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“Yo tengo en mucho el calor de una madre y por eso a la Iglesia la hice Madre; y por eso le di
en ella a todos los cristianos a María también por Madre, para que tuvieran un seno que los
calentara, un regazo que los sostuviera. Y por eso tuve Yo Madre en la tierra, y por eso morí a su
lado, haciéndola Madre en san Juan, de todo el mundo. Pero al hablar Yo, al dirigirme a Ella y
decirle: «He ahí a tu hijo», dejaba en su corazón a todos mis sacerdotes representados por san
Juan. Pude muy bien decir a Magdalena: «He ahí a tu Madre», pero me dirigí a san Juan, por
representar ahí a mis sacerdotes como Apóstol, como virgen, como puro, como mi ideal para mis
sacerdotes futuros: todos limpios, todos fieles, todos a mi lado en los suplicios, en las burlas, en la
muerte; todos amorosos, ¡todos con María!
Y san Juan amparó a María, y de Ella bebió la Iglesia mi vida; Ella alimentó con sus
confidencias a mis Apóstoles, a mi naciente Iglesia. María les reveló los secretos de mi
Corazón, los ideales de mi alma, afirmándolos en la fe, en la esperanza y en el amor.
En su corazón bebieron la fuerza divina los primeros mártires, y Ella ha sido siempre la defensora,
la libertadora de mi Iglesia, convirtiéndose por su medio, miles de almas.
Siempre que la Iglesia necesita de auxilio, recurre a María, y Ella ha sido siempre
salvadora y libertadora triunfando de Satanás, amparando con su sombra a la santa Iglesia. Por
eso los sacerdotes, más que nadie, están muy obligados a esa Madre bendita que tanto ha hecho
por ellos, y que los lleva en las niñas de sus ojos. Sacerdotes de Cristo” pags. 116-120