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Área de interés tentativa: “Instancias personales y afectivas del trabajo de campo como
vías para el conocimiento.”
Resumen
En esta ponencia reflexiono sobre el trabajo de campo que realicé entre 2009 y 2010 en
clubes y fiestas de música electrónica de la Ciudad de Buenos Aires, en el marco de un
Proyecto de investigación sobre géneros musicales populares dirigido por Pablo Semán.
Discuto cómo influenciaron en mis tareas de investigador cualitativo los sentimientos
generados por condiciones atípicas pero comunes en estos eventos, como son las largas
y agotadoras estadías en el campo (más de ocho horas en el caso del festival
Creamfields), con música ensordecedora entre miles de personas; el ambiente de
sofocación, calor y encierro con la incertidumbre de no saber qué pasa en el exterior; mi
recurrente sensación de “estar fuera de lugar” por asistir solo y no en grupos como la
mayoría de los clubbers; mi condición de sobriedad, en interacción con sujetos que en
muchos casos no lo estaban; y el miedo, al salir por la madrugada, de emprender el
regreso a casa, por la ubicación aislada típica de estos establecimientos. El rol del
investigador cualitativo en condiciones que hacen difícil comprender tanto “el punto de
vista del nativo” como el funcionamiento general de ese mundo social, constituye la
partida de esta reflexión.
1
“My mind is like a tape-recorder with one button:
Erase!”1
Andy Warhol,
incluido en un reciente set del popular DJ estadounidense Sasha
Introducción
La investigación cualitativa se ha constituido desde sus inicios a comienzos del
siglo XX como un “paradigma” (Cresswell, 1994) opuesto al entonces hegemónico, el
cuantitativo. “Los académicos cuantitativos relegaron la investigación cualitativa a un
status subordinado dentro de la arena científica. En respuesta, los investigadores cuali-
tativos ensalzaron las virtudes humanistas de su acercamiento subjetivo e interpretativo
al estudio de la vida humana de grupos humanos” (Denzin y Lincoln, 2005: 3).
Siguiendo a Sautu (2009), “las investigaciones cualitativas asumen el carácter
interactivo de la relación investigador/investigado (...), el peso de los valores del inves-
tigador y el uso de la inducción como estrategia básica de análisis y construcción teóri-
ca.” En este trabajo me acercaré a esa segunda dimensión: los sentimientos y temores
del investigador, a partir de mi experiencia desarrollada entre octubre de 2009 y abril de
2010. El marco de la investigación era el Proyecto PICT 02186 “Los géneros musicales
populares. Producción, circulación y recepción”, dirigido por Pablo Semán. Específi-
camente trabajé con Guadalupe Gallo, antropóloga y candidata a Maestría y Doctorado
en Antropología Social (IDAES), cuya investigación es sobre música electrónica.
Realicé ocho salidas a boliches y eventos, que duraron entre 3:30 y 8:30 horas, así como
cinco entrevistas (a las cuales no me referiré aquí).
Será central para esto la noción de “reflexividad” (Hammersley y Atkinson,
1994). En los inicios de la investigación cualitativa, “la agenda estaba claramente defi-
nida: el observador [iba] a un escenario extranjero para estudiar la cultura, costumbres y
hábitos de otro grupo humano” (Denzin y Lincoln, 2005: 3). Recién en el “cuarto mo-
mento” (el que va entre 1986 y 1990, llamado “crisis de representación”) entra en juego
la “reflexividad”: “los investigadores se enfrentaron con la cuestión de cómo ubicarse a
sí mismos y sus temas en textos reflexivos” (ibid.: 6). En los últimos años, el llamado a
un “giro reflexivo” en sociología se ha concentrado en “el lugar del investigador en el
campo [...] e invita al investigador a identificar los afectos que él o ella puedan llegar a
haber tenido en el proceso de investigación y los datos obtenidos” (O’Reilly, 2005: 222-
223 citado en McKenzie, 2009: 5.20).
1
“Mi mente es como un pasacassette con un solo botón: ¡‘Borrar’! “
2
“El investigador cualitativo puede ser descripto utilizando imágenes múltiples y
sexuadas [gendered]” (Denzin y Lincoln: 7): en mi caso la más adecuada sería la de
aprendiz de clubber, pues yo pretendía comprender el universo de significado de los
boliches de música electrónica de Buenos Aires. Adopté un rol de “participación total”
(Denscombe, 1999) o “completa” (Brewer, 2000; citado en McKenzie, 2009: 2.3) rea-
lizando, en términos generales, una investigación “encubierta”. Si bien la discusión ética
no es tema de este trabajo, creo haber respetado el espíritu de la investigación cualita-
tiva al no dañar la integridad de los sujetos y buscar genuinamente ampliar el conoci-
miento (Denzin y Lincoln, 2005; Hammersley y Atkinson, 1994; McKenzie, 2009).
2
Por ejemplo, Kessler (2004) en su investigación sobre jóvenes que han cometido delitos contra la
propiedad; o Moreira (2008) en los preparativos para los festejos del centenario de un club de fútbol.
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vínculos laxos e informales. Y el tema del sexo no era, según pude percibir en mis
salidas, una motivación importante para los clubbers.
En líneas generales, se puede hablar de este sentimiento como “afectividad” en
su cuarta acepción (“tendencia a la reacción emotiva o sentimental”, RAE, 2001).
Trabajos como el de Auyero y Swistun, el de May o el de Wacquant (2006) sobre los
boxeadores en Chicago, ponen en discusión el involucramiento afectivo del investigador
cualitativo con su objeto y su relación con el conocimiento producido.
Un cóctel de sentimientos
Desconcierto: ¿qué estoy haciendo?
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dos de los ochenta, samplers (...)” (Rietveld, 1997: 124)4. Con estos conocimientos me
sentí listo para salir al campo y apreciar la escena electrónica de Buenos Aires.
4
Agradezco a Pablo Alabarces por haberme prestado su libro The clubcultures reader, compilado del
cual citaré varios artículos en este trabajo.
5
Malbon (1999: xiii) relata sensaciones similares: “Los oídos me zumbaban terriblemente (...) Me sentía
verdaderamente sucio. Sucio, cansado y con frío. (...) Me dolía el pecho por (...) los cigarrillos. [Tenía] el
oído y la vista tomados”.
5
Ahí en la vereda me sentía extraño. Por lo general las únicas personas solas esta-
ban hablando por celular con –supongo- los acompañantes que más tarde se les
sumaron. Esa es otra cosa que noté: en todo grupo había una o dos personas ha-
blando por celular, arreglando cosas como “estamos en la puerta” o “entramos y te
esperamos”.
(24 de octubre de 2009, circa 1:30 AM)
Yo me limitaba a ir y volver de una punta a la otra de la vereda. Finalmente me
acerqué a uno de estos grupos de chicas y una de ellas me pasó su teléfono para contac-
tarla durante la semana (aunque nunca sucedió, ver “Frustración”, infra). Mi interés es-
taba en comprender la dinámica del lugar y sus habitués. Como dice Geertz (1995: 30):
“Hay que atender a la conducta y hacerlo con cierto rigor porque es en el fluir de la con-
ducta –o, más precisamente, de la acción social- donde las formas culturales encuentran
articulación”. En mis notas de campo, redactadas entre uno y dos días siguientes a cada
salida, trataba de plasmar eso en alrededor de 5 páginas.
6
La cuestión de género puede haber influido también. Una de las mujeres a las que me acerqué con mi
speech pensó que la quería “seducir” y se despidió de mí con un “¡suerte, que te recibas!”
6
En cuanto al muestreo no tuve problemas. No me habían indicado rangos de
edad, sexo o apariencia específicos, por lo cual busqué entrevistados representativos, es
decir, que pudieran dar “información directamente relevante a los objetivos de la entre-
vista” (Valles, 1999: 213).
7
iba a servir no solo intelectualmente sino en las 50 horas de investigación que me
reconocerían, mi integridad física vulnerada comenzó a pedir atención. No por los 100
pesos, que van y vienen, sino porque la próxima vez podrían no ser tan amables.
Ello no obstante, seguí saliendo durante el verano. Tanto Crobar como Pachá
son, como mencioné, lugares de relativamente difícil acceso, en especial al acudir solo y
sin auto, como yo. El viernes 12 de febrero fui a Crobar y cuando salí, a las 6 AM, llo-
vía y aún estaba oscuro. Los 80 metros que separan el local de la Av. Libertador no fue-
ron problema porque circulaban autos. Pero una vez en Bullrich, la total ausencia de
gente hasta llegar a Santa Fe me resultó un factor intimidante. Sentía que en cualquier
momento podía salir una persona de entre los matorrales a mi izquierda y yo iba a tener
que responderle lo que quisiera a lo que me fuera a pedir...
Y seguí. La última vez que sentí dudas sobre la continuación de la investigación
fue cuando acudí a Bahrein, un boliche en pleno microcentro porteño, el sábado 3 de
abril. A medida que nos acercábamos al invierno los días se hacían más cortos, y no
amanecía hasta bien pasadas las 6 AM. Salí a las 5:30, afuera era de noche y hacía
mucho frío, más de lo que había calculado al traer mi abrigo. Esperé el colectivo un
buen tiempo y esa semana (domingo, lunes, martes y miércoles, por lo menos) estuve
disfónico, con tos, y el martes confinado en la cama tomando té porque tuve fiebre.
La reflexión que me planteé, entonces, fue: ¿en nombre de qué hago esta inves-
tigación? La poca comunicación con mis orientadores también contribuyó a mi desen-
canto. Pero el miedo fue seguramente la causa más importante, y opacó toda la emoción
que la música electrónica, al menos en vivo, me transmitía.
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esta magnitud, no puedo asegurar si las desventuras que enumeré aquí me alejarán defi-
nitivamente de esta senda, pero sí que me han hecho replanteármela seriamente. Por otra
parte, mi gusto por la música electrónica no se vio alterado, y creo que de no haber sido
entusiasta de este estilo nunca habría podido siquiera empezar con la investigación.
Por último, creo que son muy fructíferos estos encuentros en los que los jóvenes
investigadores podemos tanto relatar nuestras peripecias como escuchar las de los cole-
gas más experimentados, para así aprender de los errores y enfatizar los aciertos de una
empresa que, como toda disciplina científica, se construye en equipo.
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