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silencio y a la oración
en los niños
Módulo III
La iniciación al silencio y a la
oración en los niños
Módulo III
OBJETIVOS
CONTENIDO
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La iniciación al silencio y a la
oración en los niños
Módulo III
Bendecir la mesa
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oración en los niños
Módulo III
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La iniciación al silencio y a la
oración en los niños
Módulo III
“¿TIENES MI LIBRO?”
DIOS
Presentación
Estefanía vivió con intensidad la escuela de oración que tiene lugar cada año en la Caruja de Pesio, en la
provincia de Cuneo. Cuenta: “Después de mi experiencia espiritual muy fuerte, hecha hace algunos
años, decidí encaminar a la misma también a los jóvenes que me confiaban y a los animadores de mi
oratorio. El compromiso era Lectio Divina todos los días con una periódica Communicatio juntos. Yo
proveía el aparte bíblico de cada día y añadía algún consejo. Inicialmente todos se desempeñaron…
Luego algunos se retiraron, otros no fueron constantes, pero un grupo permaneció fiel. La Palabra
transforma a las personas y las hace crecer. He constatado con estupor y dicha un camino muy lindo y
una maduración humana y espiritual formidable.
Una muchacha, a quien asesoraba desde el bachillerato, llegó a ser animadora de grupo. Me rogó que
continuara sugiriendo los temas bíblicos y me confió: ´Ha sido uno de los pocos compromisos que logré
mantener en este año´. Mostraba mucha satisfacción y dicha por esta fidelidad. Cuando nos separamos,
me fui a agradecer al Señor quien está trabajando en ella. Un compromiso con Dios no es un peso
insoportable o algo para hacer, sino un encuentro, y la fidelidad es una dicha.
Reunirnos ante el Libro de la Palabra, escuchar a Dios que habla y dejarlo entrar en la vida es el
momento más bello del camino de fe. Ha sido el don más grande de mi vida y es por eso que siento la
urgencia de hacerlo también don para los demás.
El camino que la Palabra cumple en nosotros me ha parecido fácil y adecuado a los adolescentes y ha
comprometido a pequeños y animadores.
En la primera Communicatio estaba titubeante: ¿hablarán? La primera en levantar las antenas fui yo
misma y me he encontrado en la escuela de oración de mis muchachos. El señor les ha hablado y ellos
han escuchado y lo han comunicado: las riquezas que ha compartido eran inmensas. Los pequeños no
tienen máscaras, y son capaces de relación auténtica con Jesús. Son la Palabra viviente: ´ ¡Si no os
volveréis como niños!´. He comprendido por qué Jesús estalló de alegría agradeciendo a Dios quien se
revela a los pequeños (Cf. LC. 10, 21)”.
El entusiasmo de Estefanía Raspo y su deseo misionero de comunicar su propia experiencia a tantos
amigos ha logrado éxito: en la edición de este folleto, también Helena Visani y otras personas más nos
ayudaron. Agradecemos por eso al Señor, porque muchos comprenderán que dedicarse a la Lectio
Divina forma al cristiano y que ésta es una empresa al alcance de todos! También el Papa estaría
contento, habiendo escrito que hay que partir de nuevo “de una renovada escucha de la Palabra de
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Dios. En particular es necesario que la escucha de la Palabra llegue a ser un encuentro vital, en la
antigua y siempre válida tradición de la Lectio Divina” (Novo Millennio Ineunte, 39).
Juan Dutto
Prefacio
El monje Gervasio amaba mucho la lectura de la Palabra de Dios, pero no sabía “como” leerla. Un día le
llegó una carta de Guigo, un monje muy despierto e inteligente, que le iluminó todo, tan grande es la
potencia de la amistad.
La carta contaba que, mientras trabajaba en su huerta y usaba una escalera portátil, Guigo había
entendido que la Lectio Divina, la lectura precisamente de la Palabra de Dios, podía ser representada
con la imagen de la escalera. También la suya tenía cinco gradas o peldaños.
“Los recorre la Palabra misma, que partiendo del cielo, cubre la distancia que la separa de nosotros y
nos alcanza. Escuchándola pausadamente, aquella distancia podría ser vista en cinco momentos.
También nuestra escucha puede ser significada en los cinco peldaños, y conducirnos a hacer cosas muy
concretas, para que, la Palabra de Dios pueda alcanzarnos.
Estos peldaños pueden ser llamados:
LECTIO: leer
MEDITATIO: meditar
ORATIO: orar
CONTEMPLATIO: asimilar
COMMUNICATIO: compartir
Querido Gervasio, ensayemos a pensar juntos esta escala, peldaño por peldaño.
Un día Dios se dirigió al hombre. Toda la oración parte este hecho que está en la base de toda la vida.
La historia de la salvación (en latín se dice historia salutis) es una carrera de la Palabra hacia la
humanidad… Carrera, trayecto, camino…expresan como el sujeto de nuestra historia sea el mismo Dios.
De lo contrario “la criatura sin el este fácil latín Creador desaparece (Gaudium et Spes, 36). No somos
nosotros los protagonistas de nuestra misma historia: ¡protagonista es la Palabra!
Aquel santo hombre Guigo, el Cartujo, lo entendió bien aquel día (en el 1150!), mientras trabajaba en el
campo con una escalera entre las manos. Oraba: “A cada peldaño que subo me encuentro más cercano
a la meta”.
Tal vez estaba recogiendo las manzanas maduras y así oró: “Me gustaría encontrar unos peldaños
también para mi vida espiritual para dejarme tocar por Dios”. Los peldaños él los podía subir, pero era la
Palabra la que bajaba hasta él y lo alcanzaba.
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Ha dado un nombre a aquellos pasos cumplidos por la Palabra que él debía experimentar. Los llamó en
latín: Lectio, Meditatio, Oratio, Contemplatio, Communicatio. Conviene conservar, ahora que el Papa,
escribiendo el programa de los cristianos para el tercer milenio, y también la Conferencia Episcopal
Italiana, centraron todo en el caminar desde Cristo, y por lo mismo desde la Palabra usando el término
latino.
Por lo tanto, nosotros dedicamos tiempo y corazón en la escucha y la Palabra baja del cielo a morar
dentro de nosotros!
Margarita es una mamá joven que tiene dos niños: uno cursa la escuela elemental y la
otra la materna. He frecuentado por varios años la escuela de oración y quiere vivir
intensamente. Desde algún tiempo la atmósfera en casa se ha hecho un poco tensa: con
los suegros, el esposo y también con los chicos.
Un día, convoca a los niños y, mostrándoles el libro que está leyendo, intitulado: “¿Tienes
mi libro? Dios”, les susurra: “¡Hice un descubrimiento! ¡Encontré a un tal que me ama
verdaderamente mucho y que me dice lo que tengo que hacer! Entendí que tengo que
hacer sólo y todo lo que él me dice. Y he decidido querer pensar como él piensa y actuar
como él me indica. Su Palabra es la regla de mi vida”.
Los niños miraban a la mamá con ojos atónitos: “mamá, también nosotros queremos
hacer lo mismo. ¿Quién es? ¿Qué te dice?”.
La mamá clarificó con algunos ejemplos. El más reciente se relacionaba con la Palabra
que decía: “si perdonas la ofensa a tu prójimo, te serán perdonados tus pecados”.
Margarita compartió como trataba de vivirla: “Ayer, domingo, queríamos salir a
pasear, pero empezó a llover. Perdoné a las lluvia y me sentí en paz”. La maravilla de
los pequeños aumentaba. Margarita continuó: “Perdoné también a la enfermedad del
abuelito, que redobló mi trabajo… Perdoné a papá quien anoche volvió a la casa de
mal genio… Te perdoné a ti, porque dejaste el baño todo desordenado; continuabas
jugando cuando te llamé para la cena; ayer, por la mañana, te estabas demorando
mucho para ir a la escuela… Perdoné también a la niña: parecía más interesada en la
muñeca que en nosotros, su familia…”
EL juego había empezado. Las Palabras no faltan y continúan cada mes para
transformar toda la vida. Los niños son los más listos.
La casa, ahora, ha llegado a ser otra cosa.
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“Quien tiene como antorcha la PALABRA DE DIOS, dondequiera que vaya verá
siempre CLARO”
San Ambrosio
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“¿Cómo se hace presente Jesús en las almas? A través del vehículo y la comunicación de la Palabra pasa
el pensamiento divino, pasa el Verbo, el Hijo de Dios hecho hombre. Se podría afirmar que el Señor se
encarna en nosotros cuando aceptamos que su Palabra se haga vida en nuestra vida” (Pablo VI)
Parece que hablara María, y así es en el sentido que la “via Mariae” (al camino de María) es el camino
de todos!
Lo que verdaderamente se necesita, para actuar como María y como los santos, es un corazón de niño.
¡Hay que ser un niño en el sentido evangélico! “En quien fijo realmente mis ojos es en el pobre y en el
corazón arrepentido, que se estremece por mi Palabra” (Is. 66, 2)
Se escucha con el compromiso personal; pero se escucha todavía mejor en la unidad fraternal. La
Palabra, en efecto, tiende a construir la comunión de las personas. Un filósofo moderno lo ha dicho así:
“Mirando al mundo, observo que toda la humanidad está en espera de un advenimiento extraordinario.
Algo excepcionalmente grande está para acontecer. Todos lo perciben, pero no se conoce el contenido,
ni el tiempo, ni las circunstancias. Se sabe una sola cosa: ¡acaecerá en la comunidad! Corramos, pues, a
la comunidad” (Martin Buber).
S e puede leer el horario del tren y del pulman con indiferencia, sin emociones. Se
puede leer historia o literatura para responder a la interrogación, de mala gana. Se
puede leer con amor y afecto la carta del novio o de un amigo. Pero la Palabra de
Dios, en cuanto es “de Dios”, hay que leerla:
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La Biblia resume todo diciendo: “Hoy el Señor te pide que escuches la Palabra con todo el corazón y
con toda el alma” (Cf. Deut. 26, 16). Y te declara feliz si lo haces: “Bienaventurado el hombre que
camina en la Palabra del Señor” (Sal. 118, 1).
LEE y RELEE
El trozo de la Palabra de Dios es como un racimo de uvas que se come y se gusta grano por grano. Es un
gesto repetitivo, es como desgranar las uvas; pero es la única manera para comer todo el racimo.
Así es la Palabra de Dios: es realmente tan rica, y nosotros somos tan pobres, que no es suficiente leerla
una vez para comprenderla.
EXPLORA la PALABRA
Lee los pasajes del mismo relato en los demás Evangelios, cuando los hay. Busca las citas presentes en el
texto y averigua los pasajes paralelos que tratan del mismo tema. Todo esto es “interpretar la Escritura
con la Escritura”, como decían los Padres de la Iglesia. Es muy útil reconstruir el contexto: que hay antes
y lo que hay después. La ubicación de un pasaje revela siempre la estructura de fondo de todo el Libro.
APROVECHA los Comentarios
Unos estudiosos dedicaron toda la vida a estudiar la Biblia. Existen unos santos, unos competentes, unos
papas…quienes te precedieron y ¡saben mucho! También tú puedes tener un guía espiritual, o alguien
que te ayude en la comprensión de la Palabra.
En librerías católicas puedes adquirir los lectionarios y los misales: comentan las lecturas de cada día.
Tienen un precio favorable y constituyen una ayuda validísima.
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Una cosa se impone aquí: hay que llegar a identificar a Jesús con la Palabra. Para el mundo, la Biblia
puede ser un libro de mucho valor histórico, de altísima poesía, un tratado de antropología…
¡Para ti, es Jesús!
La lámpara puesta sobre el candelabro es la luz del Padre, la verdadera, que ilumina a
todo hombre que viene al mundo. Es el Señor nuestro Jesucristo quien, tomando nuestra
carne, se hizo y fue llamado lámpara, es decir sabiduría y palabra connatural del
Padre. Es a esta lámpara a quien la Iglesia de Dios muestra con fe y amor en la
predicación, colocada en lo alto, resplandece a los ojos de los pueblos en la vida santa
de los fieles y en su conducta inspirada en los mandamientos de Dios. Ella ilumina a
todos los de la casa, es decir, a todos los hombres de este mundo.
El Verbo autodenomina “Lámpara” en cuanto, siendo Dios por la naturaleza, se hizo
hombre para irradiar su luz.
San Máximo, el Confesor
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“Crean en la luz, para que pertenezcan a la luz” (Jn. 12, 36; cf. 9, 39).
“Tu Palabra es una lámpara para mis pies y una luz en mi
camino” (Sal. 118, 105).
“Recuerda que desde niño conoces la Sagradas Escrituras que
pueden instruirte y llevarte a la salvación por medio de la fe
en Cristo Jesús. Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil
para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida
de rectitud” (2 Tim. 3, 15‐16).
“Tengo conmigo su Palabra: ésta es mi báculo, mi seguridad,
mi puerto tranquilo. Aunque todo el mundo sea trastornado,
tengo entre mis manos su Escritura, leo su Palabra. Ella es mi
seguridad y mi defensa. Él me dice: << Yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo>>” (San Juan
Crisóstomo).
Hacer Lectio Divina da esperanza extraordinaria y ayuda en cualquier situación.
El discípulo de la Palabra, por ella formado, llega a ser una persona nueva. Jesús nos ha instruido con la
comparación de la levadura que, escondida en un puñado de harina, hace fermentar toda la masa hasta
llenar una amasadera.
También nos ha amaestrado con la comparación de la semilla de mostaza que un hombre siembra en un
campo y que crece hasta llegar a ser un árbol tan grande que las aves hacen nidos en sus ramas (Lc. 13,
18‐21).
Quien hace Lectio Divina “llega a ser” Palabra viviente: de hombre viejo “llega a ser” hombre nuevo, de
pecador “llega a ser” santo, de uno que razona como los hombres “llega a ser” uno que razona como
Dios (Cf. Mt. 16, 23; Sal. 35). Es decir, de lo que era pasa a ser una nueva realidad.
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Para hacerte comprender lo que es la Meditatio, te cuento una leyenda:
Había una vez un rey rico y poderoso. Tenía tres hijos que había educado al valor y a la
generosidad. Pero los tres hermanos eran muy distintos: uno era fuerte y atrevido hasta
la arrogancia; otro era muy inteligente, pero dominado por la avidez; el menor, sencillo
y ágil, no era muy estimado por los otros dos, el rey amaba a los tres y era orgulloso de
ellos. Teniendo que decidirse acerca de la sucesión, estaba muy incierto sobre a quién
debía dejar la corona. Un día los convocó en la sala del trono y les dijo: “Uno de vosotros
será pronto mi sucesor. Lo será aquel que me traiga la esmeralda verde, custodiada en
la gruta de una isla lejana”. Era una hazaña desesperada, en la cual se habían
arriesgado en vano los más valerosos caballeros. Pero aquella era la condición.
“Tengo confianza en vosotros-dijo el rey- y para ayudaros pongo a vuestra disposición
tres instrumentos”. Se trataba de una espada especial, un talego lleno de oro y una
concha. El hijo mayor agarró rápido la espada, el segundo se lanzó sobre el oro. Al
menor le tocó la concha en la cual, sin embargo, estaban encerradas las palabras del
padre.
Las aventuras fueron muchas y peligrosísimas. Los dos hermanos mayores sufrieron
asaltos de los bandidos y cayeron presos en sus manos. También el muchacho menor
padeció vicisitudes muy duras; pero acercando a menudo el oído a la concha, oía la voz
del padre y esto le infundía mucho coraje, sus palabras siempre le indicaron cómo salir
del apuro. Y no sólo eso, escuchando sus consejos, logró también liberar a los hermanos.
Un día entró en la gruta fatídica, encontró la esmeralda verde y la llevó triunfante al
padre, quien lo escogió como su sucesor.
Dios me llama a mí personalmente
La simple lectura del Evangelio puede hacer nacer la impresión de que se trate de un libro antiguo.
¡Tiene, en efecto, dos mil años! ¿Puede todavía decir algo a una época tan diferente como la nuestra?
Pero he aquí que, si acercamos el oído a la Palabra, ella puede decirnos algo muy importante para
nuestra vida.
Aquella concha contiene la voz de “Papa” y nos hace comprender toda la existencia. ¡La Meditatio
consiste pues en acercar el oído a la concha!
Y entonces la Palabra me hace escuchar lo que Dios me dice a mí…, que habitó en…, en el 2000…
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La Palabra nunca deja indiferente.
Frente a lo que me dijo el Señor, he descubierto cuan incapaz y
limitado soy. Por consiguiente tengo que pedir perdón, como hizo
Baruc.
“Hemos pecado contra el Señor, le desobedecimos y no le hicimos caso
cuando nos ordenaba que viviéramos según las leyes que había puesto
delante de nosotros.
Desde el día en que el Señor, nuestro Dios, sacó a nuestros
antepasados del país de Egipto hasta hoy, le hemos sido
desobedientes y no hemos tenido cuidado de hacer caso de sus
órdenes (1, 17‐19). Tampoco hemos hecho caso de lo que el Señor,
nuestro Dios, nos ha dicho en todos los mensajes de los profetas que
nos ha enviado (1, 21). Por haber pecado contra el Señor nuestro Dios,
hemos quedado por debajo de los demás y no por encima… (2, 5).
Nosotros te alabaremos ahora que estamos en es destierro, pues
hemos alejado de nuestro corazón toda la maldad (3, 7)”.
Hay un personaje de una parábola que hizo este camino de
conversión. Leámosla juntos:
“Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ´Padre, dame la parte de
la hacienda que me corresponde´. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el
hijo menor reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda
viviendo como un libertino.
Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a
pasar necesidad.
Entonces, fu y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus
fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían
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los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo dijo: ` ¡Cuántos jornaleros
de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me
levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco
ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros´. Y, levantándose, partió
hacia su padre.
Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido corrió, se echó a su cuello y le
besó efusivamente. El hijo le dijo: `Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco
ser llamado hijo tuyo´. Pero el padre dijo a sus siervos: `Traed aprisa el mejor vestido y
vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo
cebado, matadlo y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba
muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado´. Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música
y las danzas; y llamando a uno de sus criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo:
´Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado
sano´. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él le replicó a
su padre: `Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero
nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha
venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el
novillo cebado!´. Pero él le dijo: ´Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo;
pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto,
y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado”.
(Lc. 15, 11‐32)
Cuando uno hace bien la Meditatio, se da cuenta de todos sus errores, de todas las veces que se ha
alejado. La petición de perdón es la fuerza y el coraje de volver humildemente, con el solo deseo de ser
acogido otra vez.
El “regreso” me dice que no se va nunca demasiado lejos de Dios, el cual no cesa nunca de amarme:
Todos los días me espera, hasta cuando me ve llegar desde lejos.
El Padre no me humilla echándome en cara mis errores. Dios tiene memoria corta: cuando pedimos
perdón, Él ya se había olvidado de nuestro pasado y ¡nos viene al encuentro abrazándonos!
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El agradecimiento brota espontáneo cuando se toma conciencia de que Dios
habla. El Padre misericordioso hizo fiesta al hijo que volvió y preparó para él un
banquete. Pedir perdón es honesto, porque fuimos viles y miserables. Pero ser
perdonados da gran alegría. Quien experimenta el amor de Dios siente dentro de
sí un fuerte deseo de agradecerlo: ¡reconocemos sus prodigios y sus maravillas!
Cualquiera haya sido mi pasado, ahora tengo la Palabra, a través de la cual Dios
me habla y me hace conocedor de que soy su hijo.
Brota espontánea mi gratitud como hizo María:
“Engrandece mi alma al Señor porque el Poderoso ha hecho en mi favor
maravillas, Santo es su nombre” (Lc. 1, 46‐49).
La Lectio y la Meditatio me mostraron cuales grandes cosas hizo en mí el
Todopoderoso: me amó “desde siempre”, me llamó, me redimió con la
encarnación y el sacrificio de Jesús, continúa transformándome con su Palabra y
con su Eucaristía.
Agradecerlo entonces una necesidad, un movimiento espontáneo y hace también
de mi vida un Magnificat.
Tercer momento: PETICIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
El tercer momento de la Oratio es el pedido del Espíritu Santo. El Padre de la Parábola, viendo al hijo
mayor indignado, sale afuera y le ruega de entrar a la fiesta, tratando de hacerle entender l motivo de
su resentimiento.
No es cosa tan fácil. El corazón humano se turba fácilmente y se enturbia. Es el Espíritu Santo quien
“sale afuera”, es decir viene al encuentro, para que, desde lejos, en donde estamos caídos, podamos
acercarnos al lugar de la fiesta, en donde habita Dios.
El Espíritu Santo no determina nuestras elecciones: es suave como aquel Padre que trata de hacer
entender al hijo su error.
La experiencia enseña que sin el Espíritu nos vamos muy lejos y podemos equivocarnos de camino.
Pasa lo que ocurrió a aquel niño que trataba de correr un enorme jarrón del jardín. Por cuanto se
esforzara, el jarrón no se movía un centímetro. El papá lo observaba desde lejos y al fin le preguntó si
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había agotado todas sus posibilidades. El niño respondió que lo había probado todo. Pero el papá
insistió: “Todavía no has pedido mi ayuda”.
Jesús ha advertido claramente que es el Espíritu Santo
quien nos hace comprender, que nos hace recordar y
quien ¡nos dará el valor para actuar la Palabra!
“Dios no niega nunca su Santo Espíritu a quien lo pide
de corazón” (Lc. 11, 13).
El Espíritu Santo, que es el Señor y da la vida, es el don
de Jesús resucitado. Lo dicen los Hechos de los
Apóstoles, describiendo como el Espíritu Santo ha
transformado completamente a los Apóstoles que lo
recibieron. Pedro, que había renegado tres veces a su
Señor, llegó a ser jefe de la Iglesia, predicador en todo
el mundo y mártir de la fe. Saulo, de perseguidor
encarnizado contra los cristianos, llegó a ser el apóstol
de los pueblos.
Hay que insistir en pedir al Espíritu Santo el camino
que condujo a los Santos a la Santidad. Este camino está pavimentado por los frutos y por los dones del
Espíritu Santo.
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A Dios que viene “en el vehículo de la Palabra”, hay que abrirle. La Contemplatio es el momento en el
cual, habiendo abierto la puerta de nuestra existencia a Dios, lo acogemos como nuestro huésped.
Es el peldaño más importante, al cual tienden todos los peldaños
anteriores. Es un poco difícil comprenderlo: tratemos de hacerlo
juntos. Tal vez la Lectio Divina nos ha parecido hasta ahora como una
acción humana: nosotros leemos, nosotros meditamos nosotros
oramos. En realidad, todo nuestro trabajo tiene solamente una
finalidad: la de ponernos en sintonía con Dios, para sea Él para que sea
Él quien actúe en nosotros. En este momento tomamos conciencia
que de hecho él actúa y hace lo que dice.
Hay que llegar a ser como María: “El ángel entró en el lugar donde ella
estaba y le dijo: María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de
Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús. […] Entonces María dijo: Yo soy esclava del Señor; que
Dios haga conmigo como me has dicho” (Lc. 1, 30. 38). Y “Aquel que es
la Palabra se hizo hombre” (Jn. 1, 14), viniendo a vivir en ella. ¡Basta
acoger la palabra de Dios y enseguida la Palabra se hace carne!
La Palabra que alcanza el corazón creyente es creadora y poderosamente eficaz, no solamente golpea
sino que graba y deja la señal. Es un cierto sentido hiere, como observa la Escritura misma: “Muchas
veces y de muchos modos habló con Dios en la pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en
estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien
también hizo los mundos” (Heb. 1, 1‐2).
Hiere para sanar y para re‐crear. La suya es una acción amorosa y de conquista. Quiere quietar toda
distancia entre Dios y el hombre. Quiere habitar en el corazón para que el hombre viva en él.
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La Lectio Divina es “divina” por su origen y por su efecto: nos diviniza viniendo a vivir en nosotros. La
Palabra nos transforma, casi sin darnos cuenta, en el momento en el cual la encontramos. Esta
comparación nos ayuda a entender como nosotros somos un pedazo de mármol sin forma que Dios
esculpe sacando una imagen muy valiosa. Desde el punto de vista de la piedra, somos atropellados y
dañados: la Palabra, en efecto, muchas veces duele, porque hace cambiar de dirección a la vida. Desde
el punto de vista del escultor, por el contrario, la piedra toma una forma llena de significado. Lo que
Dios hace se puede llamar “cristificación”: Él nos hace, dicho con otras palabras, semejantes a Cristo!
Es cuestión de fe, es decir de conocimiento y de amor. Son “las grandes cosas” hechas en nosotros. La
Lectio Divina trae el fruto de nuestro “Sí” dichoso a la voluntad de Dios.
Prácticamente, me preguntarás, ¿dónde, cuándo, cómo, por qué y qué es lo que ocurre en la
Contemplatio?
La Palabra de Dios no queda nunca inactiva y, desde el punto de partida, contiene todo su propio
camino. Cuando leemos un pasaje bíblico, la Palabra ya actúa en nosotros y nos transforma. A menudo
ello ocurre de una manera casi sensible, cuando una expresión nos cae de improviso y se vuelve como
una Palabra de visa: Dios quiere regalarnos aquella Palabra especial y quiere que “lleguemos a ser”
aquella Palabra. Es importante repetírnosla a lo largo del día, rumiándola y memorizándola, haciéndola
la “oración de corazón”.
La mesa de la PALABRA y la mesa de la EUCARISTÍA
Tal vez te habrás dado cuenta que es un salto que vale más que un peldaño en su grandeza. Por este
motivo hemos invocado al Espíritu Santo, para que nos haga llegar a ser como María.
Hay un aspecto importante que tenemos que subrayar; existe un paralelismo directo entre
Contemplatio y Comunión eucarística: ambas nos dan a Jesús.
Recientemente encontré a Matilde, una abuela toda fe y sabiduría. Tenía una inquietud: su nieta,
aunque muy viva y bien preparada, no obstante sus ocho años, no puede recibir la Comunión
eucarística. Matilde cree tanto en la potencia de la Eucaristía, que encuentra muy raro que en aquella
diócesis los niños sean admitidos a la Comunión solamente en el último año de la Primaria. Pero ahora
ha descubierto la Palabra y la Lectio Divina. Estaba muy radiante cuando vino a hablarme: “La Iglesia
afirma que siempre ha venerado la Palabra como el Cuerpo de Jesucristo, no ha cesado nunca de
alimentarse de la única mesa de la Palabra y del Cuerpo eucarístico. (Cf. Dei Verbum 21). ¡Mi nieta no
puede recibir la Comunión, peor puede recibir la Palabra! Hay que encontrar en seguida la manera de
dársela en la forma más adecuada, come es conveniente a su edad”.
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Es cierto, la Palabra viene primero. Es más, la Eucaristía pertenece a la así llamada “mistagogía”, es
decir, a la vida madura del bautizado. La Palabra es propia del catecúmeno: lo alcanza, lo transforma, lo
hace un creyente y finalmente un cristiano eucarístico.
¡Contemplatio y Comunión eucarística son la misma cosa!
También en los primeros siglos los discípulos se reunían por la santificación de la fiesta; pero los
catecúmenos eran despachados después de la liturgia de la Palabra. Ésta era su alimento: los otros
sacramentos se administraban después del Bautismo.
Convertirse:
Volver la espalda
a todas las
realidades terrenales
y sobre todo darse
a la Palabra
de Dios.
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Llegados al quinto peldaño de la Lectio Divina, estamos llenos de alegría, porque la cumbre de la
escalera es como la cumbre de la montaña. Cuando la alcanzas, ves el valle allá abajo en su
magnificencia: ¡lo ves de lo alto! Así, quien hace Lectio Divina ve su vida claramente, porque la ve desde
el enfoque de la Palabra.
Compartir es donar la PALABRA
“No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hech. 4, 20), “siempre dispuestos
a dar respuesta a todo el que os pida razón vuestra esperanza” (1 Ped. 3, 15). Precisamente como dice el
Papa: “quien de verdad ha encontrado a Jesucristo, no lo puede tener para sí mismo: sino que tiene que
comunicarlo” (Novo milenio ineunte, 40).
¡El misionero es el discípulo y el ministro de la Palabra!
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Hay mucha alegría en compartir los frutos que nacen de la escucha. Sabemos que cada uno tiene si
sensibilidad y que percibe de manera inimitable lo que el Señor le dice a todos. Cada cual es un ser
único y es por eso que participar la experiencia personal enriquece a todos enormemente. Si de verdad
hicimos una buena Lectio Divina, no podemos callar la dicha experimentada al encontrarnos con Jesús y
queremos comunicarlo a todos. ¿No ocurre algo semejante, cuando acaece algo extraordinario? Uno
tendría miedo de estallar si no pudiera comunicarlo a otros.
Si alguien hubiera encontrado dificultad en subir la “escalera”, o no hubiera pasado por todos los
“peldaños”, en el compartir podría encontrar una gran ayuda para ver todo desde lo alto!
La verdadera Communicatio es ser PALABRA Viviente
Mateo me hizo una pregunta difícil un día, mientras jugaba con los demás hermanitos. Yo estaba
hablando acerca de la Lectio Divina con sus padres y él, interrumpiendo el juego, me preguntó: “¿Pero
qué es eso de la Lectio Divina?”
¿Qué podía yo decir a un niño de nueve años, todo ocupado en juegos bulliciosos y vivarachos? Me salió
como un balbuceo lo siguiente: “Lectio Divina es esto: escuchas una palabra
de Jesús y te transforma en aquella palabra”. Mateo volvió a jugar, pero algo
estaba trabajando en su mente, porque de vez en cuando corría a decirme:
“Dame un ejemplo”. Y el ejemplo a su vez se volvió un juego.
Le di muchos ejemplos:
“Dios te dice: `Te amo´ (Cf. IS. 43, 4), y por toda la vida tienes la certeza”.
“Dios te dice: `No temas´ (Cf. IS. 43, 1.5) y ya no tienes más miedo´. Esto lo
preocupó y quiso asegurarse si valía también para la noche.
“Jesús te dice: `Bienaventurados los que no son violentos´ (Cf. Mt. 5, 4)”. Esto
lo preocupó nuevamente porque, después de un poco tiempo, vino a
decirme: `Pero yo no tengo paciencia…´Aproveché de lo que dijo para
explicarle ulteriormente: “La Lectio Divina es precisamente esto. Jesús no te
manda sólo desde lejos que seas paciente, sino que te dona la paciencia. La
Palabra viene a vivir en ti”. LA cosa le gustó. Cuando nos despedimos, me
aseguró: `Si Jesús me ha dado la paciencia, desde ahora en adelante no
maltrataré más a mi hermanito, no tiraré más las puertas, no responderé más
de mal modo a mamá cuando me manda ayudarla en la casa…´.
También a María le ocurrió lo mismo. Dijo “Que tu Palabra se cumpla en mí” (Lc. 1, 38). ¡Y la Palabra
vino a vivir en ella! ¡María se volvió Palabra viviente!
Cada uno de nosotros, mediante la Lectio Divina, toma conciencia de que tiene en el corazón un tesoro
precioso. Cuando lo lleva a la luz y lo dona a los demás, este tesoro alcanza su más alto valor. La
Communicatio es un círculo de alegría, y el círculo se cierra cuando todos han donado su tesoro
recíprocamente.
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La iniciación al silencio y a la
oración en los niños
Módulo III
De la Palabra brota siempre un compromiso concreto de vida, que indica el rumbo al camino. La
Communicatio comunica esta nueva vida, que se puede vivir también recogiendo melocotones, o
estudiando, o barriendo el piso. Cuando haces Lectio Divina llegas a ser transformado, también en las
cosas más sencillas y concretas. Recogerás melocotones de otra manera, barrerás el piso de otra
manera, estudiarás de otra manera. Y harás todo con alegría. Porque lo harás con amor…
“No hay más banalidades”, ha constatado la beata Elizabeth de la Trinidad. Y san Pablo había exhortado:
“Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10, 13).
“Todo cuando hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3, 17).
También cuando duermes eres cristianos, porque la Lectio Divina te ha hecho nuevo: “Velando o
durmiendo, vivimos junto con Él” (1 Tes. 5, 10).
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La iniciación al silencio y a la
oración en los niños
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