escindalo! ;El escéndalo! un suave salto, un empujén iMatenla!» y —pez metafisico— subverti las leyes de la gravedad universal. Hechicera. Bruja joven con gran atractivo sexual y destacada belle- za. No se la suele llamar bruja aunque se la reconoce como tal. Sus he- chizos son de un tipo determinado: dan un placer de amor superior al normal, enajenante. Pero en este caso la hechicera no suele actuar en contra de la voluntad del hombre sino con su consentimiento; él esta dis- puesto a someterse a sus hechizos como a una prueba ritual de confir- macién de su virilidad. En esta linea estarian las antiguas brujas Circe y Medea. Por evolucién la palabra Aechicera ha quedado como calificativo de la mujer joven, bella y sexual, cuando la sexualidad que despierta o evoca en el varén no es vista como castrante y amenazadora, sino como placentera y gozable. Aunque por esto mismo, perturba. Véase: Alcahueta, Diosa, Lilith, Miedo. BIBLIOGRAFIA. — Caro Baroja, J.: Las brujas y su mundo, — Congreso de S. Sebastian: Brujologia. — Kamen: La Inquisicién Espanola, — Liste, A. Galicia: brujeria, supersticién y mistica, — Lépez Ibor: Como se fabrica una bruja, — Malinovski: Magia, Ciencia y Religién. — Michelet: La bruja. — Spren- ger y Kramer: Malleus Maleficarum. — Miller, A.: Las brujas de Salem. — Zsasz, T.: La fabricacién de ta locura. Burguesa. En sentido amplio, la hija o la esposa del burgués, some- tida a él por el vinculo familiar correspondiente ademas de a las leyes, normas y costumbres propias de la época para la mujer en general. Entendiendo los términos burgués, burguesa en el sentido politico de clase que posee los medios de produccién, la mujer no pudo acceder ala misma mas que tardiamente porque la burguesia, en su ascenso, pa- ra excluir a las mujeres del proceso modificé las leyes en su contra, de modo que la hija no heredaba en paridad con su hermano o hermanos. El varén gozaba del privilegio masculino de heredar los bienes paternos, mientras que la mujer heredaba tan sdlo bienes muebles (ajuar, objetos de la casa, etc.). Si era hija unica y heredaba a pesar de todo, por el ma- trimonio cedia automaticamente (sin necesidad de contrato) la adminis- tracién de sus bienes a un hombre: su marido. Como ella no podia comprar, vender, enajenar, comparecer a juicio ni votar —entre otras cosas— estaba econédmicamente en manos de aquél. La mujer burguesa se identificé a pesar de todo con la clase a la que pertenecia por nacimiento, quiza porque recogiendo una cita de Ber- —61— mente por lo contrario: por considerar que la estructura de su clase es la correcta, puesto que le permite vivir con mas comodidades. La identi- ficacién con los hombres de la clase a la que pertenece por nacimiento (rara vez por adopcién o matrimonio) la lleva a buscar, todo lo mas, la igualdad con dichos hombres, sin poner en cuestién la base econémica, social y politica unilateralmente por ellos montada y establecida. La burguesa feminista suele quedarse en un simple reformismo en la medida en que no se desclasa de una clase que la explota como madre, la utiliza como esposa y la manipula como mujer. Desde este punto de vista, se podria decir que su dignidad humana como mujer esta en pro- porcién inversa al lugar que ocupa en la escala social. Burguesa (Pequefia). Mujer de cualquier clase social que comparta el sistema de pensamiento de la burguesa y lo lleve o tienda a Ilevarlo a la practica. Véase: Aristécrata, Burguesia, Obrera. BIBLIOGRAFIA. — Agusti, I.: Mariona Rebull. — Brecht, B.: La boda (de los pequefios burgueses). — Cerroni, U.: La relacién hombre-mujer en la socie- dad burguesa. — Ferrandiz, A. y Verdi, V.: Noviazgo y matrimonio en la bur- guesia espaftola, — Gennari, G.: Journal d’une bourgeoise. — Goncourt, E. y J.: La mujer en el siglo XVIII. — Saint-Laurent, C.: La bourgeoise. — Zetkin, C.: La cuestion femenina y la lucha contra el reformismo. Burguesia. Clase social que se va formando sobre todo en las ciuda- des, a partir de los siglos XVI y XV, por acumulacién de capital y que al llegar a su punto maximo de contradiccién con la clase en el poder —la aristocracia— promueve la revolucién para tomar ese poder. En Europa esto ocurrié a finales del siglo XVIII con la Revolucion Francesa. La burguesia suponia todo un nuevo modelo de economia para la sociedad, basado en la libertad de mercado y la competencia. Sociedad hecha casi exclusivamente de banqueros, artesanos y comerciantes, no importa que las mujeres hayan contribuido a la acumulacién de capital en tanto que hijas, hermanas y esposas: la burguesia es ante todo, e/ bur- gués. El principio de autoridad rige la vida de familia, y hay una sola autoridad: el hombre. Espiritu ahorrativo, gastos ponderados, supresién de lujos y placeres, vida austera y trabajo sin pausa, éste es el modelo de hogar familiar que el burgués disefia, inspecciona y controla perso- nalmente para que no se desvie de la ruta fijada. La educacién, la admi- —63— nistracién del hogar, la religiosidad, todo esté bajo su dominio. El bur- gués necesita a las mujeres como el hombre feudal necesitaba el caballo y la espada, no porque las ame sino porque ahora el éxito y el poder se demuestran no en el campo de batalla, sino en la familia; el pequefio ejér- cito del burgués no son sus siervos y criados con los que salia el sefior a la lid, sino su mujer, sus hijos, algun familiar que esta bajo su tutela, y el servicio doméstico. Cuando la burguesia toma el poder como clase, ademas de a sus mu- jeres se permite explotar también, a las del proletariado comprando su fuerza de trabajo a bajo precio y contando con el fruto de sus materni- dades para la confeccién de sus planes econdmicos de futuro. La burguesia al cristalizar en el siglo XIX introduce el matrimonio por mutuo consentimiento, lo cual aparenta ser un logro para la mujer, que antes era casada por su padre. Sin embargo, subsiste y atin se reafir- ma el matrimonio de conveniencia. Muchas mujeres consentirdn no por libertad, sino para salvar a su padre de una mala situacién econémica o por simple obediencia. Cuando es el padre de la mujer el que tiene di- nero, ésta sera victima de oportunistas y cazadotes sin escripulos. Y co- mo las propias leyes burguesas la tienen atada de pies y manos frente a su marido, su situacién es mas parecida a la de una cosa que a la de una persona. También e/ amor como sentimiento que cabe esperar del matrimo- nio y hay que llevar al mismo (el libre consentimiento lo sera por amor) es una novedad burguesa. En su intento de conjuntar una institucién ri- gida como el matrimonio con un sentimiento libre como lo es el del amor, el resultaco no podia ser sino la frustracién y el fracaso para la mujer, que es a quien iba igido el sefuelo. El amor lleva aparejada la crea- cién de la doble moral burguesa en virtud de la cual el hombre puede permitirse amantes y placeres fuera del hogar, no sélo sin castigo sino con el aplauso general, mientras la mujer esta sujeta por el Cédigo Pe- nal a graves penas si abandona la casa o tiene una relacién extramatri- monial, aunque slo sea por una vez, y esté obligada a tener relaciones sexuales con su marido (débito conyugal) si éste la solicita, aunque haya dejado de amarle. La burguesia somete a la mujer en cuatro aspectos de la maxima importancia: 1.° La sexualidad. Se prohibe el divorcio (concedido transitoriamen- te durante la Revolucién Francesa), se prohibe la investigacién de la pa- ternidad (para dejar a la madre soltera abandonada a sus propias fuerzas), y se penaliza una vez mas, el adulterio. —A— 2.° Los derechos civiles y politicos. La mujer no puede heredar ni de- jar en herencia, ni administrar sus bienes, ni ser testigo, ni comparecer en juicio, ni votar. 3.° La educacién. No puede cursar estudios superiores, y en los pri- marios s¢ le ensefia menos que a los nifios; en lugar de Gramatica y Ma- tematicas, aprende oraciones y a coser y bordar. Se supone que la ignorancia ha de ser su mejor virtud. 4.° El trabajo. No puede trabajar sin poner en entredicho la reputa- cién de su familia. El trabajo equivale a promiscuidad sexual por un la- do; por otro, seria demostrar que su marido no puede mantenerla. Asi las burguesas se convierten en la «bestia de lujo» que la burguesia nece- sita y las mujeres que las imitan, para no caer en el proletariado, cosen a domicilio a escondidas o pasan hambre. Que la burguesia es masculina, queda muy claro en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, publicado por primera vez en 1848. «El burgués que no ve en su mujer mas que un simple instrumento de produccién (de hijos, se refiere), al oirnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de produccién sean explorados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hara extensivo igualmente a su mujer. »No advierte de que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situacién de la mujer como mero instrumento de produccién.» Véase: Aristocracia, Burguesa, Clase, Proletariado. BIBLIOGRAFIA, — Aron, J.P.; Kempf, R.: La bourgeoisie, le sexe et I’hon- neur. — Brecht, B.: Los siete pecados capitales (del pequefio burgués). — Du- verger, M.: La participation des femmes @ ta vie politique. — Fohlen, C.: La América anglosajona. — Gual Villalbi, P.: «Divulgacién sobre el valor econd- mico de la mujer y su papel en la politica econémica». — Hilton, R., ed.: La transicién del feudalismo al capitalismo. — Ibsen, E.: Casa de mufecas. — Marx, C.: El capital, — Novack, G.: La teoria marxista de ta alienacién. — Schatf, A.: La alienacién como fenémeno social, — Sombart, W.: El burgués. — 65 — Celibato (sacerdotal). Obligacién de los sacerdotes y ministros de la Iglesia Catolica, de no contraer matrimonio y guardar continencia (cas- tidad) por ser el trato intimo con mujeres incompatible con el sacramen- to del Orden. La observacién del celibato se lleva a cabo sélo por tradicién, ya que los Evangelios no dicen nada al respecto. Se basa la Iglesia princi- palmente en que Jesucristo no se cas6 y san Pablo tampoco. En los pri- meros siglos de la Iglesia muchos sacerdotes y clérigos estaban sin embargo casados. Es a partir de finales del siglo III, cuando la Iglesia se prepara para tomar el poder temporal, que surge la necesidad de legislar sobre el celibato. La finalidad real del celibato es preservar los bienes y propiedades de la Iglesia que, de otro modo, hubieran ido a parar por herencia a ma- nos de esposas e hijos legitimos, mientras que asi quedaban en el seno de aquélla fortaleciéndola y dandole el poder que necesitaba para impo- nerse sobre sus fieles. El Concilio de Elvira (300-306) es el primero en ocuparse del celiba- to, y dice en su canon 27: «El obispo 0 cualquier otro clérigo tenga con- sigo sdlamente a una hermana 0 una virgen consagrada a Dios; pero en modo alguno plugo (al Concilio) que tengan una extrafia». Como algu- nos ya estaban casados anteriormente, dice el canon 33: «Plugo prohibir totalmente a los obispos, presbiteros y didconos 0 a todos los clérigos Ppuestos en ministerio, que se abstengan de sus cényuges y no engendren hijos; y quienquiera lo hiciera sea apartado de la clerecia». Del 385 data una carta de san Siricio al obispo de Tarragona en la que se demuestra que es la prole —y la herencia— lo que se quiere evi- tar: «... porque hemos sabido que muchisimos sacerdotes en Cristo y le- —67— jer misma la que heredara el cargo o jerarquia sacerdotal bien como hija en caso de viudez, como asi sucedia en los oficios artesanales a la muerte del maestro. El problema aqui ya no se limita al celibato sino a la posi- cidn estructural de la mujer en la Iglesia, y a la prohibicién de ser sacer- dotisa. Desde el punto de vista de un modelo de sociedad patriarcal y sexista la mujer no puede ser aquello que precisamente la suplanta. Las instituciones religiosas también tomaron el poder sobre la mujer en el plano de lo espiritual y en su organizacién, cuando se pas6 de diosas a dioses y de sacerdotisas a sacerdotes. Son sdlo varones los que legislan sobre las relaciones humanas desde una posicién deistica-masculina, y los que tienen capacidad para juzgar y perdonar si cabe los pecados 0 transgresiones a dicha legislacién. La mujer no puede ser juez y parte dado su condicién, siendo ésta en todo caso la que debiera cambiar. Como la finalidad auténtica (la econémica) del celibato no se hacia explicita, la Iglesia utilizé a la mujer para justificarlo. Si en los primeros tiempos de la Iglesia la mujer parecié experimentar un cambio positivo, en cuanto los Santos Padres empezaron a escribir sobre ella, todo se vi- no abajo. Ella era la hija de Eva pecadora, por su culpa habia sufrido y muerto Jesucristo, era la puerta del infierno, su carne era carne de pe- cado. San Agustin se negé a vivir incluso con su propia hermana; Orige- nes se castré; Tertuliano bramaba contra el sexo femenino. La propia dificultad de los sacerdotes de mantener el celibato, en su sentido am- plio de castidad y continencia, hizo que la Iglesia no se limitara a presen- tarlo como una alternativa, sino como un estado muy superior y mas perfecto que el del matrimonio, como se ha visto en textos citados mas arriba. Y buena prueba de ello ademas, es que el Derecho Canénico in- cluia el voto de celibato entre uno de los trece impedimentos por los que se podia anular el matrimonio, al mismo nivel y con la misma fuerza que el rapto, el crimen o el incesto. Como fenémeno social, el prescindir de la mujer se convertia en un rasgo diferencial muy ostensible del resto de la poblacién que les debia obediencia... y servidumbre. No hay que olvidar que durante toda Ia Edad Media la excomunion tenia poder econémico y politico incluso sobre los reyes, y éstos si se casaban. Para mantenerse en el punto mas alto de la pirdmide, era necesario algo que los distinguiera incluso de sus inme- diatos en el poder: los principes y reyes. En la realidad, el celibato condujo a un mayor oprobio de la mujer en dos sentidos: 1) la campafia de difamacién lanzada contra ella para que los clérigos y futuroso clérigos se consolaran de la continencia que los alejaba de seres tan depravados; 2) las esposas secretas, concubinas, — 69 — barraganas y amantes en general, que consolaron y consuelan a pesat de todo a tantisimos sacerdotes. Si el Derecho Candénico prevefa castigos —econdmicos y de expulsién— para quienes contravenian la ley del celibato, las mujeres tam- bién eran castigadas: las mujeres de los clérigos podian ser entregadas a la esclavi podian sufrir pena de azotes; cortarseles el pelo en dia festivo y en publico, penitencias publicas, prohibicién de casarse con la hija de un sacerdote, etc. Los sacerdotes casados, 0 ansiosos por hacerlo, cuestionan la exi- gencia del celibato pero no el discurso que sobre la mujer hace la Iglesia. La permisividad para el matrimonio de los ministros de la religién no deja de ser una acumulacién de privilegios: el de sacerdote y el de mari- do. Y una doble subordinacién de la mujer a un mismo hombre: como «hija espiritual» y como esposa. Celibato femenino. Siempre que se habla de celibato se sobreentiende y con razén, masculino. Paulo VI, en Enciclica sobre el celibato, dice que «el matrimonio y la familia no son el unico camino para la madura- cidn integral de la persona humana», aunque éste parece ser el tinico ca- mino que se le recomienda a la mujer. En el texto, se refiere inicamente a los hombres y en un momento dado, llama al celibato ascéftica viril. Como defensa de los peligros que acechan al mismo, propone la frater- nidad sacerdotal y la paternidad del obispo. No obstante, el celibato masculino, al dejar a muchas mujeres sin su acoplamiento natural en el matrimonio, que era el estado que durante siglos se consideré normal para los adultos, cred los conventos de mon- jas, donde las mujeres que querian consagrarse a Dios hacian votos de castidad. Aunque se hagan a veces referencias al celibato femenino, es més correcto hablar de consagracién de la virginidad a Dios —por dife- rencia a consagracién de la virginidad al hombre. El celibato femenino pues, en sentido estricto, no existe. En sentido mas amplio es una creacién de los hombres de Iglesia para solventar la dificil situacién en que quedaban miles de mujeres de todas las clases sociales por efecto del celibato masculino. Guardando simetria con la relacién hombre-mujer dentro del matrimonio, el celibato femenino es- td subordinado al masculino, es considerado inferior y depende en todo de aquél. Véase: Barragana, Virginidad. BIBLIOGRAFIA. — Clarin, Leopoldo Alas: La Regenta. — Coser, L.A.: «Las funciones del celibato sacerdotal», en Las instituciones voraces. — Den- — 70 — zinger, E.: El magisterio de la Iglesia. — Gobbels, R.: Celibato (bajo la direc- cién de). — Huxley, A.: Los demonios de Loudun. — Jubany, N.: «El impedi- mento matrimonial de Orden Sagrado, en el Concilio de Trento». — Mynarek, H.: Eros y clero. — Paulo V1: Enciclica «Sacerdotalis caclibatius». — Rusifiol, S.: El mistic. Cinturén de castidad. Artilugio inventado por el hombre, alre- dedor del siglo XII y que, aplicado al bajo vientre y zona genital de la mujer permitia por un pequeiio orificio, la emision de orina y/o sangre, pero impedia el acto sexual. Se solia aplicar a las esposas durante las ausencias de sus maridos por causa de la guerra —actividad fundamental del hombre durante la Edad Media, que a veces le mantenia alejado del hogar durante afios— o de viajes; también podian hacerlo los padres o hermanos de jévenes todavia solteras, cuando no eran depositadas en un convento, en las mis- mas circunstancias y para preservar su virginidad. En el caso de la esposa se salvaguardaba asi: a) el derecho de exclu- sividad sexual del marido sobre la mujer; b) se garantizaba la no «con- fusion de la prole», es decir, la paternidad del hombre con respecto a los hijos de su mujer, garantia que conlleva siempre la esclavitud de esta Ultima, aunque en cada caso bajo la forma mds propia de la época. EI cinturén de castidad tiene su origen en el nudo de Hercules, cin- turén de virginidad que le era impuesto cefiirse a la mujer griega al llegar a la pubertad y que el marido desataba por si mismo en la noche de bo- das. Estaba hecho de lana. Hay que recordar aqui que en la mitologia griega Hercules representa el valor masculino de la fuerza, de la que hi- zo ostentosa demostracién en sus «doce trabajos», que le valieron la in- mortalidad. De dichos trabajos, el noveno consistia en arrebatarle a Hipélita, reina de las amazonas, su cefiidor de oro. Vencida o secuestra- da, Hipdlita fue ademas asesinada por Hércules. Puesto que las amazo- nas s6lo tenian relaciones sexuales con los hombres esporadicamente y cuando ellas querian, para la procreacién, el cinturén de Hipdélita podia verse como un cinturén de castidad feminista, llevado libremente para proteccién de su sexo en caso de encuentros no deseados. Es obvio que en la Edad Media este sentido se ha invertido y el cinturén lo impone el hombre como una servidumbre a la mujer. «Parece ser que este ingenio Ilegé a Italia desde Oriente y posterior- mente alcanzé amplia difusién por toda Europa. (...) Los cinturones de castidad de Carrara (tirano de Padua famoso por su crueldad) que se- —-1— Véase: Adulterio, Derecho de pernada, Virginidad. BIBLIOGRAFIA. — Véase la de las voces arriba indicadas. Clase. Elconcepto clase aplicado al feminismo es el caballo de bata- lla de las tedricas del Movimiento y uno de los puntos cruciales de toda militante. Se entiende aqui por clase no el concepto socioldgico de la palabra, sino el politico, es decir, la clase tal como la definicié Marx al hablar de la «lucha de clases», y seguin la cual las clases histéricamente hoy dia en lucha son la burguesia y el proletariado. Del mismo modo como la burguesia tom6 un dia el poder y desposey6 a la clase feudal de sus pri- vilegios, asi también se espera que el proletariado haga su revolucién, tome el poder y suprima los privilegios de la burguesfa, lo cual dard fin al capitalismo que es la formacién econémica, el modo de produccién, creado por ésta. Rusia fue el primer pais en el que esta revolucién se Ile- v6 a cabo. Esta concepcién tedrica de la realidad sociopolitica, segun el andli- sis materialista de la historia hecho método por Marx, divide a las muje- res en mujeres pertenecientes a la clase dominante y explotadora —las burguesas— y las que pertenecen a la clase dominada —obreras y asala- tiadas. Para las mujeres, con opresiones y servidumbres especificas de su sexo, esta divisién tan estricta no satisfacia sus necesidades tedricas y prac- ticas, pues dejaba fuera cantidad de problemas femeninos y quizd los mas basicos. Marx y Engels no Ilegaron a desarrollar —o no se les ocu- rrié que debian hacerlo— un corpus teérico valido para la mujer. Sdlo vieron a ésta explotada en tanto que trabajadora, como el obrero varén, dejando su plusvalia al burgués y al capitalista, pero las relaciones hombre-mujer no fueron abordadas en ningiin momento como tales. Los tedricos posteriores a Marx y Engels, como Lenin, Trotski, Lukacs y otros, tampoco aportaron nada realmente nuevo en este sentido. Seguin las feministas, en cada clase antagdnica la mujer esta, a su vez, oprimida por el hombre. Los principales fallos de andlisis estaban en que: 1.° Las mujeres burguesas deben compararse con los hombres de su propia clase. 2.° Las mujeres proletarias no sufren inicamente la explotacién pro- pia del obrero, sino ademas otra explotacién en funcidén de su sexo. —B— 3.° Las amas de casa que no estan involucradas en el sistema de produccién y que no son explotadas, por lo tanto, en el sentido econémico-politico que da el marxismo a este término son, a pesar de todo, explotadas por los hombres de su propia clase y de la clase do- minante. La propia hija de Marx habia escrito: «Las mujeres son las criatu- ras de una tirania organizada por los hombres, del mismo modo que los trabajadores son las criaturas de una tirania organizada por los ociosos». (E. Marx y E. Eveling, 1885, cit. por S. Rowbotham: Feminismo y revo- lucidn.) En Principios del comunismo Engels habia dicho que «la division del trabajo provoca la existencia de las clases». Y la division del trabajo entre hombre y mujer ino es acaso la matriz de la que parte cualquier otra divisién? La divisién del trabajo entre hombre y mujer para la pro- creacién de hijos como origen de divisiones ulteriores también esta pre- sente en La ideologia alemana. E\ socialista Bebel, en su libro La mujer, compara la dominacién de una clase sobre otra con la de un sexo sobre el otro. Atreverse a considerar a todas las mujeres oprimidas por todos los hombres significa, para los marxistas ortodoxos, dividir las filas de la clase dominada y boicotear la «lucha de clases». Para las feministas — aunque no para todas— encasillarse en la clase proletaria y esperar que Ja resolucién de sus problemas de mujeres se resolverdn con la toma del poder por parte del proletariado, suena a falsedad o a utopia. La necesidad cada vez mas acuciante de una teoria feminista con la que poder abordar la praxis ha obligado a las mujeres a leer, estudiar y escribir sobre el tema. Veamos las opiniones de algunas de ellas: Evelyn Reed, antropdloga marxista, escribia en 1970: «Una posicion tedrica errénea lleva facilmente a una falsa estrate- gia en la lucha por la liberacion de la mujer. Este es el caso de una frac- cién de las Redstockings que dice en su Manifiesto que las mujeres son una clase oprimida. (...) Oponer las mujeres como clase a los hombres como clase, sdlo puede constituir una desviacién de la auténtica lucha de clases». (Sexo contra sexo.) Roxanne Dunbar, cofundadora del Movimiento de Liberacién de la Mujer de Boston (USA), escribia también entre 1969 y 70 que la mu- jer es una casta. Aunque en su articulo (La casta y la clase) dice que el hombre se ubica en una clase superior a la mujer, ella se basa en la rela- cién dominacién-sumisién que aparecié en el sistema de castas del Sur de Estados Unidos antes de la Guerra de Secesién, y en su semejanza —4— duos: esposas, madres, amas de casa, independientemente de su doble pertenencia a otra clase social que puede ser la de los explotados (y en este caso, las mujeres de esta especie lo son doblemente) o la de los explotadores (y en este caso ellas son a la vez explotadoras y explo- tadas, y mas dominadas a titulo personal que las primeras)». (Histoire de l’Art.) En Espafia, Lidia Falcén fue la primera feminista que, formando parte de ese grupo de mujeres que cita Dupont que diseminadas y sin conocerse trabajaban en cambio en el andlisis materialista de la opresién de la mujer, define a las mujeres como clase antag6nica a la clase hom- bre. Falcén, ademas del andlisis del trabajo doméstico como trabajo del cual se apropia en ultima instancia el capital, hace hincapié en la repro- duccién humana como una forma mas de produccién: «El estudio de las caracteristicas de esta maquina sexual y reproductora controlada por los hombress, y el analisis de las formas en que debera desarrollarse la lucha contra esta explotacion, es la obligacién inmediata del movimien- to fer sta». («La opresién de la mujer: una incégnita» en Varias: La liberacion de la mujer.) En las Tesis del Partido Feminista de Espaiia, del cual Lidia Falcon es fundadora, se lee en la primera parte: La mujer es una clase social explotada y oprimida por el hombre (1979). Mary Nash, profesora de la Universidad de Barcelona, dice: «El re- conocimiento de un problema especificamente femenino tanto por parte de los pensadores socialistas, como Bebel, o por los pensadores de la ten- dencia dcrata, como Anselmo Lorenzo o Emma Goldmann, nos lleva a pensar que quiza el concepto de clase social no fuera lo suficientemente amplio para analizar ciertos aspectos de la historia de la mujer, ya que parece ser que existen fendmenos donde no slo incide en la actuacién de la mujer la pertenencia a una clase, sino también la pertenencia a un sexo». («La problematica de la mujer y el movimiento obrero en Espa- fia» en Varios: Teoria y prdctica del movimiento obrero en Espafia.) La ambigiiedad y dificultad para hacer operativo el concepto clase para la lucha feminista siguen en pie. En la ortodoxia marxista-leninista la clase antagonica debe tomar el poder politico y ademas con la ayuda del Ejército, ;Puede esperar la mujer que el Ejército venga en su ayuda, o hay que militarizar a un buen numero de mujeres? Estos problemas llevan ya a muchas mujeres a pensar que una cosa es adoptar el materia- lismo histérico como método de andlisis de la opresién de las mujeres, y otra ser el propio calco de Marx en todo lo demas. Quiza en dicho ana- lisis se ha tenido poco en cuenta todavia que, mientras las clases domi- —%—

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