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Este libro ofrece un panorama unitario y de conjunto de los diferentes canales a través de los cuales wee ear e| pensamiento de col eipensamieniode | JOs6 AICO José Aricd {por la cultura d latinoamericana, dedicando una particular i i/ atencién a la gravitacién finerario dia poiltico-cultural de ciertas Q@ Gramsci en Itinerario. de Gramsci en Américalatina interpretaciones. Lot "i Colocado en'el punto. América Latina de cruce de la evoluci6n de las ideas de transformacién de las Ultimas décadas con las propuestas de renovacidn del discurso socialista, quiere ser también un homenaje a quien, en las mas dificiles de las condiciones, supo crear un flujo de ideas que iluminan nuestro presente. José Aric6, estudioso de las ideas marxistas en América Latina, ha publicado Maridtegui y los origenes del marxismo latinoamericano (1979) y Marx y América Latina (1980). Actualmente es codirector de la revista “La ciudad futura”. Puntosur/La cola del diablo /.iosé Ariod © Puntosur José Aric6 La cola del diablo Itinerario de Gramsci en América Latina’ 2 untosur I editores Portada: Oscar Diaz Ouosé Aried, 1988 © PuntosurS.RL., 1988 Av. Ple, Julio A, Roca 751 (4° C), Buenos Aires, Argentina Mariano Moreno 2708, Montevideo, Uruguay Queda hecho el depésite que marca la ley 11.723, 1. Algunas consideraciones preliminares .... 2. E] Gramsci de los comunistas argentinos.. 3. Laexperiencia de Pasadoy Presente.. 4. gPor qué Gramsci en América Latina?. 5, Una conclusion que es apenas un comienzo, Notas... - ‘AvENDI 1, Gramsely la cultura de derecha argentina..." 165 2. Sobre la campafia de recordacién echeverriana . 3, La aceptacion de la herencia democratiea. 4. Intelectuales y clase obrera.. 5, Gramscien los medios liberal. democraticos.. 6. Un debate Mlosoillco interrumpidbo.... 7-Bleducador de las masas.. 191 = 201 2u1 Agradectmientos.... APablo, Daniel, Delia, Mariana, Laura y Vera. una historia que tambien les pertenece ea Aiteerin Adael se. crotanitekl faheicanee deoa DO. PROLOGO El origen de este libro es una comunicacién que presenté al seminario internacional realizado por el Instituto Gramsci en Ferrara (Italia) del 11 al 13 de septiembre de 1985 y cuyo tema era “Las transformaciones politicas de América Latina: presencia de Gramsci en la cultura lati- noamericana’. La ocasién se prestaba para efectuar un examen del itinerario gramsclano en nuestras tierras y con él, la reconstruceién de las peripecias intelectuales y politicas de un grupo que ya desde fines de los afios cin- cuenta se propuso entre otras cosas encarar la difusion de sus escritos y la apropiacién del riquisime flujo de ideas que de ellos emanaba. La narracion, en consecuencia, no podia dejar de adop- tar un tono personal o grupal que me condujo a escribir en primera persona una historia de la que tanto yo como el niicleo de amigos que dimos inicio en 1963 a la expe- riencia de Pasado y Presente fuimos directos participan- tes. Sé que de este modo la reconstruccién de un fenémeno de difusion cultural como el que aqui abordo corre el rles- ‘go de sesgar la perspectiva analitica y de convertir el obje- to de estudio en el examen de las peripecias de una con- ciencia individual 0 grupal todo lo significaliva que se pretenda pero en definitiva parcial y anecdética. Pero si se acepta esta eventualidad no como un limite, sino como una forma particular de contribuir a una investigacion atin no hecha, el tono testimonial de mi escrito y la mira~ n da cargada de subjetividad que proyecta sobre clertos he- chos acaso puedan resultar de ulilidad para quienes luego decidan emprender una empresa que exige mayores ele- mentos y preparacién de los que dispongo. Esta es la ra- z6n por la que al preparar la versin definitiva del traba~ jo opté por no quitarle una forma de discurrir adecuada ‘para mis propsites. ‘Mi comunicacién, en realidad, constituia sélo la prime- ra parte de lo que me comprometi a presentar. Concluia con la experiencia de Pasado y Presente sin encarar el ca- pitulo “latinoamericano” de la difusion de Gramsci. En el presente libro agrego los capitulos faltantes, las notas su- primidas en la ponencia y siete extensos apéndices que amplian referencias y comentarios sobre algunos aspec- tos que me parecen significativos. En este libro he tratado de explicitar las razones de la difu- sign de un pensador que por diversos motivos no podia as- pirar al reconocimiento casi masivo que obtuvieron otros. Sin embargo, al cabo del recorrido concluyo con la afirmacién —creo que abonada por los hechos— de que é1 forma parte de nuestra cultura americana, como un patri- ‘monio comin de todas aquellas corrientes de pensamien- to democraticas y reformadoras del continente. Esta afir- macién pareciera no corresponderse con el espiritu que reiné por lo menos en una parte significativa de los asis- tentes al coloquio de Ferrara, que los condujo a preguntar- se por la “actualidad” de Gramsci, Frente a la erists del ho- rizonte de certezas en torno al cual tales corrientes funda- ron sus propuestas de transformacién surgia la pregunta de si también entre nosotros muchas de las elaboraciones gramscianas habian entrado en un irrecuperable cono de sombras. ‘De ser asi, y fueron de peso las razones que alli se aduje- ron, podriamos imaginar que al cabo de una década aque- lla fase iniciada a mediados de los setenta, cuando las ideas de Gramsci “explotaron con Ja fuerza de un volean” —segiin las enfaticas palabras pronunciadas por el brasi- Teno Marco Aurelio Noguetra—. comience a declinar y es- 12 tas ideas no soporten el desafio a que las somete la moder- nidad. Si uno se atiene no sélo a las muchas expresiones en tal sentido, y que encontraron eco en el coloquio, sino a los nuevos referentes culturales que alimentan el debate intelectual mas reciente, se deberia admitir que también entre nosotros se ha iniciado una fase descendente de la gravitacién de las elaboraciones gramscianas tal cual fue- ron éstas organtzadas como “doctrina” y difundidas no s6- lo aqui. En una porcion significativa de la cultura y de la intelectualidad se-expande la idea de un pensamiento de tt- po negativo —fundado sobre la teortzacién del cardcter relativista instrumental de toda forma de conocimien- to— como tmico marco conceptual al que puede aspirar una wquierda moderna: es decir, una izquierda que ve cuestionada por la realidad su hipétesis tedrica funda- mental: el caracter hist6rico del modo de produceién cap!- talista. En el reinado del “pensamtento débil” qué pro- yectualidad podria abrirse paso? Si éste es el caso, repito, es muy probable que sea poco 0 nada lo que Gramsci puede decimnos hoy. ¥ sin embargo, al liberarnos de sus respuestas gnos liberathos también de los problemas que las motivaron? Las preguntas a las que él, como tantos otros, intenté dar respuestas gno st- guen planteandose con igual fuerza a un mundo desencan- tado de las “doctrinas” salvacionistas? 2Es posible conce- bir una transformacién de la sociedad si se acepta como insuperable una forma de organtzar la vida econémica y social de los hombres que produce aquellos resultados que precisamente se quieren reformar? 2Se puede imagi- nar una democratizacién radical de la sociedad si no se incorpora de algiin modo la hipétesis-limite de otra socie- dad en la que se vuelva innecesaria la existencia de gober- nantes y gobernados? Es cierto que la crisis ideal del socialismo evidencia el limite de una concepeién de la hegemonia que sélo la ve como capacidad de la direceién politica de unificar en el terreno de los fines los efectos dispersivos de la complejizacién del poder, de la sociedad, de los sujetos: en definitiva, de la politica tout court. 2Pe- ro cesa con su ocaso la necesidad de una direcei6n de la so- 13 ciedad y el consiguiente problema de quiénes son los que en los hechos ejercen tales funciones y de qué modo especi- fico lohacen? Una fase descendente del gramscismo en América Lati- na podria ser interpretada de varias otras maneras. Por ejemplo, como un resultado inevitable de la dinamica par- ticular de la circulacién de las modas intelectuales, a las que por diversas razones nosotros, los latinoamericanos, mostramos excesiva proclividad. Seria la consecuencla de un “dar vuelta la pagina” para buscar en otros referen- tes prestigiosos — sean Luhmann, Habermas, Foucault, We- ber 0 el propio Schmitt— lo que Gramsci parece incapaz de dar. Pero es también posible que sea el indicador de un fen6meno diferente y en tal caso deberiamos obligamos a examinar el asunto de distinto modo. Si la difusion del gramscismo no deberia ser considerada como un efecto fi- nalmente efimero de la incontrolable circulacién de bie- nes culturales en un mundo cada vez mas planetarlo; si cuando reconocemos un fenémeno de “difusi6n” el acento debe ser puesto mas bien en los requerimientos de una so- ciedad que en tales bienes encuentra o cree encontrar ele- mentos para poder dar cuenta de si misma, para alcanzar una forma de autoconciencia, el ocaso de Gramsct, alli donde se produce, podria estar indicando exactamente lo contrario de lo que se cree. No la caducidad de lo que esta condenado a disiparse, sino la aceptacion de filosofias que renuncian a las armas de la critica para plegarse a la presion de un mundo que se acepta como inmodificable. EI ocaso de una filosofia de la transformacién no seria, entonces, la Iiberacién de una tradicién que impide pen- sar, sino el plegamiento a un orden impuesto como desti- no. El limite del pensamiento no expresa, en definitiva, otra cosa que el limite de la capacidad de transformar. Pe- ro aun cuando este limite tiltimo da cuenta de una situa- cién real, verificable en la crisis de la idea de proyecto, no ‘veo las razones para que me sfenta obligado a elevarla a condicién de principio; de hacerlo asi, no haria otra cosa que introducir de manera subrepticia esa tan denostada “metafisica occidental” cuya extincién se pregona. “4 Liberames de una lectura doctrinarista de Gramscl no significa por si mismo aceptar el eclipse de su pensamien- to, sino, por el contrarto, reconocer sus limitaciones, res- tituirlo a su condicién de pensamiento de una época. Pero el problema, en definitiva, sigue siendo el de todo aquello que se escapa de la determinacién epocal, el de ese plus de significaciones irreductibles al tiempo histérico en el que las teorias se conformaron y que apuntan a problemas no resueltos, a demandas de realidad insatisfechas. ,Quién podria dudar de que para abordarlas siempre es preciso ir més alld de esas teorias. sean las de Gramsci o las de cual- quier otro? La cuestin estriba en si hoy podemos hacerlo sin él, prescindiendo de él y de todos aquellos a los que las incitaciones del presente liberan del cepo de los sistemas para proyectarlos como figuras de un debate inacabado. ‘Tan inacabado como es siempre el debate sobre la fuerza del poder. En consecuencia, al preguntarme por las razones de la difusién de Gramsci he procurado articular algunas res- puestas colocdndome a resguardo de una querella, que considero vana, sobre su actualidad u ocaso. Sélo asi es posible individualizar los nicleos problematicos para cuyo develamiento se recurrié a sus ideas; encarar una forma particular de aproximacién a lo que puesto provi- sionalmente en suspenso sigue siendo, no obstante, el ver- dadero sujeto de la investigacion. Para el presente que intenta conocerlo, y mas aun transformarlo, la estructu- ra del acontecer histérico no se proyecta simplemente al futuro, sino que también lo hace hacia el pasado, como le recordaba Benjamin a Horkheimer: “la historia no sélo es una clencia; es de (gual modo una forma de la memoria. La memoria puede hacer de lo inconcluso, de la felicidad, algo concluido y de lo concluido, del sufrimiento, algo in- concluso”. Para hacer resonar en el presente el eco de lo re- movido es preciso volverse contra todo aquello que ha fi- Jado el pasado en la memoria de las clases dominantes. El peligro, recalcaba Benjamin, esté en que la historia, co- mo continuidad de la opresion, se afirme de nuevo y nos arrastre, asimiléndonos a su curso, aceptando sus dict- 15 menes, convirtiéndonos en instrumentos de las clases cominantes. La tarea entonces no puede ser otra que arrancar el pasado de la tradicion en la que las ideologias dominantes lo han aprisionado, Desde esta perspectiva nunca nada se ha perdido para siempre; quien esté dis- puesto a hacer saltar el continuum de la historia no puede aceptar la trivial creencia en el progreso de la cultura. zQué sentido puede tener, entonces, aceptar la idea de la actualidad o no de ciertas constelaciones de posiciones teoricas y practicas? ¢Qué queremos significar cuando ha- blamos de la “inactualidad” de Gramsct? Mas aun, y no por gusto de las paradojas, gpor qué no pensar que es pre- cisamente alli, en su proclamada “inactualidad” ético- politica, en la imposibilidad de su consumacién en una politica concreta donde esta lo mejor de su mensaje, todo aquello que lo instala en el “tiempo-actual”, en la encruci- Jada dela crisis contemporanea? El texto que tengo ante mt vista, considerado con esa ine- vitable distancia y desapego que un original concluido despierta en su autor, podria ser definido como la his- toria fragmentarla de un momento de la cultura comu- nista, Al proyectar sobre ésta el potente haz de luz de la experimentacion gramsciana, se recortan con nitidez par- ticular sus profundas limitaciones, su bizantinismo y esclerosis, su imposibilidad de fluminar de manera ereati- va una realidad que se propuso cambiar. Persuadido co- mo estoy de que los fenémenos de difusién cultural sirven fundamentalmente para poner de relieve los contornos solidos de realidades intransferibles, antes que las bonda- des intrinsecas de tal 0 cual teoria, reconstrutr el itinera~ rio de Gramsci en América Latina a partir de clertos focos de difustén es una manera, tanto o mas valida que cual- quier otra, de aferrar a ese Proteo que desvelé desde hace cast dos siglos a los pensadores latinoamericanos: la ina- prensible, evanescente y siempre multiforme realidad americana. Desde esta perspectiva desearia que el libro fuera juzgado; no como un ejercicio de filologia gramscia- na, sino como el testimonto de una busqueda inacabada, 16 Al mismo tiempo quiero dar fe de la constancia de una devocién, Desde hace mas de treinta afos Ia figura de Gramsci me acompafia como la sombra al cuerpo, como una presencia que acude diariamente a mis lamados y con la que entablo infinitas disquisiciones imaginarias. Es posible —lo dye al comtenzo y Io reitero al final— que esta afeccion inquebrantable me haya traicionado al pun- to de presentar como una historia generacional lo que no es mas que la cronica de un itinerario personal. De todos modos, contarla es una forma de medirse con el tiempo ido, de aceptar el tiempo actual como revocador del pasa- do, pero también de retener las vivencias de una memoria ‘que amenaza disiparse. ¥ en ella estamos todos. Los prota- gonistas del inicio de esta experiencia intelectual y moral que sobrevivieron a los desgraciados momentos que nos tocé vivir. ¥ también los que cayeron. por asesinato 0 de- sesperacién, como Juan José Varas y Ulises César Guinia- zit. Vaya hacia ellos el recuerdo siempre presente de al- guien que, al igual que lo fueron ellos, munca pretendié Ser otra cosa que un hombre de nuestro tiempo. Este bro fue postble porque Maria Inés Silberberg pens6 que la historia que aqui se cuenta, publicada parcialmen- te en la revista Punto de Vista, valia la pena de ser prolon- gada y editada en forma auténoma. Su conflarza obliga a mureconocimiento. ‘Buenos Atres, 26 de noviembrede 1987 Capitulo 1 ALGUNAS CONSIDERACIONES PRELIMINARES, No creo poder ofrecer aqui un trazado satisfactorio — todo lo provisional que se quiera, pero con las determinacio- nes sulictentes como para contornear el fenémeno— de lo que tentativamente amaré la “geografia” del gramscis- mo en América Latina. Las razones de esta imposibilidad son de distinto orden y todas ellas plausibles. Enunciaré algunas, no para demandar del lector indulgencia, sino co- mo un modo indirecto de desbrozar el camino que nos fa- cilite construir el objeto de nuestra indagacién. Indaga- cién, por lo demas, que fue una de las inguietudes mayo- res del Seminario de Ferrara. Asi presentada, mi comuni- cacion deberia haber sido, en realidad, la sintesis de un re- sultado antes que una Introduccion. Admitémosla, por lo tanto, anicamente como una primera aproximacién y, Por qué no, como el inicio de una busqueda que sospecha- ‘mos tiene profundas implicaciones politicas. ademas de tedricasy culturales, 1 Una dificultad inicial esta vinculada a la magnitud del propio fenémeno. El conocimiento de las obras de Grams- cles de temprana data en el subcontinente y la traduccion y difusion en idioma espanol de sus escritos de la carcel adquirié dimensiones tales que seria dificil encontrar en 19 otras areas idiomaticas —excepto, claro esta, la de ori- gen— algo equiparable. Basta consultar el repertorio bi- biiogrdfico redactado por Elsa Fubini en oportunidad del coloquio de Cagliari (1967) para advertir que fue precisa- mente en América Latina donde los Cuadernos de ta cér- cel aparecieron por primera vez traducidos ya no sélo al espafiol, sino poco después al portugués.! Es posible pen- sar que la situacién pudo haberse modificado Iuego de esa fecha, pero si mi informactén es correcta solo dos edito- riales, y una de ellas latinoamericana (Ediciones Era, de Mexico), han encarado la publicacion de una edicion criti- ca de los Cuadernos. ¥ no creo cometer una injusticia si privilegio la significacion en términos de politica cultu- ral del proyecto mexicano respecto del francés, puesto que veo en el primero una exprestén mas del fenémeno de difu- sion que estoy analizando, y el segundo en cambio se debe a razones menos puntuales. Sélo asi podria explicarse ese encuentro, hoy tan poco usual, entre un investigador em- peflado en nadar contra la corriente (Robert Paris) y un editor (Gallimard) capaz. de privilegiar una obra de cultu- ra.aun a riesgo de una desafortunada inversion. ? ‘St estuviéramos en condiciones de presentar aqui un re- pertorio latinoamericano semejante al realizado por El- sa Fubini, nos sorprenderia advertir que no hay practica- mente pais alguno de América donde no se hayan publica~ do textos de Gramsci 0 comentarios sobre su obra. Y en tres de ellos, la Argentina, México y Brasil, las ediciones son 0 fueron numerosas, reiteradas y de gran circulacién. El pensador comunista italiano se ha introducido en la cultura latinoamericana hasta un grado tal que muchas de sus categorias analiticas integran el discurso tedrico de los clentistas sociales, de los historiadores, criticos ¢ intelectuales y hasta penetraron, por lo general de ma- nera abusiva, el lenguaje usual de las agregaciones politt- cas de izquierda 0 democraticas.® gQuién podria razonar sobre los grandes 0 pequenios problemas de nuestros pai- ses sin apelar a palabras tales como hegemonia, bloque histérico, intelectuales orgénicos, crisis orgénica y re- volucién pasiva, guerra de posiciones 0 de movimiento, 20 Te ke ea sociedad civil y sociedad politica, Estado ampliado, trans- formismo, etc., etc.? No es que pretenda con este sefiala- miento defender la peregrina idea de que se haya alcanza- do entre nosotros una apropiacién profunda y a la vez critica del pensamiento de Gramscl, y ni siquiera que se tenga de é] un conocimiento aceptable por lo menos de sus ‘hipotesis fundamentales.* Pero no se puede negar que la difusin generalizada del vocabulario gramsciano esta in- dicando un fenémeno de apropiacién cultural que rebasa el Ambito siempre restringido del mundo académico para involuerar el muchisimo mayor de la politica y de sus len- guajes.5 Se puede comprender entonces por qué tornase di- ficil trazar un mapa satisfactorio de las areas de difusién del gramscismo sin disponer de aquellos trabajos previos destinados a recoger y ordenar informaciones que, como las terminolégicas, son fundamentals para este tipo de reconstrucci6n, 2 ‘Una segunda dificultad se desprende del origen politico, antes que académico, de tal difusion. Podria alirmar, sin temor de equivocarme al respecto, que la primera tenta- tiva en clerto modo “organica” de incorporacién del pen- samiento de Gramsci a la cultura politica de izquierda surgié en el interior del Partido Comunista Argentino. Formé parte de una propuesta, nunca claramente explict- tada, de renovaci6n ideoldgica y cultural, que encontré en Agosti su mas inteligente y autorizado impulsor. ‘Pensador y ensayista de prestigto entre la intelectuali- dad tradicional, miembro conspicuo del grupo dirigente del comunismo argentino, Héctor P. Agosti fue de hecho ‘en los afios cincuenta el punto de agregacion de un mo- vimlento intelectual tendencialmente gramsciano. Los avatares de la formacion y expansién de este movimien- to, sus conflictivas relaciones con las direcciones partida- rias que bloqueaban por temor cualquier tipo de circula~ ci6n de ideas, su marginacién del mas minimo poder de an Parnailitongla técnica, conwlts’al fabricante dou PC. decisién aun sobre asuntos referidos al propio campo de trabajo, su enfrentamiento y ruptura con el comunismo en los anos sesenta, las nuevas publicaciones y empresas culturales y politicas que contribuyé a generar, su frag- mentacion y dispersién ulterior; en fin, toda esa comple- Ja trama de un debate ideal y politico que condujo a la rup- tura de una vinculacién historica entre intelectuales radi- calizados y Partido Comunista, fue el terreno fértil en el que se introdujo y eché raices el pensamiento de Gramsci y al cual las iluminaciones del pensador italiano contri- buyeron a darle un perfil propio. Difundide luego por América, Gramset intervino en el debate y la posterior crisis del comunismo latinoamerica- no como una figura mas evocada que conocida. Ajeno a la ortodoxia marxista-leninista, fue un fermento de renova- cidn politica y moral; aunque como un filén relativamen- te menor, formé parte de las combinaciones ideolégicas mas caprichosas. Por la vasta inspiracién cultural de sus escritos y el sesgo particular de su leninismo, nunca dej6 de aparecer junto a Togliatt! como constituyente de la tra- dicién del comuntsmo italiano: su rechazo de cualquier tipo de interpretacién determinista del marxismo y el ple- no valor que asignaba a Ja funcién del sujeto y de Ja inicia- tiva revolucionaria hizo posible que se lo aproximara al castrismo. Su visién de la transformacién social como un proceso que crece desde abajo — la “reforma intelectual y moral"— y estructura una trama diferenciada de institu- ciones que le son proplas para estar en condiciones de construir un “orden nuevo", permitié a otros convertirlo en un maoista avant ia letire. ¥ para qué hablar de quie- nes se empenaron en verlo como un pariente ilustre del po- pulismo latinoamericano a causa del modo — por cierto, no usual en el marxismo— de plantear las relaciones en- ‘re intelectuales y masas, o intelectuales y pueblo-nacion. Pero tanto en las versiones voluntarista-soreliana, obrerista-conciliar 0 nacional-popular, como también en aquella de matriz eurocomunista, la figura de Gramsci aparecié slempre revestida de un aura muy propia de su persona que lo distingui6 de todos los otros nombres ilus- 22 tres del panteén revolucionario, Era el tiico politico mar- xista cuya agudeza analitica evidenciaba ser el resultado también de una capacidad inédita de encontrar las moti- vaciones culturales de las cuestiones, asumiéndolas como tales. La funcién insoslayable y decisiva de la cultura, y por tanto la consideracién politica del problema de los in- telectuales, en Ja construccién de la hegemonia: he aqui lo que Gramsci, y ningin otro, aportaba como elemento de novedad en la tradicién leninista. ¥ pienso que esta no- vedad, ya nitidamente presente en las Cartas de la carcel y en los cuadernos sobre los intelectuales y el principe mo- ‘erno — que fueron los primeros escritos a los que muchos de nosotros tuvimos acceso inicialmente—. posibilito en gran medida la extravagante recomposicién de las fuen- tes de la que Gramsci fue una victima preferida en Amé- rica Latina. No s6lo porque nos resultaba insélita su manera de encarar los problemas, sino porque la frag- mentariedad del texto que es propia de esta forma de apro- ximacién no sistematica y la imposibilidad material de referirlo a contextos histéricos precisos, volvia singular- mente plastico un discurrir que, en esencia, se postulaba critico; riguroso pero a la vez ablerto a miitiples direc- clones. Pero mas alla de la naturaleza especifica de su pensa- miento y de la legitimidad de las extravagantes operacio- nes sincréticas, Gramsci era el primer marxista que desde la politica y la reflexién politica parecia hablar para nosotros, 1os intelectuales. En realidad, era uno de los nuestros; de algin modo expresaba lo que nosotros hubié- ramos querido ser sin haberlo logrado nunca: hombres politicos capaces de retener la densidad cultural de los he- chos del mundo, intelectuales cuyo saber se despliega y se realiza en el proceso mismo del transformar. Si hasta que tuvimos acceso a Gramsci vivimos la posesién de la cultura con un agudo sentimiento de culpa, a partir de é1 podiamos reencontramos con lo que efectivamente éramos, con nuestras grandezas y servidumbres. Ya no “ingenteros de las almas” aplastados por un mandato in- cumplible; sélo hombres que al igual que los plomeros 23 cumplian una funeién en la trama social. Por vez prime- ra la cultura era colocada alli donde debia estar, como una dimension insuprimible de la accién politica. El par- tido como “intelectual colectivo"; en su interior, nosotros como “intelectuales organicos". He aqui una cautivadora sintesis fundante de las mas variadas composiciones, pe- ro también ~ gpor qué no reconocerlo?— de las mas desme- didas de nuestras ambiciones. Para bien o para mal —y hubo mucho de una y otra cosa— Gramsci nos permitia vislumbrar un sitio en la politica desde el cual podiamos ser algo mAs que inestables y sospechosos “companeros de ruta” del proletariado. Se podria pensar que todo no era ms que un espejismo, y sin embargo ,qué fue la expe- nleneia de la violencia armada en América Latina sino una tentativa de asuncién plena de la politica por los inte- Jectuales radicalizados de la izquierda? 3 Excepto entre los “gramscianos argentinos" y algunos otros intelectuales, en los afios cincuenta y comienzos de los sesenta la figura de Gramsct atrajo a ios latinoamert- ‘anos casi exclustvamente por la estrecha conjugacion de moralidad y politica que de su historia personal se des- Prendia, por su condicidn de “sol del mundo moral", para ulllizar la expresion con que los cubanos recuerdan a Mar- ti? Las Cartas de la cércel mostraban un hombre de con- vieciones profundas dispuesto a sostencrlas aun con el sacrificio de su persona y las desdichas de los suyos: un {conoclasta que despertaba sospechas por su extrema cri- ticidad, un espiritu abierto que ¢l comunismo oficial se empené en silenciar o deformar. No creo que por esos afios fuera mucho mas que esto; lo cual, a decir verdad, ya era bastante en la atmésfera de Sturm und Drang cultural ¥ Politica que respirabamos en los sesenta. Fue necesario que mediara la crisis del vendaval de radicalismo politi- 0 que sigue a la experiencia cubana, y la derrota del mas difundido movimiento de transformacién total de la so- 24 cledad que recuerda América, para que la necesidad de ver claro nos empujara violentamente a la érbita de su pensa- miento. El desengaiio de los sesenta, la conciencia de haber sido parte de un movimiento cargado de esperanzas y de cegue- a, llev6 a muchos de nosotros a descubrir en Gramsci al- go mas que un hombre de cultura y un cludadano virtuo- 0. Porque el reconocimiento de la derrota, y la constan- cia de los ideales, nos obligaba a pensar en otras formas de accién que fueran capaces de conjugar politica y ética, Fealismo y firmeza moral, modificaciones presentes y anticipaciones futuras; porque no podiamos eludir la res- ponsabilidad de medirnos con los hechos; porque de- Jamos de estar soberbiamente seguros de lo que sostenia- mos debimos reencontrar a Gramsci. Fueron esos afos despiadados, de muerte y de exilio, los afios en que con he- roico furor los intelectuales latinoamertcanos frecuenta- Ton sus escritos, difundieron sus interrogaciones desde la cétedra y los centros de ensefanza, se apropiaron de sus reflexiones para medirlas criticamente con una realidad que se aceptaba, ipor fin!, mutantey diferenciada. Pero los afios setenta fueron también aquellos en los que las meditaciones de Gramsc! retornan de la academia a los ambitos de las elaboraciones tedricas de las forma- ciones politicas de izquierda, por lo menos de las que ma- nifiestan mayor preocupacion por renovar un discurso ve- tusto.8 La publicacién de sus escritos y de las principales obras de exégesis o de reinterpretacién de sus finisimos analisis adquiere entonces una vastedad tal que deman- da analisis mas puntuales acerca de sus efectos sobre la cultura politica de la izquierda y sobre las formulaciones te6ricas y politicas de sus expresiones organizadas.9 Y aqui me introduzco a una tercera dificultad que se re- fiere no tanto al pensamiento de Gramsct en si mismo, si- no, mas en general, a la eterna querella que sostenemos Jos latinoamericanos respecto de los efectos de la depen- dencia sobre la produccién de las ideas. Si sospechamos la existencia de una autoctonia americana que nos distin- gue de Europa, si una misma idea transferida desde los 25 centros de produccion de la teoria hacia nuestra periferia se vuelve necesariamente otra cosa, gcual es o podria ser “nuestro Gramsci"? Qué descomposiciones y recomposi- ciones debemos provocar sobre el corpus analitico grams- ciano para que esté en condiciones de fluminar nuestra realidad o partes de ésta, para arrastrarla hacia el concep- to, para dar cuenta en la teoria de lo que produce la expe- riencia existencial de la gente? Pienso que las reflexiones que fueron hechas en el colo- quio de Ferrara contribuyeron a responder estas pregun- tas, o mas modestamente a situarnos en el lugar adecuado para abordarlas. Yo sélo quiero plantearlas y adelantar ahora una advertencia que tal vez resulte obvia, una advertencia que los latinoamericanos muchas veces olvi- damos y los europeos no siempre recuerdan. Que cuando hablamos de América Latina evocamos una realidad pre- consiftuida que no es tal, que en los hechos es un “agujero negro’, un problema abierto, una construccién inacaba- da, o como senalara Markitegui para su nacién, pero que ¢s extensible al continente: un proyecto a realizar. Y en tanto tal, incluye y uniforma conceptualmente diversida- des profundas y experiencias disimiles, heterogeneidades estructurales y econdmicas vastisimas, pluralidades étni- cas extendidas. poderes regionales y extranacionales que erosionan un Estado nacional que nunca acaba de consti- twirse como tal. Como proyecto incumplido esta siempre instalado en nuestro horizonte y nos obliga a preguntar- nos por nuestro destino, por lo que realmente somos 0 queremos ser. Isalah Berlin recordaba que todas las na- clones atrasadas tarde o temprano reflexionan sobre si mismas. Mientras la respuesta no haya sido encontrada, América seguiré abriéndose a todas las posibilidades y pugnaré por sobreponerse a todos los fatalismos. Para encarar una geografia de la difusion de Gramsci en América Latina debemos asumir esta diversidad como un dato y recorrer la pluralidad de caminos y perspecti- vas que dieron lugar a la formacién de distintos nticleos de elaboracién teérica y politica en los cuales las ideas de Gramsci fueron recuperadas, contaminandose con 26 otras posiciones y perspectivas y produciendo efectos de los mas diversos, Desde esta postura resulta imposible ha- blar de “gramscismo” en Latinoamérica, aunque sea posi- ble encontrar sus ideas o sus categorias estratégicas en ela- boraciones politicas de agrupaciones de izquierda, en los movimientos de base catélicos, en los criticos literarios 0 de arte, en los andlisis de los teéricos del Estado y de la ciencia de la politica, en los debates actuales sobre proce- sos de consolidacién democratica y propuestas de trans- formacién social. Si nos enfrentamos, por tanto, a un fenémeno no sélo de orden teérico, sino fundamental mente politico, la elaboracion de nuestra “geografia™ supone una inversién de los términos que ponga en su verdadero sitial de sujeto de la Investigacion a esos mo- vimientos, organismos 0 actores cuyas demandas en- cuentran también en las ideas de Gramsci aquello que les posibilita acceder a la teoria y medirse con el mundo his- t6rico. Dicho de otro modo, supone una reconstruceién en condiciones de mostrar las conexiones existentes entre procesos de la realidad y procesos de elaboracién de la teoria. > Pero desplazar la pregunta por la difusion de Gramsct en América Latina hacia una indagacién mas profunda acerea de las demandas de realidad que portan consigo los movimientos en la sociedad y en la cultura cuando se apropian de sus reflexiones, implica dilatar a tal extremo nuestra biisqueda que solo un recorte “nacional” lo vuel- ve posible, 4 Acesta altura de mi razonamiento una nueva dificultad se presenta, tal vez la mas dificil de sortear por cuanto obede- ce a razones casi personales. Y me resisto a decir grupales para no comprometer a los compaferos presentes cn el coloquio de Ferrara, y a los que lamentablemente no estu- vieron, que nos nucleamos en torno a un nombre que tomamos de uno de los cuadernos de Gramsci, Pasado y 27 Presente, pero en el interior del cual cada uno fue grams- iano asumanera, ¢A qué deseo referirme cuando hablo de razones perso- nales? Sélo al hecho de que mantengo desde hace mas de treinta afios una relacién muy especial con nuestro autor, y esto que para los europeos es un hecho meramente anec- ‘ético, sospecho que para nosotros, latinoamericanos, puede tener una significacin mayor que la biogrifica personal. Recuerdo que ya en 1952 encaré una versi6n en espanol de las Notas sobre Maquiavelo y desde entonces he tradu- eido muchos otros escritos suyos. Desde 1963 formé parte del grupo que edité Pasado y Presente y la serie especial de Jos cuadernos, muchos de ellos dedicados al pensamiento de Gramsci. Como director de la Biblioteca del Pensamicn- to Socialista de la editorial Siglo x1 impulsé la publica- cién de las obras criticas fundamentales producidas por estudiosos europeos y americanos, y desde la catedra unt- versitaria me propuse hacer conocer sus ideas y su ubica- cidn en la historia del marxismo, Estoy vinculado tan es- trechamente a su figura de hombre de pensamiento y de acelén que me resulta dificil, por no decir imposible, esta- blecer ese equilibrio critico merced al cual uno puede resistirse “a Ja fascinacién del sistema o del autor estu- diado”. Es cierto que para Gramset esta fascinacién por una teo- ria 0 por un pensador, que desplerta en nosotros no una curiosidad exterior sino un profundo interés, es producto hasta cierto punto de la juventud de quien los estudia, En ‘mi caso diria que el conocimiento de sus escritos constitu- y@ una revelacién que se aduené de toda mt personalidad ¥ que desde ese momento nunca he dejado de ser “grams- ‘clano” no obstante la profundidad de los cambios de mis opiniones respecto aun del propio Gramsci. ¥ esta circuns- tancla que deberia ser asumida como un pecado de juven- tud, de ningtin modo podria ser justificada como wn limi- te de la madurez, Pues vaya en mt disculpa la sabia frase de un amigo boliviano, frecuentador de Gramsci como el que mas, y cuya muerte reciente atin nos sigue doliendo, 28 Me refiero a René Zabaleta Mercado, quien con su habi- tual causticidad gustaba recordarnos que la adolescencia “llega tarde en América Latina”. ¥ ésta es una frase que, més alld de la burla implieita en su letra, encierra un gra- no de verdad porque nos evoca la imposibilidad de agotar etapas, de consumar experiencias en sociedades donde los tiempos se encabalgan y. con ellos, nuestras propias vidas. Disculpas aparte, creo encontrar en el fragmento de Gramsct que estoy citando un pérrafo que nos permite vineular los sucesos autoblograficos con las experiencias civiles y morales de quienes buscabamos superar “un mo- do atrasado de vivir y de pensar’, para apropiarnos de un modo nacional y tanto mas nacional cuanto mas vincula- do a las grandes corrtentes universales. Un parrafo que ayuda a explicarnos el hecho paradgjico de que precisa- mente las razones que en un momento inicial dificulta- ron la lectura de sus textos se hayan convertido hoy en la incitacién mayor para su estudio: porque lo muestran co- mo un clasico de nuestro siglo, con un estilo de pensar con el que nosotros, americanos, no podemos dejar de identifi- carnos. En Cuestiones de método, Gramsci dice: “Esta serie de observaciones vale en mayor medida cuando el autor es impetuoso. de caracter polémico y carente de espiritu de sistema, cuando se trata de una personalidad en la cual la actividad teorica y la practica estan indisolublemente vinculadas, de un intelecto en continua creacién y en perpetuo movimiento, que siente vigorosamente la auto- critica del modo mas despiadado y consecuente” (El mate- Tialismo historico y la filosofia de Benedetto Croce, Méxi- co, Juan Pablos, 1975, p. 82). ZA quién si no al propio Gramsci le cabe esta definicién? Y sin embargo nosotros, americanos, no evocamos de inmediato la figura de Ma- ridtegui al leer este texto? Un mismo estilo que une la reflexion ideolégica y politica a una intensidad afectiva. un idéntico hombre que en su propia escritura, no intere- sa cudn complejo y variado sea el razonamiento, nos hace saber de multiples maneras que quien escribe no es un 29 hombre de letras, ni tampoco un cientifico, sino un hom- bre politico en el mas cabal sentido de la palabra. Pero st pudo decirse del estilo de Martategui que estaba dirigido a un pdblico basicamente americano, zpor qué no pensar que es también el estilo de Gramsci el que le permitié alcanzar tamatia recepeién y constancia? Tanto en uno como en otro nos sigue deslumbrando el caracter nacaba- do, abierto, problematizador de su escritura. Descubri- mos en ella una pluralidad de sentidos que nos obliga a desandar el camino, a retornar a razonamlentos que con cada nueva lectura, provocadas siempre por la irrupcion violenta de una realidad mutante, aparecen siempre con una tonalidad distinta. Como un cortaziano “modelo pa- Ta armar” los Cuadernos se nos vuelven accesibles sélo a condicién de anteponeries nuestro propio principio cons- tructivo, Nada mds significative que la utilizacion perma- nente del potencial, todos esos “habria que retornar” con los que Gramsc! se dice a si mismo y advierte a sus desco- nocides lectores sobre la provisoriedad del discurso fren- tealacomplejidad de loreal. Por nuestra terra incognita pasaron como meteoros las figuras estelares de las grandes narraciones, Jefes néma- des de saberes que el presente hist6rico erosion6, sin de- Jarnos siquiera individualizar sus marcas, se esfumaron con igual velocidad con que trrumpteron. La fortuna de Gramsct felizmente es distinta; ni tan grande, ni tan efi- mera... Pero debié mediar la quiebra de las certezas, tuvi- ‘mos que sobrellevar la carga penosa de una derrota. para que las virtudes de su manera de enfrentarse con las cosas pudiera imponérsenos como una leccién de método, Capitulo2 EL GRAMSCI DE LOS COMUNISTAS ARGENTINOS Para una primera aproximacién al problema podriamos trazar una coordenada de la difusién de Gramsci en amé- rica introduciendo dos fechas limites: desde la publica- clon de las Cartas de la carcel en Buenos Aires (1950) has- ta el Seminario de Morelia (México) sobre “Hegemonia y alternativas politicas en América Latina” (1980).!° Poco antes, en septiembre de 1978, la Universidad Nacional Autonoma de México acababa de realizar un coloquio dedicado a Gramsci con la participacion de Christine Bu- cl-Glucksmann, Maria Antonieta Macciocchi, Giuseppe Vaceay Juan Carlos Portantiero.!! Plenso que ambas fechas son embleméticas porque ilustran el itinerarlo recorrido por el pensamiento de Gramsci en una doble perspectiva geografica y cultural. Reivindicado como propio por un sector de lo3 comunis- tas argentinos, al cabo de treinta afios se convierte en pun to de referencia de un conjunto de cientificos sociales y de dirigentes politicos de izquierda que. reunidos en More- lia, acuerdan sobre la actualidad y pertinencia de las cate- gorias estratégicas gramscianas para el andlisis de las condiciones de cambio de las sociedades americanas. No debe sorprender entonces que, colocado en ese plano de ex- cepeién, el pensamiento de Gramsci fuera por todos admi- tido como un instrumental valloso para experimentar “una forma de trabajar en Ja teoria que contribuya a sutu- rar la brecha abierta entre andlisis de la realidad y pro- puestas te6ricasy politicasde transformactén®.!2 @Pero cual fue, en realidad, el Gramsci que leyeron los co- munistas argentinos? Apenas la pregunta se plantea no se puede dejar de reconocer que se funda en un equivoco. Porque en sentido estricto nunca hubo una incorporacién de magnitud suficiente para que se justificara de manera plena la pregunta. La aceptacién de su figura solo se dio a expensas del virtual desconocimiento de la especificidad de su obra. Como comunista, era considerado un marxis- ta-leninista mas y la naturaleza singular de su elabora- cién teérica y cultural, el modo particular en que asimilo y reconsiituy6 el pensamiento de Marx, pero también el ‘de Lenin, nunca fue motivo de reflexién en un organismo politico que, como el comuntsmo argentino, se caracteri- 26 siempre por su enclaustramiento en un doctrinarismo sin fisuras. En el momento en que hubo un timido intento de emprender esta tarea de reconocimiento, la respuesta fue la clausura administrativa del debate y la sancin con- tra sus protagonistas. Y es por esto que. st se quiere ha- lar con propiedad, se deberia aclarar que la labor tnicial de hacer conocer a Gramsct fue, en realidad, una activi- dad ajena a la tradivién y a la cultura de los comunistas argentinos y comprometié tinicamente a un sector muy lt- mitado de sus intelectuales. Sin embargo, y aun dentro de esos limites, una experiencia semejante no hubiera podi- do producirse por esos afios sin el estimulo y el respaldo de una personalidad como la de Agostt Fue Agosti quien dirigié la publicacién de los Cuadler- nos de la cércel por la Editorial Lautaro y comprometié a algunos de nosotros en la tarea de traductrlos, anotarlos © prologarlos.!3 Para todos nosotros fue, a este respecto, un precursor. Hoy, al cabo de los afios, y una vez aquie- tadas las pasiones desatadas por una ruptura que se evi- dencié irreparable, no seria justo desconocer la deuda intelectual que con él contrajimos. En los criticos aftos cincuenta pudimos acceder tempranamente a Gramsci =diria que en el momento mismo en que nos enteramos de su existencla— porque Agosti nos desbroz6 el terreno. 32 Desde el iniclo nos introdujo a una lectura de los cnader- nos que en él traté de ser siempre una “traduccién”, es de- cir, un modo particular de verter en un Jenguaje nacional aquellos instrumentos de interpretacion histérico-politi- ‘cos que Se presumian aptos para iluminar zonas de nues- tro pasado que la profundidad de una crisis hacia aflorar. Su ensayo sobre Echeverria! constituye acaso el ejemplo mis acabado —y visto desde el presente, el mas emblemati- co= de una forma de proceder con los textos gramsclanos. Sus aciertos y sus errores tienen en mi opinion la particu- lar virtud de dlustrarnos sobre cudles fueron en sustancia los obstaculos tedricos e ideoldgicos que esta “traduc- ein” nunca pudo superar. a Agosti examina en su libro las limitaciones de la corrien- te democratica que en la Argentina posrevolucionaria se propuso cénstruir el Estado nacional y que tuvo en Riva- davia una de sus expresiones mas avanzadas. Para eso utiliza ampliamente las reflexiones de Gramsci sobre el Risorgimento italiano como momento de” formacion de un Estado nacional moderno, pero a la vez como expre- sidn de lo que él denomina “una rivoluzione mancata"; es decir, una transformacién revolucionarla que no llega ser plenamente tal por su manifiesta incapacidad de in- corporar a los campesinos cultivadores en un movimien- to de envergadura nacional.!5 La definicién que ofrece Agosti del proceso emancipador de Mayo como una “revo- lucién interrumpida’, su caracterizacién de la corriente democratica como “Jacobina a medias”, el énfasis que po- ne en Ja ausencia de una solucién avanzada de la cuestion agraria como la raz6n principal de este quebranto, son to- dos elementos de un esquema interpretative que no s6lo evoca el utilizado por Gramsci, sino que en los tres prime- Tos capitulos fundamentales de su ensayo se nutre abun- dantemente de las ideas de éste. Al igual que Gramsct lo hizo con la burguesia risorgimental, Agosti critica a la 33 burguesia argentina por no haber sabido ampliar el movi- miento emancipador para transformarlo en una revolu- cin plena (democratico-burguesa en la habitual termi- nologia leninista) que movilizara también a las masas agrarias para el quebrantamiento y la eliminacién de los residuos feudales en el campo: “Pero si la revolucién burguesa impone la hegemonia de la ciudad, asimismo supone la puesta en marcha de las masas rurales como tema de la dindmica factorial, Cuan- do Echeverria asegura que el elemento democratico esta- ba en las campanas descubre la existencia de aquel factor potencial... (Con esto] no quiere aludir a las ilusorias exce- encias del hombre de campo, sino referirse a las fuerzas dinamicas de la revolucién argentina. En témminos con- tempordneos, ello equivaldria a suscitar el tema de las masas operantes y de su direccion politica. Y alli descan- sa con todos sus errores posibles la estrategia revolucio- naria de Rivadavia: poner en movimiento a las masas campesinas bajo la direccién politica de la minoria jaco- Dina de las cludades. Pero los supuestos jacobinos (y em- pleo la palabra en el sentido ulilisimo que le asigna Gramsci) argentinos no pudieron, 0 no supieron, desempe- iar hasta el fin aquellos principios de revolucién total. gn qué otra cosa pudo insistir entonces el jacobinismo argentino sino en crear esa necesaria relacién estable entre el campo y la cludad?... El yerro del supuesto Jacobl- nismo argentino consistié en no haber convertido en acto social la funcién hegemonica de la ciudad-Buenos Aires, con todos los determinantes de transformacién econéml- ‘ca que dicho suceso puede evocar en el cuadro de la revolu- cién burguesa."!6 El esquema de la Revolucion Francesa, presentado como modelo ejemplar de “revolucion total”, es utilizado de un modo analégico al que para el caso italiano utiliza Grams- cl. Siguiéndolo casi de manera textual, Agosti sostienc que “la virtud revolucionaria de los jacobinos franceses habia consistido precisamente en sobreponerse a todos los otros partidos en el terreno de la politica rural y en asegurar la hegemonia de la capital revolucionaria me- 34 diante el adecuado movimiento de las masas campesi- nas"! y cree descubrir en la politica agraria de Rivadavia una “intuicién genial de este problema’. Sin embargo, no puede dejar de sefalar que la enfiteusis rivadaviana no aleanzé a constitutr una sélida clase de agricultores afin- ‘cados y que los goblernos unitarios hostilizaron en los he- chosa los peones sin tierra. 2Dénde buscar las causas de esta falencia que no puede ampararse en el desconocimiento por los actores de la raiz del problema? {Cuéles fueron en realidad las razo- nes de este quebranto? Para Agosti no son otras que la de- billdad de las burguesias latinoamericanas, y por lo tanto también de la argentina, en lo que él lama “el ciclo de la revolucion interrumpida”. Las causas deben ser buscadas, por consiguiente, en las limitaciones “del supuesto Jacobi: nismo argentino”, en su incapacidad de “forzar (aparente- mente) las situaciones revoluctonarias", conduciendo a la burguesia “a una posieién mas avanzada que la consen- luda por los prinutivos grupos revolucionarios, 0 aun por las mismas premisas historicas”. Esta frase, que reprodu- ce cast textualmente aquella en la que Gramsci define la funcién de los jacobinos franceses, muestra hasta dénde el abuso de la analogia histérica convierte en meramente deologicas a categorias histéricas que en otros contextos son particularmente fecundas para el anilisis politico. La identidad de las formulaciones no deberia hacenos ol- vidar, sin embargo, que mientras para el pensador italia- no las condiciones que posibilitaban la audacia jacobina existian en Francia pero no en Italia, es decir, era un ras- go especifico que diferenciaba un pais del otro, para Agos- ti, en cambio, la posibilidad de forzar situaciones es inhe- rente a la voluntad jacobina misma de las fuerzas de transformacién, No requieren, por lo tanto, de otras con- diciones favorables que las ya inscriptas en su definicion de “momento histérico-universal”. La “voluntad jaco- bina” no se reduce nunca a utopia abstracta porque, por definicién, las situactones intentan ser forzadas “en el sentido del desarrollo histérico real”. Como es facil de ob- servar, el agudo sentido de las condiciones particulares, 38 especificas en que se desenvolvieron los procesos que ca- racteriza el andlisis de los hechos historicos y del Risor- gimento, en especial, realizado por Gramsci, eri la “traduc- elon" de Agosti se evapora y es sustituido por una matriz analitica de fuerte impronta ideolégica. Bajo un nuevo ro- aje se oculta el areaico y sociologizante determinismo de clase. El procedimiento analitico del autor del Echeverria se aparta del adoptado por su maestro italiano por otra ra- zon mas: la diferencia de propésitos que los motivan, Gramsci no pretende utilizar la idea jacobina como ins- trumento de andlisis ni cree tampoco que la Revolucion Francesa pueda ser adoptada como modelo abstracto para todas las revoluciones burguesas. Si bien la comparacién entre Francia ¢ Italia respondia a una antigua tradicion. europea y los hechos revolucionarios de Francia constitu- yeron por largo tiempo la base empirica de conceptualiza- clones politicas de validez mas general, Gramsc! nunca pretendié asimilar una situacién a la otra, y por el contra- Hio se propuso indagar lo que las distinguia. Esto explica el fastidio que le provocaban aquellas posiciones que, como las del republicano federalista Giuseppe Ferrari, in- tentaron aplicar a Italia “esquemas franceses” y no suple- ron “traductr® el francés al itallano.!8 La comparacin en- tre el proceso histérico con el que la burguesia conquist6 el poder en Italia y los distintos procesos historicos con Jos que lo obtuvo en Francia, Inglaterra, o en otros paises, servia a Gramsci para fijar las caracteristicas del desarro- lo hist6rico que llevé a Italia a la formacién de un deter- minado Estado y de una determinada situacion politico- social. Esta reflexion debia ser capaz. de ofrecer, en su opi- nion, una perspectiva histérica al programa del Partido Comunista, una “perspectiva construida ‘clentificamen- te’, es decir, con escrupulosa seriedad. para basar sobre to- do el pasado los fines a alcanzar en el porvenir y a propo- ner al pueblo como una necesidad con la cual colaborar consclentemente”.19 Desde esta perspectiva critica y ateniéndonos estricta- mente a los hechos histéricos. por qué no pensar que esa 36 ‘supuesta “intuicion general” que Agosti descubre en Riva- davia, y a la que privilegia como una nota distintiva del Jacobinismo argentino, es en realidad otra demostracién mas del caracter fundamentalmente “Ideol6gico" del gru- po rivadaviano? En el sentido de que se propuso introdu- cir reformas semejantes a las que se implementaban, 0 implementaron, en otras partes, sin que existiesen en el pais las condiciones para que fueran algo mas que esque- mas formales. De ser asi remedaria en mucho a ese jacobi- nismo histérico “diluido y abstractizado" que Gramsci denuncié en Ferrara; muestra ser apto tinicamente para generar sectas 0 facciones incapaces de gravitar en el mo- vimiento real.20 Segan Gramsci, un movimiento equiva- lente al Jacobinismo francés no era histéricamente posi- ble en Italia; a pesar de la angustiosa “hambre de tierras” de los campesinos, la revolucién agraria se volvié imposi- ble a causa del dominio alcanzado por los moderados en Ja sociedad italiana. Cavour y su partido representaban la “tinica politica Justa de la época” precisamente porque no tenian enfrente competidores politicos validos e inteli- gentes.?} Todo lo cual aclara perfectamente la caracteris- ica distintiva de la historiografia gramséiana respecto de la que se impuso en la tradicion marxista, y que la ‘muestra siempre renuente a utilizar fuera de un preciso contexto histérico y cultural categorias como las de jaco- binismo o revolucién agraria, Nada semejante 0 aproximable, excepto en lo formal, podra encontrarse en la interpretacion que Agosti, sir- viéndose de Gramsci, ofrece del pasado argentino. Aqui munca existid, por lo menos hasta fines del siglo pasado, una “cuestion campesina” de algin modo aproximable a la italiana o francesa y sobre la que se fundaba, en ambos casos, la posibilidad de una transformacion revoluciona- ria de la campana, Si en Gramset el propésito de su inda- gacion era el reconocimiento minucioso, exhaustivo, de las fuerzas y procesos reales que hicieron de la unidad ita- liana una *revolucién pasiva”, 0 sea una dinamica que no necesit6 modificar sustancialmente las caracteristicas de Ja economia agraria para asegurar el dominio burgués, en 37 Agosti, en cambio, parece mAs bien que el propésito es el de dictar una condena sobre toda una clase. Se trataba de denunciar a una clase dominante que. pudiendo hacerlo, se mostré en definitiva Incapaz de conducir el pais hacia la conquista de una autonomia nacional real y efectiva. En el fondo, y sin tener ninguna conciencia de eso, Agost! con su definicién del movimiento emancipador de Mayo como una “revolucién interrumpida” se identificaba mu- cho mds con los criticos democraticos del Risorgimento —en primer lugar, con Piero Gobet, al que no creo que Ja- mas haya leido— que con el propio Gramsct. g Al igual que el Risorgimento para Gobettt, 1a revolucién de Independencia qued6 “interrumpida” segiin Agost! porque fue conducida por grupos sociales y por hombres sustancialmente incapaces de elevar al pueblo a una con- cepcién estatal y a una practiea politica y social verdade- ramente modernas. La debilidad intrinseca del Estado ol- arquico-Uberal, la mezquindad de su clase dirigente, la falta de adhesién de las masas, la desercién de 1a tntell- gencia frente a sus deberes democraticos, el atraso social y econémico, la dependencia de un poder imperial, todos estos males eran de vieja data y estaban enraizados pro- fundamente en una realidad que el proceso emancipador no logré transformar. Esta insistencia tan particular en Jas ausencias y los vacios de la situacién nacional, esta apelacién a clases y fuerzas sociales que en realidad nun- ca existieron ert Ja sociedad de la €poca, pero de cuya pre- sencia se hacia depender, no obstante. la postbilidad mis- ma de la transformacién imaginada, aleja la interpreta- cién de Agosti de cualquier vinculacién con procesos his- téricos reales. No podia, por consiguiente, constituir la base hist6rica del programa cultural y politico que preten- dia ser. El abuso de un razonamlento analégico no funda- do en los hechos histéricos invalidé en buena medida el propésito loable de restablecer con su libro un puente en- tre el discurso politico y el discurso historiografico; un va- so comunieante que permitiera al marxismo, y mas en concreto a los comunistas argentinos, conquistar una he- gemonia politica y cultural que les era esquiva. No siendo un historiador de profesién, nt proponiéndo- se eserfbir un libro de historia, Agosti no logro sin embar- go el propésito que se impuso y para el cual requirié el auxillo de Gramsct. No pudo ofrecer al programa de su partido una perspectiva “construida cientificamente” y basada en un escrupuloso reconocimiento del “terreno na- clonal” como la que propugnaba su maestro italiano por- que, en definitiva, quedo prisionero de la misma vision deologizante de la realidad argentina que en su fuero inti- mo creyé erosionar con su libro. Victima del espejismo de la revolucién agraria que desde los treinta obsesiona a Jos comunistas,22 no pudo mantenerse ajeno a una repre- sentacion de las particularidades del capitalismo argent- no y de la naturaleza especifica de la relacion entre cam- pafla y ciudad tributaria de otras realidades nacionales. Aquelio que constituyé precisamente “lo peculiar” de la revolucion agraria argentina: la inexistencia de una clase campesina y por lo tanto de una estructurg social movill- zable a los fines de la revolucion nacional y democratica, no es considerado como una circunstancia que predeter- mina el limite de alternativas y condiciona la posibili- dad misma de aquélla. La inexistencia en la sociedad de fuerzas sociales urgi- das por la sed de tierras —hecho en el que sin embargo repara—29 no le impide tmaginar un mundo rural repre- sentado como “mundo campesino". Es justamente a ese mundo rural que el “jacobinismo a medias” de los demé- cratas argentinos rehus6 movilizar, “pudiéndolo hacer” recalea Agost!. De tal modo una consideractén logico-for- mal se transmuta en una hipétesis histérico-politica que no necesita de los hechos para validarse. Al final, las ra- zones del supuesto desfallecimiento de una clase burgue- sa, a la que aprioristicamente se le atribuye la obligacion de ser “dirigente de la nacién’,?4 para descubrir luego que efectivamente no pudo ni quiso serlo, permanecen siem- 30 pre a oscuras en un razonamiento circular que concluye identificando como causa lo que apenas fue condicién pre- existente. Las antictpaciones culturales de la generacién del '37, a las que Agost! reviste con los atributos de “realismo crit- co” y con las que intenta establecer lazos de continuldad rogramatica o ideal, demostraron ser a la luz de la reall- dad mas ideolégicas que “clentificas”. Ni existian en la sociedad las clases imaginadas por Agost!, ni estaban presentes en acto o en potencia “las fuerzas capaces de pro- ducir el cambio revolucionarto”. El razonamiento evidén- ciase falaz porque se asienta sobre un supuesto tan cues- tionable como la idea de que la experiencia de los paises de Europa occidental —incluidos los Estados Unidos— es generalizable a los paises americanos; como si una expe- riencia particular pudiera convertirse en una “trayecto- ria general a la que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias his- téricas que en ellos concurran. para plasmarse por fin en aquella formacién que. a la par que el mayor impulso de las fuerzas productivas y del trabajo social, asegura el desarrollo del hombre en todos y cada uno de sus aspec- tos’.25 Sdlo si se aceptan estas premisas adquiere un sentido mas preciso, en la medida en que esta vinculada a un proceso histérico determinado, la idea de la existencia de un deber ser, de un destino histérico propio de Ja bur- guesia. En definitiva, la tests de Agost! sobre el proceso emanci- pador como una “revolucién interrumpida” en virtud de la incapacidad burguesa de implementar la transforma- cién agraria por ella requerida no es nada mas que la pro- yecci6n al pasado de un problema del presente histérico. Es el problema que se plantearon los comunistas en 1928, ‘pero que en modo alguno estuvo planteado al pais en 1826 0 en 1837, Agostt, por lo tanto, al dar la espalda al verda- dero sentido del programa gramsciano, “instrumentali- za” la cuestién Echeverria, s¢ “sirve” de este personaje histérico para defender la posicion sustentada un siglo después por la corriente politica a la que pertenece. El pro- 40 pésito de unuficar historiografia y politica, de “basar so- bre todo el pasado las metas a alcanzar en el porvenir y a proponer al pueblo como una necesidad”, que recoge de Gramsci y que intenta explicitar en su libro, ha dado co- mo producto final un criterio de juicio, un principio inter- pretativo, digamos, para utilizar un término de moda, un paradigma, en definittva anacrénico porque no surge de la concreta historia de su época, sino de problemas, exi- gencias y necesidades que corresponden a otras épocas y a otros ambitos. A cambio de una funcionalidad efectiva del andlisis histérico al andlisis politico, en condiciones de dar a la accién politica una perspectiva que se imponga ‘como una necesidad con la cual colaborar consciente- mente” — éstas son las palabras de Gramsci—, se ofrece un esquema vago y abstracto, impotente para estimular la ac- clon politica ¢ historiograficamente falso. 4 Pero siendo el Echeverria de Agosti una tentativa final- mente fallida ¢ inconducente de apropiacién de las catego- ias gramscianas, {como pudo ocurrir que se considerase aeste libro ~ inexplicablemente nunca reeditado— un hi- to importante, y hasta, para algunos de nosotros, decist- vo, en la adquistei6n de una conciencia critica respecto del patrimonio ideal comuntsta por parte de fuerzas inte- lectuales crecidas en su interior y que se alimentaban del fermento gramsciano? ¢Qué hizo posible una lectura con- trapuesta a la de la tradicion de una obra construlda prect- samente para confirmarla? Las razones fueron varias y acaso convenga mentar algunas para mostrar hasta dén- dela verdad puede a veces nacer del error. Es probable que hoy no suscribamos lo que en aquel momento pensabamos, pero habia algo en la prosa de Agosti, en su modalidad de pensamiento y de expresién que lo distinguia del festo de los escritores comunistas. La agudeza del razonamiento, la ductilidad con que se combinaban hechos histéricos y doctrinas politicas y cul- a turales, la brillantez con que el material era expuesto, da- ba una tonalidad inesperada a tesis que, presentadas por los otros bajo la forma seca y ripiosa del discurso tradi- clonal, no tenian verosimilitud y capacidad de atraccion. Nunca vimos en su razonamiento la tentacién tan fre- cuente de manipular o deformar la argumentacion del adversario, como casi era un habito en un Rodolfo Ghiol- di, por efemplo. El tema de la doctrina democratica eche- verriana permitia a Agosti establecer una continuidad {deal que hacia de los comunistas los herederos privile- giados de una revolucién que proponianse levar a su con- sumacion, Desde mediados de los afios treinta?® esta continuidad habia sido construida historiograficamente y pregonada como constitutiva de su tradicién, pero Gni- ‘camente ahora se exponian los argumentos que la presen- taban como naciendo del interior mismo de los procesos. Al ser “demostrada” mediante una argumentacién rica y compleja, podia en adelante soportar una confrontacién enelterreno histérico. Sin embargo, el Echeverria no era exactamente un U bro de ‘historia’, ni pretendia serio, a diferencia de otros que se escribleron para el centenarfo. Y aqui estaba otro de sus méritos: no ocultar bajo un disfraz hist6rico un discurso que se asumia como politico, un ensayo que en su sustancia queria ser ideolégico-politico. Agosti no se propuso reconstruir un momento de nuestra vida espiri- tual, sino razonar sobre lo que para él constituia “el ejem- plo més tipico de una transformactén ideoldgica que a tra- ‘vés de su teoria nacional exhibe un acusado ‘democratis- mo’ *.27 ¥ no siendo el suyo el “oficio de historiador”, la inclusién en sus meditaciones de antecedentes histéricos —“que conviene computar”, recalca en un momento— no era otra cosa que la asuncion de un principio metédico in- soslayable para un pensador marxista: el reconocimiento de la historicidad, de la insuprimible dimensién_histori- ca de los problemas del presente. Desde esta perspectiva, lo que hace interesante a su libro — interés que es extenst- ble a Nacin y cultura y a El mito liberal, otros dos escri- tos suyos de esos aftos—28 es el hecho de ser un ensayo que versa sobre la politica, es decir, que offece una interpreta- cién detinada a susclary a movilarfueras politeas tuales alrededor de una sctusles are propuesta colocada en una pers- Pero algo mas nos atrajo en Echeverria, algo que salia al encuentro de una preocupacién siempre presente desde el ascenso del peronismo, pero que volvidse angustiante dilema en los afios de su ocaso. {Como hallar una solu- ién al problema argentino que no significara un regre- so? gHasta dénde la regeneracién nacional, la conquista de un régimen verdaderamente democratico, suponia dejar atrés un pasado de luchas fratricidas que se remon- taban a mucho antes de 1945? Volver la mirada hacia Echeverria y la generacién del ‘37 era un modo de hacerse ‘cargo de la necesicad de someter a critica todo el pasado y no solo la parte de él signada por la expertencia peronis- ta, Sobreponiéndose a una atmésfera de intolerancia y persecuciones ideol6gicas y politicas, de violentos conflic~ tos entre peronistas y opositores, un grupo de intelectua- les democraticos, liberales y socialistas, se valid del cente- nario de un pensador ilustre y olvidado para pensar la posibilidad de revertir el callején sin salida en que estaba encerrada Ja cultura y a vida nacional. El trabajo en ‘comuin de los intelectuales avanzados en favor de la con- quista de una nueva conctencia social de la cultura se imponia como una necesidad impostergable. Asumirla, darle una direccién organica y una orientacion transfor. madora, era una manera de sobreponerse a esa histérica figura entre inteligencia y pueblo que estuvo siempre en el trasfondo de la frustracion nacional, Pero disipar las ba- rreras del enclaustramiento e incomprensién que sepa- ran a los intelectuales del pueblo y los convierten en una asta exiia regresar a la direccién nacional y popular de ura que constitui ae q ja el fundamento de la doctrina He aqui el sentido con el que Agost! redacté su libro y la, propuesta que de él podia extraerse. Nada mas logico, por consiguiente, que el hecho de que en el acto de homenale que le tributaran los animadores de la campafia de recor- 43 mn echeverriana Agostl insistiera sobre la urgencia Ge uniticar voluntades en la tarea de lograr lo que defini6 como “una mudanza apreciable en la conducta de la inte- ectualidad argentina”, aunque en su libro ya le habia puesto el calificativo gramsclano —pero de reminiscencia sorellana— de “reforma intelectual y moral”, Sélo una transformacién en sus tradiciones, en sus funciones y en. sus sentimientes podia permitirles a estos intelectuales “trabajar en comin y darse formas organizativas esta- bles en una entidad nacional |... capaz de recoger el estilo echeverriano en las condiciones argentinas de 1952°.2° Estas son las ideas que encontrabamos en Echeverria, y me atreveria a decir s6lo en él, porque en el resto de la publicistica comunista no lograbamos distinguirlas. Adin encierne y a veces oculta por la ampulosidad de una prosa proclive a incurrir en amaneramientos y barroquismos, descubrimos en él la finalidad de establecer una genealo- gia que nos permitiera a nosotros, comunistas, distingutr- nos de la vieja sdentificacién con la tradicién liberal que hasta entonces nos habia caracterizado. Debemos recono- cer que este intento de refundacion del patrimonto ideal comunista fue encarado con la ayuda de Gramscl y de cle- mentos del marxismo italiano. Es légico entonces que los limites teéricos y politicos de este intento, su debilidad in- trinseca en el interior de un partido comunista incapaz de flexibilizarse, su imposibilidad de dinamizar fuerzas inte- lectuales en la sociedad que erostonaran desde afuera el inmovilismo comunista, contribuyeran a poner clara- mente de manifiesto las barreras que se interponian a una plena circulacién del pensamiento de Gramsci en el mundo comunista. Porque soslayada como lo fue su figu- a, result6 al mismo tiempo silenciada toda la problema- tica te6rica y politica que el manxismo {tallano comenz6 a formular, una vez. superada la hipoteca estaliniana. La sospecha sobre Gramsci, como veremos, recay6 luego so- ‘bre todos sus connacionales, fueran ono seguidores de sus perspectivas analiticasy tedricas. A través de su labor como director de Cuadernos de cultu ra —publicacién dedicada especificamente a los temas teéricos y culturales—, en su condicién de consejero de algunas editoriales de tzquierda vinculadas a la organtza- cién partidaria, 0 como animador de una de las mas inte- Tesantes experiencias pertodisticas encarada por los comunistas en una breve estacién de vigencia del estado de derecho en el pais (me reflero al semanario Nuestra Palabra, publicado en rotograbado entre los afios 1958 y 1960), Agostl abrié una ventana a la cultura manxista ita- lana. Es evidente que esta tarea de difusion acompané la notable “apertura” al mundo cultural itallano que en los aftos cincuenta se produjo en el pais, al calor de la singu- lar experiencia politica de la peninsula y de la vivacidad sorprendente de su literatura y de su cinematografia.2° De todos modos, si analtzamos en particular el caso para nosotros emblematico de Cuadernos de cultura, podemos Tecortar con bastante aproximacién el periodo de su ma- yor interés por la experiencia del marxismo ‘italiano que €s justamente el de los aftos que van desde la declinacién del peronismo hasta la ruptura con los intelectuales gramscianos a mediados de los sesenta. St bien nunca hu- bo una marcada disposicin a incluir escritos del propio Gramscl,8! elementos de sus elaboraciones eran utiliza- dos con clerta frecuencia y siempre presentando a su autor como la figura central, el punto de referencia obliga- dode la cultura de tzquierda italiana. De la significativa cantidad de trabajos provententes de esta cultura, y que fueron traducidos al espanol, me de- tengo en dos extensos ensayos que tuvieron para nosotros una significacién muy particular, porque iluminaron nuestras conciencias y condictonaron, en cierto modo, nuestras Iecturas futuras. Fabrizio Onofri nos introdujo con su Examen de conciencia de un comunista al proble- ma intrincadisimo de los intelectuales. considerados no como categoria social sino como personas reales, con sus propios lenguajes, con sus convicciones ideologicas y sus 45 formaciones particulares. Imposibilitado por recato de es- cribir “un hermoso ensayo” sobre los intelectuales comu- nistas, sobre su formacion y sus errores en el camino de la conquista de una conciencia de clase proletaria — decia, no sin una pizca de tronia—, limitabase a ofrecer el testi- monto personal de su vida de intelectual, pensando que se podian encontrar en ella elementos que permitieran a sus companieros de ideales y militancia universalizar, genera- lizar, convertir las historias particulares de Pedro, de Juan o de Pablo, en documentos utiles para la historia si no de toda una generacién, por lo menos de sus expresio- nes intelectuales.22 En Ia reconstrucci6n de esta historia personal, de esta biografia intelectual pensada en cierto modo como la autobiografia de una joven generacién que rechaz6 el fas- eismo y descubrié en los dificiles tiempos de la guerra e! mundo de los trabajadores, en todo esto que Onofri relata- ba con emocién y desnudamiento podia encontrarse, pien- 0 yo, la explicacién del extremo interés con que lo lei- mos. A diferencia de los “viejos”, es decir, de intelectuales como Gramscl y Togliatti, a los que la vida civil les habia ofrecido en sus primeros aftos un cuadro en general com- pleto, integro en todas sus partes, de la compleja trama de una sociedad fundada en un estado de derecho. los “Jove- nes” de los que Onofrt formaba parte, y que vivieron bajo el fascismo, no tuvieron tal oportunidad. “Cuando despertamos a la vida del intelecto —decia Onofri— nosotros encontramos solamente la escuela — iy qué escuelal—, las bibliotecas, las revistas, las conferen- ctas, las diseustones. Todo lo demas no existia. El resto (prensa, sindicatos, partido), alli donde existia, por la for- ma en que estaba constituido y funcionaba sélo nos produ- cia disgusto y rechazo."33 Es por esto tal vez que la mayoria de los Jovenes con in- quietudes que se asomaron a la vida en ese ambiente so- cial encontraron su camino en la vocacién literaria. Para Jos Jévenes que a fines de los treinta comenzaron a dis- tanciarse del fascismo y acabaron combatiendo contra él. “las letras y el arte eran las tnicas actividades en las cua- 46 les se podia canalizar aquella carga de Stwm und Drang y de desenireno, de innovacién y de protesta que cada nue- va generacion trae consigo al asomarse al proscenio”.34 Y Tecuerdo que fue sugerentemente en un articulo destinado a reflexionar sobre la evolucion ideal y politica de la jo- ven generacion intelectual crecida bajo el peronismo don- de Portantiero recoge esta observacién de Onofri para dar ‘cuenta, con espiritu comprensivo y hasta fratemal, aun- que no sin algo de suficiencia, de los obstaculos que ella debia superar para integrarse “a la clase progresiva’ 35 También entre nosotros ("con todos los resguardos a que obliga una traslacion historica’, advertia Portantiero) el desborde del corporativismo, la asfhxia de las bertades publicas, la degradacién cultural, solo dejaban a los jéve- nes el espacio de la literatura, del arte y de la reflexion cri- lca. En los aftos que precedieron y siguieron a la caida del peronismo, un viento de polémica sacudea una genera- clon que se interroga con angustia por las razones de su de- sarraigo y de su frustracién, pero también por las causas del atraso argentino. Pero si para los “Jovenes" de los que habla Onofit exis- tia un camino —por mas dificil que éste fuera— para romper sus ataduras de clase, y con éstas, su inconsciente deseo de hegemonizar a los trabajadores, para nosotros, Jovenes intelectuales comuntstas crecidos también a la sombra del peronismo, ese camino no existia, aunque creyéramos lo contrario, 0 en todo caso no podia ser el mismo. La soldadura entre intelectuales y clase obrera re- quirié de la mediacién comunista; no sélo de ella, pero si fundamentalmente de ella, En la Argentina, en cambio, la adscripetén al Partido Comunista no resolvia el proble- ma. Muy por el contrario, lo complicaba: pero lo suptmos luego. 1a conferencia de Palmiro Togliatti sobre El antifascis- mo de Antonio Gramsct, publicada en 1953 por Cuader nos de cultura, fue tal vez el primer texto de largo aliento que nos permitié disponer de una reconstruccién precisa de la evoluci6n de las posiciones ideales y politicas del re- volucionario italiano en el periodo anterior a su arresto. a7 La “Noticla” introductoria con que la presenté Agosti te- nia el mérito de ofrecer una informacion suplementaria para conocer el escenario histérico de las grandes Iuchas sociales en Ia Italia de la primera posguerra, que concluye- ron con la derrota obrera, el derrumbe del Estado liberal y el ascenso del fascismo. Pero ademas —y esto es lo que interesa ahora recalcar—. proyectaba una orfentacion de lectura de los textos de Gramsci que constituy6 para noso- tros cast una palabra de orden. En una época en la que to- davia no conociamos la totalidad de los Cuadernos de la carcel, Agosti nos invitaba a leerlos con asiduidad no s6- lo porque significaban “un aporte primordial para la ela- oracion de una teoria marxista de la cultura", sino tam- bién porque tenian “singular interés para los argentinos por la similitud de algunos problemas de la formacion nacional de la cultura y de sus fuentes liberales”.®6 La pre- sunelén de la existencia de una “gran analogia” entre los problemas suscitados por el desarrolio cultural italiano ~que Gramset analiza con particular agudeza en los cua- dernos— y los nuestros, sugerida en la “Noticia” de 1953, sera en adelante reiterada con frecuencia por Agosti y de- sarrollada con cierta amplitud en su informe para la pri- mera conferencia de intelectuales comunistas en 1956 Por estos afios, y prologando a nuestro autor, dird lo si- guiente: “No hay igualdad, no hay siquiera presentacion simétrica de las cuestiones: pero su similitud es induda- ble, comenzando por el divorcio entre los intelectuales y el pueblo-nacién, que constituye uno de los datos tipicos enel proceso social argentino”? Y es por esto que, segiin su criterto, las notas recogidas en Literatura y vida nacional adquieren de improviso “un sabor argentino, una virtualidad argentina que estremece [...] Su paralelismo con el caso argentino resulta evidente, ‘pues el incumplimiento de las premisas socioeconémicas de la revolucién democratica ha producido entre nosotros la interrupcién de una linea de cultura cuya originalidad nacional resulta notoria en nuestra América. El provin- clanismo de una cultura de supuestas universalidades y la fractura entre los intelectuales y el pueblo-nacion surgie- ron como notas tipicas en el proceso de nuestra desnacio- nalizacion cultural, acentuado por los sutiles aparatos de travestimento ideolégico erigidos por el imperialismo |... El lector capaz de desafiar el vertigo de las entrelineas y Jas analogias podra encontrar en las notas de Gramsci co- rroboraciones muy sagaces sobre el retardo argentino. Gramsci le da mucho mas que eso: le entrega un método de validez general, enriquecido por una contribucién creado- ra en el campo de la metodologia politica de la cultura. A partir de aqui podemos transitar con mayor seguridad por los caminos, no siempre despejados, que llevan a la re- constitucién de una literatura nacional de acentos popu- lares. Pero esa literatura debe arrancar de lo que el pais es y no de lo que ideolégicamente quisiéramos que fuese, de sus tradictones populares, de sus sentimlentos, aun de sus atrasos, y no simplemente de aquellos ‘prestigiosos mode- Jos’ que alguna vez zahirié Sarmiento y que suelen caer- nos como ropa prestada."38 6 gPero de qué modo se deben o pueden asimilar en térmi- nos adherentes a nuestra realidad reflexiones y pensa- mientos que corresponden a otras realidades? 2Cémo es posible desafiar el vértigo de las analogias sin incurrtr en traslaciones indebidas, o en asimilaciones presurosas? Planteado el problema, las respuestas nos faltaban. Tal vez un ejemplo de las dificultades que teniamos para ast- millar las reflexiones gramscianas “desde el angulo visual del cerebro nacional” — segan la vivida expreston que algu- na vez usara Labriola— fue la lectura que hictmos de la conferencia de Togllatt!. Ya me detuve en analizar hasta qué punto la traduccién que Agosti intent6 hacer de la consideractén gramsciana del Risorgimento como “rivo- Iuzione mancata” condujo a resultados insostenibles. La formula de “revolucién incumplida” 0, mas bien, de “re- volucién interrumpida”, se basaba en un diagnéstico err6- neo de la historia nacional y de 1a realidad del pais. Ador- 49 nada con los ropajes de una hipétesis interpretativa que se asentaba en una reconstruccion historiografica, no era mas que un juicio retrospectivo, una comprensible pero inaceptable recaida en ese victo del modernismo del que Agost pretendié siempre escapar. En el caso de la conferencia de Togliatti, los riesgos eran aun mayores porque ella evocaba situaciones y plan- teaba problemas que no pudimos dejar de aproximar a los nuestros: a comienzos de 1953 tradujimos el antifascis- mo de Gramsci en clave definidamente antiperonista, Pero manteniendo, no obstante, una distancia critica, res- pecto a la oposicion Uberal. Si el fascismo no era como afirmaba Croce, y tendian a creer nuestros liberales, sim- plemente una “peste intelectual y moral no ya de clase si- no sentimental, de imaginacién y de voluntad genérica- mente humana’, “un movimiento audaz, carente de toda fe, de todo sistema positivo de ideas, pero que renegaba de todo el pasado”; st el fascismo era, en realidad, ademas de todo esto un sistema nuevo de organizacién de las fuerzas politicas y sociales en torno a un Estado de nuevo tipo, ho ocurria algo semejante con el peronismo? ,Era post- ble explicarlo sélo como manifestacién de autoritarismo y manipulacion? 2Cémo saber lo que efectivamente signt- ficaba st esa explicacion no nos satisfacia? La profunda diferencia metodologica que distinguia a Gramsci de Cro- ce en la consideracién del fenémeno fascista nos ayudé de algin modo a nosotros a evitar la pura y simple identifica- ci6n del peronismo con dicho fenémeno, que fue el error de analogia en que terminaron entrampados los oposito- res al goblemo de Perén, Croce rechazaba como criticable y peligrosa una investigacién por la cual "se quiere encon- traren una edad oen las edades precedentes Jas causas del malestar que se manifiesta en la edad siguiente”. Pero como bien mostraba Togliatti, este rechazo del ilegitimo uso en historia de la ligazon necesaria entre causa y efec- to condyjo al filésofo napolitano a explicar las cosas por lo trractonal, por la peste del intelecto, de la mente o del sentimiento, todo lo cual servia de poco para dar cuenta del fascismo, Y cuando el fascismo se instale y retenga por anos el poder, Croce rehusara hasta escribir la histo- Ha porque gcémo puede hacerse la historia de lo trracio- nal, de la peste imprevista, de la demencia?9 Lo mismo gno les sucedié a nuestros intelectuales liberales cuando identificaron el peronismo como una “segunda tirania"? Su perplejidad frente al nuevo fendmeno gno fue semejan- te a la que frente al fascismo tuvieron sus pares italla- nos? Es curloso que, como éstos, se sintieran tentados a deserfbir al peronismo —aunque antes lo habian hecho del mismo modo con el radicalismo— en términos de sen- tumientos politicos, pero no de razon. A diferencia de Croce, Gramsci adopté un camino dis- tinto; se propuso buscar en el complejo histérico del pa: do la premisa y condicion del presente fascista. ,No debia- mos nosotros recorrer un camino similar para poder explicarnos cémo pudo surgir en los afios de la esperanza- da posguerra una corriente {deal y un movimiento politi- co como el organizado en torno al gobierno de Perén? Si del examen de la historia de Italia, de la critica del Risor gimento y del Estado que de él result6, emergia con cla- ridad la responsabilidad de las clases dirigentes tradi- cionales en la imposicién de un orden politico que impi- dio la resolucién de cuestiones vitales para el pueblo y para la nacién, zno fue el peronismo el resultado no queri- do de la decadencia de un orden tan ilegitimo como aquél? ¥ en este caso, spodiamos nosotros, comunistas, seguir pristoneros de una légica politica que nos colocaba objetivamente Junto a esas mismas fuerzas de conserva- cion que rehusaban admltir la necesidad de un cambio radical del orden econémico-social, necesidad sobre la cual se constituyé, més simbélica que realmente, la pre- misayla condicién del peronismo? Pienso que todas estas preguntas estaban planteadas en la sociedad argentina cuando el peronismo comenz6 a dar muestras de agotamiento y su crisis futura se perflla- ba en el horizonte, Su derrumbe precipité un laborioso y contradictorio trabajo de reflexién que hizo posible pen- sarlo como algo mas que ese “hecho maldito” clausurado en el interregno de la antihistoria. No creo que este in- 51 tento de autocritica que condujo a la mayoria de nosotros a considerar de otro modo al peronismo, si nos atenemos alo que fue el debate intelectual en los afos que van desde su caida hasta el golpe militar de 1976, haya alcanzado su punto de consumacién. ¥ no sélo por nuestra incapacidad de gravitar sobre los hechos, sino también y fundamental- mente por todo lo que la Libertadora abort y dejé pen- diente. En la medida en que la experiencia peronisia no se extingulé con su caida, y en que, por el contrario, mostré Potencialidades impensadas de recompostcién, la refle- xin sobre lo que pas y se creyo muerto debia medirse con la opacidad de un mundo frreductible a la direccion de cambio que creimos descubrir en los sucesos de sep- tiembre de 1955, Mas que la explicitacion de la autocriti- cade una sociedad encaminada a superar un pasado, el de- bate intelectual, en esencia, se redujo a la determinacion de Jas razones por las que los intelectuales democraticos y de tzquierda debian aceptar, como la tinica realidad po- sible, ese nuevo peronismo reconstituido desde fuera del poder de] Estado, Cuando en los incandescentes afios se- senta se produjo su encuentro existencial y politico con un peronismo al que quiso ver como revolucionario aun a pesar suyo, el resultado fue asumido como la conclusion necesaria de un largo camino que se inicl6, para poner una fecha, en el momento mismo en que Pern abandoné elpaisy, con él, a sus seguidores. x ‘Sin embargo, no fue asi como en ese momento imagina- amos habrian de ocurrir las cosas. El problema de la su- peracion del peronismo estuvo planteado como una tarea primordial a encarar en el presente inmediato una vez que su vulnerabilidad se torné evidente. Y hubo algunos grupos de intelectuales de filiacion democratica, no lbe- ral diria yo, que mostraron una aguda sensibilidad ante Ja cuestién.49 Aun més, pienso que no pueden entenderse 52 algunos hechos politicos como la fractura del Partido Ra- dical y la formacién de lo que habra de denominarse el “frondizismo” sin poner de relieve que se trat6, acaso, de la operacion ideolégica y politica més inteligente para ocupar una herencia que s¢ consideraba vacante y poder encontrar de tal modo una salida institucional a la anti- noma perversa que oponia a peronistas y antiperontstas y que la Revolucion Libertadora agudiz6 en lugar de supe- rar, Parte importante del patrimonio ideal peronista de los afios que le siguieron, y que en buena medida ain per- dura en el presente, result6 tematizado y organizado en cuerpo de doctrina por ese formidable instrumento de fusion ideol6gica que fue la revista Qué, dirigida por Fri- gerio.4! Hoy, a més de treinta afios de estos hechos y reflexio- nando un poco en voz. alta, yo diria que algo semejante, 0 aproximable, ocurria entre los jévenes intelectuales que giraron alrededor de Agosti, considerandolo como una fl- gura de renovacin del comunismo argentino. También alli se produjeron procesos moleculares de reconstitucién de identidades que condujeron poco tiempo después a en- frentamientos y rupturas. Si pudimos lee esos textos del modo abusivamente analogico en que lo hicimos, st busca- mos en el filon gramsciano del marxismo europeo lo que estabamos convencidos de que el nuestro no podia dar- nos, es porque la sociedad misma formulaba preguntas a las que nos sentiamos incapacitados de responder, aun- que evocaban problemas de algim modo aproximables a aquellos con los que se habia enfrentado Gramsci en sus reflexiones de la carcel. Pero no fuimos s6lo nosotros, in- telectuales comunistas, quienes nos vimos impelidos a indagar en dimensiones culturales que no eran las pro- pias de un camino de aproximacién. Muchos otros también lo hicieron y otros fueron sus modelos. Los intelectuales democraticos que animaron la experiencia de Contomo, para dar un ejemplo emblemat- co, encontraron en un Sartre apropiado con inteligencia y pasi6n*? un sustento acaso decisive para su reexamen de la literatura argentina en su vinculacién con una realt- 53 dad histérica que era afectada en su interpretacion tradi- clonal. Un camino, por tanto, que desde la critica litera- ria habria de levarlos finalmente a la critica politica y a la izquierda. Este itinerario estuvo vedado para nosotros, obligados como estabamos a pensar en el interior de una estrecha y empobrecida cultura marxista-leninista. El encuentro con Gramsc! fue, por esto, cas! un hecho nece- sarlo, un transito obligado para poder repensar desde el interior de esa tradicién, aunque cuestionandola, una rea- Udad nacional a la que la caida del peronismo colocaba bajo una nueva faz, enigmatica y prometedora, Todos pen- sibamos que se iniciaba un capitulo nuevo en la historia de la tzquierda argentina en el que era postble proyectar, y trabajar en consecuencia, un encuentro con ese mundo @e los trabajadores al que la experiencia peronista habia apartado de su destino de clase. En suma, estabamos fren- te a una ocasién historia que s6lo podia ser aprovechada en favor de una politica de transformacién a condicién de una profunda renovactén teérica y politica de la tzquier- day en primer lugar de los comunistas. Porque pensabamos desde la politica, la afectacion de ese complejo de doctrinas que constituia el fundamento de nuestro patrimonio tedrico —ese “marxismo-leninis- mo” por el que sentiamos un rechazo inocultable— s6lo podia hacerse desde un mardsmo que no fuera el de los profesores, es decir, desde un mardlsmo capaz de medirse con los problemas reales de nuestro Uempo y de nuestra realidad. Lo que nos cautivé en Gramsct fue precisamente esto, su caracter nacional; el hecho de que por primera vez podiamos dialogar con un pensamiento estrecha- mente vinculado a la historia de un pais tan proximo a nosotros como era Italia; la circunstancia de que sus re- flexiones sobre ¢l problema de los intelectuales o la formulacion de conceptos como el de bloque histérico y ‘hegemonia, o la distineién entre momento econémico- corporative y momento étlco-politico, guerra de mo- vimientos y guerra de posicion, o sea el conjunto de sus categorias analiticas, se desprendian de una reflexion pro- funda sobre la formacién cultural y politica de la nacién 54 italiana. Unicamente un pensador de estas caracteristi- cas podia ayudamos a someter a critica una tradicion que nos parecia inadecuada para hacerse cargo de las deman- das de una realidad tan compleja como la dejada en heren- cla por la caida del peronismo. El privilegiamiento de la autonomia cultural y politica del Partido Comunista —respecto de una tradicion que mantenia confusas ¢ indefinidas sus fronteras con la cul- tura liberal-demoeritica, y de wna acclon practica osci- Jante y contradictoria en ia determinacion de sus allados politicos—4 se impone como una necesidad dictada por la revista descomposicién del peronismo que seguiria a su caida. Pero tal autonomia suponia, como es comprensi- ble, afectar una continuidad ideal que ¢l beralismo insti- tuyé entre el nacimiento de la nacion y la derrota de la tirania de Rosas: la llamada “tradicion de Mayo", 0 “li- nea Mayo-Caseros” a partir de la cual toda la experiencia peronista no era sino la repeticién de lo ya sucedido. Una segunda tirania cuyo abatimiento aseguraba el relanza- miento de la nacion. ¥ st algo caracteriz6 la labor de los intelectuales comunistas por esos primeros afos del pos- peronismo, vista desde la perspectiva en que me coloco, fue una dedicacién antes poco usual al examen de la tradi- cidn nacional, de las corrientes ideales que la conforma- rony de sus momentos significativos. Es clerto que la pobreza de los instrumentos analiticos empleados y lo limitado de muchas de sus hipétests empo- brecieron sus resultados, pero vale la pena remarcar la magnitud del esfuerzo antes que sus adquisiciones cultu- rales porque de todas maneras indiean una direccién de busqueda acertada. Se pretendia redefinir los contornos de una herencia democritica que pudiera ser diferenciada de la tradicién liberal y de las corrientes nacionalistas, herencia de vital importancia para la formacion de una cultura socialista. ¥ no debe sorprendemnos que en esta ba- talla ideal volvamos a encontrar los ecos del pensamien- to de Gramsci como fundante de un criterio metédico de distincion que posibilitaba una confrontacién producti: va con aquellas corrientes predominantes en la cultura 55. argentina. Sorprende que las lecturas sean las mismas y con finalidades semejantes. {No es Franceso De Sanctis, leido con las lentes de Gramsci y de Togliatti, la fuente insptradora, tanto en el caso de Agosti como en el de Por- tantiero y de algunos mas,44 de un esforzado, aunque no slempre claro, trabajo de deslinde de una corriente de- mocratica en la tradicién nacional, separada del Mbera- Uismo “como cosas diferentes, no iguales y nt siqutera anélogas"? Hoy resulta claro que las dificuliades del pro- cedimiento no eran sélo analiticas y que se desprendian en gran medida de las debilidades propias de los elemen- tos que podian conformar tal corriente, pero que nunca lo- graron dar al pensamlento democratico una autonomia Plena. La indefinicién derivaba por tanto de una realidad que era més confusa de lo que pretendia el afan clasifica- torio. Pero lo que interesa recalcar es que en el momento en que las necesidades politicas de una distincién irrum- pen en el debate, es a Gramsci y a sus reflexiones sobre el Risorgimento que se recurre para fundarla en sede histo- Hogréfica. En El mito liberal, que junto a Nacion y cult. ra publicado por la misma fecha (1959) representa el mo- mento de maduracién de su pensamiento y de clarifica- cién de su querella contra el nacionalismo y de su mayor distanciamiento de la tradicién liberal, Agosti recuerda Ja definicion con la que Francesco De Sanctis exalta la po- sicién democratica, contraponiéndola a la liberal. Y la utiliza en el mismo sentido en que antes lo hiciera To- gilatt! en su conferencia sobre el antifascismo de Antonio Gramsci, publicada como ya recordé por el propio Agosti en Cuadernos de cultura: “Donde hay desigualdad —afirma De Sanctis— la liber- tad puede encontrarse escrita en las leyes, en la constitu- clon, pero no es cosa real, porque persisten las clases: no es libre el campesino que depende del propietario, no es li- bre el cliente que contintia sometido al patron, no es libre el hombre de la gleba que esta sujeto al incesante trabajo delascampanas,"45 Con su doble combate contra 1a tradicién beral, por su falta de nervadura democratica, y contra el nacionalis- mo, por su visién nostalgica 0 autoritarla del pasado argentino, Agosti pretendia darle a su partido una autono- mia cultural y politica de la que hasta entonces habia carecido. Comio se vera, esta suerte de “tercera via" no en- contré sustento alguno ni en la sociedad ni en la propia ‘agrupaci6n politica para la cual fue formulada. 8 Con ambos libros Agost se colocaba tan en las antipodas de las posturas tradicionales del comunismo argentino que debia provocar, como es natural, algiin desconcierto en sus filas. Pero fueron muy pocos los que se mostraron dispuestos a asumir todas las consecuencias en el plano del debate cultural de esta operacién a dos flancos. Si se consultan las publicaciones vinculadas a esa corriente po- litica se observara con sorpresa el muro de sflencio que se construyé a su alrededor y el evidente menosprecio de las esferas dirigentes por dos obras de excepctonal nivel inte- Iectual si se las compara con la publicistica comunista de Ja €poca, pero no slo con ésta. Excepto ‘entre quienes seguiamos con interés sus trabajos, 0 en algunos intelec- tuales de la llamada “izquierda nacional’, en el resto hu- bostlencio whostilidad. Un ensayista de antigua formacion marxista y de postu- ra politica peronista, Hernandez Arregui, no pudo dejar de manifestar su estupor frente a la actitud adoptada por Agosti y trat6 de explicar como pudo abrirse paso sin conflictos visibles con el establishment comunista. “El cambio es tan siibito —arriesgaba— que ha debido publi- car ambos trabajos con un breve intervalo de tiempo, pa- ra preparar a una clientela poco flexible a estas viradas que chocan a la mentalidad momificada en moldes Itbera- les de los grupos de izquierda”.4® La explicacién era poco convincente porque con toda razén podrian aducirse mo- tivos mas valederos para justificar la decision editorial. Nacién y cultura intentaba encarar un examen global de las sedimentaciones culturales de una nacién irrealizada 87 y de los problemas que de esta situacién emergian respec to de la forma y los contenidos de la cultura argentina. Es logico que concluyera con un analisis polémico de la co- rriente nacionalista, fuertemente critica como era ésta de toda la tradicién Mberal. Pero si el autor deseaba ademas distanciarse de una cultura a la que le cabia una maxima responsabilidad en la escisién entre intelectuales y pue- blo, estaba obligado a encarar un estudio més pormenori- zado de ella. Pudo entonces considerar conveniente confe- rir a éste una extensién que requeria de un volumen apar- te. Sea como fuere, la reflexion de Hernandez Arregul ilus- tra sobre el efecto de sorpresa que tuvo la publicacion. El critico encontraba en ambas obras elementos valiosos co- mo la afirmacion de que “la crisis de la sociedad argenti- na ¢s una crisis estricta del liberalismo argentino", pero no dejaba de expresar el fastidio que le provocaba el he- cho de que Agost! se hubiera servido “de un escritor ex- tranjero como Antonio Gramsct” para utilizar categorias y términos “nacidos en el pais y al calor de la lucha na- Clonal’, La observacion no dejaba de ser una estrecha manifestacion de vanidad de aldea, pero de algun modo evidenciaba la escasa consideracién que algunos medios intelectuales tenian por esos afios del pensamiento de Gramsel.4? Apenas una década después, seran algunos j6- venes intelectuales peronistas, lectores entusiastas de las obras de Hernandez Arregui. los que intentaran una apro- piacion de Gramsci en la clave “nacional-popular” con la ‘que se sentian identificados. La propuesta de reconstruccién de la linea tradicional de la cultura comunista nunca logro expandirse; muy por ¢l contrario, encontré al poco tiempo obstculos insupera- bles tanto fuera como dentro del propio partido. En la medida en que por distintas razones era incapaz de expli- citar las consecuencias que ella tenia sobre la politica concreta de los comunistas, tampoco podia redefintr las matrices tedricas sobre las que se fundaba. Estaba conde- nada a ser una mera construceién ideolégica y no una linea de trabajo politico-cultural. Sin posibilidad de ex- pandirse al trabajo directamente politico para fundar otras orientaciones en la accién, no podia siqulera aspi- rar a conquistar un dominio pleno, aunque acotado, en el campo particular de Ja batalla cultural. Y basta recordar dos hechos para visualizar los fuertes condicionamientos que soportaba, aun en momentos de relativa Kiberaliza- clon, el debate tedrico y politico de los comunistas argent!- ‘nos cuando rezaba en algo una tradicin consolidada, El primero ocurrié con motivo de la Reunion Nacional de Intelectuales Comunistas a fines de 1956, cuando un Provocativo debate sobre las modalidades que debia adop- tar la actividad de la critica literaria realizada por los co- munistas desemboc6, como era légico que asi ocurriera en los anos del posestalintsmo, en un cuestionamiento Slobal del realismo socialista y de la literatura soviética, Esta primera conferencia nacional, preparada con un eri. terio amplio y en un periodo de aflujo significativo de in- telectuales jovenes a la militancia partidaria, se frustré Porque la direcclon del Po, o algunos de sus miembros que gjereian una conduccién no ficllmente cuestionable por los demas, no estuvieron dispuestos a soportar observa- clones criticas a lo que su sectarismo consideraba como agravios al soclalismo. Algunos de quienes “tuvieron la desdicha de participar en una conferencia presentada con signos tan alentadores, y que con ingenuidad creyeron que se deseaba realmente encarar un debate sin restriccio- nes sobre la politica cultural de los comunistas, recuer- dan todavia las violentas intervenciones con las que Ro- dolfo Ghioldi, para citar el caso mas clamoroso, anatema- tiz6 a los inoportunos criticos.48 Cuando tres aitos des- pués se realiz6 la segunda Reunién Nacional ya las cosas estaban en regla y los sospechosos de iconoclastia ni si- quiera fueron invitados.... El segundo hecho esta referido directamente a Gramsct y alo que fue, tal vez, la primera polémica sobre su pensa- miento en el interior de un partido comunista que se pro- dujo fuera de Italta. En 1962, y con motivo del articulo de Oscar del Barco “Notas sobre Antonio Gramsel y el proble- ma de la objetividad” enviado a Cuadernos de cultura Para su publicacién, tuvo lugar en el seno de la comisién 59 PO FF OUP aD Ua cultural del partido una discusién entre quienes se pro- nuneiaban por su rechazo y quienes consideraban que podia ser ésta una ocasién para cuestionar al proplo Gramsci. La comisién acepta finalmente el criterio de Agosti y resuelve autorizar la inchusién del articulo en la revista, pero encarga a dos de sus miembros la redaccién de una respuesta en la que se explicite “la posicién de la co- mision”, que en este caso equivalia a la del partido (jsic!) sobre el tema. Un tema que. como el del concepto grams- clano de objetividad, se distanciaba como sabemos de las teorias leninistas sobre el reflejo, aunque guardara una estrecha relacion con las Tesis sobre Feuerbach de Marx. El nexo de cultura y politica era hasta tal punto indiferen- clado en la teoria y en la practica de los comunistas que una discusi6n literaria sobre el cardcter de las vanguar- dias y su vinculacién con el realismo socialista, 0 un examen critico sobre los fundamentos filosoficos de la concepcién historica de Marx, despertaba rapidamente la suspicacia, primero, y la interdiccién, después, de una di- recei6n politica que pretendia, absurdamente, abrirse a Jas demandas del presente sin modificar en lo mas mini- mosu patrimonio ideal.49 De todas maneras, hay que reconocer que la profunda desconflanza que despertaba en el micleo dirigente cual- quier debate acerca de las nuevas orientaciones que debia incorporar la reflexién tedrica tenia su razén de ser. Cuando en una formaci6n politica no existe un reconocl- miento pleno de las dimensiones propias de la teoria res- pecto de la practica partidaria y se identifica a ambas ba- Jo una impronta de orden exclusivamente ideologico, to- da discusién de indole teorica, no interesa sobre qué verse, tiene una directa implicacién politica. Detris del debate sobre la poética realista, 0 sobre el caracter del in- manentismo gramsciano en su vinculacién con el marxis- mo, habia en realidad un cuestionamiento de la politica comunista en su conjunto, Tanto nosotros, como ellos, lo sabiamos, pero nadie estaba dispuesto a poner todas las cartas sobre la mesa, 9 La politica de relativa liberalizacion de clertas esferas de la actividad partidaria ~y de la cultura en primer lugar— fue a tal extremo la iniciativa de un micleo reducido del grupo dirigente que précticamente se evaporé apenas de- iO enfrentarse a los complejos mecanismos ideolégicos ¥ politicos que fragmentaron a comlenzos de los sesenta al movimiento comunista internacional. La hipétesis de un proceso de disgregacién del peronismo que posibilita- ra a los comunistas resolver el histérico problema de la conquista de las masas trabajadoras fue contradicha por los hechos, También lo fue la inconsistente confianza, que siguié al fracaso de la primera, en un eventual “giro a la tequierda” del peronismo. Si hasta se lego a especular con la constitueién de un “partido tinico” de los trabajado- res que unificara lo que desde 1945 estaba separado, era logico que en el campo especifico de la cultura se Impu- siera poco a poco un ajuste de cuentas con una tradicién de la que por mucho tempo se proclamé ser parte y a la ‘quela tzquierda peronista condenaba como liberal. El derrumbe de todas estas ilusiones, que si en 1956 te- nian algiin viso de verosimilitud en 1962 lo habian perdi- do, ocurrié en un momento de quiebra de la homogene!- dad ideol6gica y politica del mundo comunista: conilicto chino-soviético, autonomizacién del comunismo ttalia- no, fragmentaciones partidarias, ete. También son los anos de la expansion del castrismo y de la estrategia gue- rmillera en América Latina y de la disgregacién de la hege- monia del marxismo-leninismo sobre la cultura de iz quierda. Frente a la alternativa de una renovacién ideolégica y politica de resultados finales inclertos para la suerte futu- ra de la organizacién, en la medida en que la colocaba ante los riesgos de una fragmentacién que no pudiera con- trolar, la direceion del Pe opt6 por abroquelarse en la de- fensa a ultranza de las posiciones mas tradicionales. El halo de herejia que stempre rode6 a Gramsci se extendera en adelante a otras figuras del comuntsmo italiano y en 61 particular al propio Palmiro Togliattl, No debe sorpren- dernos, entonces, que los comunistas argentinos se nega- ran siempre a publicar su “Memorial de Yalta’, elevado a la categoria de testamento por su lamentado deceso ape- nas terminado de redactar.0 Cuando en 1963 el grupo de intelectuales cordobeses que dio vida a la experiencia de Pasado y Presente fue expulsado del partido, sanci6n seguida por otras que colo- caron fuera del comuntsmo argentino a la mayoria de su sector universitario en Cordoba ya un grupo numeroso de estudiantes ¢ intelectuales de Buenos Aires, Rosario y Mendoza, se clausuré por largos anos la tenue y controver- tida presencia de Gramsci entre los comunistas. En ade- ante, ni siquiera sera mencionado. Y aunque es posible afirmar que Agosti nunca reneg6 de la deuda intelectual que habia reconocido tener con el pensador y revoluciona- Tio italiano, dej6 si de manifestar la vocacién entusiasta deotrora. Capitulo3 LAEXPERIENCIA DE PASADOY PRESENTE, En abril de 1963 inicia su publicacién en Cordoba una re- vista trimestral de ideologia y cultura de clara inspira- cin gramsclana. Su titulo, Pasado y Presente, recogia el mismo con el que Gramsct rubricé aquellas notas de sus cuademos destinadas a examinar experiencias civiles y morales de las que quiso aleanzar una conciencia exacta y a las que traté de dar “una expresion no sélo teérica si- no también politica’. El presente como critica del pasado, ademas de su superacién era su emblema y fue también el de los que emprendieron en la ciudad mediterranea una travesia que atin nocesa. 1 Pasadio y Presente se propuso ser la expresién de un cen- tro de elaboracion cultural relativamente auténomo de la estructura partidaria y un punto de convergencia de los in- telectuales comunistas con aquellos que provenian de otros sectores de Ja tzquierda argentina. La revista, cuya primera serie concluye en septiembre de 1965, pretendia organizar una labor de recuperacién de la capacidad hege- ménica de la teoria marxista someti¢ndola a la prueba de las demandas del presente, Desde esta preocupacién, y aungue ello no fuera muchas veces expuesto de manera ro- tunda en sus contribuciones, cuestionabamos el llamado 63 “marxismo-leninismo” como patrimonto teérico y_politi- co fundante de una cultura de la transformacién. Lenin era, para nosotros, la demostracién practica de la vitali- dad de un método y no una suma de principios abstractos e inmutables; su filosofia no debia buscarse alli donde se creia poder encontrarla sino en su accion practica y en las reflexiones vinculadas a ésta. No en Materialismo y empirioeriticismo, sino en las Tesis de Abri, para dar un ejemplo, Recuerdo que en el editorial del primer nimero, que fue el texto por el que acabamos todos por ser expulsados del Partido Comunista, afirmabamos enfaticamente una con- vicclén que, al cabo de los atios transcurridos, creo que ca- racteriza bien lo que distinguié a tal experiencia de otras Publicaciones de izquierda de la época, a las que en mu- chos otros sentidos se asemejaba. Deciamos alli: “La auto- nomia y la originalidad absoluta del marxismo se expre- sa también en su capacidad de comprender las exigencias a las que responden otras concepciones del mundo. No es abroquelandose en la defensa de las posiciones preconstt- tuidas como se avanza en la busqueda de la verdad, sino partiendo del criterio dialéctico de que las posiciones ad- versarias, cuando no son meras construcciones, derivan de la realidad, forman parte de ella y deben ser reconside- radas por una teoria que las totalice”. Por una teoria, en fin, que pueda extraer de todas esas posiciones “todo lo que de verdad, de conocimlento” efectivamente conten- gan. Y citébamos a un fildsofo italiano, Antonio Banfi, comunista también él, para recordar que el marxismo triunfa usando las armas del propio adversario y enrique- cléndose de sus tesoros, no como botin de guerra, sino ¢o- ‘mo premio de una reconocida vietoria 51 Esta conviccién, que nosotros elevamos a principio ar- quimédico para la elaboracién de las hipétesis de traba- Jo, surgié del modo en que considerabamos las raices del ‘marxismo y de la influencia que ejercian sobre nosotros otros filones de la cultura europea a los que tuvimos acce- so por razones del todo ocasionales debidas a historias personales de los miembros del grupo, pero que nos 4 hablan de las virtualidades de los viajes, de los efectos fe- cundos de los cruces de culturas. Estuvimos asi en condl- clones de recibir y de analizar a partir del marxismo corientes tales como cl existencialismo sartreano y la fenomenclogia de Husserl, Claude Levi-Strauss y el estruc- turalismo, Braudel y la nueva historia, y hasta las co- rentes modernas del psicoandlisis que giraban en torno de un sol apenas conocido por estas tlerras: Jacques Lacan, sin comprometemnos con ningun ismo. ¥ pudimos hacerlo porque encontrébamos en el marxismo italiano, y en Gramsct en particular, un punto de apoyo, el suelo fir- me desde el cual incursionar, sin desdecimnos de nuestros Ideales socialistas y de la confianza en la capacidad eriti- ca del marxismo, en las mas disimiles de las construccio- nes tedricas. Es verdad que estas nuevas corrientes del saber despertaron el interés de muchos intelectuales de formacién marxista y que otras revistas de tzquierda pu- blicaron trabajos dedicados a analizarlas. En este senti- do podriamos hablar de una suerte de “espiritu de época” facil de advertir en todas esas publicaciones. Pero lo ins6- lito en nuestro caso era el hecho de que pudiéramos sus- tentar una amplitud de intereses y un desenfado ante la cultura “burguesa” que no era comim, Para citar un solo ejemplo, el tiltimo nimero de Ja primera serie, de sep- tiembre de 1965, incorporaba un articulo de Oscar Masot- ta sobre Lacan, tal vez el primero en su genero que se publi- caba en espanol, con un texto de Héctor Schmucler en que enjuicia la literatura a través de Rayuela y el andlisis del conflicto de los obreros de la empresa Fiat de Cordoba. La encuesta obrera de Marx, junto a Lacan, Prebisch y Corta- Zak. ‘Al mencionar esta modalidad de trabajo con la cultura no postulo iniciar una discusion acerca de la legitimidad de todos estos cruces filos6ficos y culturales, stno stmple- mente reconocer que no se trataba de un mero eclecticis- mo sin fronteras, que todo eso era posible porque habia un punto de partida que lo admitia; un punto de partida sustentado en el pensamiento de un manxista que admitia tales aperturas. En este sentido, y creo que sélo en él, por 65 Jo menos desde una perspectiva grupal, fulmos “gramscla- nos” y como tales reivindicébamos nuestra identidad en el ambito del debate argentino, Cast como un desafio, como una forma de nadar contra la corriente. Y si para la ortodoxia comunista esa condicién era en definttiva la prucba mis evidente de nuestro “revisionismo”, para algu- nos sectores de la tzquierda expresaba un camino de bis- queda y una manera de encarar los problemas teoricos y politicos que debian ser alentados, por encima de la opi- nién que le merecieran nuestras posiciones politicas con- cretas. En un articulo dedicado a comentar nuestra activi- dad, y en el que por vez primera se nos identificé con un mote destinado a tener fortuna: “los gramscianos argenti- nos", la revista Izquierda Nacional teflextonaba del st- guiente modo: “El surgimiento de una corriente intelectual de inspira- cién gramsciana en la Argentina forma parte de este pro- ceso de esclarectmiento que divide a la intelectualidad marxista. Y puesto que la personalidad de Antonio Grams- cles una de las mas ricas del siglo, no seremos nosotros quienes desdentemos el valor de su produccién intelectual y la importancia de su influencia. Por el contrarto, cree- ‘mos necesario destacar el caracter que deben asumir sus ensefianzas en el campo especifico de nuestra realidad [...] El gramscianismo en nuestro pais se manifiesta mas en términos de autoconciencia del fracaso de la direccton del Partido Comunista, es decir, como critica interna del mis- mo, que como aplicacién consecuente del ejemplo dado por Gramsci en Italla. Sin embargo, el caracter que asume esta bifurcacién 0, mejor expresado. este soslayar el pro- blema central del proceso revolucionario en la Argentina mediante la critica de las direcciones politicas de la iz- quierda tradicional, no tendran las consecuencias que en el pasado debieron padecer algunos intelectuales. Las vie- Jas acusaciones |...] que debleron soportar varias genera- ciones nada podrian en el presente. Irremediablemente para ellos, la nueva generacion inicia una nueva etapa y, a lo sumo, podran precipitar su incorporacién a las lu- chas concretas en el terreno nacional“? EI articulista (por qué me empecino en creer que de- tras del seudonimo pudo haber estado la persona de mi amigo Ernesto Laclau, por esos afios integrado a la revis- ta?) colncidia con los redactores de Pasado y Presente en que el problema central a resolver era “el de una reinter- Pretacion de todo el pensamtento argentino desde y con el mandsmo”. Finalmente, se preguntaba: “,A dénde van los Jévenes gramsclanos?” Su respuesta era en condicio- nal: “Ello depende de la influencia que como grupo de opt- nién sean capaces de ejercer”.53 2 Cual fue la influencta real del grupo Pasado y Presente y de las empresas que animé? 2Qué produjo en términos de resultados una experiencia cultural que mirada desde el presente evidencia ser muy vasta. aunque estuviera acom- Pafada de graves errores politicos, de impaciencias y equivocos, de notables limitaciones teoricas y de una Incapacidad manifiesta de sostener con rigor y responsa- bilidad algunas de sus ms fértiles intuiciones? El balan- ce critico todavia no ha sido hecho, pero deberia tmponér- senos como una exigencia porque fulmos parte activa de ese proceso incontrolado que condujo a la sociedad argen- tina a una increible espiral de violencia. El Coloquio de Ferrara tal vez operé en nosotros, sin que sus organtzado- res se lo hubleran propuesto conscientemente, como un estimulo eficaz para encarar el reexamen critico de una experiencia que constituy6 también un capitulo significa tivo de los avatares del gramscismo en América Latina. A tal propésito me permito hacer algunos sefialamien- tos que acercaran elementos necesarios para la compren- stén de la “geografia” que nos propusimos delinear. En primer término, sefialo la relativa disponibilidad de la cultura argentina para abrirse a la influencia de las co- rientes, movimientos y figuras mas significativas de la cultura italiana de posguerra. En los afios que siguieron a 67 Ja caida del fascismo y al aflojamiento del control pero- nista sobre la libre circulacién de los blenes culturales, pudimos acceder y compartir todo lo que de nuevo o reno- vado creaba en los tiempos dificlles de la reconstruccién nacional una cultura que se habia liberado de la opresién fascista y en la que el marxismo tenia una presencia rele- vante, por no decir hegeménica. Gramse! acompano en clerto modo la invasion del neorrealismo filmico, y a tra- vés de algunas publicaciones, de Cinema Nuovo en espe- lal, seguimos los debates que provocaron sus reflexiones sobre problemas estéticos y culturales. Leimos con pasion a Vittorint y pudimos reconstruir en la Crénica de los po- bres amanies de Pratolini la tragedia que significo el fas- cismo para el mundo popular subalterno. Las traduccio- nes de Attilio Dabini nos permitieron descubrir a Carlo Lew, y su Cristo se detuvo en Eboli nas evord la existencia en nuestro propio pais de pueblos que se aferraban con dig- nidad asus culturas primigenias. Afios antes, 1 exilio provocado por las leyes ractales impuestas por Mussolini habia traido a nuestro pais pen- sadores que como Rodolfo Mondolfo o Renato Treves di- fundieron Ia cultura filoséfica italiana, hicieron traducir y editar a Benedetto Croce y al propio Francesco De Sanc- Us. Con Chiarinl, Salinari y otros criticos segutmos el debate sobre el realismo y a través de ellos irrumpe el Lukacs dedicado a la sociologia de la literatura. En las pu- blicaciones periédicas dedicadas a la critica cinematogra- fica de la ¢poca —lamentablemente fenecidas sin que otras las sustituyeran— los nombres de Guido Aristarco y de Umberto Barbaro eran menciones obligadas. El des- lumbramiento por una cultura que mostraba tanta rique- zay versatilidad en la tarea de incorporar temas y proble- mas de otras areas a las que nos resultaba dificil acceder por razones {diomaticas —la alemana, por ejemplo— en- contré en la figura de Cesare Pavese una confirmacién subyugante. En una época todos futmos pavesianos, lecto- res incansables de su obra poética muy tempranamente traducida en el pais pero también de ese lure de chevet que por aos fue Eloficiode wiv. Cuando en 1961 Portantlero se propuso analizar desde una nueva perspectiva la tradicién de la literatura de iz- quierda en el pais y la repercusién del peronismo en las élites intelectuales, hizo preceder su estudio de una exten- ‘sa consideracién sobre el problema del realismo que usu- fructita el debate italiano. Y recuerdo que uno de los capi- tulos de Realidad y realismo en la narrativa argentina, que reine ambos trabajos. lleva precisamente un titulo que me parece indicativo de lo que para nosotros fue la incorporacién de la cultura italiana de izquierda y el co- nocinento de Gramsci en particular: “La busqueda de la realidad". Estas palabras acotan con precisi6n ejemplar la significacion de un patrimonio tedrico y cultural que contribuyé de manera decisiva a reconducir a la cultura marxisia de fillacin comunista hacia lo concreto, hacla el encuentro de una realidad que, dolorosamente, nos re- sultaba ajena. Podria adueitse, y algo de raz6n habria en €0, que no deja de ser insélito que algunos comuntstas ar- gentinos necesitaran de un afin italiano para descubrir una realidad que no podian aferrar. Pero de qué otro mo- do podiamos afectar una tradicién desde la que reconocia- mos al mundo y de la que comenzabamos a distanciar- nos. si no era apoyandonos en algulen también participe de ella. pero con una mirada distinta? Para decirlo con sus palabras el influjo de Gramsc! entraba como un fer- mento que ponia en ebullicién una materia en erosion y sus consecuencias no podian dejar de ser originales. Aun- que el tmpulso inictal fuera exterior, la direccién era ori- ginal porque “resultaba de un conjunto de fuerzas nativas despertadas”.55 La tquierda socialista, 0 aun la lamada “nacional”, arrancé de otras tradiciones y recorrié caminos diferen- tes a los nuestros — esto dicho sin abrir jutcio sobre los re- sultados efectivos de su busqueda—. Pero para nosotros, comuntstas argentinos, las opciones eran mas blen esca- sas y es posible pensar que lo que Gramsci nos ayud6 a es- coger, con todas las limitaciones que pudlera tener, nos Postbilité mantener abierta la criticidad de la perspecti- va marxista y con ésta la vocaci6n por escapar del doctri- 6 ~ narismo. La izquierda argentina, y mds en particular la comunista, nacié y crecié sin la herencia de una gran tradicién teérica nacional. No tuvimos en este campo fi- guras equivalentes a las que en otros paises, escasos por cierto, dieron inicio a un itinerario propio. No las hubo tampoco en América Latina, con la sola excepclon de Ma- riétegut, pero a éste s6lo pudimos descubrirlo tardiamen- tey no por azar a través de Gramsci, En condiciones tales, ésc era el camino que se nos ofreciay lo tomamos. 3 La biisqueca de la realidad. gPero cual era esa realidad que pretendiamos aferrar? Recordemos que la revista se publicé en Cérdoba, una ciudad de provincia. Tal vez esta circunstancla diga poco a los demas, pero a nosotros. transterrados en el propio pais, que soportamos la asfi- xiante centralizacion de la vida nacional que una region impone a todas las otras, nos remite a una historia de pos- tergacién y desvalimiento contra la cual muchos claman pero nadie se atreve a cortar. zHasta donde este hecho nos instalaba, en cierto modo, en la situacién de “triples o eua- druples provincianos” de Ia que hablaba Gramsc!? Pien- 0 que buena parte de la gravitacién que alcanzé la revis- ta deberia ser rastreada aqui. Un grupo de intelectuales y milttantes de tzquierda, comunistas y no comuntstas, uni- versitarios y otros que no lo eran, protagonizaba una experiencia insolita. Reflexionaba sobre los problemas politicos y culturales de la tzquierda desde un sitio aleja- do de la Gran Ciudad donde histéricamente cristaliz6 la funeién de pensar. En realidad, Cordoba era algo mas que una cludad de provincla. Desde fines de los aftos veinte y en mayor med!- da en los tiempns del gobierno peronista, fue el lugar de asentamiento y expansién de la industria metalmecanica ‘en torno a tres grandes complejos de la rama automotriz que ocupaban una parte significativa del proletariado fa- 70 bril, un proletariado de reciente formacién que se nutria de jovenes formados en la universidad y en las escuelas técnicas. La ausencia de fronteras definidas entre mundo del trabajo y mundo técnico-intelectual preservaba a am- bos de esa distancia de clase y de lugar caracteristica del Gran Buenos Ares. Aqui, en cambio, un acercamiento mo- lecular de las figuras tipicas del obrero y del estudiante offecia un cuadro varlado pero relativamente homogéneo enel que las diferencias se atenuaban sin disiparse. Laestructura misma dela ciudad creaba, a su vez, condi- clones favorables para una composicion de estratos socla- les a los que la profundizacién del desarrollo industrial habia tendido a separar y diferenciar. Un sistema de transporte urbano radial y convergente hacia un centro politico-burocratico, comercial y cultural bastante re- ducido, cast juntas la Casa de Gobemo y la Legislatura, la Confederacién General del Trabajo y la Universidad, los medios de comunicacién y la policia, los locales partida- ios, librerias, bibliotecas, salas de conferencias y dece- nas de galerias, bares y cafeterias. Todo un conjunto abt- garrado y complejo de estratos sociales y de instituciones que formaban un entramado del que finalmente nadie quedaba excluido. Es l6gico entonces que en los momen- tos de crisis esa trama urbana tan compuesta diera mues- tra de una comuntcatividad social y politica de vigor ex- cepeional. En los afos cincuenta y sesenta Cérdoba fue el epicen- tro del confllcto social, la ciudad de la revuelta urbana ele- vada a la condicién de modelo —el “cordobazo"—. de la trrupcién del sindicalismo clasista, de 1a mayor aproxi- macién de la tzquierda peronista a la que se reconocia so- clalista, de las tentativas incfptentes de control obrero, de la democratizacion de los sindicatos fabriles, del acer- camtento y hasta fusion de los estudiantes con el movl- miento obrero, de la radicalizacin de los jovenes cat6li- cos. Alli nacié afios después la organizacién Montoneros y erecié como en ninguna otra parte el Ejército Revolucio- narfo del Pueblo. Porque todo esto eclosioné tumultuosa- mente, en esos tiempos el desenlace fue mas terrible, sig- 7 nado como estuvo por una represion sangrienta y despia- dada acaso como ninguna otra. Y no deja de ser emblema- tlco que haya sido esta ciudad precisamente la que nutrié a las tres figuras mas relevantes del sindicalismo de cla- se: Atilio Lopez, Agustin Tosco y René Salamanca, los tres victimas de la represién,5¢ Esa era la ctudad en la que nacié Pasado y Presente y en estos sectores sociales encontré su mundo de lectores. zPorque éramos gramscianos al publicar 1a revista nos imaginabamos vivir en una Turin latinoamericana. 0 ac- cedimos a Gramsci porque de algtin modo Cérdoba lo era? Tal vez, simplemente, estabamos predestinados a serlo. En los incandescentes afios. y desde una perspectiva que fue por mucho tiempo lentnista, leimos a Gramsci con pa- sién; aun més, aprendimos el idioma para leerlo en sus fuentes originales. Pudimos conocer sus escritos anterio- res a los Cuadernos y toda una abundante literatura inter- pretativa que nos legaba de Italia. Pero leimos también a ‘Togliatti, Luporini, Banfi, Della Volpe, Colletti; traducia- mos sus escritos y los haciamos circular. Nuestro debate los incorporaba, De algtin modo, lo que estaba germinan- do en Cérdoba era un movimiento social y politico de ca- racteristicas nuevas y en ese grupo en fustén pugnamos por que las ideas de Gramsci circularan como si fueran proplas. Estas son las razones por las que creo que mas alla de la discustén que hoy pueda hacerse acerca de la vi- gencia actual de su pensamiento, ¢ independientemente de las dudas respecto de la validez de sus categorias estra- tégleas, es indiscutible que tuvo para nosotros un formida- ble efecto berador. Nos permitié reparar en problemas que antes se nos escapaban, porque no estabamos en con- diciones de captarlos 0 porque no podiamos dar de ellos explicaciones plausibles, En una palabra, Gramsci nos ‘Permitié introducirnos en los grandes problemas nacio- nales. Y esto que parece obvio, o quizés hasta banal, para no- sotros mandstas argentinos y latinoamericanos repre- sent6, sin embargo, un grave dilema. Si como se afirmaba dogmaticamente en las direceiones partidarias el marxis- mo era una verdad universal, la realidad, el mundo de lo conereto, no podia ser sino la manifestacion de tal ver- dad, un mero epifenémeno. No es que se djera tal cosa; simplemente de la premisa se deducia una falsa empiria, ‘que se asumia como lo real. Aquello que se presentaba co- mo el producto de Ja indagaci6n era simplemente la encar- nadura de lo pensado. Para elaborar una propuesta politi- ca no era imprescindible desentrafar previamente las complejidades histéricas y genéticas de una formacién so- clal porque su destino ya estaba fijado de antemano. La ctencia del marxismo ocultaba con sus oropeles una ideo- logia legitimante; entre historiografia y politica se habia producido un hiato tan profundo que el debate acerca de Su insoslayable vinculacién era en los hechos un punto dl- rimente entre el nacionalismo burgués y la izquierda au- totitulada marxista. El discurso que enfatizaba la singula- ridad de las realidades nacionales pertenecia casi con exclusividad a las corrientes nacionales populares 0 po- pulistas. El discurso marxista-leninista, en cambio, sos- pechaba de todas aquellas posiciones que al enfatizar la “excepcionalidad” dejaban supuestamente de lado la uni- formidad capitalista de tales realidades. Cuando a un pe- Tuano genial se le ocurrié escribir el primero, y tal vez el tinico libro en la regién al que le cabe con mas derecho el calificative de marxista, lo lamé Precisamente 7 Ensa- yos de tnterpretacién de la realidad peruana. Y fue esta idea de la existencia de una “realidad nacional” Propia ¢ irreductible lo que motivé la critica malevolente y bur- Jona de los dirigentes de la Comintern en la conferencia de Jos partidos comunistas latinoamericanos de 1929. En ‘su opini6n, que fue compartida por el resto de los delega- dos excepto los peruanos, no existian realidades naciona- les que diferenciaran cada proceso y tornaran especificas las diferentes propuestas de accion politica. Clerto es que me refiero a un hecho demasiado alejado en el tiempo, Pero si recordamos que en los afios cuarenta y cincuenta la formacién tedrica y politica de un comu- hista argentino —y seria interesante indagar hasta qué Punto era distinta la de sus afines latinoamericanos— se 7 basaba en cl estudio de una obra cuya lectura era cast obli- gatoria, la Historia del Partido Comunista bolchevique de la URSS, no resulta dificil tmaginar los obstaculos que habia que superar para “descubrir” la nacién. No era este Ubro, aceptado en forma acritica y reverencial, el que podia permitimnes alcanzar una forma de trabajo tedrico apto para ese “culdadoso reconocimiento de caracter na- cional’.57 que Gramsct creia poder inferir de las agudas observactones de Lenin en el Ill Congreso de la Interna- clonal Comunista de 1921. No era por los avatares de una ‘historia ajena, y que nos era transmitida a través del velo de una ideologia que en definitiva ocultaba una nacién de la que no conociamos ni siquiera su idioma, como podia- mos determinar los elementos de nuestra sociedad civil. Precisamente esos elementos que definen la trama real de las relaciones entre gobernantes y gobernados, el tejido molecular del dominio y del consenso sobre el que se sustenta un tipo particular de Estado y sus formas de di- reccién politica. Para todo esto era menester efectuar un trabajo de reconocimiento de su historia politica, de sus formas de conciencia, de sus modos de organtzacién; pero no teniamos a nuestro alcance los conceptos que pudie- ran consentimnos tal trabajo y no era en Stalin precisa- mente donde debiamos buscarlos. Nunca dispusimos de algo equivalente al sustrato hist6- rico sobre el que se fundaron las propuestas estratégicas y politicas formuladas por los comunistas ttalianos en las ‘Tesis de Lyon. Ninguna discusién sobre la validez 0 no de tales tesis puede opacar el deslumbramiento que nos pro- vocaron cuando pudimos leerlas. Alli habia una manera de situarse frente a los problemas, una forma de construtr Ja accién politica, que nosotros debiamos de algin modo adoptar. Es verdad que en todo esto hubo de parte nuestra mucha ingenuldad, limites te6ricos e nexperiencia politl- ‘ca, pero debemos recordar el hecho de que estébamos fren- te a la necesidad de desandar un camino para recorrer otros sin ningiin maestro que nos guiara, sin tradiciones en las que apoyarmos, sin una corriente ideal lo suficien- temente amplia y diferenciada como para corregir en la Propia accién politica una inexperiencia que nos era con- génita. 4 Por estos motivos no pudimos evitar ser eclécticos; mas un grupo arrastrado por la dilataci6n extrema del pensa- miento y de la accion politica de tzquierda, que un niicleo formador de una nueva tradicién de pensamiento. Epigo- nos mas que hacedores. En su primera etapa de existencia (1963-1965), Pasado y Presente fue expresién politica y cultural de la tzquierda cordobesa, con fuerte prestigio en- tre clertos medios intelectuales y vinculada a las corrien- tes leninistas castristas. De otras corrientes similares surgidas en el interlor del Partido Socialista, 0 producto de fraccionamientos del comunismo, o de raices catéli- cas, nos diferenciaba nuestra fillacion gramsciana. ¥ es- to no dejaba de tener sus consecuencias. En la teoria, el cuestionamiento de cualquier tipo de doctrinarismo; en la practica, la basqueda de los comunes denominadores de todas aquellas fuerzas a las que sus respectivas ideolo- gias distanclaban. Reconociendo 1a potencialidad revolu- cionaria de los movimientos tercermundistas, castristas, fanonianos, guevaristas, etc., tratabamos de establecer un nexo con los procesos de recomposicién del marxismo occidental que para nosotros tenia su centro en Italia. Eramos una rara mezcla de guevaristas togliattianos. Si alguna vez esta combinacién fue posible, nosotros la ex- presamos. Desde la tentativa inicial de trabajar en el interior del Partido Comunista para contribuir a renovarlo o, luego de nuestra expulsién, el descubrimiento de la potencialidad revolucionaria alojada en la sociedad argentina en condl- clones de ofrecer una base de sustentacién para una twquierda colocada objetivamente fuera del sistema, hasta finalmente el reconocimiento de la emergencta del clasismo en las empresas fabriles cordobesas y los proble- mas que nos planteaba en términos del anclaje “organt- 75 co” de una tzquierda intelectual en el mundo de los traba- Jadores, Pasado y Presente fue la expresién ideolégica y cultural de un grupo que recorria contradictoriamente un camino que le permitiera individualizar un interlocutor de clase. El desallento que sucedi6 al fracaso de la guerri- lla castrista de mediados de los sesenta y la caida del go- bierno radical del doctor Ila nos obligé a reconocer un hecho evidente; el extremo aislamfento de un grupo colo- cado, en definitiva, fuera del terreno concreto de la accion politica. zPero se trataba tnicamente del alslamiento de un grupo o habia algo mas? No expresdbamos nosotros el problema general de todo un amplio sector social exclu do en los hechos de la vida politica sin que tuviera con- clencia de eso, aunque soportara sus efectos? El cuadro de disolucion de un sistema politico al que por razones ob- vias rechazabamos como flegitimo nos colocaba ante una disyuntiva para la cual no estabamos preparados. Creyen- do ser actores de un proceso histérico que marchaba en el sentido de nuestros ideales revolucionarios, s6lo éramos las clegas victimas de una guerra civil en clerne. El recha- zo de salidas politicas fundadas en la exclusién de los tra- bajadores por su filiacién colocaba objetivamente fuera de cualquier recomposicién democratica a un movimien- to social de extraccién medioclasista al que la prolon- gada crisis nacional —y no sélo el mito guevarista— arrastraba al privilegiamiento de la violencia. En una sociedad que no dejaba para nuestras demandas otro espa- clo que el de la revuelta, se comprende que considerara- mos las formas habituales de la politica como puros ins- trumentos de neutralizacién de los reclamos de poder que el confiicto social expresa. No fue necesario que nos mani- festéramos en contra del método democratico — aunque lo hicimos— porque, a decir verdad, éste no era defendido por nadie. Fuera del hortzonte de una sociedad siempre més instalada en la violencia, la democracia argentina no tenia partidarios nf custodios, De manera cast inelue- table, la lucha de clases se fue convirtiendo en guerra de clases. 76 5 La revista reanud6 su publicacién por un breve periodo en- tre abril y diciembre de 1973, con un grupo de redactores en parte distinto y con su sede en Buenos Aires. Vinculada al proyecto de formacién de una tendencia de tzquierda so- cialista en el interior de un movimiento peronista en re- composicin, sucumbe con el fracaso estrepitoso de las lusiones revolucionarias que el '68 contribuyé como nin- gtin otro momento a despertar. Su estacién fue muy corta, apenas dos nimeros, pero con una mayor capacidad de in: terventr en la realidad politica inmediata que en su etapa anterior. Gravité decisivamente sobre la visin que tuvo ‘clerta izquierda de una experiencia de lucha que arranca del “cordobazo" hasta el fracaso del segundo gobierno peronista. Algunos la consideraron como “un érgano ofi- cioso” de Montoneros en el sentido de que hizo suyas pro- puestas que venian de este movimiento y porque creyé des- cubrir en él una postbilidad concreta de reconstruccién del peronismo en un plano ideol6gico-politico mas avan- zado.58 : En realidad, si se leen con menos prejuicios que aten- clon sus articulos redaccionales y se hace un esfuerzo por individualzar las tensiones internas de un discurso que ‘nunca buscaba cerrarse, tal definicion resulta fuera de lu- gar, 0, por lo menos, excesiva. La revista mantuvo fuertes Teservas frente a un movimiento que militarizaba siem- pre més la politica con todas las consecuencias nocivas que este deslizamiento acarreaba: la sustitucién de los instrumentos politicos que le posibilitaron conquistar un espacio de relativa importancia por una estrategia te- rrorista tendiente a golpear el corazon del Estado; la con- solidacion de una estructura organizativa groseramente autoritaria y el desprecio cada vez mas evidente por aquel movimiento social y politico que contribuyeron primero a crear y que no ayudaron luego a preservar de su aniqu- lamiento, ¥ sin embargo, est4bamos en el mismo bando. De nada strve introducir un Julcto retrospective que silencte el clt- 7 ma de época en el que se produjo la aproxtmacién y el en- cuentro de una izquierda intelectual con el movimiento peronista de izquierda dirigido por Montoneros. En los setenta, algunos mas, otros menos, fulmos todos monto- neros. Quienes se les opusicron no lo hicieron desde un cuestionamiento de la violencia politica; discrepaban con su signo ideolégico, y no estaban dispuestos a disimu- lar su alarmante falta de ética en su accionar politico. Es- tos defectos estuvieron siempre presentes, pero el vigor de un movimiento politico en ascenso los hacia aparecer co- mo Tesiduos de un infantilismo que la experiencia de di- reccién contributria a distpar. Por eso relativiz4bamos su importancia; sofamos con los ojos abiertos porque te- niamos la secreta intulcion de que con su suerte se Jugaba también Ja nuestra y la dela tzqulerda argentina. Para el grupo de la revista, Montoneros, y la constela- cién de grupos menores que giraban alrededor de su 6rbi- ta, representaba la encarnacién de una propuesta que en nosotros estuvo planteada desde mediados de los sesenta. Partiendo de una critica radical del vanguardismo tz- quierdizante y de los requerimientos de una “nueva opost- cién social” que fluia de una sociedad que marchaba a tumbos, individualizébamos en el interior del peronismo el “inico proceso verdaderamente valldo y significativo de agregacion politica revolucionaria y socialista |...) No estamos prejuzgando |... estamos simplemente afirman- do lo que la historia de las dos tiltimas décadas nos ha dejado como leccién: hoy la posibilidad del socialismo atraviesa el movimiento peronista y sobre las espaldas de los peronistas revolucionarios recae la responsabilidad de que esa posibilidad no se frustre”.® Esta apuesta se fun- daba en una concepeién de neta fliactén gramsclana acer- ca del papel de las masas y de sus formas propias de orga- nizacién. Fue el Gramset “nacional-popular” quien en 1965 nos ayudé a plantear la cuestion de la caducidad de una forma histérica de pensar la soldadura de los intelec- tuales con los trabajadores. Y digo plantear, no resolver, porque la pregunta no tuvo respuestas. En 1973, en cam- bio, fue la experiencia de los consejos obreros la que alt- 73 ment6 nuestras reflexiones sobre un contrapoder de ma- ‘sas que veiamos crecer en la sociedad argentina.© Pienso que todas estas complicadas combinaciones culturales y politicas que he tratado de esbozar fueron posibles en vir- tud de la presencia de dos componentes significativos por el modo en que condicionaron el espacio que la revista consideré necesario ocupar, El primero se refiere a las ca- racteristicas mismas del grupo redactor, desde 1963 priva- do de ligazones politicas definidas y estables y hablando siempre para una izquierda mas virtual que real. ¢Qué eri- ticabamos de ella? Su estrecha experiencia politica, su es- casa vinculacién con la clase obrera industrial y con las expertencias de lucha de los trabajadores, su excesiva in- clinacién al ideologismo y al sectarismo, su tendencia a privilegiar experiencias particulares deformando la ima- gen de la realidad, su permanente oscilacion entre una po- sicion empirista y demagégica en la accién practica y una Posicién esquematica y principista en las generalizacio- nes politicas y estratégicas.6! En los setenta, la incesante bisqueda de un puerto donde anclar parecié conclutr para nosotros. Y una vez mas nos equlvocamos. El espacio mas Sdeologico-politico que politico a secas’ que ocupamos no nos preservé de las equivocaciones; por el contrario, las potenci6, porque faltaba el pie en tierra que permiticra transformar un razonamiento en una propuesta politica. En nuestras virtudes estaban también nuestras limita clones, El segundo se vincula a las matrices leninista y grams- ciana que constituian el fundamento teérico de nuestras Teflexiones. La lectura de Gramset enriqueci6, con nuevas problematicas y categorias analiticas, una concepcién del mansmo que pretendia compaginar una aguda senst- bilidad por los fenémenos de crealividad de las masas, “un espontaneismo consciente” segiin la formula del sta- Mano, con un leninismo diluido pero nunca superado. Gramsct no nos liberé de Lenin, simplemente nos permi- 116 tener de sus ideas una concepeién mas compleja, mas abierta y adherente a su vertiente sovietista. Nuestro Le- nin era, como dijimos, el de las Tesis de Abril y no el del 79 ¢Qué hacer? En realidad, nos quedamos siempre a mitad delcamino.62 6 Para resumir, y consciente de la dosis de arbitrariedad que toda sintesis arrastra consigo, diria que la revista —y con ella, el grupo que crecié en su derredor o recibié su in- fluencia— se mantuvo siempre en el terreno del manxis- mo millitante y de la wquierda soclalista. Gramse! nos permitio aferrarnos a dos orientaciones generales que ‘con mayor o menor nitidez estuvieron presentes de mane- ra constante en las dos series de la revista y determina- ron las caracteristicas del casi centenar de nimeros de Cuadernos de Pasado y Presente que la acompafiaron y prosiguleron: a) la preocupacion por el examen del contex- to nacional desde el cual deben pensarse los problemas de la transformacin y de la perspectiva socialista: b) el Teconceimiento pleno del soctalismo concebido como un Proceso que se despliega a partir de la sociedad, de las ma- sasy de sus propios organisms e instituciones. Estas dos ideas centrales contenian un potencial criti- co que nos permitié mantener siempre una cierta distan- cla, que como hemes visto estuvo mas en el plano teérico que en el politico practico, respecto de las vertientes cas- tristas-guevaristas, peronistas, maoistas o aun socialde- mécratas. Tal distancia critica fue defendida por nos- otros no como una Iimitacién, sino como una virtud. Re- chazabamos con firmeza cualquier clase de “Ismos" a la que los avatares de la realidad o las presiones de los he- chos politicos nos arrastraban. Este rechazo se fundaba en una hipétesis de trabajo que mantuvimes con rara constancia, pero que en nuestra labor teérica y prictica nunca pudo arribar a la conquista de una autonomia efec- tiva. El tipo de manxismo del que buscabamos aproptarnes, y para el cual venian de Gramsci los mas altos estimulos y contribuciones, no intentaba encontrar en si mismo su 80 Principio de validacién. Lo buscaba, en cambio, en su ca- pacidad de medirse con los hechos de una realidad en pro- ceso de cambio, Sin embargo, esta capacidad no consti- tuia una evidencia de su supuesta condicién de teoria ver- dadera, sino que era un resultado de la incorporacién en ‘su propia estructura teérica de las adquisiciones de la clencia y de la cultura modemnas. St se acepta que son dos Jas categorias esenciales del andlisis tedrico de Gramsci, la criticidad y la historicidad, me atreveria a sostener que fueron precisamente ésas las que quisimos privile- giar, sin haberlo logrado nunca del todo, en nuestra lectu- a de los hechos del mundo y en la problematizacion de la historia del marxismo. Pienso, por lo demas, que fueron amas categorias las que traté de poner en funcionamien- to en mi tentativa de reconstruccién de las relaciones en- tre el pensamiento de Marx y América Latina, como un ca- itulo aparte del via crucis del marxismo,°3 En este sentido, y tal vez s6lo en él, el saber manxsta del que busc6 aproplarse y que defendié el grupo Pasado y Presente era aquel en condiciones de soportar un didlogo produciivo con el mundo y la cultura del presente. Esta vi- sin desprejuiciada, no ideolégica, 0, para decirlo mejor, laica del marxismo contribuyé a hacer de nuestro grupo una experiencia marginal, inclasificable e incomoda de Jacultura de iquierda en la Argentina. Capitulo 4 2POR QUE GRAMSCIEN AMERICA LATINA? Un hecho significativo en el que se reparé en el Coloquio de Ferrara de octubre de 1985 fue la existencia de una cler- ta astrcronia del debate politico intelectual en torno a Gramsci en América Latina respecto de su area origina- ia, La fortuna que el autor de los Cuadernos alcanz6 en el continente desde los aftos setenta y fundamentalmente en. Jos ochenta no parecia corresponderse con el ocaso de su presencia en su propio pais. Frente al innegable reflujo de su gravitacion en los medios intelectuales itallanos, ocu- rria en el continente un fenémeno que tal vez sea compa- rable con el que se esta produciendo en paises tales como la Republica Federal Alemana, con relacién al reexamen de la cultura soctaldemécrata, o en los Estados Unidos, en vinculacién con los desarrollos de la vida intelectual del pais. Desde mediadas de los setenta en adelante el cono- cimiento de la obra de Gramse1 ha progresado de manera constante y significativa entre los intelectuales y clentifi- cos sociales no slo del area idiomatica espafiola, sino también de la portuguesa. Una serie de conceptos propios de la elaboracién gramsciana, aun aquellos mas comple- jos y especificos como los de bloque histérico, revolucién pasiva, guerra de posicién y guerra de movimiento, refor- ma intelectual y moral, etc., se han generalizado de modo tal que se transformaron en algo propio, una suerte de “sentido comin” no sélo del discurso més estrictamente intelectual, sino también del discurso politico de la iz- quierda — aunque no sélo de ésta—. La circulacién de sus escritos y la incorporacién de sus ideas recorrié, no obstante, caminos singulares, con prolongados periodos de ocultamiento — como en la Argen- tina de los afos de la dictadura militar, pero con recupe- raciones notables en aquellos lugares donde situaciones externas a su propia capacidad de circulacién dejaron de tener efectos. La conquista de la democracia en la Argent!- ‘nna permitié redescubrirlo, del mismo modo que afios antes la transici6n democratica en el Brasil expandio con- siderablemente su difustén. En México, la presencia del pensamiento de Gramsci en los centros de estudios y de investigacion, y en las organizaciones politicas de la tz- quierda, es muy fuerte y ha desplazado algunas corrientes, del marxismo que alcanzaron en su momento una expan- si6n desconocida en otras partes. Una simple mirada sobre la imponente cantidad de tra- bajos y publicaciones referidos a la problematica latino- americana en todos sus aspectos, desde aquellos histéri- cos hasta los més estrictamente culturales, da cuenta de la presencia que sefialamos y de la difundida utilizacion de los instrumentos conceptuales que Gramsci puso en cir- culacién para analizar viejas 0 nuevas dimensiones de la realidad de paises colocados ante la disyuntiva de enca- rar profundas transformaciones para superar sus crisis y posibilitar la apertura hacia sociedades mas justas. Des- de esta perspectiva y con las puntualizaciones que en este caso, como en cualquier otro, deben slempre ser hechas, puede afirmarse que las elaboraciones de Gramsct for” man parte de nuestra cultura y constituyen un patrimo- nfo comin de todas aquellas corrientes de pensamiento democraticas y reformadoras del continente. Todos so- mos, en cierto modo, tributaries de su pensamiento aun- que algunos no lo sepan ono estén dispuestos a reconocer- Jo, ¥ si hay razones para pensar que las incertezas en las que se debaten las corrlentes de tequierda ponen a prueba la actualidad de tales elaboraciones, resulta dificil creer que las respuestas a las nuevas preguntas de la sociedad Puedan encontrarse més acd y no més allé de su pensa- miento. 84 1 4Cudles fueron las razones de tal expansién y en torno a qué nudos problematicos ¢l pensamiento de Gramsci fire incorporado como un instrumental eficaz para examinar- los bajo nuevas perspectivas analiticas? 2Frente a qué de- mandas de la realidad las elaboraciones de los Cuadernos de la cfrcel que comenzaron a publicarse demostraban ser aptas para admitir traducciones hasta puntuales? Pa- ra esbozar un cuadro de conjunto, pero que retenga al mis- mo tiempo las diferencias temdticas y de apropiaciones que se dieron en las distintas areas nacionales, 0 aun re- glonales como Centroamérica, es preciso recordar el con- texto politico ¢ intelectual en el que se produjeron, La difu- sién de sus ideas ocurre en América Latina a caballo de dos momentos histéricos diferentes, divididos como estu- vieron por la derrota de las tlustones revolucionarias que desperté en el continente el “octubre cubano*.®5 A comien- zs de los setenta la ola expansiva de la Revolucién Cuba- na ya se habia consumado y una cascada de golpes milita- res modificé el rostro de un continente erosionado por la violencia armada y la contrarrevolucién. En esta situa- cién, y de modo que no podia ser sino contradictorio, las ideas de Gramsci contribuyeron primero a nutrir proyec- tos radicales de transformacton, para posibilitar luego re- flextones més criticas y realistas de las razones de una tragica desventura. Como es légico, en uno o en otro momento las inflexio- nes fueron distintas, como distinto fue también el lugar que se le atribuyé en una tradicién de pensamiento que constituy6 desde la Revolucién Rusa en adelante la ma- triz esencial de la cultura de izquierda. Si en los afios se- senta y comienzos de los setenta, los “afios de Cuba’, para utilizar una expresién sintética pero certera, el Gramsci que se incorpora entra todo entero en la historia del lent- nismo americano, en la nueva etapa que se inicia a partir de la descomposicién de los regimenes autoritarios, Gramsci, en tanto que mandsta, aparece como treductt 85 ble al leninismo, aunque lo presuponga y se nutra de su sustancla. Esta fue una conviccién compartida por la ma- yor parte de los intervinientes en el seminario de Morelia de febrero de 1980, que giré fundamentalmente sobre la validez tedrica y politica del concepto gramsciano de hege- monia para analizar los problemas de la transformacion en América Latina. Al resumir las conclusiones de lo que fue un debate riquisimo de ideas, me permiti expresar del sigulente modo lo que sin duda fue un resultado del semi- nario: “EI concepto gramsciano de hegemonia. aquello que .] Jo transforma en un punto de ruptura de toda la ela- boracion marxista que lo precedid, es el hecho de que se postula como una superacién de la nocién leninista de allanza de clases en la medida en que privilegia la cons- titucién de sujetos sociales a través de la absorcién y des- plazamiento de posiciones que Gramsct define como ‘eco- némico-corporativas’ y por tanto incapaces de devenir ‘Estado’. Asi entendida, la hegemonia es un proceso de constitucién de los propios agentes sociales en su proceso de devenir Estado, 0 sea, fuerza hegem6nica. De tal modo, al aferrarnos a categorias gramscianas como las de ‘for- macién de una voluntad nacional-popular’ y de ‘reforma intelectual y moral’, a todo lo que ellas implican mas alla del terreno histérico-concreto del que emergieron, el pro- ceso de configuracién de la hegemonia aparece como un movimiento que afecta ante todo la construccién social de la realidad y que concluye recompontendo de manera inédita a los sufetos sociales mismos."66 Si se aceptan estas consideraciones, no pueden dejar de aceptarse las conclustones que de ellas derivan y que dis- tinguen nitidamente al pensamiento de Grams! de uno de los filones culturales que contribuy6 a constituirlo, por ms importante que éste haya sido en su formacion intelectual y politica. No se puede negar que el concepto de hegemonia presupone el concepto lentniano de allanza de clases. Si rehusaramos admitir que detrés de Gramsci es- ta Lenin cometeriamos un pecado de anacronismo histéri- co y nos impediriamas comprender hasta qué punto su 88 pensamiento atraviesa las elaboraciones y la experiencia de la Tercera Internacional. Pero cuando en mi texto insistia en la trreductibilidad de Gramsci a la matriz lent nista simplemente queria recordar que de tal nexo no podia deducirse una filiacién genérica que mutilara los elementos de novedad de su pensamiento. Y por esta ra- z6n sefialaba que “frente a Gramsci es preciso realizar una lectura que coloque en el lugar debido ly esto ya es todo un problema no sélo hermentutico, sino ideolégico- politico] la insoslayable relacién que sus reflexiones maniienen con la experiencia mutllada de implementa- cién de un proyecto hegem6nico revolucionario como fue el iniciado por la Revolucién de Octubre". Porque st es ver- dad que la discust6n sobre los parametros fundamentales en torno a los cuales se elaboré el lentnismo como una lec- tura fuertemente politizada del marxismo de la Segunda Internacional, y la proximidad o la distancia que frente a 1 mantuvo Gramsci, tiene una importancia tedrica ge- neral, para el caso de Latinoamérica adquiere una rele- vancia particular por cuanto debe poder rendir cuenta de procesos especificos de vinculacién entre la teoria y la practica. No es necesario insistir demasiado sobre la rela tiva ajenidad del debate marxista respecto de la problema- tica concreta del movimiento obrero de nuestro continen- te. Aun en los casos, bastante alslados por cierto, en los que existié una vinculacién mas 0 menos estrecha entre el mundo de los trabajadores y el referente te6rico marxis- ta, nunca la relacion adquiri6 caracteristicas aproxima- bles a la constelacion de formas europeas. Ni la extensién y densidad hist6rica del proletariado es comparable, ni ‘su horizonte ideal tendi6 a reconocer el soctalismo mas 0 menos infisionado de marxismo como una expresion poli- tica propia. ‘A partir de esta constatacién se evidencia la necesarie- dad de confrontar con las diferenctadas realidades latino- americanas aquellos paradigmas teoricos y politicos que para poder ser utilizados requieren de “traducciones" me- nos puntuales e infinitamente mas cautas. Y utilizo el con- cepto en el sentido gramsciano de “traducibilidad” de los 87 Ienguajes y que se refiere a la posibilidad de algunos expe- rimentos histéricos, politicos y sociales, de encontrar una equivalencia en otras realidades.67 Si la traducibill- dad supone que una fase determinada de la etvilizacion tiene una expresién cultural “fundamentalmente” idénti- ca, aunque el lenguaje sea histéricamente distinto por cuanto esta determinado por las tradiciones especificas de cada cultura nactonal y todo lo que de ellas se despren- de, Gramsci podia ser traducido en clave latinoamericana si era posible establecer algin tipo de similitud o sintonia histérica-cultural entre su mundo y el nuestro. Y no es ca- sual que la primera obra de aliento sobre el pensamiento de Gramsel escrita por un latinoamericano se propustera Ja tarea de encontrar en él una clave de lectura que permi- tiera basar su eficacia en el hecho de que “podia ser expre- sado en los lenguajes de las situaciones concretas particu- lares", Me refiero al bro de Portantiero, Los usos de Gramsci, y en particular a su intervencién en el coloquio de México de septiembre de 1978,°8 dedicada especifica- mente a este tema. Afios antes se habia publicado la edi- clon cientifica de los Cuadernos de la cércel que permitis descubrir cuestiones hasta entonces inadvertidas y vincu- ladas a la reconsideracion del significado de los procesos de revoluciones pasivas de los afios treinta. La fortuna de Gramsct en la Europa de los afios setenta se asentaba en Ja conviccién compartida de que era un teérico —el mas grande marxista occidental de este siglo, lo definlé Hobs- bawm— de la revolucién en Oceidente, es decir, en los pai- ses de capitalismo avanzado. Se redescubria en Gramsci ‘su perspicacia para analizar situaciones de transicion en sociedades de capitalismo maduro o avanzado y a esta fi- nalidad sirvié el sinnimero de interpretaciones a que die- ron lugar las nuevas iluminaciones de sus apuntes sobre americanismo y fordismo y mas en general sobre la cate- goria de “revolucisn pasiva’. Portantiero se preguntaba si no era ésta una lectura en parte reductiva, como habian sido las otras, porque si nos ateniamos estrictamente a ella nos vedébamos la posibill- dad de recoger un mensaje teérico y politico que él sospe- 88 chaba de suma utilidad para nosotros. “Se me ocurre —afirmaba— que el uso de las categorias gramscianas de andlisis aparece como absolutamente pertinente entre no- sotros”, y mas aun, “buena parte del conjunto del arsenal te6rico-gramsciano es directamente pertinente” para el andlisis de las sociedades latinoamericanas. A su enten- der, y recuperando una observacién de Collettt, la obra de Gramsci consistia en realidad “en un estudio soctolégico sobre la sociedad italiana; es decir, sobre una sociedad tipica del ‘capitalismo tardio' en el sentido que Gers- chenkron da a la expresi6n. Una sociedad compleja pero desarticulada, penetrada por una profunda crisis estatal en sentido integral, marcada por un desarrollo econémi- co desigual y sobre la que el fascismo, a partir de una derrota catastrofica del movimiento obrero y popular, intent6 reconstrulr estatalmente la unidad de las clases dominantes y disgregar la voluntad politica de las cla- ses populares, en un movimiento convergente con un pro- ceso de centralizacién del capitalismo que se daba en la economia” 69 Pero st éste era el terreno histérico-politico sobre el que se fundaron las reflexiones de Gramfcl, “ellas esta- tian mas cerca de cierto tipo de socledades latinoamerica- nas actuales, que de las formaciones sociales del capitalis- ‘mo contemporaneo mas avanzado y maduro. Precisamen- te son las caracteristicas de este tipo de sociedad las que le permiten repensar de manera original el tipo de articu- lacion entre sociedad y politica. la forma de lo politico, distinguiéndola de lo que seria la forma ideal tiptca de lo politico en el liberalismo representativo".70 La delimita- cion de Gramsci como pensador de “Occidente” ene sen- tido s6lo a condicién de no convertirlo en un eurocomu- nista avant la lettre y de admitir que sus reflexiones son aplicables para situaciones que no son tipicamente occ!- dentales. Es por sobre todo el pensador de una época nue- va del capitalismo signada por la profundidad de los cam- bios morfolégicos en las relaciones entre el Estado y la so- cledad que Ja crisis del treinta desencadena, pero que ya estaban molecularmente en curso desde fines de siglo. Por 89 €so sus notas sobre el americanismo como la inmanente necesidad del capitalismo moderno de alcanzar la organt- zacién de una economia programética forman el pendant necesario del andlisis de las diversas formas de resisten- cla que este movimiento de desarrollo genera, y que Gramsci define como procesos de “revolucién pasiva’, 0 de “modernizacién conservadora’, para utilizar la expre- sién de Barrington Moore. Como indica Portantiero, estas notas “poseen una absoluta pertinencia como esti- mulo para indagar en las caracteristicas de los fenéme- nos |... a través de los cuales se plantea también hoy una reorganizacién de los lazos entre economia y politica en los paises de mayor desarrollo relativo de América Lati- na’.7! También entre nosotros, y con todas las diferen- clas resultantes de procesos histéricos particulares, se esta operando un proceso de recomposici6n capitalista, al- go asi como esa tercera revolucién burguesa descripta por el brasileno Florestan Fernandes en una obra notable que todavia no han descublerto los lectores de habla espa- fola.”? Su caracteristica distintiva reside en ser un proce- so de transformacién desde la ciispide, de revolucién des- de lo alto, que esta por supuesto en las antipodas de la tan ansiada revolucién democratico-burguesa que los parti- dos comunistas latinoamericanos instituyeron como modelo teérico y politico del cambio. y que pretendieron levar a la practica a través de multiples combinaciones técticas, desde fines de los anos veinte. Las desventuras de la tzquierda latinoamericana deri- van del hecho de que sus estrechos paradigmas ideol6- gicos le impidieron comprender la singularidad de un con- tinente habitado por profundas y violentas luchas de clases, pero donde éstas no han sido los actores principa- les de su historia, Como record6 Touraine, “la nitidez de Jas situaciones de clase no acarrea practicas de clase aisla- bles. Mas profundamente, el andlisis de las relaciones de clases esta Iimitado por el de dependencia”. Los persona- Jes principales de la historia latinoamericana reciente ‘no parecen ser la burguesia ni el proletariado, ni tampoco los terratententes y los campesinos dependientes, Son, 90 més bien, segin el mismo autor, el capital extranjero y el Estado.’ Se entlende, asi, que todo el desarrollo de la so- clologia tatinoamericana desde los cincuenta en adelante haya partido de la critica de la idea de burguesia nacio- nal, es decir, de la critica de la teoria y de la practica de una izquierda que hizo del modelo de la revolucién demo- cratico-burguesa su matriz Ideolégica fundante y su punto de referencia insoslayable para caracterizar la realidad. De tal modo, entre ctencia critica de la realidad y propues- tas politicas de transformacién se abrié una brecha que produjo consecuencias negativas para ambas dimensio- nes, La reflexion académica qued6 mutilada en su capac dad de prolongarse al mundo de la politica. al tiempo que una pedestre y anguilosada reflexién politica excluyé de hecho el reconocimiento de aquellos nuevos fenémenos tematizados por los intelectuales. Parafraseando a Marx, ni la critica se eJercia como arma, ni las armas necesita- ron de lacritica para encontrar un fundamento.74 Constrenida por su visién societalista a colocar siem- pre en un plano cast excluyente de los demas la estructura de clases y las relactones que de alli arrancan, la izquier- da de tradiclén marxista se rehus6 a teconocer y admitir la funcionalidad especifica de un Estado que, en ausencia de una clase nacional, operaba como una suerte de Estado *puro’, arrastrando a la sociedad al cambio y fabricando desde la ciispide a la clase dirigente. Ali donde se produ- cian metamorfosis profundas del capitalismo “dependien- te’, la izquierda slo podia descubrir descomposiciones catastroficas, preanuncios de derrumbes que alimenta- ban sus pujos jacobinos; no estaba en condiciones de ob- servar y de aprovechar en su beneficio los procesos de mo- demizacién a los que las sociedades latinoamericanas estuvieron sometidas a partir de la crisis de 1930. ¥ es en torno a las formas nuevas de articulaci6n entre sociedad y Estado en paises de industrializacion tardia y “pos- trera’?5 como la Argentina, el Brasil, Colombia, Chile, México y Uruguay, donde el pensamiento de Gramsct pare- ce poder expresarse en “lenguas particulares” concretas transformandose, de tal modo, en un estimulo util, en un 91 instrumento critico capaz de dar cuenta de los pliegues mas complejos de lo real. ‘Ya Gramscl habia sefialado en uno de sus altimos tra- bajos redactados antes de su detencién la situactén par- ticular, respecto de los paises europeos de capitalismo avanzado, de una serie de paises a los que llamé “estados periléricos” (Italia, Polonia, Espana, Portugal) y en los que la articulacién entre Estado y sociedad operaba a tra- ves de la presencia de un variadisimo estrato de clases in- termedias “que quieren, y en clerta medida logran, levar una politica propia, con ideologias que a menudo influ- yen sobre vastos estratos del proletariado, pero que tle- nen una particular sugestién sobre las masas campesi- nas’.76 En la distincién de “Oriente” y “Occidente” que Gramsci instaura en los Cuadernos, es evidente que colo- ca a esta zona periférica dentro de la segunda. Desde el punto de vista de las formas diferenciadas de articulacién de la sociedad con el Estado, la categoria 0, mAs exacta- mente, la metafora de “Occidente” es lo suficientemente amplia como para incluir en ella esa vasta area de paises europeos de frontera y, por qué no, también aquellas so- cledades latinoamericanas donde mas avanz6 el proceso de industrializacién. Para estas sociedades. insiste Por- tantlero, el pensamiento de Gramsci demuestra ser de ex- trema potencialidad analitica: “Comparables por su tipo de desarrollo, diferenciables como formaciones historicas ‘irrepetibles’, estos paises tienen aun en ese nivel rasgos comunes: esa América Lati- na no es ‘Oriente’ , es claro, pero se acerca mucho al ‘Occi- dente’ periférico y tardio. Mas claramente aun que en las sociedades de ese segundo ‘Occidente’ que se constituye en Europa a finales del siglo xx, en América Latina son el Es- tado y la politica quienes modelan la sociedad. Pero un Estado —y he aqui una de las determinaciones de la depen- dencia— que si bien trata de constituir la comunidad na- cional no alcanza los grados de autonomia y soberania de los modelos ‘bismarckianos’ 0 ‘bonapartistas.. Todas las pujas politicas del siglo xix son pujas entre grupos que des- de el punto de vista econdmico se hallan escasamente dife- 92 renciados y que aspiran al control del aparato del Estado para desarrollar desde él la economia y promover, con ello, una estructura de clases mas compleja."77 E| proceso de construccién de los estados latinoameri- ‘canos operé sobre este virtual vacio social, que en el caso de los paises andinos y de poblacién indigena se logré a costa de reproducir respecto de ésta la relacion coloni- zador-colonizado impuesta por los grandes imperios. Al amparo de la fuerza de los ejéreitos —cuya casta militar junto al clero constituyen esas dos categorias de intelec- ‘tuales tradicionales fosilizadas en la forma de la madre patria europea, segiin la caracterlzacion que de ella hace Gramsci— se crean los estados nacionales, y con éstos, los espacios econémicos favorables a la rapida penetracién del capital extranjero. De tal modo se configura la pareja de los que habran de ser los personajes principales de la vida social y politica latinoamericana desde sus origenes hasta épocas recientes. 2 2No nos ofrece Gramsci en algunas notas lamentablemen- te poco frecuentadas de sus Cuademos una caracteriza- cion proxima a la aqui expuesta, pero que tlene el mérito de encarar més especificamente el problema desde la cues- 146n de los intelectuales? Ya en sus apuntes primeros de Jos afios 1929 y 1930 incorpora el mundo de América del Sur y Central en la perspectiva de una reflexion sobre la formacion de los intelectuales tradicionales y sobre la im- portancia decisiva de la cultura en la dinamica de la socie- dad. Pero luego se sucederan algunas brevisimas aunque sagaces iluminaciones sobre la funcién de la casta religio- sa, el problema indigena y las Iimitaciones de una clase dominante incapaz de pasar por esa fase necesarla de lal- eizacion de la sociedad y del gobierno que posibilitara la constitucién de un Estado moderno. Como ha recordado recientemente Santarelli, hay una nota de ese periodo int- cial en la que al comentar un libro de Filippo Meda sobre 93 estadistas catélicos, exponentes todos ellos del conserva- durismo clerical, considera interesante detenerse en la ‘biografia del dictador Garcia Moreno para comprender al- gunos aspectos de las luchas ideologicas de Iberoamérica, “donde todavia se atraviesa un periodo de Kulturkampf Primitivo", o sea, donde el Estado moderno debe enfren- tarse a un pasado clerical y feudal, segin un esquema in- terpretativo que tiene reminiscencias de las tesis de la ‘Tercera Internacional elaboradas afios antes. Pero agrega algunos sefialamientos de sumo interés “Es interesante observar esta contradiccion que existe en la América del Sur entre el mundo moderno, de las grandes cludades comerciales de la costa, y el primitivis- ‘mo del interior, contradiccién que se prolonga por la exts- tencia de grandes masas aborigenes por un lado y de inmi- grados europeos del otro més dificilmente asimilables que en la América del Norte: el jesuitismo es un progreso en comparacion con la idolatria, pero es un obstaculo pa- ra el desarrollo de la eivilizacién moderna representada por las grandes ciudades costeras: sirve como medio de go- blero para mantener en el poder a las pequefias oligar- quias tradictonales, que por ello no luchan sino blanda y flojamente, La masoneria y la Iglesia positivista son las Adeologias y las religiones iatcas de la pequefia burguesia urbana, a las cuales se adhiere en gran parte el sindicalis- mo anérquico que hace del cientificismo anticlerical stu pasto intelectual,”78 Tal vez las Iimitaciones de la informacion con que con- taba le impidieron desarrollar este tema del “jesuitismo” como ideologia modernizante y como medio de gobierno, asi como también ¢l otro gran tema del “despertar a la vida politica y nacional de las masas aborigenes" que le suglere lo que por esos aftos estaba ocurriendo en el Méxi- co de Obregon y Callles. Pero es en el Cuaderno 12 redacta- do en 1932 donde incluye una reflexién mas extensa y ma- ura sobre el problema, como un caso particular de su reconstruccién historica de la formacién de los intelec- tuales tradicionales. Repite alli algunas de las considera- ctones ya hechas y presenta mas nitidamente la funcién 94 del clero y del militarismo parasitario en paises atravesa- dos por una aguda lucha cultural: “En la América meridional y central la cuestion de los intelectuales me parece que debe examinarse tomando en cuenta estas condiciones fundamentales: tampoco en la América meridional y central existe una vasta categoria de intelectuales tradicionales, pero la cosa no se presenta en los mismos términos de los Estados Unidos. En efecto, encontramos en la base del desarrollo de estos paises los cuadros de las clvilizaciones espajiola y portuguesa de los siglos xvI y xv, caracterizados por la Contrarreforma y el militarism parasitario. Las cristalizaciones resisten- tes todavia hoy en estos paises son el clero y una casta mi- Utar, dos categorias de intelectuales tradicionales fosili- zadas en la forma de la madre patria europea. La base es muy restringida y no ha desarrollado superestructuras complicadas: la mayor cantidad de intelectuales es de tl- po rural y puesto que domina el latifundio, con extensas propiedades eclesidsticas, estos intelectuales estan vincu- lados al clero y a los grandes propietarios. La composi cién nacional es muy desequillibrada incluso entre los blancos, pero se complica por las masas notables de in- dios que en algunos paises constituyen la mayoria de la Poblacion. Puede decirse en general que en estas regiones americanas existe atin una situaciin de Kulturkampf y de Proceso Dreyfus, 0 sea una situacion en la que el elemento laico y burgués no ha alcanzado auin la fase de la subord!- nacién a la politica laica del Estado modemo de los inte- reses y de la influencia clerical y militarista, Asi sucede que por oposicién al jesuitismo tiene todavia mucha in- fluencia la masoneria y el tipo de organizacién cultural como la ‘Iglesia positivista’. Los acontecimientos de estos ‘altimos tempos Inoviembre de 1930], desde el Kultur kampf de Calles en México a las insurrecciones militares- populares en la Argentina, en el Brasil, en el Peri, en Chi- le, en Bolivia, demuestran precisamente la exactitud de es- tas observaciones."79 Es notable la insistencta con que en los distintos textos Gramsci define la fase por la que atraviesa América Lati- 95 ‘na como una “situacién de Kulturkampf y de proceso Drey- fus". Se advierte aqui la tentativa de traducir en clave de Ja experiencia mexicana — como forma pecullar y sistema- tica de constitucién de un bloque nacional-popular— la ca- tegoria de reforma intelectual y moral que ha introducido ‘en su examen critico del Risorgimento italiano y en sus formulaciones mas generales de teoria politica. La subor- dinacién a la politica latca del Estado moderno de todos Jos sectores sociales vinculados al antiguo régimen por in- tereses econdmicos y estratifleaciones culturales suponia una lucha que requeria una profunda transformacién de Jas conciencias. En las condiciones particulares de las na- clones latinoamericanas, ni las clases dominantes “po- dian vincularse a patrias europeas que tuvleran una gran funcién econémica ¢ historica” ni los indigenas estaban en condiciones de dinamizar un proceso no obstante ejer- cer, aun pastvamente, una influencia sobre el Estado. La definicién de la fase como de Kulturkampf —“la lucha de ‘México contra el clericalismo ofrece un ejemplo de esta fase", aclara en otro apunte— suglere el tmplicito recono- ‘eimiento por parte de Gramsci de dos rasgos que caracte- Tizaron el proceso de constitucién de nuestros estados nacionales: una autonomfa considerable de'la esfera ideo- 16gica y una evidente incapacidad de autoconstitucién de la sociedad. Colocados en este plano de andilsis, los gran- des temas de la revolucion pasiva, del bonapartismo y de la relaci6n intelectuales-masa, que constituyen lo propio de la indagacién gramsciana, tienen para nosotros una concreta resonancia empirica 80 Ya hemos recordado el informe de Gramsci al Comité Central del ret de agosto de 1926 en el que define a Italia como pais de la “periferia” y analiza el desmedido peso que tienen las clases medias. Como producto de una com- posicin demografica que Gramsci califica de malsana, determinados estratos sociales no vinculados a las clases, fundamentales encontraban alli un espacio favorable pa- ra desplegar un variado espectro de iniciativas politicas. Sobre este tema de la concepcién del Estado segin la pro- ductividad o funcion de las clases sociales retorna en los 96 Cuademos y eseribe una serle de apuntes extremadamen- te sugerentes para un reexamen del proceso de formacién de nuestros propios estados nacionales y de la funcién que en élcumpliron los intelectuales. Gramscl se plantea el problema de aquellas formas par- tculares de estados, nacidos sobre la base de un determi- nado modo de produccién y para corresponder a los intere- ses de las clases productivas fundamentales, pero en los que la iniciativa de su formacién no estuvo a cargo de aquellos sectores econémicamente fundamentales en él, ‘sino de grupos de un posible bloque dominante pero rela- cionados indirectamente con tales sectores. Cuando el im- pulso hacia el progreso no va estrechamente ligado a un. desarrollo econémico local, sino que es un reflejo del desarrollo internacional que manda a la periferia sus co- rrientes ideolégicas, nacidas —recuerda Gramsci— sobre la base del desarrollo productivo de los paises mas avan- zados, entonces la clase portadora de las nuevas ideas “es la clase de los intelectuales y la concepcién del Estado cambia de aspecto. El Estado es concebido como una cosa en si, como un absoluto raclonal”. Siendo el Estado la ex- presién de un mundo productivo, y siendo los intelectua- les aquel estrato que se identifica mas plenamente con la burocracia estatal. “es propio de la funcién de los intelec- tuales poner al Estado como un absoluto”. De tal modo es concebida como absoluta su funcién histérica y es racio- nalvada plenamente su existencla. “Este motivo es bas!- co en el Idealismo filoséfico, y va ligado a la formacion de los estados modernos en Europa como ‘reaccién-supe- racién nacional’ de la Revolucién Francesa y del napo- Jeonismo (revolucién pasiva).[...] Cada vez que los intelec- tuales parecen ‘dirigir, la concepcién del Estado en si reaparece con todo el cortejo ‘reaccionario’ que de cos- tumbre la acompafia. Las formactones estatales se cons- truyen en base a “sucesivas oleadas” producidas por una combinacion de luchas sociales de clases y de guerras nacionales, con predominio de estas ultimas. Gramsci caracteriza el periodo de la Restauracién®! como el més ri- co ¢ interesante desde este punto de vista, por cuanto es la o7 forma politica en la que las luchas sociales “encuentran cuadros eldsticos que permiten a la burguesia legar al poder sin rupturas notables. sin el aparato terrorista fran- cés. Las viejas clases son degradadas de ‘dirigentes’ a ‘gubernativas’, pero no eliminadas y mucho menos supri- midas fisicamente: de clases se convierten en ‘castas’ con caracteristicas psicolégicas determinadas ya no con fun- clones predominantes. ¢Puede repertirse este ‘modelo’ de la formaci6n de los estados modemos?"®? La respuesta a esta pregunta oscila desde su exclusion en 1930 "por lo me- nos en cuanto a la amplitud y por lo que respecta a los grandes estados") hasta la aceptacién condicionada de es- ta posibilidad en los apuntes de 1935: *zDebe exclutrse esto en sentido absoluto, o bien puede decirse que al me- nos en parte pueden darse evoluciones similares, bajo la forma de advenimiento de economfas programaticas?” Pero toda la cuestion es para él de suma importancia, “porque el modelo francés-europeo creé una mentalidad”, Vinculado a esta cuestion aparece el problema de los in- telectuales y del papel que creyeron cumplir en todo este prolongado periodo de fermentacion politica y social in- ‘cubado por la restauracion. La expansi6n de la filosofia clasica alemana y, sobre la base de ésta, del marxismo, es producto de un paralelismo de desarrollo — una “tradue- cién” del lenguaje politico al lenguaje especulativo en el sentido de Hegel que recupera Gramsci— entre dos dimen- siones de la realidad: “lo que es ‘politica’ para la clase productiva se convierte en ‘racionalidad’ para las clases Intelectuales”. A partir de este fundamento histérico es posible explicar. todo el idealismo filaséfico moderno y hasta clerta tendencla degenerativa del marxismo que conduce a algunos de sus fieles a considerar como “supe- rior la ‘racionalidad’ a la politica, la abstraccion ideol6gt- caalaconcrecién economica’.® En una posterior reelaboracién de estos apuntes, Gramsci perfila de manera mas acabada un razonamien- to que no quiere incurrir en abstractos esquemas sociolo- Blcos y que exige, por lo mismo, un culdadoso y profundo Teconocimiento histérico. ¥ dice: 98 “Aunque sea clerto que para Jas clases productivas fundamentales (burguesia capitalista y proletariado mo- derno) el Estado no es concebible mas que como forma concreta de un determinado mundo econémico, de un de- terminado sistema de produccién, no se ha establecido que la relacién de medio a fin sea faclmente determina- bie y adopte el aspecto de un esquema simple y obvio a pri- mera vista. |... En realidad, el impulso para la renovacién puede ser dado por la combinacién de fuerzas progresistas escasas ¢ insuficientes de por si (sin embargo de elevadisi- ‘mo potencial porque representan el futuro de su pais) con una situacién internacional favorable a su expansién y victoria, |...] Cuando el tmpulso del progreso no va estre- chamente ligado a un vasto desarrollo econémico local que es artificialmente mitado y reprimido, sino que es €l reflejo del desarrollo internacional que manda a la pe- riferia sus corrientes tdeologicas, nacidas sobre la base del desarrollo productive de los paises mas avanzados, en- tonces el grupo portador de las nuevas ideas no es el grupo econémico, sino la capa de los intelectuales, y la concep- cin del Estado de la que se hace propaganda cambia de aspecto: éste es concebido como una cosa en si, como un absoluto racional. La cuestién puede ser planteada asi: siendo el Estado la forma concreta de un mundo producti- vo y stendo los intelectuales el elemento social del que se extrae el personal gobernante, es propio del intelectual no anclado fuertemente en un poderoso grupo econdmico pre- sentar al Estado como un absoluto: asi es concebida como absoluta y preeminente la misma funcin de los intelec- tuales, es racionalizada abstractamente su existencia y su dignidad histérica."&+ Rigurosamente anclado en una perspectiva analitica maniista, preocupado por establecer los nexos fundamen- tales entre estructura de las relaciones de clase y forma- clones de la conclencia (economia, politica y cultura), Gramsc! ofrece, no obstante, una visién por completo ale- Jada de la aplicacion mecdnica de un modelo de construc- ‘clon estatal, que creé si una mentalidad generalizada, pe- To que no se repitié luego en ninguna otra parte. Aparecen 99 aqui los elementos sobre los que construye el concepto de “revolucién pasiva” como revolucién sin revolucién, co- mo criterio de elucidacion, “en ausencia de otros elemen- tos activos de modo dominante”, de “toda época compleja de sacudimientos hist6ricos”. Los procedimientos analitt- cos a través de los cuales Gramsci lega a formular este concepto clave, y que podemos seguir en las sucesivas ela- boraciones presentes en los Cuadernos, nos permiten cap- tar no sélo su estilo de trabajo, sino también la relacién que él establece entre paradigma interpretativo y ejem- plificaciones hist6ricas. “Los pasajes internos al razo- namiento seguido por Gramsci, la cautela expositiva que privilegia hipétesis interpretativas respecto a esquemas generalizantes, inducen a individualizar un procedimien- to circular: de un fenémeno definido a un paradigma interpretative mas general, que a su vez debe ser verifica- do concretamente a la luz de especificas ejemplificacto- nes histéricas. Este método de trabajo comporta una pro- gresiva articulacion de la misma hipétesis inicial. Si se supone que el caso ejemplar de revolucion pasiva es aquel donde se da ‘una combinacion de fuerzas progresivas esca- sas ¢ insuficientes por si mismas... con una situacién in- ternacional favorable a su expansién y victoria’, derlvan de aqui algunas consecuencias relevantes. Asi la comple- Ja realidad politica que encierra la ‘expresion metafori- ‘ca’ de Restauracién no puede ser leida como puro proceso de conservacién, desde el momento que detras del aparen- te inmovilismo de una ‘envoltura politica’ ocurre en reall- dad una transformacién molecular de las ‘relaciones sociales fundamentales’."6 Si como se ha sefialado son evidentes las derivaciones de un analisis de este tipo para un nuevo examen de las interpretaciones del fascismo, también resultan claramente evidentes las consecuencias que ellas acarrean cuando se aplican al cuestionamiento critico de toda una literatura de impronta maraista sobre América Latina, 100 3 ‘Ya hicimos mencion al hecho de que el desarrollo de la so- ciologia latinoamericana de las ultimas décadas parti de la critica de la teoria y de la practica de una izquierda que hizo del modelo de la revolucién democratica burgue- sa su matriz ideolégica y su clave de interpretacién de la realidad. La resultante fue un distanclamiento de graves consecuencias politicas entre politica y cultura, que el al- thusserianismo en boga pretendié suturar en los aos se- senta y setenta reduciendo la teoria a una ideologia legiti- madora de una practica politica muy defintda. Se ha sefia- lado con Justeza la funcién desempefiada por las elabora- clones teéricas de Althusser y de sus discipulos en toda una generacién latinoamericana que encontré en ellas la base doctrinaria y politica para una accion caracterizada por su extremo voluntarismo.® Es curloso observar el fe- némeno sélo en apartencia contradictorto de la fascina- clén ejercida por lo que pretendiendo ser toda una “revolu- clén te6rica” no era, en realidad, sino una reformulacion bajo nuevos conceptos de las tests fundamentales del mar- xismo-leninismo. El vanguardismo tipico del discurso de tzquierda encontraba en la aparente rigurosidad concep- tual de Althusser una posibilidad de refundar su condi- cin de portador de una verdad cientifica, y por lo tanto historico-politica, erosionada por la crisis del estalinis- mo y la emergencia de fenmenos revolucionarios fuera dela tradicion comunista. El althusserianismo cumplié en América Latina una funcién contradictoria, lo cual tal vez explica el hecho de que con extrema rapidez se convirtiera en una ideologia hhegeménica en la cultura de izquierda. En una época en que la crisis del estalinismo habia opacado el interés por el marxismo teérico, Althusser le restituyé un prestigio intelectual acrecentado por la expansién del estructuralis- mo francés vinculado a las ideas de Marx por multiples lazos. Pero al mismo tiempo consolid6 en sus posiciones Ideologicas a las nuevas vanguardias surgidas de la des- composicion de los partidos comunistas, Fusionada con 101 una lectura en clave catastrofista de ciertos elementos de Jas teorias dependentistas, permitia coronarla con una es- trategia de transformaci6n revolucionaria seguin el esque- ma de la propuesta de clase contra clase elaborada en los afios veinte por la Tercera Internacional, La descomposi- cin de las formaciones tradicionales de la izquierda te- nia a su vez el efecto de acentuar la busqueda de sustitutos en las organizaciones guerrilleras y terroristas urbanas depositarias de una tarea histérica incumplida. Nadie ig- nora el papel desempenado por los escritos de Régis De- bray en la formulacién de una propuesta estratégica glo- bal revolucionaria que fustonaba elementos del “foquis- mo" de matriz guevariana-castrista con las ideas de Al- thusser. Y la combinacién ejercio una fascinacion tal que aun después de la derrota de la violencia armada los l- bros de Althusser siguieron difundiéndose ampliamente en los ambientes académicosy de la tzquierda militante. La difusién de Althusser tuvo, sin embargo, un resulta- do paradojico: puso de moda a Gramscl y preparé a un pt biico lector para su conocimiento. No sélo en México, co- mo lo ha recordado Arnaldo Cérdova, sino también en la Argentina y en Chile. Desaparecidas las viejas ediciones de Lautaro, hacia fines de los setenta quienes no leyeran en italiano s6lo podian saber de Gramsci de manera indl- recta a través de la polémica contra él emprendida por Al- thusser en Para leer El capital —titulo con el que se tradu- Jo al espanol su célebre Pour Marx, redactado en colabora- cién con algunos de sus discipulos—. Para el filésofo fran- cés, el historicismo de Gramsci no era verdaderamente mardista, sino tributario de la tradicion idealista ttalla- na. “Como podra imaginarse, cuando Gramsci finalmen- te cayé en manos de los militantes de izquierda estaba irremediablemente precedido de una pésima fama, no s6- Jo de ‘croceano’ ¢ ‘historicista’, sino hasta de ‘reformista’ ignorandose por supuesto el hecho de que muchos consi- deran a Gramsci uno de los ‘radicales' del movimiento comunista internacional de los afios veinte”.§7 Ta consumacién del althusserianismo dejé el espacio ll- bre para la difusi6n de Gramsct. Refiriéndose al caso par- 102 ticular de México, Cérdova sefiala que ya a mediados de los aftos setenta Gramsci comenzé a cobrar fuerza “en la medida en que todo el mundo se tba olvidando de Althus- ser”. ¥ este hecho tuvo una consecuencia importantisima en términos de un desplazamiento de la investigacién ha- cfa el terreno mas conereto de la realidad nacional. Proli- feran los “estudios marxistas mexicanos sobre la reall- dad del pais y su cada vez mas difusa ligaz6n con la obra y el pensamiento de Gramsci. Sus grandes conceptos y preo- cupaciones (sociedad civil, sociedad politica, hegemonia, bloque histérico, reforma moral intelectual de la socte- dad, el principe moderne, el mito popular de inspiracién maquiaveliana, ete.) fueron convirtiéndose en referentes teoricos indispensales en el estudio de la nacién mexica- na y de su historia. Mientras las modas intelectuales le- gaban y se tban, una tras otra, inclulda la del althusserts- ‘mo, Gramsci permanecié en México” 88 En la redefinicin de la historia del pais y de la caracte- rizacion del papel de la Revolucion Méxicana en la confor- macion del Estado moderno el conocimiento de Gramsci ha desempenado un papel si no decistvo, por lo menos tm- portante. En una resena historiografica sobre el pasado econémico de México, John Womack Jf. establecia una comparacion histérica que remitia a Gramscl. La diferen- cla cualitativa que la revolucién habia introducido en la historia econémica del pais habia sido “desorganizar la resistencia popular al capitalismo”. Para encontrar un apoyo en la historia europea, el modelo a elegir no po- drian ser en modo alguno las revoluciones francesa 0 soviética, “sino el Risorgimento italiano o la Revolucién Espafiola de 1868". Frente al fracaso historico de la bur- guesia mexicana para “cuajar” y erigirse como clase na- clonal, y su eventual necesidad del Estado para conducir reformas politicas y sociales desde arriba, “el maestro pa- ra estudiar estos asuntos es Gramsci, particularmente en sus notas sobre la historia itallana”.8 El consejo de Wo- mack fue recogido a punto tal que buena parte de la litera- tura especializada recurre a las elaboraciones teéricas y metodologicas que se despliegan en los Cuadernos para ex- 103

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