Você está na página 1de 380
ANTONIO SALAS, 0.5. A. CATECISMO BIBLICO PARA ADULTOS Ed. «Biblia y Fe» Escuela Biblica MADRID 1977 Nihil obstat: Andrés Manrique, OSA, censor de la Orden Nihil obstat: Dr. Francisco Marfa Lépez Melis, censor diocesano Imprimi potest: Vicente Gémez Mier, OSA, Prior Provincial, 15-5-1977 Imprimatur: + Pedro, Arzobispo de Zaragoza, 31-5-1977 ISBN: 84-400-3693-0 Depésito legal: M. 31763.—1977 Imprime: VILLENA, Artes Graficas Av. Cardenal Herrera Oria, 242 MADRID-35, PROLOGO El P. Antonio Salas, O. S. A., Director de la Escuela Biblica de Madrid, es un gran conocedor de los Libros Sagrados, sobre los que ha realizado una labor de investigacion y de divulgacion verdaderamente extraordinaria. La experiencia que le han proporcionado sus muchos afios de docencia —en la Universidad de Comillas, en el Seminario de Madrid y en la Escuela Biblica— le han hecho ver la necesidad de iluminar desde 1a Biblia toda 1a problemdtica del hombre ac- tual, que le hace andar, no pocas veces, desconcertado. El se ha dado cuenta de que, incluso dentro de la Iglesia, han surgido tensiones y conflictos como consecuencia, principalmen- te, de un «confusionismo doctrinal» que él considera como una de las notas caracteristicas de nuestra época. Y se ha dado cuen- ta de que no siempre es facil para muchos creyentes, incluso pa- ra algunos sacerdotes, entender esa labor de adaptacién que in- tenta hacer honradamente ta Iglesia para responder a las exi- gencias del mundo actual, que «se halla hoy en un periodo nue- vo de su historia», como ha dicho el Concilio. Y esa constata- cidn le ha creado un verdadero deber de conciencia. Con una generosidad auténticamente cristiana, ha querido ofrecer a todos los creyentes sus propias vivencias —«la tra- yectoria que la fe de Cristo va marcando en mi vida», segiin sus propias palabras— poniendo al servicio de todos sus saberes teoldgicos y biblicos y sus experiencias cristianas. Esta es la finalidad del CATECISMO B{BLICO PARA ADULTOS que tienes en tus manos. Ha sabido unir, al escribirlo, ciencia y entusiasmo, valentia y sinceridad, fidelidad a la Palabra de Dios y fidelidad al hombre moderno, Et dice que tan sdlo ansia «hacer un esfuerzo honrado» pa- ra ayudar a sus hermanos —a los cristianos espafioles— que ne- ™ cesitan palabras clarificadoras que proyecten la luz de la Pala- bra de Dios sobre todas las verdades cristianas y sobre toda la problemdtica que se proyecta en sus vidas, para que no se desvien del recto camino en estos momentos de confusién y para que «el cristianismo hispano consiga recobrar su perdida calma». El propdsito que le anima es ambicioso: «El CaTEcIsMo BiBLI- CO PARA ADULTOS pasa revista a cuantos problemas plantea el creyente de hoy desde un punto de vista soterioldgico, cristolé- gico y eclesiolégico», nos dice. Y como sabe que el cristiano de- be recurrir continuamente a la Palabra de Dios para enfocar de- bidamente su vida, se propone «brindar al cristianismo un en- foque biblico de los grandes problemas existenciales». ¢Lo ha conseguido el autor? Los lectores juzgardn por si mis- mos, cuando se adentren en su lectura. Yo creo sinceramente que el P. Antonio Salas esta bien pre- parado para escribir este libro que, en principio, me parece no sdlo interesante, sino necesario; sus dotes de profesor, recono- cidas por todos sus alumnos, me aseguran que sabrd hacerse en- tender de los lectores y podré servir de orientacién a sacerdotes y seglares medianamente preparados. Como Arzobispo de Madrid, he querido avalar con mi firma el trabajo del P. Salas. Como Presidente de la Conferencia Epis- copal, quiero agradecerle publicamente el gran servicio que pue- de prestar a la Iglesia con 1a publicacion de este libro que él ha escrito siguiendo las sugerencias de los mismos Obispos. Dios quiera que este libro que gustosamente pongo en tus ma- nos pueda servir para que vayan superdndose las tensiones y los conflictos intraeclesiales, propios de toda época de renova- cidn, y ayude a disipar el confusionismo de cristianos y no cris- tianos que estdn un poco desconcertados ante los nuevos rumbos de la teologia y de la pastoral y ante la nueva problemédtica que el mundo moderno presenta a sus conciencias. Madrid, septiembre 1977, Cardenal TARANCON, EL PORQUE DE ESTE CATECISMO El cristianismo estd acusando hoy los duros golpes de esa ola de confusionismo que con tanta violencia sacude a la hu- manidad, Causa desazén ver cémo muchos valores, aceptados como inamovibles por nuestros antepasados, apenas consiguen mantenerse en pie. Por eso los creyentes se sienten tan aturdidos que a veces no saben incluso cémo actuar. Buscan con ahinco ideas claras y se encuentran con un marasmo de opiniones que sdlo contribuyen a afianzar sus dudas. El cristianismo de nuestro pais estd navegando hoy a la deriva. Abundan vanguardistas aberrantes y conservadores re- ealcitrantes, Estos uiltimos se anclan en Trento, mientras los primeros blasonan de atisbar ya los secretos del siglo veintiuno. Posturas tan encontradas contribuyen mucho mds a sembrar confusién que a aclarar ideas. Por eso gran ntimero de creyen- tes apenas osa tomar postura. Teme, en efecto, situarse donde no debe. La jerarquia eclesidstica estd haciendo esfuerzos denodados por proyectar luz sobre un horizonte donde sobran tinieblas. Nuestros prelados viven con intensidad el momento critico del catolicismo hispano. La conferencia episcopal ha dado abundan- tes testimonios de una sincera preocupacién puesta al servicio del mds ponderado equilibrio. Sus directrices buscan siempre la forma de ir despejando incdgnitas. Quizd por ello el caos va siendo cada vez menos dramdtico. Queda, sin embargo, mucho camino por recorrer antes de que el cristianismo hispano con- siga recobrar su perdida calma. Me ha llamado poderosamente ta atencién comprobar cémo desde hace afios la jerarquia espaftola viene lamentando la fal- wv ta de un «Catecismo», donde los adultos de nuestra patria hallen una adecuada respuesta a los mds candentes interrogantes de fe. Para llenar ese vacio, ha lanzado reiteradas invitaciones a los tedlogos. Desde el primer momento acepté ese reto de la jerarquia y decidi elaborar un «CaTECISMO BfBLIco PARA ADUL- tos». Cierto que mi insignificancia como persona y como tedlo- go han hecho todo lo posible por frenarme. No obstante, he optado por asirme a mi condicidn de creyente y dejarme guiar por quien, siendo luz (In 9, 5), quiere que sus discipulos estén dispuestos a iluminar el mundo (Mt 5, 14). He vertido en este «Catecismo» gran dosis de entusiasmo. Sé que para emprender una obra tan ambiciosa hace falta algo mds que simple entusiasmo. Ignoro hasta qué punto también lo pueda ofrecer. Me conforta, en todo caso, saber que un es- fuerzo honrado nunca podrd ser estéril. No seré yo, por supues- to, quien lo haga fecundar. Mas para ello cuento con la ayuda excepcional de Cristo (1 Cor 3, 7). Y ello me consuela a la hora de enfrentarme con mis propias limitaciones, En mi «Catecismo» pretendo armonizar valentia con since- ridad. Para unos habré ido demasiado lejos, mientras otros me tildardn de quedarme demasiado cerca. A todos esos criticos potenciales contesto diciendo que he intentado seguir con hon- radez la trayectoria que la fe de Cristo va marcando en mi vida. No me considero ni vanguardista ni conservador. A lo sumo oso presentarme como creyente inquieto, Y me honra esta actitud, pues con ella quisiera —jojald fuese capaz!— imitar de algun modo a aquel hombre modélico, llamado Pablo de Tarso, cuya gran virtud estribé en romper médulos ideoldgicos a base de profundas vivencias cristicas. Quiero dejar clara constancia de que en mi «Catecismo» re- nuncio a imponer ideas —¢quién soy yo para hacerlo?— y me limito a exponerlas. Creo que una simple exposicién, si es sin- cera, puede ser aceptada, aunque a veces admita ulteriores rec. tificaciones. Sé que me puedo equivocar en mis juicios. Pero tampoco ignoro que el tinico en no tropezar es quien ni siquie- ra intenta dar un paso hacia adelante. Yo no quiero caer en esta trampa, Mi vivencia de Cristo no me lo permite. Por eso me lanzo, aceptando de antemano cualquier atisbo de error don- de eventualmente pueda ser descubierto. Quiero ser tan fiel al magisterio en lo dogmdtico como fiel a mi conciencia en lo opi- nable. Pienso que el cristianismo actual, sdlo contrastando opi- niones honradas y razonadas, podrd ir aclarando su cadtica situacion. Mi ya relativamente larga experiencia como profesor y con- ferenciante me ratifica que son cada dia mds quienes suspiran por un «manual» orientador, donde un enfoque ponderado de los temas ayude a razonar los mismos postulados dogmiticos. Asi lo confiesan los educadores de la fe, que con frecuencia ignoran cémo despejar las incégnitas planteadas por los ado- lescentes. Muchos religiosos y religiosas admiten asimismo su falta de preparacién a la hora de orientar adecuadamente a la juventud. Tampoco faltan sacerdotes, dedicados al ministerio pastoral, que ansian un «vademecum» teoldgico donde, al mar- gen de todo tecnicismo cientifico, puedan encontrar un adecuado planteamiento de las verdades de fe. Y cémo olvidarse de tantos seglares que acusan una profunda desorientacién y buscan en vano una apoyatura ideoldgica donde anclar sus creencias. A todos ellos quisiera responder con este «CaTECISMO BIBLI- CO PARA ADULTOS». Soy, en realidad, consciente de que {a crisis actual sdlo podrd ser superada con la luz que fluye de la reve- lacién divina. Es, por tanto, a la Biblia donde se impone recu- rrir. El cristianismo de hoy estd harto de soluciones dogmdti- cas. Quiere respuestas biblicas. Sabe, en efecto, que Dios sigue hablando hoy con las mismas palabras estampadas ayer en ese libro excepcional llamado «Biblia». Esta encierra la clave capaz de resolver cualquier problemdtica planteada a nivel de fe. Asi lo ha reconocido el propio Concilio Vaticano II y lo reitera a todas horas la jerarquia eclesidstica. Esta es la razén por la que presento un catecismo biblico. Cierto que en él apenas aduzco textos concretos de la Escritura. Esto no es casual, sino consciente. Pienso que el creyente, mds que familiarizarse con textos biblicos, necesita recibir el men- saje que —hecho vida— fluye de la misma revelacion. Para ello se impone aplicar los postulados de un sano criterio desmitifi- cador, que consiga encarnar la Biblia en la vida de hoy. Sélo asi conseguir el creyente convertir en vivencia propia el peren- ne dinamismo de la revelacién divina. El «CaTecisMo BiBLico PARA ADULTOS» hace todo lo posible por asir el dinamismo vivi- ficante del mensaje biblico. ¢Cémo? Acrisoldndolo con la fuerza vir de la fe. Esta, aunque vivida por cada creyente, no deja de ser un don de Dios, Fiel a este lema, he ajustado el «Catecismo» a un esquema convencional de neto cufo biblico. Sigo la trayectoria marcada por el proceso histérico-salvifico, cuyo objetivo real es la libe- racién del hombre. Si el cristianismo de hoy signe acusando la fuerza de la opresidn, légico es que reciba una respuesta libe- racionista. Asi lo hace en todo momento la revelacién biblica, encuadrada en su marco histérico-salvifico. Este comienza ana- lizando 1a situacién real del hombre (1.° parte), el cual, deseoso de conjugar su origen con su destino final (2.* parte), lanza un reto a la trascendencia y descubre su profunda limitacidn crea- tural (3.° parte), de la que Cristo decide liberarle (4.° parte), in- troduciéndole para ello en el horizonte sereno y apacible de la gran comunidad eclesial (5.° parte). El «CatecisMo Bisiico PARA ADULTOS» pasa, pues, revista a cuantos problemas plantea el creyente de hoy desde un punto de vista soterioldgico, cristoldgico y eclesioldgico. Y a todos intenta dar respuesta, pero siempre con un encuadre fundamentalmen- te antropoldgico, Tal es, en efecto, el sentir de la Biblia. Pero no se olvide que ésta acepta el protagonismo del hombre sdlo porque es imagen de Dios. En consecuencia, todas las respues- tas vienen dadas desde el dngulo de la fe, aun cuando se busque en lo posible el aval de la razén. Este «Catecismo» reivindica, pues, el mérito de brindar al cristianismo un enfoque biblico de las grandes problemdticas existenciales. Cierto que a veces la solucién propuesta dista mu- cho de ser definitiva. Comprendo, por lo mismo, que me Uuevan criticas y a veces del todo justificadas. Las acepto de antemano. Sin embargo, aun a pesar de ello, me animo a publicar esta obra con la gran ilusién de prestar un servicio al cristianismo hispano, Sé que 1a ilusién es patrimonio tanto de ilusos como de ilusionados. Yo, queriéndome colocar entre los tiltimos, corro el riesgo de quedarme entre los primeros. Mas, en cualquier caso, sigue en pie mi firme propdsito de servir. Si la lectura de este «Catecismo» ayuda lo mds minimo a aclarar ideas, me sentiré el mds feliz de los hombres. Y si al- guna frase o expresién pueden parecer ofensivas, ruego a los lec- tores que las consideren fruto de mi inconsciencia, pero nunca de mi intencidén. Mas de un encuadre resultard conflictivo. No lo niego. Como unica defensa, diré que, incluso en tales casos, he procurado mantenerme fiel a las directrices marcadas por el magisterio eclesidstico. Caso que, en contra de mi voluntad, algiin punto Uegara a rebasar las lindes de la sana ortodoxia, me acojo al veredicto de ese Dios, que la Biblia me ensefia a concebir como amor. Et AUTOR |. BIBLIA Y FE CRISTIANA EI mensaje revelado, respuesta al hombre de hoy. I BIBLIA Y FE CRISTIANA EL MENSAJE REVELADO, RESPUESTA AL HOMBRE DE HOY Cuando alguien desea captar el contenido de la Biblia, no puede olvidar que tiene ante si un libro de fe. Por otra parte, tampoco ignora ser hombre antes que creyerite. En consecuen- cia, sélo encuadrando el mensaje biblico en un marco antropo- légico, estara en condiciones de asimilarlo. Han pasado ya los tiempos en que la Biblia venia presen- tada simplemente como «algo», cuyo tmico responsable era Dios. El cristianismo de hoy sabe que también el hombre jucga un papel de excepcién a la hora de entablar didlogo con el Dios biblico. Tampoco ignora que la Biblia puede ser considerada como la expresién gréfica de un primoroso didlogo divino-hu- mano, en el que el hombre se encuentra con el Dios que habla. Pero el hombre —tanto hoy como ayer— respira inquietudes profundas y vive bajo el incubo de una angustia agobiante. Pues bien, la Biblia respeta la situacién vivida por el hombre de cada época. En consecuencia, para traducir hoy a categorias de vida el contenido de los libros sagrados, se impone encua- drarlos en el marco que ofrece la inquictud existencial del hom- bre moderno. 1 EL HOMBRE Y SU MISTERIO El hombre moderno se debate en una continua lucha, cuyo protagonista es él mismo. Comprueba que su existencia plantea una serie de interrogantes alos que no puede responder con la sola ayuda de su razon. Por eso, la acepta como un misterio, que desearia afanosamente desvelar. Para ello, lanza una mirada hacia cuanto existe y no halla la solucién adecuada. ¢Qué hacer? S6lo le queda un recurso: la trascendencia. Esta es aceptada por auténtica necesidad. Y en la trascendencia estd Dios. A. ¢QUE ES EL HOMBRE? Cada época, cultura y mentalidad esboza su propia concep- cién del hombre. Para ello se inspira en presupuestos filoséficos, los cuales adoptan las mAs diversas formas de expresién. El hombre, para ser definido con propiedad, necesita ser in- tegrado en el orden de la creacién. Por eso la evisién del mun- do» —que esti expuesta a continuos cambios—, condiciona el modo de concebir al hombre y enjuiciar sus problemiticas exis- tenciales. 1. Visién antropoldgica del hombre moderno. La tradicién cristiana cimenta su visién del hombre sobre los postulados antropoldgicos del pensamiento griego. Este con- cibié al hombre como un ser integrado por un doble elemento: alma y cuerpo. El alma seria su parte superior, digna y buena. Por el contrario, cuanto malo se cobija en él debe ser asignado a su cuerpo. Este es presentado como la mazmorra, en la que sufre el alma continua condena, esperando el momento de su li- beracién, que sélo se hace efectiva al morir el individuo. Enton- ces podra remontarse libremente y contemplar sin rémora al- guna a Ja divinidad. Tal division dicotémica del hombre —aceptada por el cris- tianismo— ha contribuido a centrar todo el interés en la ascesis y la mortificacion corporal. El creyente se sabe obligado a do- mefiar los deseos de su cuerpo, puesto que de él fluye cuanto 4 le arrastra al mal. Lo que de verdad interesa es la salvacién de su alma, cuya inmortalidad viene presentada incluso como doc- trina de fe. Por tanto, la existencia del hombre se reduce a Iu- char contra las apetencias corporales, Jas cuales Negan a ence- nagar a las almas, privando asi al hombre de su dignidad de creatura. Conclusién: {Guerra al cuerpo! Ello explica que los cristianos —hoy como ayer— se afanen casi exclusivamente en salvar su alma. El hombre vale, afirman, lo que vale su alma. Consiente Ja presencia del cuerpo, porque en este mundo le resulta necesaria. Pero quisiera vivir como «si no tuviera cuerpo». Tal actitud fomenta —desde un punto de vista psicolégico— la inhibicién, la represién y la neurosis. Jamas un cristiano inteligente negara tal realidad. Como tam- poco ignora que su norma de vida no debe inspirarse en la psicologfa sino en la fe. ¥Y ésta —asi lo cree al menos— le exige una catarsis o purificacién continua. La perfeccién se supone basada en la renuncia. El creyente confiesa que tal actitud a veces puede parecer poco humana, pero la justifica diciendo que asi lo quiere Dios. ¢Cémo sabe ser ésta la voluntad divina? La Biblia —es palabra de Dios— advierte que «la carne tiene apetencias contrarias al espiritu y el espiritu contrarias a la carne, como que son entre si antagénicos» (Gal 5, 17). Todo ello es cierto. Cabe, sin embar- go, preguntar hasta qué punto la visién cristiana del hombre coincide con la biblica. 2. Visién antropolégica del hombre biblico. El dualismo antropoldgico, aceptado por toda la tradicién cristiana no responde a la concepcién biblica del hombre. Esta se ha inspirado siempre en un ambiente semita-oriental. Y los semitas han sentido escaso interés por las especulaciones abs- tractas. Lo concreto en cambio les fascina. En consecuencia, sus reflexiones suelen apoyarse en el dato experimental, es decir, en cuanto capitan a través de sus sentidos. Pues bien, los sentidos atestiguan que el hombre es un orga- nismo vivo, integrado en el armonioso acorde del universo. Este, sin embargo, cobija una gama casi infinita de seres dota- dos también de vida. ¢Puede el hombre reivindicar algtin pri- 5 vilegio singular? E] semita da una respuesta afirmativa. En efecto, tinicamente el hombre es capaz de pensar, elegir y amar. Por tanto, su elemento corporal encierra unas realidades supe- riores (inteligencia-voluntad), no compartidas por ningun otro ser viviente. Como se ve, el proceso del semita es en cierto modo inverso al adoptado por el cristianismo. Este suele con- siderar al hombre como un «alma encarnada»; aquél como un «cuerpo animado». gNo es acaso lo mismo? Desde luego. Pero el punto de vista es del todo distinto. Jamas osaria, en efecto, un semita considerar el cuerpo como Ja parte mala del hombre. Mas atin: no admitiria que el hombre tenga diversas partes. Lo considera como un todo, creado direc- tamente por Dios. Se sabe, por tanto, en la obligacién de explo- tar al mdximo los dones recibidos del creador. Y, a su vez, debe ahuyentar cuanto puede apartarle de Dios. En tal caso, el hom- bre no se enfrenta con su cuerpo y sus apetencias. No en vano Dios es también autor del hombre en su expresién fisico-mate- rial. Ese elemento somatico, tan despreciable para el cristianis- mo tradicional, merecié todo respeto al pensador semita. ¢Cémo pensar, pues, que el Dios biblico pueda exigir un «odio» al cuerpo? Dios quiere, en realidad, que el individuo explote sus valo- res personales. Pero, ¢qué implica esto, traducido a categorias concretas? Es decir, ¢cémo ha de actuar el hombre para res- ponder a las exigencias divinas? Sdlo hallara respuesta adecua- da quien detecte antes los valores antropoldgicos validos en cualquier sistema de pensar, quedando asi en evidencia el en- garce que media entre la concepcién biblica y moderna del hombre. 3. La antropologia actual, zpuede armonizarse con la biblica? Es indiscutible que el marco ambiental influye sobremanecra cuando el hombre trata de autodefinirse. Quien elabore una antropologia basada, por ejemplo, en postulados existencialistas, epodra respetar la visién neo-platénica del hombre? jImposible! Y la razén es clara: el mundo de Heidegger no es el mundo de Platén. Lo mismo ocurre al comparar la antropologia biblica 6 con la cristiana. Parece, por lo mismo, imposible lograr una de- finicién objetivamente valida del hombre. Ello no obsta para que quien coteje los resultados de su reflexién personal con los datos de la tradicién biblica constate como entre ambas afloran valores antropoldégicos comunes. En realidad, cuantas veces intenta el hombre dar respuesta a sus interrogantes existenciales acusa su necesidad del «otro». Cada individuo, aun sabiéndose completo como ser dentro de la crea- cién, siente un impulso irresistible a comunicarse. Busca una complementacién que, en principio, deberfa hallar en su propia existencia. Sin embargo, no ocurre asi. Por ello el hombre siem- pre se confiesa necesitado. Tal sensacién aflora tanto en el aspecto personal como so- cial. Asi, todo individuo busca complementacién en el sexo contrario. Y la tradicién biblica considera esa tendencia como natural. Dios, en el momento mismo de la creacién, hizo al va- rén y a la mujer; ambos constituyen el hombre (Gn 1, 27). ¢Acaso no sigue también hoy imponiendo su ley la atraccién mutua de sexos? Y es que, mientras el hombre se conserve como Dios le hizo, sentira el varén necesidad de la mujer y viceversa. Desde el punto de vista comunitario se observa idéntico fendémeno. La sociabilidad es algo connatural, hasta el punto que la soledad suele ser un tormento inaguantable. La Biblia alimenta ante todo la idea de «pueblo». El judio se siente feliz por pertenecer a Israel. Lo mismo sucede en el cristianismo, El creyente se sabe vinculado a la comunidad eclesial. Por consi- guiente, el comunitarismo es necesario para el individuo. Pero se impone por otra parte explicar esa necesidad del «otro». El hombre, cuando ahonda en esta tematica, se ve obli- gado a reconocer su incapacidad de hallar una respuesta con- creta y convincente, Ello le hace, no obstante, tomar conciencia de su limitacién y apocamiento. Al propio tiempo se sabe posee- dor de una dignidad tan sublime que le sittia muy por encima de los demas seres creados. Su gran problema estriba en armo- nizar su dignidad con su limitacién. Tal armonia es, por lo demas, necesaria a la hora de dimensionar con autenticidad Jos valores existenciales del] hombre. 4. El hombre zun microcosmos? Encuadre césmico de la auténtica antropologia. El hombre siempre ha tenido conciencia clara de su situa- cidén privilegiada dentro de la creacién. Esto hace que valore su dignidad. Ahora bien, mientras el semita la hace extensiva al hombre entero (incluido su elemento corporal), la tradicién cristiana la polariza en torno al alma. Tales discrepancias se pueden incluso conciliar, si se admite que responden a postula- dos antropoldgicos distintos. Lo cierto es que el hombre cons- tata y defiende su superioridad sobre el resto de la creacién. Al propio tiempo, su dignidad personal —jes un ser inteli- gente!— le lanza a la conquista de los demas. ¢Cémo conquis- tarlos? No con la fuerza y violencia, sino simplemente con e} amor. Sdélo el hombre puede amar. Y el amor tiende siempre a comunicarse. Todo individuo se siente como imantado por e] «otro», a nivel personal y comunitario. Tal impulso —su ener- gia es el amor— encierra la idea de dominio. No obstante, en ese preciso momento comienza el hombre a constatar su propia limitacién. Intenta, en efecto, penctrar en el corazén de los demas, pero en vano. Pregunta a la naturaleza cuales son sus secretos y no recibe respuesta. Lanza, por ultimo, una mirada dentro de si mismo y no logra detectar las causas de sus inquietudes personales. En pocas palabras, las exigen- cias légicas de su dignidad como creatura chocan con el muro de sus limites como persona. Se trata de una experiencia triste. Pero, gracias a ella, siente el apremio de preguntarse qué impli- ca ser hombre. A la hora de buscar una respuesta tranquilizante, no puede olvidar que los antiguos definieron al hombre como un «micro- cosmos». Suponian que Dios le habia agraciado con cuantas perfecciones se hallan diseminadas en el conjunto del universo. Tal asercién es cierta. Sin embargo, habida cuenta que el hom- bre recibe todas esas perfecciones en embridn, acaso fuese aconsejable examinarlas conforme estan plasmadas.en toda la creacién. De esta forma, se conseguiria ver reflejado al hombre en el cosmos. Este no es, en realidad, mds que un eco o reso- nancia de cuanto Dios infundio al ser racional. En tal caso, la antropologia estarfa intimamente vinculada con la cosmogonia. Esta es una ciencia con infinitas posibilida- des, El orden de la creacién es tan rico que continuamente ofre- ce aspectos nuevos y desconocidos. Y el hombre se sabe refle- jado de algtn modo en las perfecciones mismas del universo. Este se convierte, pues, en briijula sefiera que le descubre Jos arcanos de su dimension antropoldgica. A mayor conocimiento: del cosmos, mayor conocimiento del hombre. Hombre-cosmos. son dos realidades que no se pueden separar, si se contemplan desde el dngulo de Ja creacién. Sin embargo, la historia demues- tra que cuanto mas a fondo se estudia e] universo, mds inson- dables resultan sus secretos, Exactamente lo mismo ocurre con el hombre. Pero, ¢qué importa? Lo interesante es proyectar luz nueva sobre un horizonte desconocido, aun sabiendo que nunca se abarcaré en toda su extension. Quien de verdad examina al individuo desde el Angulo det universo, rompe con ello los moldes tradicionales de una antro- pologia centrada exclusivamente en el hombre. Este queda en- cuadrado en un marco cosmocéntrico. En realidad, su condicién de creatura le hace sentirse dentro de Ja creacién. Asi pues, surge la necesidad de conjugar las exigencias de la antropologia con los postulados cosmogénicos. Este es el camino adecuado para pulsar los resortes intimos del hombre, ya que de otra forma resultarian insondables. 5. Hacia una auténtica definicién del hombre. El hombre, al conjugar su dignidad con su limitacién, com- prueba que en Su interior se encierran resortes incontrolables. Se debate buscando explicaciones, que nunca logra encontrar. Mas aun: casi siempre ha de confesarse incapaz de resolver las. objeciones que le plantean los demas. Llega, pues, a la conclu- sion de que jamas podra despejar sus propias incégnitas. En consecuencia, sdlo le resta una solucién: aceptarse como un misterio, que rebasa la capacidad de su razén. Muy bien, pero een qué consiste propiamente el «misterio del hombre»? En saberse, por una parte, superior a los demas seres y com~ probar, por otra, que, al plantearle su dignidad continuas difi- cultades, es incapaz de resolverlas con solvencia y rectitud. Ig- nora, en efecto, cual es la raz6n auténtica de su existencia, qué 9 funcién ha de desempeijiar en el mundo, de donde viene y adén- de va... Es decir, al tomar conciencia de su condicién de hom- bre, se inmerge en un torbellino de problematicas, frente a las cuales no sabe cémo reaccionar. Pide ayuda al resto de la crea- cién, pero ¢cémo recibirla, si esta integrada por seres inferio- res? No sabe qué opcién tomar. Acude a los demas, pero tam- poco ellos pueden ayudarle, toda vez que comparten su tragica situacién. El hombre, cuando se conoce tal como es, ha de acep- tar su incapacidad, en orden a agotar cuantas posibi ‘ofrece su rango de creatura privilegiada dentro del universo. Su destino debia consistir en dominar el cosmos (Gn 1, 28). Sin embargo, la realidad es muy distinta. Se refugia en si mis- mo cuando comprueba estar en cierto modo a merced de las fuerzas césmicas que légicamente debiera dirigir y regular. El hombre es un misterio con aires de tragedia. Mas, aunque su ‘situacién sea angustiosa, no hay motivos para abocar al pesi- mismo. Es preciso buscar soluciones. El hombre, cuando experimenta en profundidad esta sensa- cién, no duda en autodefinirse como el «eterno necesitado». Su inconformismo existencial le hace tomar conciencia clara de su situacién. Esta se reduce a una extrafia paradoja, donde se dan cita la idea de dominio y el sentimiento de frustracién. El hombre no duda en aceptarse como rey de la creacién. Pero es un rey caido. Busca afanosamente la forma de levantarse. Por tanto, su existencia se traduce en una busqueda incesante -orientada a trocar lo que es por Io que debiera ser. Ahora bien, para despejar estas incégnitas existenciales, se sabe obligado a rebasar las fronteras de su puro marco antro- poldgico. No en vano es el eje en torno al cual debiera girar toda la creacién. Viéndose necesitado de respuestas que no halla en su esfera existencial, tiene que abrirse al conjunto creacio- nal, del que sigue siendo parte prominente. Acaso la creacién —traducida a categorias césmicas— pueda ayudarle en su afan por resolver los problemas planteados a raiz de su propio co- nocimiento. 10 B. EL HOMBRE EN LA COORDENADA DEL UNIVERSO. El encuadre cosmocéntrico del hombre ayuda a detectar va- lores insospechados desde el punto de vista antropolégico. La sensacién experimentada por todo individuo que se abre al uni- verso permite sacar conclusiones vilidas, Dominar y ser dominado son, ciertamente, fendmenos anta- gonicos, pero aplicados al hombre y al cosmos no siempre re- sultan faciles de delimitar. Siendo el hombre en principio el rey de Ja creacién, resta por ver hasta qué punto ésta le rin- de tributo. 6. El hombre zes realmente el rey de la creacién? Quien lea los relatos biblicos de la creacién constata que desde los origenes mismos el hombre es presentado como el eje en torno al cual gira todo ser creado, Adan pasa revista a los animales, les impone un nombre, connotando con ello su domi- nio absoluto e indiscutible (Gn 2, 19-20). En realidad, parece que cuanto existe tiene como misién hacer que la vida resulte al hombre placida y atractiva (Gn 1, 20-30). Tal sensacién no sdlo se observa en el paraiso, sino en toda Ja historia humana. Esta atestigua que el hombre siempre ha luchado por ejercer un dominio real sobre la creacién, pues asi lo exige su inteli- gencia. Ello no obsta, sin embargo, para que —en la practica— ejer- za su dominio poniéndose al servicio del cosmos. Esto no deja de ser una paradoja. Pero la experiencia demuestra que su ejer- cido derecho de dominio le obliga a admitir su limitacién. El universo le rebasa, no en el conocimiento tedrico, sino en el juicio practico. Nunca logra abarcar las posibilidades del orden creacional. Entonces comprueba que, siendo el cosmos el con- junto de la creacién, él —como parte del mismo— se siente absorbido por el todo (universo). En consecuencia, ve cémo sélo puede dominar integrandose en el orden césmico. Con ello no hace sino cumplir la mision recibida en el momento mismo de la creacién. Mas tal integra- cién no es facil. De hecho, los postulados cosmoldgicos distan mucho de ser inmutables. Y ¢cémo se integrard el hombre en el - concierto césmico, si no conoce antes de algtin modo las fuerzas del universo? Tal conocimiento esta expuesto a cambios. Pero u siempre ser4 cierto que el hombre no puede desvincularse del conjunto de la creacién. Para lograr este engarce, se impone un estudio de cuantos valores y resortes se hallan diseminados en ese coimplicado marco césmico. E] hombre siente, pues, el apremio de robar secretos al universo. Este recibe en la Biblia un trato que no siempre puede ser aceptado sin mas por el hombre de hoy. No obstante, es preciso conocer a fondo la cosmogonia biblica, pues ella brinda al hombre moderno la posibilidad de enfren- tarse con las fuerzas césmicas, no para sentirse oprimido por ellas, sino para canalizarlas adecuadamente, integrandolas en su esfera existencial. El hombre, aunque caido, sigue siendo el rey de la creacién. Y ésta puede ayudarle de forma eficaz en esa andadura primo- rosa con la que va buscando un cabal conocimiento de su propia trayectoria existencial. 7. Visién biblica del mundo. Su mensaje, hoy. Hoy incluso el aldeano mas inculto sabe que la tierra es esférica y gira alrededor del sol. Conoce las leyes atmosféricas, fisicas e incluso psiquicas. En cambio, el hombre biblico tenia una visi6n muy distinta del mundo. Concebia el universo como un edificio de tres pisos. En el superior vivia Dios con su corte de angeles. En el inferior, Satands con su corte de demonios. El hombre habitaba en el intermedio tierra), estando someti- do a continuas presiones tanto de arriba como de abajo. Dios y Satands pugnaban por aduefiarse de la tierra, para penctrar en el corazén del hombre y dirigir asi su vida y destino. Cuando el hombre sufria alguna enfermedad, desgracia o contratiempo, se suponia poseido por el demonio. Por el con- trario, si las cosas salian a su gusto, era porque Dios y sus Angeles habian logrado adueiiarse de él. El hombre vivia en una tensién continua, sabiéndose expuesto al influjo de esas fuer- zas superiores. No se consideraba con autonomia suficiente para actuar por cuenta propia. Tanto los habitantes del piso supe- rior (= cielo) como del inferior (= infierno) se infiltraban en la tierra para apoderarse de su voluntad, quedando por lo mismo menguada su hegemonia. 12 El hombre de hoy respira categorias muy distintas de pen- sar. Sabe que Dios y los demonios no merodean a su alrededor suspirando por poseerle. Tampoco vive en un suspense continuo frente a fuerzas esotéricas incontrolables. Conforme va cono- ciendo el alcance de las causas naturales, cesa su panico ante lo sobrenatural. Se sabe menos presionado. A Dios y a los de- monios ya no les considera directamente implicados en los fenémenos naturales. Todo esto hace que en nuestros dias pue- da el hombre —libre de su obsesion supernaturalista— engra- narse mejor en el orden del universo y adquirir por ende un conocimiento mas auténtico de su destino y condicién. Sin embargo, la presién que el hombre biblico asignaba a Dios o a Satands, viene atribuida por el hombre moderno a fuerzas de la naturaleza que ni sabe ni puede controlar. Expe- rimenta, aunque con 6ptica distinta, una profunda sensacién de inseguridad: fuerzas superiores Je dominan. 8. El hombre de hoy ante las fuerzas desconocidas: Angeles, demonios e imperio del mal. En la actualidad es hasta cierto punto comprensible que el hombre se engria al ver c6mo domina las fuerzas de Ja natura- leza. Hace apenas un siglo la sola idea de volar parecia fruto de fantasias delirantes. Hoy nadie se emociona ante un aluni- zaje. Durante muchos siglos una simple inflamacién del apén- dice solia ser mortal. g¢Quién no celebra hoy los «milagros» de la cirugia? No obstante, el hombre dista mucho de hacerse ilusiones. Admite, por supuesto, que un viaje a la luna queda dentro de lo normal; pero no sabe cémo robar los secretos de las galaxias. Tampoco ignora que un trasplante de corazén ofre- ce garantias de éxito; en cambio es impotente a la hora de luchar contra el cAéncer. Es decir, cuanto mayor es su dominio sobre la naturaleza, mds aumentan los interrogantes y ms hondo es su _vacio interior. Por otra parte, siendo tan «poderoso», se acobarda ante un simple dolor de muelas u oidos. No comprende por qué padres e hijos, aun amandose, sufren amargamente. Se siente desvalido ante la menor contrariedad. Carece de recursos para evitar los accidentes de trafico, etc... Todo esto le produce una profunda sensacién de impotencia. Su dominio sobre Ia naturaleza le 13 ayuda a conocerse mejor. Pero precisamente por ello sus refle- xiones son cada vez més objetivas y conscientes. La honradez le obliga a confesarse incapaz de canalizar unas fuerzas que le oprimen hasta el punto de asfixiarle a nivel de existencia. Debe, pues, aceptar que —aun cuando varien Jas circunstan- cias concretas— siempre sigue experimentando la opresién de unos «poderes» incontrolables. En tiempos biblicos recibian ef nombre de angeles y demonios. Hoy se habla mas bien de fuer- zas desconocidas. Cambian los nombres, pero no las realidades. Y el hombre moderno desea luchar de algun modo. Pero ignora qué armas esgrimir. Lanza una mirada angustiosa hacia Ja tra- dicién biblica en busca de luz. La tradicién biblica presenta al hombre como fundamental- mente religioso. Por tal motivo siente un profundo respeto por cuantas fuerzas —incontrolables a nivel humano— supone de procedencia sobrenatural. Priva, en consecuencia, la idea de te- rror. Siente escalofrios ante la sola posibilidad de ofender a Dios, tan pronto a Ja ira como a la clemencia. El salmista osa preguntar: «gacaso tu cdlera, oh Yahvé, durard siempre?» (Sal 78, 5). Se ve, pues, que todos esos poderes superiores reci- ben una clara dimensién teolégica. El hombre se considera in- capaz de luchar directamente contra unas fuerzas sobrenatura- les, que le rebasan por todas partes. Agotadas todas sus posibilidades, recurre, aconsejado por su impotencia, a Dios. Sdlo Yahvé puede ayudarle. Lo importan- te es granjearse Ia proteccién divina. ¢Cémo? Adoptando una humilde actitud de confianza. El hombre biblico exclama: «ayt- dame, oh Yahvé, y seré salvo; sostenme, conforme a tu pro- mesa, y viviré (Sal 118, 116). No queda otra solucién. Dios es el unico que, en este trance tan dificil, puede socorrer y proteger al hombre (Sal 39, 18). En consecuencia, la lucha directa es inttil y estéril. Procede mds bien lanzarse confiadamente en brazos de Dios y cumplir sus preceptos. Tal actitud es comprensible en aquellos hombres que se crefan bajo el continuo influjo de lo sobrenatural. El progreso de la técnica ha derrumbado, en este sentido, no pocos mitos. Hoy nadie atribuye a Angeles o demonios todo fenémeno incon- trolable. El hombre tiene sin duda una visi6n mds profana del. 4 mundo. Pues bien, con ella debe afrontar la lucha contra esas. fuerzas que, por mds que se empefie, nunca logra dominar. 9. Dios como respuesta al hombre (ayer y hoy), deseoso de ocupar su lugar en la coordenada del universo. La idea del Dios personal, trascendente y poderoso dista mucho de ser aceptada hoy por el hombre como punto de par- tida en su proceso reflexivo. Los presuntos milagros de la cien- cia y la técnica le invitan mas bien a cimentar sus especulacio- nes sobre el sdlido pilar de la razon. Esta, con su método de- ductivo-inductivo, ensancha gradualmente los horizontes del co- nocimiento. ¥ el hombre se lanza con desenfreno a la conquista del] universo... Cuando comprueba sus limitaciones, aprecia que la razén —a pesar de los avances técnicos y cientificos— es incapaz de resolver sus problemas mas {ntimos. Se enfrenta con un mun- do que le rebasa. Recuerda entonces, cémo la tradicién biblica le habla de un Dios poderoso, invitandole a implorar su protec- cién. Mas tal Dios ¢existe de verdad?; ¢dénde se encuentra?; équién es? Estos y otros muchos interrogantes quedan —al me- nos en principio— sin respuesta. La «profanidad» del hombre moderno rehusa adoptar una actitud de entrega confiada a un ser superior que desconoce. La lucha se reduce, pues, a un plano de interioridad. El hombre de hoy, si renuncia a la aceptacién del Dios trans- cendente, es porque de algtin modo siente su necesidad. Cons- tata, en efecto, que sdlo conseguira sustraerse al influjo de esas fuerzas desconocidas si se apoya en «algo» superior a su pro- pia razén. Y as{ se inicia un proceso de btisqueda, provocado. por la insatisfaccién. Por otra parte, quien acepta la necesidad de ese «algo» en su vida, es porque ha tomado previamente conciencia de sus propias posibilidades y limitaciones. Ello comporta, por supues- to, un autoconocimiento mds auténtico. Cuantos individuos re- conocen estas realidades, confiesan su necesidad de ser ayudados por los demas. Cierto que pueden realizarse con autonomia den- tro de los limites impuestos por su condicién humana. Pero. 1s las aspiraciones del hombre no se colman con ello. Desea, en efecto, romper Jas barreras de su limitacién y de cuantas fuer- zas le oprimen desde dentro y desde fuera. Sin embargo, la tragica experiencia de su vida le hace com- prender que jamas satisface plenamente sus inquietudes mas intimas. Al comprobar esta amarga realidad, se siente impulsado al pesimismo. Mas poco tarda en convencerse de que tal solu- cién seria poco inteligente. A través de sus desengafios existen- ciales, descubre un resorte magico: jla angustia! Se trata de un fendmeno inexplicable, pero real. ¢Qué ayuda puede ofrecerle su angustia existencial? En apariencia ninguna. No obstante, quien se apoya en ella, convierte el pesimismo en un realismo constructivo. Y en ello consiste precisamente el secreto de su éxito frente a la opresién de fuerzas desconocidas. La angustia existencial es la catapulta magica que lanza al hombre hacia la trascendencia, permitiéndole asi encontrarse nada menos que con Dios. 9 C. EL HOMBRE ANTE LO RELIGIOSO. Esa angustiosa inquietud existencial hace que el hombre ini- cie una busqueda, cuyo objetivo final sélo puede encuadrarse en un marco trascendente. Se trata, por ende, de una ansiedad que implica a su vez un claro sentimiento religioso. Todo esto supone ir hacia «algo» que —por més nombres que reciba— siempre hablaré de... {Dios! Dios viene, pues, exigido por esa agobiante angustia humana, que no hace sino traducir en vivencias intimas el sentido de impotencia y necesidad compartido por cuantos desean des- pejar sus mds profundas inedgnitas existenciales. 10. Angustia existencial y sentimiento religioso del hombre. Dentro de todo individuo late como un germen de religio- sidad. El estudio comparado de las religiones demuestra, en efecto, que el hombre —en cualquier época y civilizaci6n— vive obsesionado por la idea del «mas alld». El mundo de los muer- tos dista mucho de ser una quimera o ilusién. Ello refleja una profunda inquietud existencial que busca respuestas en la tras- 16 cendencia. Tal postura suscita como una necesidad de asirse a realidades superiores y, por tanto, con fuerza para liberar al hombre de su tragica situacién. Pues bien, quien asi se compor- ta, no puede menos de alimentar un profundo sentimiento re- ligioso. Son, por lo mismo, religiosos, no sdlo los bonzos o gurtis que buscan la integracién del hombre en la luz divina, sino también los zulues o igorrotes que piden ayuda al fetiche o totem. Es de- cir, la religiosidad abarca cuantos sentimientos refleja el hom- bre, apoyado en realidades trascendentes, para liberarse asi de su angustia existencial. Todo esto viene postulado por su propia condicién de hom- bre. No en vano se sabe integrado en el armonioso acorde crea- cional. En tal caso, por el mero hecho de ser creatura, siente como una necesidad de comunicarse con el resto del universo. Asi surge la fusién personal, en virtud de Ja cual se unen dos individuos de distinto sexo. Pero no basta tal comunicacién para saciar su inquietud creacional. Brota, en consecuencia, la fusién social, que integra al individuo dentro de la gran comunidad humana. Mas tampoco se calman con ello todas sus inquie- tudes. Se siente, pues, impulsado a seguir buscando. Tal btis- queda provoca la fusién trascendental, que le invita a buscar «fuera» las respuestas no halladas «dentro» de la propia crea- cion. En consecuencia, quien admite en el hombre un sentimien- to de fusién familiar y social, no puede negarle la fusién tras- cendental sentimiento religioso). Esta no es mas que Ia ex- presion sublime de su comunicabilidad, como ser dentro de la creaci6n. 11. Lo «profano» en Ia experiencia religiosa del hombre. Desde el momento en que la religiosidad aparece intimamen- te vinculada con la trascendencia —ésta rebasa la capacidad del hombre—, son validos cuantos motivos vinculan de algtin modo a los individuos con el «mas alld». De hecho la historia de la civilizaci6n demuestra cémo, para asir las realidades trascen- dentes, ha explotado el hombre valores de puro cardcter con- vencional. Asi, por ejemplo, las danzas rituales —rayanas con frecuencia en el paroxismo sexual— sirven para que, en ciertas 7 culturas, se sienta el creyente como liberado de sus condiciona- mientos y vinculado con fuerzas superiores. Estas ejercen tal influjo que el hombre teme airarlas y se esmera en compla- cerlas. Tales realidades rezuman fragancia de divinidad. Por consi- guiente, quien busca su proteccién refleja un indiscutible senti- miento religioso. Toda la historia humana es expresién de esta actitud, que el hombre no puede menos de adoptar. El misterio de la trascendencia le fascina y le atrae. Su inquictud le impul- sa frenéticamente hacia cuanto considera capaz de calmar su sed de vivencias auténticas. Este proceso existencial es signo inequivoco de religiosidad. Por eso el hombre moderno siente un vacio quiz4 mas profundo. El conocimiento de las causas naturales —técnica, progreso, civilizaci6n..— es como una quimera, que logra engafiar a in- genuos y petulantes. Mas, al propio tiempo, es una advertencia seria, que acrecienta en el hombre ponderado la angustia de saberse abocado al fracaso si no orienta hacia metas mas subli- mes sus ansias intimas. Y éstas —jcémo dudarlo!— repiran ai- res de trascendencia. El hombre moderno acaso sufra més porque, siendo funda mentalmente religioso, se empefia en actuar como si en reali- dad no lo fuera. Tal actitud tiene un nombre: engreimiento. ¢Cémo no angustiarse si la religiosidad postula una sumisién humilde y el hombre de hoy se afana por alimentar una presun- cién arrogante? Sin embargo, en Jo mas intimo de su ser, cuan- do se exige a s{ mismo una respuesta sincera, confiesa necesi- tar «algo» —poco importa el nombre-— capaz de liberarle. Ese hombre angustiado acaso desprecie las leyes de la Igle- sia —asistir a misa, confesar, comulgar...— pero, si consigue encontrar «lo» que necesita, jamas podra rechazarlo. Pues bien, si ese «algo» tiene fuerza para sosegarle, alli esta la trascen- dencia. Mas aun: alli esta Dios. Incluso si recibe la respuesta a través de motivos no «canonizados» como religiosos. Lo pro- fano también es portavoz de las perfecciones esculpidas por el creador en el marco del universo, 18 12. Puede «sentirse» a Dios al margen de yalores puramente religiosos? Es muy frecuente Ja opinién de quienes, lanzando una mi- rada hacia su alrededor, suponen que el hombre moderno va siendo cada dia menos religioso. Se preocupa por la politica, los deportes, los placeres, los honores... Pero gy Dios? Apenas dis- pone de tiempo para pensar en él. Esto indica a todas luces que los hombres son menos «deistas». Es decir, no viven con la mirada puesta en Dios, tal como solia hacerse antes. La idea del Juez severo, a quien nada se le oculta, va siendo cada vez menos cotizada en un mundo dominado por el vaivén de la accién, las prisas y el bien vivir. Todo esto es indiscutible. Mas ¢acaso es por ello el hombre menos religioso? El ritmo del mundo moderno, con sus inventos, «milagros» y continuos descubrimientos, hace que el ansia de trascenden- cia revista una dimensién fundamentalmente afectiva. Por ello, al hombre —deseoso de despejar la eterna incégnita de su an- gustia— le ofrece mas garantias el «sentir» a Dios en su exis- tencia que una simple especulacién filosdfico-racional sobre la divinidad. Ahora bien, al ser cada vez mds profundo su encuentro con el cosmos, se ensancha también el marco donde encuadrar las realidades trascendentes, Estas vienen traducidas a categorias de vivencia. Es, por tanto, cada dia mds amplio el horizonte en el que logra el hombre «sentir» a Dios. Nadie duda que una puesta de sol, un paisaje fascinante, un rasgo de generosidad y entrega, etc., pueden convertirse en motivos adecuados para Plasmar Ja vivencia de lo trascendente. Y alli Dios puede ser «sentido», Por supuesto que un simple sentimiento carece de fuerza para liberar al hombre. Pero téngase en cuenta que tal «sentir» pertenece a la esfera de lo vivencial. No consiste en puro senti- mentalismo. Se trata de vivencias, en las que el individuo —si las valora en su justo contenido— descubre al Dios que busca y necesita. Quizd hoy mds que nunca disponemos de recursos suficientes para encontrarnos existencialmente con la trascen- dencia. No sdlo en un templo se «siente» a Dios. El gran pecado del hombre actual acaso consista en no explotar adecuadamente los valores de esas vivencias «divinamente humanas». ¢Motivo? 19 Anteponer los falsos alicientes de un hedonismo angustiante a los encantos de un Dios que se deja encontrar en el inefable mundo de la vivencia. 13. Ansia de Dios y ateismo. Muchos blasonan de incrédulos y se comportan como si sdlo fueran reales los valores pragmaticos. Tal actitud suele respon- der a diversos factores. Asi, no faltan quienes escudan con una indiferencia absoluta su repulsa hacia criterios de religiosidad, cuyo enfoque y orientacién les provoca risa o desprecio. El mun- do de procesiones, ritos exteriorizantes y practicas «semisupers- ticiosas» justifican —a juicio de una masa muy nutrida— el de- rrumbamiento de la fe. Otros, por el contrario, no se conforman con una religiosidad ancestral y heredada. Prefieren suplir la religién por otros moti- vos mas a tono —jcémo luce pregonarlo!— con las exigencias del mundo actual. Y asi se explica que nuestro planeta esté poblado de hyppies aburridos, sicodélicos descompasados, al- truistas ingenuos, contestatarios de profesién... y otras muchas modalidades de presuntos redentores. ;Cudntos rehusan a su vez todo condicionamiento impuesto desde fuera y no quieren recibir la religisn en envases moldea- dos por jerarcas reprimidos 0 doctores tarados! El engreimien- to humano, puesto en accién, apenas conoce limites. Por eso es acaso cada vez mds numeroso el clan de quienes publicamente se profesan ateos. Y, en la practica, viven como si de verdad no existiera Dios. Sin embargo, todas estas posturas responden a la necesidad de Ilenar un vacfo profundo, provocado precisamente por la in- quietud religiosa. El ateo practico es como un avestruz que, viéndose sin salida, esconde su cabeza bajo la arena. Pero, si reacciona asi, es por sentirse perseguido. ¢Por quién? Hay que buscar Ja respuesta en la angustia existencial, la cual —aunque Jatente— encierra la idea de Dios. Quien se proclama ateo es porque vive sin Dios. Pero ¢no intenta, en realidad, comuflar unos sentimientos que normal- mente claman por la trascendencia? El ateismo es un disfraz 20 muy apto para disimular el ansia de un Dios, que no se acepta en su expresi6n tradicional y se intenta suplir por otros valores, los cuales —aunque equivocadamente— se suponen validos para calmar la inquietud religiosa del hombre. En consecuencia, el ateo puro no existe. Existen tan sdlo quienes suplen a Dios por valores intrascendentes o se afanan por ocultar sentimientos més intimos con la mascara de una irreligiosidad pragmatica. 14. En busca del Dios que necesita el hombre de hoy. En realidad, siendo Dios Ia trascendencia misma, rebasa de tal modo Ja capacidad del hombre, que éste —por mds que se esfuerce— nunca lograra abarcarlo del todo. Precisamente por esto sufre. Su angustia consiste en saberse atraido por Dios y, sin embargo, no poder descubrirle mas que envuelto en nebu- Josas. La historia humana habla de una lucha continua por ro- bar secretos a la trascendencia. Esta, sin embargo, sigue siem- pre quedando «mas alld» y el hombre sdlo logra vislumbrar lejanamente sus perfecciones. Por lo mismo, incumbe a cada individuo poner todo su em- pefio, no en agotar las infinitas posibilidades del Dios trascen- dente, sino en asir las que en cada tiempo y circunstancia le puedan resultar mds expresivas. Asi, para el hombre antiguo, que alimentaba una religién polarizada por ritos y cultos, Dios era como el vértice de un sentimiento centripeto. En cambio, actualmente prevalece la tesis de considerar la trascendencia como una fuerza centrifuga, expandida en toda la creacién. ¢Ha cambiado acaso el concepto de Dios? No, es el hombre quien, al no abarcar sus infinitas posibilidades, valora en cada época aspectos determinados. Y hoy priva la idea de un Dios inmerso en la creacién. Acaso alguien recele ante el presunto cariz panteista de tal enfoque. Pero obsérvese que el universo no se supone diviniza- do, sino simplemente penetrado por Ja divinidad. Tal constata- cién justifica que el hombre moderno intente descubrir a Dios en cuantos resabios de trascendencia consigue detectar en el ntorno de su existencia. ¢Es mas auténtica esta nueva busqueda de Dios? jQuién lo puede saber! Lo tinico cierto es que responde mejor a la visién contemporanea del mundo y trata de adecuar- s¢ a sus exigencias. Jamas podra cl hombre agotar las posibili- 21 dades de la trascendencia. Se limita, en consecuencia, a asir cuantos destellos de la misma estan a su alcance. Antiguamente buscaba valores de puro caracter sacro y religioso. Ahora son- dea también en lo profano, pues éste —zpor qué no?— lleva im- presa de algin modo la imagen de Dios. No obstante, aun cuando el hombre consiga «sentir» a Dios, siempre sera sumamente oscura su visién de la trascendencia, Carece de luz suficiente para penetrar en sus arcanos. La angus- tia existencial es algo inevitable desde un punto de vista huma- no. Queda, sin embargo, por jugar atin la ultima baza. En efecto, si el hombre carece de recursos para calmar su sed de trascen- dencia, acaso ésta pueda proporcionarle la luz que necesita. En realidad, desde el momento en que Dios viene definido como amor (1 Jn 4, 8), no consentira que el hombre —aunque carezca de medios eficaces— jamds vea colmadas sus mas inti- mas aspiraciones. La fe invita a confiar que en el «mas alla» cesara la angustia. Muy bien, pero ¢y el «mas acd»? E] hombre desea obtener alguna respuesta capaz de afianzar su fe y ali- mentar su esperanza. Dios entra en escena. No en vano es «palabra» (Jn 1, 1) y «luz» (Jn 1, 9). Légico es, por lo mismo, que hable e ilumine al hombre, para que éste pueda captarle en su dimensién genuina. ¢Donde acudir para detectar esa luz y locucién divinas? Desde luego, es preciso remontarse a un plano que, sin dejar de ser asequible a la razon humana, penetre en la misma trascenden- cia. El hombre es consciente de no alcanzar tal objetivo con sus solas fuerzas naturales. Mas es Dios quien toma la iniciativa. Dirige su mirada complacida —Dios es «amor»— hacia la hu- manidad sufriente y le brinda la posibilidad de colmar sus in- quietudes existenciales. El] hombre recibe de Dios cuanto su «ansia de trascendencia» le presenta como codiciable. Ahora bien, cexiste alguna realidad —expresada en catego- rias humanas— donde descubrir el eco de la voz divina y detec- tar los destellos de su luz? Por supuesto. Dios ha hablado en el curso de la historia. Mas atin: su palabra ha quedado consignada por escrito. En consecuencia, quien lea y asimile el mensaje divino, quedaré iluminado, pudiendo por ende rasgar las tinie- blas de su angustia existencial. gDénde buscar la «palabra de Dios»? gDénde detectar la «luz divina»? gDénde descubrir al Dios amoroso? La respuesta estd... en la Biblia. 22 2 DIOS RESPONDE AL HOMBRE EN LA BIBLIA El ansia de trascendencia, que anida en el fondo de todo hombre, le impulsa a comunicarse con una divinidad, de la que necesita afanosamente para despejar sus incdgnitas existencia- les, El creyente sabe que Dios le ha hablado y le sigue hablando en la Biblia. Esta se presenta, pues, como la solucién mdgica para quien busque de verdad resolver sus problemas personales, planteados desde el dngulo de una fe, que no siempre confiesa pero que casi nunca le falta. A. EL MENSAJE DE LOS LIBROS SAGRADOS. La Biblia (=libros) en cuanto libro es el conjunto de obras que, distribuidas en dos bloques (A. y N. Testamento), consti- tuyen el auténtico alimento espiritual para cuantos quieren de verdad ajustar su vida a las exigencias de un Dios que es amor. Por tanto, el conjunto de los libros sagrados no hacen sino traducir a categorias humanas el dinamismo inagotable del Dios amoroso, que desea con ello liberar al hombre de su propio egoismo. zis. El hombre de hoy ante ese libro llamado «Biblia». La gente sencilla, poco acostumbrada a cuestionar sobre los postulados de fe, sigue anclando hoy generalmente sus convic- ciones religiosas en criterios tradicionalistas. Para tales cre- yentes, la Biblia es un libro tan «santo» que cuanto en él se dice ha de aceptarse sin mas. El] sentido literal de los textos suele ser considerado como el tinico valido. Asi, cuando algunos pasajes resultan dificiles de comprender, se dejan a un lado. Rehusan crearse por ello problemas. Es mucho menos arries- gado limitarse a leer los relatos, cuyo sentido y contenido parece tan claro como incontestable. Se explica, en consecuencia, que, al examinar sobre todo los temas del A. Testamento, el desengafio y la decepcién sean la ténica dominante. Su mundo de fabulas y cuentos (cf. Gn 41, 1-36) se presenta a veces tan absurdo como poco edificante, pues 23 los criterios morales de aquella época no parecen responder a las apreciaciones del hombre moderno (cf. Dt 20, 10-20). La so- lucién consiste en ignorar el contenido de unos libros, donde apenas afloran verdades validas también para hoy. Son, por lo mismo, muchos los cristianos, cuya unica ilusién se cifra en colocar un ejemplar de la Biblia en el lugar mds destacado de su casa. Y acaso se animen en momentos de ocio a leer alguna pagina del N. Testamento. No en vano encuestas recientes han demostrado que la Biblia es el libro mas vendido y proporcio- nalmente el menos leido. Dificilmente podria afirmarse que los creyentes con forma- cién superior reaccionen ante Ja Biblia de forma mas positiva. Por supuesto que muchos cristianos cultos conocen el nombre de cuantos libros sagrados integran la Biblia. Llegan incluso a distinguir en ellos enfoques literarios distintos (poético, his- térico, epistolar...). Pero quien pretende —apoyado en su for- macién humanistica— ahondar algo mds en su estudio, suele experimentar tanto asombro como desilusién. El creyente bus- ca en los libros sagrados un mensaje divino. Y en ellos parece encontrarse con la imagen de un Dios cruel y arbitrario que, mientras tolera el divorcio (Dt 24, 1) y la poligamia (D¢ 21, 15), exige por otra parte el sacrificio sangriento de los enemigos (Jos 6, 17-21). Surge el problema: gcémo Dios, siendo bondad infinita, ha podido permitir costumbres tan poco ortodoxas? Se observa, al propio tiempo, un franco desajuste entre la Biblia y las conclu- siones de la ciencia actual (cf. Gn 7, 17-24; Jos 10, 12-14...). Todo ello provoca una reaccién de recelo y desconfianza. El cristia- no honradamente inquieto acude a los especialistas en bus- ca de orientaciones. Y acaso no sea osado afirmar que vuclve casi siempre decepcionado, La razon es, por lo demas, obvia: el esfuerzo de los eruditos suele limitarse a justificar los presuntos anacronismos, cosa evidente, puesto que la Biblia no pretende hacer ciencia. Sin embargo, los creyentes buscan algo mas: la formulacién valida y actual de un mensaje plasmado en moldes ya desfasados. El contenido de toda la Biblia conserva su dinamismo vivencial también hoy. ;Qué pocos cristianos logran detectarlo! Por eso optan por refugiarse en la simple lectura de los evangelios, don- de hallan al menos savia suficiente para alimentar su vida es- piritual.y 24 16. zPor qué los libros sagrados son tan po- co leidos hoy? En busca de soluciones. En general, falta una preparacién adecuada. Incluso el cris- tiano culto dispone casi tnicamente de cuanto escuché en su infancia. La ensefianza de la religidn ha sido en general muy poco esmerada. Raras veces se abordan en ella los temas bibli- cos, los cuales casi nunca son aplicados a la vida. Muy pocos cristianos saben que han de esgrimirse distintos criterios para leer el A. y el N. Testamento, cosa del todo Idégica al no ser idénticas las mentalidades del judaismo y del cristianismo. Por lo demas, el hombre de hoy dificilmente comprende que, para adentrarse en el marco de fa Biblia, ha de retroceder varios milenios. ¢Y cémo, con una mentalidad moderna, captar las inquietudes de aquellos antiguos semitas? Los simbolismos y metdforas del mundo oriental desconciertan a quien sdlo sabe interpretar los acontecimientos con médulos historicistas. La Biblia resulta insoportable, mientras el creyente no la acepte como una chistoria de salvacién», en Ja que los hechos ocupan sdlo un lugar secundario. Lo esencial sera siempre el mensaje. Este, aunque condicionado por épocas y mentalidades muy con- cretas, conserva un valor perenne. Para descubrirlo, se impone una preparacién seria y profunda. Quien desee asirlo, precisa inmegirse en un mundo regido por categorias conceptuales muy distintas a las de hoy. {Qué pocos logran tan codiciado objetivo! Para ello es preciso comprender que la Biblia, como toda li- teratura popular, no se ajusta a un médulo conceptual univoco. En ella se descubren desde las narraciones histéricas hasta los relatos edificantes, producto casi exclusivo de la imaginacién. Y, en realidad, la historia no puede ser leida con el mismo cri- terio que el proverbio o la poesfa. Es preciso que todo cristiano adquiera conciencia de esta compleja variedad. Sucede ademas que cada libro suele ser obra de uno o varios autores con su propia mentalidad, época e intencidn teoldgica. La Biblia, en cuanto obra humana, contiene un material ri- quisimo, que debe ser encuadrado en su correspondiente marco ambiental, segtin dictaminen las circunstancias concretas en las que surgié cada uno de los relatos. Unas veces se recoge la perspectiva de un autor determinado (Isaias, Jeremias, Pablo, Juan...), mientras aflora otras la preocupacién religiosa de la 25 comunidad en Ia que se elaboré una obra (Macabeos, Hechos de los Apéstoles...). De ello se infiere que no puede ignorarse el influjo de la ‘comunidad viviente en la redaccién de las distintas obras. La Biblia viene a ser como una enorme pantalla en la que se pro- yecta la personalidad religiosa de Israel y de la Iglesia. Y ésta es Ja que —por encima de datos y detalles concretos— ha de asimilar el creyente. Para ello debe conocer la idiosincrasia de ‘cada libro. Estos, estudiados en su propio marco conceptual, le ayudaran a descubrir Ia dimensién auténtica de la Biblia, como historia vivida y palabra de vida. 17. Normas fundamentales para familiarizarse con el auténtico mensaje biblico. Ante la dificultad de abordar cada uno de los libros con un -enfoque peculiar, se impone buscar en la Biblia algunos patro- nes generales que permitan trazar moldes literario-ideolégicos validos para un grupo determinado de obras. Asi intenta ha- cerlo la critica literaria con resultados muy positivos. En el A. Testamento resulta facil distinguir diversos géneros ‘de escritos: a) Histéricos: reflejan el proceso de la humanidad ‘desde sus mismos origenes hasta la realizacién de la promesa (Pentateuco, Josué, Jueces, Rut, 1-2 Samuel, 1-2 Reyes, 1-2 Cré- nicas, Esdras y Nehemias, Tobit, Judit, Ester y 1-2 Macabeos); b) Proféticos: en ellos el profetismo transmite al pucblo el de- signio salvifico de Dios (Isaias, Jeremias, Baruc, Ezequiel, Da- niel, Oseas, Joel, Amés, Abdias, Jonds, Miqueas, Nahum, Haba- cuc, Sofonias, Ageo, Zacarias y Malaquias); c) Liricos: sefialan al pueblo Ja forma de elevar a Dios su corazén (Salmos, Lamen- taciones, Cantico); d) Diddcticos 0 Sapienciales: muestran c6mo ‘debe ser estudiada y vivida la ley mosaica (Proverbios, Job, Qohelet, Sabiduria y Siracida). También el N. Testamento, en su intento de presentar Ja nueva ley de Cristo, refleja categorfas conceptuales bastante parecidas: a) Evangelios: describen la actividad del Jestis his- torico, traducida en mensaje vivencial (Mateo, Marcos, Lucas y Juan); b) Corpus paulino: conjunto de escritos, atribuidos a Pa- blo, en los que se transmite a las distintas comunidades locales 26 el anuncio de la resurreccién (Romanos, 1-2 Corintios, Galatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1-2. Tesalonicenses, Filemon, 1-2 Timoteo y Tito); c) Cartas catdlicas: escritos del género episto- Jar, en los que otros apdstoles plasman sus convicciones religio- sas (1-2-3 Juan, 1-2 Pedro, Santiago y Judas). Afin a este grupo es, sin duda, Hebreos, de autor desconocido; d) Apocalipsis: escrito muy peculiar, en el que Juan —el enamorado de Cris- to— plasma sus experiencias misticas en un marco escatologi- co; e) Hechos de los Apdstoles: obra narrativa, donde Lucas refleja las vicisitudes del cristianismo naciente y en concreto la actividad misionera de Pablo. 18. La Biblia, el libro por excelencia; zen qué sentido? Hacia una adecuada valoracién del libro sagrado. La Biblia en cuanto libro puede ser comparada con cualquier obra de categoria universal. No en vano refleja la historia de un pueblo concreto. No obstante, conviene hacer la salvedad de que pocas historias son narradas con tal profusion de de- talles. Por este motivo puede el critico afirmar que supera al resto de las obras histdricas, incluso desde el punto de vista literario. No en vano su veracidad es tan sorprendente que el escritor maltrata a su pueblo con la misma vehemencia que lo ensalza. Como obra completa, no tiene partidismos —aunque indi- vidualmente resalte en ocasiones un marcado particularismo—, quedando al margen el hecho de que guste o desagrade la his- toria relatada. No es extraiio observar que actualmente los hom- bres de ciencia, cuando quieren bucear en el pasado de la hu- manidad, hojeen con avidez sus paginas, tratando de descubrir jo que, en un tiempo no muy lejano, se crefa cuentos 0 Jeyendas sin valor histérico. La Biblia, en su dimensién de libro, est4 impregnada de una belleza dificil de superar. Sus cantos y poemas son catalogados como verdadera joya del lirismo universal. Y este reconocimien- to lo hace no ya el judio o cristiano que bebe de su fuente para alimentar su fe, sino cualquier hombre que, Avido de cultura, se introduzca en los textos biblicos. Siempre ser cierto que pocos pueblos antiguos han legado a Ja posteridad una vision 27 tan lograda de su historia como lo hace Israel, gracias al men- saje contenido en la Biblia. Cuando un cristiano contempla Ja Biblia desde el angulo de la fe, sabe que su contenido religioso no es simple producto de la reflexion humana. Cierto que en la redaccién concreta de sus libros ha concurrido el esfuerzo del hombre. Pero éste, con la sola luz de su razén, jamas habria captado un cimulo de verda- des inmersas en la trascendencia. Ello indica que Dios acta en la elaboracién directa de los libros sagrados. Estos ofrecen, en consecuencia, un enfoque de los hechos © circunstancias no controlables con prismas hist6é- ricos o arqueoldgicos. Puede constatarse, en efecto, que una guerra descrita en la Biblia responde a los datos concretos de la historia. Pero, gcémo demostrar que Dios se sirvié de tal guerra para guiar providencialmente a su pueblo? jEsto es in- controlable! Sin embargo, la Biblia —como libro de fe— garantiza estas intervenciones divinas. En ella se contiene, pues, un cimulo de bagaje doctrinal que rebasa todo juicio experimental y atesti- gua a su vez la presencia de realidades trascendentes, tan afa- nosamente postuladas por el hombre que piensa. La Biblia siem- pre ha sido y sera el libro donde Dios y el hombre trazan con lineas mas definidas ese cafiamazo magico por el que discurre toda Ja creacién en su trayectoria hacia su consumacién final y escatolégica. B. MAs ALLs DE LA LETRA: La BIBLIA COMO VIVENCIA. Jamés puede el creyente fundamentar su fe en la simple lec- tuta de unos libros, por muy sagrados que éstos sean. Para ello precisa entablar un contacto directo con la trascendencia y traducir a categorias de vida cuantas verdades le quiera Dios comunicar, La Biblia es el depésito de tal comunicacién, por lo que contiene los elementos de 1a auténtica vivencia. Ahora bien, para captar la dimensién vivencial de la Biblia, no basta una simple lectura de los textos sagrados. Es preciso explotar cuantas_posibilidades brinda al creyente el calor y el dinamismo que fluye de la fe. 28 19. El hombre ante el contenido vivencial de Ja Biblia. Desde el momento en que Cristo viene presentado como la palabra de Dios hecha hombre, se comprende que las verdades plasmadas cn la Biblia presenten también una dimension vi- vencial. La palabra divina hecha vida en Cristo adquiere tal dinamismo que no puede cefiirse a mdédulos escritos. A partir de Cristo comprueba el creyente que Ja trascenden- cia comunicada adquiere en la historia un cardcter inmanente, pudiendo el hombre alimentarse con ella y labrarse asi su pro- pio destino. La palabra divina hecha vida sigue, desde pascua, sosteniendo al cristiano, Este subsiste gracias a esa fuerza vi- vencial de la Biblia, que Cristo resucitado derrama continua- mente sobre cuantos quieren de verdad recibirle. Siendo asi, no acaba de comprenderse que sean tan pocos los cristianos familiarizados con el contenido vivencial de la Biblia. Se explica, sin embargo, tal actitud porque olvidan con frecuencia que la Biblia, mds alld de su formulacién escrita, presenta a Dios mismo como acontecimiento (Cristo). Con ello Ja historia humana queda penetrada por la fuerza de un Dios humanizado, en un esfuerzo supremo por «divinizar> al hom- bre. Este necesita para ello ajustar toda su existencia a las exi- gencias de una doctrina dimensionada —gracias a Cristo— en categorias vivenciales. Ahora bien, esto en la practica sdélo lo logra quien proyecte sobre la Biblia un profundo asentimiento de fe. Ocurre asimismo que la Biblia no puede reducirse a un con- junto de relatos inspirados en hechos concretos del pasado, que hoy resultan anacrénicos y faltos de interés. El creyente actual ha de buscar en cada «hecho» la vivencia que el hombre bi blico experimento. Para ello debe descubrir la actuacién divina en el mondtono acontecer humano y encuadrar el proceso de la historia vivida en el marco que ofrece el designio salvifico de Dios, Quien asi lo hace detectaraé automaticamente en el proceso histérico Ja rebeldia e infidelidad del hombre que se ha gran- jeado con ello castigos y muy serias amonestaciones de Dios. Comprendera asimismo cémo el «éxodo» continuo del hombre 29 —en marcha hacia la trascendencia— es una constante exis- tencial centrada en la busqueda de lo divino. Por ultimo, tam- poco ignorard que la «denuncia profética» invita a Ia conver- sién, para alimentar asi la esperanza, cifrada en un Dios, cuyo deseo es salvar al hombre. E! designio salvifico se lleva a efecto gracias a la vida y obra de Jestis, a quien Dios resucité de entre los muertos, para que participen de la vida auténtica cuantos comparten existencialmente su resurreccién. El cristianismo de hoy queda, pues, invitado a revivir las inquietudes del hombre biblico y captar asi una vivencia reli- giosa, que casi nunca se trasluce en la pura materialidad de los textos, Es preciso «palpar» a un Dios vivo, cuyo designio rige toda la historia biblica. Quien logra ese objetivo compro- bard cémo llega a «vivir» la Biblia. Tal vivencia exige, por su- puesto, una profunda actitud de fe. 20. De las letras escritas a las realidades vi das. El secreto de la auténtica vivencia. Siempre ser4 cierto que los libros sagrados pueden ser de gran utilidad al creyente en orden a captar la auténtica dimen- sién vivencial de la Biblia. Para comprobarlo se impone com- partir de algtin modo la perspectiva teoldégico-religiosa que el pueblo elegido asocia hasta con los mas insignificantes hechos de su historia. Esta, contemplada con el prisma de una fe tras- cendente, habla de vivencias continuas, protagonizadas por cuan- tos personajes han contribuido a canalizar histéricamente el designio salvifico de Dios. Asi, la Biblia ofrece un sinfin de datos, que ayudan sobre- manera a captar su contenido vivencial. Basta fijarse, por ejem- plo, en la inquebrantable fe de Abrahdn, que no flaquea ni si- quiera cuando Dios parece exigirle decisiones poco conformes al plan general de sus promesas. Es admirable también el ca- risma de Moisés, dispucsto a dirigir un pueblo, cuyo unico ali- mento es la fe. La experiencia del dolor, tan profundamente vivida por Job, no parece justificable mds que en funcién de la pequefiez humana. Son asimismo sorprendentes los juicios de Qohelet sobre la futilidad de cuanto existe o las denuncias de los profetas, impelidos a decir incluso lo que no quieren. 30 Estos valores, faciles de captar en los textos escritos, ha- blan de experiencias vividas. La Biblia refleja en ellos un claro enfoque vivencial. Pero éste alcanza su cénit al irrumpir en la historia humana nada menos que el Dios-hombre, cuya presen- cia viene avalada por sus propias obras y por el testimonio de fe de cuantos le «vieron» resucitado y glorioso. Estas vivencias-ejes constituyen la médula de !a Biblia. don- de se observa una gama casi infinita de experiencias vivencia- les, que giran en torno a los valores recién indicados. A nadie se le oculta cémo, incluso en la misma redaccién de los libros. sagrados, la vida de un Dios trascendente aparece reflejada en. el intrincado acontecer histérico del pueblo elegido. 21. Cémo «vivir» el mensaje que Dios dirige al hombre en la Biblia. Jamas una vivencia sera propiamente bfblica si no fluye def dato revelado. Se impone, por tanto, un estudio de la Biblia, habida cuenta que su dimensién de libro —aunque no es la wni- ca— encierra valores indiscutibles. Por tanto, quien ignora la. existencia y contenido de los libros sagrados no podra vibrar al calor del auténtico dinamismo biblico. Ello no excluye, sin embargo, que de hecho muchos cre- yentes puedan alimentar suficientemente su fe al margen de todo estudio y lectura relacionados con el texto biblico. Es evi- dente que Dios se comunica al hombre de muchas maneras, sin que siempre precise ajustarse a los médulos trazados por Ia redaccién escrita de la Biblia. En realidad, nadie duda que antes de ponerse por escrito el primer relato biblico —siglo 1x a. Xto— Dios habia entrado ya en contacto con el hombre, siendo la tradicién oral el unico vehiculo garantizado. Se sabe también que el cristianismo naciente, fraguado al calor de pas- cua, se alimentaba con la proclamacién oral (= kerigma) det mensaje resurreccionista. Incluso hoy la Iglesia, para bucear en el depésito de la fe, se inspira siempre en la tradicién. De- ello se infiere que cuantos activan adecuadamente estos resor- tes consiguen alimentar su fe cristiana, aun sin estudiar direc- tamente los libros sagrados. Puesto que las vivencias son siempre personales, es obvio- que el flujo vivencial de la Biblia suscite en cada creyente una 3h reaccién singular. La vivencia experimentada por el individuo es siempre valida para él, mientras puede dejar indiferentes a quienes respiran inquietudes distintas. En consecuencia, el contacto vivencial con la Biblia es siempre individual, con fuer- za suficiente para impulsar al creyente hacia la trascendencia. No obstante, seria falso pensar que este encuentro Dios- hombre en la vivencia biblica pueda regirse por criterios per- sonales, hasta el punto que cada creyente acomode el dinamis- mo vivencial de la Biblia a sus propios gustos o sentimientos. En tal caso, ¢se ajustaria el creyente a las exigencias de la Bi- blia o la Biblia a las exigencias del creyente? Nadie ignora el peligro que supone tomar como punto de partida las inquietu- des personales de cada fiel. Esto conducirfa a la racionalizacion de una vida que debe apoyarse en la misma trascendencia. El hombre jamas podra constituirse arbitro supremo para valorar la esencia, sentido y contenido de unas realidades, cuya raiz y origen es la vida misma de Dios. Tal actitud seria tan arrogante como presuntuosa. Queda, sin embargo, por ver hasta qué punto existen criterios objetivamente validos en los ‘que se pueda cimentar el creyente cuando intenta ajustar las vivencias biblicas a sus predilecciones personales. Y a este res- pecto el magisterio de la Iglesia, apoyado a su vez en la tradi- cién, establece unas normas genéricas y objetivas, orientadas a afianzar la actitud del cristiano, evitando asi el riesgo de error. 22. La Biblia como vivencia zpermite al cristiano de hoy sentirse dentro de su proceso existencial? La fe exige una respuesta que —traducida a categorias de existencia— se llama compromiso. El creyente se compromete a incrementar con su propia vida esa fe que le abre a la tras- cendencia. La Biblia, dimensionada en su dindmica vivencial, es el marco adecuado para mantener un didlogo directo y per- sonal con el Dios trascendente. Por tanto, serd siempre en la vivencia biblica donde el creyente acrisolara su fe. Los libros sagrados le ofrecen, en tal caso, el alimento nece- ‘sario para colmar sus inquietudes existenciales, que la fe bibli- ca impulsa siempre hacia la trascendencia. Los escritos de los santos y maestros de la vida espiritual son un complemento 32 muy wtil para encuadrar en patrones validos la vivencia con- creta de una fe anclada en un Dios que habla. Pero la Biblia debera ocupar siempre un lugar de excepcién. No en vano es la fuente de Ja que fluye, no la vivencia de hombres concretos, sino la vivencia del propio Dios. Todo ello es cierto. Seria, sin embargo, ridiculo que —rela- tando la Biblia hechos pasados— pueda el creyente revivir tales relatos, por muy cargados que estén de contenido religioso. Es, en efecto, absurdo suponer que alguien pueda sentirse hoy vincu- lado histéricamente con el diluvio. Sin embargo, el dinamismo vivencial, cuyo cufio aparece en toda la historia biblica, invita a un encuadre analdgico de situaciones vividas. Asi, aun sin par- ticipar en las escenas del diluvio, es posible descubrir en el relato biblico situaciones o vivencias que muestran una clara analogia con cuanto experimenta el hombre de hoy. No puede olvidarse que la palabra de Dios es inmutable y no pierde su fuerza a través del tiempo, la cultura y el desarro- llo. Por otra parte, el hombre, a pesar de los condicionamientos de cada época, conserva siempre su misma relacién éntica. Las inquietudes existenciales de hoy no difieren sustancialmente de las experimentadas en tiempos biblicos. Ha cambiado a lo sumo —influjo de la cultura— la forma de cuestionar a la trascen- dencia y, por ende, el modo de entender Jas respuestas dadas por Dios. Pero mientras siga el creyente manteniendo idénticas inquietudes que las respiradas por el hombre biblico, podra integrarse en el inmenso marco vivencial que le brinda la tras- cendencia comunicada por Dios, en su deseo de ofrecer al hom- bre —hoy como ayer— un alimento adecuado. C. MAs ALLA DE LA VIVENCIA: LA BIBLIA COMO PALABRA pe Dros. La Biblia viene considerada también como «palabra de Dios». Este, para comunicar al hombre sus designios salvificos, pone a su disposicién un rico contenido conceptual, conocido con el nombre de mensaje. La Biblia es el foco del que irradia tal mensaje. Interesa al creyente precisar hasta dénde puede hacerse extensivo ese mensaje biblico. Sélo asi podré situarse en el Angulo preciso pa- ra captarlo y ajustar a él toda su existencia, 33 23. Dios habla al hombre en Ia Biblia. El designio de salvacién. El mensaje que Dios dirige al hombre contiene tal dinamis- mo que no puede ceifiirse a Ja pura materialidad de unas pagi- nas escritas. Estas son incapaces de reflejar todo el contenido vivencial de las palabras divinas. Seria, en consecuencia, falso suponer que toda la fuerza del mensaje viene reflejada en los libros sagrados. Estos se limitan a presentar la palabra de Dios hecha libro. Pero esta misma palabra también se hace hombre (= Jesucristo). Llega incluso a hacerse vida (= Iglesia). Luego Dios habla al hombre. La palabra, hecha letra, se llama A. y N. Testamento; hecha hombre, se llama Jesucristo; hecha vida, se lama Iglesia. Y sdlo valorara adecuadamente el mensaje quien lo sepa encarnado en Jesucristo y vivido en Ja Iglesia. A ellos se hace también extensiva la Biblia en cuan- to palabra de Dios. Dios quiere que el hombre se salve. El designio salvifico pre- senta, por lo tanto, un claro enfoque universal. Es, por lo mis- mo, absurdo seguir reduciendo hoy la «historia de la salvacién» al proceso evolutivo del pueblo elegido. Tal enfoque dista mucho de ser justo. De hecho, el paganismo —al margen de toda fe ju- deocristiana— pudo asir también el mensaje de salvacién (Rom 1, 18-20). La creacién entera pregona, en efecto, las excelencias divinas, mientras una ley esculpida en el corazén de todo indi- viduo va dictando las normas de su conducta, brindandole in- cluso Ia posibilidad de experimentar una vivencia rayana en lo sobrenatural. Se trata, por supuesto, de una manifestacién natural de Dios Este es encontrado por el hombre tanto en la misma creacién visible como en el fuero interno de su conciencia. No en vano la «imagen divina», que todo individuo leva impresa en Jo mas hondo de su ser, impele a descubrir en cuanto existe algun des- tello de trascendencia. La creacién entera —incluido el propio hombre— queda asi convertida en portavoz de Dios. Por tanto, en principio Dios se manifiesta al hombre, sirviéndose de m6- dulos universales. La naturaleza misma brinda al hombre la posibilidad de col- mar sus ansias de trascendencia. La creacién encierra no sdélo 34 una manifestacién natural y espontanea de Dios, sino también una profunda carga positiva. De hecho, el hombre descubre ecos de la divinidad en la contemplacién misma de las cosas crea- das. El proceso salvifico se inicia tan pronto como existe en- cuentro entre Dios y el hombre. Por otra parte, todo lo que concierne a la salvacién del hombre implica realidades de clara dimensi6n positiva, pues supone una actuacion expresa de Dios. Ello permite afirmar que también otros sistemas de religiosi- dad —budismo, mahometismo, etc.—, aunque inspirados en las leyes de la naturaleza, contienen una manifestacién positiva de Dios, No obstante, todo el mensaje «positivo» inherente a esos sistemas de pensar, presenta un cariz puramente particularista y subjetivo. Carece de una garantia oficial y depende de las de- cisiones personales (Rom 2, 14-16). Por el contrario, cuando el cristiano se alimenta con el mensaje de Ja Biblia, sabe —Dios es el garante— que dispone de realidades objetivamente validas. En tal caso, la subjetividad positiva de otros sistemas o reli- giones le resulta sumamente pobre y falta de dinamismo. 24. ~Cémo encuadrar el mensaje biblico dentro de la chistoria general de salvacién»? Dios realiza su designio salvifico de las mas diversas mane- ras. Habla al hombre de muchos modos (Hb 1, 1), pudiendo su palabra revestir la forma de didlogo, encuentro o vivencia, en cuyos casos contiene siempre un don divino, llamado fe. La dinamica de este proceso salvifico queda encuadrada en el am- plio marco de Ia historia. El hombre constata esta experiencia, lo mismo que otras realidades de orden social, politico o cultu- ral. La historia humana, traducida a categorias existenciales, atestigua que el designio salvifico dista mucho de iniciarse con Abrahan. Comienza tan pronto como cl hombre siente necesi- dad de «algo», cuyo nombre acaso ignore, pero que le invita a tomar conciencia de su propia limitacién. De esta forma va gestandose un proceso, en el curso del cual cada individuo lanza su propio reto a la trascendencia, en busca de realidades liberadoras. Constata, no obstante, que sdlo consigue asir el mensaje inherente al dato experimental. Por eso se sabe incapaz —sin una ulterior ayuda— de captar todo 35 el contenido de la trascendencia. Puede en cambio detectar en ella —su propia experiencia le abre el camino— la carga ne- cesaria para conseguir su salvacién. Y esto es valido para todo hombre que piense. En consecuencia, es evidente que, asi como existe una historia del arte, de la religion, etc., se da también una «historia general de salvacién», no condicionada por los médulos de la Biblia, sino abierta a cuantos suspiran por una auténtica liberacién y realizacién existencial. Aun cuando se acepte como valida y positiva esa «historia general de la salvacién», en ella la verdad divina aparece sélo de forma parcial y a veces hasta velada. No es dificil que se halle incluso condicionada por la fuerza del error, con lo que resulta muy facil desviarse y confundirse. De hecho, todo sis- tema religioso basado en puros postulados naturales ofrece una visién subjetiva de la verdad. El hombre, siguiendo las directrices de cualquier sistema religioso, podra captar de la trascendencia cuanto le permitan sus propias facultades intelectivas. Pero jamas conseguira re- montarse mas alla, a menos que Dios le proporcione una luz objetiva y sobrenatural. Asi sucede de hecho en la Biblia, donde Dios no sélo se deja encontrar, sino que se comunica directa- mente. El mensaje biblico encierra, pues, tal dinamismo que puede brindar a Ja humanidad entera una garantia segura de salva- cién. Quien se alimenta con la Biblia tiene la certeza de estar en la verdad, pues —la fe es su aval— se apoya en el tmnico sis- tema religioso regido por criterios universales y objetivos. Esto no puede afirmarse de ningtin otro escrito religioso (Coran, Ve- das. Todos ellos serén acaso validos —en la practica— para un pueblo o mentalidad determinados, pero no para toda la hu- manidad, dado que su contenido es fruto de la reflexién y el consiguiente encuentro subjetivo con la trascendencia. 25. EI Dios biblico habla a toda la humanidad. Implicaciones misionolégicas de este aserto. Desde el punto de vista humano, quien profesa la fe cris- tiana puede sentirse personal y subjetivamente muy afortuna- do, pero jamds lograra que sus vivencias sean compartidas por 36 todos los demas. De hecho, si quien milita en otra religién es interrogado sobre las ventajas y excelencias de su fe, es muy posible que su respuesta apenas difiera de la dada por un cris- tiano. Y con razén. No en vano todo hombre, para adherirse con decisién a una fe determinada, debe estar plenamente con- vencido de su legitimidad. En tal caso, las ventajas de ser cristiano deben encuadrarse en un marco subjetivo. El cristianismo «para mi» es la tnica religion verdadera. Cada creyente —se lo dice su fe— sabe que si apoya en la Biblia su religiosidad hallara en ella la fuerza ne- cesaria para su realizacién personal. Tal seguridad no se la ofre- ceria ninguna otra religién, aun cuando ésta pueda ser valida para un sector determinado de la humanidad. También puede atestiguar, gracias a su fe cristiana, que toda la fuerza salvifica dimana ciertamente de Ja «dynamis» de Cris- to resucitado. Por tanto, el mensaje cristiano —cimentado en Cristo y la Biblia— va desde su mismo origen dirigido a toda Ja humanidad. Ninguna otra religiosidad puede reivindicar tales prerrogativas, Sdlo el cristiano sabe que su fe tiene eficiencia tanto para él como para el resto de los mortales. Admite que otras creencias puedan ser vdlidas para algunos, pero jamas Jo serdn para todos, entre los cuales se encuentra él. Son cada vez mds quienes, apoyados en el universalismo del mensaje revelado, consideran un despropésito todo ideal misio- nero. Se preguntan si no seria preferible respetar a cuantos in- tentan vivir las exigencias de su propia fe en vez de afanarse por convertirlos en cristianos. Tal planteamiento encierra gran dosis de verdad. Se han cometido, en efecto, grandes atropellos bajo el estandarte del evangelio. El ideal misionero debe ante todo mostrar gran respeto ante las manifestaciones de religio- sidad propias de otras mentalidades y culturas. Sin embargo, la evangelizacién misionera siempre quedara justificada, dado que Ja fe cristiana —cimentada en el mensaje biblico— garantiza que Dios infunde a su revelacién directa una perspectiva de claro enfoque universal. Por tanto, el cristiano tiene la firme seguridad de recibir a través de su fe un mensaje divino de indiscutible cufio uni- versal. Y al comprobar que posee Ja verdad, constata automa- ticamente que ésta no le pertenece en exclusiva. Ello le impulsa a comunicarla a los demas. 37 Esto invita a respetar la actitud religiosa de cuantos estan abiertos a la trascendencia. Pero no excluye, sin embargo, que todo creyente intente difundir sz mensaje revelado, el cual —su garante es la fe— goza de una fuerza y objetividad no compar- tida por ningtin otro sistema religioso vinculado con la trascen- dencia y consiguientemente con Ja fuente misma de la reve- lacién. Por otra parte, si la verdad —envasada en un mddulo cr tiano— respira categorfas universales, es Idgico que el cristia- nismo pueda enriquecerse al contacto con otras culturas y vi- vencias religiosas, donde se encierran claros destellos de esa verdad universal, que cl cristiano descubre en Cristo. En con- secuencia, el ideal misionero intenta infundir a otros pueblos y culturas la luz que le brinda su fe cristica. Mas al propio tiem- po ha de mostrarse abierto a enriquecerse con cuantos resortes —no importa de dénde vengan— le ayuden a adentrarse atin mas en el encuentro con esa verdad universal y objetiva que le rebasa por todas partes. 3 LA OBRA DE DIOS Y LA OBRA DEL HOMBRE EN LA BIBLIA Han pasado ya los tiempos en que los creyentes eran invi- tados a aceptar la Biblia como puro reflejo de la voluntad di- vina, hasta el extremo que en ella todo se suponia motivado por la accién directa de Dios. Hoy se admite —y cada vez con mds conviccién— que los autores humanos también han inter- venido de forma decisoria. Tanto es asi que gracias a la armo- nizacién de lo divino con lo humano resulta posible ajustar el contenido de la Biblia a las exigencias del hombre moderno. Este —sin perder el respeto a ese libro excepcional— se es- fuerza por situarlo en una esfera donde los valores antropol6- gicos queden también resaltados. Y asi la Biblia, conservando por supuesto su indiscutible curio divino, adquiere una dimen- sidn nueva, puesto que el hombre se siente coprotagonista en ese proceso extraordinario conocido como «historia de la sal- 38 vacidn», Esta supone la actuacién de Dios que se revela al hom- bre, pero sin descuidar ni olvidar que es el propio hombre quien historifica y envasa la misma accién salvifica del Dios revelado. A. Ex Dros BiBLICO DESVELA SUS MISTERIOS A Los TLOMBRES. La fe recucrda cémo Dios rebasa de tal forma la capacidad cognoscitiva del hombre, que éste se reconoce incapaz de ahondar en los arcanos divinos. En consecuencia, para entablar una relacién directa «Dios-hombre» es preciso que la divinidad se comunique a la humanidad. Ahora bien, Dios es amor. Y el amor tiende por necesidad a comunicarse. No tiene, por lo mismo, nada de extrafio que asi actie Dios, brindando el hombre la posibilidad de vislumbrar la hermosura de misterios insondables, Tal comunicacién reci- be un nombre: revelacién divina, 26. Dios desvela sus misterios en el conjunto creacional. El Concilio Vaticano I, en su intento de proponer un con- cepto catdlico de revelacién, afirma que el Dios creador no pue- de ser conocido con seguridad con las solas fuerzas de la raz6n humana. El hombre necesita para ello una ayuda singular, que Dios a nadie niega. Esta idea ha ido tomando cuerpo en la ecle- siologia moderna, hasta el punto de presentar hoy un claro en- foque ecuménico. Este tiende a descubrir el eco de la revela- cién divina, no sélo en cl angosto horizonte abierto por la Bi- blia o incluso por la propia vivencia cristica de los cristianos, sino también en el amplio marco que ofrece el conjunto crea- cional. No en vano Dios ha estampado sus propias perfecciones también en la creacién. En realidad, si la creacién entera habla del tinico Dios exis- tente, gno deberian cuantos sienten nostalgia de infinito aunar sus esfuerzos en orden a asir la fuerza de la divinidad, tal como la pregonan los cielos y la tierra (Sal 18, 2)? Cierto que existen notables diferencias entre los diversos credos religiosos. Mas todo ello puede muy bien reflejar simplemente formas distintas de expresar realidades divinas con conceptos humanos. 39 La Iglesia, imbuida de una mentalidad ecuménica, tiende una mano carifiosa a cuantos buscan respuestas capaces de en- tablar didlogo con Dios. Cierto que esto exige una dimension sobrenatural, pues Ja revelacién divina rebasa los limites de lo natural. Pero, no obstante, es preciso explotar cuantos valores positivos respiran quienes sienten la necesidad de escuchar la voz de la trascendencia. La Biblia recuerda que Yahvé —sirviéndose de Israel como portavoz— dirige su palabra a toda la humanidad. La Iglesia quiere expresar también hoy la fuerza de la tradicién biblica. Y¥ recuerda al hombre que Dios habla. Ahora bien, para escu- charle no es preciso pertenecer a un pueblo o entidad determi- nada. Se requiere tan sdlo adoptar una sincera actitud de aper- tura hacia el Dios abierto. Este es el modo auténtico de captar cuanto Dios —a través de la Biblia— ha querido comunicar a los hombres. Cuando Pablo busca la forma de definir las diversas econo- mfas de salvacién (Rom 1-3), recuerda que el hombre siempre ha podido conocer a la divinidad en la creacién. Es decir, cuan- to existe en el cosmos, entendido en su justo valor, habla de Dios. Asi el hombre, viendo lo limitado e imperfecto de todos los seres creados, puede comprender qué cosa sea la_perfec- cién. Por eso los paganos no merecen excusa (Rom 1, 20). Han conocido —siguen conociendo también hoy— al Dios revelado en las cosas creadas, Por otra parte, el cristianismo da fe de cémo nadie puede salvarse de hecho al margen de Cristo. A primera vista parece que los paganos —al desconocer a Cristo— tienen cerrado el camino que les conduce a la salvacién. Pero tal planteamiento es fruto de un espejismo. De hecho, nadie puede escudarse en un presunto desconocimiento de Cristo. Este no hace, en reali- dad, sino «recapitular» (Ef 1, 10) cuanto Dios ha infundido al conjunto creacional. ¢No encierra el mundo dosis enormes de amor, entrega, generosidad, belleza...? jSi! Pues todo ello lo ha recibido de Dios. Y para que el hombre pueda contemplar de cerca tales dones divinos, entra Cristo en escena. Su misién es bien clara: «recapitular» toda la hermosura, belleza...’ difun- didas en la creacién; es decir, encarnarlas en un hombre concre- to, llamado Jestis de Nazaret. Este no hace sino sintetizar las 40 perfecciones divinas que el propio Dios estampara en el con- junto de Ja creacién. El hombre tiene, por lo mismo, abiertas siempre las puertas que le conducen a un conocimiento de Cristo en cuanto reve- Jacién de Dios. Tal enfoque permite un planteamiento mucho mas amplio del cristianismo. Este tiene, por supuesto, que apo- yarse en Cristo. Pero Cristo no es en realidad sino el amor, la belleza..., que Dios infundiera en el cosmos, «recapituladas» en un individuo Mamado Jesus. Sin embargo, la experiencia vi- vencial del hombre dista mucho de ajustarse a Ja existencia histérica del Cristo revelado. Por eso Dios ha dispuesto que el hombre tenga opcién a descubrir su mensaje divino en la obra magica de su amor: ef mundo creado, cuyo centro es el propio hombre. El cosmos, entendido en su expresién cr{stica, proporciona al creyente —no. importa su confesién— los elementos necesarios para optar a una realizacién personal, la cual, traducida a categorias bibli- cas, encierra la idea de salvacién. 27. Dios desvela sus misterios en la historia del hombre. Si el hombre biblico puede afirmar que con la Iegada de Cristo la creacién alcanza toda su plenitud (Gal 4, 4), es porque la historia vivida con anterioridad le sirvid en cierto modo de preparacién. Pablo resume magistralmente esta idea, recordan- do cémo toda la historia biblica, antes de Cristo, se ajusta a un solo patrén: promesa (Rom 9, 8). Dios, desde que se mani- festé a Abrahan hasta que se hace presente en Cristo, se limité a alimentar la ilusién del hombre, prometiendo liberarle de su angustia y limitacion. Tal es el lema que rige toda la historia de Israel. El pueblo elegido, experimentando casi una continua opresién, confia en el Dios que promete. Cierto que poco a poco va recibiendo al- guna compensacion: tierra prometida, monarqufa... Pero las. delicias son saboreadas a hurtadillas. El dolor y la angustia imponen su ley en la trayectoria existencial del pueblo. El hom- bre gime suspirando por una liberacién definitiva. Dios —como respuesta— le da la ley. Esta no hace, en realidad, mds que AL canalizar las promesas divinas, dirigiéndolas hacia su plena rea- lizacién: Cristo. Toda la historia de Israel pone de manifiesto cémo Dios es ‘conocido no sdlo en la creacién, sino también en cuanto se co- munica a través de personas sefialadas (Abrahan, Moisés, pro- fetismo...). El hombre cuenta con un resorte nuevo. Cierto que el libro de la creacién sigue abierto. Y en él puede leer el men- saje divino. Pero éste adquiere una dimensién nueva, que la re- flexi6n del hombre ha sabido plasmar en libros concretos, co- nocidos como A. Testamento. Por su parte, todo el N. Testamento gira en torno a un per- sonaje: Jesucristo. Este, con su vida y mensaje, da cumplimien- to a cuantas promesas hiciera Dios al hombre en el curso de la historia. Jesucristo no es sdlo una verdad revelada por Dios: es la misma revelacién divina hecha hombre. En realidad, la trayectoria veterotestamentaria supone la fase preparatoria de ese sublime proceso revelador. El hombre bibli- co comenzé formulando preguntas a las que iba respondiendo Dios. Asi surgié el didlogo. Este se fue alimentando con las pro- mesas hechas por Yahvé, el cual descubria al pueblo los rasgos mas sefieros de sus misterios. Pero el hombre biblico ansiaba recibir respuestas que, lejos de ‘apoyarse en simples promesas, comportaran la realizacion de las mismas. Por eso ansiaba el reino mesidnico, ya que sdlo entonces las promesas divinas se cconvertirian en realidad (Is 11, 1-9). 28. Dios desvela sus misterios en Cristo. Cuando Jesucristo interviene en la historia humana, reivin- dica la dignidad de mesias, Con él todo el proceso revelador alcanza su culmen. Dios ya no comunica simples verdades. E] mismo se hace verdad comunicada. Por lo mismo, el hombre recibe cuanto Dios puede comunicarle acerca de sus secretos. Desde el momento en que Jesucristo actta, la revelacién di- vina se hace tan explosiva que el hombre recibe en ella todas Jas promesas que Dios le venia haciendo a partir de Abrahan (Gn 12, 1-3). El tan esperado mesias escatolégico se ha conver- tido en una realidad. Qué mas puede esperar de Dios el hom- 42 bre? Le ha dado lo que necesitaba para poner término a su expectacién. El N. Testamento cancela, por tanto, cuantas ilu- siones se venia forjando el hombre biblico, en su légica ansie- dad de ayuda esotérica. Cristo es, sin duda, la expresidn sublime de cuantas verda- des pudo comunicar Dios al hombre en orden a su salvacién. Cierto que siempre existird la posibilidad de que siga desco- rriendo el velo de sus arcanos, a fin que el hombre conozca un nimero cada dia superior de secretos y misterios, estampa- dos en el marco de la creacién. Mas tales datos nunca seran para el hombre vehiculo de salvacién. Ni los conocimientos humanos ni los hallazgos cientificos pueden contribuir de forma directa a liberar al hombre de sus condicionamientos. Esto sdlo se conseguird con la ayuda del bagaje revelado que Dios ha ido diseminando a lo largo de la Biblia. Ocurre, sin embargo, que toda la comunicacién de Dios —en Su expresién soteriolégica— alcanza su culmen en Cristo. Dios es incapaz de revelar al hombre algo mas sublime que su propia «Palabra», la cual es también Dios. Esta «Palabra» reve- jada tiene un nombre: Cristo. En consecuencia, desde el mo- mento en que el hombre dispone de la presencia de Cristo es absurdo pensar que Dios pueda seguir comunicando verdades nuevas en orden a su salvacion. El hombre ha recibido cuanto Dios es capaz de ofrecerle. Por tanto, siempre ser cierto que el proceso revelador debe forzosamente quedar interrumpido tan pronto como Dios pone su misma «Palabra» a disposicién del hombre. Con él se cierra toda posibilidad a ulteriores revelaciones. Cristo marca, pues, el culmen de todo el proceso revelador. Y en este sentido puede afirmarse que cuando Cristo (N. Testamento) se ha hecho hom- bre queda definitivamente cerrado el «depdsito» de Ja revela- cién divina. 29. El creyente de hoy puede seguir descubriendo. al Dios que se revela en la Biblia. Aun cuando el depdsito de la revelacién quede cerrado con Cristo, el cristiano —tanto hoy como ayer—- puede ir adqui- riendo un conocimiento cada vez mas profundo de Jas mismas 43 verdades reveladas. Nadie ignora, en efecto, que Cristo, ademas de hombre, es también Dios. Por tanto, jamas podra el hombre asirle en toda su profundidad. Cristo, como revelacién divina, es inagotable. La inteligencia humana se ve forzada a admitir su incapacidad. Sin embargo, le queda el consuelo de seguir ahondando dia a dia en el descubrimiento de la revelacién divina. Tal profundizacién se hace efectiva si va acompafiada de un conocimiento mds real y auténtico de Cristo. En realidad Cristo, aun cuando sea Ja revelacién hecha hom- bre para permanecer con y entre nosotros, contintia siendo para cada creyente un gran desconocido. Por supuesto que, buceando en los libros del N. Testamento, se captan valores sublimes de esa revelacién encarnada. Mas, a pesar de ello, la mente humana se confiesa incapaz de descubrir su caudal infi- nito de vida ( = amor, verdad, belleza...). Por eso, desde el momento mismo en que se hizo presente la figura de Cristo, qued6 cancelado por parte de Dios el proceso revelador. Pero es precisamente entonces cuando comienza a realizar el hombre un complicado e ininterrumpido esfuerzo, cuyo objetivo es adquirir un conocimiento cada vez mas autén- tico de las verdades que Dios se ha dignado desvelarle. Pues bien, siendo la misma «palabra» divina objeto de revelacion, ésta reivindica una fuerza y sonoridad infinitas. En consecuencia, jamds lograra el hombre agotar todas sus posibilidades. Esto justifica que los creyentes de todas las épo- cas acudan a Cristo en busca de respuestas, sin que éstas (Dios es inagotable) excluyan que la biisqueda prosiga hasta e} fin de los tiempos. Tal es la actitud que debe mantener el creyente frente a la revelacién divina, cuyo contenido —aunque total- mente vertido por parte de Dios— siempre continuara inago- tado por parte del hombre. Este es incapaz de asir en toda su dimensién la savia que fluye del mensaje revelado, hecho vida en Cristo. B. Los LIBROS SAGRADOS, OBRA DE DIOS Y OBRA DEL HLOMBRE. La tradicién eclesidstica acuerda a la Biblia el caricter de libro inspirado. Pero la dificultad radica en saber con precision qué implica el criterio de inspiracién. Cierto que supone una actuacién expresa de Dios, Pero no por ello debe excluirse en absoluto la aportacién directa del hombre. Dios y el hombre han colaborado armoniosamente en la re- daccién ‘concreta de unos libros, en los que busca todo creyente respuestas de vida. Interesa, por lo mismo, valorar la aportacién divina y Ia intervencién humana en la redaccién de cuantos li- bros integran la Biblia. 30. zQué se entiende por inspiracién biblica? La Biblia encierra un cimulo de verdades que rebasan la capacidad cognoscitiva del hombre. Cuando el creyente se aden- tra en su lectura se siente totalmente incapaz de vislumbrar los insondables secretos de la revelacién divina. Sdélo lograra este objetivo en el caso que Dios mismo intervenga en la elabora- cién de cuantos libros contienen tales verdades. Para que el hombre penetre de algin modo en los arcanos de Dios es pre- ciso que el propio Dios Jos ajuste de algiin modo al limite del hombre. Para ello canaliza de tal forma la redaccién concreta de los libros sagrados que éstos, desde la primera hasta la Ultima pagina, vienen presentados como Palabra de Dios, en cuanto han sido inspirados por el Espiritu Santo. Todo ello esta muy bien. Interesa, no obstante, precisar cudl ha sido la aportacién humana en su elaboracién concreta. Esto no resulta muy dificil. En efecto, la simple lectura de los libros biblicos permite detec- tar la mano de unos escritores humanos conocidos con el nom- bre de hagidgrafos. Esto plantea numerosas dificultades. En efecto, si los libros sagrados encierran las «mism{simas palabras» de Dios, ¢cémo prodigan tantas imprecisiones e inexactitudes? Por otra parte, ¢por qué estos libros, a pesar de sus condicionamientos huma- nos, se suponen «inspirados» por Dios? Existen en Ja literatura universal muchas obras humanas cuyo contenido sobrepasa en diccién y elegancia a no pocos libros sagrados. ¢Por qué, pues, 45 unicamente éstos gozan de privilegio tan singular? La respuesta es clara: Dios ha intervenido en su redaccién. Muy bien, pero no se comprende por qué Dios no haya podido también asistir a otros muchos escritores (santos, misticos...) cuando elabora- ban sus obras. Tal posibilidad es en principio del todo admi- sible. Sin embargo, sdlo los libros sagrados pueden considerarse inspirados. Asi lo exige la forma singular de intervenir Dios en su redaccién. 31. Los autores inspirados y la conciencia de pue- blo en Ia redaccién de los libros sagrados. A la hora de valorar la obra de los autores humanos dcbe, ante todo, aceptarse que cada libro sagrado supone la aporta- cién de uno o varios hagidgrafos. Pero éstos proceden como portavoces cualificados de una colectividad (pueblo) que se debate en ansias de escuchar la voz de un Dios a quien acepta como lider indiscutible. Los hagiégrafos, expresando libremente cuanto les sugiere Ja historia y la religiosidad de su pueblo, encuadran en un marco vivencial el sublime didlogo divino-humano en el que plasma Dios la expresion de sus verdades. Asi es como la «ins- piracion» divina viene envasada en los moldes colectivos (Israel- Iglesia), tal como atestiguan algunos tedlogos cualificados. Por consiguiente, cuando un escritor —v. gr., Isaias o S. Pa- blo— redacta su obra, no acttta como persona concreta, sino como representante de una colectividad. Por supuesto que it cumbe a Dios la eleccién de tales representantes. Mas el hagi grafo plasma la inquietud del pueblo, Ja cual postula a su vez. una respuesta de Dios. De esta forma se comprende que la redaccién de los libros sagrados sea el fruto de una dindmica con la que intenta Dios despejar cuantas incdégnitas va planteando la fe de un pueblo. Y asi tanto Israel como la Iglesia reciben en depdésito unos libros, donde plasma Dios las respuestas que la inquietud exis- tencial del hombre va postulando en el curso de la historia. El criterio de «inspiracién» debe conjugarse, pues, con el concepto pueblo, de quien todo hagidgrafo ha de ser conside- 46 rado representante oficial. Ello explica que cuanto se encierra en los libros sagrados goce del privilegio de «inspiracién». No. se trata de que un relato o un libro concreto pueda y deba ser aceptado como inspirado. No; es en el conjunto donde se des- cubre la conciencia de una colectividad que recibe respuestas. de Dios, el cual se sirve para ello de unos individuos concretos elegidos dentro de esa misma comunidad. Ahora bien, nunca debe olvidarse que es Dios quien elige y quien dirige. La pre~ sencia divina juega, por tanto, un papel singular en Ja redaccién. concreta de cada libro sagrado. 32. Dios interviene directamente en la composicién de Ja Biblia. Para captar en todo su alcance el contenido de la verdad biblica, conviene advertir que los libros sagrados contienen una historia que gira en torno a la salvacién de todos los hombres. Por este motivo la Iglesia puede garantizar que en ellos no existe la posibilidad de error. Cierto que, a fin que los hombres pudieran comprender su mensaje, fue preciso que los hagié- grafos expusieran sus ideas dentro de las limitaciones y condi- cionamientos de la época en que fueron escritas. Asi se explica que, con frecuencia, detalles y juicios apre- ciativos no respondan a Ja mentalidad histérico-matematica que: priva en nuestros dias. Sin embargo, siempre sera cierto que: Dios, a través de todas estas formulaciones humanas, intenta desvelar verdades divinas, cuyo contenido sdlo sera adecuada- mente asido si viene encuadrado en el marco global de la Biblia. Esta debe ser leida en conjunto. Sdlo asi consigue el creyente: valorar su mensaje, que a veces va exponiendo de forma parcial e incompleta en el curso de diversas situaciones histéricas. Y es precisamente en la exposicidn de estas verdades glo- bales donde la Biblia no puede contener el minimo error. Asi lo. exige, en efecto, la pureza inmarcesible de la revelacién divina- La esencia del mensaje que Dios comunica al hombre perma- nece inmutable, a pesar de Ios ldgicos cambios y modificaciones que va experimentando su forma de expresion. Dios, en el pro- ceso histérico-salvifico, no consiente el mds ligero error cuando trata de agraciar a los hombres con una verdad revelada,. pues ésta viene a ser como un eslabén en el complicado engra- 47 naje del proceso soteriolégico. Ello no obsta, sin embargo, a que el hombre caiga con frecuencia en la trampa que le tienden ciertas expresiones literarias, donde el error o la imprecisién son debidos a las limitaciones ético-culturales de una época determinada. De hecho, Cristo recordara el peligro que encierra aferrarse a la letra (aportacién humana). El hombre debe mas bien fijarse en el contenido (aportacién divina). En cualquier caso, siempre sera cierto que los errores de expresién jamas han repercutido en el contenido del mensaje divino. 33. La intervencién de los autores humanos en la composicién de la Biblia. Dios respeta siempre la libertad del hombre, dejandole obrar con la autonomia que reivindican sus potencias superiores (= inteligencia y voluntad). Dios, no por «inspirar» al hombre el contenido de su verdad, anula su fuerza creadora y su in‘cia- tiva personal. Al contrario, transmite su mensaje sirviéndose precisamente de unos hombres que acttian con toda libertad y sin coaccién alguna. Los libros sagrados, al tener a Dios como garante, estén inmunes de error. Esto es indiscutible. Sin em- bargo, cuando un lector se acerca a Ja Biblia queda siempre invitado a conciliar la ause: de error (aportacién divina) con una indiscutible imprecisidn de conceptos y una formula- cién deficiente del mensaje (aportacién humana). Es, por otra parte, del todo comprensible que Jas limitacio- nes del autor humano se trasluzcan de algim modo en sus escritos. En realidad, un hagidgrafo, al componer una obra concreta, ignoraba una gama casi infinita de datos cientificos, astronémicos, geogrdficos..., que sélo se han ido descubriendo muchos siglos después. No en vano la evolucién demuestra cémo cada dia se van adquiriendo conocimientos mds profun- dos y auténticos. Realidades, totalmente desconocidas ayer, forman hoy parte de Ja cultura mds rudimentaria, al alcance de nifios y analfabe- tos. Esta evolucién progresiva en el dominio de la naturaleza, con sus secretos y arcanos, explica que en los libros sagrados puedan encontrarse datos que, si bien eran vdlidos para los 48 lectores de aquellas épocas, dejan de serlo para el creyente de nuestros dias. Mas atin: incluso la visién actual del mundo y del propio hombre quedara ciertamente superada dentro de muy pocos lustros. Todo ello es muy légico, pero nada tiene gue ver con la «verdad biblica», Esta permanece inmutable, aun cuando los hagidgrafos —actian siempre ejercitando sus propias faculta- des— la expongan de forma imperfecta y quede por lo mismo sujeta a posibles cambios en lo que concierne no sdlo a su formulaci6n literaria, sino también a su médulo religioso. teoldgico. 34. Horizontes y limites de Ja inspiracién biblica. Los libros sagrados han sido elaborados en el curso apro- ximado de un milenio. Durante todo este tiempo, el hombre biblico ha contribuido de las formas mas inverosimiles en la redaccién de las obras. Estas reflejan, en efecto, estilos litera- rios y concepciones religiosas muy concretas, eco fiel de men- talidades y épocas determinadas. Cada escritor bfblico es evi- dentemente hijo de su tiempo. Seria absurdo suponer que ello no influyera a la hora de formular las verdades reveladas. Estas son el fruto de una serie de inquietudes y convicciones alimen- tadas por un ntimero considerable de hagidgrafos en el correr de los siglos. Ocurre, por lo demas, un fenédmeno digno del mayor interés. Serja, en efecto, falso suponer que sélo han colaborado quienes han escrito un libro o una parte del mismo. Existe una gama innumerable de personajes anénimos, Jos cuales, con su actitud, su vida, sus consejos 0 con otras mil formas de proceder, han influido positivamente a la hora de fijar por escrito el mensaje y las vivencias, sea en fuentes escritas, sea en los mismos libros sagrados. Asi, por ejemplo, Abrahan, aun cuando no escribiera un solo renglén, aport6 su vida como contributo a la redaccién del Génesis. Afiddase a ello que Ja redaccién definitiva de los libros se vio precedida por un complicado proceso de maduracién que a veces tard6 varios siglos en gestarse. Pues bien, la «inspiracién» 49 divina se hace extensiva a cuantos personajes intervinieron de algtin modo en ese complicado proceso de gestacién, que nor- malmente culminé en la redaccién de algtin libro o relato concreto. En consecuencia, las palabras escritas contienen un mens: dindmico que se fue puliendo y madurando de forma lenta y gradual hasta el momento —Dios interviene— de interrumpirse definitivamente todo este proceso. Sélo entonces quedé ulti- mada la elaboracién de un libro sagrado. Mas ésta, tal como se acaba de ver, pudo muy bien haberse iniciado en un siglo y terminado en otro. El mensaje biblico, recogido en el conjunto de los libros sagrados, reivindica tal amplitud redaccional que el solo intento de buscar unidad organico-literaria a lo Jargo del A. y N. Testa- mento resulta incluso ingenuo. Al creyente le basta, sin embar- go, saber que el contenido doctrinal de Ja Biblia es tan rico que no puede ser obra de un hombre ni de un grupo reducido de individuos. Supone, por el contrario, la aportacién directa de una colectividad en el curso de su historia. El pueblo elegido trata, en efecto, de ir envasando en mo- dulos concretos la trayectoria de sus vivencias religiosas, de su singular didlogo con la divinidad y de sus profundas experien- cias de fe. En su expresién humana, la Biblia viene a ser, pucs, un hermoso mosaico taraceado con la ayuda de cuantos indi- viduos (Dios dirige) han ido gestando el proceso histérico- salvifico, que se inicia en la creacién misma del cosmos para culminar sélo cuando éste Ilegue a su meta final, siendo Cristo el eje de toda esta historia protagonizada en cierto modo por el hombre, 35. La inspiracién se armoniza con el proceso evolutivo que va experimentando la historia del hombre. La enorme gama de personajes que han intervenido en la redaccién de los libros sagrados explica que, con frecuencia, se observe un claro progreso en la forma misma de plasmar las verdades reveladas. No en vano el mensaje divino adquiere y conserva una perspectiva dindmica. Basta, en efecto, abrir los ojos para constatar cémo los libros del N. Testamento suponen 50 una superacién de cuanto se ha ido exponiendo en el curso de Ja revelacién veterotestamentaria. Esta, a su vez, muestra un claro progreso ideolégico de los libros més recientes con respecto de aquellos cuya gestacién y redaccién se suponen més arcaicas. En todo caso, jamas la literatura del A, Testamento podré reivindicar la misma pro- fundidad doctrinal de la que hacen gala los escritores neotesta- mentarios. De no ser asi carecerfa de sentido la aportacién de Cristo, con cuya presencia la expectacién se supone abocada a la realizacion. Cristo colma, en efecto, la esperanza del A. Tes- tamento. Por otra parte, es evidente que en cada uno de los libros elaborados por el judaismo veterotestamentario sélo se contie- ne como un esbozo, un rasgo muy parcial e incompleto de cuanto afecta al misterio de Ja salvacion. En consecuencia, la revelacién veterotestamentaria nunca conseguira ofrecer un enfoque total y completo de las verdades divinas. Estas siguen clamando por una formulacién mds lograda y didfana. Pero sélo la consiguen cuando Cristo, el gran enviado divino, abre Jas puertas de la revelacidn neotestamentaria. Ahora bien, siendo sinceros, se impone admitir que ni si- quiera ésta es capaz de ofrecer una visién completa de las verdades reveladas. La mayor parte de los textos no hacen sino apuntar hacia Ja solucién definitiva. Siguen, sin embargo, nece- sitando Ia ayuda de otras aportaciones mds tardfas, donde el cristianismo primitivo va brindando una visién atin mas pro- funda y esmerada de los misterios divinos. Ello es por lo de- mas comprensible, dado que la comunidad cristiana siempre especula con la luz que proyecta Cristo desde el podio de su triunfo pascual. Este es, asimismo, el secreto que permite com- prender cémo, desde pascua hasta que murié el Ultimo apéstol, se diera un indiscutible progreso en la forma de captar y expo- ner el hombre —bajo el impulso de su fe pascual— el contenido del mensaje revelado. Todo ello sugiere que, para entender la verdad y el mensaje auténtico de la Escritura, no basta remontarse al designio salvifico de Dios. Es preciso tener también muy presente que Dios ha ido paulatinamente desvelando este designio, hasta que la muerte del ultimo apéstol cerré definitivamente las puer- 51 tas a ese proceso evolutivo. Por consiguicnte, sdlo estara en disposicién de asir la verdad de la Biblia quien consiga leerla como un todo, ordenando y coordinando cada una de sus afir- maciones concretas a la luz de esta totalidad que gira siempre en torno a Cristo, fuente de la que fluye la savia capaz de alimentar a los creyentes. 36. zPuede haberse perdido algiin libro inspirado por Dios? Basta familiarizarse con el A. Testamento para comprobar cémo en él se alude a diversos escritos proféticos perdidos hoy, pero que, sin duda, gozaron entonces del privilegio de la ins- piracién (Num 21, 14; Jos 10, 13; 2 Cro 9, 29...). Exactamente lo mismo ocurre con el N. Testamento. Se sabe, en efecto, que Pablo escribié algunas cartas no conservadas. El mismo lo dice en el curso de sus escritos, pues alude a ellas y sabemos que no reponden a ninguna de cuantas integran el N. Testamento (1 Cor 5, 9; Col 4, 16). De ello se infiere que muy bien pueden haberse perdido algu- nos escritos inspirados. Pero con una salvedad: Dios ha debido proveer para que su revelacién Negue en conjunto a cuantos creyentes desean familiarizarse con ella a través de los libros sagrados que integran la Biblia. Por otra parte, siendo Cristo el culmen de toda la revelacién divina, es obvio que, si el men- saje neotestamentario atestigua la presencia de Cristo resuci- tado, la revelacién divina sigue de algtin modo abierta. Ahora bien, quienes encuadran el mensaje revelado en el dinamismo vital que fluye de Cristo siguen descubriendo ecos continuos del Dios que habla no sdlo en la lectura de la Biblia, sino en su propia esfera existencial. Adviértase, sin embargo, que tales encuentros se realizan en un plano donde toda la revelacién (encarnada en Cristo) entra en contacto con el cre- yente. Si éste se dimensiona existencialmente con Cristo, enta- bla un nexo directo con el conjunto del dato revelado, tal como éste se ha ido estampando a lo largo de los distintos libros sagrados, En tal caso, desde el momento en que el creyente dispone de Cristo para contactar con él a nivel de existencia, nada tiene 52 de particular que se hayan extraviado algunos libros inspirados por Dios. Este, ofreciéndole a Cristo, le infunde toda Ja energia necesaria para realizarse, logrando con ello su salvacién. Si Dios se revela al hombre para orientarle en su proceso de salva- cién, todo el bagaje revelado queda sin duda resumido en Cris- to, ya que en él encuentra el hombre cuanto necesita para salvarse, Cristo sigue abierto al hombre. Con ello toda la revelacién divina queda a su alcance. Por otra parte, el creyente no ignora que para llegar a un encuentro auténtico con Cristo (= palabra revelada) dispone de los libros sagrados, donde aparecen ras- gos inequivocos de esta verdad divina. Mas todo ello gira siem- pre en torno a Cristo. La inspiracién divina tiende a Cristo (A. Testamento) o fluye de Cristo (N. Testamento). Y el cre- yente tiene hoy también a Cristo. Luego dispone del culmen de la revelacién divina. Carece, por tanto, de importancia que se haya perdido algun libro, el cual, aunque inspirado, no tenia mas objetivo que facilitar al hombre el encuentro de la reve- lacién divina, que el creyente, gracias a Cristo, recibe hoy en plenitud. C. Los LIBROS SAGRADOS EN LA VIDA DE LA IGLESIA. Todo creyente sabe que cuantos libros integran la Biblia son inspirados por Dios. Pero son cada dia mas los que preguntan cudles son los motivos por los que la Biblia esté integrada por estos libros concretos, excluyendo en cambio otras obras reli- giosas del judaismo o del cristianismo primitivo, cuyo conteni- do doctrinal raya a veces en Jo sublime. El unico criterio objetivo del que dispone el creyente para aceptar como inspirado un libro concreto es que forma parte del «canon» propuesto por la Iglesia. Pero, iqué implica la de los libros? Es esta una incdgnita que debe despejar quien desea familiarizarse con el mensaje de la Biblia. 37. La idea de «canonicidad» en el judaismo biblico. La idea de fijar una norma ( = canon) concreta para deter- minar cudles eran, en realidad, los libros sagrados afloré ya en 53 el judaismo., Surgi6 como una necesidad de fe, en orden a salvaguardar Ja pureza de Ja verdad revelada. El concepto de canonicidad guarda, por lo mismo, una estrecha relacién con la idea de inspiracidn. Sélo los libros inspirados merecen, en efecto, ser incluidos en el canon y convertirse asi en norma de fe. De este modo quedan automaticamente excluidas otras obras religiosas que han ido polarizando el interés de pueblos 0 co- munidades en distintos momentos y épocas de la historia. La fijacién del canon es fruto de un proceso largo y bastante complejo. Se va perfilando en el curso de varios siglos antes de lJograr una redaccién definitiva. Seguir paso a paso las di- versas vicisitudes de este proceso es un tema que s6lo interesa a los especialistas. El creyente sencillo se limita a especular sobre los motivos que exigen regirse por un canon concreto respecto a los libros sagrados. La respuesta es clara: quien tiene fe ( reyente) tiene que guiarse, a este respecto, por el criterio oficial de la Iglesia, cuyo magisterio ha precisado con toda meticulosidad qué libros son propiamenie inspirados y deben, por lo mismo, integrar el Namado canon biblico. Se trata, en concreto, de 45 obras pertenecientes al A. Testamento y 27 al N, Testamento, Ahora bien, quien se interesa por la génesis y vicisitudes del canon biblico no puede menos de establecer una neta diferencia entre los libros del A. y del N. Testamento. Estos ultimos nacen dentro del seno mismo de la comunidad cristiana y ofrecen, por tanto, mucha menos dificultad a la hora de emitir un juicio ponderado sobre su procedencia, orientacién y contenido doc- trinal. Pero los escritos del A. Testamento, aunque la comuni- dad cristiana —secundando los deseos del propio Jestis (Mt 5, 17)— los integrara en el complicado engranaje de su dogma- tismo teolégico, eran tenidos como libros sagrados mucho antes de que el cristianismo se interesara por su lectura y contenido. Es de sobra sabido que el llamado canon judio quedé fijado en torno al afio 100 d. Xto. y comprendia 22 libros (24 en caso de desdoblar Jueces-Rut y Lamentaciones-Jeremias). Entonces fueron rechazadas como esptireas cuantas obras se suponfan elaboradas por el judaismo tardio, unas por haber sido redacta- das fuera de Palestina y otras por su marcado influjo de la ideologia griega: Tobit, Judit, Sabiduria, Siracida, Baruc, 1-2 Macabeos. Todos estos libros gozaron, sin embargo, de gran 54 predicamento en la comunidad cristiana primitiva, que siempre los consideré como parte de la Escritura, incluso antes de inte- grarlos en su canon oficial. 38. El «canon» biblico en Ia vida de la Iglesia. Necesidad de un criterio objetivo para discernir los libros sagrados. En el cristianismo primitivo, tras haberse sedimentado las tradiciones orales gestadas en torno a los hechos mas sefieros, surgié muy pronto una exuberante literatura dvida de ofrecer toda clase de datos sobre la vida y obra terrena de Jestis. Me- rece sefialarse, a este respecto, el interés despertado desde un principio por el acto salvifico (muerte-resurreccién), ya que fue practicamente polarizando la atencién de cuantos escritos o documentos breves servian de ayuda a los predicadores primi- tivos en su afan por expandir el mensaje cristiano, anclado ante todo sobre el firme pilar de la resurreccién triunfal de Jests. Todo este material escrito fue posteriormente reelaborado por diversos autores cualificados (apdstoles y evangelistas). Estos, acufidndolo con el sello de sus respectivas preocupacio- ne teoldgicas, fueron dando vida a una serie de obras centradas en torno a la figura de Jestis, quien —en pascua— se habia convertido en el Cristo de la fe. Tales escritos pasaron automa- ticamente a formar el dogma cristiano. Desde un principio se aceptaron como inspirados por Dios. Por ello la jerarquia eclesidstica los impuso como criterio de fe para los creyentes. Tanto mds cuanto, a partir del siglo 11, comenzaron a aflorar una serie de obras religiosas que la Iglesia se vio precisada a rechazar como esptireas para evitar el légico confusionismo de los creyentes. Ello marca el comienzo de un complicado proceso, donde se luché con denuedo por avivar la fe cristiana con la savia que fluia de cuantos libros se suponian inspirados por Dios. Hoy resulta muy facil saber cuales son. Basta con hojear una Biblia. Pero durante muchos siglos sintié el cristianismo el peso de la duda e incertidumbre. Esta sélo terminéd cuando el Concilio de Trento zanjé la cuestién, proponiendo un canon definitivo de libros sagrados: 45 para el A. Testamento y 27 para el N. Testamento. Con ello no hizo sino confirmar el numero de 55 libros que la tradicién cristiana desde los primeros siglos venia aceptando como inspirados por Dios. Ya con anterioridad, el Concilio Laodicense (a. 360) habia sefialado como canénicos 38 libros de la Escritura, dejando fue- ra todos los rechazados por el canon judio, ademas del Apoca- lipsis. Por su parte, el Concilio de Florencia (a. 1438-45) se habia adelantado a Trento, proclamando la canonicidad de los 72 libros de Ja Escritura, si bien su decisién no pasd a engrosar el bagaje de las definiciones dogmaticas, quedando tal honor reservado al Concilio tridentino. 39. EI magisterio de la Iglesia ante los libros canénicos. Criterio de «canonicidad» y criterio de religiosidad. La tradicién eclesiastica, cuando decidié fijar un criterio de «canonicidad», apenas hallé obstaculos respecto al A. Testa- mento. Se limité a aceptar cuantos libros contenia la famosa versién de los LXX, puesto que ella habja sido utilizada por los escritores neotestamentarios. La dificultad surgié a la hora de decidir qué libros debian integrar el N. Testamento. No podia ocultarse que en los orfgenes del cristianismo se habia escrito mucho en torno a la figura y obra de Jesus. Sin embargo, para incluir un libro en el «canon» se opté por exigirle un doble requisito: 1, Origen apostdlico; es decir, algtin apdstol —en el sentido amplio de la palabra— debia ser su autor. 2. Acepta- cién por las comunidades apostdlicas; es decir, el cristianismo oficial lo habia aceptado desde un principio como libro ins- pirado, Asi pues, apoyando su fe en cuantos libros incluye la Igle- sia en el «canon» biblico, el creyente evita todo riesgo de equi- vocarse. Pero conviene advertir que el «canon» oficial sdlo sirve para tranquilizar a los fieles ante cualquier duda sobre la genui- nidad de un libro determinado. En realidad, nadie ignora que el «canon» biblico estaba integrado por el conjunto de obras inspiradas por Dios, incluso antes de que el magisterio ecle- sidstico las aceptara como tales. En consecuencia, las poste- riores declaraciones de la Iglesia nada pueden afiadir a tales libros, cuyo valor y dignidad radica en ser palabra de Dios. Sin embargo, los creyentes necesitan que alguien con auto- 56 ridad le garantice cudles son propiamente los libros que pueden reivindicar origen divino. Y, en este sentido, el «canon» biblico es de suma utilidad para cuantos —en el curso de los siglos— han cimentado su religiosidad sobre una fe, cuyo auténtico aval y garantia vienen dados por ese Dios biblico, que deja sentir su presencia en Ja vida de los hombres, llegando incluso a «humanizarse» en Cristo Jestis, punto culminante de todo el proceso revelador. Existe una diferencia sustancial entre los libros «canénicos» y el resto de escritos religiosos, fruto de la reflexion judia o cristiana (= apécrifos). Los primeros son palabra de Dios, el cual ha intervenido en su elaboracién, aun cuando puedan ser también considerados como obra de sus respectivos hagiégrafos (autores humanos). Por el contrario, los Ilamados libros apé- crifos (= escondidos, ocultos) son escritos de origen puramente humano, aunque aborden cuestiones de indole religiosa 0 doc- trinal y puedan contener incluso verdades reveladas, por haber- Jas recogido de otros libros inspirados. Acaso pudiera decirse, en orden a aclarar conceptos, que los libros «canénicos» poseen la palabra divina desde dentro; es decir, ellos son palabra de Dios hecha letra, lo mismo que Cristo es palabra de Dios hecha carne. Los libros apdcrifos, en el mejor de los casos, pueden contener la palabra divina desde fuera, es decir, hablan de un Dios que se ha revelado y tratan de plasmar el eco de su palabra, buscando una interpretacién de Ja misma a través de la ayuda y espiritu critico de sus autores. Basta con frecuencia cotejar el contenido doctrinal de los libros «canénicos» (con inspiracién divina) y «apécrifos» (sin inspiracién divina) para ver cémo los primeros exponen los temas con un respeto sorprendente, mientras los segundos pro- digan toda clase de exageraciones rayanas a veces en Ja grose- ria. Ello no obsta, sin embargo, a que la literatura «apdcrifa» sea de un valor excepcional en orden a pulsar las inquietudes, problematicas y controversias mantenidas tanto en el ambiente judeo-veterotestamentario como en la génesis del cristianismo. 57 D. La BIBLIA EN EL DEVENIR HISTORICO DEL HOMBRE, El cristianismo queda invitado a considerar la Biblia como una historia de la salvacién. Esta s6lo terminard cuando el hom- bre consiga salvarse de forma definitiva. Ello indica que los cristianos de hoy continuamos perteneciendo a la Biblia en su dimensién histérico-salvifica. La Biblia sigue haciéndose. Y sdlo alcanzar& su cenit cuando el hombre consiga su realizacién es- catolégica. 40. La historia biblica sigue abierta ain. La experiencia cotidiana recuerda al hombre que su vida entera es un continuo caminar hacia la muerte. Esta tragica constatacién le impulsa con frecuencia a rebelarse contra su destino, En realidad, sdlo él —entre los casi infinitos seres que integran la creacidn— es capaz de valorar y disfrutar cons- cientemente su vida. Tal privilegio deberia enorgullecerle hasta el punto de sentirse feliz por el solo hecho de vivir. Esa seria Ja reaccién Iégica de quien se sabe superior al resto de los ‘seres creados. Ocurre, sin embargo, todo lo contrario. El hombre, aunque de forma inconsciente, aspira siempre a mucho mds. Anhela no solo poseer Ja vida, sino que la vida le posea a él. Desearia trocar su vida finita en otra que no tuviera limite ni fin. Es lo suficientemente inteligente para comprender que jamés lograra este objetivo activando sus resortes humanos. No le resta, por tanto, sino lanzarse hacia la trascendencia en busca de la ayuda necesaria para colmar sus aspiraciones existenciales. Ahora bien, la trascendencia se esfuma cuantas veces intenta asirla partiendo de realidades creadas. Las repetidas experien- cias de sus fracasos cuando pretende contactar con la divinidad le impulsan a preguntarse si Dios puede ser realmente encon- trado a nivel existencial. Y en este caso —como en otros mu- chos— la Biblia le brinda la respuesta afanosamente buscada. Cuando el creyente recurre a la Biblia, en su dimensién de libro y vivencia, constata cémo la vida infinita y sin limites de Dios sale a su encuentro. Mads atm: la propia vida divina le ofrece los elementos necesarios para despejar sus interrogantes existenciales. No resulta, en efecto, dificil comprobar cémo el 38 Dios amoroso desvela al hombre sus misterios a través de la historia vivida por un pueblo concreto. Y as{ puede el creyente descubrir en la Biblia al Dios abierto que sale a su encuentro para poseerle, inundarle con su vida y liberarle asi de su angus- tia existencial. El creyente —tanto hoy como ayer—, si detecta estos valores trascendentes en la Biblia, comprueba que ella —como historia vivida— pone a su disposicién la fuerza necesaria para libe- rarse de su angustia, provocada precisamente por saberse abo- cado a Ja muerte. La vida divina, diseminada en la historia biblica, se convierte para el creyente en fuente de liberacién. Y, tan pronto como el hombre se va liberando, comprueba ‘que su destino ya tiene sentido. La muerte no es el fin: la «vida» le sigue esperando después de su ébito, Ahora bien, esta vida escatolégica es en cierto modo distinta de la vida, tal como la presenta el mundo actual. El hombre sabe —se lo dice la fe— que su salvacién queda garantizada si, tras hollar la barrera de su muerte fisica, puede seguir disfrutando de una vida plena. Cabe, por ende, afirmar que la Biblia se presenta como una historia de la salvacidn, con fuerza suficiente para englobar a cuantos hombres salen al encuentro del Dios vivo impulsados por la fuerza de la fe. 41. E/ proceso liberador en el curso de la historia de salvacién. El hombre, al examinar las fuerzas que de verdad le opri- men y amedrentan, tropieza siempre con el mismo obstaculo: la muerte. Esta es su enemigo encarnizado que busca continua- mente la forma de aniquilarle. Por otra parte, el poder de la muerte parece inquebrantable. Pues bien, ¢quién provoca esta muerte que tan hondamente condiciona la existencia humana? El hombre, por mas que se esfuerce, se sabe incapaz de dar respuesta valida a este interrogante. Sin embargo, no le resulta dificil constatar que la Biblia le brinda, sobre este punto, solu- ciones tranquilizantes. Para asirlas basta, por ejemplo, fijarse en la figura de Addn, tal como los relatos del Génesis lo imaginan en el momento mismo de la creacién (cf. Gn 2, 8-25). Era muy feliz, puesto que 59 la vida le poseia en plenitud. En consecuencia, la muerte care- cia de fuerza para hacer presa en él. Ahora bien, tan pronto como Adan trastrueca los planes trazados por Dios queda auto- maticamente rota la armonia original. Y ello obedece al simple hecho de que Adan no se conforma con que la vida (Dios) le posea, sino que aspira a ser él mismo quien posea a la vida (Dios). Esta actitud —expresién grafica del orgullo humano— comporta un trueque tan profundo en el orden césmico que la creatura (hombre) reivindica en cierto modo dominar al crea- dor (Dios). En tales circunstancias deja el hombre de recibir automati- camente la ayuda de Dios (vida infinita), quedando expuesto al influjo de lo que no es Dios (vida finita). Y esta vida, al estar privada de la presencia vivificante del Dios vivo, queda a mer- ced de la muerte. Por tanto, la dimension histérico-salvifica de Ja Biblia recuerda cémo la muerte es una realidad a la que el propio hombre introduce en su esfera existencial. Ello sugiere que el hombre, suspirando por una auténtica liberacién, es de si mismo de quien necesita ser salvado. El es su mayor enemigo, desde el momento en que ha trocado la vida inmarcesible de Dios en una forma de vivir tan limitada y condicionada que puede con toda justicia recibir el nombre de muerte. Se comprende, pues, que toda Ia tradicién biblica se esfuerce por mostrar al hombre el tinico camino capaz de conducirle a una realizacién liberadora. Mas tal meta se ha de alcanzar a pesar del hombre mismo. Esto, que a primera vista parece una paradoja incomprensible, se ve con claridad desde el momento en que se examina con asepsia la situacién existencial del hom- bre, Este —as{ lo atestigua su propia experiencia— se halla inmerso en un caos existencial por el que siente J4stima y afecto a la vez. Por ello, aun cuando desearia por una parte recobrar Ja hermosura creacional perdida por propia decisién del hom- bre (= Adan), no se decide por otra a trocar su existencia pre- sente, Esta, a pesar de sus condicionamientos, ejerce sobre él un encanto fascinante. Necesita que alguien le libere de este hechizo. Pues bien, la Biblia al permitirle valorar su tragica situacién con respecto al Dios creador, le brinda la posibilidad de colmar sus mds intimas aspiraciones, aun a costa de renun- cias y sacrificios incondicionales. 60 42, La humanidad en la trayectoria histérico-salvifica, tal como aparece en la Biblia. El hombre no se sentira realizado hasta que recupere la ple- nitud perdida. Tal pérdida queda vinculada por la Biblia con la actuacién de Addn (Gn 3, 1-7). Sin embargo, seria falso su- poner gue el hombre Jo haya perdido todo en un momento con- creto de la historia. No, la pérdida es mds bien progresiva y gradual, quedando consumada tan sédlo al final de los tiempos. Ello indica que Ia liberacién tan vivamente anhelada tampoco puede ser obra de un momento. Se trata mas bien de una rea- lidad que en cierto modo rebasa la esfera de los individuos concretos. La liberacién por la que suspira todo individuo es algo tan sublime que siempre queda mucho mas alld de sus recursos personales, Aun cuando apetezca saberse plenamente libre, se siente incapaz de lograr este objetivo por mds que se afane en conseguirlo. Sus esfuerzos no hacen sino confirmar su impo- tencia. Pues bien, la Biblia, contemplada en su dimensién de historia salvifica, le ofrece la solucién: jCristo! Este demues- tra —asi lo indica toda la tradicién neotestamentaria— que el hombre jamas Ilegara con su solo esfuerzo a la meta liberacio- nista. Es el propio Dios quien, haciéndose hombre, sale al en- cuentro de la humanidad brinddndole las fuerzas necesarias para conseguir su proposito: salvarse. Ningtin mortal puede elevarse al plano divino. Por ello Dios decide amoldarse al plano humano, encarndndose en Jestis de Nazaret. Ello explica que toda la historia salvifica pueda y deba ser considerada como un Angulo enorme, cuyo vértice es Je- stis, el Cristo. Por el primero de sus lados, la humanidad ha tendido hacia Cristo suspirando angustiosamente por su salva- cién. Esta tendencia cristica fue vivida por toda la historia ve- terotestamentaria, tal como la refleja la Biblia. La trayectoria del judaismo biblico supone un itinerar ininterrumpido hacia la meta liberadora. Y esta meta es Jestis, el Cristo. Mas el Angulo tiene un segundo lado. Este fluye del vértice (Cristo) y se hace extensivo hasta la consumacién misma de los tiempos. No en vano la fuerza infinita de Dios, humanizada en Jestis, tiene que inundar a todos los individuos deseosos de be- neficiarse con la energia salvifica, cuyo generador es Cristo. 61 De todo ello se infiere que la Biblia, contemplada en su pers- pectiva histérico-salvifica, abarca a toda la humanidad. La razén estriba en que el proceder divino, rigiéndose por criterios de trascendencia, rebasa todo condicionamiento espacio-temporal. En los designios salvificos de Dios, los origenes de la huma- nidad quedan en cierto modo asociados con su consumacién. Entre ambos polos, surge una fuerza de fusién: Cristo. Todas. estas realidades, hechas historia vivida, quedan recogidas en la Biblia. Se comprende, por lo mismo, que cualquier creyente, especulando con asepsia sobre la problematica soterioldgica de- bera admitir que jamds un libro sagrado en la historia del hom- bre puede reinvindicar tal eficiencia, dinamismo y objetividad. 43. Dimensién histdrico-salvifica de Ja misma existencia humana. La Biblia garantiza que cuanto necesita el hombre para cap- tar el mensaje de salvacién gira en torno al designio providen- cial de Dios. La historia salvifica recuerda, en efecto, cémo la trascendencia divina decide salvar al hombre desde el momento en que éste acusa los tragicos efectos de su caida (Gn 3, 14-15). Pues bien, para que la humanidad consiga traducir a categorias. concretas ese designio salvifico, Dios decide plasmarlo en la trayectoria existencial de un personaje concret Abrahan (Gn 12, 1-9). A partir de ese momento, el gran patriarca biblico queda convertido en el fiel depositario de las promesas hechas por Dios al hombre, en su esfuerzo por liberarle de su angus- tiosa situacién. Con Abrahan comienza a canalizarse de forma objetiva —Dios es el garante— la historia de la salvacién, cuyo destinatario tnico es la propia humanidad. Mas tarde Dios centrara su de- signio en todo un pueblo: Israel. De este modo se van dando los pasos necesarios para que el hombre vaya paulatinamente constatando cémo las promesas divinas caminan hacia su au- téntica realizacién. La historia de Israel viene a demostrar, en efecto, que Dios va cumpliendo de forma lenta pero segura cuanto garantizara antes al hombre en la persona de Abrahan. El pueblo elegido, representante oficial del hombre caido y an- sioso de liberacién, capta de forma cada vez mas honda la realidad y presencia del Dios que actia. 62 Llega incluso un momento en que la formulacién particula- rista del pueblo hebreo cede paso a un planteamiento tan uni- versal que suspira por el momento en que Yahvé —el Dios sal- vador— ejerza su influjo sobre toda Ja humanidad. Esto llega a convertirse en palpitante realidad tan pronto como Cristo se adentra en Ja historia humana. Su presencia da fe de como el hombre tiene ya a su alcance aquella liberacién que tan ansiosa- mente anhelaba desde los origenes mismos de la humanidad, cuando el hombre qued6é a merced de la angustia, fruto sazo- nado del pecado. Cristo atestigua que ahora el hombre ya no tiene que seguir suspirando. Le basta adentrarse en el acto redentor, ya que éste —culmen de toda la trayectoria histérico- salvifica— contiene la fuerza necesaria para liberar a toda la humanidad. Todo esto es muy cierto. Sin embargo, basta que el hombre de hoy abra sus ojos para ver cémo —a pesar de la obra de Cristo— continua suspirando por su plena liberacién. Tal acti- tud resulta comprensible cuando se constata c6mo son atin mu- chos los individuos que no han querido o no han sabido dejarse penetrar por Ja fuerza salvifica de Cristo. Mientras esto no se logre, seguira el hombre atenazado por sus condicionamientos existenciales y suspirando en consecuencia por su liberacion definitiva. No basta con que Cristo le abra las puertas de la vida; es necesario que él quiera hollarlas. La Biblia recuerda al hombre cémo esto —gracias a Cristo— es siempre posible. Para ello sdlo se le exige un requisito: que- rer. Su voluntad necesita, no obstante, ser espoleada. Pues bien, Ja Biblia —donde la promesa se hace realizacién— brinda al hombre las respuestas necesarias para sintonizar existencial- mente con Cristo y granjearse asi los frutos inherentes al de- signio salvifico de Dios. Esta sintonfa magica, traducida a vi- vencia, realiza en el hombre el «milagro» de su liberacién. 63 4 EL CREYENTE DE HOY ANTE LA BIBLIA El progreso de la ciencia y la técnica hace que el hombre de hoy busque el modo de ajusiar la revelacién divina a su propia visién del mundo. La fe no puede oponerse a la razén. Ambas tienen a Dios por autor. Ello implica un planteamiento del dato revelado a la luz dei ritmo cientifico. Asi es cémo se impone un encuadre del mensaje biblico en el marco que ofrece la refle- xin actual del hombre, que se afana por alimentar siempre con savia nueva las justas exigencias de su fe. El creyente de hoy se resiste a envasar la Biblia en los mol- des de una cosmogonia desfasada y anacrénica. Busca, por lo mismo, la forma de armonizar su vivencia del mensaje reve- lado con las conclusiones que 1a ciencia y los descubrimientos le presentan como vdlidas. Todo ello comporta un esfuerzo por hacer razonable la lectura de 1a Biblia. Para lograrto, se impone conocer sus postulados cosmogénicos y traducirlos a las cate- gorias cientificas de hoy. A. EL MARCO COSMOGONICO DE LA BIBLIA ¢VALIDO Hoy? La Biblia encierra un mensaje religioso, que Dios ha ido co- municando al hombre en el curso de los siglos. Sin embargo, las limitaciones de la inteligencia humana no pueden menos de con- dicionar esas comunicaciones divinas, Dios siempre se ha visto obligado a que su mensaje respetara la concepcién cosmolégica del hombre. Por eso el contenido religioso de Ja Biblia ha debido ser formulado con conceptos que respondan 2 la «visién del mando» propia de una época y mentalidad determinadas. 44. La visién biblica del cosmos, zencaja con la era interplanetaria? EI bagaje cultural viene envasado hoy en moldes fraguados al calor de Ja técnica y el progreso. Lo mismo sucede con la experiencia religiosa. Son cada vez menos —jcémo ayuda la cul- 64 tura!— quienes se resignan a alimentar su religiosidad con practicas semi-supersticiosas. El cosmos se presenta como una realidad cada dia mds cercana al hombre, el cual explota cuantas posibilidades le brinda la conquista del espacio, la desintegra- cién del 4tomo y el progresivo conocimiento de las causas na- turales. Cualquier persona, consciente de vivir en la era inter- planetaria, encuadra hasta sus vivencias mds intimas en el gran escenario de un cosmos que cada dia va resultandole mas familiar, Ahora bien, siempre ser4 verdad que, a la hora de definir las vivencias mds intimas del hombre, se impone fijarse en su angustia existencial. Esta clama por respuestas, que sdlo la trascendencia le podra ofrecer. Dios contesta al hombre. Y su palabra —convertida en didlogo-mensaje-vivencia— ha quedado consignada en los libros sagrados de Ja Biblia. Mas la redac- cién de tales libros se remonta a una época, donde se ignoraba incluso que la tierra era esférica. La revelacién del mensaje biblico tuvo que respetar en todo momento los sentimientos de aquellos hombres, plenamente convencidos de que el sol se acostaba cada noche para levantar- se al amanecer. Suponian que la tierra era un inmenso plano, cubierto por una béveda enorme y firme (= firmamento) ador- nada por luminares, cuyo titileo era signo de timidez. Sélo dos cuerpos luminosos eran conscientes de su prestigio, pues uno —el sol— imponia su ritmo al dia, y el otro —la Iuna— a la noche (Gn 1, 16). Asi se explica que el relato sacerdotal de la creacién (Gn 1, 1-2, 4a) refleje un geocentrismo tan marcado. Por esta razén el sol puede «detenerse» sobre Gabaon y la Juna en el valle de Ayyalén (Jos 10, 12-13). Una erupcidén volcani- ca se confunde con el fuego y azufre celestes (Gn 19, 24). ¢Y la Iluvia? Dios no tiene mds que abrir las compuertas para que Jas aguas se precipiten sobre la faz de la tierra (Gn 7, 11). Estas sugerencias, y otras muchas que podrian aducirse, recuerdan cémo el mensaje biblico se ajustaba a mentalidades muy pri- mitivas en lo que concierne al conocimiento de las causas na- turales. Es muy interesante precisar cual era la reaccién con- creta de aquellos hombres ante fenémenos que hoy hasta los nifios de escuela saben interpretar con objetividad. 65 45. El cielo, mansién de Dios con su corte de Angeles. La esperanza cristiana se alimenta con la idea de recibir en el «cielo» cuanto se apetece en la «tierra» como objeto de goce y felicidad. Toda la revelacién biblica vincula con el cielo las realidades ultraterrenas, incluido el propio Dios. Pero, ¢qué cosa es realmente el cielo? El hombre biblico, dada su concep- cién geocéntrica, comienza situdndolo encima del firmamento visible. Alli estd Dios con su corte de angeles y demas seres celestes. En consecuencia, cuando el hombre se dirige a la divi- nidad, ha de remontarse —con el deseo y la intencién— hacia Jas alturas, pues sdlo asi conseguiré penetrar de algtin modo en los arcanos de la trascendencia. Todo ello invita a situar en un marco espacio-temporal cuan- tas realidades celestes interesan a los humanos. Asi, Dios se propone bajar para confundir el lenguaje de los hombres en Babel (Gn 11, 7). A veces incluso desciende.envuelto en una co- lumna de fuego (Ex 19, 18). Se habla también del descenso para indicar la presencia del angel en la piscina de Betesda (Jn 5, 4) o la permanencia misma de Jestis entre los hombres (Jn 6, 38). En ocasiones excepcionales la tierra se supone unida al cielo por una escalera descomunal, descrita minuciosamente en el suefio de Jacob (Gn 28, 12-13). Por tanto el trono de Dios (= el Altisimo) se supone ubicado en las alturas. Y alli retiene el pro- pio Dios cuantos bienes reserva a los hombres. La mayor ilusién del hombre biblico se cifra, pues, en gran- jearse la amistad divina y establecer asi como un comercio en- tre el cielo y la tierra. Por supuesto, que nadie puede subir hasta la morada celeste. Se lo impide su dimensién material y demas condicionamientos. Sin embargo, para contactar con la divinidad, queda una solucién: Dios puede descender a la tie- rra y prodigar sus dones a quienes le permanecen fieles. Ello invita a un esfuerzo continuo en orden a merecer que el Sefior descienda (cf. Ex 32, 7; Sal 143, 5...). Por eso la Biblia habla de emisarios celestes, angeles buenos y portavoces ofi- ciales de la divinidad. Son conceptos vadlidos en aquella época para connotar cémo entre Dios y el hombre (= cielo-tierra) existe didlogo. E] mensaje divino Iega a los hombres. En aquel 66 tiempo resultaba del todo imposible plasmar de forma mas gra- fica y expresiva todas estas realidades. 46. El infierno, mansién de Satan con su corte de demonios. Siempre sintié el hombre biblico respeto y temor ante unos presuntos seres casi-divinos, rebeldes empero a los designios de Dios. Tales fuerzas malévolas —identificadas en un principio con los sedim (Sal 105, 37)— fueron preocupandole cada vez mas. Al contrastar —durante el destierro babilénico— su reli- giosidad con los postulados del dualismo persa, Hegé a Ja con- clusién siguiente: Dios es el principio del bien y Satan el prin- cipio del mal. Y as{ sucesos que antes del exilio se atribufan a Yahvé (2 Sam 24, 1), vienen después asignados a Satan (J Cro 21, 1-2). En el periodo posexilico la figura de Satan adquirio tal relieve que fue considerado como un anti-Dios. También él dis- ponia de un ejército bien disciplinado —los demonios—, cuya suprema ilusién era aduefiarse de la tierra. Para conseguirlo, buscaba la forma de infiltrarse en Ja interioridad misma de los hombres. Esas fuerzas demoniacas debjan residir en alguna parte. ¢Dénde? En la tierra vivia el hombre. En los cielos (= arriba) moraba Dios. Pues bien, sdlo en los lugares inferio- res (= infierno) podia situarse el trono de Satan y sus huestes. Asi fue aflorando una doctrina que, tras evolucionar en su contenido teolégico, culminé en el dogma cristiano del infierno. Obsérvese, sin embargo, que tal creencia germina en Ia tradi- cién biblica con unos condicionamientos muy concretos. Las categorias espacio-temporales seguian imponiendo su ley. Por eso se suponia que los hombres descendian a los infiernos (Bar 3, 19). La propia Sabiduria divina acompafia’al justo en las profundidades (Sab 10, 14), holladas incluso Por el propio Cristo resucitado (1 Pe 3, 19-20). Como puede verse, la problematica suscitada por el hombre biblico en torno al infierno reviste caracteristicas:- muy singula- res. Lo concibe como un lugar, situado en lo mas profundo del cosmos, donde Satan posee un reino, en el que también los justos pueden penetrar sin que por ello se excluya la posibili- 67 dad de un ulterior retorno. El judaismo biblico jam4s pensé que el descenso a las profundidades fuera necesariamente irre- versible. En consecuencia, sdlo comprendera el sentir del hom- bre biblico sobre el infierno, quien encuadre esta realidad en el marco cosmogénico de aquella época. ‘ 47. Los fenémenos atmosféricos y la misma tierra, zpresentan un mensaje teolégico al hombre biblico? La tradicién biblica siempre ha vinculado a Dios con la luz. Por eso «la nada» es presentada como oscuridad absoluta (Gn 1, 2), Dios comienza creando Ja luz. Con ello se supone ga- rantizada su presencia en el cosmos. Desde el momento en que Yahvé interviene, retroceden las tinieblas. Mas, para que la luz brille en el universo, siembra Dios el firmamento de cuerpos luminosos. Asi, el sol es el astro diurno y la luna el nocturno. Aparecen asimismo los planetas, estrellas y constelaciones, cuya misién consiste no sdlo en iluminar, sino también en sefialar el curso de los dias, meses, estaciones y afios. Yahvé no es un dios-naturaleza, sino una divinidad que rige y dirige a la natu- raleza. Para ello se sirve de esos cuerpos luminosos, que mar- can el ritmo al complicado concierto césmico. En consecuen- cia, cada «luminar» realiza una funcién concreta —Dios se la confia— dentro del universo. También son instrumentos divinos cuantos fen6menos atmos- féricos imponen su ley en el mundo. Asi, las nubes vienen a ser grandes recipientes en los que deposita Dios el agua. Sirven asimismo de plataforma para que en ellas pueda la divinidad ocultarse y manifestarse. Los rayos a su vez son signos de tor- menta y precipitacién atmosférica, y portavoces de la célera divina, Esta suele también reflejarse en los vientos y tempes- tades. La lluvia, granizo, rocio, nieve... connotan otras tantas formas de actuar Dios en el mundo. De hecho, tanto los «lumi- nares» como los fenédmenos atmosféricos aparecen vinculados con el firmamento, plataforma sobre Ja que Dios asienta su trono celestial. Ello explica que Yahvé «hable» en medio de una tempestad (Ex 19, 16-25) y el firmamento mismo pregone las obras divinas (Sal 18, 2). La tierra, al margen del influjo ejercido sobre ella por el firmamento, encierra un ntimero descomunal de secretos, cuya 68 clave sdlo Dios conoce. Por eso el hombre, al verse sorprendido por alguna erupcién volcd4nica o mevimiento sismico, cree en- frentarse a una intervencion divina. Esta abarca todo lo que viene encuadrado en los cuatro puntos cardinales. El mundo conocido (geografia, orografia) con sus fenémenos geofisicos habla de un Dios presente. Las guerras, sequias, pestes... son automaticamente aceptadas como portavoces y emisarios de Yahvé. Los mares, por otra parte, atestiguan la fuerza e impetuo- sidad de las aguas subterrdneas. Estas —pertenecen a la esfera inferior— se suponen al servicio directo de Satan y sus demo- nios. Son a veces representadas como un monstruo feroz que pugna por engullir a la tierra entera donde viven los hombres. Cuando Dios se aira, se cuajan hasta los abismos en el corazén del mar (Ex 15, 8). Los rios pueden subir hasta los mismos cie- los o descender hasta las profundidades abismales (Sal 106, 26). Satan se sirve de todos estos recursos para sembrar el panico entre los hombres. La tierra queda asi convertida en un inmenso escenario, donde se dan cita las fuerzas celestes (= de arriba) e inferiores (= de abajo) para infiltrarse en el corazén del hombre, el cual se siente abrumado ante tan triste realidad. Por ello sus convic- ciones de fe vienen siempre arropadas por cuantos elementos le ofrece su visién cosmogénica, elaborada con criterios funda- mentalmente religiosos. El hombre biblico vive en un mundo, donde los valores espacio-temporales —al rebasar las posibili- dades humanas— son interpretados con éptica sobrenatural. Los fendmenos césmicos no invitan a cuestionar la existencia de Dios, sino a creer en un Dios que acttia. 48. Cosmogonia biblica y formulacién del mensaje revelado. En busca de nuevas formulaciones. Es indiscutible que el hombre biblico, cuantas veces inten- taba plasmar de algin modo sus convicciones religiosas, se vio obligado a encuadrarlas en el marco cosmogénico de la época. Por ello se explican las continuas intervenciones de Dios en J& vida humana, a través de las causas naturales. La divinidad se hace presente en los fenémenos mas inverosimiles. Todo esto, que no puede negarse, invita a estudiar los criterios literarios 69 en los que se inspiraron los autores sagrados al redactar sus obras. Hoy priva por supuesto la tendencia a vincular lo real con lo objetivo. Es decir, para expresar un problema con toda clari- dad, suele ser formulado con conceptos depurados de todo con- dicionamiento subjetivo. Queda, sin embargo, por demostrar que ocurriera asi con los autores biblicos, cuya mentalidad semita siempre se rigid por canones muy distintos. En efecto, los semitas, apoyandose en una cosmogonia muy elemental, acostumbraban a formular sus ideas religiosas con términos, donde los valores objetivos apenas revestian interés, Resulta, por lo mismo, muy dificil calibrar —jma4s de dos milenios nos separan!— el sentido acordado en aquel tiempo a muchas ex- presiones que, interpretadas con la optica actual, hasta pueden resultar ridiculas. ¢Quién no se sonrie al leer que «Dios se paseaba por el parai- so a la hora de la brisa»? (Gn 3, 8). Es asimismo admirable ver cémo en el diluvio subieron las aguas varios metros por encima de los montes mas altos (Gn 7, 19). ¢De dénde pudo caer tanta agua? El hombre moderno, acostumbrado a expresarse con ob- jetividad, tiende a considerar todos esos datos biblicos como producto de una imaginacidn calenturienta. Pero, en realidad, responden a una visién muy distinta del mundo. Por otra parte, los escritores sagrados compartian las in- quietudes de los antiguos pueblos orientales. Todo ello invita a preguntarse por los criterios concretos en los que se inspiré su formulacién del mensaje revelado. Tal problema, aireado por Ja critica moderna, ha suscitado la tan discutida cuestién de los «géneros literarios». B. La FORMULACION LITERARIA DEL MENSAJE BIBLICO. La Biblia, como expresién escrita de los misterios divinos, debe servirse necesariamente de algunos patrones literarios ap- tos para presentar un mensaje que en si rebasa la capacidad cognoscitiva del hombre. Se impone, en consecuencia, familiarizarse con los recursos de indole literaria explotados por los autores sagrados. Sélo 70 asi estar el creyente en condiciones de captar el sentido au- téntico de las verdades que Dios se digna comunicarle con el noble fin de salvarle. 49. La Biblia ante las diversas formas de expresi6n literaria. La redaccién de los distintos libros sagrados se ha ido ges- tando en el curso de un milenio. Si es cierto que dentro de una misma generacién existen discrepancias sustanciosas en la for- ma de enjuiciar los problemas, ¢qué sucede si se compara, por ejemplo, la mentalidad del siglo x a. Xto. con la del periodo neotestamentario? Las diferencias serén logicamente mucho mas pronunciadas. Se comprende, por tanto, que en cada época se haya ido acomodando el mensaje revelado a ta mentalidad del momento. Para ello fue inevitable servirse de los médulos literarios mas en consonancia con las circunstancias. Asi, el ambiente preexilico favorecia todo intento por vincular el dato revelado con la historia del pueblo. Por eso se supone que Dios se ma- nifiesta durante el éxodo, inspira hasta las mas insignificantes gestas de los jueces y guia a Jos reyes de Israel en cada una de sus vicisitudes. La triste experiencia del destierro babilonico marcé profun- da huella en Ia reflexién del pueblo. Este se sintié impulsado a elaborar médulos nuevos donde envasar el mensaje revelado. ..3i surgié el flujo de la literatura sapiencial, que invitaba a vivir en conformidad con las exigencias de la sabiduria divina. Se suponia que ésta rige los destinos, no sdlo del pucblo elegi- do, sino de toda la humanidad. Son tales sus deseos de liberar al hombre que no duda en «encarnarse». Toda la revelacién neotestamentaria no hace sino celebrar las excelencias de esa sabiduria encarnada, iamada Jesus de Nazaret, a quien Dios resucité de entre los muertos para infundir la vida auténtica a cuantos creen en él. Estos continuos cambios de situaciones y experiencias vividas explican que cl dato revelado tuviese necesariamente que ir adoptando formulaciones literarias muy distintas en el curso de los siglos. La Biblia no es, pues, un libro de historia, ni de 7

Você também pode gostar