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PAIS PORTATIL | EDITORIAL SEDK BARNA, 8. A | BARCELONA, 1969 , La escalera cubre Ia cola del pajaro pintado. Se,-| Jevantan las hojas. Se devuelven los tres muchachos| a la salida del bar y suena un pito. Mas alla van las caderas de las dos mujeres, las dos rayas, el movi- miento en ondas verdes, ondas de tela verde: el mo- | vimiento que va de las nalgas al tacén, Los tacones, i juntos, golpeando a un solo ritmo, cruzan la re ja tapa de hierro que dice C.A.L.E.V. Las dos nalgas, Jos dos rabos, las dos colas, hacen sombra movida con. tra la pared 0 las rejas de metal. Las tres hileras de automviles se mueven otra ver. Hay varios golpes, } leila y herrumbre, cuando las palancas cambian la yelocidad, Trassss... chan... y van todos a eaer contra el parachoque de todos, haciéndose toques obscenos, babosedndose, con humo y aceite y olor. Ir detras, en la cocina, resulta incémodo, grasoso, Todos los olores de todos los pies de todo el mundo se han adherido al cuero, se han mezclado a la mugre de los pasama- nos, se aquietan, gomosos, densos, con pedazos de co- lillas y viejas coras de chiclets, ferruginosos, huime- dos, sofocantes en el astento de atras. Hay los rostros tensos de los que juegan a los desentendidos, a escon- derse la nariz. Hay las cabezas sacudidas para hacer algo y olvidar. Se puede creer que se est de paso, que todo es apenas una dificittad y un sofoco de quin: ce minutos y que en la préxima parada se ganaré el Avon én de las corr ntos y las treinta y ‘as —se incluyen los parados— pendien. proximo frenazo. Se oye el arranque y ya el ronquide se hace prolongado, se sabe que algo ha ido dentro det mo edas van, por fi dando sobre la ea io. El olor se pierde defi- nitivamente y las vitrinas comienzan a pasar. Las gen- jen hombres, Vienen pa- . Después cuatro taco- nes sorieando las rejillas de los sétanos y un codo, mas un no joda, mas una maldicién, contra el aviso que dice eprohibido estacionar». Se ven las nalgas refleja- das en la vitrina de cosas para damas, Nalgas para Henar los blumers acomodados como hojas caidas, en serie, en escamas, con el cartelito: 7,50 rebajas del mes. Mas arriba estan los sostenes prendidos eon alfi- eres, Jas naranjas en la fruteria de los chinos, los tenes, las dos gomas para agrandar el bulto, los ti- rantes que caen resueltamente y los tacones, las ca- deras, que ya estén lejos de la vitrina... la vitrina se queda escaionando pedazos intimos de otras mujeres, Jos reflejos, de las mil, las diez mil y més que debieron haber cruzado la acera, que se imaginaron manosea- das frente a la exhibicién, palpadas, rebuscadas por entre la goma del sostén, las que vieron colgando su sostén en el postigo de la habitacién, en el mango de la puerta, junto a los blumers, pantaletas rosa rebaje- das en el mes, en otro mes cafdas a un costado de la cama, al lado de 1a camisa desabrochada del hombre. Gran’ rebaja, telas importadas, aproveche nuestra ven- ta aniversaria y después se decia: «Te quiero, no te el asfal que eaen § quetes y tri 10 vas air, gverdad: de mi?» ‘Qué va a pensar, mientras tiempo y se los blumers y los calzoncillos caidos, salpicados ya por el semen, cuando él fuc al a Se fijo que los blumers o las negro. No esté para para eso, Sélo se trata de bajarlos lock mas rapidamente a pesar de que en la tienda plerden “ : uno y dos dias acomoddndolos con gracia, muy caque- | tos por cierto, die que nunca se los ha bajado para la, que los suefia colgados en la hotel, en la playa, por tem- porada, cuando el sefor del mechén blanco detenga su automévil y diga: «Pase usted, cenaremos en el litoral. Vamos a regresar temprano y puede decir en su casa que debié arreglar la exposicién de la vitrina hasta muy tarde». Pero al mover su mano ella sabe que no sera asi y advierte que debe terminar pronto el arreglo y su pobre cara se achata contra el vidrio cuando las | gentes pasan sin mirar, mientras uno, dos nuevos ta- cones resuenan en a acera, nuevas caderas chocan contra la pared, el muchacho de Jos periédicos pasa gritando, los pavos del bar de enfrente, la vieja se alisa la falda, se frota la mancha de helado dejada por el muchachito al pasar sin saber dénde va ya él con eu cara de picaro, tapada por los sacos sports de los tres italianos que hablan sin parar y el vendedor de maro- meros suelta su risa destemplada y luego el polvo, los papeles levantados, el olor a mani, el ruido de Ia moto que se clava en el asiento de atrés, ¢ 5 "Te cansates, te envainates, como cualquier hijo de José de La Cruz Cegarra. Estés mojando el espaldar n con el sudor. Te estés mareando. Te estés meando como cualquier José Mercedes Briceno, estés majincho de miedo como cualquier Perucho Godoy, no tenés alma ni cojones ni ser un biznieto de Epifanio Bara- zarte, No podias meterte en una loma, ni remover la tierra, ni siquiera evar los animales al potrero. No cites nada, ni siquiera medio dia de camino a pie, por el camino de La Laja, para traer los remedios. Cuando volvites, con tu eara muy seca, con tu cara de busacas, el viejo se habia muerto arrugado en su me- eedora y hasta hediondo porque en la casa ni siquiera habfa alcohol para rociar. Estuvites un rato en la pata de un Arbol mirando los burros. Nunca habias visto cémo era eso, Estabas bobo y afanado porque la burra se movfa y los muchachos se resbalaban cuando iban a encaramdrsele coi la bragueta abierta y la paloma afuera, Pensabas contarle a todo el mundo cémo era, pero no aguantates hasta lo tiltimo. Te dio miedo cuan- do el animal se fue de bruces y te acordates de los remedios, Pero allf mismo los volvites a olvidar. ‘Te quedates a olvidar. Te quedates sentado en una dra pensando en quién sabe qué vainas hasta que se te hizo de noche. Cuando el pajaro comenz6 a cantar te vino de nuevo el temblor Y ya no sabias si devol- verte o seguir, No sabjas nada. Pero ese ruido que sen- tites era el viejo muriéndose que salid a desandar. Fue a reclamarte su medicina. Fue a pedirte cuentas y a verte por tiltima vez, porque él habia puesto en vos sus esperanzas y pensaba que los Barazarte podrian volver a ser lo que habfan sido. Eso que sentites a tu lado, ese olor, esa agua que empezd a correrte desde el pescuezo, era él, Ese reliricho era él. Te tocé la ca- beza, te jal6 por el saco. Y cuando oites que te decfan Andrés, Andrés era la voz de él, porque alld en la casa dijeron que esas habfan sido sus tiltimas palabras. Se murié quejéndose de los duentes que no lo dejaban en 2 paz, Decfa que le tiraban tierra y Ie sacaban Ia lengua. Y llam6 a LeGn Perfecto y a Victor Rafael y se puso a nombrar las mil novecientas cuarenta y cinco hec- téreas y dijo que é1 era ese que ensillaba lejos, en un caballo muy brioso y dijo que fueras, Andrés, que le ayudaras a montar, y se murid, Ahora vienen los bocinazos. Nadie aguanta. La, {~ camioneta de la tintoreria se mete entre el autobtis yot el ford que quiere salir. Va la punta del cadillac, Van los tres taxis con el radio a todo andar. Va la mierda Va el portugués del abasto con la bicicleta de reparto. El autobits se estremece cuando el chofer arranea par: ganar un metro, Chass. El maletin, Ali estd, abajo, entre las piernas, apretado. Alli va, negro, con el cierre pasado. Lo tienta con prudencia, Alli va, Va seguro. Un solo cornetazo largo, elécirico y 1a fila de auto- méviles se comicnza a mover. Pasa la venta de trajes. Trajes tinicos. Con dos pantalones. Trajes de Dacron, por cuotas, Asegure su porvenir en las Academias His- panoamericanas. Clases de dibujo y topografia. Bachi- Merato libre, Inscrito en el M.E. La garganta esta seca y las manos recorren el maietin. Alli va. La patrulla de Ja Policfa Municipal se parece a la patrulla de la Policfa Judicial, La patrulla de la Policia Judicial, sin escudo, es la patrulla de la Digepol. Y el ford rojo, ‘con esos tres, parece de alld, aunque no Ileva antena, El carro negro con tres més, elegantes, no es de la Digepol. Un carro asf se parece a un carro del Sifa. La mujer de la cara pintada y la mujer de la cara ocu- pada por la botella de refrescos. «Venga, goce com: 0», dicen las letras, pero Ia otra mujer, la de verdad, 8dlo ha dejado el trazo de su vestido violeta. Otra vez Area k - gados, ahitos, Larga Cestas boca abajo, ala dos sobre el asfalto y el by hay que cerrar cabeza hacia atrés. ;Pasaroi sible saber de qué Pasaron! 4 No ge ven m imedo. La agarradera de adelante esti grasosa. Las manos van de la agarra- dora al maletin, Hsta alli. Negro. Apretado entre las plernas, que otra vez se ponen a temblar. lo que arde en los ojos y se resopla y se tira la ban tres, pero es impo- FAjppiletlia hora para atravesar Sabana Grande. Media é hora para un poco mis de siete cuadras. Hace también media hora, quizas mis, de haber abandonado el Volks- wagen. Se jodié algo en el carburador, se neg6 a pren- der. Con empujones y el neutro lo orillé en Ia acera. Caro de mierda, ;Cémo le iba a conocer las mafias si era la primera vez que lo manejaba? 2A quién se lo quitarfan? A cualquier bolsas: «Téngase la bondad, amigo, descienda del vehiculo, no le va.a ceurrir nada. Lo necesitamos para una accidn. Digsnos dénde pode. mos devolvérselov, Fl hombre accedia, por los buenos modales o porque estaba encafionado por una Luger. Se quedé allé estacionado, junto a los latones y el ar- bolito de la calle transversal. Después, tomar un taxi Tesultaba peligroso. F1 hombre podria comenzar a ha- cer preguntas. E] maletin pesado, el temblor, las sos- pechas. Alguien dijo que todos los taxistas’recibfan plata de la Digepol, Exagerado. Pero de todos modos... si, es mejor el autobiis. Hay tiempo, todavia, Sin em. bargo se puede tropezar, Los lios del aparato contador de pasajeros. El palo de metal que a veces se tranca y Ja confusién y los gritos del chofer. Jodido. El taxi *fesultaba mds facil, Bra verdad. Pero lo podian cono- cer. Ubicarlo desde cualquier sitio de la calle, seguirlo u © OLR, pastor or das, Bn el autot gmneso de los pasajeros servia para ocultarse. Mucha «A= gente con pat rasladar. Gente comtin 2Quién iba a ala un hombre Tevara un maletin? ;Cualquiera que lo tropezara y sintiera aque- Io duro y pesado! {Por qué coho lo iba a tropezar? Si se buseaia una buena ubieseién, no, Arrinconado para evitar los roces. 7 después, a la hora de bajar, si el bicho estaba repleto? Tonterias. Un libre es lo mejor f\- De todos modos debieron prever que el Volkswagen podria dafiarse. ;Qué vaina! Alli va és0, esta bien, no, mejor no, uno mas grande eon chofer islefio! Ese otro tiene dafiada la puerta trasera. Habria dificultades si se quiere salir rapido. Ese otro no, no vio la sefia, Nada, entonces. Un rato largo sin cecidirse al lado del dep6- to del asco urbano. El maletin reclinado contra el Poste. Su mano apoyada como quien deseansa, Cual- , quiera hubiera advertido el temblor. aX Repasé las indicaciones, Records la contrasefia que deberia llevar el otro, Buseé en sus bolsillos y encontr6 el croquis. Miré su ubicacién, la de los compafieros, el objetivo, las vias de retirada, En el apartamento le darian los tiltimos detalles. Pasé otro taxi, dos, cuatro, y €l no se decidié, Tenia fiehre y le golpeaba duro el ‘coraz6n. Las gotas de sudor le empafiaban los ojos, encandilados por un sol violento que caia sobre la Aves 4 nida Miranda, Al fin, el autobtis rojo de Petare. Estaba cerca Ia_4 Parada. Escuché el resoplido de los frenos. Se apre-"! suré un poco. Subid y todo fue simple y el aparato contador giré con facilidad. Vino la duda, La cleccién del asiento. Habsa varios vaclos. Se deeidié por et fondo. Y comenz6 el trequeteo, continué el sudor, si- guieron el miedo y las dudas en la eleceién, El exces de precauciones ocultaba un vago deseo de no legar, de retardar al menos el encuentro, de poner lo més entrepierna un pedazo 4 es monétor abajo, el maletin, muy apretado en las Todillas para que no escapara de pronto oprimido con toda la san- Bre y los huesos, pajaro de cuero y hebillas, el maletin negro, sudoroso, con los dedos formando «hundidos» en el forro alli donde va su vida ahora, con todo el terror de siempre, sin poderse mover, quicto, con el eorazén subido hasta la lengua, el in y él una sola cosa grasienta y hedionda con toda Ia carroceria y los cierres de seguridad en el cerebro, con lo que iba dentro de los cueros del cerebro, con eso que puede tronar y oler y dejarlo boquiabierto y rajado para siem- pre. C-[7_ Otra ver. la miisica de hi muerte, que comenz6 hace tiempo, y en los vidrios se borran el sol y los avisos. El tembloteo de las ruedas un chorro largo de sombras cayendo sobre el antiguo “etecho de tejas. ArhiAk—opayy ros, el golpeteo lejano, de Ya ni sabés sj él tuvo la culpa o la tuvites vos, Si fueron los animales los que salieron espantados, dando tumbos, y aquel pedazo de noche, aquel cuero negro, tupido, por donde el viejo te quiso hacer pasar. ¢Apre dé a ser hombre, aprendés, te dijo, y dio un fuerte lati- 16 gazo en el aire que quemé los zancudos. Habia que ir por entre la casa de tejas, atravesarla, agarraba el camino real y te decfa que se ncontrarfa del otro lado. Te quedates quieto, con unas terribles ganas de Morar, con los ojos grandotes, randolo. No dijo nada y lanz6 un escupitajo que bril entre las piedras. Después comenz6 a caminar, sonan- do el rejo en sus pantalones y vos te quedates con toda tu boca abierta, llena de baba y sereno, Pero tenfas que ir, Tenias que eruzar. ¥ poco poco comenzates a me- ter tus cotizas en el barro, poco a poco se te fueron hundiendo en las matas y sonaban los bichos, se ofan los grillos y las ranas, El matorral era hiimedo, con olor a potes, como quien no quiere la cosa por el caminito de ramas jiernas se te hacfan fleco y los brazos van y los dientes se te iban a saltar. Luego te vino el chorro caliente por entre los muslos y vos te limpiates con la mano y probates y sabi Salado. Te habias meado. Te habias meado de miedo, y sin embargo, tenfas que atravesar y salir al otro lado donde tu abuelo te esperaba. Te habias chorreado de miedo y i siquiera habias pasado al alero de la caha- Ieriza vieja, ni te habfas metido por entre los tablones, ni habfas visto a los murciélagos s: detrds de las vigas ruinosas, Allé muy lento, todavia sin atreverte mucho, mientras te ‘acomodabas el pantalén mojado y oloroso a meaos fres- cos. Junto a las tablas podridas comenzates a sentir: venia del fondo, levantando algtin polvo, brillando en- tre los pedazos de espuelas regados por el corredor. De Jos palos de arriba colgaban costales manchados y pe- dazos de enjalmas y bojotes con maracas de arvejas. Para vos eran todos los muertos que se habfan alzado para no dejarte pasar, Se descolgaban de las vigas, se U7 Pais porta, 2 NM

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