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derechos. Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) La Paz, Bolivia, Mayo 11‐19 2009
Cooperación “cultural” para el desarrollo:
Si una pareja ha sido llevada y traída en las últimas décadas por gobiernos, ONGs, académicos
y ciudadanos es la de cultura y desarrollo. De conjunto con la valorización de los factores
culturales en la economía, ha venido emergiendo una concientización de los roles de las
dimensiones culturales en los procesos de cambio social. Y digo cambio social, y no
emancipación social, con todo propósito, porque los cambios sociales no necesariamente
implican emancipación. A pensar las diferentes articulaciones sobre cultura y desarrollo se han
dedicado la mayoría de nuestras ciencias sociales, donde han primado las visiones
intrumentalistas integradas sobre las críticas apocalípticas, y de ese conocimiento sobre la
sociedad en sus transformaciones siguen sin emerger “políticas culturales” para un “desarrollo”
que resuelva los graves problemas a superar por nuestra configuración civilizatoria.
Esta reflexión pretende ser una crítica a los discursos dominantes sobre la “cooperación
cultural” producidos en español a partir del análisis de las implicaciones conceptuales en
términos de políticas culturales para el potencial de transformación de este campo. Se basa en
el estudio de caso de un “espacio” sistemático de encuentro que son los campus
euroamericanos de cooperación cultural; expone algunos elementos dentro del la lógica del
“poder ser” en materia de cooperación cultural para la emancipación y sobre el rol del
pensamiento crítico y militante en los espacios de integración en el horizonte de las políticas
culturales a partir de los cruces entre cultura-desarrollo y cooperación.
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Investigador, coordinador del Grupo de Estudios en Políticas Culturales del Instituto Cubano de Investigación
Cultural Juan Marinello. lazaroisrael@gmail.com
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hasta personalidades y decisores transnacionales con poder de incidencia en materia de
políticas públicas para la cultura. Un estudio de caso de dinámicas norte-sur donde se pautan
“mejores” prácticas de articulación entre cultura y desarrollo desde la dimensión cooperativa
que terminan teniendo una influencia tanto en cómo pensar la cooperación cultural, como en
cómo hacerla.
Este ejercicio puede resultar fructífero para poder explicar tanto las lógicas mediante las cuales
se producen las diferentes articulaciones entre ellos, como las potencialidades de estas nociones
en su redimensionamiento crítico para producir políticas culturales emancipatorias.
Ante todo, quiero precisar la cuestión de qué entenderé por políticas culturales. Al hacer un
mapeo del campo de nociones atribuidas a la denominación de políticas culturales, se
distinguen diferentes perspectivas, en función de los énfasis (en cultura; en qué tipo de cultura;
en cómo entender la política: de qué modo organizarla, quién interviene, qué es lo político). Me
apoyo en la colombiana Ana María Ochoa, que distingue estas acepciones.
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lo que en inglés se llama cultural politics y que se traduciría no
como política cultural sino como política de la cultura (o lo
político de lo cultural). (Ochoa).
cultural politics (traducido como política cultural en el texto de
Escobar publicado en español) con frecuencia se refiere a
luchas incorpóreas alrededor de los significados y las
representaciones, cuyos riesgos políticos a menudo son
difíciles de percibir para actores sociales concretos.
la "política cultural" (original en inglés cultural politics) se
construye sobre todo "desde prácticas teorizadas como
marginales" tiene que ver precisamente con la construcción de
su campo de pensamiento: prácticas culturales históricamente
pensadas como marginales, ahora analizadas como prácticas de
poder.
Lo que estos autores enfatizan, por contraste con algunos
teóricos del centro con su énfasis en la textualidad
(especialmente desde los estudios culturales en inglés), y por
contraste también con la noción iberoamericana referida
anteriormente como un campo de medicación entre obra
artística y productor, son "las estrategias políticas de actores
sociales particulares" (Escobar, 1999: 141).
Esta noción de política cultural abarca una amplia gama de
mediaciones entre lo político de lo cultural y lo cultural de lo
político y tiene un sentido muy diferente a la noción de política
cultural entendida como mediación entre la obra, su productor
y su público.
(Tomado de Ochoa, 2002)2
Así, cuando nos estemos refiriendo a la dimensión organizacional de la política cultural (que se
concibe hegemónicamente desde viejas nociones eurocéntricas de cultura, estaremos
remitiendo a una trama de relaciones institucionales, a un campo con reglas y posiciones
específicas que median entre la organización social, cultural y política y la movilización de las
representaciones y prácticas simbólicas de los sujetos sociales, sectorializado en un sector de la
agencia pública por actores diversos que pueden ser el Estado-nación; las industrias culturales;
la sociedad civil). Esta es la noción con que se relaciona la mayor parte de las referencias de los
discursos sobre políticas culturales hoy, principalmente aquellos que se relacionan con el tema
de la cooperación internacional.
Aquí, vamos a leer las potencialidades de las políticas culturales en su dimensión emancipatoria
desde ese otro concepto cultural politics–que enfatiza en su relación con el poder, con lo
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Ochoa Gautier, Ana María 2002 “Políticas culturales, academia y sociedad”, en Daniel Mato (Comp.) Estudios
Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización (Colección Programa
Grupos de Trabajo) Argentina: CLACSO.
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conflictivo- para “desencantar” los universos de la cooperación ideal y el “diálogo”
intercultural de la urna de cristal donde muchas veces los colocan estos discursos producidos
muchas veces en las propias agencias de cooperación y sus instrumentos de producción de
saber subsidiados.
He estado trabajando la cuestión de la cooperación cultural desde que fui becario del Programa
de Formación Permanente de la Fundación Carolina en 2007; también becado para participar en
el Grupo de Trabajo de Comunicación mediatizada, capitalismo informacional y políticas
públicas, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO, (Quito, 2007), donde
trabajé el tema de las políticas culturales y cooperación. Asimismo tuve la posibilidad de
participar como invitado al VI Campus euroamericano de cooperación cultural, sobre gestión
cultural y ciencia, celebrado en marzo de 2009 en Argentina.
Se propone la formación de esos nuevos agentes culturales que llevarían a vías de hecho la
construcción de ese espacio y sus dinámicas propias para superar “las diplomacias clásicas de
la cooperación cultural” (2000: 28), lo cual nos lleva a una multifocalidad de actores dentro del
interés de geopolíticas culturales en el espacio de las relaciones internacionales. Es interesante
el énfasis eurocéntrico –a pesar de sus pretensiones cooperativas horizontales- de identificarse
desde un inicio “desde una perspectiva de “latinidad” (Delgado, 2000: 17), incluyendo en esa
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Martinell, Alfons, 2000 “Cooperación cultural internacional y globalización”, en I Campus Euroamericano de
Cooperación Cultural, Barcelona, 15‐18, octubre de 2000.
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construcción que se denomina “espacio cultural iberoamericano” una cultura latina que ha sido
la cultura dominante y que no respeta no sólo la diversidad de culturas dentro de lo americano,
sino ni siquiera el aporte de esta otra etiqueta moderna es lo americano en lo latinoamericano.
Por si fuera poco, y para complementar lo ya dicho, se asegura que “las culturas latinas han
compartido tradicionalmente su sentido de ciudadanía como derecho a evolucionar en una
estructura social que combina las solidaridades prescriptivas con las alianzas voluntarias”
(Delgado, 2000: 17), al mismo tiempo que aseguran que ese diálogo produce un vector
mutuamente productivo. Sólo nótese desde quién aporta qué: “América latina halla en Europa
su referencia para el crecimiento de las nuevas políticas culturales en la sustentabilidad
democrática y el crecimiento económico y Europa halla en América latina las respuestas a
muchas preguntas sobre el marco ético-político de la acción cultural, los procesos de
socialización de la creatividad y la relación entre modernización y “seguridad cultural”
(Delgado, 2000: 18). Desde esta óptica cooperativa –en la cual se producen, déjame decirlo por
experiencia propia, interesantes encuentros de gente que piensa como uno- se proponen la
creación de nuevas estructuras de interlocución “capaces de actuar en el desarrollo y la
circulación de los productos y expresiones artísticas” (Delgado, 2000: 20).
Han logrado un pensamiento renovado sobre los procesos sociales contemporáneos asociados a
políticas culturales donde han intervenido autores, políticos, activistas de la talla de Alfons
Martinell, José Texeira, Néstor García García Canclini, Germán Rey, Héctor Ariel Holmos,
Eduardo Nivón, Armando Silva, Ana Milena Escobar, Sylvie Durán, George Yúdice, Marc
Zimmerman, Jesús Martín Barbero, Renato Ortiz, Eduard Delgado, Marta Porto, Jesús Prieto,
Colin Mercer, Lucina Jiménez, Octavio Getino, entre otros. También han participado
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presidentes como el colombiano Andrés Pastrana (cuando se hizo en Cartagena) y ministros de
cultura como Gilberto Gil (Brasil), José Nun (Argentina), y altos representantes de la OEI.
En ese ánimo, la idea misma de campus “se vende” como “un espacio semiformal donde se une
un propósito académico con un entorno convivencial. Un campus es un espacio donde se busca
la sabiduría de las preguntas más que el reconocimiento de las respuestas. (…) Un Campus es
un think tank destinado primordialmente a sus propios protagonistas, aunque sus elaboraciones
pueden ser de provecho para eventuales observadores y escuchadores” (Delgado, 2000: 15)4.
Observadores y escuchadores que no siempre son sólo invitados-escucha, sino que tienen una
posibilidad real de aplicar a programas y proyectos culturales lo aprendido en las sesiones.
El campus se basa en un tipo de prácticas culturales que tiene que ver con una cooperación
cultural basada en exposiciones artísticas, intercambios académicos, financiamientos para
eventos –incluido el campus- becas de creación, etc., aunque siempre incluyen las dimensiones
culturales de las industrias culturales, en un contexto, donde según Lucina Jiménez, “se han
introducido nuevos elementos en la agenda de la cooperación cultural internacional, que por
fortuna, trascienden la visión de la “ayuda”, para entenderla más como construcción
internacional de estrategias que respondan a las realidades que la globalización y el desarrollo
regional y local subrayan como urgentes, en un mundo donde el respeto a la diferencia debe
traducirse en políticas de Estado y acuerdos internacionales en favor de la diversidad”
(Jiménez, 2006: 35). Para ella, la diversidad cultural es el tema central de la cooperación
cultural en el contexto de mercantilización de todo lo posible y de “venta” hasta de las marcas-
países. De acuerdo con los discursos dominantes que potencian las relaciones entre cultura y
desarrollo, hoy “la cooperación cultural internacional está estrechamente ligada a la
posibilidad de las naciones de reenfocar las agendas nacionales, involucrar a nuevos agentes
sociales y poner la cultura en el centro de nuevas políticas de carácter transversal, intersectorial
y de carácter prospectivo, haciendo énfasis en los retos que el mundo global plantea a nuestras
naciones para fomentar la calidad de vida, la democracia, la equidad y el equilibrio en el
planeta” (Jiménez, 2006: 41)5.
En este horizonte, los organizadores del campus promueven una dimensión reticular de la
cooperación, basándose sobre todo en las potencialidades de la comunicación mediatizada a
partir de las nuevas tecnologías. El llamado networking como método de la interlocución, una
suerte de dar respuestas políticas a la globalización usando las propias herramientas
comunicativas emergentes.
Hay, sin embargo, más allá de las buenas intenciones un conjunto de aspectos en los que puede
definirse el campus como intrasistémico –y con esto, reproductor de las lógicas mismas de la
dominación capitalista eurocéntrica.
4
Delgado, Eduard 2000 “Guía de uso del campus”, en I Campus Euroamericano de Cooperación Cultural,
Barcelona, 15‐18, octubre de 2000.
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Jiménez, Lucina 2006. “Políticas culturales y cooperación cultural para la diversidad y la equidad”, en Pensar
Iberoamérica, no 10, (Madrid), octubre.
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.- Presuposición de un espacio cultural iberoamericano y naturalización de un diálogo
intercultural. A lo largo del campus, a pesar del énfasis euroamericano, se muestra una
preeminencia de la relación entre los países ibéricos y los latinoamericanos. Este llamado
espacio cultural, planteado como horizonte, en algunos casos, y dado por hecho en otros (sobre
todos entre aquellos trabajos que se posicionan desde el deber ser) incurre en una
generalización arbitraria que tiene un impacto en el tipo de cooperación que se realiza.
.- Tensión entre pensamiento instrumental y pensamiento crítico. Pienso que aunque hay
figuras paradigmáticas como Jesús Martín Barbero, Néstor García Canclini, Teixeira Coelho,
Renato Ortiz, y otros, que han hecho escuela en materia de estudios culturales, lo cierto es que
el campus no promueve una perspectiva crítica en su abordaje de los procesos contemporáneo.
Sus perspectivas y abordajes son en la mayoría de los campus, aproximaciones incompletas sin
discusiones a fondo de cuestiones como la dependencia, los conflictos interculturales,
restitución simbólica; etc.
La experiencia del último campus, deja mucho que desear en materia de pensamiento crítico, en
un espacio donde no hay discusiones a fondo sobre los propios problemas, no abundan las
cuestiones teóricas y no se produce un conocimiento que aporte –a modo de recomendaciones-
a actores concretos determinados, en términos de recomendación para las políticas. Es cierto,
puede objetarse que la intencionalidad del impacto del campus es más vivencial, e
individualizada –y depende mucho de los propios participantes, pero ello no implica que se
trabaje cooperativamente para producir algo que recomiende cambios, etc. El otro punto que
complementa este aspecto es la socialización de los resultados, que no siempre se consiguen en
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internet y que se reparten, por lo general en el campus siguiente y a decisores e instituciones
implicadas.
Una de las cuestiones que pueden hacer pensar a una persona que va a un campus de
cooperación es que la propia lógica de organización del encuentro generará espacios
participativos donde se construyan saberes comunes. La organización, por ejemplo, del VI
Campus –y parece que es la estructura seguida de conferencias vips y talleristas- estuvo basada
en la propia lógica de congresos –donde un expositor dispone de un tiempo para difundir sus
experiencias o ensayar sobre la cultura hoy, y se tiene un tiempo limitado de intervención en
plenario. Los talleres siguieron la misma lógica, y en vez de conferencistas, fueron panelistas.
En la lógica organizativa, el hecho de que la mayoría de los expositores vips –la batería pesada-
o provengan del norte, o sean latinoamericanos insertos en la industria académica del Norte, o
estén vinculados con los discursos de las mejores prácticas europeas, explica la propia trampa
en que incurre la consagración de un saber tecnocrático cuyo capital simbólico está asociado a
prácticas de naturalización del dominio eurocéntrico en la producción de conocimientos.
Vuelve a repetirse, en la mayoría de los casos, al menos en el último, que las grandes
teorizaciones recayeron en este tipo de expositores, mientras que los interventores
latinoamericanos se restringieron a contar sus experiencias de trabajo con una escasa
problematización y manejo teórico. Este aspecto no sólo delimita las posibilidades de
interlocución, sino que reproduce mecanismos de distinción académica que proyectan en este
espacio las propias dinámicas de la academia, con sus efectos muchas veces descritos en tipo de
conocimiento que “puede” interpretar la realidad.
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¿Desde dónde construir/fomentar ese diálogo intercultural? ¿Qué significa diálogo
intercultural?, ¿Qué significa cultural?, ¿A dónde conduce una cooperación alternativa?, ¿En
qué consiste la alternatividad? ¿A quién pudiera interesarle?
Hay que reconocer que lo que ha sido el campo de las políticas culturales, en buena medida ha
estado hegemonizado por la idea de que es el Estado quien se encarga de ellas, y puede
institucionalizarse en los espacios conocidos de gestión cultural de la alta cultura o de la cultura
popular estilizada y masiva: los museos, las galerías de arte, los cines, los medios de
comunicación en sus diversas variantes. Hoy, como veremos más adelante, se siguen
discutiendo estas cuestiones, a cuestionar desde el re-encantamiento de los espacios
tradicionales de ejercicio de lo político, y las posibilidades infinitas de la referencia a lo
cultural.
En tal contexto es exagerado referirse a la dependencia histórica del campo de reflexión sobre
las políticas culturales de lo que algunos autores han denominado “la lógica de la colonialidad,
escondida bajo la retórica de la modernidad” (Mignolo, 2008: 27). Otro autor, uno de los
sociológos más aclamados del momento, Boaventura de Sousa Santos, ha discutido estas
cuestiones en profundidad, y ha llegado a la conclusión de que “Las ciencias sociales están
pasando una crisis, porque a mi juicio están constituidas por la modernidad occidental, por este
marco de tensión entre regulación y emancipación que dejó afuera a las sociedades coloniales,
donde esa tensión fue reemplazada por la “alternativa” entre la violencia de la coerción y la
violencia de la asimilación (2006: 15)”, con lo cual afirma que la teorías están fuera de lugar:
“no se adecuan realmente a nuestras realidades sociales”. “Hoy vivimos un problema
complicado, una discrepancia entre teoría y práctica social que es dañina para la teoría y
también para la práctica. Para una teoría ciega, la práctica social es invisible; para una práctica
ciega, la teoría social es irrelevante” (2006: 16). De ahí la importancia de pensar el instrumental
de la propia gestión cultural a la luz de discusiones sobre el desarrollo, la modernidad, la
cuestión de las políticas públicas, y la propia discusión sobre las transformaciones
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comunicativas de la vida social toda a raíz de la irrupción de las nuevas tecnologías de la
información.
El campo de las políticas culturales ha sido atravesado por una lógica de producción de
ausencia, que ha terminado por incluir cuestiones estéticas, ideológicas, etc., que valorizan un
tipo de cultura por encima de otra más holística que tendrían que ver con la vida, con
dimensiones e indicadores sociales del bienestar, por citar un ejemplo. Sousa se ha referido al
espacio desde donde criticar y discutir los sitios desde donde se producen las ausencias –
nuestras academias, nuestras universidades, nuestras revistas de arbitraje, y nuestra esfera
laboral institucionalizada- , como sociología de las ausencias. Según él:
“¿Qué quiere decir esto? Que mucho de lo que no existe en nuestra sociedad es
producido activamente como no existente, y por eso la trampa mayor para nosotros es
reducir la realidad a lo que existe. Así, de inmediato compartimos esta racionalidad
perezosa, que realmente produce como ausente mucha realidad que podría estar
presente. La Sociología de las Ausencias es un procedimiento transgresivo, una
sociología insurgente para intentar mostrar que lo que no existe es producido
activamente como no existente, como una alternativa no creíble, como una alternativa
descartable, invisible a la realidad hegemónica del mundo. Y es esto lo que produce la
contracción del presente, lo que disminuye la riqueza del presente” (2006: 23).
Colocarse desde un ámbito de sociología político-cultural de las ausencias, sería muy fructífero
para producir innovación en el campo de la gestión cultural, y dinamizar los espacios pensados
para dialogar “entre culturas”.
A riesgo de parecer disgregado, recupero, no obstante, lo que el sociólogo llama “cinco modos
de producción de ausencias en nuestra racionalidad occidental que nuestras ciencias sociales
comparten”, un poco para entender desde dónde enriquecer las diversas posiciones sobre las
políticas culturales que pueden identificarse hoy, y abordar el problema en su complejidad.
Comentaré (en cursivas) los espacios de producción de ausencia y su relevancia no sólo para
pensar las políticas culturales, sino la propia gestión cultural del diálogo.
1) “La primera es la monocultura del saber y del rigor: la idea de que el único saber riguroso es
el saber científico, y por lo tanto, otros conocimientos no tienen la validez ni el rigor del
conocimiento científico. Al constituirse como monocultura (como la soja), destruye otros
conocimientos, produce lo que llamo “epistemicidio”: la muerte de conocimientos alternativos”
(…) ¿Cuál es el modo en que crea inexistencia esta monocultura? La primera forma de
producción de inexistencia, de ausencia, es la ignorancia”.
En un campus como el referido, que buscaba las relaciones entre ciencia y cultura,
advertimos que esa monocultura ha priorizado un campo de gestión de lo cultural
prioritariamente colocando al Estado o al mercado en los últimos tiempos de avance
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neoliberal, como el lugar desde dónde producir “la política cultural”. Esa monocultura
produce ausencia de saberes de todo lo que no sea saber tecnocrático, probado con
indicadores y producido desde la academia o los think tanks. Se demeritan los saberes
sobre prácticas culturales aprovechables desde la experiencia de la gente. Se
desaprovechó el espacio para dar cuenta de cómo los pueblos ancestrales en América
latina han realizado políticas culturales de resistencia en todos estos años y los
aprendizajes de ello. Igual con la cultura popular y aquella que no se produce en las
grandes catedrales del saber.
2) “La segunda monocultura es la del tiempo lineal, la idea de que la historia tiene un sentido,
una dirección, y de que los países desarrollados van adelante. Y como van adelante, todo lo que
existe en los países desarrollados es, por definición, más progresista que lo que existe en los
países subdesarrollados: sus instituciones, sus formas de sociabilidad, sus maneras de estar en
el mundo. (…) Esta segunda forma de producción de ausencias “es la residual, lo que ha sido
llamado pre-moderno, simple, primitivo, salvaje”
la cultura. La cultura –y pongámosle el calificativo de dominante para especificarla- ha
negado otras formas culturales subestimándolas, sometiéndolas, resemantizándolas.
Para el diálogo intercultural es fundamental partir del reconocimiento de la diferencia
y la asunción crítica de los presupuestos ideológicos de la diferenciación. Esto es,
preguntarse en qué se es diferente y sobre qué criterios se ha establecido la diferencia.
Sobre esto no abundan los campus.
Como podrán percatarse, este aspecto es fundamental en las actuales discusiones sobre
la cultura hoy. Se ha producido mucho sobre el tema de la globalización, desde su
dimensión cultural opacando un poco la racionalidad política de base: la tendencia a
la difusión a escala global de una cultura dominante, que implica nociones sobre
bienestar, sobre progreso, sobre desarrollo, que se postulan como universales, e
invariables en el actual estado de cosas. No podemos hablar de modelos de gestión
cultural hoy, ni de políticas culturales sin discutir esta forma monocultural de hacer la
política y de pensar la gestión. En función de este criterio, muchas “buenas prácticas”
quedan invisibilizadas en las exigencias de las agencias de la cooperación cultural
internacional y la asignación de presupuestos y en función de eso el horizonte de
posibilidades políticas de transformación se coloca dentro de los referentes del sistema
capitalista dominante sin alternativas sociales que sean más inclusivas y generen
participación y la superación de estructuras obsoletas.
Pudiéramos discutir ad infinitum estos modos de producción de ausencia, de forma que puedan
identificarse un conjunto de prácticas útiles para la gestión cultural que tradicionalmente
desencajan de las instituciones culturales y sus objetos sociales.
Tampoco podría –por cuestiones de tiempo, espacio y pertinencia- abordar las combinaciones
posibles desde los diferentes sentidos que se le puede atribuir a tres nociones muy abordadas
por las ciencias sociales y los discursos políticos a lo largo del siglo XX: cultura, desarrollo y
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cooperación. Caben, no obstante, un conjunto de valoraciones que sería útil tener en cuenta en
sucesivos campuss.
Van superándose las visiones explícitas que reducen la cooperación a una transferencia de
recursos entre dos o más partes con la finalidad de “mejorar” las condiciones de vida y
desarrollar las relaciones sociales de países en desventaja, y se comienza a posicionar una
imagen de espacio de negociación, de colaboración, coordinación y coproducción. Lo cierto es
que en la mayoría de los casos lo cooperativo, queda muchas veces restringido al
asistencialismo, a la imposición de metodologías o criterios de evaluación que no explotan las
posibilidades reales de resignificación cultural que cree un clima de confianza para entablar un
diálogo efectivo para la transformación.
1) crítica de los presupuestos sobre los cuales se concibe lo cultural institucionalizado y sus
potencialidades políticas de transformación social;
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3) la comprensión en común con mayor rigor de las matrices culturales que median cualquier
posibilidad de cooperación. Y dentro de lo cultural incluyo por supuesto, lo político, la historia,
la predisposición al diálogo de las partes y las claves de la interlocución- ese lenguaje donde
estarían hablando en el mismo sentido aunque desde diferentes referentes.
Algo que no postule un diálogo entre Iberoamérica desde la latinidad, sin tener en cuenta el
carácter colonizador-dominador de esa matriz en América latina.
Por último, es importante señalar la importancia del diálogo intercultural para definir el rol de
las políticas culturales en la construcción y sostenibilidad de compromiso de los cooperantes.
Igualmente para pensar las posibilidades dentro del activismo del campo –pensado desde la
lógica de cultural politics- de discusión sobre el sentido del bienestar, sus referentes y los
medios para conseguirlo.
Nunca serán suficientes los diálogos para definir las mejores formas de “conquistar” metas de
desarrollo por la variedad de actores y mediaciones insertas en su producción. Pero sí es cierto
que la exploración de las articulaciones entre cooperación y desarrollo lleva a pensar la
sugerencia de Canclini de pasar de la cooperación mutuamente beneficiosa a la coproducción
en un área como la política cultural. Coproducción que no se refiere sólo al campo objetivado
de los bienes y servicios como lo piensa él. Remitiría –como lo veo- a la producción de las
relaciones sociales mismas a partir de sus variables inclusivas, emancipatorias y de justicia.
Ese debería ser el horizonte de las políticas culturales y hacia allí, dirigirse los esfuerzos por
producir diálogos interculturales cuya matriz sea la propia cultura de cooperación.
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