Você está na página 1de 18

CENIZO

CUENTO Y RELATOS PARA NIÑOS

POLY FERNAN

DEDICATORIA
Al recuerdo de mi madre, que sufrió sustos y angustias por ceder a nuestra vocación por la aventura y
amor por la libertad. Y a mis hermanos, por ser ellos mismos, compinches de algunos capítulos de este
libro.
A Doña Gladis Paz de Alberto, mi hermana en la poesía, porque me animó a escribir estos relatos.
Y en especial a mi hermano Beto Fernán que paso por este mundo dejando solo dulzura y bondad a
sus semejantes, y nunca perdió su alma de niño bueno.

PROLOGO

Elsito, junto a su perrito Cenizo son los dueños de esta historia. De Cenizo ya hablaremos más
adelante. Elsito, diminutivo de El, es el nombre del personaje de estas paginas porque solíamos ponerle
este sobrenombre a cualquiera de nuestros amiguitos cuando queríamos hacerlo protagonista de alguna
aventura o ponerlo en ridículo, así que puede ser también el de cualquier niño que este leyendo estas
líneas.
No vamos a relatar aquí las partes malas ni los errores cometidos por el personaje, porque no sirve de
ejemplo a nadie, sino lo que más cuesta, el duro desafió de ser cada día mejor, pues para esto hace falta
un poco de sacrificio, de desprendimiento, nobleza de corazón y generosidad hacia el prójimo.
Lo malo, ya se sabe, abunda en el mundo y existen personajes que no saben cabalmente que se puede y
se debe dignificar la vida y no se dan cuenta de dar el buen ejemplo en todo lugar y circunstancia.
Es pues, una historia para niños y, para el que todavía lleva un niño en su corazón, sea un aliciente para
seguir protegiéndolo, en el fondo de su alma de los avatares de la vida.
Ojala pudiera haber transmitido yo, que es otra ciencia y talento, lo maravilloso que existe en el
universo de un niño de cualquier lugar del mundo, pues como dijo el poeta, la mayor parte de la magia
del pensamiento muere cuando nacen las palabras.

Poly Fernán

INTRODUCCION

El pueblo es pequeño, pero las quintas y cañaverales que lo rodean lo hacen grandísimo a los ojos de
los niños. Con arroyos y acequias donde mojan sus raíces los sauces, chirimoyos, ceibos, higueras,
durazneros y toda clase de árboles y arbustos, algunos floridos para alegrar la vista y el olfato, otros
regalando sus frutos en un vaho de calidos perfumes tornándose en mágicos lugares de aventura en
verano.
En invierno, seguro refugio son los cañaverales, altos y maduros para la zafra, intimo cobijo para el
niño con hambre lejos del hogar. En las tardes azules, cuando lo moja una fina llovizna y el viento
helado lo peina suavemente, es tibio regazo de madre y dulce alimento su noble jugo, haciendo de
padre protector del gorrión en que a veces se transforman los niños.
Más allá, el monte, con su vida misteriosa, donde hay leña ardedora, pájaros y palomas, generoso en
mieles de lechiguanas y toda clase de frutos silvestres como son las docas, hucles y pasacanas,
algarroba, chañar, tunas, talas, mistoles y muchas otras especies casi desconocidas por la mayoría, pero
muy bien aprovechadas como alimento para el cuerpo por quien tiene el alma libre como un pájaro
errante.
Cobija y contiene lo más hermoso, el tesoro de la infancia encendida de misterios y asombros.
Para Elsito el pueblo así no es pequeño, no, es su universo donde el horizonte no tiene fin y el duende
de la niñez vaga a gusto en su afán de vivir intensamente lo desconocido.
El monte es el cuerpo, el agua, la vida…

CENIZO

Cenizo es un perrito muy bueno y cariñoso, juguetón, siempre mueve la cola, nunca está enojado y es
amigo de los niños.
Cuando lo trajeron, casi cabía en las palmas de las manos, y, por ser tan chiquito, hubo que conseguirle
leche, hasta que, más grandecito, pronto aprendió a comer de lo que había.
Desconfiado de los mayores, no le gustaba dejarse tocar por ellos, mas con los niños se dejaba alzar
con cierta indulgencia, sin manifestar mal humor alguno.
El pelo, blanco y enrulado. Los ojos escondidos como entre matas de algodón, resaltando en un brillo
de alegría junto al botoncito negro que tenía por nariz. Las orejas chicas y caídas hacia adelante,
siempre levantando una a modo de interrogatorio, atento al menor atisbo de aventura, con su roja
lengua al aire y forzada sonrisa de tanto correr y jugar.
Su mayor alegría la demostraba cuando lo llevaban al rió de excursión. Elsito descubrió que no era tan
grande como parecía el día que intento cruzar el rió. Con el pelo mojado y pegado al cuerpo, resultaba
otro sin su esponjoso atuendo.
Dormía junto al fuego en las noches de invierno, entre las cenizas, esto más el poco baño que recibía
fue tomando un color ceniciento, hasta que un día lo llamaron “Cenizo”

Con el tiempo Elsito supo que era de la raza Pomerania, con un aire de no se que padre de dudoso
linaje, que lo convertía en una rareza, algo así como un perro con titulo de nobleza, pero aventurero y
vagabundo, por convicción.
Al verlos juntos, no se podía afirmar si era tal perro para tal amo o viceversa. Fue una mutua atracción
que se transformó en una hermosa e incondicional amistad que los unió para siempre.

II

ELSITO

Al venir a este mundo, a Elsito le tocó transitar por la angosta y trajinada vereda que corresponde al
que nace en pobre cuna.
Tuvo que aprender muy pronto a esquivar los apremios y a sortear el hambre y la necesidad del que
nada tiene. Mas, con todo, tuvo suerte, pues esta es la vereda más valiosa, porque es la generadora de
los sueños y esperanzas, la de la búsqueda constante de un mejor porvenir, de tener una visión real de
la vida.
Nunca necesito preguntarse el sentido que tenia la suya, ni tampoco averiguar para que vino al mundo.
Vivir ya fue una alegría, porque descubría a cada momento que lo imposible no existía para él. A cada
angustia, en cualquier necesidad, de algún lado brotaba la solución, y no tardo mucho en comprender
que felicidad y sacrificio correrían de la mano como hermanos mellizos.
En su infancia inocente, cuando tuvo que esperarlo todo de los mayores, fueron muchos sus pesares,
siendo para el un misterio que no le correspondía averiguar, ni quejarse de su suerte ante nadie cuando
le faltaba algo, ya que creía que su vida era así, y nada podía modificar por si esta situación.
Pero todo este enigma termino cuando pudo valerse por si mismo; allí acabo se desaliento e
incertidumbre sobre el destino que pesaba a su alrededor; y lo que hasta entonces fue para el un
incomprensible mundo de los mayores, empezó a tener sentido y color.
Fue cuando descubrió que podía, con solo trabajar, mejorar su situación.
Entonces, como un mínimo Quijote, midiendo sus fuerzas arremetió con sus pocos años a disputarle a
la vida sus propios derechos.
No fue fácil empezar. Mas Dios pone el primer escalón cuando alguien quiere de verdad elevarse.
Así fue como Elsito se vio primero haciendo los mandados a las vecinas solas, salir luego a vender
empanadas y rosquillas que hacia la reciente viuda que tenia un hijo pequeñito.

En heladas madrugadas vendió diarios. Lustró zapatos al fiado a los estudiantes de bolsillo corto y
sueños desbordados. Pinto cruces y vendió flores en coronas y ramos, embelleciendo tumbas en el día
de los Difuntos.
Nunca descuido la escuela, que fue complemento de lo que aprendió en la calle.
Así fue observando en su justa medida y dimensión la realidad de la vida que no regala nada, salvo la
satisfacción de existir, pensar, soñar. La Libertad fue su norte y guía, y al fin la consiguió
defendiéndola día a día. Después fue creciendo por dentro y por afuera, pero esta ya es otra historia.

III

EL MONTE

Hoy es un día hermoso, Cenizo. ¿Que te parece si nos vamos de aventuras?


El perrito se levantó instantáneamente. Era lo que estaba esperando. Conocía muy bien a su amo. Había
observado los preparativos previos a una excursión, así que estaba ansioso esperando la orden, y ésta
haber llegado.
Entonces apuremos la salida, Cenizo. Ya es la hora en que las urpilitas recorren el borde del camino,
picoteando las semillitas de las verdolagas, húmedas de rocío todavía, y que tanto les gusta haciéndolas
descuidarse de nosotros.
Y están ahí, porque les es fácil hacer sus nidos en los naranjos y limoneros, como también en las ramas
de los ceibos que bordean la acequia.
También es la hora en que empiezan a cantar los pájaros, desde el “icancho” tan diminuto y curioso,
hasta los zorzales o “chalchaleros” que rondan entre las ramas bajas, buscando las húmedas sombras de
las plantas tropicales.
¡Ya verás como nos divertiremos, yo con la honda, y tu con los “cuises” que corren de un costado a
otro en los cercos!
Mira, además de las piedras para la honda, llevo pan y queso por la dudas se haga tarde para volver, y
que tal vez encontremos alguna “lechiguana”, hechas por las avispas del monte que hacen la miel tan
rica.
Esta vez no traeremos leña, Cenizo, así que disfrutaremos muy bien del paseo.
Antes que se pusiese la honda al cuello, ya Cenizo se adelanto, esperándolo a duras penas para verlo
ponerse en marcha.
¡Espera, no seas impaciente, Cenizo!. Ya sabes que tienes que ir a mi lado sin apresurarte!
Y efectivamente, apenas cruzaron la acequia de la “usina” por el palo -rasado en la tabla le parte
superior- fue que empezó la aventura.
Desde la altura dada a la acequia para mantener su nivel, se le descubrió un hermoso panorama. A su
derecha, el cañaveral crecido, como un mar verde, con su ejercito de espadas brillante hojas
mereciéndose suavemente al sol; y mirando hacia su izquierda, enfrentándolo, la quinta de limoneros y
naranjos, con plantas de limas y mandarinas.
Apenas bajaron al camino, estrechado casi en forma de senda, desde un atrio perfumado de azahares
del naranjal, un ketupí alerto a la vecindad alada cantando estruendosamente. Le siguió el canto de
inmediato de una pareja de horneros en afiatado dúo.
Una calandria soltó su vuelo desde una talita tapado de enredaderas hasta la punta del poste del
alambrado, y, no queriendo ser menos, lanzó su especial gorjeo.
De pronto, la mañana cobro vida inusitadamente, como si estos pájaros cantores hubiesen estado
esperándolos para celebrar el día alegre y ruidosamente.
Elsito no pudo menos que pararse a disfrutar este recibimiento triunfal, llenando sus pulmones de aire
fresco y perfumado. El sol asomaba sobre la niebla matinal, quebrándose en rayos violáceos entre las
sombras de los limoneros, dando a las gotas de rocío, reflejos de perlas de colores.
Dime, Cenizo, ¿es posible tanta belleza y placer?
¡No me cabe más aire y gozo en el pecho!
Cenizo lo miro como interrogando si debían pararse o seguir el camino. Para el era todo natural y no
había de que asombrarse. Todavía su amo no había hecho uso de su honda, y faltaba un poco para
llegar a los cercos donde se escondían los cuises. ¡Allí si había diversión!
Su meta era perseguirlos, aunque nunca los alcanzaba; mas o menos lo mismo que le pasaba a su amo
con las palomitas.
Allí comenzaba en forma abrupta el monte, con sus primeros guardianes cerrándoles el paso.
Un gran misterio le guardaba, que atraía a Elsito con fuerza, e insensiblemente se fue internando por
una senda conocida, olvidándose que tenía que doblar hacia el lote donde estaban las dulces y blandas
cañas de azúcar, a las que llamaban “violetas”.
Esta parte del monte habíase formado desde muchísimo tiempo atrás sobre el ancho pedregal dejado
por el río, al desviarse, mucho mas arriba, en la parte llana del majestuoso valle, dejando correr,
seguramente, algo de agua subterránea.
Era agreste y bravío, el más arisco y huraño de los montes que conocía, haciéndose mas benigno, mas
verde y menos espinudo conforme se acercaba hasta donde doblaba el río, llevando su cauce hacia otro
destino.
Quedo como desheredado, solo y a su suerte.
Por eso lo atraía, por ser así, rebelde y misterioso, con ejemplares autóctonos muy diferentes a los
conocidos.
No le faltaban a Elsito pequeñas cicatrices en brazos y piernas, puesto que las enmarañadas ramas,
elásticas y cortantes, resistían la fuerza del machete; andando entre los chaguares de hojas afiladísimas
en forma de sierra, entre espinas de toda clase, por fuerza dejaban su vengativa marca en la sufrida
humanidad del pequeño aventurero.
Lo saludo un yuchán panzudo, con sus brazos en alto y su figura de payaso barrigón, rodeado de una
corte de garabatos, con sus redondos frutos amarillos, los pocotos.
Piquillines, uñas de gato, sombra de toro, sacarosas, quimiles, guayacanes, tuscas y chaguares, cebiles
y cactus, entre otras especies, lo esperaban en cerrada formación montonera. Como al azar, algún
quebracho colorado se alzaba majestuosamente, dominando el espacio entre las sendas abiertas por el
ganado montaraz.
Elsito admira y respeta al monte, lo siente como algo vivo. Imagina que piensa y late como él. Sabe que
el guardián invisible del monte, el “Sachayoj” guía y protege al que sus dominios respeta, pero que no
perdona al que lo hiere o desprecia.
Por eso no tiene miedo, sino precaución y respeto.
Imprevistamente, atravesado en la senda y cerrándoles el paso, yace un enorme cactus.
Era un viejo conocido suyo. Su tronco, agujereado por los pájaros carpinteros que año tras año hicieron
sus nidos en él, no pudo soportar el propio peso de sus fornidos brazos, y ya debilitado, fácilmente
algún viento lo derribó.
Es cierto que ya tenía muchos años, pero nunca dejó de dar flor y también su fruto: el hucle.
Le duele a Elsito como la perdida de un amigo que se va. ¿Cómo se hace para rezar una oración por él?
. No lo sabe. Se siente como despojado de algo, y su mirada se ensombrece.
¡Adiós, buen amigo, protector de pájaros, benigno en sombras y frutos, guía y señal en el
monte…descansa en paz!
Avanza nuevamente por la senda abierta por los toros, dejados en libre albedrío por meses, hasta que
empiezan a aparecer árboles más grandes. Algarrobos, talas y mistoles añosos que limpian el contorno
de malezas, con su sempiterna sombra.
¡Buen lugar para merendar y descansar!.
Más arriba, casi a media legua, se dejan ver las copas de los lapachos, florecidos en rosadas coberturas,
como así también los ponchos amarillos del chañar y la brea resaltando en el verde fondo del paisaje.
Es que ya están cerca del río, donde el hombre ha instalado las bocas-tomas de las acequias que riegan
la comarca, y su presencia realza en verde la vegetación.
Jamás lleva Elsito agua, pues siempre deja como meta llegar hasta donde haya, marcando así el fin de
la excursión.
En el trayecto, va dejando satisfecha su curiosidad de ver siempre renovado el poder creativo de la
naturaleza, y feliz como cuando uno visita a un amigo…

IV

EL ARROYO
El agua clara del arroyo pasa rauda, en ondulantes reflejos, traspasada de luz por el sol de verano en los
claros que dejan las sombras ribereñas.
A veces se refugia en los huecos que forman las eses irregulares de la pequeña barranca, vestida de un
corto tapiz vegetal, matizado en florecillas blancas, con “avioncito” juguetones que descansan
balanceándose a ras de la corriente sobre los junquillos ribereños.
Otras veces, se queda escondida detrás de las piedras más grandes, cual descanso de sombra.
Pero, como los pájaros en la fronda, que, inquietos, no se permiten un tiempo de paz y quietud, en un
remolino ansioso de vértigo, se deja llevar nuevamente, siguiendo el azaroso itinerario cauce abajo.
A la salida de una curva se distiende en un remanso lento de suave retorno costero, entre verdes juncos
y tártagos rosados.
Allí esta Elsito, con los pies en el agua, sosteniendo el palito mojarrero, con Cenizo de espectador en la
orilla.
Abstraído en sus pensamientos, fija esta su mirada en la rama del árbol que se balancea sobre el agua,
rozándola y hundiéndose un poco para volver a sobresalir.
Porque el árbol, con sus raíces firmes en la tierra, todavía resiste con su tronco inclinado hacia el cauce
del arroyo.
Imagina que esa rama quiere detener el agua, que el árbol necesita conversar con ella, para que le
cuente que hay mas arriba, entre los montes y cerros, porque el, fijado a la tierra, no puede saberlo.
Pero el agua tiene prisa, y en furioso embate la levanta una y otra vez sin detenerse, cumpliendo así su
destino de constante andar.
El agua… A donde irá?. Tal vez sea eso nomás: andar. ¿O será que tiene apuro de llegar a tiempo
donde la necesitan?.
¡Cierto, Cenizo!.¿Desde donde vendrán las aguas del arroyo?.¿Desprendidas tal vez de un río o nacidas
de algún manantial?. Y mas….¿que verán mas abajo, que cielos y que frondas, que pájaros y que
cantos?.¿Serán verdes horizontes o áridos desiertos, playas soñolientas o cascadas vertiginosas?
¡Lindo seria viajar calladamente sobre su lomo, admirando todo sin tocar nada!...
Cenizo lo miro levantando una oreja, como era su costumbre. Nunca sabía a ciencia cierta si su amo
hablaba solo, o le daría súbitamente una orden, así que estaba atento al tono de su voz.
Vuelve Elsito sin querer, a otro pensamiento.
Las pequeñas avispas del monte no son agresivas de su natural, pero seguro defenderán a punta de
aguijón su casa y alimento del que quiera robárselos.
Ya tiene casi resuelto el problema de quedarse con la miel de esta lechiguana que descubrió en el
monte, entre unos chañares jóvenes, sin tener que sufrir las consecuencias de tal osadía.
Primero hará un fuego, agregando ramas y hojas verdes para inundar de humo el ambiente donde esta
el panal. Ahí será el momento de cortar la rama desde donde cuelga, a casi un metro y medio del suelo,
la alargada caja de dulzuras.
Protegiéndose la cabeza y el torso con una bolsa, sabe que alguna le picara por entre la trama de la
arpillera, pero aun así esta dispuesto a pagar el precio de saborear esa exquisita miel tan suave y
aromática.
¡Hay!. Hasta lo siente al aguijón, como cuando saco la ultima, hace un tiempo ya.
La lechiguana no es muy grande, y las abejitas pronto harán otra, pues son muy trabajadoras y
constantes…
Además, Cenizo, haciendo un barrito con tierra y mi propia saliva, se alivia enseguida la picadura.
Es cuestión de animarse nomás…¿No te parece cenizo?.
El corchito que hace de boya se hunde hasta tensar la línea. Un borbollón plateado, un vivísimo
relámpago de luz azul refleja el costado de la mojarra, que, al tirón del astuto pescador, ya esta saltando
fuera del agua, liberado del artificio, rumbo a los bejucos costeros bañados por el arroyo.
Elsito se regocija de verla brincar con tanta fuerza y vitalidad, que la deja llegar hasta su líquido
hábitat.
El agua, como el tiempo, pasa y pasa. Elsito tiene sus pies en ella, pero su mente y espíritu están en
otro remanso, el del tiempo y del espacio…

LOS CARROS CAÑEROS

Empezada la cosecha de la zafra azucarera, aparecían los carros cañeros. De ruedas altas, hecha d
madera, con un aro de hierro que las protegía del desgaste. Dos mulas tirando de un conjunto de
cadenas flanqueaban al macho varero, un mulo robusto. Este animal era el que soportaba el peso y
equilibrio entre las varas del carro. Adelante, otra tres “cadeneras” que ayudaban a tirar completaba el
conjunto. Se elegían estos animales para este trabajo por ser más aguantadores y resistentes que los
caballos. Montado sobre una de ellas, iba el “carrero”, por lo general de origen santiagueño, baqueano
sin igual en este duro oficio, con su látigo sobre el hombro, el sombrero chato y aludo, camisa simple y
al cuello el pañuelo negro, amplias bombachas y alpargatas de yute.
Cargando el atado de caña de azúcar de varias toneladas de peso, cruzaban el seco y pedregoso lecho
del río a mas de una legua del Ingenio, dejando tras sí el polvaderal del tortuoso camino, con huellones
cada vez más profundos a medida que avanzaba la zafra. Carros, hombres y bestias sufrían los grandes
calores del Norte del día, cuando no las impiadosas heladas, superando en dura porfía todos los
escollos.
Colgado en la parte trasera se balanceaba un palo suelto, curiosamente llamado el “muchacho”, que en
las paradas hacia de soporte al parar el carro –volcado ligeramente hacia atrás- en delicado equilibrio, y
el infaltable perro trotando abajo. Una cuña de durísima madera mantenía a la rueda sobre su eje,
produciendo un traqueteo característico al andar.
Elsito corría por detrás y alcanzándolo sacaba las más blandas y finas cañas, a las que no era necesario
pelarlas de su corteza para sacarles el dulcísimo jugo que disfrazaban su cara con el polvo pegado a los
costados de su boca.
La honda al cuello y la bolsita con piedras que tan bien servían para jugar a la “payana”, eran parte
infaltable de su atuendo.
Al pasar el arroyo redoblaban los silbidos del látigo, ya que a los animales no se les permitía tomar
agua hasta que no estuvieran descansados. Algo malo les pasaría, puesto que el carrero no cejaba un
instante de azuzarlos, sin darles resuello.
En las siestas de intenso calor Elsito se paraba en el caño de agua surgente a ver pasar los carros cerca
de la entrada al Ingenio. Las mulas olfateaban de lejos el agua, y al llegar, hacían desesperados
esfuerzos, estirando el cuello y resollando con bufidos angustiosos, pero el carrero, a gritos y latigazos
obligaba a seguir el camino. A Elsito le parecía una crueldad del carrero este maltrato; pero a la vuelta,
ya descansados los animales y dejada la carga, recién los dejaba beber. Mas de una vez, los resuellos se
volvían imperiosos, las respiraciones sibilantes, los ojos desorbitados por la sed, los belfos espumosos,
sin hacer caso al látigo se paraban bruscamente y el carro, sin sostén trasero, se volcaba con su pesada
carga hacia atrás levantando al macho varero, que quedaba colgado de la cincha, dando un
impresionante espectáculo a mas de dos metros del suelo, en vano pataleo al aire.

VI

LOS TOROS

En invierno, cuando las rudas heladas sacuden la intimidad de los pobres hogares del pequeño pueblo
que da vida al Ingenio azucarero, es inevitable ir al monte que esta entre el río y el arroyo, secos por la
estación, a traer leña, tanto para el bracero familiar como para alimentar el horno de barro, en que la
madre de Elsito doraba esos panes milagrosos, crujientes y olorosos, unos aguantadores para
acompañar las comidas, y otros mas sabrosos para el mate.
Era ritual tomar una soga, levantar el machete y un pedazo de lona que hacia de muelle entre el atado
de leña y su pequeño hombro. Colgaba al cuello su honda de arco “copita”, y poniéndose en bandolera
la “yisca” con las piedritas elegidas en el río, ya estaba listo para la salida.
Al ver tales preparativos el “dogo”, el perro mayor del vecino, ya estaba a su lado con in disimulado
interés, y Cenizo loco de contento por ir al monte, dando pequeños ladridos de alegría sin dejar de
mover la cola ni un segundo.
Echándole la soga al cuello del dogo, agarrado fuertemente daba la señal saliendo disparados perros y
niño a la aventura. Tal fuerza y velocidad tomaban que Elsito, saltando de dos en uno, apenas tocaba el
suelo.
Contagiado de la alegría de los animales, se sentía dueño y señor de ellos porque le hacían caso como si
fuera un hombre grande y esto le daba una confianza infinita.
Llegado a la entrada de la espinuda senda, recorría los lugares conocidos, husmeando cuevas de
caraguay, en las que el dogo era muy hábil en localizar al morador si acaso estaba en su refugio,
hondeando cuises en las enramadas, descubriendo algún nido de carancho, y, en los dormideros en
busca de nidos de paloma.
Se sentía seguro, aunque nunca se animaba a adentrarse en demasía en el monte, porque había algo a lo
que realmente le tenia miedo.
Le paso una vez. Luego de buscar entre tuscales la leña ardedora, hizo su atado y al volver con su carga
al hombro se topo con varios toros bravíos, de torcida cornamenta y prestos a la embestida. Evito el
encuentro disimuladamente, y cuando ya parecía llegar al cerco del camino grande, en que estaría a
salvo de tan desagradable compañía, Cenizo, en un alarde de infantil travesura fue a molestar con sus
ladridos a los señores del monte.
Uno de ellos, cerril y mañero, le cerro el camino a Elsito, que nada pudo hacer sino subirse a un árbol
en contados segundos. ¡Que momentos angustiosos, que terrible espanto daba esa bestia!.Allí se estuvo
el toro con toda su furia, dando bufidos y levantando tierra con sus pezuñas, como si quisiera vengarse
de algo o como si supiera perfectamente que alguien estaba en ese árbol. Elsito creyó por un momento
que nunca se iría aquel animal. Pero felizmente pareció cansarse y se alejo despaciosamente.
Cenizo se había escondido en la espesura que cercaba el alambrado del camino. Temblaba todavía
Elsito al bajar de su incomodo lugar. ¡Ay, Cenizo!.¿No te das cuenta que yo no tengo ni tu tamaño ni tu
agilidad?. ¡Además, en tu inconsciencia , no le tienes miedo a nada!. Cenizo lo saludo lastimeramente.
¡También tuviste miedo cenizo!. Me parece que más has sufrido por mí que por ti.

VII

LAS QUINTAS

Como continuación del pueblo, florecían muchas quintas con frutales como limas, naranjas, limones y
mandarinas, aprovechando el agua de las acequias que servían de riego a los cañaverales.
El quintero, por lo general de origen Italiano, con su lenguaje de recién llegado al país y muy pocas
ganas de dejar el dialecto de su pueblo de origen, se convertía en un graciosos personaje al escucharle
su modo de hablar medio cocoliche.
Excelente agricultor, muy ducho en el oficio de hacer en cada predio una tentación para los niños, vivía
cuidando su quinta de las entradas furtivas de todo aquel que se tentaba con sus frutales. En pleno
invierno, solían presentarse días primaverales por el cálido viento norte, con noches plenas del perfume
de azahares, mezclada con el aroma de las naranjas maduras, así para entrar de noche en un naranjal era
una experiencia inolvidable. Los chicos veían madurar las frutas hasta dorarse en las plantas, porque
siempre quedaban algunas como para agradar la vista, y ya se sabe que la fruta cortada al momento es
más rica en sabor y perfume. La tentación, pues, era muy grande, y Elsito no escapaba de ella. Un día,
animado por los amigos mas grandes y atrevidos, se decidió a entrar en una de las quintas, en afán de
cortar unas mandarinas tan maduras, reluciente en cobre y oro al sol, que lo tenían a mal traer de tanto
verlas y desearlas.
Desde el disimulado agujero del cerco por donde entro, se veía la casa del quintero. Confiando en
divisarlo apenas se mostrara, teniendo a mano la huida segura, con toda la inocencia de sus pocos años,
se dispuso tranquilamente a cortas de las plantas sus dorados frutos.
Entretenido estaba cuando ¡Válgame Dios! Apareció el quintero por la retaguardia con un látigo en la
mano, la cara roja y la paciencia perdida.
Si la desesperaron aguza el ingenio, esto le sucedió a Elsito, que echó a correr nada menos que a la
mismísima casa del quintero, donde estaba en el patio barriendo la dueña de casa, a quien sin más, se
abrazo a sus polleras pidiendo clemencia. El pobre hombre tuvo que dejar todo su enojo para otra
oportunidad, más que nada por no tener que vérselas con su mujer que ya había protegido al hurtador
de la furia de su marido. Salvó de este modo el mal trance, pero no pudo evitar contarle a su madre lo
ocurrido, y ésta no tuvo más remedio que hacer una visita de cortesía para pedir las disculpa del caso, y
ofrecer pagar el daño, pero la dueña, madre al fin, no permitió ningún resarcimiento, salvo algún
panecillo que solía hacer tan ricos…
Pasado el susto y perdonado ya del intento, el episodio sirvió a Elsito para prestar atención a la labor
del quintero, observando su trabajo de todos los días.
¡Mírale, Cenizo, las rusticas y descuidadas manos de este inmigrante agricultor!.¿Sabes?. Mi abuelo y
mi padre lo fueron, por lo general mal pagado económicamente. Para ellos, como parteros gloriosos
ayudan a la madre tierra a dar luz sus frutos más fecundos, tanto en la quinta grande como en la
pequeña huerto, labran la tierra, plantan las semillas, regándolas y cuidándola de yuyos y parásitos,
transplantando los retoños con injertos de mejores frutos.
Y así como el artista recibe el aplauso gratificante al espíritu, ellos reciben la bendición de ver nacer y
crecer hortalizas y verduras, y el puro placer de recoger el milagro de la fruta madura todos los años.
¡Cuantos hombre habrán en el mundo, Cenizo, que pagarían con todo gusto y el mayor agradecimiento,
si pudieran, esos malos ratos dados a los sacrificados quinteros, o simplemente, dueños de algunas
plantas de higo, ciruela, uvas o duraznos, sandias y melones, naranjas y mandarinas que les endulzaron
las siestas cuando eran niños!.

VIII

LA BRUJA DEL MONTE


Garufa es un personaje sin igual en el pueblo. Vive en forma misteriosa en la “usina”, que está
escondida en el túnel donde la acequia da vuelta, cayendo en forma de vertedero. El agua, al caer,
mueve unas enormes palas, y estas a poleas, que hacen girar el generador de energía eléctrica. Duerme
al lado de toda una parafernalia de ruidoso e incesante movimiento de aguas y máquinas. Colgadas de
las paredes, fotos de mujeres semidesnudas o de artitas del momento, son su compañía.
Es el único que usa el pelo largo. En las noches de zafra, terminado su turno, reúnense los jovencitos y
hasta chicos bajo la luz de la esquina ante la promesa de contar extrañas aventuras de las que él
participa como primer actor, concitando la admiración de los improvisados oyentes. Su especial modo
de relatar las fantásticas andanzas mantiene en vilo al auditorio. Una noche, agotadas las imaginerías de
Pedrito Urdimales empezó este cuento:
“Había una vez un chico muy, pero muy miedoso, que se perdió atravesando el monte. Parado a
descansar bajo un añoso algarrobo, escuchó como un lamento. Lo único que había era una cueva de
vizcacha al pie del árbol. Con una caña hueca que llevaba, escarbó en el negro agujero, esperando ver
salir algún bicho. Al querer retirarla, sintió como que le estaba tiraban desde la otra punta. Salió
disparando por el susto, encontrando nuevamente el sendero por casualidad.
Pasando un tiempo, comentó lo sucedido con un amigo de su edad que decía no tener miedo a nada,
haciéndole prometer que irían a ver aquel espanto o lo que fuera.
Armados de corajes fueron al monte, y al localizar el árbol, otra vez metió la caña, y otra vez los
tirones al extremo, pero esta vez acompañado de un “sáquenme de aquí!” sin fuerzas.
Mirando como podían entrar descubrieron otro agujero donde el ancho tronco se abría en dos brazos,
disimulando muy bien con hojarasca y enredaderas, encontrando en su interior una especie de escalera
que descendía al fondo de una cueva.
Al bajar encontráronse con una chiquilina desgreñada y rotosa, que les contó que una bruja la tenia
encerrada hacía un tiempo. Prometieron liberarla y se fueron en busca de ayuda a lo de un cazador muy
famoso.
“¿Ah, son ustedes!, pasen, los estaba esperando, ya los vi por la ventana”, dijo el hombre sentado con
un gran escopetón entre las piernas.
“Así que ese es el problema, yo lo arreglaremos!”. Levantó la enorme escopeta, se puso dos revólveres
al cinto y un cuchillo afiladísimo de través en la cintura, y enseguida pusiéronse en marcha para
desentrañar aquel misterio.
Llegados a la cueva, esperaron pacientemente que llegara la bruja aquella, que al ir bajando por la
escalera lanzó una horrible carcajada al ver a los niños. “¡Ahora tengo tres para comer!” dijo. “Si tienes
tres! Tres balas que tengo para ti”, contestó el cazador, disparándole al momento. Se oyó caer una
confusa masa la suelo, y el cazador, con la punta del caño de la escopeta, levanto unos trapos. No había
nada más, solamente trapos sucios y a los chicos les pareció oír como un quejido lloroso.
Este extraño cuento impactó a los presentes, en su mayoría crédulos, que en su buena fe dieron crédito
a los dichos del narrador, y así fue que nadie pudo dormir bien esa noche pensando cómo había
desaparecido esa bruja y bien que pudiese aparecerse de nuevo en busca de algún chico……

IX

VERANO
Los días empezaban a hacerse sentir con los primeros calores fuertes. Las noches, cada vez más
cálidas, enloquecen a los niños por jugar hasta tardísimo. Los adolescentes, imaginando amores y
aventuras imposibles, sufren el despertar de núbil romanticismo. Los viejos, arrinconados en sus más
doloroso atavismos, palpan de cerca el fin de sus cuitas, con las horas de insomnio a cuestas.
Luego de una insoportable noche de calor, la lluvia se descargó antes de la madrugada, aliviando a
cuerpos y almas, del trasnochado sopor que aplasta el ánimo de hombres, animales y plantas. Truenos y
relámpagos no dieron tregua. El viento sacudió con furia todo lo que encontró a su paso hasta el
amanecer que llegó la calma.
Pasó la tormenta, presurosa de llegar a otros lugares, como una dama volandera y caritativa, que a
todos debe contentar con sus dádivas de agua.
Y allá se fue, hacia el Norte, con se séquito de nubes grávidas, dejando en el aire su fresco aliento a
tierra mojada.
El sol, encendiendo en arco iris la mañana, baño el monte en oro y perlas doradas, mostrándolo en todo
su esplendor, y en verde celaje, sus tesoros más preciados con escondidas alhajas.
En los cardones altos, tapados por la maraña, el hucle, abierto en flor, se ofrece como boca enamorada,
y en dulce color lila suavemente derrama su néctar de miel y grana.
Oculta y codiciada, por un formidable cortejo de espinas resguardadas, la tuna morada mezquina su
pulpa rosa almizclada, y hermanadas, alargan sus brazos las vistosas pasacanas.
En los cercos hechos de ramas de tusca entrelazadas las docas cuelgan con su cuerpo abierto en barbas,
mostrando al aire su carne azucarada. En las cóncavas oquedades, protegidas por los árboles más viejos
con sus ramas, rezuman sus perfumes todas las plantas liberando sus aromas en una alocada sinfonía
apresurada, húmeda de vida y lozanías estalladas.
Elsito, a sus anchas, vibraba con el aire pleno del canto de chicharras. Por todos lados brotando en
verde la esperanza. En los charcos del camino, asentadas en formación militar en su contorno, miles de
mariposas y pirpintos se levantan al paso de Cenizo que, asombrado, se detenía a gozar el revoloteo
incesante de aquellas vaporosas oleadas verdes pálidas, celestes y glaucas, ora amarillas, ora blancas,
volviéndose a posar en el irregular círculo de agua.
Todo era perfecto, el aire soleado y su fragancia, los pájaros, el viento fresco y la mañana. ¡Llegó el
verano, Cenizo!. ¡Qué suerte de reír, de cantar, de correr con ganas!.

LA RONDA DE LAS NIÑAS

Cansado de las travesuras y andanzas del día, autorizadas por estar de vacaciones en la escuela, Elsito
se sentaba a ver jugar a las niñas su ronda crepuscular, y junto a él, Cenizo.
Sorprendíase de verlas con sus vestidos limpios, blancos y de colores, impecables y bellas, adornadas
con variado atuendo, luciendo cintas y moños en el pelo recién lavado. ¡Cuán distintas a él, cansado y
con el polvo del aventurado día sobre su cuerpo todo!. En cambio ellas, toda blancura y frescas risas
llenando la tarde que se iba, y no sin cierta melancolía, ya que no podía participar en sus juegos y
cantos, admirábale que, dirigidas por la más predispuesta –que no siempre era la mayor ni la más
grande de todas- iniciaban sus cantos danzando de la mano.

¡Qué linda noche hace / brilla una estrella


Abrid, madre, la puerta / que quiero verla! (bis)

No, hija mía, no / que estás enferma


y el aire de la noche / agravarte pueda. (bis)

El aire de la noche / no me molesta


¡antes que llegue el alba / ya estaré muerta!

Si viene Pepe a verme / después de muerta


No lo dejes que pase / de aquella puerta.

Antes, cuando el me amaba / él me decía


¡Jesús, como te amo, / paloma mía!

Ahora que no me ama / él me maldice


¡Maldita sea la hora / en que lo quise!

La Niña ya se ha muerto / Dios la perdone


La culpa la han tenido / Pepe y Dolores.

A continuación de ese canto, hecho con una melodía que a Elsito le parecía tristísimo, arremetían sin
más a otra más alegre:

Estaba la catalina / sentada bajo un laurel


Mirando las frescuras / de las aguas al caer.

De pronto pasó un soldado y lo hizo detener:


“Deténgase usted, soldado, que una pregunta le quiero hacer:

-¿Usted no ha visto a mi marido / en la guerra alguna vez?


- Yo no he visto a su marido ni tampoco sé quién es.

- Mi marido es alto y rubio / y buen mozo como usted


y en la punta del sombrero / lleva escrito San Andrés.

- Por los datos que me ha dado, su marido muerto es


y me ha dejado dicho que me case con usted.

-¡Eso sí que no lo hago, eso sí que no lo haré


he esperado siete años y otros siete esperaré!

Si a los catorce no vuelve, a un convento yo me iré


y a mis dos hijas mujeres conmigo las llevaré.

-¡Calla, calla, catalina, calla; calla, de una vez,


que estás hablando con tu marido y no lo supiste reconocer!”

Luego anunciaban “La niña y la flor”

Era una flor que esparcía / su perfume en el jardín


era su dueña una niña / y aquella flor un jazmín.

¡Cómo quisiera –decía / hablando sola al confín ser bella!


¡Ay, si pudiera / todo mi amor repartir!

Por no tener cara hermosa / todos se burlan de mí


me siento tan poca cosa / me hacen sentir infeliz.

Tu no eres fea pequeña / porque tu cuidas de mí


y si quieres verte hermosa / fíjate dentro de ti.

No importa al mundo esas cosas / no saben nada de ti


tienes el alma tan pura, ¡debes sentirte feliz!

Haciendo una rueda, cruzaban adivinanzas, chismes y juegos de mímica con las manos hasta que eran
llamadas por sus padres.
Al fin, quedaba pensativo como si hubiera visto una obra de teatro, impactado por la ronda de las niñas.
Sin duda ellas eran mejor organizadas que los varones ya que a él todavía le faltaba llegar a su casa,
poner un poco de orden y aseo en su persona, detalle este reconocido a último momento, casi entrando
a su hogar. Pensaba: ¿Cómo era posible que estuvieran tan limpias y ordenadas?.
XI

EL DUENDE DE LA COMPUERTA

¿Sabes, Elsito, que en la compuerta grande, debajo de la toma asustan a la medianoche?.Dicen que
cuando sale la luna y la sombra del pino da con su punta en la chapa de acero, desde el fondo de la
compuerta, una voz profunda al pescador desprevenido pregunta ¿Pican o no pican?.
Clavada la duda y curiosidad en su mente, Elsito no podía dejar de pensar, no sin un tanto de miedo, en
aquella voz que salía justo allí, donde la boca toma de la acequia formaba el mejor remanso, ideal para
tirar el anzuelo. Aunque estaba acostumbrado a andar de noche y sin luz, nunca se había atrevido a
quedarse hasta la medianoche de pesca, y menos en un lugar tan alejado de su casa. Pero como
siempre, buscando una mayor emoción y un desafió superior, aceptó ir con su hermano más grande
(Manolo) al lugar, en promesa de buena pesca, si al fin y al cabo, ¿qué podría hacer una voz ningún
daño a nadie?. Las noches eran con luna, así que no había nada que temer ya que se vería bien.
Así fue que al otro día, pasada la oración, empezaron a remontar la vieja acequia que pasaba a orillas
del pueblo, alterno los lugares en que se podía tirar el anzuelo, en los claros de la vegetación ribereña
bordeada de ceibos y sauces que mecían las barbas de sus raíces en la corriente, cuidando de no
separarse demasiado de su hermano.
Las horas pasan rápido cuando se está entretenido, y ya era cerca de la medianoche cuando llegaron al
remanso de la compuerta. La luna ya había despuntado desde el oriente, y su luz espantaba las tinieblas.
Su hermano se había quedado retrasado por tener un buen pique, y el transcurrir de los minutos sin que
se hiciera presente ponía intranquilo a Elsito, aunque todavía no se reflejaba la sombra del pino en la
compuerta.
Con el oido atento a aquella voz, y aún prestando la máxima atención, sólo escuchaba el rumor del
agua al pasar estrechada por la plancha de acero en forma de guillotina que regulaba el paso del caudal.
Ya la sombra del pino se recortaba cerca de la vertical compuerta, brillante con la cortina de agua que
sobrepasaba por el borde superior. Los grillos arreciaban sus limaduras musicales en la noche de plata,
y su hermano que no aparecía…
Un escozor en la piel lo volvió a la realidad, sintiendo el peso del miedo en la soledad. Su hermano no
aparecía, y ya estaba arrepentido de haberse quedado tan temerariamente solo en ese lugar. Esta vez era
diferente, se sentía desprotegido y sin saber que hacer, esperando aquella voz…
Justo a tiempo, resonó otra voz, la de su hermano, ¡Vamos a casa!. Con el alma vuelta al cuerpo
rápidamente recogió su línea y no esperó más. El miedo pudo más que la curiosidad, no le quedó
voluntad de comprobar si era cierto lo que decían.
Había conocido los límites del miedo a lo sobrenatural. Al regresar se imaginaba al duende preguntar
¿Pican o no pican?

XII

NOCHE DE LUZ
¡Esta noche veremos un espectáculo de lujo, Cenizo!.Será impresionante, te lo puedo asegurar. Eso sí,
tendremos que espera bien entrada la noche, cuando se pone el cielo como negro terciopelo para poder
verlo.
En efecto, Elsito se entretuvo en jugar al vigilante y al ladrón sin irse a dormir hasta tarde. Hasta que el
firmamento aparecieron incontables lucecitas intermitentes. Eran las luciérnagas, con sus farolitos de
luces verdes, titilando entre las tinieblas. Esto fue el principio, ya que no pasó mucho tiempo en que
sorpresivamente, rayando el negro pizarrón del cielo con su trazo verde azulado, se mostraron los
veloces tucutucus. Fue como si las estrellas fugaces se desprendieran todas a la vez, dibujando
enloquecidas figuras de luz en el firmamento.
Elsito tomó un tizón encendido, y moviéndolos continuamente, atraía a los fosforescentes bichitos,
hasta tomarlos prisioneros en un frasco de vidrio. Allí los tendría para jugar con ellos todo el otro día,
poniéndolos acostados, ya que son inofensivos. El insecto, al verse de espaldas, arquea el cuerpo en dos
y con un ¡tuc!, salta como un resorte hasta darse vuelta.
De día solamente sirven para el juego, ya que no vuelan ni alumbran, pero a la siguiente noche, ya
manso por el encierro, destapaba el frasco sobre su cabeza y ropa, quedando iluminado como un
extraterrestre, hasta que se liberaban solos al firmamento, retomando su errante andar en la oscuridad.
Es fascinante ver de cerca todo lo que ilumina con sus ojitos brillantes de eléctrico verdiazul.

XIII

LA CIUDAD

Aunque la había sentido nombrar, nunca imaginó Elsito que la ciudad (Ciudad de Salta – Provincia de
Salta - Argentina) donde llegó a vivir desde su pueblo natal, fuera tan grande y llena de vida.
Estaba recostada en un hermoso valle amplio y acogedor, y se mostró de golpe, a la salida de una de las
tantas curvas del camino que serpenteaba entre los cerros. Apareció allá abajo, como un rubí entre
esmeraldas.
De rojo tejado colonial, el sol la cobijaba en tibia resolana en el invierno que la conoció, en tanto que
en verano una fresca brisa bajaba de la montaña a mantener la umbría frescura de sus moradas, hechas
a la usanza española.
Verla y quererla fue una sola emoción. Al llegar a la pequeña Terminal de ómnibus, lo primero que le
llamó la atención fueron los distintos transportes de variado colorido, cada cual con los nombres de las
localidades a recorrer, pintadas en el frente y a los costados de los mismos, con promesas de viajar a los
cuatros puntos cardinales, en recorridos de aventuras.
El movimiento de personas, carruajes y automóviles, voces y ruidos, inusual para él, lo atrapó como un
remolino a una hoja. Las calles pavimentadas con cuadriculadas piedras, sus respectivos nombres
colocados en las chapas de fondo azul y letras blancas en cada esquina, se le grabó en la mente como
cuando elegía un árbol o cardón como señal para no perderse en el monte.
Las vidrieras de los negocios ofreciendo tan variado motivo de atracción resultó fascinante a los ojos de
Elsito.
Todo esto hubiera sido una felicidad completa de no ser por la cara de preocupación de su madre, con
el más chico de sus hermanos en los brazos, sola, algo distante, como presintiendo que el desafío era
muy grande, el atrevimiento un poco loco y el riesgo más de lo calculado.
Pero lo mismo aceptó, con la inconsciencia del optimista, lo que se le presentaba a la vista, e
íntimamente agradeció a su madre por haber tenido el coraje de cambiar de residencia, y dar lugar a
esta extraordinaria aventura.
Y en realidad, el traslado fue para Elsito, el comienzo de algo inusitado y nunca visto, y un paso
gigantesco en su vida.
Ya vendrían otras emociones, pensó. Y el mágico aleteo de lo desconocido empezó a rondar en su
cabeza, como un abejorro de colores que no se detiene nunca, rondando por las flores de su
imaginación sin posarse en ninguna.

XIV

MAGIA

Es pasado el mediodía. El verano avanza con toda fuerza, desplegando sus dardos hirientes en las
piedrecillas de la calle enripiada.
En su casita de lona y cal está Elsito, nombrado así por sus compañeros de juegos y aventuras. Tiene
unos diez años, algo flaco y nervioso, pero de mirada vivaz y penetrante. El pelo más que rubio,
amarillento por los ardientes soles del norte, da señales de rebelde libertad.
El pantalón corto, recortado de otro que alguna vez seguramente fue largo y holgado, acentúa sus
delgadas piernas de chiquilín todavía. No tiene puestas las “alpargatas”, que a veces las reserva para
asistir a la escuela.
Luego del frugal almuerzo, el pensamiento que lo tiene ansioso desde largas horas, lo empuja a
escurrirse por el portoncito, casi sin darse cuenta, hacia la calle. A poco andar, siente que la tierra le
quema los pies. Tiene que llegar, descansando de sombra en sombra, hasta la esquina que hace de
avenida, desde donde lo verá…
La reverberación ondulante hace difuso el final de la calle, entrecierra los ojos “para ver más lejos”,
impaciente de curiosidad.
De pronto, ¡ahí está!. Solamente es un puntito negro, pero el polvo que levanta tras de sí lo agiganta.
No hay duda que es poderoso. Y tiene magia. Esa mágica intuición de lo misterioso, el encanto y la
fuerza de algo por descubrir.
Es una ilusión esperanzada, que no sabe definir y lo atrae magnéticamente. ¡Es el 3/5!. El tres de rojo,
el cinco de verde, el viejo ómnibus que hace dos recorridos en uno. Lo admira, como si en vez de ser
algo mecánico tuviese alma y vida, y es como un caballo en libertad que puede llevarlo con seguridad a
confines misteriosos.
Lo conoce bien, ya adivina la figura alada de Diana que vuela sobre el motor, y que a veces la retiran
para que largue un blanco chorro de vapor sobre su trompa brillante.
Pintado de verde, con sus ventanas de madera, la escalera atrás, con sus espejos biselados por dentro,
tiene una campanita, un guarda con uniforme y gorra, flaco y ojeroso, que de tanto en tanto tira de una
cuerda colgada del techo, también de madera como los asientos. La cuerda serpentea en los pasadores
por el golpe del guarda, el martinete toca la campanita anunciando al chofer que debe parar, y al tilín
argentino, el se detiene trabajosamente, jadeante como un perro que corre con un niño…
Al parar, cruje entero como un barco viejo. Mientras baja alguien, Elsito mira todo sin perder detalle,
las personas, los espejos, hasta que, con un bufido de viejo gruñón, arranca, y doliente y nostalgioso, se
pierde en la ardida y polvorosa bruma…
¡Algún día se subirá en él, y lo llevará por lugares desconocidos, barrios melancólicos, con jardines
florecidos y arboledas con pájaros, como lo sueña en las noches!.
No se da cuenta, pero la tierra ya no le quema los pies…

XV

EL RIO

El río cruzaba abajo (Río Arenales), en el Sur de la ciudad. Le atraía a Elsito caminar descalzo
orillando por la arena cauce arriba, hacía el Oeste, donde las montañas, dejando brotar sus lágrimas de
nieve, iniciaban un hilo de agua de purísimo cristal. Más abajo los cerros, amamantando las
hondonadas con sus manantiales, acrecentaban las claras aguas en el pedregal formado
caprichosamente en el ancho valle, recibiendo el aporte de arroyos de otras cuencas, permitiéndole
tener agua todo el año, claras en invierno, turbias por las lluvias en verano.
Le gustaba descubrir, levantando una piedra, a la “yusca mordedora”, un pececillo que cabía en su
mano, de piel muy suave y escurridiza.
De cabeza aplanada, con un ariete pinchudo como prolongación de los costados de su boca, toda vez
que se ve atrapado empieza un cabeceo incesante, y haciendo cuña entre los dedos parece morder,
logrando su libertad en pocos segundos, burlando así al confiado captor.
Siempre reía, al comprobar que cuanto más apretaba su mano más fácilmente se escurría de sus dedos,
sin poderla retener.
En una excursión, Cenizo se entretenía en molestar en veloces corridas a una pareja de teros que, en
obligado vuelo y escandalizado “Teru Teru”, se lanzaban sobre el advenedizo rasándole las orejas con
amenazante golpe de alas, para alejarlo del presunto nidal escondido quién sabe donde.
¡Vamos, Cenizo!. Deja en paz a los teros. Ellos son en el río lo que las gaviotas en el mar. Solamente
que no se alimentan como ellas ni vuelan tan seguido. Sus polluelos son inofensivos y habilísimos para
esconderse, y son capaces de desaparecer delante d uno como lo hacen las perdices, que se mimetizan
en el paisaje.
Más allá, sobre las barrancas, limitado por un cuadrado de árboles, asomaba el intenso verde del
alfalfar, con un tala justo en medio de él. Una tijereta, cortando del aire un retazo primaveral, se alejó
ensayando su ballet trunco, llegando hasta el tala solitario donde vivía su amiga la blancanieves.
Esta acostumbraba levantarse en gran esfuerzo vertical, para dejarse caer luego en súbito desmayo
hasta posarse en la ramita seca sobresaliente de la copa, una y otra vez en un loco y solitario juego.
Con su honda al cuello, un primitivo impulso lo empujaba a cazar palomitas, que, por ser tan confiadas,
azuzaban una ancestral motivación en su interior para cazarlas.
Pero, aunque no se percataba de ello, llegado el caso les tiraba sin mucha convicción, errando el tiro la
mayoría de las veces.
¿te das cuenta, Cenizo, la mala suerte que tengo?. No hay caso, si no le pego en la rama se levantan un
segundo antes que llegue la piedra. Y eso que le puse sangre de la primera que cacé en el arco de la
honda. ¡Es tan excitante salir a cazar!. Cada vez me convenzo que soy mal tirador, además me dan
lástima y me queda una desagradable sensación de culpa. Tu tampoco sirves para matar, verdad
Cenizo?.
Eres un digno perro para tu amo.
XVI

PENSAMIENTOS

Mira, Cenizo, ahora que estamos solos, vamos a dialogar un rato, claro que solo hablaré yo, porque tu
no puedes, pero eres inteligente y me prestas atención siempre, como comprendiendo todo lo que te
digo. Además eres el único amigo de verdad que tengo, así que te confiaré mis pensamientos sobre lo
que me gustaría ser de grande.
En principio te digo que quisiera ser una persona muy importante, llena de sabiduría, para poder hacer
cosas que beneficien a mucha gente, y a todas por igual. ¡Pero parece que es muy difícil, Cenizo!.
Creo que, para llegar a algo importante, algo grande, hay que empezar por el principio, es decir por lo
pequeño. Si no sabes hacer algo simple y duradero, nunca llegarás a hacer lo que es complicado y de
valor. Porque si quieres hacer de golpe algo grande y fácil, lo único que conseguirás será un castillo de
naipes, una montaña de espuma o caramelos de algodón. Nunca tendrá consistencia de algo firme y
duradero.
Yo creo que un gran edificio se hace con buenos cimientos, aunque se empiece pedacito por pedacito.
También las grandes virtudes se desarrollan con pequeñas dosis de humildad, sacrificio, inteligencia y
tesón. Y más si desechamos lo malo, empleando lo bueno que todos tenemos.
Porque no hay hombre malo, Cenizo, más bien tonto. Mejor dicho, sólo ignorante. Eso, ignorante de su
condición de ser humano libre y digno. Por eso se cometen los errores, los desvíos, por no saber de su
propia valía.
La ignorancia, junto a su hermana la desidia, el poco ejercicio de la memoria para no tropezar con la
misma piedra, son causa primera de las calamidades que nos acechan día a día.
Así te digo, que aunque tarde mucho en hacer algo bueno, y aún cuando no lo concluya, empezaré bien
de abajo algo importante, servirá para que otro lo siga haciendo.
Tú, por tu condición, nunca podrás hacer esto, pero eres tan bueno y cariñoso, que da gusto tenerte
conmigo, y eso ya es bastante para mí, que te necesito como compañero y amigo.

XVII

EN LA ACEQUIA

Una mañana, Elsito salió más temprano que otras veces. Pensaba llegar hasta las lomadas, en las que
aparecían las primeras curvas del río, bastante más lejos desde donde sabía desistir de su paseo. No
quería que lo sorprendiera el mediodía sin iniciar el regreso porque no llevaba nada para comer.
Pero al llegar al callejón del alfalfar, al que flanqueaba una acequia, con sombras de higueras, sauces y
ceibos, casi sobre el cauce, pararon a descansar bajo un enorme algarrobo centenario, que con sus
torcidos brazos y generosa sombra, que en la media mañana ya hacíase desear.
Mientras Elsito se refrescaba en la acequia, Cenizo se hecho de panza en la fresca hierba, quedándose
quieto un largo rato, cosa no muy frecuente en él.
-¡Mira Cenizo, a la blancanieves en el tala solitario que está en el centro del alfalfar!. Siempre está
encima, sobre la copa, a la vista de todos. Es su casa. Pero si nos acercamos volará lejos hasta los
árboles que rodean al alfalfar. ¿Y sabes por que?. Porque somos intrusos y nos tiene miedo.
Las veces que pasamos y no está en su sitio me parece que me falta algo. Alguna vez, tratando verla de
cerca me escondía en la copa esperando pacientemente que llegara. Ella, confiada, venía hasta su
ramita alta. Es tan linda que soñaba con tenerla entre mis manos, acariciar su hermoso cuerpo de
espuma blanca como su nombre.
Pero es inútil, Cenizo, querer atraparla. Es como querer disponer de la felicidad para siempre. Ella
nació libre y en libertad solamente vivirá.
Si la encarcelamos en una jaula morirá de pena. Es más lindo verla disfrutar de su libre existencia, que
quitar del paisaje ese pompón de vida blanca.
¿Ves, Cenizo, que a veces uno quiere, sin darse cuenta, disponer de algo que no nos corresponde?. Y
todo porque esta ahí, al alcance de nuestra manos, como algo natural que no tiene dueño ni quién la
defienda de nuestra tonta ambición.
Y así nos pasa con el agua que no la sabemos cuidar y la derrochamos, o la degradamos hasta que ni los
peces pueden vivir en ella; nos pasa con los árboles que no le damos la importancia que tienen y a
veces los rompemos en su crecimiento como si fueran yuyos que se pueden tronchar sin más…
¿Cenizo!. Estás dormido!. Seguro que ya lo sabes y te aburro con mis pláticas. Me parece que
tendremos que volver a casa…

XVIII

LIBERTAD

Posado en lo alto de un álamo, de los de delgada figura, y doblando con su peso la última rama en
punta, mecíase al suave viento venido desde el valle un hermoso tordo cruceño, renegrido y lustroso al
sol de la media tarde.
De pronto, desde su elongado sitial inaccesible, lanzó al aire su trino armonioso. El potente gorgeo
llenó el ámbito, apagando por un instante el constante rumoreo del arroyo, trascendió al vecino alfalfar
perdiéndose en las cercanas arboledas.
Esperanzado en el destino de su canto, esperó un momento, alzando luego el vuelo en la tarde mansa.
Elsito se detuvo a admirar pájaro y paisaje, aspirando largamente de la fragante sinfonía primaveral, su
vital brote de armonías naturales, dispersas en generoso albedrío en aquel lugar.
Siguió luego por el sendero hermanado al arroyo, matizado por ignotas florecillas azules, rojas,
amarillas. En el arroyo, enmarcado por matas de berros, los bejucos temblorosos mecían su ballet en las
ondas del remanso, relucientes en cada vaivén de su esforzado movimiento. El ceibo había florecido
dando rojas pinceladas al paisaje.
Al llegar a la lagunilla de arriba lo sorprendió el brusco aleteo de una cocha-polla, mimetizada en la
moradilla capa de cocha. Al levantar su vuelo, el verde intenso de su plumaje inferior restalla al batir
las alas con la cual logra asombrar al viandante, para luego asentarse en el próximo alfombrado de
cocha rojiza, reanudando su nervioso y fino andar.
Cenizo, su fiel perrito compañero, parecía conocer el lugar, husmeándolo todo, parando las orejas a
cualquier cosa que se moviera, en silencioso andar. Así se lo había enseñado Elsito, que sentía bullir la
vida con la sangre a flor de piel, la excitante sensación de la libertad, rudamente conseguida a golpes de
hambre y el poco sustento, donde también quemaban sus días la inquietante pasión de poder gozar de la
naturaleza sin límites.
A veces, al cruzarse con algún puestero en su cabalgadura, saludábalo sólo por cortesía, porque el
hombre de campo es prudente y cortés, pero aún así, lo imaginaba como un intruso en sus íntimos
dominios.
Cenizo espantó una “bumbuna”, la paloma más grande de las mansas del monte, ocupada en beber
antes de elegir su dormidero.
En un claro, antes que empezara a cerrarse el monte, junto al arroyo, entre unas piedras se dispuso a
hacer un fuego con ramas de tusca, retiró un tarro con asa de alambre de su escondite, preparó su mate
cocido reforzando con hojas de fragante hierbabuena, abundante en el lugar.
La hora era ideal, a la oración llegaría hasta la junta de las acequias que formaban el arroyo, cortaría
una vara de “suncho” para armar su improvisada caña de pescar, para bajar buscando detrás de cada
piedra o remanso la codiciada “yusca”, algún “torillo” y la infaltable y voraz mojarra. Eran las últimas
pescas que podía realizar antes que el torrente veraniego cambiará el paisaje por otro más agreste y
bravío.
En invierno, cuando más falta hacia el sabroso manjar cobrado al arroyo, conoció las heladas del lugar
para poder ofrendar el regalo de Dios a la pobre mesa familiar, insatisfecha las más de las veces.
Muchas noches vio la luna, pelada y fría, enmarcarse en la seca y desnuda ramazón del ceibo, ahora tan
florido, mientras esperaba el “pique”. Entonces, encendido el fuego para mitigar la helada nochera, con
Cenizo enroscado a la lumbre y el grillo infaltable como compañía, imaginaba cosas, lugares y hazañas
a realizar.
Era su vicio, más necesario aún que el alimento a conseguir, sentir en la soledad. La libertad infinita de
tener todo el tiempo para él, de echar a volar esos pájaros de sueños azules y quimeras doradas.
¿Tal vez has presentido Elsito, que la vida no da muchas oportunidades de vivir y gozar la libertad?.
¿Sería por eso también que agradecías tanto que tu madre no te dijera nada al regreso de tu casi furtiva
excursión?.
Sueña, Elsito, y vive de tus sueños…

XIX

EL PARAISO PERDIDO

Fue un día cualquiera. Elsito estaba distraigo mirando cómo rellenaban el terreno próximo a su casa,
para iniciar las obras de la vivienda del nuevo vecino.
El camión llegaba, daba marcha atrás y volcaba su carga de tierra sobre el filo del borde que iba
rellenando. El camionero se tomó un respiro encendiendo un cigarrillo, ya dejada la carga y con la caja
volcadora aún levantada.
Allí fue cuando lo vio a Cenizo buscar la sombra de la rueda trasera. Al ver el peligro que corría,
sabiendo que el camionero daría marcha en cualquier momento, lo llamó con un fuerte grito, para que
se apartara de allí. Más Cenizo agachó las orejas y se sentó creyendo que lo habían retado, y en eso el
camión se puso en marcha mordiendo su cuerpo con el costado de la rueda, aplastándole las caderas.
Como un puñal de angustia en el pecho oyó los aullidos de dolor de su noble compañero, corrió hacia
él, lo levanto como pudo. La mirada de Cenizo fue como si pidiera perdón por alguna culpa.
Traspasado de dolor, trató de calmarlo, pero no había caso, una mancha sanguinolenta se extendía por
su vientre. Un vecino fue en busca de un veterinario, que llegó enseguida. Con gesto adusto reconoció
la gravedad del daño, y le puso una inyección calmante.
Es todo lo que se puede hacer, dijo, y al ver la pena de Elsito se fue sin cobrar nada. Aliviado de su
dolor, Cenizo dejo de aullar, dando suaves quejidos lamentosos.
Lo cuidó hasta que fue durmiéndose, haciendo intentos de abrir los ojos para ver a su amo y amigo,
pero le pesaban tanto que los volvía a cerrar.
A media tarde no se movió más.
Esa noche Elsito no pudo dormir, sobresaltado por el duro golpe. En los días subsiguientes anduvo
abstraído y silencioso, cumpliendo con sus cosas por pura obligación.
Comprendiendo que la vida continúa, se propuso ser fuerte, más le faltaba algo, quizás un pedazo de sí
mismo.
Pasó los días desorientado, con una gran conmoción interior, que se entremezclaba con su paso de la
niñez a la pubertad. No podía definir que sucedía con sus sentimientos, muy grande fue el golpe y no
podía asimilarlo.
Hasta que por fin un día decidió ir solo hasta el río, en busca de paz y soledad.
Anduvo por los lugares conocidos, y sentado bajo un árbol creía ver a Cenizo esconderse en los
pastizales, o jugando en el verde alfalfar.
De pronto lo vio todo muy claramente, al recordar los episodios vividos en su niñez junto a Cenizo. El
pueblo rodeado de quintas, los cañaverales, el monte con sus misterios, las entretenidas horas de la
siesta con los baños en la acequia, los juegos y andanzas con los amigos de su edad, los pájaros y
palomas con sus nidos, cada día disfrutó sus sorpresas y variantes, días de pleno sol, la vida después de
la lluvia en los veranos, descubrir las escarchas en las madrugadas de invierno, pescar de noche
esquivando miedos y acostarse siempre con la esperanza de nuevas emociones al otro día.
¡La vida junto a Cenizo había sido como vivir en el Paraíso y fue perderlo al quedarse sin su
compañero!.Además estaba dejando de ser un niño despreocupado para pasar a ser un joven con
responsabilidades y era como un peso grande que cargaba de golpe. Al no tener a su fiel amigo se le
agregaba peso sobre peso haciéndose más dura aún la realidad.
Una lágrima se deslizó por su cara, se serenó, y como siempre, se preparó para aceptar lo que el destino
le presentara en el nuevo amanecer.

XX
NAVIDAD

Hoy es 24 de Diciembre. Esta noche, Nochebuena, se adorará al Niño Dios y se cantarán villancicos.
Elsito nota una actividad inusual, un mar de gente apurados por ir y venir y saludarse, dejando en el
ambiente una indefinida sensación de paz y alegría.
El mismo, esta noche cantará “Huachi, huachi, huachi torito, torito del corralito. Ya viene la vaca por el
callejón, trayendo la leche para el Niño Dios…”
Sí, hoy nacerá en Belén el Niño Jesús, y estará en su cuna de paja en el retablo, con un cordero y un
burrito mansos mirándolo y adorándolo, con la Virgen María y José observando la luz que irradia todo
el pesebre.
Y él lo adorará, como los tres Reyes Magos que han venido guiados por la estrella azul para ver al
Salvador. Sufrirá de solo pensar que haya pasado frío tan desnudito y tan chiquito en su cuna de paja,
sintiendo como una necesidad de ser más bueno que nunca, de ver a la gente alegre y contenta,
pidiéndole que a nadie le falte el pan y el afecto.
Ha trabajado toda la tarde haciendo el reparto a los clientes de la panadería, sobrecargada de tantos
pedidos de pan dulce, y por esto ha recibido bastante dinero en propinas.
El panadero, al pagarle su tarea, le regaló un hermoso pan de Navidad y un paquete con sándwiches.
Está por anochecer y camina hacia su casa atravesando el centro de la ciudad cansado, pero contento.
El colorido y desbordante trajín de la gente que todavía sigue sin llegar a su casa con los regalos
comprados a último momento, las vidrieras iluminadas con alegorías a la celebración, lo distraen y,
abstraído, al llegar a la plaza principal se sienta a admirar la fuente con su cortina de agua brillante,
reflejando los colores del árbol de navidad que ésta al lado, cargado de luces y guirnaldas, globos
espejados y cintas plateadas.
En eso, pasa un perrito callejero, esmirriado y flacucho, que lo mira de reojo con un ademán de
quedarse, pero empujado por la gente, desapareció de su vista.
Al rato sigue su camino, y a las pocas cuadras advierte que el perrito lo seguía a la distancia. Curioso,
se sentó en el umbral de una casa señorial, de esas que casi nunca abren la puerta principal, a ver si era
cierto que lo seguía a él. Cuando estuvo cerca, lo llamo con un chasquido de dedos. Con la cola entre
las piernas y miles de precauciones, como acostumbrado a que lo corran de improvisto, se le arrimó
lenta y temerosamente.
¿Por qué lo seguiría justamente a él?.¿Sería por que su olfato percibió del paquete su olorosa
fragancia?.¿O tal vez porque necesitaba de un amo a quien seguir?. Le pareció a Elsito que ambas
cosas. Lo miró en forma indulgente y le alargó un trozo de pan dulce. Es un gesto poco común, el
pichicho antes de tomar el manjar que se le presentaba, le lamió la mano, lo cual es la forma de besar
que tienen los perros cuando están contentos o agradecen algo, tomando luego el pan con suma
delicadeza. Esto impresionó a Elsito.
-¡Come, que también sé lo que es el hambre!.Yo también te acompañaré. Si hay tantos niños que no
tienen un pedazo de pan para comer, cuanto más tú, que ni dueño tienes!.
Comió Elsito su pan, y lo encontró más rico que nunca, sintiéndose reconfortado al pensar lo feliz que
fuera Cenizo a su lado, comparando la vida que llevaba el pobre animalito sin dueño y errante en la
ciudad.
Esa noche, al cantar junto al pesebre que tenía burritos, vacas y corderos en actitud de adoración, pensó
que, seguramente, en aquella noche del Glorioso nacimiento, también había un perrito como Cenizo
junto al pesebre y el Niño Dios le concedió esa dulzura, humildad y fidelidad que tienen todos los
perritos del mundo.

VOCABULARIO

Caraguay: Iguana, llamada también “cara i puca” (en quichua) por su color rosado.

Icancho: Pajarito diminuto de color cenizo-azulado, un poco más grande o igual que un picaflor, pero
de vuelo sencillo.

Ketupí: Ketubí o benteveo.

Lechiguana: Panal de forma redonda-alargada hechas por pequeñas abejas del monte, llamadas
también camoatí en Misiones.

Sacarosa: especie de rosal del monte, parecida a la “espinas de Cristo”, pero más grandes.

Sachayoj: Dios protector del monte, en el mito Santiagueño.

Urpilita: Palomita común, de las más chicas.

Verdeloga: Portulaca.

Yuchán: Árbol de la familia del palo borracho.


Yisca: Pequeña bolsita que se cuelga en bandolera.

Yusca: Pececillo parecido a un bagrecito, también llamado “calibagre”

BIOGRAFIA (1.937 – 1.998)

LUIS ANTONIO FERNANDEZ (POLY FERNAN)

Nació en Campo Santo el 21-06-1937 donde pasó su niñez, trasladándose a la ciudad de Salta en el año
1.947. A los 17 años por razones de trabajo viaja a Buenos Aires, radicándose en la ciudad de Caseros
por más de 25 años, dedicados a la refrigeración. Pero la parte artística, que lo atrae desde niño lo
impulsa a estudiar música, composición y un instrumento: la guitarra. Crea un conjunto musical en la
época de la “nueva ola”, en donde nace como cantante su hermano menor BETO FERNAN, creando
juntos la mayoría de las canciones que interpretan, con gran suceso en distintas partes del mundo, en
países como Japón, Bélgica, España y toda Latinoamérica y últimamente, pasados treinta años de su
aparición, se editan canciones en EEUU. El mayor éxito fue “Noche de Verano”. Al contraer
matrimonio en el año 1.973, abandona la actividad artística, dejando así lo más importante por lo más
urgente; la necesidad de organizar su vida en familia. Otra vez razones de trabajo lo hace radicarse en
Santiago del Estero donde vivió desde el año 1.979. Consolidado por el paso de los años en el trabajo y
la familia, el fuego sagrado que lleva implícita en su vida lo lleva otra vez a componer canciones,
decidiéndose por incursionar también en la literatura, un sueño largamente deseado y siempre
postergado. Da vida de esta manera a “Cenizo”, con el personaje de Elsito, fruto de vivencias de su
niñez en Campo Santo y en la ciudad de Salta. Trata de hacerlo en forma didáctica y amena con la
esperanza de que los niños aprendan a reconocer y valorar lo importante de la vida, de lo circunstancial
y engañoso, como tantas cosas que nos impone de la vida moderna, preservando de esta manera valores
inmutables e intransferibles como son la libertad, el amor a la naturaleza, la moral y el respecto a sí
mismo.

FIN

EDICION: ELCOYAPRODUCCIONES (AÑO 2.010)


OBRA LITERARIA DEL AUTOR (AÑO 1.997)

Você também pode gostar