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Análisis de las situaciones. Relaciones de Fuerzas.

Antonio Gramsci.

El estudio de cómo hay que analizar las “situaciones” o sea,


de cómo hay que establecer los diversos grados de relaciones de
fuerza, puede prestarse a una exposición elemental de ciencia y arte
políticos, entendida como un conjunto de cánones prácticos de
investigación y de observaciones particulares útiles para despertar el
interés por la realidad de hecho y para suscitar intuiciones políticas
más rigurosas y vigorosas. Al mismo tiempo hay que exponer lo que
se debe entender en política por estrategia y por táctica, por “plan”
estratégico, por propaganda y por agitación, por orgánica, o ciencia
de la organización y de la administración.

Los elementos de observación empírica que comúnmente se


exponen en confusión en los tratados de ciencia política (se puede
tomar como ejemplar la obra de G.Mosca, Elementi di scienza
política) tendrían que situarse en la medida en que no sean
cuestiones abstractas o en el aire, en los varios grados de relaciones
de fuerzas, empezando por las relaciones de las fuerzas
internacionales (en esta sección habría que colocar las notas escritas
acerca de lo que es una gran potencia, las agrupaciones de estados
en sistemas hegemónicos y, por tanto, acerca del concepto de
independencia y de soberanía por lo que hace a las potencias
pequeñas y medias), para pasar a las relaciones objetivas sociales, o
sea, al grado de desarrollo de las fuerzas productivas, a las
relaciones de fuerza política y de partido (sistemas hegemónicos en
el interior de los estados) y a las relaciones políticas inmediatazas
(es decir, potencialmente militares).

Las relaciones internacionales, ¿son (lógicamente) anteriores o


posteriores a las relaciones fundamentales? Posteriores, sin duda.
Toda innovación orgánica en la estructura modifica orgánicamente
las relaciones absolutas y relativas en el campo internacional, a
través de sus expresiones técnico-militares. También la posición
geográfica de un estado nacional es posterior y no anterior
(lógicamente) a las innovaciones estructurales, aunque reaccione
sobre ellas en cierta medida (precisamente en la medida en la cual
las sobrestructuras reaccionan sobre la estructura, la política sobre
la economía, etc.) Por otra parte, las relaciones internacionales
reaccionan pasiva y activamente sobre las relaciones políticas (de
hegemonía de los partidos). Cuando más subordinada está la vida
económica inmediata de una nación a las relaciones internacionales,
tanto más representa un partido esa situación y la aprovecha para
impedir la llegada de los partidos adversarios al poder (recuérdese
el famoso discurso de Nitti sobre la revolución italiana
técnicamente imposible). Desde esa serie de hechos se puede
llegar a la conclusión de que a menudo el llamado “partido del
extranjero” no es precisamente el que se indica como tal, sino el
partido más nacionalista, el cual, en realidad, más que representar
las fuerzas vitales del país, representa la subordinación y
sometimiento económico a las naciones o a un grupo de naciones
hegemónicas. (Una alusión a este elemento internacional
“represivo” de las energías internas se encuentra en los artículos
publicados por G. Volpe en el Corriere Della Sera del 22 y 23 de
Marzo de 1932).

El problema de las relaciones entre la estructura y las


superestructuras es el que hay que plantear y resolver exactamente
para llegar a un análisis acertado de las fuerzas que operan en la
historia de un cierto período, y para determinar su correlación. Hay
que moverse en el ámbito de dos principios: 1) el de que ninguna
sociedad se plantea tareas para cuya solución no existen ya las
condiciones necesarias y suficientes, o estén, al menos, en vías de
aparición o desarrollo; 2) el de que ninguna sociedad se disuelve ni
puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas la formas
de vida implícitas en sus relaciones (controlas la exacta
enunciación de estos principios).1

De la reflexión sobre esos dos cánones se puede llegar al


desarrollo de toda una serie de otros principios de metodología
histórica. Por de pronto, en el estudio de una estructura hay que
distinguir entre los movimientos orgánicos (relativamente
permanentes) y los movimientos que pueden llamarse “de
coyuntura” (y que se presentan como ocasionales, inmediatos, casi
accidentales). Los fenómenos de coyuntura dependen también, por
supuesto, de movimientos orgánicos, pero su significación no tiene
gran alcance histórico: producen una crítica política minuta, al día,
que afecta, a pequeños grupos dirigentes y a las personalidades
inmediatamente responsables del poder. Los fenómenos orgánicos
producen una crítica histórico social que afecta a las grandes
agrupaciones, más allá de las personas inmediatamente responsables
y más allá del personal dirigente. Al estudiar un período histórico se
presenta la gran importancia de esta distinción. Se tiene, por
ejemplo, una crisis que a veces se prolonga durante decenios. Esa
excepcional duración significa que se han revelado en la estructura
contradicciones insanables (las cuales han llegado a madurar), y que
las fuerzas políticas que actúan positivamente para la conservación y
la defensa de la estructura misma se esfuerzan por sanarlas y
superarlas dentro de ciertos límites. Esos esfuerzos incesantes y
perseverantes (puesto que ninguna forma social confesará nunca
que está superada) constituyen el terreno de los “ocasional”, en el
1
“Una formación social no perece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas
para las cuales es aún suficiente y nuevas y más altas relaciones de producción hayan
ocupado su lugar, ni antes de que las condiciones materiales de existencia de estas últimas
hayan germinado en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad se plantea
siempre y sólo las tareas que puede resolver, si se observan las cosas atentamente, se
hallará siempre que la tarea misma no surge sino donde las condiciones materiales de su
solución existen ya o se encuentra al menos en proceso de formación” (Marx, introducción
a la crítica de la economía política)
cual se organizan las fuerzas antagónicas que tienden a demostrar
(demostración que, en último análisis, sólo se consigue y es
“verdadera” si se convierte en nueva realidad, si las fuerzas
antagónicas triunfan, pero que en lo inmediato se desarrolla a
través de una serie de polémicas ideológicas, religiosas, filosóficas,
políticas, jurídicas, etc., cuya concreción puede estimarse por la
medida en la que consiguen ser convincentes y alteran la
disposición preexistente de las fuerzas sociales) que existen ya las
condiciones necesarias y suficientes para que pueda, y por tanto
deban resolver históricamente determinados problemas (“deban”,
porque todo incumplimiento del deber histórico aumenta el
desorden existente y prepara catástrofes más graves).

El error en que a menudo se cae en los análisis histórico-


políticos consiste en no saber hallar una relación justa entre lo que
es orgánicos y lo que es ocasional: así se llega a exponer como
inmediatamente activas causas que son, en cambio, mediatamente, o
a afirmar que las causas inmediatas son las causas eficientes únicas;
en el primer caso se tiene exceso de “economismo” o de
doctrinarismo pedante; en otro, el exceso de “ideologismo”; en un
caso se sobrestiman las causas mecánicas, en el otro se exalta el
elemento individualista e individual. La distinción entre “movimiento”
y hechos orgánicos y movimientos y hechos “coyunturales” u
ocasionales tiene que aplicarse a todos los tipos de situación, no sólo
a aquellos otros en los cuales se verifica un desarrollo regresivo o
de crisis aguda, sino también a aquellos otros en los cuales se
verifica un desarrollo progresivo y de prosperidad, así como a los de
estancamiento de las fuerzas productivas. Difícilmente se establecerá
de un modo exacto el nexo dialéctico entre los dos órdenes de
movimiento y, por tanto, de investigación; y si el error es ya grave
en la historiografía, lo será aun más en el arte político, cuando no se
trata de reconstruir la historia pasada, sino de construir la presente y
la futura; los propios deseos y las propias pasiones inferiores son la
causa del error, porque sustituyen al análisis objetivo e imparcial, y
eso ocurre no como “medio” consciente para estimulas la acción, sino
como autoengaño. También en este caso muerde la víbora al
charlatán; es decir, el demagogo es la primera víctima de su
demagogia.2

Estos criterios metodológicos pueden cobrar visible y


dialécticamente toda su significación cuando se aplican al examen de
hechos históricos concretos. Podría hacerse útilmente para
acontecimientos ocurridos en Francia entre 1789 y 1870. Me parece
que, para mayor claridad de la exposición, es necesario abarcar todo
ese período. Pues, efectivamente, sólo en 1879-1871, con el intento de
la Comuna, se agotan históricamente todos los gérmenes nacidos en
1789, o sea, no sólo que la nueva clase que lucha por el poder
derrota a los representantes de la vieja sociedad que no quiere
confesarse decididamente superada, sino además derrota a los
grupos novísimos que consideran ya superada la nueva estructura
nacida de la transformación iniciada en 1780, y así prueba que es
vital frente a lo viejo y frente a lo novísimo. Además. En 1870-1871
pierde eficacia el conjunto de principios de estrategia y táctica
política nacidos prácticamente en 1789 y desarrollados
ideológicamente en torno al año 1848 (los que se resumen en la
fórmula de la “revolución permanente”; sería interesante estudiar
qué parte de esa fórmula pasó a la estrategia de Mazzini – por
ejemplo, por lo que hace a la insurrección de Milán de 1853-, y si
ello ocurrió conscientemente o no). Un elemento que muestra el
acierto de este punto de vista es el hecho de que los historiadores

2
El no haber considerado el momento inmediato de las “relaciones” de fuerza está relacionado con los
residuos de la concepción liberal, de la cual es una manifestación del sindicalismo que creía ser más
adelantado mientras estaba dando un paso atrás. La concepción liberal vulgar, en efecto, al dar importancia la
relación de las fuerzas políticas organizadas en las varias formas de partidos (lectores de periódicos,
elecciones parlamentarias y locales, organizaciones de masa de los partidos y de los sindicatos en sentido
estricto), estaban más adelantada que le sindicalismo, el cual concedía importancia primordial a la relación
fundamental económico social y sólo a ella. La concepción liberal vulgar tenía en cuenta implícitamente esa
relación (como se manifiesta en tantos indicios), pero insistía más en la relación de las fuerzas políticas, que
era expresión de la otra y, en realidad, la contenía. Estos residuos de la concepción liberal vulgar se pueden
identificar en toda una serie de estudios que se consideran dependientes de la filosofía de la praxis y han
producido formas infantiles de optimismo y de estupidez.
no están en concordes (y es imposible que lo estén) al fijar los
límites del grupo de acontecimientos que constituye la revolución
francesa. Para algunos (Salvemini, por ejemplo) la revolución se
consuma en Valmy: Francia ha creado el nuevo estado y ha sabido
organizar la fuerza político-militar que afirma y define la soberanía
territorial del mismo. Para otros, la revolución continúa hasta
Termidor, y hasta hablan de varias revoluciones (el 10 de Agosto
sería una revolución independiente, etc.) [cf. La Révolution
Francaise, de A Mathiez, en la colección A.Colin.] El modo de
interpretar Termidor y la obra de Napoleón ofrece las contradicciones
más ásperas: ¿se trata de revolución o de contrarrevolución? Para
otros, la historia de la revolución continúa hasta 1830, 1848, 1870 e
incluso hasta la guerra mundial de 1914. Hay una parte de verdad en
cada uno de esos modos de ver las cosas. Realmente las
contradicciones internas de la estructura social francesa que se
desarrollan a partir de 1789 no encuentran una composición relativa
hasta la tercera república, y entonces Francia tiene sesenta años de
vida política equilibrada después de ochenta de agitación de onda
cada vez más larga: 1789, 1794, 1799, 1804, 1815, 1830, 1848, 1870.
Precisamente el estudio de esas “ondas” de diversas oscilación
permite reconstruir las relaciones entre la estructura y la
superestructuras, por una parte, y, por otra, entre el desarrollo del
movimiento orgánico y del movimiento coyuntural de la estructura.
Puede decirse, por de pronto, que la mediación dialéctica entre los
dos principios metodológicos enunciados al comienzo de este apunte
se puede descubrir en la fórmula político-histórica de la revolución
permanente.

La cuestión que suele llamarse de las relaciones de fuerza es


un aspecto del mismo problema. A menudo se lee, en las narraciones
históricas, la expresión genérica “relaciones de fuerzas favorables,
desfavorables a tal o cual tendencia”. Así, abstractamente, esta
formulación, no explica nada, o casi nada, porque se limita a repetir
el hecho que hay que explicar, presentándolo una vez como hecho y
otra como ley abstracta y como explicación. El error teórico consiste,
pues, en dar un canon de investigación y de interpretación como si
él fuera la “causa histórica”.

En la “relación de fuerza” hay que distinguir, por de pronto


varios momentos o grados, que son fundamentalmente éstos:

1) Una relación de fuerzas sociales estrechamente ligadas a la


estructura, objetiva, independiente de la voluntad de los
hombres, y que puede medirse con los sistemas de las ciencias
exactas o físicas. Sobre la base del desarrollo de las fuerzas
materiales de producción se tienen las agrupaciones sociales,
cada una de las cuales representa una función y ocupa una
posición dad en la producción misma. Esta relación es, y nada
más: es una realidad rebelde, nadie puede modificar el número
de las empresas o de sus empleados, el número de las
ciudades con la correspondiente población urbana, etc. Esta
división estratégica fundamental permite estudiar si en la
sociedad existen las condiciones necesarias y suficientes para
una transformación, es decir, permite controlar el grado de
realismo y de operatividad de las diversas ideologías nacidas
en su mismo terreno, en el terreno de las contradicciones que
la división ha engendrado durante su desarrollo.

2) Un momento ulterior es la relación de las fuerzas política, esto


e, la estimación del grado de homogeneidad, de autoconciencia
y de organización alcanzado por los varios grupos sociales. Este
momento puede analizarse a su vez distinguiendo en él varios
grados que corresponden a los diversos momentos de la
conciencia política colectiva tal como se han manifestado hasta
ahora en la historia. El primero y mas elemental es el
económico-corporativo: un comerciante siente que debe ser
solidario con otros comerciante, un fabricante con otro
fabricante, pero el comerciante no se siente aun solidario con
el fabricante, es decir, siente la unidad homogénea y el deber
de organizarla, la unidad del grupo profesional, pero todavía no
la del grupo social más amplio. Un segundo momento es aquel
en el cual se conquista la conciencia de la solidaridad de
intereses de todos los miembros del grupo social, pero todavía
en el terreno meramente económico. Ya en este momento se
plantea la cuestión del estado pero sólo en el sentido de
aspirar a conseguir una igualdad jurídico-política con los grupos
dominantes, pues lo que reivindica es el derecho a participar
en la legislación y en la administración, y acaso el de
modificarla y reformarla, pero en los marcos fundamentales
existentes. Un tercer momento es aquel en el cual se llega a la
conciencia de que los mismos intereses corporativos propios, en
su desarrollo actual y futuro, superan el ambiente corporativo,
de grupo meramente económico, y puede y deben convertirse
en los intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase
más estrictamente política, la cual indica el paso claro de la
estructura a la esfera de la superestructuras complejas; es la
fase en la cual las ideologías antes germinadas se hacen
“partido”, menos, una sola combinación de ellas, tiene a
prevalecer, a imponerse a difundirse por todo el área social,
determinando, además de la unidad de los fines económicos y
políticos, también la unidad intelectual y moral, plateando todas
las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no ya en
un plano corporativo, sino en un plano “universal”, y creando
así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una
serie de grupos subordinados. El estado se concibe, sin duda,
como organismo propio de un grupo, destinado a crear las
condiciones favorables a la máxima expansión de ese grupo;
pero ese desarrollo y esa expansión se conciben y se
presentan como la fuerza motora de una expansión universal,
de un desarrollo de todas las energías “nacionales”, es decir, el
grupo dominante se coordina concretamente con los intereses
generales de los grupos subordinados, y la vida estatal se
concibe como un continuo formarse y superarse de equilibrios
inestables (dentro del ámbito de la ley) entre los intereses del
grupo fundamental y los de los grupos subordinados, equilibrios
en los cuales los intereses del grupo dominante prevalecen,
pero hasta cierto punto, no hasta el nudo interés económico-
corporativo.

En la historia real esos momentos se implican recíprocamente


horizontal y verticalmente, por así decirlo, o sea, según actividades
económico-sociales (horizontales) y según territorios (verticales),
combinándose y escindiéndose por modos varios; cada una de esas
combinaciones puede representarse en una propia expresión
organizada económica y política. Pero aún hay que tener en cuenta
que con esas relaciones internas de un estado-nación se entrelazan
las relaciones internacionales, creando nuevas combinaciones
originales e históricamente concretas. Una ideología nacida en un
país desarrollado se difunde en países menos desarrollados,
gravitando en el juego local de combinaciones. (La religión, por
ejemplo, ha sido siempre una fuente de esas combinaciones
ideológico-políticas nacionales e internacionales, y, con la religión,
también las demás formaciones internacionales, la masonería, el
Rotary Club, los hebreos, Eric., pueden incluirse en la categoría
“intelectuales”, cuya función cosiste, a escala internacional, en
mediar entre los extremos, “socializar” los hallazgos técnicos que
permiten funcionar a las actividades de dirección, arbitrar
compromisos y vías de salida entre las soluciones extremas.)

Esta relación entre fuerzas internacionales y fuerzas nacionales


se complica todavía más por la existencia, dentro de cada estado, de
numerosos secciones territoriales de varia estructura y diversas
relaciones de fuerza de todos los grados (así, por ejemplo, la
Vendée estaba aliada con las fuerzas internacionales reaccionaria
y las representaba en el seno de la unidad territorial francesa, y
Lyon representaba, en la revolución, un particular nudo de
correlaciones, etcétera.)
3) El tercer momento es el de la relación de las fuerza militares,
que es el inmediatamente decisivo en cada caso. (El desarrollo
histórico oscila constantemente entre el primer y el tercer
momento, con la mediación del segundo.) Pero tampoco éste
es indistinto ni identificable de una forma esquemática, sino
que también en él se pueden distinguir dos grados: el militar
en el sentido estricto, o técnico-militar, y el grado que puede
llamarse político-militar. En el desarrollo de la historia esos dos
grados se han presentado con una variedad de combinaciones.
Un ejemplo típico, que puede servir como paradigma es el de
la relación de opresión militar de un estado sobre una nación
que esté intentando conseguir su independencia estatal. La
relación no es puramente militar, sino político-militar, y,
efectivamente, un tipo de opresión así sería inexplicable sin el
estado de disgregación social del pueblo oprimido y sin la
pasividad de su mayoría; por tanto, no podrá conseguirse la
independencia con fuerzas puramente militantes, sino que
harán falta fuerzas militares y político-militares. Pues si la
nación oprimida tuviera que esperar, para empezar la lucha por
la independencia, a que el estado hegemónico le permitiera
organizarse su propio ejército en el sentido estricto y técnico
de la palabra, podría echarse a dormir (puede ocurrir que la
reivindicación de contar con un propio ejército sea admitida
por la nación hegemónica, pero eso significará que una gran
parte de la lucha habrá sido ya combatida y ganada en el
terreno político-militar). La nación oprimida opondrá, por tanto,
inicialmente a la fuerza hegemónica una fuerza sólo “político-
militar”, esto es, le opondrá una forma de acción política que
tenga la virtud de determinar reflejos de carácter militar, en el
sentido: 1] de que tenga eficacia suficiente para disgregar
íntimamente la eficacia bélica de la nación hegemónica, y 2]
que obliguen a la fuerza militar hegemónica a diluirse y
dispersarse por un gran territorio, anulando así su eficacia
bélica. En el Risorgimiento italiano puede observarse la
desastrosa falta de dirección político-militar, especialmente en
el Partido d´Azione (por incapacidad congénita), pero también
en el partido piamontés-moderado, igual antes que después de
1848, y no por incapacidad, ciertamente, sino por “maltusianismo
económico-político”, o sea, porque no quería aludir siquiera a la
posibilidad de una reforma agraria ni convocar a una asamblea
nacional constituyente, sino que tendía simplemente a
conseguir que la monarquía piamontesa se extendiera por toda
Italia sin condiciones ni limitaciones de origen popular, con la
mera sanción de los plebiscitos regionales.

Otra cuestión fundamental con las anteriores consiste en ver si


las crisis históricas fundamentales están determinadas
inmediatamente por las crisis económicas. La respuesta a esta
cuestión está implícitamente contenida en los párrafos anteriores,
donde se tratan cuestiones que son otra manera de presentar la
ahora suscitada; pero siempre es necesario, por razones didácticas y
dado el público particular, examinar cada modo de presentarse una
misma cuestión, como si fuera un problema independiente y nuevo.
Puede excluirse que las crisis económicas inmediatas produzcan por
sí mismas acontecimientos fundamentales; sólo pueden crear un
terreno más favorable para la difusión de ciertos modos de pensar,
de plantear y de resolver las cuestiones que afectan a todo el
desarrollo ulterior de la vida estatal. Por lo demás, todas las
afirmaciones relativas a los períodos de crisis o de prosperidad
pueden provocar juicios unilaterales. En su compendio de historia de
la revolución francesa, Mathiez, oponiéndose a la historia vulgar
tradicional que “descubre” apriorísticamente una crisis en coincidencia
con las grandes rupturas del equilibrio social, afirma que hace 1789 la
situación económica era más bien buena en lo inmediato, por lo cual
no se puede decir que la catástrofe del estado absoluto se haya
debido a una crisis de pauperización. Hay que observar que el
estado estaba sometido a una crisis financiera mortal, por lo que se
planteaba la cuestión de cuál de los tres órdenes sociales
privilegiados iba a tener que soportar los sacrificios y los pesos
inevitables para poner de nuevo a flote las haciendas estatal y real.
Además, aunque la posición económica de la burguesía era sin duda
floreciente, no ocurría, por supuesto, lo mismo por lo que hace a la
situación de las clases populares de la ciudad y del campo, las
últimas de las cuales estaban atormentadas por una miseria
endémica. En cualquier caso, la ruptura del equilibrio de fuerzas no
ocurrió por causas mecánicas inmediatas de pauperización del grupo
social que estaba interesado en romper el equilibrio y que de hecho
lo rompió, sino que ocurrió en el marco de conflictos superiores al
mundo económico inmediato, relacionados con el “prestigio” de clase
(intereses económicos futuros) y con una exasperación del
sentimiento de independencia, de autonomía y de poder. La
particular cuestión del malestar o bienestar económico como causa
de nuevas realidades históricas es un aspecto parcial del problema
de la correlación de fuerzas en sus varios grados. Pueden producirse
novedades ya porque una situación de bienestar quede amenazada
por el rudo egoísmo de un grupo adversario, ya porque el malestar
se haya hecho intolerable y no se vea en la vieja sociedad ninguna
fuerza capaz de mitigarlo y de restablecer una normalidad con
medios legales. Por tanto, se puede decir, que todos esos elementos
son manifestación concreta de las fluctuaciones de coyuntura del
conjunto de las relaciones sociales de fuerza, en cuyo terreno se
produce el paso de esas correlaciones sociales a correlaciones
políticas de fuerza, para culminar en las correlaciones militares
decisivas.

Si ese proceso de desarrollo se detiene en un determinado


momento (y se trata esencialmente de un proceso que tiene por
actores a los hombres, a la voluntad y la capacidad de los
hombres), la situación dad es inactiva, y pueden producirse
conclusiones contradictorias: la vieja sociedad resiste y se asegura un
periodo de “respiro”, exterminando físicamente a la élite adversaria y
aterrorizando a las masas de reserva; o bien se produce la
destrucción recíproca de las fuerzas de conflicto, con la instauración
de la paz de los cementerios, que puede incluso esta bajo la
vigilancia de un centinela extranjero.
Pero la observación más importante que hay que hacer a
propósito de todo análisis concreto de las relaciones de fuerzas es la
siguiente: que esos análisis no pueden ni deben constituir fines en sí
mismo (a menos que se esté escribiendo un capítulo de la historia
pasada), sino que sólo cobran significado si sirven para justificar una
actividad práctica, una iniciativa de la voluntad. Los análisis muestran
cuáles son los puntos de menor resistencia a los que pueden
aplicarse con más fruto las fuerzas de la voluntad, sugieren las
operaciones tácticas inmediatas, cómo se puede plantear mejor una
campaña de agitación política, qué leguaje será mejor comprendido
por la muchedumbre, etcétera. El elemento decisivo de toda situación
es la fuerza permanente organizada y predispuesta desde mucho
antes, la cual puede ser lanzada hacia delante cuando se juzga que
una situación es favorable (y será favorable sólo en la medida en
que exista una fuerza así y esté llena de ardor combativo); por eso
la tarea esencial consiste en curarse sistémica y pacientemente
formar, desarrollar, homogeneizar cada vez más y hacer cada vez
más compacta y consciente de sí misma a esa fuente. Esto se
comprueba en la historia militar y en la atención con la cual se ha
preparado siempre a los ejércitos para empezar una guerra en
cualquier momento. Los grandes estados han sido grandes
precisamente porque estaban en cualquier momento preparados para
intervenir eficazmente en las coyunturas internacionales favorable, y
éstas eran favorables para ellos porque los grandes estados tenían la
posibilidad concreta de insertarse eficazmente en ellas.

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