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Recuerdo que al terminar mis estudios secundarios en 1980, los aspectos religiosos captaron
mi interés, no sé si era una atracción basada en la curiosidad de un adolescente o por la convicción
firme de buscar el conocimiento de Dios. Sin embargo, luego de una rápida evaluación, opté por
estudiar una profesión que aparentemente me ofrecía mayores oportunidades en el mercado laboral,
graduándome como ingeniero industrial en la Pontificia Universidad Católica del Perú, seis años
después.
Al final de la década de los noventa, Cristo propició mi reconciliación con Dios, abriéndose
paso una nueva etapa de mi vida. En este contexto, escuché comentarios de predicadores sobre la
elección de estudiar Teología: algunos reconocían que era necesaria para enriquecer el
conocimiento cristiano, y otros la rechazaban tenazmente tildándola de un acto de insubordinación a
la voluntad divina. Estas controversias, fueron los propulsores que generaron en mí el afán por
investigar y encontrar respuestas aclaratorias del asunto. Para ello, visité a muchos pastores de
distintas congregaciones en busca de sus opiniones; paralelamente recurrí a leer libros y revistas de
autores referentes como: Martín Lutero, Juan Calvino, John Wesley, Karl Bahr, entre otros. Todo este
trabajo previo tuvo sus resultados, pues me ayudó a comprender de manera precisa diversos tópicos
teológicos: escatología, apocalíptica, cristología, hermenéutica, exégesis, etc.
Otra razón que apresuró mi elección hacia los estudios teológicos, fue la oportunidad de
conocer mayores herramientas de otras disciplinas, las cuales brindaban soporte metodológico:
literatura, arqueología, historia, sociología, antropología, psicología, filosofía, lengua, comunicación
escrita, etc. Por ejemplo, revisando literatura peruana, tuve la oportunidad de leer la obra cumbre de
José Carlos Mariátegui titulada: “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, en el cual
se desarrolla ampliamente el tema de la Religión, referenciando citas teológicas y bíblicas.
Hoy puedo dar constancia que la elección de estudiar Teología, no sólo ha servido en la
planificación y ejecución de nuevos proyectos misioneros en mi congregación, sino también en dar a
la congregación el deseo de afrontar nuevos retos con una mente joven y aventurera.
Por tanto, mis estudios teológicos han sido elegidos por el afán de servir mejor para la Obra
de Dios, no por un interés económico o de estatus. Fue una decisión meditada, consciente de la
necesidad de desarrollar mayores competencias para la enseñanza y la predicación del Evangelio.
En consecuencia, mi elección fue de manera madura y sincera, por la convicción de servir con
la mejor preparación posible, para que el alcance del ministerio encargado no tenga límites y así
poder llegar a todos los confines de la tierra, y porque siempre he percibido al Mensaje de Jesús
como La Palabra.