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17. CORTESIA Y _ URBANIDAD CRISTIANA Sumario: 4,3. Afecto, unién, caridar Cortesia y Urbanidad segin S.J.B, de La Salle, - 1, Cortesia y Urbanidad del cristiano seglar. ~ 2. Dignidad del cristiano seglar. - 3.-La vocacion del cristiano en el mundo. 3.1. Llamada a la ‘Santidad personal. 3.2. Llamada a trabajar en fa sar la cultura. - 4/El cardcter virtuoso de las acciones exteriores. 4.1. La modest icacién de las relaciones sociales y de 4.2. El respeto. CORTESIA Y URBANIDAD “SEGUN DE TA SALLE Cuando J.B. de La Salle se propuso escribir una obra de cortesta destinada a los hijos de los artesanos y de los pobres no tenia sino el embara- zo de los titulos: conocia muchos de los manuales en uso en as escuelas o trasladados pot buhoneros a través de ciudades o de la campiia. Desde Prati- ‘ques familiéres de la civilité pour enseigner aux en- fans a vivre et a agir a Pextérieur avec honnéteté et bienséance, de J. de Batencour, a la Civilité nouve- He, contenant la vraye et parfaite instruction de la Jeunesse, lindera de la de los jesvitas; pasando por el Nouveau traité de ta civilité qui se pratique en France, de A. de Courtin; el Traité de la civitié nouvellement dressé d'une maniére exacte et métho~ dique, et suivant les Régles de Cusage vivant, de un anénimo fionés, Jas innumerables Civilizés honnes- tes et puériles e incluso la titulada las Régles de la bienséance civile et chrétienne, cuyo titulo, tan proximo al suyo que hasta se pueda creer que pudo inspirar el de Régles de la bienséance et de la civilité chrétienne. En cualquier caso, la eleccion de tal titulo es por demés significativa. Asi como J.B. de La Salle ha querido hacer de sus escuelas, es- cuelas cristianas, asi la cortesia y ta urbanidad que 184 41 propugna no pueden ser sino cristianas en el sentido perfecto del término. Es interesante establecer paralelisino entre las. definiciones que offecen de la cortesia y de la urha- nnidad, por un lado, los diccionarios de la época y del otro el Prefacio de las RB: Foreriére (1701): Urbanidad, Lo que conviene a luna cosa: que Je da su gracia y su encanto; © si se quiere, accion que conviene a ios tiempos, a los Iu ares, y a las personas; atenciones que se otorgan en todas esas circunstancias. Las urbanidades son de extension infinita: el sexo, la edad, el carécter impo- nen diferentes obligaciones y si no se obsecvan todas, elas se ha de pasar por hombre descortés. Urbanidad. Modales honrados, afables y corteses para actuar y conversar juntos. Se ha de tratat a to- dos con urbanidad. La urbanidad es cual cierta jer- ga que ban establecido los hombres para esconder los malos sentimientos que tienen los unos contra los otros». RICHELET (1709): «Cortesia: Accién que enmarca tiempo, el lugar y las personas, Consideracién que se tiene con la época, con los lugares y con las per- sonas. Cortesia. Modo de no hacer ni decir nada ‘que no resulte cortés y bien adecuado en las relacio- nes de la vida, Manera honrada y civica (..). La ur banidad ha de manifestarse natural, coriés, pruden- te y juiciosa». «La cortesia cristiana es pues un comportamiento prudente y ordenado que por un sentimiento de mo= 0 de respeto 0 de unién y de caridad frente al prdjimo se ha manifestado en los discursos y en los actos externos teniendo en cuenta los lugares, las personas con quienes se charla, y precisamente esta cortesia que se reliere al projimo, es lo que se Hama propiamente urbanidady. (RB IV). sf, por un lado el parecer de los diccionarios cn vivo y por otra parte el alcance de una obra pastoral orientada hacia la perfeccién cristiana. La perfeccidn cristiana del cristiano seglar. cc IA Y URBANIDAD, ~*'DEL CRISTIANO SEGLAR —_—_ OOOO LB, de La Salle subraya, en varios lugares de sus RB, que la obra se orienta a Jos cristianos que viven en el mundo su vocacion bautismal. No em- plea el vocablo «laico», sino el de wseglars: se dan obligaciones que slo se imponen a los seglares {las visitas, p. 159); hay una modestia que no es conveniente a los seglares (tener «la vista baja», p. 18; «los brazos cruzados», p. 38; «es de mal gusto a las personas del mundo esconder sus manos bajo sus trajes o levarlas cruzadas cuando se dirigen a alguien: tales actitudes convienen mas a los reli- ‘gi0sos que a los seglares», p. 39). En et Prefacio se hace alusién a los cristianos «en el mundo», «a las personas que en él viven» (p. 1) y muy particular- mente a los padres y madres, a «dos maestros» y a «las maestras» (p. Il. | DIGNIDAD DEL CRISTIANO SEGLAR Los trozos mas significativos de las RB —y los ‘mis hermosos— conciernen la conciencia que de su dignidad tiene cualquier cristiano: «Es de alta alcurnia ya que pertenece a Jesucristo y que es hijo de Dios, quien ¢s cl sumo Ser» (p. 3). Considera su cuerpo cual templo vivo, «donde Dios quiere ser adorado en espiritu y en verdad» (p. 43), un taber- naculo que Jesucristo se escogié «como morada» (id.), como «el taberndculo donde Jesucristo quie- re, en su bondad, descansar frecuentementen {p-62), como «el templo animado del Espiritu Santo» (id.). Dignidad comin a todos los cristia- nos y que fundamenta, definitivamente, In natura- leza de las relaciones sociales: «Cualquier cristiano al tener que actuar segin las reglas del Evangelio debe ofrecer honor y respeto a todos los demas, considerandolos como hijos de Dios y hermanos de Cristo» (p. 3). Una dignidad advertida —en el contexto propio de este fin del siglo XVII— como muy exigente en el terreno de la urbanidad y de la cortesia: se necesita «estilon. «Lo que mas contri- buye a dar estilo a una persona y a hacerla estima- ble por su modestia cual persona prudente y bien ordenada es cuando mantenga todas las partes de su cuerpo en Ja situacién que ka naturaleza o el uso les han prescrito» (p. 1); se precisa gravedad incluso seiiorio: «Ha de darse siempre en la acti- tud de una persona algo de ponderado y majes- tuoso (...). Unicamente la modestia y la prudencia ‘que un cristiano debe traducir en toda su conducta es cuanto le ha de proporcionar esta gravedady (p. 3). La llamada a Ta’santidad retumba desde la pri- a del Prélogo, Una santidad que ha de vivirse en cuanto constituye la vida de hombres y mujeres comprometidos en el mundo; en el queha- cer cotidiano de las conductas individuales y so- ciales: desde ia cama, al acostarse, en la mesa, en el juego, en las conversaciones y en laa visitas, en los viajes y en la correspondencia, Llamada & la santidad personal y llamada a la santificacién de las relaciones sociales y de la cultura. 3.1,)Llamada a ta santidad personal ya que se trata de vivir y de fegirse «segin el Espiritu de Cristo» (Pref. p. Is); y de hacer de tal manera que ‘anicamente ceste Espiritu anime todas nuestras acciones para hacerlas santas y agradables a Dios» (Pref. p. 1). fy 3.2.) Llamada @ trabajar en Ia santificacion de las felaciones sociales y de Ia cultura. J.B. de La Salle arroja una mirada que podriamos calificar de pesimista sobre el nivel de evangelizacion de los cristianos de su época: «Es sorprendente cdmo la mayoria de los eristianos no considera la cortesia y la urbanidad sino como una cualidad simple- mente humana y mundana, y que al no pensar en 158 levantar su consideracién mis arriba, no la con- templan como virtud que tenga relacién con Dios, con el prdjimo y consigo mismo» (Pref. p. 1). Serd preciso invertir sus «motives» de actuary some- terlos ai juicio de la Escritura: los padres, los edu- cadores, quienes estan encargados de los nifios «no deben nunca, al indicarles las reglas de urba- nidad, el olvidar de ensefiarles que no se han de poner en prictica sino por motivos puramente cristianos y que se encaran a la gloria de ya la salvacion; y situarse muy lejos de insinuar a los nifios, cuya condueta educativa tienen, que si no hhacen tal cosa se les avergonzard, que no se tendra aprecio por ellos, que se les ridiculizard; sistemas todos ellos que no son apropiados mis que a ins- pirarles el espiritu del mundo y a alejarlos del sen- tir del Evangelion (Pref. p. Ils). {Cuiles pueden ser los motivos «puramente ctistianos»? J.B, de La Salle nos remite a san Pa- blo y a san Pedro: «Cuando quicran inducirlos a practicas externas que conciernen a la actitud de! cuerpo y sélo a la modestia, cuidaran de animar- Jos a ello por el motivo de la presencia de Dios, de la cual se sitve san Pablo para idéntico tema, cuando advierte a los fieles coetineos que su mo- destia debia aparecer ante todos los hombres ya que el Seiior estaba cerca de ellos, es decir por res- peto por la presencia de Dios ante quien estaban, si ellos les ensefiaban y les hacian hacer précticas de cortesia cuya finalidad era el préjimo, les a ‘maban a no brindar tales pruebas de benevolen- cia, de honor y de respeto sino como a los miem- bros de Jesucristo y a los templos vivos y anima- dos del Espiritu Santo. Asi, san Pedro exhorta a Jos primeros fieles a quienes escribe a amar a sus hermanos y a tributar a cada cual la honra que se le debe para mostrarse verdaderos siervos de Dios manifestando que a Dios es a quien honran en la persona de su projimo» (Pref. p. 111). Motivaciones puramente cristianas, que ex- plicitan las relaciones conscientes com las tres Personas divinas, si, mas con la finalidad de fa- vorecer comportamientos y practicas que atest giien su especificidad cristiana. La intencién puede no bastar. J.B. de La Salle destaca muy bien la responsabilidad del cristiano en el acto mismo de «dejarse guiar por el Espiritu»: «Pocas personas se dan, que se guien por el Espiritu de Jesucristo, Sin embargo es el iinico que debe an 156 ‘mar todas nuestras acciones para hacerlas san- tas y agradables a Dios; ademas es una obliga- cién de la que nos avisa san Pablo al decirnos, en la persona de los primeros cristianos, que como hemos de vivir por el espititu de Cristo, deberemos guiarnos en todas las actuaciones por el mismo Espiritu» (Pref. p. Is). No es el cristia- no «una marioneta de Dios» (K. Barth): el Es- piritu le ofrece la libertad y ta fueza para que ac- ‘tie segin su temperamento, sus posibitidades creadoras y su corazon. 4) EL CARACTER VIRTUOSO DE LOS ACTOS EXTERNOS «... todas nuestras acciones exteriores, las tini- ‘cas que pueden ser afectadas por la urbanidad, de- ‘ben siempre tener y Hevar consigo su cardcter de virtud». Sin sacralizar cuanto ciertas reglas de ur- banidad o de civismo pueden conservar de relativi- dad, su ejecucién nunca es neutra, para J.B. de La Salle. Tampoco en la relacion que establecen, muy coneretamente, con Dios, con los demas y consigo mismo. Son para él, las reglas de cortesia y urba- lad, la expresion de situarse y de manifestar su habilidad de modo que comprometan la realidad moral y la realidad espiritual del hombre. En pri- ‘mer términog la realidad moral. J.B. de La Salle no es de los hombres que se evaden en un misticismo enajenado o en un iluminismo memo. En las RB el peso del esfuerzo virtuoso es considerable: «Todas nuestras acciones exteriores, las inicas afectadas ppor las reglas de la urbanidad, deben siempre te- ner y llevar consigo su cardcter de virtudes». (Pref. Pp. 2) «... todas nuestras aeciones exteriores... de- ben... siempre tener..»: este radicalismo es muy la- saliano. Lo volvemos a encontrar en esta condena- cién, pesada segin criterio nuestro, de esas perso- nas que controlan mal sus impresiones y las dejan traslucirse en sus facciones: «Esas personas cuyo rostro cambia en cada ocasion que se les presenta son muy molestas y se tiene mucha dificultad en soportarlas; ora se presentan con un rostro alegre, ora con rosiro y aspecto melancélico; a veces de- nota inquietud y otras veces ardor; lo cual da a.co- nocer en esa persona, que no posee virtud alguna y que no se esmera en domar sus pasiones, y que sus modos de actuar son totalmente humanos y naturales y de ningin modo segin el espiritu del cristianismo» (p. 12), Bste trozo es interesante ademas en cuanto nos ofrece como en «hueco» y molde aquello en donde se reconoce la virtud pro- pia de la cortesia y de la urbanidad: crea agrada- bies relaciones humanas y las facilita —ella es due- ‘ia de sus pasiones— con dominio de si hasta en su exterior —por motivaciones que van muy alld de la simple espontaneidad moral o fisica. Para J.B. de La Salle, la urbanidad y la corte- sia «es» virtud: reprocha a «la mayoria de los eris- tianos», lo hemos anotado, el no comsiderar «la cortesia y la urbanidad sino como cualidad pura- mente humana y mundanap y de no contemplarla «como virtud que a Dios se refiere, al projimo y a nosotros mismos» (Pref. p. I). Una virtud que en- globa muchas mas. Las RB se levantan en torno a tres de entre ellas: modestia, respeto, afecto. «La cortesia y la urbanidad no consisten pues, propia- mente sino en practicas de modestia y de respeto de cara al projimo; ya que la modestia se muestra particularmente manifiesta en la serenidad y en el respeto hacia el préjimo, en las acciones normales que se ejecutan casi siempre en presencia de los de- mas, se ha tomado la decisién de tratar en este Ti- bro de ambas cosas por separado. I, De la modes- tia que debe manifestarse en la compostura y en la actitud de las distintas partes del cuerpo, 2. De las sefiales externas de respeto o de afecto particular que se han de dar, en las distintas aociones de la vida, a todas las personas en cuya presencia s¢ les da y con quien se tenga relacion» (Pref. p. VI). O como muy bien sefiala en su definicién de la urba- nidad-cortesia: modestia, respeto, unién y caridad. «La urbunidad es pues, un comportamiento pru- dente y ordenado que se ha manifestado en ios digeursos y en las acciones externas por un senti- miento de modestia o de respeto, 0 de union o de caridad hacia el projimo, con atenciéa al tiempo, a los lugares y a las personas con quienes se con- versa; y es esta cortesia que ataiie al projimo lo que propiamente se nombra urbanidad» (Pref. p. IV), El estadillo, mas abajo estampado, da una ojeada sobre les numerosas virtudes que se impo- nen al cristiano a través de su compostura y de las relaciones interpersonales. Estin dispuestas en su relacién con las virtudes «pivots». La cifra indica el niimero de referencias que de cada una de ellas se hallan en las RB: Modestia —-45—-Respeio. “WL Afecto 6 Humiliad = 2 Estima 23° Benevoiencia 9 Moderacidn [4 Sumisiin 7 Caridad 16 Prodencia 9 Consideracion 20. Union 6 Discrecin 16 Deferencia «4 Amistad 8 Sabiduria 40. Discrecidn 4 Mangedumbre_ 12 Circunspeccibn 8 Justicia 3. Gratitud 7 Seacillez 2 Piedad filial 1 Condesoendeacia 5 Sobriedad 5 Fidelidad 4 Templanza 2 Sinceridad 8 4, 1 /La modestia Es la virtud ‘propia del decoro, es «la regla del comportamiento cristiano en cuanto se refiere al exteriom (pp. 638). Una virtud exigente: nada es- ‘capa a la modestia de cuanto se manifiesta al exte- rior. El ritmo general de la persona, el aspecto {p. 1), eh control de cualquier parte de! cuerpo (id) que luego especifican los distintos capitulos de la parte primera de las RB: «Sobre la cabeza y las orejas» (II), «Sobre los cabellos» (IID, «Sobre el rostro (IV), «Sobre la frente, las cejas y as mejie Nas» (V), «Sobre los hombros, tos brazos, y el co- do» (XD), «Sobre las rodillas, las piernas y los pies» (XIV), Esta modestia se te impone desde el acto de levantarse y te sigue hasta la intimidad de! hecho de acostarte: «Inmediatamente que se esié la cama, s¢ ha de tapar todo el cuerpo, salvo el rostro, que siempre ha de permanecer descubierto; para mayor comodidad no se debe uno colocar en postura indecente, ni que el pretexto de que se dormiré mejor domine la buena compostura: no es conveniente encoger las picrnas, sino extenderlas, ‘muy adecuado acostarse ya de un lado, ya de otro; ya que de por si no es cortés dormir supino boca abajo» (p. $4). Es un arte de comedimiento y de equilibrio: «Aunque nada se haya de ejecutar como estudiado o remilgado en su exterior, se de- be, no obstante ordenar el buen uso de cualquier parte del cuerpo» (p. 2). Los nifios y los que no se han formado «en su primera edad, deben adies- twarse de una manera particular, hasta que se acostumbren y hayan logrado que tales précticas resulten Ilanas y como naturales» (pp. 2s). También a la modestia le corresponde el decoro en los vestidos. A los ojos de J.B. de La Salle entra- fia una significaciGn tan extensa cual profunda: «Para usar trajes modestos es preciso que no luzcan apariencia alguna de Iujo 0 de vanidad. Manifiestan 187 vileza de espiritu quienes se aferran a trajes y rebus- can los vistosos y suntuasos, y cuantos tal hacen, se manifiestan despreciables a las personas sensatas; pero lo que es de mayor fuste, que renuncian pibli- camente a los compromisos bautismales y al espiritu del cristianismo; quienes, al contrario desprecian esas vanidades dan sefiales de gozar de gran corazon y de un criterio muy alto; en efecto traducen en su conducia que se aplican mas a adomar su alma con virtudes que brindar atractivo a su cuerpo, y mani- fiestan por Ja modestia de sus vestidos la sabiduria y sencillez de sus almas» (p. 64). En fin a la modestia corresponde ordenar la manera de situarse en Ja conversacion. Nuestra manera de hablar de si, por ejemplo: «Hay personas tan henchidas de si que en- tretienen siempre a quienes conversan sobre lo que han hecho, y lo que hacen, y que se han de apreciar mucho tanto sus palabras como sus acciones. Esta forma de comportarse en las charlas es muy inesmo- da y cargante para los dems, Ufanarse ante los de- mis y hablar en su favor es algo que choca anta- ~ gonicamente a las conveniencias; seiai, también, de titerio ruin; prerrogativa del hombre discreto es la Ae no hablar nunca de cuanto a él se refiete sino como respuesta ante quien se lo pregunte: incluso entonces hagalo con suma moderacion, mucha mo- destia y discrecién» (p. 206). Virtud del intimismo cristiano, 1a modestia, es ala par virtud del testimonio silencioso, una «pre- dicacion muda» como decia Francisco de Sales. Filla debe «resaitar. Para J.B. de La Salle, un cris- tiano «hace profesion de modestia» hasta e incluso a través de los esfuerzos humildes para hacerse grato a los demas; «Una persona que quiere hacer profesin de humildad y de modestia, y conservar un exterior prudente y sosegado, debe conformar- se con una mirada afable, apacible y serena, Quic- nes no han sido agraciados por la naturaleza con tal ventaja y que no poseen tal atractivo deben co- rregir tal omisin con una serenidad alegre y mo- desta, y procurar no afiadir a sus miradas algo de- sagradable ante sus descuidos» (p. 17). La referen- cia biblica se halla en san Pablo; él que advertia «a los fieles de su época que su modestia debia mani- festarse ante todos los hombres, ya que el Sefior estaba cerca, es decir por respeto a la presencia de Dios ante quien estaban» (Pref. p. VD. Subrayemos esta dinamica de la fe: sentimien- to de la presencia de Dios —modestia de ta actua- 158 cin personal— profesién, testimonio piiblico de esa interior vivencia. Las RB precisan mucho que se habla de la modestia-sencillez propia de los se- glares. J.B. de La Salle distingue, efectivamente —con Ia global cultura de su época— la modestia que han de manifestar los eclesiasticos y los reli- giosos de la que se adectia a los que viven «en el mundo»; asi, «Como no es digno mantener la mi- ada demasiado altanera, tampoco quienes viven en el mundo tengan una mirada apocada ya que eso tiene aspecto de un religioso mas que de un se- lar, los eclesiasticos y quienes pretenden Hlegar a serlo, deben manifestar en su mirar y en su ambito exiemno suma citcunspeccién. Pues pertenece al decoro, a quienes estén comprometidos o tienen imencién de comprometerse en este estado ecle- sial, el acostumbrarse a la mortificacién de sus sentidos y de mostrar por su modestia que al estar consagrados a Dios o al desear consagrarse a El, tienen la mente ocupada en El y en cuanto le con- cierne» (p. 18). «Por eso no se Nevardn los brazos cruzados; es una modestia especifica de los religio- sos que no cae bien en los seglares. La postura que les es adecuadamente cortés es que estén situados delante, ligeramente adosados al cuerpo y ambas manos una contra otra» (p. 37). De modo que ya se sea eclesiastico, religioso o seglar el com miento en su compostura se impone. Sin explicitar més, J.B. de La Salle remite a los cristianos de su tiempo al testimonio no de los individuos aislados sino al de ta Comunidad, de una Iglesia cuyos miembros a ejemplo de los de Pablo o de los pri- eros siglos, se edifican mutuamente y se exhiben frente a los no eristianos: «Al vivir asi como ver- daderos cristianos y al tener modales externos conformes a los de Cristo y a los de su profesion, se diferenciarin de tos infieles y de los cristianos de nombre, como asegura Tertuliano, que se dis- tinguian y se discernian los cristianos de su tiempo por el exterior y por su modestia» (Pref. p. IV). Cuando J.B. de La Salle habla del respeto en las RB, lo contempla desde dos dngulos diferen- ciados. Se dan el respeto como comportamiento exigido por Ja ley moral y el respeto que nace de ta toma de conciencia del misterio que cualquier cris- tiano Tleva consigo. 42.1 El respeto como deber, como ordenado por Dios. En sus «Deberes de un cristianiy hacia Dios» (CL 20), J.B. de La Salle hace del respeto uno de 10s deberes debidos a las personias depositarias de auto- ridad en virtad del 4° Mandamiento de Dios: «Dios, por el cuarto mandamiento nos ordena honrar a muestros padres y madres: bajo tales nombres de pa- dre y madre se entienden cuantos poseen sobre no- sotros alguna autoridad, como son padres, madres, tutores, curadores, padrinos, madrinas, maestros, imaestras, los maridos frente a sus esposas, los sefio- res, los magistrados, los prelados y pastores de la Iglesia (..). Cinco son los deberes que han de cum- plir los hijos'con sus padres y madres en virtud del mandamiento: deben amarlos, respetarlos, obedecer- les (..). Los eriados y las sirvientas deben respetar a sus amos y amas, amarlos, obedecerlos (..). A los tutores se les debe amar, honrar, obedecer y escu- char con agrado (..). Idénticos deberes con los ma- gistrados y las personas que gozan de autoridad so- cial como a los tutores (..). Las obligaciones de los diocesanios para con su abispo, de los feligreses fren- te a su cura, y de los inferiores tocante a los superio- tes espirituales son las de amarlos, obedeverios comma a Cristo que representan (...)» (pp. 123-129). Se trata pues y siempre de un respeto debido; de un respeto que puede demandarse, inchuso socialmente, Puede decirse que en sus manifestaciones externas es pro- porcional al grado de autoridad de la persona que a ello tiene derecho, De este modo las RB hablan 28 vveoes de las «personas 2 quienes se debe respeto» y 10 veces, de «las personas a quienes debemos mucho respeto». Los matices arrancan en gran parte de las, realidades sociocutturales de la época. Juzguemos de ello a través de este pirrafo del Prefacio: «Se ha de cconsiderar a si mismo y lo que uno es, ya que quien 3 inferior a otros, esta obligado a tener sumision para quienes le son superiores, ya por el nacimiento, ya por el oficio, ya por su categoria y manifestarles mucho mayor respeto que no haria otro que les fuera del todo igual. Por ejemplo: un labriego debe mani- festar externamente mayor honra a su sefior que un artesano que de l no dependiera; y tal artesano debe adelantar mayor respeto a este sefior que un gentil- hombre que acudiera a verle» (p. VD). El vocabulario agui empleado es revelador: nos situamos en los do- minios de la urbanidad: se trata de «manifestar» mu- ‘cho mayor respeto hacia uno que hacia otro, de ren- dir externamente més honor a uno y menos a otro, «Las pruebas de respetoy —una expresion muy lasaliana— son tan diversas como las situa- iones y Jos encuentros. Asi, en la corresponden- cia: «Bs preciso que las cartas que se dirigen a sus superiores, sean muy respetuosas; las que se diri- ‘gen a sus iguales, sean corteses y oftezcan siempre algunas muestras de consideracién y de respeto; en cuanto a las que se escriben a sus inferiores se les ha de indicar en ellas signos de afecto y benevolen- cia» (243). De esta manera, con ocasidn de una vi- sita activa o pasiva: «Cuando se quiere realizar una visita @ una persona, para quien se debe consi- deracién y respeto sera preciso usar ropa blanca y trajes limpios, pues son santo y seiia de respeto: con antelacion se ha de advertir lo que se tendra que decir» (p. 162); «si la persona que nos visita es de gran categoria social o si se le debe mucho res- ‘peto sera incluso correcto ir a recibirla a la puerta ain mas alla, cuando se percata uno de su llega- da para ofrecerle mayores mnestras del respeto ‘que se tiene» (p. 167). Una lectura poco continua- da de las RB brinda a veces Ia impresién de que todo esta ahi dicho, con el minimo detalle, a tal punto que la llamada a la creatividad de los prota- gonistas —inferiores, iguales o superiores— es ine- xistente. Una atenta lectura de los trozos tales como los que hemos citado pone sobre el tapete, al contrario, el margen de iniciativa y de adapta- cién que se deja —que se exige—a las personas en juego: les corresponde a ellas hallar la expresion respetuosa exacta, la que conviene a la situacion, a las relaciones sociales; hasta donde han de legar para recibir a la persona que deben respetar. Es un arte del saber-vivir, también aqui. Y un arte ejerci- tado por un cristiano. 1 4.2.2. Elrespeto que nace de ia toma de concien- cia del misterio que cualguier cristiano leva consigo. Merced a los sacramentos de la identidad cristiana hemos entrado en un misterio de relaciones privile- giadas con cada una de las Personas de la Trinidad, Se dan en ese apartado expresiones teologicas que J.B. de La Salle aprecia muy particularmente: las encontramos en su catevismo y en la Cortesia. En sus Devoirs d'un chrétien envers Dieu: «El bautismo ¢s un sacramento que bocra en nosotros el pecado original y todos los pecados que se podrian haber cometido antes de recibirlo, y que nos hace hijos de Dios y de la Iglesia, miembros de Jesucristo y tem- 139 plos vivos de! Espiritu Santo (...). Este sacramento comunica al alma una gracia abundantisima que la santifica y la hace agradable a Dios (..). Por esta gracia somos hechos hijos de Dios: porque ella es la que nos hace participar de la santidad que le es na- tural a Dios y al dirnosta nos adopta por hijos su- yos (..). También es el bautismo quien abre al alma {que lo recibe la puerta del cielo que antes le estaba cerrada y que rechaza el demonio cuya posesién era: ¢s cuanto la Iglesia nos sefiala por los exorcis- mos que ef sacerdote hace sobre cl que debe ser ‘bautizado; y al mismo tiempo que es expulsado el demonio, el Espiritu Santo toma posesion de ella; por esta razén se dice que a través del bautismo nos constituimos templos del Espiritu Santo. Recibimos igualmente el Espiritu de Jesucristo, y este sacra- mento nos vincula a El de manera tan particular € {intima que desde el momento de su tecepcién so- mos considerados por Dios como los miembros de su Hijo hecho hombre» (pp. 211-213). En cuanto a la Eucaristia: «Este sacramento produce admirables efectos incluso en nuestros cuerpos: les santifica por su presencia y por el con- tacto del cuerpo de Nuestro Sefior; les consagra y Jes vuelve efectivamente miembros de Jesucrista: les hace taberndculos vivos del Santisimo Sacta- mento, y asi, segin san Cirilo, nos transformamos en portadores de Dios, al llevar a Cristo en noso- tros cuando recibimos su cuerpo sagrado en nues- tos pechos» (p. 260). En sus RB, J.B. de La Salle nos remite a estos datos teolégicos y misticos para fundar el respeto de si y de su propio cuerpo y también el respeto de los demas y de sus cuerpos. Ser chijos de Dios», «miembros de Cristo», demplos del Espiritu Santo», «tabernculos vivos de Jesucriston. Tantas afirmaciones de fe son ca- paces en efecto, de alimentar una cultura y una ci- vilizacién del respeto, Nos ubicamos aqui en el co- razon del mensaje lasaliano. Escuchémosie: «Cual- quier cristiano que debe guiarse segin las reglas del Evangelio debe guardar honor y respeto a to- dos los demas, al contemplarlos como hijos de Dios y hermanos de Cristo» (p. 3); (Padres y ma- dres) les animardn 2 no dar estas pruebas de bene- volencia, de honor y de respeto sino como a los miembros de Cristo y a los templos vivos y anima- dos del Espiritu Santo (Pref. p. III); «Como no de- bemos considerar nuestros cuerpos mas que como templos vivos, donde Dios desea ser adorado en 160 espiritu y en verdad, y como taberndculos que Cristo ha elegido para morada suya, debemos también a la vista de las bellas cualidades que po- seen, otorgarles mucho respeto; y muy particular- mente esta consideracién nos ha de comprometer ano tocarios y a no mirarlos sin una indispensable necesidad» (p. 43). «El desalifio en los vestidos es una sefial de que 0 no se presta atencién a la pre- sencia de Dios, 0 que no se tiene por El bastante respeto; da también a conocer que no s¢ tiene res- peto a st propio cuerpo que, sin embargo, se ha de honrar como templo animado del Espiritu San- to, y el taberndculo donde Cristo tiene la bondad de descansar frecuentemente» (pp. 615). 4.3. Afecto, uni6n, caridad Las palabras por las cuales J.B. de La Salle defi- ne el terver polo en tomno al cual se han claborado las RB son, ya se ha visto, el «afecton, la «union, la «caridady. Para comprender bien lo que se ha de colocar detris de cada uno de esos vocablos tene- ‘mos interés en acudir una vez mas al catecismo la- saliano, Les Devoirs d'un chrétien envers Dieu. ‘Como para la modestia y el respeto, afecto, uni caridad se han de situar en un contexto mas espiri- tual que moral, hasta mistico. Asi que cuando el autor de las RB habla de afecto se pensar menos en dafectos naturales» que en «afectos conformes a los de Criston, Si habla de unin y de caridad, ha- bbré que hacer referencias a las que el Espiritu Santo derrarna.cq Jos corazones. 43.1, /Afecto. La transformacién que realiza la presencia de Jesueristo en la Eucaristie alcanza primordialmente nuestros afectos antes de ensan- charse a toda nuestra conducta moral: tal es la doctrina lasaliana de los Devoirs d'un chrétien en- vers Diew: Wesucristo al instituir este sacramento hha puesto de manifiesto, de una manera muy par- ticular, su afecto por nosotros. Pues nos une a si de la mancra mas estrecha y mas excelente que imaginarse pueda, ya que se nos da a la manera de alimento. No se halla wnién mas intima en la na- turaleza: no se cambia en nosotros, pero nos cam- bia en él en cuanto puede por la recepcién de este sacramento, al cambiar no nuestra substancia, sino nuestros afectos ¥ muestras costumbres para hacerlas conformes a las suyas» (pp. 249s). De modo que son «nuestros afectos y nuestras cos- tumbres», todo cuanto constituye el objetivo de la urbanidad y de la cortesia de alguna manera, que se han de volver «conformes» a los afectos y a las costumbres de Jesucristo al acoger este amor que se entrega en el Sacramento. Las RB no son ilusas: ena vida de cada dia no s6lo se encuentra esa es- pecie de cristiano, Por cjcmplo, «hay personas que cuando estin en compahia sélo hablan de lo que les gusta c incluso a veces de cosas cuya estima- idn les resulte muy especial; si un perro, un gato, un pajaro o algin otro animal, les gustan, su con- versacién se expandira en torno a ellas continua mente; ademas, de tiempo en tiempo les hablarin en presencia de los demas e interrumpiran para eso el normal discurso; 1o que a veces les priva de prestar atencién a cuanto los demas dicen (...)» (pp. 209ss). Se impone e] esfuerzo moral: «Tampo- co es de buenas maneras tener el rostro melancoli- 0 y cariacontecido; nunca se ha de reflejar nada que manifieste pasion o algin afecto alterado» (p11); y «si es conveniente mirar a alguien, me- nester es que sea de forma natural, afable y cortés ¥ que no se descubra en las miradas pasion ningu- nna de afecto desordenado» (p. 19). Por Io demas, dar «sciiales externas» de afecto, «en las diferentes acciones de la vida a cualquier persona a quien se les da y con quienes se pueda tener relacién» (Pref. p. VI) supone que se observan las reglas y los usos que impone ef medio sociocultural en el cual se mueven, De tal modo que, segiin las RB, tinica- mente «se ofrecen pruebas de carifio y de benevo- Iencia a los «inferiores» (p. 243); que después de haber recibido beneficios de alguien, debemos pa- tentizar nuestra gratitud «y la deuda que con él te- nemos, manifestindole nuestro afecto y la fideli- dad a sus érdenes» (p. 225), En lo del apreton de manos: «No est nunca permitido, a una persona que le debe respeto a otra, el presentarle fa mano para oftecerle alguna sefial de su estima o de su afecto; seria faltar al respeto que se estaria obliga- do hacia tal persona y usar hacia ella de familiari- dad demasiado indiscreta; sin embargo, si una per- sona de categoria o que sea superior adelanta la mano para darscla a otra de menor cualidad que ella 0 que le es inferior, ésta debe admitir este ho- nor y offecer la suya inmediatamente y aceptar tal favor como indice de singular bondad y de bene- volencia» (p. 40). Queda un margen que la libertad cristiana puede salvar por encima de la «regla» y del «uso» y crear algo «nuevoy en el mismisimo coraz6n de las relaciones civiles: «Cuando a al- guien se le oye murmurar de otro, la urbanidad es- tablece que se disculpen sus faltas y que se haga de tal manera que se hable bien del mismo; que se in- terprete en buen sentido y se estime alguna accion que haya realizado; es medio para atraer el afecto de los presentes y de hacerse grato a todos» (p. 196) ... agradable a todos y grato a Dios! 4.3.2.) Union y caridad. Cuando J.B. de La Sa- lle, én sus Devoirs d'un chrétien envers Dieu, trata «De Ia obligacion que tenemos de amar al proji- mo» (pp. 98ss) apunta primeramente al doble Mandamiento del Evangelio: «No debemos con- tentarnos con amar a Dios, también debemos amar al préjimo: es el segundo mandamiento de la Ley que nuestro Sefior nos propone y del cuat dice ser semejante al primero porque alli se encierra; porque dice san Juan que quien no ama a su prdji- mo y asegura que ama a Dios es mentiroso: efecti- vamente quien no ama a su hermano a quien ve ¢podré amar a Dios a quien no ve». Bs un rasgo verdaderamente lasaliano esta preocupacion de vineular amor de Dios y amor del préjimo. Tncluso si este amor del préjimo no es igual ha- ia todos: «Cuando se asegura que debemos amar & nuestro projimo ha de entenderse que hemos de amar a todos los hombres que son projimos nues- tros y hermanos nuestros, al ser todos descendien- tes del mismo Padre; no debemos, sin embargo amarlos todos igualmente; los hay a quienes he- mos de amar mas que a otros, y son éstos los ver- daderos cristianos que viven segim ta Ley y las miximas de Jesucrisio, porque éstos nos pertene- cen de una manera mucho mas especial que los de- ms hombres, al ser nuestros hermanos por un na- imiento divino que recibieron en el Bautismo y que les hace hijos de Dios, mientras los demas hombres no son nuestros hermanos més que por ‘un nacimiento puramente natural y humano». Esta «obligaciony de «amar mas que 2 los otros» a quienes son nuestros hermanos en la fe se ‘nos impone no como obligacién moral sino como actitud de apertura y de acogida al Espiritu; la caunién» que se ha de realizar es, en efecto, de or- den mistico: «Hemos contraido otra union mucho que somos todos miembros de Jesucristo y de la Iglesia y que no formamos sino un solo cucrpo con ellos, El Espiritu Santo al animar la Iglesia produce esta unién entre los fieles y los atina a t dos intimamente con Jesucristo». ¢Qué repercusio- nes pueden tener, tales textos, en las RB? Cierta- mente J.B, de La Salle no se olvida que escribe un tratado de urbanidad para un piblico modesto: Ios hijos de los artesanos y de los pobres, los maes- tros y maestras de las escuelas mas populares. ‘Muy concreto, evita las consideraciones humanis- tas 0 teoldgicas amplias. Sin embargo, no rebaja su diana cultural y pastoral. El significado que él atribuye a los gestos de la amistad es significativo. El apretén de manos: «Es dar a una persona una indicacion de amistad y de unién particular el colocar su mano en Ia suya cual prueba de corte- sia. Por ello tal acto no se ha de realizar sino entre personas iguales, la amistad no puede darse sino entre personas que no tengan nada una sobre la ‘tray (p. 40}; el beso: «El beso es otra modalidad de saludo, que no se estila ordinariamente mas que entre personas con unidn entre si y amistad particular. Estuvo muy en uso en la Jelesia primi- tiva, entre los fieles, que se servian de él como de un signo visible de unin muy intima entre todos y de caridad perfecta, asi les exhorta san Pedro a los Romanos y a todos los demas a quien escribe, de saludarse» (p. 169); las visitas: «La urbanidad eris- tiana se atiene a la caridad en las visitas, cuando se ejecutan, 0 para contribuir a la salvacion det projimo de cualquier modalidad que fuere, 0 para prestarle algtin servicio temporal, o para rendir pleitesia cuando se le es inferior, © para conservar con él una union cristiana en totalidad» (p. 160), La caridad ha de saber ser en si delicada: «Cuando alguien dice o hace algo que no se ha de decir, si uno se percata de que la persona que ha- b16 lo hizo desconcertada y que se reconoce humi- Hada ante su fallo al reflexionar sobre si y sobre cuanto dijo, se ha de fingir no haberse enterado; y si quien lo dijo o hizo pide disculpa corresponde a la prudencia y a la caridad interpretar favorable- mente el incidente y ha de estar uno muy lejos de burlarse de quien hubiere adetantado algo que pa- receria poco cuerdo, y aiin mucho menos tratarlo con desprecio; pudiera muy bien ser que uno no ha captado bien su pensamiento. En fin no es de 162 hombre cuerdo causar nunca vergiienza a cual- quiera que sea» (p. 203); a la par: «Frente a los imperfecciones de los dems, o ellas son naturales © son viciosas; si son naturales, es indigno de un hombre juicioso y de prudente proceder, reir o di- vertirse, puesto que quien las posee no es el cau- sante y que de él no depende el poseerlas 0 m0, y fo se hallaré hombre a quien no hubiera podido aleanzarle cosa similar; si son imperfecciones vi- ciosas de las cuales se sirve uno para divertirse, eso va totalmente contra la caridad, y contra el es- piritu cristiano que mas bien inspira tener compa sion y ayudar a los demas a corregirse, y no hacer de ello tema de recteo y burla» (pp. 1345). Subrayemos este rasgo iiltimo: «el espiritu eris- tiano inspira mas bien el tener compasion y el ayu- dar a los demas a corregirsen... Nos situamos nue- vyamente aqui en el corazén del mensaje lasaliano en las RB, Lo hemos dicho, él ha querido que sus escuelas sean “cristianas”, J.B. de La Salle quiere que sus reglas de Urbanidad y Cortesia sean “cris- tianas”. Cristianas ya que han de ser vividas por cristianos que no lo sean tinicamente «de nombre» (ref. p. IV). Cristianos conscientes, de verdad, ante las si- tuaciones & veces muy complejas «que se atienen a Jos tiempos, a los hugares y a las personas con quienes se conversa» como lo dice en el Prefacio (p. IV), pero igualmente conscientes del Misterio cuyo testimonio han de dar. Nos podemos plan- tear la pregunta: jcémo adquirir este «espiritu cristiano» que hace qué en una situacién dada —aqui ante el escdndalo de un proceder vicioso— s¢ experimenten, casi espontdneamente, sentimien- tos propiamente evangélicos —aqui, compasion y deseo de ayudar a que se corrijan? Sobre qué se sostiene esta sensibilidad que se orienta, con es- pontaneidad, hacia cuanto pueda agradar a Dios? Las hermosas disquisiciones consagradas por J.B. de La Salle a las visitas que la «conveniencia im- pone a todos los seglares» pueden indicarnos en qué sentido buscar los elementos de la respuesta. En resumen, digamos que esta educacion que pri- meramente es una conversién de la sensibilidad, se hace en actitud contemplativa frente a los santos, mayormente frente a Cristo, ante él que es la reve- lacién del hombre en sus relaciones con el Padre, smo y con los dems. Hay un esfuerzo . de reflexion para conocer y para dis- cernir qué comportamiento se requiere. Se ha de comulgar con las «miras» y los «motivos» que los santos o Jesucristo han podido manifestar. «La Santisima Virgen, aunque muy recogida, ha hecho una visita a su prima Isabel y parece que el Evan- gelio Ia trae muy ampliamente a fin de que nos pueda servir de modelo de las nuestras. También Jesucristo ha efectuado varias veces visitas como sencillo gesto de caridad, no teniendo, por lo de- mas, ninguna obligacién, Para conocer perfecta- mente y para discernir en qué ocasiones se debe vi- sitar, menester sera persuadirse que la urbanidad cristiana no debe atenerse sino a la justicia y ala caridad; y la urbanidad no puede exigir visitas que fo se justifiquen o por la necesidad, © para ofrecer 4 alguien seitales de respeto o para mantener la unidn y ia caridad (..). Siempre ha sido por alguna de esas miras o por algunos de tales motivos, que Jesucristo Nuestro Seiior ha procedido en todas fas visitas que hizo; ya que eran o para convertir a las almas a Dios, como en la visita que brindé a Zaqueo, o para re- sucitar muertos, como cuando fue a casa de santa Marta luego de la muerte de Lazaro o en casa del jefe de la Sinagoga; o para curar enfermos, como cuando llegé a casa de san Pedro y del Centurién, aunque no hiciera esos milagros sino a fin de ga- nar los corazones para Dios; 0 como indicacién de amistad y benevolencia, como en la tltima visita que cumplié con las santas Marta y Maria Mag- dalena» (pp. 159-161). CONCLUSION El caracter de las RB, muy localizado his- téricamente, —en el plan socio-cultural, sobre todo— no invita a los cristianos a los cuales se dirigen a wcopiar» a los santos o a Jesucristo, oa «calcary motives cristianos sobre conductas cualesquiera. Hemos podido consiatarlo a lo largo de las paginas que preceden. J.B. de La Sa- lle apunta a suscitar no duplicados, sino discipu- los de Cristo en cuanto animados por el Espiri- tu. Las RB, jun «manual de spirituatidad» para uso de los seglares al del siglo XVIII? {Por qué no? En cualquier caso, sin duda nos inierpe- Ia a nosotros, laicos del siglo XX que finaliza Su mensaje gn0 empalma la exhortacién apos- (lica Christifideles laici, sobre la vocacion y la misién de ios seglares en la Iglesia y en et mun- do? «La vocacién de los fieles seglares a Ja santi- dad demanda que la vida segiin el Es prese de manera particular en su insercién en las realidades temporales y en su pa ‘ las actividades terrenas. Nuevamente el Apéstol nos anima: «Todo cuanto hacéis, todo cuanto decis, sea siempre en nombre de Nuestro Sefior Jesucristo, dando por medio de él gracias a Dios Padre» (Col 3,17). Al aplicar las palabras del Apéstol a los fieles seglares, el Concilio afirma de manera muy firme: «Ni cl cuidado de su fa- milia, ni los negocios temporales deben set ex- traftos a su espiritualidads. Tras ellos tos Padres del Sinodo han declarado: «La unidad de la vida de los fieles seglares es de una importancia su- ma; deben, en efecto, santificarse en la vida or- dinaria, profesional y social. Para que puedan responder a su vocacion, los fieles seglares de- ben, pues, considerar su vida cotidiana como una ocasién de unién con Dios y de cumplimien- to de su voluntad, como también de servicio ha- cia los demas hombres, encamindndolos hasta la comunién con Dios en Cristo» (§ 17), 163 Temas complementarios: Alma-cuerpo; Amor-caridad; Atencién; Autoridad; Cristiano; Mandamientos de Dios; Conver- saciones; Conversion; Deberes de un cristiano; Deberes-obligaciones; Edificacion; Espiritu det nismo; Espiritu del mundo; Espiritu Santo; Discernimiento; Maximas Mundo-Evangelio; Misa-Eucaristia; Modestia; Mundo-relacién con el mundo; Misterio(s). BIBLIOGRAFIA 1. J. AnMocaTue, (dit.), Le Grand Siécte et la Bible, Paris, Beauchesne, 1989. 2. F. Amior, Les idées maltrestes de saint Paul, Paris, Cerf, coll. Lectio divina, n° 24 3, Ch. BERTMELET DU CHESNAY, Beriture Sainte ot vie spiituelte, Le 17 siécle, D'S, t4, col. 226-238. 4. G. 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