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de que se d un hecho que vaya en contra de lo que dice hay que hacerle ver que en
realidad no est diciendo nada. Sus afirmaciones y explicaciones estn en realidad
vacas de significado.
Segn Flew, la parbola del jardinero demostrara que el creyente es vctima de
una trampa que se tiende a s mismo. Cuando en su afn por cualificar la afirmacin
original le responde al escptico que el jardinero es invisible, intangible, etc., ocurre que
es incapaz de decir en qu se diferencia ese jardinero de uno imaginario o inexistente:
en la medida en que el creyente no admite prueba alguna en contra de su afirmacin,
esto es, ningn estado de cosas incompatible con la existencia de Dios, no est diciendo
nada.
Sin embargo, desde el punto de vista del creyente, el hecho de que las creencias
religiosas no soporten la prueba del falsacionismo, no significa que sean absurdas: no
formaran parte de ninguna concepcin cosmolgica, pero tienen una dimensin
regulativa en su conducta; son un ingrediente importante de una forma de vida
determinada.
VI. CONCLUSIN
Estos debates de Oxford demuestran la importancia que adquieren las
consecuencias de aplicar el examen filosfico al lenguaje religioso. Y si bien son pocos
los que admiten hoy da el planteamiento del positivismo en cualquiera de sus versiones,
no se puede olvidar que al creyente hay que exigirle la mxima claridad en sus
expresiones y en la relacin que establece entre las creencias y la forma de vida de la
que participa. Segn Jos Luis Velzquez, el hombre religioso tiene que ser capaz de
mostrarnos los motivos para respetarle a pesar de nuestro escepticismo.