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como
hemos
menciondo- al colocar al narrador y
personajes en un mismo plano de
utilizacin de vocablos, con las
respectivas
diferencias
en
la
construccin
que
con
esos
vocablos se lleva a cabo. Nos
parece que dicho elemento no
debe ser pasado por alto u
opacado
por
la
aparente
superioridad del narrador.
Si
leemos los Cuentos de barro desde
ese afn horizontal de Salarru
descubriremos que al supeditar la
personajes,
por
lo
que
el
mostrarlos como seres pintorescos
para hacer reir al lector sera una
especie de utilizacin circense. En
un cuento como La botija
creemos que el lector es retado
(despus de reirse) a pensar
seriamente la situacin tragicmica
de Jos Pashaca. Adems, la
expresin final de ste: -Vaya, pa
que no se diga que nuai botijas en
las aradas! (14); ms all de la
aparente ingenuidad remite a un
aspecto
importante,
la
conservacin de un mito, que ha
sido transmitido y conservado por
generaciones (como muchas de las
tradiciones indgenas) mediante la
tradicin oral.
Otros casos en los que el
humor de Salarru o esas escenas
que hacen reir al lector merecen
re-pensarse los encontramos en los
cuentos La brusquita, Virgen de
Ludres y La respuesta. En el
primero, la ingenuidad sexual y
lxica
del
campesino
es
contrastada
con
el
amplio
conocimiento de la brusquita: Qu no me mira que soy
brusca? l no comprendi aqul
trmino urbano. Ah, si lo hubiera
dicho con P, qu feliz habra sido!
Qu brusca va a ser ust!Ella
respet aquello que crey ser una
ilusin de pureza. l sin duda la
tomaba por nia. (50). Sin duda,
hay aqu cierta exaltacin de la
pureza de la vida del campo en
oposicin a la corrupcin de la
ciudad. Pero tambin sale a relucir
el contraste de lenguaje urbano y
lenguaje del campo o popular;
dos
diferentes
maneras
de
entender el mundo y explicar sus
fenmenos.
En Virgen de Ludres el
lector se da cuenta al final del
cuento, que la ferviente peticin de
sanidad que se le presenta a la