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Fabio Wasserman (2008)

LIBERAL/LIBERALISMO

La familia conceptual cifrada en los términos liberal/liberalismo tuvo una importancia limitada en el discurso posrevolucionario
rioplatense. Su análisis en clave conceptual resulta sin embargo de interés pues permite dar cuenta de dos procesos significativos: la
acelerada politización e ideologización de la sociedad rioplatense desde comienzos del ochocientos y el desarrollo de algunos aspectos
singulares de su vida pública en relación a la del resto de Iberoamérica. En cuanto a la primera cuestión, el término liberal era
mayormente empleado para calificar a un sujeto como pródigo, generoso o dadivoso aunque mesurado. Sin perder esa connotación, la
revolución dio lugar a un proceso de remantización caracterizado por la incorporación de motivos políticos e ideológicos que la
dotaron de mayor densidad conceptual. Fue recién a mediados del siglo XIX cuando el liberalismo comenzó a considerarse como una
corriente o movimiento distinguible por propiciar o reivindicar ideas, valores, principios, instituciones, prácticas y tradiciones propias
y, por tanto, pasible de ser opuesto como tal a otros de raigambre socialista, conservadora o católica. En cuanto a la singularización de
la vida pública rioplatense en relación a otros espacios iberoamericanos, cabe advertir tres cuestiones. 1- Si bien ciertos sectores
políticos y sociales sostuvieron ideas o principios liberales, sólo en forma circunstancial se organizaron fuerzas que se reconocieron
como tales. 2- Lo liberal o el liberalismo entendidos como ideología, doctrina, discurso, sistema de valores, no solían ser recusados,
aunque algunos principios pertenecientes a ese universo si podían ser impugnados. 3- El discurso posrevolucionario se constituyó en
abierta y total oposición al pasado colonial. De ese modo quienes sostenían ideas y principios liberales, se asumían como tales o
fueron así reconocidos posteriormente por la historiografía, más que buscar fundar sus raíces en la historia lo hicieron en la revolución
de independencia que se concibió como una negación del pasado hispánico.
Estas cuestiones pueden precisarse mejor indagando la deriva del término liberal. Como punto de partida se debe tener presente por un
lado que se trata de una voz cuyo uso era infrecuente durante el período colonial y, por el otro, que entre sus diversas acepciones
predominaba aquella dirigida a calificar algún sujeto como pródigo o generoso. Este empleo comenzó a cobrar un renovado sentido
en el marco de las reformas borbónicas al caracterizar a quienes promovían la felicidad pública. La prensa ilustrada iniciada a
principios del siglo XIX favoreció su difusión.
Uno de los hilos que articulan la historia de la red conceptual liberal/liberalismo en la sociedad posrevolucionaria es la tensión
provocada por al distancia entre la enunciación de determinados principios, ideas o valores y su efectiva puesta en práctica. ¿En qué
consistían estos “principios liberales” y quienes los invocaban? Algunas de las más significativas innovaciones discursivas producidas
alrededor de 1810 tuvieron como protagonista a Mariano Moreno, quien orientó y dotó de consistencia a la política revolucionaria. Sin
embargo, la calificación de liberal, que rápidamente comenzó a extenderse hacia instituciones, ideas o acciones políticas, no era
patrimonio exclusivo de quienes militaban o simpatizaban con el ala radical de los revolucionarios. Es posible que la vaguedad del
término, sumada a las valencias positivas del mismo, provenientes de su uso en clave moral, haya facilitado su circulación. La
progresiva difusión del término también posibilitó que surgieran algunos nuevos usos, sobre todo al incorporarse a otros discursos
como el forense. En efecto, la calificación de las garantías procesales como liberales comenzó a hacerse frecuente en las
presentaciones judiciales realizadas pocos años más tarde en Buenos Aires.
En el discurso de Moreno y sus seguidores, prima la asociación del término con ideas y valores expresados en conceptos como
igualdad y libertad. Con el correr de los años ese sesgo igualitario se fue desdibujando, por lo que el sentido del concepto se orientó en
otras direcciones. Éstas pueden resumirse en tres líneas: la defensa de libertades o garantías individuales; la institucionalización del
poder en un régimen republicano y representativo: y, a caballo entre ambas, la necesidad de limitar el poder para garantir esas
libertades. En el marco de ese proceso, liberal fue afianzando su asociación con conceptos y nociones como libertad de opinión,
seguridad, división de poderes, instituciones, constitución y leyes. Estos cambios fueron alentados y cobraron forma bajo el influjo de
corrientes como la escuela escocesa, el liberalismo gaditano, el utilitarismo, la ideología y el pensamiento doctrinario francés. Claro
que su recepción estuvo mediada por las condiciones particulares de la vida pública y el orden social local. Si liberal asumió un nuevo
sentido se debió sobre todo al cambio de orientación de la vida política local cuyos principales protagonistas fueron dejando atrás el
ímpetu igualitario para plantear la necesidad de institucionalizar el poder poniendo fin a los trastornos provocados por la revolución.
Este propósito sólo pudo darse en el marco de las soberanías provinciales ante el reiterado fracaso que tuvieron los intentos de
organización nacional. Este sesgo institucionalizador se expresó en sintagmas como “sistema liberal”, “principios liberales” e
“instituciones liberales”, que si bien fueron forjados en la década de 1810, cobraron mayor presencia en el marco de las reformas
republicanas e ilustradas implementadas en varias provincias en la década de 1820. La contraposición entre liberal/republicano y
opresor/despótico que en principio había sido utilizada para oponer la experiencia republicana a la colonial, con el correr de los años
también comenzó a invocarse para explicar las dificultades existentes a la hora de construir un nuevo orden. De ahí que también,
pudieran calificarse como iliberales a adversarios o a políticas del momento juzgadas como opresoras o mezquinas.
En relación a la prensa resulta llamativa la ausencia hasta la década de 1850 de medios que incluyeran en su título la voz liberal,
mientras que era habitual el recurso a términos como república, patria, nacional, ilustración, pueblo, país, etc., etc. Esto puede
entenderse cuando se considera que los medios de prensa eran en general órganos políticos y que sólo en forma circunstancial se
constituyeron partidos que asumieron esa identidad.
La identificación como liberal y la invocación a principios liberales puede atribuirse a una genuina ideologización de la disputa
política y, además, al hecho que esos mismos principios estaban cobrando mayor precisión y nitidez en Europa. Pero también podía
tratarse de un recurso táctico para diferenciarse de los adversarios, como ocurrió al dividirse el partido federal de Buenos Aires entre
los seguidores de Rosas y quienes se negaron a prorrogarle las facultades extraordinarias en un nuevo mandato. Los miembros de esta
facción federal se agruparon en lo que se dio en llamar el partido liberal. Si bien los rosistas se identificaban como “apostólicos” y
tildaban a sus opositores como “cismáticos”, en ocasiones se permitían calificar a éstos como liberales.

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El desinterés o la dificultad para impugnar al liberalismo como doctrina puede advertirse en la polémica sostenida en esos años entre
políticos y publicistas de Buenos Aires que defendían el librecambio y los de Corrientes que alentaban la adopción de medidas
proteccionistas para defender la producción de su provincia. El correntino Pedro Ferré, en vez de condenar al liberalismo como una
doctrina perniciosa, increpó a sus adversarios por sostener un “liberalismo mal entendido” que no hizo más que transmitir el antiguo
monopolio español a uno más injusto. No fue el rusismo el sector que se apropió del liberalismo como lenguaje, discurso, doctrina o
bandera, sino sus opositores. Esta estrategia de diferenciación se acentuó después de 1835 cuando Rosas accede por segunda vez al
gobierno provincial obteniendo las facultades extraordinarias y la Suma del Poder Público que, sumados al cercenamiento de los
derechos individuales y su progresivo avance sobre las otras provincias, hizo que sus enemigos invocaran principios liberales para
diferenciarse de un gobierno que consideraban despótico, tirano, arbitrario y mezquino. En ese marco, no resultaba extraño que
pudiera calificarse de liberal toda aquella acción, idea o persona que se mostrara contrario a las políticas rosistas.
En los años de hegemonía rosista la vida política y cultural fue renovada por un grupo de jóvenes escritores románticos que se
reconocían miembros de una Nueva Generación. En sus inicios colocaban en el centro de sus reflexiones a un sujeto colectivo: la
nación. Sin embargo, y dado que también se mostraron férreos defensores de los derechos individuales, procuraron congeniar lo
individual y lo colectivo como intentó hacerlo con dispar suerte Esteban Echeverría en el Dogma Socialista. Con el correr de los años
fueron modificando la orientación de sus propuestas al incorporar nuevos enfoques e ideas. Pero estos cambios obedecieron sobre todo
a la necesidad de encontrar alternativas para desplazar a Rosas, al impacto provocado por las revoluciones de 1848 y a los incipientes
efectos de un nuevo ciclo de expansión capitalista que demandaban la elaboración de nuevas propuestas de organización capitalista.
Tras la derrota del régimen rosista varios de ellos lograron ocupar un lugar central en la vida pública. En ese marco elaboraron una
producción discursiva que combina y hace énfasis en diversos motivos del liberalismo y el republicanismo. Quien en forma más
consecuente asumió un programa liberal fue Juan B. Alberdi, que promovía una apertura irrestricta a los capitales y a la inmigración.
Dicho programa cobró forma en las Bases (1852) fuente inspiradora de la Constitución Nacional que, sancionada al año siguiente,
puede considerarse piedra de toque del liberalismo argentino, corriente que de ahí en más comenzaría a dominar el pensamiento
político y económico argentino hasta avanzado el siglo XX.

[Fabio Wasserman, “Liberal/Liberalismo”, en Noemí Goldman (editora), Lenguaje y revolución. Conceptos políticos claves en
el Río de la Plata, 1780-1850, Prometeo, Buenos Aires, 2008, pp. 67-82.]

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