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D
esde niña, a Atalanta le gustaba corretear por caminos
y senderos o entre los árboles del bosque, persiguien-
do a los animales. A fuerza de practicar aquel diverti-
do juego, se convirtió en una corredora extraordinaria, que tenía
la elegante suavidad de una gacela y que era tan rauda como el
viento.
Pasados los años, la belleza de Atalanta atrajo a numerosos jó-
venes, que intentaron conquistar el corazón de la muchacha. Pero
ella no sentía el más mínimo interés por ninguno.
La joven llegó a estar tan harta de aquellos molestos preten-
dientes, que, para librarse de ellos, decidió proponerles una prue-
ba en la que estaba segura de salir victoriosa:
-Solo me casaré con quien consiga vencerme en una carrera.
Ahora bien, debéis tener en cuenta que aquel que pierda recibirá
un terrible castigo.
Y tan segura estaba ella de su victoria que hasta ofrecía a sus
rivales una pequeña ventaja: la de la longitud de su lanza. Algu-
nos muchachos se atrevieron a intentarlo, pero ninguno consi-
guió derrotar a la veloz Atalanta.
Un buen día se presentó ante Atalanta un joven llamado Hipó-
menes y, como tantos otros, expresó a la muchacha su deseo de
casarse con ella.
-¿Acaso no sabes que tendrás que vencerme en una carrera?
-le preguntó Atalanta con aire de superioridad.
-Sí, lo sé y acepto tus condiciones -contestó Hipómenes muy
tranquilo-. Pero no olvides que, si eres tú la derrotada, tendrás
que casarte conmigo.
-Está bien -dijo Atalanta fríamente-. Ahora, colócate delante
de mí, donde llega el extremo de mi lanza. Desde ahí empezarás
a correr.
-¡Oh, gracias! Pero no hace falta. No quiero partir con ventaja.
-¡Soy yo quien pone las normas! A ti solo te corresponde aca-
tarlas sin rechistar -dijo la joven en tono autoritario.
2 Hipómenes y Atalanta
Hipómenes y Atalanta
gacela
Hipómenes y Atalanta
rauda veloz
pretendientes hombres que intentan enanorar a una mujer
sin rechistar sin protestar
autoritario con dureza
abatida triste, desanimada
reconocimiento admiración
2 Textos informativos - guías de viaje
Hipómenes y Atalanta
D
esde niña, a Atalanta le gustaba corretear por
caminos y senderos o entre los árboles del bos-
que, persiguiendo a los animales. A fuerza de
practicar aquel divertido juego, se convirtió en una corre-
dora extraordinaria, que tenía la elegante suavidad de una
gacela y que era tan rauda como el viento. rauda: veloz
Hipómenes y Atalanta
-¡Soy yo quien pone las normas! A ti solo te corresponde
acatarlas sin rechistar -dijo la joven en tono autoritario. sin rechistar: sin protestar
autoritario: con dureza.
Hipómenes apretó los labios con rabia y obedeció a la
muchacha. Luego, comenzó la carrera.
En tan solo unas décimas de segundo, Atalanta alcanzó
a Hipómenes y se colocó por delante de él.
«Ahora es el momento... », pensó el joven.
Entonces introdujo su mano en una bolsita que llevaba
oculta, sacó una manzana dorada y la dejó caer junto a los
pies de la muchacha.
-¡Oh! ¿Qué es esto? -se preguntó Atalanta sorprendida-.
¡Una manzana de oro!
Muy segura de poder recuperar el tiempo que iba a per-
der, la joven se agachó, cogió la manzana y se quedó exami-
nándola unos instantes.
-¡Estupendo! -dijo Hipómenes mientras miraba de reojo
a Atalanta, que iba unos metros por detrás de él.
Pero la rapidez de la muchacha le permitió volver a al-
canzar sin problemas a su adversario.
Así que Hipómenes sacó de la bolsa una segunda man-
zana dorada y la dejó caer de nuevo al lado de Atalanta.
También esta vez, ella se agachó a recogerla y de nuevo
perdió terreno. Hipómenes, ya muy cansado, corrió cuanto
pudo, pero Atalanta volvió a alcanzarlo.
Cuando los jóvenes estaban a escasos metros de la meta,
Hipómenes sacó su última manzana de oro y la dejó caer.
Atalanta dudó un instante, pero, segura de sí misma, deci-
dió agacharse para cogerla. Entonces, Hipómenes hizo un
último esfuerzo y consiguió llegar el primero a la meta. ¡Lo
había logrado!
Aunque abatida por la derrota, Atalanta tuvo unas pala- abatida: triste, desanimada.
bras de reconocimiento hacia su contrincante: reconocimiento: admiración.