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EDUARDO ARIAS‘ SUAREZ BIR LioTEca pe reonironis CALORN ERE, mM ANSEAL Ea - COLOMBIA BA menia (Caldas de la razw noble y campesina de los colontza- dores del Quindly, Su padve y su madre for- mean parte du la familia mismit de los funda. dores de su pueblo natul. Dado esta cireuns- tancia no deja de ser significutivo que su lite- ratura admirable no guste de reflejar ce) palsa- Je natal. Hizo sus primeros estudlos secundarlos en Manizales, en el coleglo de don Jesis Marla Gulngue. Mus larde, en Bogota, iniclé estudlos de odontologic que terminé en 1917, De regreso a su pueblo alterné sus lubores profeslonales con el periodismo y 1a literatura. Su poesia, de esa época -género que Prefirlé iniclalmente- presentd a Arias Gudrez ya fuera del perlodo Ge las vacilaciones: er desde entonces un castigado y original. Fund6é "E) Pequefig Liberal” (1918-1919), 'y més tarde (1930-1031) “el primer cotidiano del Quindfo, Sus trabajos periodisticos, adelantados con talento y tenact- dad ejemplares, tropezaron no obstante con le” Inciplencia del ambiente, Vinjé entonces a Bo- golé para Ingresar a la redaccién de “El Tlem- po”, en cuyo suplemento dominical Inicié su la- bor de cuentista (1921-1923). Como correspon- $a) Ilverariv del mismo diario capllalino marcho a Europa, donde visit6é Espafia, Francia e Ita- Ma (1926-1920). En Paris (1028) edit su primer libro "Cuentos Espirituales”. Su cardcter ayen- turero y solilario lo llevé luego a Venezuela. En Ja Guayana, @ orilias del Orlnoco, en una aldea de negros donde instalé sus herramien- tas de adontélogo, escribl6 después su extra- fia novela “Bajo la Luna Negra”, un vigoroso relato de neurastenia que aun permanece Iné- dito, con un prélogo de Baldomero Sanin Cano, Igualmente Impublicado, La dura vida de los burgos perdidos ha Influido extraordinarlamen- te en su estilo, En 1936 gandéd en Bogotdé unos juegos florales naclonales con su pdemu “Lo Balada del Ensuefio” y en el mismo afio con- trajo matrimonio con dofia Susana Murioz, de Popayén. En 1939 (Bogoté) publicé otro Mbro: - “Ortigas de Paslén”. Lo prestiglosa selecci6n Samper Ortega incluyé en sus clen tomos de @ntologia su novelilla “Envejecer” y varios de Bus poemas. ' BIBLIOTECA DE ESCRITORES CALDENSES Olrector, ADEL LOPEZ GOMEZ MANIZALES - COLOMBIA - 5. A. ENVEJECER Y MIS MEJORES CUENTOS por EDUARDO ARIAS SUAREZ ‘ty AP Sou Rb 4M 9S%> BISLIOTECA DE ESCRITORNBS CALDRNERS MANIZALES - COLOMBIA s a ENVEJECER Y MIS MEJORES CUENTOS EN V E J E CG E R Volvi a ver a mi vieja ciudad, pasados_ veinte mortales afios. Y sabe usted cémo cambian los seres y las cosas en cuatro lustros? Se deforman. Es como si usted viera que ese nino suyo se va alargando, le va naciendo bigote, se pone serio, y, en lugar de jugue- tes, se entretiene ahora con automéviles, con fabricas _¥ con mujeres, O como s! usted se pusiera a observar esa casa frontera de dos pisos, y de pronto la viera transfigurarse, erguirse mas alta, demudarse y tor- narse en un rascacielos. Y esa calleja solitaria que usted contempla, imaginesela agrandandose y Nenan- dose poco a’ poco de tranvias y de gentes extranas. . Una rara impresién me produjo el progreso de mi ciudad. Por fotografias de las revistas, ciertamen- te, me habia formado una vaga idea del cambio de todo aquello. Pero tas cosas vistas de cerca son siem- pre tan distintas! Lo primero que hice para estar mas a tono con q E, ARIAS SUAREZ Ja urbe desconocida, fue cambiarme el nombre. Yo me llamaba Constantino, y me bauticé Felipe. Es bien distinto eso. Felipe me sonaba como mas de)- gadito, mas endeble y exdtico. Antes, cuando alguien pronunciaba mi nombre, siempre atendia a su lla- mada con cierto carino, voluntariamente. Ahora me sonaba aquel ‘‘sefior Felipe” de las gentes, como algo tan extrafio a mi persona, que cien veces me estuve sin responder. Alquilé un departamento de pensién familiar; pagué anticipadamente un mes entero, y ya sin ma- yores preocupaciones me entregué a la tarea de re- conocer a mi pueblo. Deambulaba dia y noche, Por esta carretera se extendia antes un hondo camino que iba a los po- treros donde jugabamos de muchachos. Han tenido qué rellenarle mucho a los zanjones, y desaparecie- ron los barrancos. ¥ alla lejos, donde se ve aquel par- que, teniamos Pedro y yo una trampa de coger per- dices. Recuerdo que clerta vez cayd un armadillo y desbaraté la trampa.... En este barrio pintoresco se acurrucaban entonces unas casitas de lavanderas que extend{an sus ropas desplegadas al sol, como pen- dones. Veniamos a pescar a la quebrada, y después de la pesca, nos subfamos a unos arboles de racimos morados que lamaban “mortifios”. Y nos hartaba- 8 ——_ ENVEJEOER mos de aquellas frutas que tefilan nuestros labios de un cardeno livor. Reconoci los extramuros, y pude localizar cada sitio memorable. Pero en el centro de la ciudad la co- sa era mas dificil. Aqui mas o menos debio de que- dar la escuela; por alli, el colegio de don Bernardo; en esta esquina que ocupa el banco, estaba el club “Estrella”, el primero que visité, Y en esta precisa esquina, mataron un hombre de una pufalada en el vientre, mientras yo me entretenia en echar las pri- meras cartas y beber los primeros whiskies, Todo esta tan cambiado! Todol Andando a la diabla me entretuve un buen rato en mirar las vitrinas de un escaparate donde se exhi- bian ‘baratijas de indias que un gran espejo al fondo multiplicaba. Y ya me marchaba, cuando observé que desde‘el espejo me miraba fijamente una sefiora de mas de cuarenta abriles. Volvi a mirarla a mi lado, y la reconoc{, Ella demostré su sorpresa, exclamando. —Constantino!... —Mercedes|... Era Mercedes, mi prima; mi unico amor en esta vida. Lo que yo quise con alma entera; la sola que en estoq veinte afios no se ha apartado un instante de mi memoria. Me puse frio, y creo que muy pAlido. Como per- ‘; manecimos sin hablarnos, pude ver entretanto lo —_- 9 BE, ARIAS SUAREZ que pueden veinte afios en la cara de una mujer her- mosa. A duras penas se la reconocia, porque habia envejecido de tal manera que sdlo era un bosquejo. Yo comparaba ahora a la Mercedes de la vitrina con la Mercedes del vitral de mis suenos; a esta mujer fla- ca y desgarbada, picada de viruelas, canosa y des- lucida, con Ja otra, con la que hasta entonces habia llevado como una reliquia en la galerfa de las image- nes adorables con que suelo fantasear. Y la diferen- cia era tan grande! Sdlo su hermosa frente y su na- riz perfectisima estaban lo mismo, Porque hasta sus bellos ojos se habian empequefecido, arrugéndose en las ojeras; su boca, desdibujadose; alargado el men- ton, arrugada aquella piel de durazno.- : . i ~—Mercedes!... -repetia ‘yo, como un reproche. No es posible que tu!... Nos abrazamos en el abrazo familiar de la bienvenida, Y aun en aquel abrazo senli yo que los afios Je habian corrido a Mercedes por todo el cuerpo. Era el suyo un abrazo frio, casi esquelético, tieso y mecanizado. Tan diferente esta e- moci6n a aquella otra, cuando, al partir, me abraz6é Norando. Sus brazos mdérbidos daban entonces una sensacion de cojin tiblo y elastico, y. habfa en ellos una dulce fuerza décil, como de felina ternura. Es la misma relacién que existe entre la mano de un ga- to y la de una muimeca de celuloide. : 10 ENVEJECER Cuando nos separamos y pudimos hablarnos, fue ella la que me dijo: © —Casi no te reconozco, Estas tan camblado! —Si, Mercedes, Seguramente. Debieras decir que estoy ya viejo, y que més de cincuenta afios bien su- fridos no se viven impunemente. Claro que uno no lo nota, porque se afelta diariamente. —Y yo, dime: yo estoy’ también muy.... cam- biada? —No, Mercedes. Si estas casi lo mismo.... Nos marchamos del brazo. Yo observaba de sos- “layo a las gentes‘que pasaban a nuestro lado, y no- taba que algunos se quedaban mirando a este hom- bre largo, de sobretodo largo que soy yo, a este pa- jarraco, que iba del brazo de la sefiora Mercedes. Ella andaba como azorada, ‘entorpeciéndosele el paso, y yo iba con este nuevo andar mio, entre reumatico y espectral. La conduje a su casa. Ya no vivia entonces en las afueras? Ah, si! Es el mismo sitio. Sdlo que las afueras se han ido retirando, - Me invité a entrar, pero yo me resistia. . —No debo hacerlo, Mercedes. Sé que eres casada y no conozco a tu marido. —Pero él te conoce mucho, Le he hablado tantas + veces de ti. ——— ll E. ARIAS SUAREZ —————. ——~ Me urgia; me arrastraba casi del brazo; me em- pujaba luego, hasta que me hizo pasar. Qué distintas son todas estas cosas que uno con- templa en la morada de los ricos! Hay mosaicos y azu- © lejos, surtidores, aranas de cristal; tapices y espejos y cortinas. Y hay siempre embelecos lujosos que uno dificilmente acierta para qué pueden servir. Y cuan- do hemos crecido en el pueblito, en el modesto am- piente de. un mobiliario “de confianza”, nos turba-— mos un poco ante el brillo de la riqueza. Instintiya- mente me miré los zapatos y observé mi sobretodo. Realmente yo no era un miserable, y debi lustrarme siquiera los zapatos, ponerme el otro abrigo.... Al pasar frente a un espejo me arreglé la corbata. Que a mi me dé por andar con una sola corbata, hasta que se liquida! a Atravesando silenciosas alfombras, Mercedes me condujo a su “boudoir’’. Y franca y confidencialmen- te hizo desfilar ante mis ojos todo un pasado de gloria. —Y no te casaste conmigo por egoista y ambi- cioso, y ya veS.... —Qué mal me ha ido! Ciertamente. Pero no fue por eso. Fue porque.... —'"No te debes casar con una prima, me decfa entonces mi madre, si no quieres que tus hijos des- medren. La suma de las malas herencias, de las taras 12 ENVEJECER de familia, es muy peligrosa. Tu mismo conoces va- rlos casos". Y como mi madre sabia tanto, yo no me casé con Mercedes, —Porque soy un cobarde. Pero ahora me pesa. No me pesaba tanto como decia. Si me hubiera casado -pensaba-'ahora seria yo el marido de una mujer ajada y vieja. Aunque asi mismo debe mirar- me ella. Porque la vejez que advertimos en los demas cuando ha corrido algun tiempo, es la propia nués- tra, es el espejo de nuestra propia marchitez. Me refirid todo lo ocurrido hasta entonces. La muerte de mi madre y de mis dos hermanas. Su ma- trimonio; tenia tres hijos, dos varoncitos y una nijia. —La nifia es la mayor, y esta hecha una sefio- rita. Dicen que es mi vivo retrato. Los dos nifios son exactamente igualés a su ‘papa. Es raro que nuestras dos sangres nao hayan podido juntarse. Su marido era un hombre excelente. Un poco viejo, en verdad, pues pasaba de los sesenta. Doctor en medicina, habia abandonado la profesién para entregarse al comercio, que le habia hecho rico. El habfa levantado la casa, asi como la veia, y era pro- pletario de una gran hacienda. Honrado, cortés y Muy cumplido, La vida de mi prima habia transcu- rrido muy apasiblemente. Sin tropiezos, sin gran- des Husiones, es cierto; pero la tranquilidad.... Después hablé yo un buen rato. Vagar y- vagar, —— 13 E, ARIAS SUAREZ : Mercedes, por tantos horizantes; tostarse uno bajo tantos soles y conocer tantos lugares y personas. Va- mos dejando en cada sitio un pedazo de sentimien- to, relegando carifios y acoplando recuerdos con el amor del coleccionista. Hasta que un dia se fa- tiga la vista y se atiborra el aliacén de los paisa- jes y los recuerdos. Entonces queremos reposar, pero estamos ya viejos y nos hace falta el nido y el ala amante que nos cobije. Yo he visto con dolor, Merce- des, a esos viejos albatros, desplumados y alicaidos, que se mueren de frio en la inclemencia invernal del acantilado. —Pues te vendraés a nuestro nido, que eg am-* plio y abrigado y sobra sitio para ti. No me crié aca- so tu madre? A ella se lo debo todo. Y a ti tam- bién.... 19 poco que he gozado en la vida. No vas a deberle favores a mi marido. Soy yo la que te trae. Mafiana mismo te vendras con nosotros. Yo portestaba. Pero fingi ceder, con intenciones de seguir solitario. . A poco llegaron los dos chicuelos. Salian del co- legio, y entraban desbaratando las escaleras. Al en- trar a la alcoba y verme tan confidente, me miraron sorprendidas, como con rabia. Mercedes me presenté: —E] sefior Constantino. Fl viejo primo de quien les he hablado tanto. Llega ahora del exterior. —Yo abracé a Jos dos chicos; pero ellos no co- 14 ENVEJEOER Trespondieron a mi efusién. Se quedaron callados, se sentaron aparte y permanecieron mohinos. —Me marcho, Mercedes. Ya no es “hace veinte afios”. Ténlo muy presente. Pero ella no me dejé partir. —Salgd4monos siquiera a ta sala -le rogaba yo-. Hace tanto calor! —FPero s! aqui estamos buenos. Ustedes, mu- chachos, pueden irse al jardin, con Maria. Vi partir a los chicos, regoicljadamente. No por- que la soledad con mi prima me interesara, sino por- que la figura de los chiquillos me repugnaba. More- ‘nos y regordetes, con cierto alre villano; miradas de désconfianza; maneras toscas, y un no se qué de repulsivo, verdaderamente inexplicable. Una mujer ‘coma Mercedes con estos hijos! Si hublera sido mi mujer...’. Puede decirse que desde que los of subir las escaleras, les tomé el gran fastidio. Temiendo que de un momento a otro llegara también’ el doctor, me incorporé y sali al pasillo. Mer- cedeg iba detras de mf, mientras yo pensaba: “Sera * mejot que el doctor noa encuentre en el pasillo”. En- tonces me puse a pasearme al lado de Mercedes, un poco intranquilg, ¢ Los Lompres sensit{vos, los que no pasamos por ‘alto el menor detalle, somos siempre seres celosos y suceptibles. Nos ponemos en lugar de los otros y pen- — 15 E. ARIAS SUAREZ : samos que en tales o cuales circunstancias no hos gustaria.... Como pensar que pudiera agradarme ami que al! entrar a mi casa encontrara o mi mujer en confidencias con un extrafhgo? . - Hablaba yo alto y decia cosas comunes, éstable- ciendo con Mercedes una conversacién que pudieran oir hasta las criadas. Ella ‘a veces cortaba’ ‘mi discur- * so para referirse al pasado. ‘b —Te acuerdas de] mandarino? Y de la’ hamaca? . Claro, Mercedes. Pero ‘seria. mejor que habla- ' tamos de otras cosas. “La vida comienza mafiana”; : es la unica frase importante que ha escrito’ Da. Ve- ona, Porque aquello esta ya bien muerto. Dije “myer- ‘ to” en tono tan alto, que el doctor, que en ese mo- mento subia las escaleras, oyé claramente la palabra. Me sobresalté al verlo, pero fingi serenidad, Era realmente el retrato de sus hijos: moreno, ‘tirando a indigena, gordo y flemAtico. Cabello intacto y liso, sin una cana.:Frente estrecha y poblade. El doctor ‘pareci6 también sorprenderse, pero fue sdlo un rel4mpago, porque me saludé muy cor- tesmente. Se hizo la présentacién:* * —El primo de que te he hablado. Regresa ahora y se queda con nosotros, tal vez por.algun tlempo. * —Encantado! Si ya le conocia “a través” de Mer- cedes. Ya lo egtimaba mucho. Usted sabe que cuan-- do queremos a alguien, ese carifio se contagia tam- 16 ———_ . ENVEJECER bién a sus familiares. Cémo est&? Cuando lleg6? Pe- ro si esté lo mas bient .Me lo imaginaba més viejo. *. Bude comprobar que se 'trataba de un hombre inteligente, pero dificil de, abordar; un poco hermé- . tica y socarrén. Me hizo’ pasar a la sala, sacé una lin- da tabaquera y me ofrecl6*pn buen cigarro. Abrié _ después la ‘bodega y trajo vino, de un viejo vino de mas dé megip siglo. —Tembién quieres, Mercedes? " =Si, tr4eme. también. me: hab{ag dicho que te mareaba esto tan viejo. w—Sl, pero ahora no importa. Empezamos a beber a sorbitos, a medida que _ habldbamos. Mercedes estaba a mi izquierda, y a mi : dlestra, el doctor. * | ¥ a propésito, -dijo-. Cudl era el muerto de que habjaban? Ocurren tantos accidentes ahora. . » No es raro que el doctor hubiera oido también Jo, Ae la }amaca. a ++ —S{“dije yo-. Habl4bamos de un muerto. De un “inverto definItivo que no resucitard. De un incendio, "y también de un naufragio. + —Peligrosas y espeluznantes escenas las del mar. “geré tae agradable. haber Viajado tanto. Cuente us- i tecal gayR cosg, 8 Tham” vent estas, cuando of que subia las esca- \, Jerga un "paso menudo de mujer. 1 of gr ' ——- 11 E. ARIAS SUAREZ —Es la nifa, que llega de la casa vecina. Dijo al punto Mercedes. Era en verdad “la nifia”’. Porque en el umbral -de la sala, como una diosa, resplandecta la figura de ana bella mujer. —Mercedest -exclamé yo-, dando un sallo. Cuatro lustros se borraron de mi exlstencia, y cre{ ver un milagro. Porque esa era la Mercedes de hacfa veinte afios. Exactamente la misma. Sus mils- mas facciones, su mismo garbo; su frescura, sus ojos yerdes y su boca de almibar. Si me la hubiesen roba- do del seuuerdo, nu estaria tan dgual;st Ja hubjeran co- plado de mis ensuefios, no seria tan exacta. Asi co- mo estés ahora, Mercedes, asi venias a saludarme por las mafianas. As{ te detenfas en mi puerta, ajorosa y radiante, con ese brillo en los ojos y ese rictus de dulzura en la boca, Ast como te veo, te he seguido mi- tando veinle afhos seguidos en los espejos ilusorios de ta distancia. Asi, pura y esbelta comg una diosa, te he consagrado lo mas noble de este viejo carifio, Estaba tembloroso, y todos notaron mi turbacién. —No es Mercedes ‘como se ‘lama -, dijo ml pri- ma. Es Rosario. E hizo la presentacton. Y yo no sé por qué adverti que Rosario también se habfa turba- do un poco. —Se hace tarde. Usted perdone, Rasario, que me vaya ahora mismo. Pero volveré luego. Es que 18 ———————————- ENVEJECER tampoco me slento blen. Acaso ese vino tan viejo... —-§1, déjenlo marcharse. Es en yerdad un vino muy fuerte. A mi mismo me hace dafio. Dijo el doc- tor con mucho tino. ' : Y ya oscurecido, sali de aquella casa a darme una ducha de luz eléctrica bajo la regadera de las bombillas. "7 aan if *Tendido:en mi lecho, esa noche, me sentia co- mo un ndufrago. La’ cama debfa tener ese vaivén ines- table de un camarote. E) cuarto filtraba luz de afuera, . como de una claraboya: el edificio todo traqueteaba como los buques azotados por la borrasca. . Ahora, se hundia el buque, y era irremediable que entrarg el agua al camarote por la entreabierta _claraboyg. $e iria anegando, anegando, hasta que me cubriera el agua. Y yo no me moverfa, y antes que to- "do el mundo estarfa en‘ salmuera. : NO pude dormir en la‘santa noche. Me tomé una , “adalina”, dos “adalinas”, y solo consegui una espe- cle de.sopor sumamente desagradable. Unas ratas andaban por el cuarto, con pasos grandes, como de hombre. Las ratas de la bodega.... Cuando dormi{ en la bodega, en Népoles, también estaban estas ra- 19 E. ARIAS SUAREZ 7 ’ tas grandes. Una me paso por Ja cara, entonces, Olia a brea, y a lo lejos sonaban las maniobras de los ma- rinos; cadenas, gruas, jarcias. E] pescado que comen los napolitanos me supo siempre amargo. No eran tan malos los espaguetis.... Vefa a Rosario en la popa de un buque, miran- do entretenida los pececitos que rayaban de fosfores- cencias la estela hirviente de) navio. Yo me le acer- caba pasito para no despertarla, y ella volvia hacia mi sus ojos grandes y puros, encendidos en Jos des- tellos del agua. Y al mirarla a los Ojos, el mar ente- ro, grande y verdeazul, pasaba, ahora por s sus pu- pilas. Despertaba y me revolvia'en el lecho, como un presidiario. Es verdaderamente ridiculo que un viejo. como yo.... Hay qué matar en nosotros los gérme- nes del deseo imposible. Hay qué ahogar en los vie- , jos el alarido de la pasion. Hay qué ser siempre fuer- tes, y morir en la propia ley. Hay qué aprender a ser viejos. : Cuando hubo amanecido, tomé un bafio casi he- lado, y tiritando bajo las oblicuas agujas, me miré el magro cuerpo, Las rodillas mfas, salientes. La fla- queza de don Quijote en la gruta. Este costillar de gallina. . Regresé a mi habitacién, dispuesto a marcharme al dia siguiente, y me puse a hacer mis maletas. La 20 —_ ENV EJECER camarera entré a preguntarme si tomaba el desayu- no y se admird mucho de verme haciendo lfos. ' —Y es que se va el sefior Felipe? —S{, mafiana, en el primer tren que salga. —Y no habia pagado un mes de anticipo? —Posiblemente. Salié la criada, y vino en su lugar la duena de Ja pensién. Qué ha encontrado de malo? Digalo franca- mente. O habr& qué devolverle su dinero. —No se preocupe, sefiora. Haga una buena obra con él. Lo que sale de nosotros alguna vez, es ya pa- Ta siempre. ‘ . La sefiora quedé muy sorprendida de mi locura. A poco entrd la criada con el chocolate, diciéndome: . —El doctor Rodriguez pregunta por el sefior Constantino. Le dijimos que no se hospedaba aqui, pero él ha insistido. Ha dado justamente sus sefias. . Puede decirle que pase. t Entro e} doctor, lo mds jovialmente posible. Me saludé con ese apretén de manos de vaivén menudito, ,ae tanto dice.” 4s muy temprano para visitarle, lo compren- dp."Serén las nueve. Pro es que no queremos que ‘usted permanezca en el hotel un solo dia, y vengo a que nos vayamos a mi casa. _ —Imposible, doctor’ Me marcho mafiana mismo. 4 21 E. ARIAS BUAREZ : “f Ya ve que hago mis maletas. Le agradezco infinita- mente. , —Pues no se marcharé usted. Vengo no sélo en nombre mio, sino también en el de Mercedes y Ro- sario, y usted no puede desatendernos a los tres. Pue- de cerrar esas maletas, que ahora vienen por ellas, +No, doctor. Mis negocios me piden que regrese. —wNo me venga con argumentos. Sus negocios es- tan aqui, en su pueblo..Su familia esta aqui: Merce- des y Rosario, y también los nifios. ¥ yo también. Yo soy su primo politico, no lo olvide. —Todo eso me abruma, doctor; pero ya le di- je que me marcho, y lo cumpliré, sintiendo desaten- derlos. ’ —Pues oiga: Usted vino a cobrar una deuda que contrajo la ciudad para con su padre, que la fund6é, Pero tiene qué cobrar otra, Yo sé muy bien que cuan- do Mercedes quedo huérfana, se fue a vivir a su casa, que alla se cri6, que alla Ja educaron y la ensefiaron a ser mujer. Y fue su madre de usted, debe saberlo, quien me entregé a Mercedes. De ella la recibi en‘la iglesia. De manos de su madre recibi yo 1a felicidad. Mercedes le debe a su madre el ser quien es, y yQ le debo a su madre a Mercedes. Al divino tesoro de (Mer- cedes. —Sé muy bien que usted es hombre escrupuloso .-continué-. Pero no tema nada. Para nosotros es un 22: —__ ENVEJECER ygullo tenerlo a nuestro lado. Al Gnico hijo del fun- ador, al hermano de crianza de Mercedes, fuera de Sus méritos personales, naturalmente. Y no va a ser una carga para nosotros, porque soy hombre rico, y+! soy rico fue por la dote que su madre le dié a ‘Macedes, Entiéndalo bien. Yo era un médico insigni- na te que no nacié para eso; pero con la dote de ujer, hice negocios, y hemos prosperado. Se va nat 8 disfrutar ep clerto modo del legado de sus smaypres. . . *\ aunque lo qué usted dice fuera cierto, doctor, ahord menos'podria aceptar su generosa oferta que susted ilsfraza de obligacién. id. Esto es cosa decidida. Anoche hablamos muy largo de eso las dos mujeres y yo. Hasta lue- go. Hoy lo esperamos a almorzar. Me dio un apretén de manos, siempre efusivo, y saliéfsin esperar la menor réplica. ‘ Se entrip e) chocolate sobre la mesa, mientras de espaldas en ‘mi lecho yo me eché a pensar en el nue- p giro de esag cosas. Todo cuanto dijo el doctor, fue recitado como ia leccién. Pero hablaba sinceramente, razonada- “mente. Sin embargo se equiyoca si piensa que les voy * cobrar lo que le deben a mis mayores. El municipia me dara un dinero, y el doctor un asilo. Buena co- —_—— 23 fe EB, ARIAS SUAREZ _ i sal Una misericordia ‘para conmigo. Lo que le at ben a Jos demas y que acaso yo no merezco. Me fue rindiendo otra vez el suefio, urgidos nds nervios por ‘el desvelo. Ahora mi lecho era de blah das plumas, de algodén y de lona. La lona de la Ya-. maca que -hacia veinte afios- colgaba cémo un pin- dulo debajo de! mandarino, eternamente en flor. #n- tonces Mercedes.era exactamente igual a Rossrig. Mercedeg no ha envejecido, porque prolonga sy vi- da:en el renuevo. E] que esta viejo‘soy yo; vi joy solitarto como esos desconchados helechos qre se mustian sin frutos en la aridez de los barrancs. A eso de la una, me desperté un ruido de voces al frente de mi puerta. Me levanté a abrir, y ran el doctor, Mercedes y Rosario. Y detrés de ellos, yn cria- do que fue alzando con mis maletas. Entonces; arras- trado por aquellos tres carifios, sal de la pensién para ir a instalarme a mi nueva morada, -¢ III * 4 Mi nueva habitaci6n era un preciosp Qpparta: mento que daba hacia el jardin. Lleno de sol y de paisaje. Desde aqui se ven aquellas colinas con esaq pefias blancas que tanto miré de nifio. Allé lejos 24 ——_—_ — ENV EVECER ‘se divisa un pueblecito nuevo; mas abajo serpea el rfo, y en aquella nebulosa colina los atardeceres son slempre espléndidos. . ‘. Limpieza, comodidad y orden. Un retrato de mi madre a la cabecera de mi lecho; al frente, !a Virgen y el Nifo, de Rafael; dos grandes floreros, cortinillas leves con dragones; un fumador, una pipa, una bi- bl{otequita de autores latinos y de clasicos espafioles. Cuadritos,-estampitas en las paredes. Hasta un par de acolchonados' pantuflos y una bata de seda. Como eatoy ya viejol... Todo con un carifo. Todo tan menudito y acogedor. Y me dejé llevar por mi buena suerte.. .- * _ Aqui estoy blen. Muy bien. Pensaba yo, pasean- ‘dome por mi cuarto cuando hube quedado solo. Es- vto era Jo que yo buscaba: un remanso. Hasta las pledras se remansan cuando han rodado mucho. A- qui estoy perfectamente bien. Me asomaba a la ventana a saludar alborozado ‘ csas lomas doradas por el sol de los venados; aquellas quiebrag profundas por donde pasa sordo el rio, y esas “casitas minusculas adosadas a las montajias, que ca- “brillean al sol, como diamantes. Aspiraba el perfu- "ame del jardin, y dejaba que las brisas serranas me " enyolyleran la cara, como un fresco pafiuelo. Trina- ban los canarios frente a mi cuarto; se arrullaban las palomas en el tejado.

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