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CAPITULO SEXTO LA FRUSTRACION EXISTENCIAL Al psiquiatra actual le sale al encuentro, no raras veces, Ja voluntad de sentido bajo la forma de frustracién. No existe, pues, tan sdlo la frustracién sexual, la frustracién del instinto sexual, 0, dicho en términos mds generales, de la voluntad de placer, sino que se da también lo que en la Jogoterapia Iamamos \frustracién_existencial, es decir, un sentimiento de falta de sentido de la propia existencia. Este complejo de vacuidad alcanza hoy un rango superior al de complejo de inferioridad por lo que se tefiere a la etiologia de las enfermedades neuréticas. El hombre actual no sufre tanto bajo el sentimiento de que tiene menos va- lor que otros, sino mds bien bajo el sentimiento de que su existencia no tiene sentido. Esta frustracién existencial es patégena, es decir, puede ser causa de enfermedades psi- quicas, con la misma frecuencia al menos que la tantas veces denostada frustracién sexual. El hombre existencialmente frustrado no conoce nada con lo que poder Ilenar lo que yo Ilamo \vacfo existencial. En opinién de Schopenhauer, la humanidad oscila entre la necesidad_y el_aburrimiento. Pues bien, los neurdlogos actuales tenemos que dedicar mucho mds tiempo a los pro- blemas del aburrimiento que a los de la necesidad, sin 87 La frustracién existencial excluir — sino més bien excluyendo expresamente— la Ilamada necesidad sexual. De hecho, se advierte una y otra vez que, en el fondo de numerosos casos de frustracién sexual, late, propiamente hablando, la frustracién de la voluntad de sentido: sdlo en el vacio existencial prolifera la libido sexual. Como el mismo lenguaje ensefia, el _aburrimiento pue- de ser «mortal». Hay autores que llegan incluso a afitmar que los suicidios deben atribuirse, en Ultima instancia, a aquel vacio interior que responde a la frustracién exis- tencial. Todos estos problemas adquieren en nuestros dias una acusada actualidad. Vivimos en una época de creciente tiempo libre. Pero hay tiempo libre no sdlo respecto de algo, sino también pata algo. Sdlo que el hombre existen- cialmente frustrado no sabe cémo o con qué llenar este tiempo. Si nos preguntamos por las formas clinicas bdsicas bajo las que nos sale al paso la frustracién existencial, habria que nombrar, entre otras, lo que en otro lugar («Sozialarzt- liche Rundschau», marzo de 1933) he llamado neurosis de _paro laboral. Bajo este epigrafe deben incluirse también las crisis de los jubilados, un problema de suma actuali- dad e importancia para la medicina de la tercera edad. Se puede, honradamente hablando, estar de acuerdo con Hans Hoff, cuando declara: «En numerosos casos, la posibilidad de dar un sentido a la vida, también en el futuro, retrasa la aparicién de los sintomas de vejez.» Y comprendemos la sabidurfa que encierran las palabras pronunciadas por Har- vey Cushing, el mayor especialista en cirugfa cerebral de todos los tiempos, y citadas por Percival Bailey en la con- ferencia que pronuncié con ocasién del 112 aniversario de la Asociacién americana de psiquiatria: «Sélo existe una 88 La frustracién existencial manera de hacer frente a la vida: tener siempre una tarea que cumplir.» Puedo afiadir la anécdota personal de que pocas veces he visto en mi vida una mesa tan cargada de libros que esperan una lectura reposada y ponderada, como en la mesa de trabajo del profesor de psiquiatria vienés Josef Berze... cuando contaba ya noventa afios de edad. Del mismo modo que la crisis de jubilacién presenta una neurosis de paro laboral que podemos calificar, por asi decirlo, de permanente, existe también una neurosis periddica, pasajera. Me refiero a la «neurosis-dominguera», una depresién que acomete a aquellas personas que se hacen conscientes del vacio de contenido de sus vidas cuando, al Ilegar el domingo y hacer alto en su trabajo cuotidiano, se enfrentan con el vacio existencial. De ordinario, la frustracién existencial no es manifies- ta, sino latente. El vacio existencial puede quedar larvado, permanecer enmascarado; y conocemos varias méscaras bajo las que se oculta el vacfo existencial. Pensemos sim- plemente en la enfermedad de los managers que, llevados de su af4n de trabajo, se arrojan a una intensa actividad, de modo que la voluntad de poder — por no emplear la més ptimitiva y Ja més trivial expresién de «voluntad de dinero» — reprime la voluntad de sentido. Peto asi como los directivos tienen tanto trabajo que no les queda tiempo ni para respirar, y mucho menos para encontrarse a si mismos, en cambio sus mujeres tienen demasiado poco que hacer y demasiado tiempo de ocio. No saben en qué emplear tantas horas libres y, por su- puesto, desconocen mucho més atin el modo de empren- der algo por propia iniciativa. Recutten entonces, para aturdir su vacio interior, a la bebida, los chismes y el jue- go... Todas estas personas no hacen sino huir de sf mis- mas, al entregarse a una forma de configuracidn de su tiem- 89 UNIVERSIDAD INTERCONTINENTAL La frustracién existencial po libre que puedo calificar de centrifuga y a la que habria que oponer otra que intente dar a los hombres no sdlo ocasién de esparcimiento, sino también de recogimiento y meditacién interior. El horror vacui —la angustia del vacio— no se da tan sdlo en el 4mbito fisico, sino también en el psicoldgico. En la tentativa de ensordecer el vacio existencial con el rugido de los motores y la embriaguez de la velocidad veo yo el psicoldgico vis a tergo del vertiginoso aumento de la motorizacién. Considero el ritmo acelerado de la vida actual como un intento de automedicacién — aunque int- til— de la frustracién existencial. Cuanto mas desconoce el hombre el objetivo de su vida, mds trepidante ritmo da a esta vida. En este sentido parodia el cabaretista vienés Helmut Qualtinger, en una cancién, a un afeminado «sal- vaje de la moto», a quien hace decir: «No tengo ni la menor idea de adénde voy, pero desde luego voy a toda méa- quina.» Algunas veces, esta ambicidn puede tender a més altos objetivos. Conozco un paciente que era el exponente mds tipico de «enfermedad de manager» que jamds haya en- contrado en mi vida. Se notaba a primera vista que traba- jaba hasta matarse. Por fin, pudo ponerse en claro la razén que le impulsaba a entregarse con tal pasién al trabajo, hasta el limite del agotamiento: era, desde luego, bastan- te rico y tenia incluso una avioneta particular. Pero con- fesé que habia cifrado toda su ambicién en poder ser pro- pietario de un avidn a reaccién, en vez de aquella avioneta vulgar y corriente. Preocuparse por algo asi como el sentido de la existen- cia humana, dudar de tal sentido o incluso hundirse en Ie desesperacién ante la supuesta falta de sentido de la exis tencia, no es un estado enfermizo, un fenédmeno patolégi 90 La frustracién existencial co. Justamente en el campo clinico debemos precavernos muy mucho de tal idea, que podriamos calificar de pato- logismo. Es cabalmente la preocupacién por el sentido de su existencia lo que caracteriza al hombre como tal — no existe un solo caso de un animal preocupado por tales cues- tiones — y no podemos reducir esto humano (més atin, precisamente lo més humano del hombre) a un simple «de- masiado humano», calificéndolo, por ejemplo, de debili- dad, de enfermedad, de sintoma, de complejo. Al contrario: conozco el caso de un profesor de uni- versidad, a quien aconsejaron acudir a mi consulta porque se sentia desesperado ante el problema del sentido de la existencia. A lo largo de la conversacién pudimos compro- bar que se trataba més bien de un estado depresivo endé- geno, no de un estado psicédgeno o neurético, sino soma- tégeno, es decir, psicdtico. Se puso en claro que sus cavi- laciones sobre el sentido de su vida no le acometian —contra lo que habria cabido imaginar — en los momen- tos de las fases depresivas. En estos momentos se sentia. més bien tan invadido de hipocondria que ni siquiera hu- biera sido capaz de plantearse tales cuestiones. Las cavila- ciones le sobrevenfan justamente en los momentos en que se encontraba bien. Con otras palabras: entre la necesidad espiritual de un lado y la enfermedad psiquica del otro, se habia Iegado, en este caso concreto, a una relacién de exclusién. Pero no es sélo que la frustracién existencial esté le- jos de ser algo patolégico, sino que lo mismo cabe decir —y con muchisima més razén — dela voluntad misma de sentido. Esta voluntad, esta pretensién humana de una existencia Ilena, hasta el méximo posible, de sentido, es en s{ misma tan poco enfermiza que puede —y debe — movilizérsela como factor tetapéutico. Conseguir este obje- 91 La frustracién existencial tivo es uno de los propdsitos primordiales de la logotera- pia — en cuanto orientada al logos — lo que, en un con- texto concreto, significa un tratamiento orientado al sen- tido (y reorientador del paciente). Algunas veces no se trata tan sdlo de movilizar la voluntad de sentido, sino de despertarla a la vida alli donde ha sido resquebrajada, o permanece inconsciente, o ha sido reprimida o desplazada. 92

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