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Que Pokémon Go no

sea una adicción


Óscar Ordóñez Arteaga
Poeta, escritor y periodista

No todo lo que brilla es oro; ¡gran verdad! Pero


tampoco todo el oro es ventajoso ni todo lo nuevo es malo o
valioso.
Que estas nos ayuden a comprender que no debemos
satanizar al videojuego Pokémon Go. Peor si no lo hemos
jugado. Y cabe la posibilidad de que no queramos. Sin
embargo, y si vivimos con menores de edad, deberíamos
conocerlo. Son generaciones muy aficionadas a lo nuevo, a
lo supuestamente cutre que ofrece internet.
No soy de la opinión de prohibir este juego. Optar esa
vía, además de radical, es peligrosa. Acorde con ese filo, estas
últimas semanas he leído críticas ácidas contra Pokémon Go
y muy pocas alternativas de solución.
Sí, solución ante un problema que podríamos evitarlo.
Los videojuegos de antes nos paralizaban en el asiento.
Ahora, es Pokémon Go el que nos “invita” a salir a su encuentro. La idea
suena interesante. La interacción con la tecnología nos lleva a lugares
inesperados. He ahí el peligro.
Por ejemplo, este lunes 8 de agosto, nos
enteramos que una niña de ocho años,
mientras jugaba con el celular de su primo en
la zona sur de La Paz, se percató que había un
pokemon en la acera del frente. “(…) cruzó la
calle sin darse cuenta que venía un vehículo el
cual no pudo frenar a tiempo”, dice la nota de
Unitel. No solo pasó en Bolivia…
La Policía Nacional ya ha advertido a los
padres de familia que “controlen” a sus hijos
que juegan Pokémon Go. Pero todo control
(por muy buena intención que tenga) ejerce
fuerza y provoca rechazo. Vigilar es cercenar las alas de expresiones
jóvenes que tienen mucho por enseñarnos.
Hay que inculcar a nuestros niños y jóvenes que antes de atrapar a
un pokemon es más importante que velen por su integridad. Que lo sepan
cual si fuera un rezo y que lo apliquen en todo momento.
Hay que inculcar a nuestros niños y jóvenes que utilicen el sentido
común, que se alimenten bien, que jueguen a la pelota, que razonen con
los juegos de mesa y que duerman lo suficiente.
Cuando con el filo autoritario de la generalización, criticamos
aquello que no conocemos, rompemos la confianza, nos alejamos del
diálogo, volvemos muda a la palabra y matamos al conocimiento…
Para cuidar a nuestros niños y jóvenes no necesitamos encerrarlos
entre las cuatro paredes de nuestros juicios ciegos. ¿Quiénes se
“enamoraron” de Pokémon Go? Por lo general, menores de 35 años.
Nacieron a finales de los 80 del siglo pasado y fueron niños en los 90;
cuando la tecnología ya era parte de los hogares de este país.
Por ejemplo, Pikachu apareció por primera vez en 1996. Formaba
parte de los primeros 151 monstruos de bolsillo de los primeros
videojuegos de Pokémon.

La infancia de quienes hoy juegan Pokémon Go convivió con los


juegos de computadora. Muy diferente a la mía, que ni señal de televisión
tenía… Por eso nos íbamos a la calle a jugar entre nosotros.
Ahora es distinto: se juega con (y contra) la máquina; antes, con los
amigos. Jugar con la computadora tampoco es malo. Lo es si nos
eternizamos con ella o descuidamos prioridades.
Tal vez, la tecnología convirtió a esta generación en personas más
reservadas,
pero nunca
tontas. Los
videojuegos
les ayudan
a
desarrollar
sus reflejos.
Sumemos a
ello lo poco
que
sabemos y
podremos
formar
excelentes
seres
humanos.
Pero hagámoslo con diálogo y con amor para que comprendan que
la vida no se resume solo a juegos.
Comprendamos que los videojuegos no son una
pasión, son una distracción. Actuemos de acuerdo con ese
razonamiento. Y sembremos en nuestras jóvenes
generaciones prioridades y no resentimientos o rebeldías
injustificadas.
Pasión la tiene el compositor porque está convencido de
que lo suyo es música y, a través de ella,
se expresa y siente la necesidad urgente
de crear sensaciones.
Pasión la tiene el poeta, que hace
de la capacidad de sorpresa su
primordial herramienta.
Luego, trata de reflejar
en el papel sus emociones
más encontradas.
Pasión la tiene el gra-
fitero, porque su firma
en un dibujo, que para él
no es arte, le mueve el
piso cuando se entera de
que ese su testimonio
(prohibido siempre por la
ley) le ayuda a ser cono-
cido en un mundo encasillado que solo
consume aquel arte que él no produce
ni quiere producir.
Pasión la tiene el escultor cuando
entiende que es la piedra, hija de la
cantera, la que le habla, le susurra al
oído el busto o corcel que quiere ser.
El trabajo de estas personas es diario,
y –por lo general– no les pagan un sueldo
mensual para hacer eso; ese es su
cotidiano respirar.
Pokémon Go, Facebook, Twitter, Instagram y WhatsApp,
entre otros, nos enseñan que nuestra integridad, nuestra
seguridad y nuestra responsabilidad ante la vida son una
misión; no una obligación… No caigamos en la adicción.
Óscar Ordóñez Arteaga,
a los 10 días de agosto de 2016

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