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AFICCIONES: Menotti me visita en Pellegrini

[Sábado] 10 de febrero

Hace ya unos días largos leí con gran tristeza el obituario del New York Times al maestro Gian
Carlo Menotti, fallecido en Mónaco a sus 95 años, y cuyas manos poco podían ya maniobrar en el
piano. Inmediatamente se me viene a la cabeza otro querido compatriota italiano, Victor Salvi,
aquella musa del arpa nacida en Chicago (y criado por fortuna en Italia) pero cuyos negocios se
encuentran asentados en Piasco, dentro de la vieja Cuneo de mis antepasados. En fin, lo que me
llama la atención de la nota del Times  es que menciona el paso de Menotti por Colombia, a la edad
de 17 años. Tras morir su padre Alfonso, las inversiones que tenía en el país y que manejaba
desde su casa en la frontera italo-suiza (con frecuentes visitas al Nuevo Mundo) habían quedado a
la deriva, así que Inés, la madre, se aseguró que de una vez por todas quedaran las cuentas
saldadas y permaneciera alguno que otro contacto con la industria cafetera. Aunque eso no lo dice
el Times y creo que no lo dirá algún otro periódico con detalles, lo sé por anécdota familiar. Así que
Gian Carlo bajó del Orazio o del Virgilio (de la Navegazione Generale Italiana), cualquiera de los
dos grandes trasatlánticos de lujo que, durante los años 20 y 30, hicieron el recorrido desde
Génova a Sudamérica. Estos barcos tienen una historia particular, ambos, pues a medida que el
nazismo apretaba más sus cerradas fauces sobre la tierna Europa judía, fueron muchos los
ashkenazies y judíos sirios (relacionados claro con los sefardíes) adinerados que emigraron a
estas tierras a bordo de ellos. Las rutas de los trasatlánticos antes de que se utilizaran para tan
nobles propósitos eran sencillas: Génova-Cádiz-La Guaira-Barranquilla-Panamá-Valparaíso; o
también: Génova-Tenerife-Barranquilla-La Guaira-Recife-Río de Janeiro-Buenos Aires. (Cabe
anotar que ambos barcos estuvieron condenados al infortunio desde 1940, cuando la guerra
estaba en su clímax: nada más el Virgilio fue torpedeado por submarinos alemanes en las costas
francesas mientras intentaba sacar del continente a cientos de familias judías). Sin embargo, la
historia de estos barcos no fue tan macabra, pues durante más de 20 años (y bien antes de la II
Guerra Mundial) movió a toda la inmigración italiana en Hispanoamérica, que aunque habían
renunciado a la atrasada vida de Italia por esos años, no dejaban de visitar a su patria.

Regresando de nuevo a este caudal de palabras, confieso que mi nostalgia por la muerte de
Menotti no se fundamenta en la lástima o la compasión, ni por alguna de sus obras (creo que he
escuchado 2 o 3 nada más), o simplemente por la costumbre trivial que tiene esta humanidad de
ensalzar y entronizar a los muertos, de cincelar en piedra a quien ya ha dejado de ser; es debido a
que Alfonso Menotti tuvo tratos con mi familia, particularmente con mi abuelo Carlo Poeti-Marentini,
conde de Condove, y de los cuales se conserva un maravilloso archivo pictográfico en mi casa de
Bogotá. Se trata de “postales” en blanco y negro o en sepia, con los primeros efectos de avant-
garde de la época en materia de fotografía, hermosas láminas de todo tamaño que, detrás o a
veces casi en el borde horizontal inferior, testimonian con una fecha en hermosa caligrafía y a tinta
la imagen que allí se ha capturado. Existen varias fotografías de Menotti (padre) con mi bisabuelo
Carlo, tanto en Colombia como en Italia, y hay una incluso creo, tomada en Milán (donde figuran
ambas familias, y allí está el niño Gian Carlo, con corbata). Hay una particular que recuerdo muy
bien ahora, donde aparece mi bisabuelo Carlo y Alfonso Menotti, ambos montados a caballo,
luciendo pulcros vestidos de lino con corbatas de seda, alfiler, sombreros de fieltro, relojes de
leontina y zapatos pulidos; detrás de ellos, la espesura de la hierba, llena de serpientes y de bichos
de toda laya. También las hay a la hora de la cena, con platos llenos de comida que para este
instante ya más que se ha enfriado, asimismo como otras fotografías en la culta Bogotá de antes
de 1948 (que se extinguió ese año por completo).

Así que Menotti tenía 17 años en 1928. Mientras mi abuelo Guido nacía en Torino, el futuro
maestro y compañero eterno de Samuel Barber visitaba Colombia, y no precisamente para
quedarse. Algo puedo aclarar a la historia que ha publicado el Times y los demás diarios: Menotti
no acompañó a su madre a librarse de los nubarrones que se cernían sobre su finca cafetera,
solamente por ese solo hecho. Por el contrario, el propósito era que el joven, que ya había
estudiado en el Conservatorio Verdi de Milán, lograra ingresar al Curtis Institute of Music de
Filadelfia, y la madre llevaba consigo las recomendaciones necesarias (incluso del mismo
Toscanini). La idea de Inés Menotti era depositar a Gian Carlo allá, por así decirlo, y fue
precisamente lo que sucedió. Al futuro compositor no le interesaba la industria del café, y NO fue él
quien se encargó o ayudó en algo: creo que esa es una gran mentira que se ha romantizado
últimamente. Pero lo que sí es cierto es que su paso por Colombia jamás lo olvidó, lo recordó
frecuentemente mientras vivía, y ahora yo más al existir una anécdota familiar (que surge hoy
como anécdota): como eran amigas, la señora Pellini Menotti buscó la casa de mi bisabuela
Assunta poco después de llegar al país, llamó a su puerta y al no abrirle nadie (no sabía que
habían partido recientemente para Italia), dejó una nota que, a su regreso de Turín en 1937,
encontraron mi bisabuelo y bisabuela amarillenta y casi borrada como muchas otras.

Pero esas son otras historias, múltiples historias, es fascinante sumergirse en el mundo de las
historias familiares, por más verdaderas o falsas que sean, y lo que respecta a Menotti y a mí, creo
que este es el fin de este comentario. Al menos por ahora.

Publicado por © La Redacción de Adentro y Afuera   

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