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PUNTO CRITICO Coleccién coordinada por Enric Berenguer PuNTo crfTico se propone dar a conocer ensayos que plan- teen las grandes cuestiones de nuestro tiempo, Su objet ofrecer trabajos que aporten un pensamiento origin voquen la reflexién, avanzando si es preciso en contra de opiniones mayoritarias. PUNTO CRITICO convoca asi a diversas disciplinas a la apertu- ra de un debate que tenga en cuenta la complejidad de la his- toria y de la politica, la diversidad de las sociedades y las estructuras familiares, los efectos de la cies las transformaciones de la sen: Anne Caporet Padres como los demds Homosexualidad y parentesco (Préxima aparicién) JeAN-CLAUDE MILNER El salario del ideal La teorfa de las clases y dela cultura LA PARADOJA DEMOCRATICA Chantal Mouffe Traduccién de Tomés Fernandez Aiz y Beatriz Eguibar Halo deo The De © Chantal Mout, 2000, Taduecn: Toms Frnndez A y Best Egubae Primera ect: mayo do 2003, Barcelona ae wante © kata Ged, S.A, fasto Bonanova 9, 1 08022 Brena, Espana 93253 09 04 Fac 93 2520905, secsa@yeisa.com vw gdisacom 190m: 84-7432-861-0 Depsito legal: 8. 19543-2003 Dice de colecn: SyviaSene Impreso por Carviga,Ct, 3 iplet, Impresa en Espa Printed in Spain eda pokibia cn fonma i reproducin prc o total por cualuier medio de impresi, extactada 0 modifica de esta versin catalina de ob Crest par le malentendu universel que tout le monde s’accorde Charles Baudelaire Caminante, no hay camino, Se hace camino al andar Antonio Machado INDICE Agradecimientos 6.2.60... ec eee eee eeee cece eee u Prefacio B Introduccién: La paradoja democratica ............. 04. wv 1. La democracia, el poder y «lo politico» . 33 2. Carl Schmitt y la paradoja de la democracia 51 3. Wittgenstein, la teoria politica y la democracia ....... B 4, Para un modelo agonistico de democracia............ 93 5. aUna politica sin adversario? ....... Conclustén: La ética de la democracia......... 060.000 139 fndice de nombres... 6.6... sees eee eeeeeeeenee 153 AGRADECIMIENTOS Los articutos de este libro se pu ialmente como si- (6 en una ver- ctitica del enfogue r marzo de 1995; «Car y la paradoja de la democracia li- beral», en The Canadian Journal of Law and Jurisprudence, X, 1, de enero de 1997; «Para un modelo agonistico de democracia», en Theory in Transition, obra compilada por Noel O'Sullivan (Row- ledge, 2000); «2 in adversario?», en una ve Quiero agradecer a Daniel Hal poyo editorial. Los ensayos que recoge este volumen han sido escritos en los Sltimos cinco afios. La mayorfa ya han sido publicados, algunos en una version distinta. Uno de ellos, un articulo lefdo en una conferencia, aparece aqui por vez. primera. La introduccién y la conclusi6n fueron escritas especialmente para esta obra, pero in cluyen ideas desarrolladas en varios articulos que no se incluyen aqui. Soy consciente de que, por lo que respecta a los temas princi: hay una cierta tendencia a la reiteraci6n. Si me he decidido a os en su forma original ha sido porque hubiese sido imposi- ble eliminar esas repeticiones sin alterar la inteligibilidad del argu- mento que se expone en cada articulo. Los asuntos que se debaten en La paradoja democrética son la continuacién de una reflexion iniciada conjuntamente con Ernesto Laclau en Hegemonia y estrategia socialista, reflexion proseguida posteriormente en El retorno de lo politico. Los acontecimientos politicos que se han producido tras la publicacién de este iltimo libro, acontecimientos que muestran la creciente tendencia de los partidos socialdemécratas hacia una consensuada politica de cen- tro, han robustecido mi conviccién de que es urgente que la teoria politica proporcione un marco alternativo al que ahora domina la teoria politica democratica. La comprensién de los principales de- fectos que presenta el niicleo de lo que se ha dado en llamar «ter- cera via» exige enfrentarse a la conflictiva naturaleza de la politica y al hecho de que no es posible erradicar el antagonismo, justa- ‘mente todo lo contrario de lo que lo que trata de hacer por todos los medios el cada vez més de moda enfoque de la «democracia de- liberativa» Al releer estos textos para su publicacién me he dado cuenta de que todos ellos, aunque en diferentes formas, destacaban la na- turaleza paradéjica de la democracia liberal moderna. Dado que la 16 /.A pepo BemoorArcA aversion a las paradojas esta muy extendida entre los pensadores INTRODUCCION racionalistas con los que polemizo, consideré que esa era la faceta de mi actual labor que valia la pena destacar. De ahi el titulo de | este libro. I LA PARADOJA DEMOCRATICA ‘Aunque en diferentes formas, todos los ensayos reunidos en esta obra tratan de lo que yo llamo la «paradoja> de la democra- cia moderna e intent tedricas y politicas de esta ‘ma més apropiada para definir el nuevo tipo de democ: ha establecido en Occidente en el transcurso de los dos democracia pluralista, democracia constitucional, ral. Para algunas personas, la principal diferencia con la democra~ cia ant tamafio y comy jado de ser mocritica es una sociedad en la que ‘miento han experimentado una radical indeterminacién. Esto es consecuencia de la «revolucién democratica», que conduce a la de- saparici6n de un poder que antes encarnaba la persona del inculaba a una autoridad trascendental. Se inauguro asi un rmuevo tipo de institucién de lo social en la que el poder quedé con- vertido en «un lugar vacio». Creo que es vital subrayar, como hace Lefort, la aparicion de un nuevo marco sim ‘como la moderna imposibilidad de pro- porcionar una garantia final, una legitimacién definitiva. No obs A, Claude Lefort, Democracy and Political Theory, Ot 20 /1A PRADO DEMDCRATEA tante, en vez de identificar simplemente la forma moderna de de- ‘mocracia con el lugar vacio del poder, quisiera subrayar también la distincién entre dos aspectos: por un lado, la democracia como forma de gobierno, es decir, el principio de la soberania del pueblos y por otro, el marco simbélico en el que se ejerce esa regla demo- La novedad de la democracia moder que la convierte eral, con su es nucleares de la tradici6n li- itutivos de la vision moderna del mundo. Sin em- in democratica, cuyos valores centrales ~igualdad y sobera~ separaci6n entre la igle- nia popular~ son diferentes. De hech sia y el Estado, entre el ambito de lo pil como la propia idea del Rechtsstaat, que es central para la politica del liberalismo, no encuentra su origen en el discurso democratico sino que proviene de otro + Por consiguiente es crucial comprender que, con la democracia moderna, hemos de encarar una nueva forma politica de sociedad ccuya especificidad emana de la articulacién entre dos tradiciones diferentes. Por un lado tenemos la tradicion liberal constituida por perio de la ley, la defensa de los derechos humanos y el respe- la tradicion democratica cuyas ideas principales son las de igualdad, identidad entre gobernantes y gobernados y soberanfa popular. No existe una relacién necesa- ria entre estas dos tradiciones distintas, sélo una imbricacién his- t6rica contingente. A través de esta imbricacién, tal como le gus- ta subrayar a C. B, MacPherson, el liberalismo se democratiz6 y la democracia se liberalizé, No olvidemos que, aunque hoy en dia tendemos a dar por supuesta la existencia de un vinculo entre el li- beralismo y la democracia, su uni6n, lejos de haber constituido un proceso fluido, ha sido el resultado de enconadas pugnas. Muchos liberales y muchos demécratas eran perfectamente conscientes del conflicto entre sus respectivas l6gicas asi como de los limites que la democracia liberal imponfa a la realizacién de sus propios objeti- vos. De hecho, ambos bandos siempre han tratado de interpretar sus normas del modo més conveniente para.sus propésitos. Desde mcouc06n /21 ta para salvaguardar la paz i mientras no ponga en peligro las i , Peto répidamente prescindible siempre que lo haga. Otros liberales han seguido una estrategia diferente, argumentando que sila gente decidiera «de un modo racional» serfa imposible que fue- sen contra los derechos y las libertades, y que, silo hicieran, su de- deberia considerarse legitima. En el otro bando, algunos as se han mostrado muy dispuestos a descartar las insti- tuciones liberales por considerarlas «libertades formales burguesas», asi como a luchar por su sustituci6n por aquellas formas directas de la democracia mediante las cuales puede expresarse sin obs- téculos la voluntad de las personas. La tendencia dominante en nuestros dias consiste en conside- rar la democracia de una forma que la identifica casi exclusivamen- te con el Rechtsstaat y la defensa de los derechos humanos, dejando a un lado el elemento de soberanfa popular, que es juzgado obso- leto. Esto ha creado un «déficit democrético» que, dado el papel central desempefiado por la idea de soberania popular en el imagi- nario democeitico, puede tener efectos muy peligrosos sobre la leal- tad mostrada a las instituciones democraticas. La propia legitimi- dad de la democracia liberal se basa en la idea de la soberania popular y, tal como indica la movilizacién de esta idea por parte de Jos politicos populistas de derechas, serfa un grave error considerar que ha llegado el momento de renunciar a ella. Las instituciones li- berales democraticas no deberian tomarse como un elemento ga- rantizado: siempre es necesario robustecerlas y defenderlas. Esto exige aprehender su dindmica especifica y reconocer la tensién que se deriva de los efectos de sus distintas logicas. S6lo aceptando la paradoja democratica podremos considerar el modo de enfrentar- nos a ella. Tal y como aclara mi examen de las tesis de Carl Schmitt en el capitulo 2, la Logica democratica siempre implica la necesidad de trazar una linea divisoria entre «ellos» y «nosotros», entre aquellos que pertenecen al «demos» y aquellos que se encuentran fuera de él. Esta es la condicién para el ejercicio mismo de los derechos demo- 2. F Hayek, The Road to Serfdom, Londres, 1944, pg. 2. (Trad, cas: Cami- no de servidumbre, Made, 2000.] 22,/ oom oenocrATCa craticos, Una condicién que crea necesariamente una tensi6n con cl énfasis liberal en el respeto de los «derechos humanos», dado que no existe garantia de que una decisién adoptada mediante procedi- ‘mientos democraticos no termine vulnerando algunos derechos ya existentes. En una democracia liberal se ponen siempre limites al ejercicio de la soberanfa del pueblo. Estos lfmites se presentan por comin como un elemento que define el propio marco para el respeto de los derechos humanos y como algo no negociable. De hecho, debido a que dependen del modo en que se definan e inter- preten los «derechos humanos» en un momento dado, son la expre- sign de una hegemonia prevaleciente y, por consiguiente, objeto de debate. Lo que no puede ser objeto de discusin en una democra- cia liberal es la idea de que es legit it beranfa popular en nombre de la radéjica. [Un argumento central de este libro es el que afirma que resulta vital para la politica democratica comprender que la democracia li- beral es el resultado de la articulacién de dos l6gicas que en instancia son incompatibles, y que no hay forma de reconciliarlas sin imperfeccién. O bien, por decirlo a la manera de Wittgenstein, que hay una t consti sus respectivas «gram: ‘cas, una tensién que nunca puede superarse, sino tinicamente ne- ‘gociarse de distintos modos.\Esta es la razén de que el régimen liberal democratico haya sido objeto de constantes pugnas, pugn: han constituido la fuerza impulsora de los desarr ¢ hist6ricos. La tensién entre sus dos componentes s6lo puede esta- bilizarse temporalmente mediante negociaciones pragmaticas entre fuerzas politicas, y dichas negociaciones siempre establecen la hege- monia de una de ellas. Hasta hace poco, la existencia de fuerzas, opuestas se reconocia abiertamente, y sélo en nuestros dias, cuando la propia idea de una posible alternativa al orden existente ha que- dado desacreditada, la estabilizacién lograda durante el periodo de précticamente libre de todo cuest ina vez que se da por y la libertad no puede reconciliarse y mas hegeménicas contingentes de estabilizaci6n del conflicto, se ve claramente que, tan pronto como desaparece la propia idea de al- temnativa a la configuracidn existente de poder, lo que desaparece rmooucooN / 23 con ella es la propia posibilidad de una forma legitima de expre- sion de las resistencias que se alzan contra las relaciones de podet dominantes. El statu quo queda naturalizado y transformado en el modo en que «realmente son las cosas». Esto es, pot supucsto, lo que ha sucedido con el actual Zeitgeist, la denominada «tercera via», que no es mas que la justificacién que realizan los socialde- ‘mécratas de su capitulacién ante una hegemonia neoliberal cuyas relaciones de poder no cuestionan, y ante la cual sel zat Gnicamente algunos pequefios ajust yy0s recogidos en y tebrico. Desde el punto de vista politico, lo que me gufa es la conviccién de que la incuestio- nada hegemonfa del neoliberalismo representa una amenaza para las instituciones democriticas. Los dogmas neoliberales sobre los inviolables derechos de propiedad, las omnicomprehensivas vit- tudes del mercado, y los tuyen en nuestros dias el «sentido comiin» imperante en las socie- dades liberal-democraticas y estén teniendo un profundo impacto en la izquierda, ya que muchos partidos de izquierdas se estan des- plazando hacia la derecha y redefi «centro izquierda»/De un modo yel «neue de striangulacién» de Clinton, blecido por sus predecesores neo! puestos a~ ver ninguna alternativa a la presente disposicién hege- nica, abogan por una forma de politica que pretende situarse i de Ia izquierda y la derecha», categorias que se presentan como obsoletas. Su objetivo es la creacién de un «consenso de cen- tro», cosa que, segiin se declara, es el tinico tipo de politica adap- tado a la nueva sociedad de la informaci6n, mientras se desacredita a todos aquellos que se opongan a este proyecto «modernizador» tildandolos de «fuerzas conservadoras». Sin embargo, como he de mostrar en el capitulo 5, cuando rascamos la superficie de esta re- 6 la que, de hecho, se ha limitado sim- cha de la izquierda por la 24 /urarsoo vewocRAnes igualdad. So pretexto de repensar y poner al dia las exigencias de- mocriticas, sus llamamientos a la «modernizacién», a la «flexibili- dad» y ala «responsabilidad» encubren su negativa a considerar las reivindicaciones de los sectores populares, que quedan excluidos de ‘sus prioridades politicas y sociales. Atin peor, esas reivindicaciones se rechazan como «antidemocriticas», «retrogradas» y residuos de un «viejo proyecto de la izquierda» hoy ya completamente desacte- itado. En este mundo cada vez més «unidimensional» en el que iquier posi ha quedado listas de derechas estén protagonizando varios paises. En muchos casos, son los tinicos que denuncian el «consenso de centro» y tratan de ocupar el terreno de la lucha que ha abandonado la izquierda, Particularmente preocupante es el hecho de que muchos sectores de la clase trabajadora sientan que sus in- tereses estan mejor defendidos en manos de esos partidos que en manos de los socialdemécratas. Al haber perdido fe en el tradicio- nal proceso democratico, son un blanco facil para los demagogos de la derecha. La situacién politica que acabamos de describir, caracterizada por el ensalzamiento de los valores de una politica de consenso considerar el ideal «, durante algiin tiempo, la de que un en- foque racionalista esta condenado a permanecer ciego a la dimen- sién de antagonismo de «lo politico», y también he afirmado que esta omisién ha tenido consecuencias muy serias para la politica democratica. Esta perspectiva ya quedé expuesta en Hegem: estrategia socialista‘ y en El retorno de lo politico,® y var tulos de este libro son una continuacién de aquellos an: capitulo 3, examino igualmente lo que considero que es una con- tribucién muy importante a la elaboracién de un enfoque no ra- cionalista de la teorfa politica. Sugiero que en el iltimo Wittgens- tein encontramos muchas intuiciones que pueden utilizarse para abordar la cuestién de que la lealtad a los valores democraticos no se crea mediante una argumentacién racional sino a través de un conjunto de juegos del lenguaje que construyen formas democréti- in, segtin la cual en las formas d instimmung», y no de un «Einvers- tand>, representa una perspectiva pionera. Igualmente importante para un enfoque auténticamente pluralista es su concepto de «seguir tuna regla» que, de acuerdo con mi argumentacién, puede ayudar- la diversidad de modos en que puede jugarse el jue~ 4, Emesto Lacan y Chantal Mouffe, Hegemony and S 42 Radical Democratic Politics, Londres, 1985. (Trad. cas lit Strategy: Toward Hegemonia estrategia sarnooucorN / 29 El trabajo de Jacques Derrida también es relevante para mi pro- ‘yecto. En este caso, es la nocién de un «exterior constitutivo» lo que me ayuda a destacar la utilidad de un enfoque deconstructivo para aprehender el antagonismo inherente a toda objetividad, asi como a subrayar el cardcter central de la distincién entre nosotros y ellos en la constitucién de las identidades politicas colectivas. Con el fin de evitar cualquier equivoco, seftalaré que el «exterior const puede reducirse a una negacién dialéctica. Para ser un auténtico ex- tetios, dicho exterior tiene que ser inconmensurable con el interior y, al mismo tiempo, condicién para su surgimiento. Esto s6lo es posi- ble silo que esta «fuera» no es simplemente el exterior de un conte- nido concreto, sino algo que pone en cuesti6n la «concrecién» como tal. Esto es lo que implica la nocién derridiana de un «exterior cons- titutivo»: no un contenido que resulte afirmado/negado por otto contenido que seria simplemente su opuesto dialéctico —lo que si ocu- rita si s6lo estuviéramos diciendo que no existe un «nosotros» sin un «ellos» sino un contenido que, al mostrar el carécter radicalmente indecidible de la tensiGn de su constitucién, haga de su propia posi- tividad una funci6n del simbolo de algo que la supera: la posibilidad/ imposibilidad de la positividad como tal. En este caso, el antagonis- mo no se puede reducir un simple proceso de inversi6n dialéctica: el «ellos» no es el opuesto constitutivo de un «nosotros» concreto, el simbolo de aquello que hace imposible cualquier «nosotros Concebido de este modo, el exterior constitutivo nos permite abordar las condiciones de emergencia de un antagonismo. Este surge cuando dicha relacién entre el nosotros y el ellos, que hasta entonces sélo habia sido percibida como una simple diferencia, em- Pieza a considerarse como la que existe entre un amigo y un ene- ‘igo. A partir de ese momento, se convierte en el locus de un an- tagonismo, es decir, se convierte en algo politico (en el sentido que da Schmitt al térmis las identidades colectivas s6lo pueden es- tablecerse segiin el modo del nosotros/ellos, esta claro que, dadas ciertas condiciones, siempre podran ser transformadas en relacio- nes antag6nicas. Por consiguiente, el antagonismo nunca puede set eliminado y constituye una posibilidad siempre presente en la pol tica. Una tarea clave de la politica democrética consiste por tant en creat las condiciones capaces de hacer que la aparici6n de tal posibilidad sea mucho menos probable. El objetivo del proyecto del «pluralismo agonistico» que se per- fila en el capitulo 4 estriba precisamente en considerar la politica 30 / raion. oewocAncn desde este tipo de perspectiva. Un primer paso en mi argumenta- ci6n consistiré en afirmar que la oposicién amigo/enemigo no es la tinica forma que puede adoptar el antagonismo y que éste puede ‘manifestarse de otro modo. Esta es la raz6n de que proponga dis- tinguir entre dos formas de antagonismo, el antagonismo propia- mente dicho ~que es el que tiene lugar entre enemigos, es decir, en- tre personas que no tienen un espacio simbélico comiin-, y lo que yo llamo «agonismo», que es una forma distinta de manifestacion del antagonismo, ya que no implica una relacién entre enemigos sino entre «adversarios», término éste que se define de modo para- déjico como «enemigos amistosos», esto es, como personas que son amigas porque comparten un espacio simbélico comtin, pero que también son enemigas porque quieren organizar este espacio sim- bolico comin de un modo diferente. Considero la categoria de «adversario» como la clave para con- cebir la especificidad de la politica pluralista y democratica mo- dderna, y es una categoria que se encuentra en el centro mismo de mi comprensién de la democracia como «pluralismo agonista». Ade- mas de permitirme rebatir el argumento de Schmitt sobre el cardcter contradictorio de la idea de democracia pluralista, también me ayuda a poner en primer plano tanto las limitaciones de los te6ri- cos de la «democracia deliberativa» como las de la politica del s dicente «centro radical». En el capitulo 1, por ejemplo, examino la version més reciente del liberalismo politico de Rawls y muestro las implicaciones probleméticas que supone para un enfoque plu- ralista de su concepto de «sociedad bien ordenada». Sugiero que uno de sus principales puntos débiles es precisamente el hecho de que tiende a borrar el propio lugar que ocupa el adversatio, expulsando de este modo cualquier oposicién legitima de la esfera publica de- moeritica. En el plano politico, se observa un fenémeno similar en el caso de la «tercera via», que es abordado en el capitulo 5. Argumento que es una «politica sin adversario» que pretende que todos los in- tereses pueden reconciliarse y que todo el mundo -suponiendo, por supuesto, que se identifique con «el proyecto»~ puede formar par- te «del pueblo». Con el fin de justificar la aceptacién de la actual hegemonia neoliberal -y pretender al mismo tiempo seguit siendo radical-, la stercera via» pone en marcha un concepto de la politi- cca que ha evacuado la dimensién del antagonismo y que postula la existencia de un «interés general del pueblo» cuya puesta en préc- etpooUCoGN / 31 tica supera la anterior forma de resolucién de conflictos basada en la dicotomia ganadores/perdedores. El trasfondo sociolégico de esta tesis sostiene que el ciclo de la politica de la confrontacién que se ha mostrado predominante en Occidente desde la Revolucion Francesa ha Ilegado a su fin. La distincidn entre izquierdas y dere- chas aparece ahora como irrelevante, ya que estaba vinculada a uuna bipolaridad social que ha dejado de existir. Para teéricos como Anthony Giddens, la divisiOn entre la izquierda y la derecha ~que él identifica con la oposicién entre una democracia social al viejo estilo y un fundamentalismo de mercado- es una herencia de la smodernizacién simple», y debe ser trascendida. En un mundo globalizado marcado por el desarrollo de un nuevo individualis- mo, la democracia debe volverse «dialégica». Lo que necesitamos es una «vida politica» capaz de Hegar a las diversas areas de la vida personal, creando una «cemocracia de las emociones». Lo que falta en esta perspectiva es alguna comprensi6n de las relaciones de poder que estructuran las sociedades posindusttiales contemporéneas. Nadie niega que el capitalismo se haya transfor- ‘mado radicalmente, pero eso no quiere decir que sus efectos se ha- yan yuelto mas benignos; lejos de eso. Quiza hayamos abandonado la idea de una alternativa radical al sistema capitalista, pero incluso una socialdemocracia renovada y modernizada ~que es lo que pre- tende ser la tercera via~ deberd desafiar las trincheras de riqueza y poder de la nueva clase de gestores si quiere alumbrar una sociedad més justa y responsable. El tipo de unanimidad social que constitu- ye la marca de fabrica del blairismo slo conduce al mantenimiento de las jerarquias existentes. Ninguna cantidad de didlogo o de pré- dica moral lograré persuadir jamas a la clase dirigente de que re- nnuncie a su poder. El Estado no puede limitarse tinicamente a tratar las consecuencias sociales de los defectos del mercado. Sin duda, hay muchas cuestiones nuevas que una politica para la emancipaci6n debe abordar. Para considerar la creacién de una nueva hegemonia es preciso redefinir la concepcién tradicional que se tiene de la izquierda y la derechas sin embargo, sea cual sea el con- tenido que demos a estas categorias, hay una cosa segura: estamos fen una época en la que uno debe decidir en qué lado de la con- frontacién agonistica se sittia. Lo especifico y valioso de la cemo- cracia liberal moderna es que, si es estudiada adecuadamente, crea tun espacio donde esa confrontacién se mantiene abierta, donde las, rclaciones de poder estén siempre cuestionéndose y ninguna de ellas, 32/LA moon oenoceATEA puede obtener la victoria final. Sin embargo, este tipo de democra- cia «agonistica» exige la aceptaci6n de que el conflicto y la division son inherentes a la p pueda alcanzarse det de una plena act la democracia pl fectamente articul a y de que no hay ningiin lugar en el que iacién en el sentido lo». Imaginar que ivamente una recon nde la unidad del «pr lista podria llegar a ser algiin jo es transformarla en un ideal que se refuta a simismo, ya que la condici6n d democracia plu- ralista es al mismo tiempo la c dad de su per- fecta puesta en practica. De ahi la importancia de reconocer su na- turaleza paradéjica. LA DEMOCRACIA, EL PODER Y «LO POLITICOn En las tiltimas décadas, categorias como la de «naturaleza hu- mana», «raz6n universal» y «sujeto racional auténomo» han sido cuestionadas cada vez mas. Desde diferentes puntos de vista, di- vversos pensadores han criticado las ideas de una naturaleza huma- ra universal, de un canon universal de racionalidad a través del cual pudiera conocerse la naturaleza humana, y también han criti- cado la posibilidad de una verdad universal incondicional. Esta cri- tica del universalismo y el racionalismo ilustrado ~que a veces re- cibe el nombre de «posmoderna»-, ha sido presentada por algunos autores, como Jiirgen Habermas, como una amenaza para el pro- yecto democratico moderno. Estos autores consideran que el lazo existente entre el ideal democratico de la Iustracién y su perspec- tiva racionalista y universalista es de tal naturaleza que al rechazar esto tiltimo necesariamente se pone en peligro lo primero. En este capitulo quiero mostrar mi desacuerdo con este punto de vista y defender la tesis opuesta. De hecho, voy a plantear que s6lo en el contexto de una teoria politica que tenga en cuenta la cti- tica del esencialismo, critica que considero constituye la contribu- ion decisiva del llamado enfoque «posmoderno», es posible for- mular los objetivos de una politica democratica radical dejando al mismo tiempo margen para la proliferacién contemporinea de es- pacios politicos y para la multiplicidad de exigencias democriticas.t 1. He seialado en varias ocasiones alos insinceros un imezclar el posestructualismo con el posmodenismo, y no t to, Recordaré simplemente que el antiesencialsmo que respaldo, ingido al posestrucuralismo, constituye el punto de convergencia de srienes de pensamiento como Derrida, Rorty, Wittgens 36 /1A DON DENOORATEA Pluratismo y democracia moderna Antes de desarrollar mi argumentaci6n, quisiera hacer unas cuantas observaciones para especificar el modo en que concibo la democracia liberal moderna. En primer lugar, considero que es importante distinguir la democracia liberal del capitalismo de- mocritico y entenderla en términos de lo que la filosofia politica clasica conoce como régimen, una forma politica de sociedad que se define exclusivamente en el plano de lo politico, dejando a un lado su posible articulacién con un sistema econémico. La demo- cracia liberal ~en sus diversas denominaciones: democracia cons- titucional, democracia representativa, democracia parlamentaria, democracia moderna no es la aplicacién del modelo democratico a un contexto mas amplio, como lo entienden algunos; entendi- da como régimen concierne al ordenamiento simbélico de las re~ laciones sociales y es mucho mas que una mera «forma de go- bierno». Es una forma especifica de organizar politicamente la ‘coexistencia humana, lo que se produce como resultado de la ar- ticulacién entre dos tradiciones diferentes: por un lado, el libera- lismo politico (imperio de la ley, separacién de poderes y derechos individuales) y, por.otro, la tradicion democrética de la soberania opular. PoP en otras palabras, la diferencia entre la democracia antigua y la moderna no es una diferencia de tamafio sino de naturaleza. La diferencia crucial reside en la aceptacién del pluralismo, que es constitutivo de la democracia liberal moderna. Por «pluralismo» entiendo el fin de la idea sustantiva de la vida buena, lo que Claude Lefort llama «la disolucién de los marcadores de certidumbre>. Ese reconocimiento del pluralismo implica una profunda transforma- cién del ordenamiento simbilico de las relaciones sociales. Este es tun elemento que se halla totalmente ausente cuando uno se refiere, ‘como John Rawls, al hecho del pluralismo. Existe por supuesto un hecho, que es el de la diversidad de las concepciones de lo bueno gue observamos en una sociedad liberal. Pero la diferencia impor- tante no es una diferencia empirica; es una diferencia relativa al plano simtbélico. Lo que esta en juego es la legitimacién del con- flicto y la division, la emergencia de la libertad individual y la afir- macién de igual libertad para todos. ‘Una vez que se ha reconocido que el-pluralismo es el rasgo que define a la democracia moderna, podemos preguntar cual es el me- ‘A DEMOCRACH, EL PER ¥ ALO FOUND /37 jor modo de abordar el alcance y la naturaleza de una politica de- mocrética pluralista. Mi opinién es que un proyecto democratico radical informado por el pluralismo sélo puede formularse ade- cuadamente en el contexto de una perspectiva segiin la cual la «di- ferencia» se interpreta como condicién de la posibilidad de ser. De hecho, sugiero que todas las formas de pluralismo que dependan de una logica de lo social que implique la idea del «ser como pre- sencia» y considere la como algo perteneciente a «las propias cosase llevan necesariamente a la reduccién de la pluralidad yen tiltimo término, a su negacién, Este es de hecho el caso de las principales formas de pluralismo liberal, que generalmente empie- zan destacando lo que llaman «el hecho del pluralismo» y después pasan a buscar procedimientos para abordar esas diferencias sin parar en que el objetivo de dichos procedimientos es en realidad vol- ver irrelevantes las diferencias en cuestién y relegar el pluralismo a la esfera de lo privado. Por el contrario, considerado desde una perspectiva teérica an- tiesencialista, el pluralismo no es meramente un hecho, algo que debamos soportar a regailadientes o tratar de reducis, sino un prin- ipio axioldgico. Se juzga constitutivo, en el plano conceptual, de la naturaleza misma de la democracia moderna, y es concebido como algo que deberiamos festejar y promover. Esta es la raz6n por la que el tipo de pluralismo que voy a invocar proporciona un es- tatuto positivo a las diferencias y cuestiona, en cambio, el objetivo de unanimidad y homogeneidad, que siempre se revela fictcio y ba- sado en actos de exclusion, ‘No obstante, este punto de vista no permite un pluralismo total, y es importante reconocer los limites que debe poner al pluralismo una politica democrética que se proponga plantear un desafio a una amplia gama de relaciones de subordinacién, Por consiguiente es necesatio distinguir la posici6n que estoy defendiendo aqui del tipo de-pluralismo extremo que subraya la heterogeneidad y la incon- mensurabilidad, pluralismo extremo -entendido como valorizacién de todas las diferencias segtin el cual la pluralidad no deberfa te- ner limites. A pesar de su pretensién de ser mas democritica, con- sideto que esa perspectiva nos impide reconocer el modo en que ciertas diferencias se construyen como relaciones de subor ys en consecuencia, deberfan ser cuestionadas por una pol ‘mocratica radical. Sélo hay una multiplicidad de identidades sin ningiin denominador comin, y es imposible distinguir entre las di- 38 /1A pox pemocrAnca ferencias que existen pero no deberian existir y las diferencias que no existen pero deberfan existit. Lo que este tipo de pluralismo pasa por alto es la dimensién de lo politico. Las relaciones de poder y los antagonismos resultan bo- rrados y nos quedamos con la caracteristica ilusién liberal de un pluralismo sin antagonismo. De hecho, aunque tiende a ser muy critico con el liberalismo, este tipo de pluralismo extremo, debido a su rechazo de cualquier intento de construir un / 39 iempre real, toda identidad resulta puramente contingente, Esto mplica que no deberiamos concebir el poder como una relacién ex- terna que tiene lugar entre dos entidades previamente constituidas, sino mas bien como un elemento constituyente de las propias iden- tidades. Este punto de confluencia entre la objetividad y el poder es Jo que hemos llamado «hegemonia>. ‘Cuando consideramos la politica democratica desde este punto de vista antiesencialista, podemos empezar a comprender que, para ‘que exista la democracia, ningiin agente social deberia poder re- clamar dominio alguno sobre el furdamento de la sociedad. Esto significa que la relacién entre los agentes sociales s6lo se vuelve mas democratica en la medida en que estos acepten la particularidad y la limitacién de sus pretensiones; es decir, tinicamente en la medida fen que reconozcan su relacién mutua como una relacién de la que no es posible extitpar el poder. La sociedad democratica no puede seguir concibiéndose como una sociedad que ha realizado el suefio de una perfecta armonia en sus relaciones sociales. Su cardcter de~ moctético s6lo puede venir dado por el hecho de que ningiin actor social limitado puede atribuirse la representacién de la totalidad. La principal cuestién de la politica democratica no estriba enton- ces en cémo eliminar el poder, sino en cOmo constituir formas de poder que sean compatibles con los valores democraticos. Reconocer la existencia de relaciones de poder y la necesidad de transformarlas, renunciando al mismo tiempo a la ilusién de que podrfamos liberarnos por completo del poder: he ahi lo que es es- pecifico del proyecto que hemos denominado «democracia radical y plural». Este proyecto reconoce que la especificidad de la demo- cracia pluralista moderna ~incluso en el caso de las democracias bien ordenadas- no reside en la ausencia de predominio y de vio- lencia, sino en el establecimiento de un conjunto de instituciones mediante las cuales se hace posible limitar e impugnar ambas co- sas. Negar el caracter ineliminable del antagonismo y proponerse la obtencién de un consenso universal racional tal es Ja auténtica amenaza para la democracia. De hecho, esta actitud es la que pue- de llevar a una violencia no reconocida y oculta tras los llama- mientos a la «racionalidad, como a menudo sucede con el pen samiento liberal, que enmascara las necesarias fronteras y formas de exclusién tras pretensiones de «neutralidad». 40 /Lararapoun ewocntca Liberatismo politico Para ilustrar las peligrosas consecuencias del enfoque raciona~ lista y mostrar la superioridad del punto de vista que estoy per- filando aqui, he escogido el ejemplo del «liberalismo politico» de John Rawls. En sus dltimos trabajos, Rawls trata de dar una nue- ‘va solucién al tradicional problema liberal de cémo establecer una pacifica coexistencia entre personas con distintas concepciones del bien. Durante mucho tiempo, los liberales han visto la solucién a este problema en la creacién de un modus vivendi \do a Schum- peter, de un modus procedendi que regule el conflicto entre los dife- rentes puntos de vista. De abi la perspectiva generalmente aceptada de la democracia como forma procedimental y neutral con respec to a cualquier particular conjunto de valores, como simple método para tomar las decisiones piiblicas. Recientemente, liberales como Rawls ~y de un modo ligera- 10, Charles Larmore- se han mostrado en desacuerdo xrpretaci6n del principio liberal de neutralidad. Ambos autores sostienen que una sociedad liberal democratica necesita tuna forma de consenso més profunda que la de un simple modus vivendi basado en meros procedimientos. Su objetivo deberia ser la ccreaci6n de un consenso de tipo moral y no iinicamente prudencial ‘en torno a sus instituciones basicas. Su objetivo es proporcionar un ‘consenso moral, aunque minimo, sobre los fundamentos politicos. ico» se propone definir un mticleo moral que €5- pecifique los términos en que las personas con diferentes concep- ciones de lo bueno puedan vivir juntas en asociacién politica. Es tuna forma de entender el liberalismo que es compatible con el he- ‘cho del pluralismo y con la existencia de un desacuerdo moral y re~ inguirse de las perspectivas abarcadoras como Dado que es neutral respecto a los controverti- dela vida buena, Rawls y Larmore creen que eralismo puede proporcionar los principios politicos ser aceptados por todos a pesar de sus diferencias.’ Segiin Rawls, el problema del liberalismo politico puede formu- larse del siguiente modo: «Cémo es posible que pueda existir a lo dos puntos de por Larmore y Rawls, de repl | La DEMCERACA, EL PER ¥eL0FoLIOD® 141 largo del tiempo una sociedad estable y justa de ciudadanos libres ¢ iguales pero profundamente divididos por razonables doctrinas religiosas, filoséficas y morales?».‘ El problema, desde este punto de vista, es un problema de justicia pol considerados libres ¢ iguales, aunque divididos por algén profundo conflicto doctrinal. Su solucién, tal como queda reformulada en su libro El liberalismo politico, pone un nuevo énfasis en la nocién de «pluralismo razonable». Nos invita a distinguir entre lo que seria un mero reconocimiento et :0 de los conceptos opuestos de lo bueno ~el hecho del pluralismo «simple» y lo que es el problema real al que han de enfrentarse os liberals: como abordar una plu dad de doctrinas incompatibles aunque razonables. Rawls consi esa pluralidad como el normal resultado del io de la raz6n humana en el marco de un democritico. Esta es la razén por la que un concepto de la debe ser capaz de obtener el apoyo de todos los ciudadanos «razonables», a pesar de sus profundos desacuerdos doctrinales en otras cuestiones. tT entre el pluralismo «simple» y el plu- ralismo «razonable». Segiin declara e 2 pene dicha distincién garantiza el cardcter mor le un consenso sobre la justicia que evite que se establezca un compromiso con los pun- tos de vista «no razonables», esto es, aquellos que se oponen a los, lad pol principios basicos de la mor zonables son las personas « potencias morales en un gra ¢ iguales en un ré seo de atenerse a unos justos términos de cooperacién y de ser miem- bros plenamente cooperadores de la sociedad». ¢Qué es esto sino directa de afirmar que las sonas razonables son aquellas que aceptan los fundamentos di beralismo? En otras palabras, la distincién entre «razonable» y «no razonable» contribuye a trazar una frontera entre las doctrinas que sales y las que se oponen a ellos. pig, xvii, Nueva York, 1993, [Tred cast: ca, 1996,] 42./1a propo oemocrAnCs Esto significa que su funcién es politica y que su objetivo es dis- tinguir entre un pluralismo permisible de conceptos religiosos, mo- rales o filos6ficos —con tal de que estas perspectivas puedan alla esfera de lo privado y satisfacer asi los principios liberales-, y ‘que seria un pluralismo inaceptable porque pondria en predominio de los principios liberales en la esfera piblica. Lo que Rawls seiiala en realidad con esta dis puede haber pluralismo en lo tocante a los principios de la asocia- cién politica, y que las concepciones que rechazan los principios del liberalismo deben excluirse. No tengo nada que objetarle en este aspecto. Pero esta afirmacién es la expresidn de una decisién emi- nentemente politica, no un requisito moral. Decir que los antilibe- rales no son «razonables» es una forma de afirmar que este tipo de puntos de vista no pueden ser admitidos como legitimos en el mat- co de un régimen liberal democritico. Esto es ciertamente lo que ocurte, pero la razén de esta exclusién no es de tipo moral. La cau- sa hay que buscarla en el hecho de que principios antagénicos de legitimidad no pueden coexistir en el seno de una misma asociacién politica sin poner en cuestién la realidad politica del Estado. Sin em- bargo, para formularla adecuadamente, esta tesis reclama tn mar- co teérico que afirma que lo politico es siempre constitutivo, que es precisamente lo que el liberalismo niega. ‘Rawls trata de evitar el problema presentando su prioridad de Jo justo sobre lo bueno como una distincién moral. Pero esto no re~ suelve el problema. En primer lugar, surge una cuestién que con- ciene al estatuto de su asercién de la prioridad de lo justo sobre lo bueno. Para ser coherente, Rawls no puede derivar su afirmacién de ninguna doctrina general. Asi pues, lo que todos compartimos, es tinicamente una «idea intuitiva»? Ciertamente los comunitaris- tas pondrian objeciones a este punto de vista. Por consiguiente, zde ‘qué puede tratarse? La respuesta es, por supuesto, que esa es una de las principales caracteristicas de la democracia liberal entendida ‘como una forma politica caracteristica de sociedad, que es parte de la «gramética» de este tipo de «régimens. Sin embargo, Rawls no puede dar una respuesta acorde con estas directrices, porque en su teorfa no hay sitio para este rol constitutivo de lo politico. Esta es la raz6n de que no pueda proporcionar un argumento convincente para justificar los limites de su pluralismo, y de que tampoco pue- da explicar por qué queda atrapado en una forma de argumenta- , ya que el propio momento de su realizacién debe- ria coincidir con el de su desintegraci6n. ‘Con su insistencia en la irreductible alteridad, que representa tan- to una condicién de posibilidad como una condicién de imposibi- Hida de toda identidad, una perspectvainformada por el poss: tructuralismo proporciona un marco te6rico mucho mejor que el a LhL—— especificidad de la democracia moderna. La nocién de un «exterior constitutivo» nos obliga a aceptar la idea de que el pluralismo implica la permanen- cia del conflicto y el antagonismo. De hecho, nos ayuda a com- prender que el conflicto y la divisién no deben verse como pertur- ‘DEMOCRACA, EL POOER ¥ «.0 FOLIO» /49 baciones que, desafortunadamente, no pueden ser eliminadas por completo, ni como impedimentos empiricos que hacen imposible la plena realizacién de un bien constituido por una armonia que no podemos alcanzar debido a que nunca seremos completamente ca- paces de coincidir con nuestro yo racional universal. Gracias alas intuiciones del posestructuralismo, el proyecto de una democracia radical y plural se ha vuelto capaz de reconocet que la diferencia es la condicién de posibilidad para constituit una unidad y una totalidad, y que, al mismo tiempo, esa nocién de diferencia proporciona los limites esenciales de dicha unidad y totalidad. Desde este punto de vista, la pluralidad no puede elimi~ narse; se vuelve irreductible. Hemos de abandonar por tanto la idea misma de una completa reabsorcién de la alteridad en la uni- dad y la armonia. Es una alteridad que no puede domesticarse, sino que, como indica Rodolphe Gasché, «socava permanentemente, aunque también lo hace posible, un suefio de autonomia logrado mediante el enroscamiento reflexivo sobre el yo, ya que indica la condicién previa de ese estado deseado, una condicién previa que representa el limite de aquella posibilidad.”” A diferencia de otros proyectos de democracia radical o parti- cipativa informados por un marco racionalista, la democracia ra- dical y plural rechaza la propia posibilidad de una esfera piblica de argumento racional no excluyente en la que fuera posible alcanzar tun consenso no coercitivo. Al mostrar que dicho consenso es una imposibilidad conceptual, no pone en peligro el ideal democratico, como algunos querrian argumentar. Al contrario, protege a la de. mocracia pluralista de cualquier intento de cierre. De hecho, este re- cchazo constituye una importante garantia de que se mantendré viva la dinémica del proceso democratico. En ver de tratar de borrar las huellas del poder y la exclusién, {a politica democratica nos exige que las pongamos en primer pla” no, de modo que sean visibles y puedan adentrarse en el terreno de la disputa. ¥ el hecho de que esto deba considerarse como un pro- ceso sin fin no deberia ser causa de desesperacion, ya que el deseo de alcanzar un destino final slo puede conducir a la eliminacién de lo politico y a la destruccién de la democracia. En una organizacion politica democratica, los conflictos y las confrontaciones, lejos de 12, Rodolphe Gasché, The Tan ofthe Mirror, Cambridge, Massachusets, 1986, ig. 105 50 / A paaba DewacrAcn ser un signo de imperfeccién, indican que la democtacia esté viva y se encuentra habitada por el pluralismo. Al modelo de democracia de inspiracion kantiana que contem- pla su realizacién en forma de una comunidad ideal de comus ci6n, como una tarea concebida sin duda como de carscter infinito, pero que no obstante posee una forma clara y definida, opondremos tun concepto de democracia que, lejos de buscar el consenso y la transparencia, sospecha de todo intento de imposicién de un mo- delo univoco de discusién democratica. Alertada de los peligros del smo, esta es una perspectiva que no suefia con dominar 0 aciGn, ya que reconoce que esa es la propia idad de la decisi6n, y por tanto de la libertad y cl pluralismo. CARL SCHMITT Y LA PARADOJA DE LA DEMOCRACIA LIBERAL n ristica de Political Libera- lism, John Rawls, refitiéndose a la critica que hace Carl Schmitt de la democracia parlamentaria, sugiere que la caida del régimen constitucional de Weimar se debié en parte al hecho de que las éli- tes alemanas ya no crefan en la posibilidad de un régimen liberal parlamentario decente. Desde su punto de vista, esto debit cernos comprender la importancia de proporcionar argumentos convincentes en favor de una democracia constitucional justa y bien ordenada. «Los debates sobre las nerales>, dice, «no pueden ser la materia cotidiana de la p pero eso no quiere decir que esas cuestiones carezcan de significa- do, ya que las que pensamos que pueden ser sus respuestas son las que habrén de configurar las actitudes subyacentes de la cultura publica y de la orientacién de la politica». Estoy de acuerdo con Rawls en el papel prctico que puede de- sempeiiar la filosofia en cuanto a configurar la cultura piiblica y contribuir a la creacién de las identidades politicas democraticas. Pero considero que los teéricos politicos, con el fin de proponer un concepto de sociedad liberal democratica capaz de obtener el apo- yo activo de sus ciudadanos, han de estar dispuestos a entablar com- bate con los argumentos de quienes han desafiado los pi fundamentales del liberalismo. Esto signi apitulo es contribuir a ese proyecto me- dante el examen de la critica que hace Carl Schmitt de la democracia liberal. De hecho, estoy convencida de que una confrontacién con su pensamiento nos permitird reconocer ~, por consiguiente, estar en ‘una mejor posicién para tratar de abordarla una importante para- 1, John Rawls, Political Liberalism, Nueva York, 1996, pig, bx cae 54 /.a amano oenoceATCn doja inscrita en la propia naturaleza de la democracia liberal. Para traer al primer plano la pertinencia y la actualidad de la critica de Schmitt, organizaré mi argumentacién en torno a dos asuntos que habituaimente son centrales en la teoria politic 's de la ciudadanfa han provocado reciente atios autores han argumentado que en una era de no puede quedar Held, por ejemplo, aboga por el adven cosmopolita», y afirma la necesidad de un derecho democratico cosmopolita al que puedan apelar los ciudadanos cuyos derechos hayan sido violados por sus propios Estados.’ Richard Falk, por su parte, contempla el desarrollo de «ciudadanos peregrinos» cuyas les estarian vinculadas a la invisible comunidad politica de esperanzas y suefios.* jin embargo, en particular aqui tran un compromiso hacia un concepto de ciudad publicano, manifiestan una honda suspicacia respecto de estas pers- i s formas democraticas Estado-nacién es el locus necesario de y que hay algo inherentemente contradictorio en la propia idea de una ciudad: Considero que este de- bate es un ejemplo tipico de los problemas que surgen del contlicto entre los requisitos democraticos y los liberales. En mi opinién, Democracy and the Global Order, Cambridge, 1995. [Trad ‘yl orden global, Barcelona, Paidés, 1997) ‘4 Richard Fall, On Homan Governance, Cambridge, 1995. ‘CARL SCHMITT ¥ LA PARADDIKDE LA DEMDERACA LER / 5 Schmitt puede ayudarnos a aclarar qué es lo que esté en juego en este asunto, ya que nos permite tomar conciencia de la tensién en- tre la democracia y el liberalismo. Como pr ida, tomemos su tesis de que la chomoge- neidad» es idad de la democracia. En el Toda democracia real descansa en el iguales los iguales, sino en el de que los desiguales. Por consiguiente, la de- zmocracia exige, en primer lugar homogencidad,y en segundo lngar ~si surge la necesidad— la eliminaci6n o la erradic: rogeneidad».’ No pretendo negar q tetior evolucién politica de su autor, tiene un efecto escalofriante. No obstante, considero que seria miope descartar por esta razén el argumento de Schmitt sobre la necesidad de homogeneidad en una democracia, En mi opinién, esta provocativa tesis ~interpretada de ierta manera puede forzarnos a aceptar un aspecto de la politica cratica que el liberalismo tiende a eliminar. Lo primero que hay que hacer es comprender lo que Sci tiende por «homogeneidad. Este autor afirma q) se halla inscrita en el micleo mismo del concepto democratico de igualdad, en la medida en que debe tratarse de una igualdad sustan- tiva. Su argumento consiste en que la democracia requiere un con- cepto de la igualdad como sustancia, y no puede contentarse con conceptos abstractos como el liberal, ya que «la igualdad s6lo es in- tetesante y de inestimable valor politico en la medida en que tenga ssustancia, y en que, por esta raz6n, contenga al menos la posibilidad y el riesgo de la desigualdad».° Con el fin de ser tratados como iguales, dice Schmitt, los ciudadanos deben compartir una sustancia comin. En consecuencia, Schmitt rechaza la idea de que la igualdad id pudiera servir como base para un Estado de gobierno. La idea de una igualdad hu- es, segtin Schmitt, significado especifico. No proporciona ningin cr S. Carl Sc of Parliamentary Democracy, raduccin de Ellen Kennedy, Cambridge, setts, 1985, pag. 9 6. Ibid. ‘56 UA aganosk cemoenhnick establever las instituciones politicas: «La igualdad de todas las per- sonas en tanto personas no es democracia sino una cierta forma de liberalismo, no es una forma estatal sino una ética individualista hhumanitaria y una Weltanschawung. La moderna democracia de ma- sas descansa en la confusa mezcla de ambas cosas».” Schmitt sos centrado en torno al \dividuo, y el ialmente p propone crear una identidad basada en la homogeneidad, Schi j racia y que la democracia tanto, la democracia par- debido a que consiste en la articulacién entre democra- lismo, es un régimen inviabl Desde su punto de vista, cuando hablamos de igualdad debe- ‘mos distinguir entre dos ideas muy diferentes: la liberal y la demo- critica. El concepto liberal de igualdad postula que toda persona s, como persona, automsticamente igual a toda otra persona. El concepto democratico, sin embargo, exige la posi guir quién pertenece al demos y quién es exterior a z6n, no puede existir sin el necesario correlato de desi sar de las pretensiones liberales, una democracia de la humanidad, en caso de que tuviera algiin dia probabilidad de darse, seria una i6n, ya que la igualdad s6lo puede existir en los espe- ficados que adopta en las esferas concretas, es decir, econ6mica, etcétera, Pero todas an siempre, como su misma con- dicién de posibilidad, alguna forma de desigualdad. Esta ¢s la razén de que Schmitt concluya que una igualdad hu- mana absoluta serfa una igualdad practicamente carente de sentido, ‘una igualdad indiferente. Schmitt sostiene un importante argumento al subrayar que el concepto democratico de igualdad es un concepto politico y que, or consiguiente, conlleva la posibilidad de una disti razé6n al decir que una democracia politica no puede basarse en la totalidad del género humano, y que ha de asociarse a un pueblo con- creto. En este contexto, vale la pena indicar que Schmitt ~al con- trario de lo sugerido por di \ciosas- nun- ca postul6 que esa pertenencia a un pueblo pudiera contemplarse 7. Ibid pig 13. CHL SOHRAT Y LA PARDOIA BE LA BEMOGRAC LEER / 57 -amente en términos raciales. Al contratio, insistié en la multi- idad de formas en que podria manifestarse la homogeneidad constitutiva de un demos. Schmitt dice, por ejemplo, que la sustan- cia de igualdad «puede hallarse en ciertas cualidades fisicas y mo- rales, por ejemplo, en la virtud civica, en la areté, en la democracia clésica de la virtud [yereu]».* Al examinar esta cuestién desde un punto de vi la democracia de las sectas inglesas exist la igualdad se basaba en un consenso de convi . No obstante, desde el si- glo x1x, se ha dado sobre todo como pertenencia a una particular nacién, como homogeneidad nacional»? Esté claro que lo en el mbito politico, no pueden tener los mismos derechos porque no forman parte del demios. Esa igualdad democritica -expresada hoy en dia mediante la ciudadania~ es, para él, la base de todas las demés formas de igualdad. Es por la intermediaci6n de su perte- nencia al demos por lo que los ciudadanos de una democracia ob- tienen la garantia de unos derechos iguales, no porque pa de la idea abstracta de humanidad. Esta es la raz6n de que Schmitt declare que el concepto central de la democracia no es el de «hu- manidad», sino el concepto de «pueblo», y de que sostenga que nunca podré haber una democracia del género humano. La demo- cracia sélo existe para un pueblo. O en sus propias palabras: 10, las personas no se ponen una frente racciones, sino como personas provistas icamente determinadas, como ciudada- nos, gobernantes o gobernados, como aliados o como oponentes po- Iiticos, en c 1cién de categorias politi- ‘cas. En la esfera de -0, no puede abstraerse lo que es politico y dejar Gnicamente la igualdad humana universal. Con el fin de aclarar este punto, Schmitt indica que incluso en los modernos Estados democraticos, en los que se ha establecido 58 / a pes00u DEMOCRAT 1aldad humana universal, hay una categoria de personas que estén excluidas en tanto que extranjeros o extrafios, y que por con- siguiente no existe una absoluta igualdad de las personas. Tambit muestra que, en dichos Estados, el correlato de la igualdad entre la ciudadania es un énfasis mucho mayor en la homogeneidad nacio- nal, asi como un énfasis en la linea divisoria entre aquellos que per- tenecen al Estado y aquellos que se encuentran al margen de él. Esto, sefiala, es lo que ha de esperarse, y si no fuera este el caso, si un tado tratara de realizar la igualdad universal de los individuos en el Ambito politico sin preocuparse de la homogeneidad, ya fuera éta nacional o de otro tipo, la consecuencia seria una completa de~ valuacién de la igualdad politica y de la politica misma. Sin duda, ‘esto no significaria en modo alguno la desaparicién de las desigual- dades sustantivas, sino que éstas, en palabras de Schmitt: pasarfan a formar parte de otra esfera ~de una esfera quiza separa- da de lo politico y concentrada en lo econémico—y abandonarfan ese frca para adquirie una nueva importancia, desproporcionadamente decisva. domine la politica sera otra esfera, una esfera en la que prevalezcan las desigualdades sustanciales (por ejemplo, hoy en dia, la esfera eco- némica}." Me parece que, pese a resultar incémodos para los ofdos libe- rales, estos argumentos han de considerarse con cuidado. Son por- tadores de una importante advertencia para quienes creen que el proceso de globalizacién estd sentando las bases para una demo- cratizaci6n del mundo entero y para el establecimiento de una ciu- dadania cosmopolita. También proporcionan un penetrante atisbo del actual dominio de lo econémico sobre lo politico. De hecho, de- beriamos ser conscientes de que sin un demos puedan perte- necer, esos ciudadanos cosmopolitas peregrinos habrian perdido en realidad la posibilidad de ejercer su derecho democratico de con- feccionar leyes. Les quedarian, en el mejor de los casos, los dere- chos liberales de apelacién a los tribunales transnacionales para defender sus derechos individuales en los casos en que éstos hubie- ran sido violados. Con toda probabilidad, esa democracia cosmo- 11, Ibid. pig 12. CARL SCANT YL PRHOOIA DE LA REMDCRACI UBERAL / 59 polita, si pudiera llegar a realizarse algiin dia, no serfa mas que un nombre vacio con el que disfrazar la efectiva desaparici6n de las formas democraticas de gobierno, y con el que sefialar el triunfo de Ja forma liberal de la racionalidad gubernamental. La légica democratica de la inclusién/exctusion Es verdad que al interpretarlo de este modo estoy violentando Ja indagacién de Schmitt, ya que su principal preocupacién no es la participacién democratica sino la unidad politica. Schmitt conside- ra que esa unidad es crucial, ya que sin ella el Estado no puede exis- tir Sin embargo, sus reflexiones son relevantes para la cuestiOn de Ja democracia, dado que él considera que en un Estado democriti- co los ciudadanos pueden ser tratados como iguales y ejercer sus derechos democriticos a través de su participacidn en esa unidad. 1a democracia, segtin Schmitt, consiste fundamentalmente en laid tidad entre los gobernantes y ios gobernados. Esté unida al principio fundamental de la unidad del demos y de la soberanfa de su volun- tad. Pero si el pueblo ha de gobernar, es necesario determinar qui pertenece al pueblo, Si carecemos de criterio para determinar quié- nes son los depositarios de los derechos democriticos, la voluntad del pueblo nunca podrfa tomar forma. Desde luego, podria objetarse que este es un punto de vista de la democracia que entra en conflicto con el punto de vista liberal, ¥ ciertamente algunos argumentarian que esto no deberfa llamarse democracia sino populismo. Sin duda, Schmitt no es demécrata en el sentido liberal del rérmino, y no muestra sino desprecio hacia las restricciones impuestas por las instituciones liberales a la voluntad democrética de las personas. Pero la cuestiGn que plantea es cruci \cluso para quienes abogan por formas liberales democriticas. La Logica de la democracia implica por tanto un momento de cierte re- querido por el propio proceso de constitucién del «pueblo». Esto es algo que no puede evitarse, ni siquiera en un modelo liberal de- mocratico; lo tinico que puede hacerse es negociarlo de modo dife- rente. Pero, a su vez, esto s6lo puede hacerse si este cierre y la para- doja que implica son reconocidos. ‘Al subrayar que la identidad de una comunidad politica de- mocritica depende de la posibilidad de trazar una frontera entre «nosotros» y «ellos», Schmitt destaca el hecho de que la democra- 60 A aRaooun DeMOCRATCA cia siempre implica relaciones de inclusi6n/exclusién. Este es un argumento penetrante y crucial que los demécratas harian muy ‘mal en descuidar porque no les guste su autor. Uno de los princi- pales problemas del liberalismo, y uno de los que pueden poner en peligro la democracia, es precisamente su incapacidad para con- cebir esa frontera. Tal como indica Schmitt, el concepto central del discurso liberal es el de chumanidad> -omo con razén se- nde a ninguna en- tidad politica. La cuestién central de la constitucién politica del «pueblo» estriba en algo que la teoria liberal es incapaz de abordar adecuadamente, porque la necesidad de trazar esa «frontera» con- tradice su ret6rica universalista, Frente al énfasis liberal en la «huma- nidad», es importante subrayar que los conceptos clave de la demo- cracia son el «demos» y el «pueblo». Contrariamente a quienes creen en una necesaria armonia en- tree liberalismo y la democracia, Schmitt nos hace ver de qué modo entran en conflicto, asf como los pel n entre Ia «gramatica dad ~que postula la universalidad y la referencia a la ‘ctica de la igualdad democratica, que re- quiere el momento politico de discriminacién entre «nosotros» y «ellos». No obstante, creo que Schmitt se equivoca al presentar este conflicto como una contradiccién que necesariamente ha de llevar a la democracia liberal a la autodestruccién. Podemos aceptar per- fectamente esta idea, sin coincidir con las conclusiones que él ex- trae. Yo propongo reconocer la diferencia crucial entre los concep- tos liberal y democratico de igualdad, pero considerando de otro ‘modo su articulaci6n y sus consecuencias. De hecho, esta art cin puede considerarse como el lacus de una tensic una dinémica muy importante, ami dad de 1a democracia liberal como sociedad. La légica democritica de bir los derechos y la igualdad el pueblo y de inscri- icas, ¢s necesaria para sub- la tendencia al ismo abstracto inherente al discurso jin embargo, la articulacién con la légica mite desafiar constantemente ~mediante la referencia a dad» y al polémico uso de los «derechos humanos>~ las formas de exclusién que se hallan necesariamente inscritas en la préctica po- litica de establecer esos derechos y de definir el «pueblo» que ha de (CARL SPRATT Y LA BARDIA OLA CENOCRAGA LIBERAL / 61 gobernar."* A pesar de la naturaleza en iiltimo término contradic- toria de las dos légicas, su articulacién tiene consecuencias muy positivas, y no hay razén para comy pesimista veredicto de Schmitt en cuanto a la democraci obstante, tampoco debiéramos mostrarnos ex i fas. Nunca es posible lograr una resol io final entre esas dos logicas en conflicto, y s6lo pueden existir -gociaciones temporales, pragmaticas, inestables y precarias de la tensién que se da entre ellas. La politica liberal democratica con- de hecho, en el constante proceso de negociacién y de rene- in -a través de distintas articulaciones hegeménicas- de su inherente paradoja. La democracia deliberativa y sus carencias de Schmitt sobre el necesario momento de cierre -a democratica tienen importantes consecuen- tro debate, el que se ocupa de la naturaleza del consenso ‘que puede obtenerse en una sociedad liberal democritica. Varias son las cuestiones que se dirimen en ese debate, y las examinaré una por una. Una de las implicaciones del argumento presentado més arriba ¢s la imposibilidad de establecer un consenso racional sin exclu ‘0 plantea varios problemas a un modelo de politica demo- exatica que ha venido recibiendo iiltimamente mucha aten que se denomina «democracia deliberativa» de los te6ricos que abogan en favor de las este modelo es di cia basado en I respecto de las vi de la democracia deliber icia en la politica, y consideran la cuestién de la ciu- dadanfa democratica de modo diferente. Sin embargo, al proponer que se considere a la raz6n y a la argumentaci6n racional, mas que al interés y a la suma de preferencias, como la cuestién central de mnomia y escéptico patticipacién politica, los partidarios lai de lagen a euivalacn cn smi examen de Sch 62 / a oo cewocrATCa la politica, simplemente sustituyen el modelo econémico por un modelo moral que, pese a hacerlo de manera diferente, también descuida la especificidad de lo politico. En su intento de superar las ones del pluralismo de los intereses de grupo, 6 tas deliberativos se constituyen en el vivo ejemplo del argumento que sostenfa Schmitt y que venia a decir que «de un modo muy sis- eral rehuye o ignora el se desplaza de una forma caracteristica y recu- idad de dos esferas heterogéneas, a saber, la de la ética y la de la ec educaci6n y la de la propiedad Dado que no puedo examinar aqui todas las distintas versio- nes de la democracia deliberativa, me concentraré en el modelo desarrollado por Habermas y sus seguidores. Sin duda, hay varias diferencias entre los abogados de este nuevo paradigma. Pero existe entre ellos la suficiente coincidencia como para afirmar que rninguno es capaz de abordar adecuadamente la paradoja de la po- a democratica."* Segiin Seyla Benhabi principal reto al que se enfrenta la de- racio a cuestiOn crucial q facia ha de abordar es la de cémo puede hacerse comp: presion del bien comiin con Ia soberania del pueblo. La propia Benhabib exp la respuesta que ofrece el modelo deliberativo: por lo que respecta a tuna forma de gobierno, la | canzarse si ys6lo si las instituciones de esa forma de gobierno y su in- terconexién de relaciones estén dispuestas de tal modo que aquello ue se considera de interés comtin para todos sea resultado de unos procesos de deliberacién colectiva efectuados de forma racional y justa entre individuos libres e iguales."" (CARL SCHMITT LA PAHO DE LA DEMDERACI UBER / 63 Desde este punto de tuciones democr: ‘man un poder pai sta, 1a base de la legi - va del hecho de que aquellos que recla- ar lo hacen desde la presuncién de que sus un punto de vista imparcial que satistace interés de todos, Para que este presupuesto se cumpla, les decisiones deben ser el resultado de procesos piiblicos de de- beracién apropiados que siguen los procedimientos del modelo dis- rsivo habermasiano. La idea basica que respalda este modelo sostiene que: s6lo podrén considerarse vélidas aquellas normas, esto es, aquellas reglas generales de la accién y las disposiciones in: que hayan dado su consentis todos aquellos qi afectados por sus consecuencias, yen caso de que dicho consentimien- to haya sido aleanzado tras un proceso de deliberacin que presente las siguientes caract : a) la participacién en dicha deliberacién ha de regirse por las normas de igualdady sintra; todos tienen las mismas oportn des de comentar los acts de habla, asl como de preguntas, atric un debate: b) todos tenen derecho a poner en cuestién los temas de con- on previto, 6) todos tienen derecho exponerargumentos reflexivos sobre las propias regis del procedimiento discursive y sobre el melo ue deban aplicarse o Ilevarse a cabo. No hay en principio ninguna re yy ninguna gla que limite la agenda o la conversacién, y tampoco, regla que limite la identidad de los participantes, persona o grupo excluido pueda justificar q ra relevante por la norma que se esté cuestionando."* iple acuerdo y Esta es la razén de que afirmen que el proceso de pablica discusién ha de realizarse en las condiciones de un discurso ideal. Estee ce los valores del procedimiento, que iparcialidad y la igh ausencia de coercién y la unanimidad. La com- 13. Carl Schmitt, The Concept of the Political, tad 70, New Brunswi 999.) 14, Para una critica del modelo de Ravh Pi ‘and Modele of Democratic Lei 1, pig, 30, abril de 1994, , 15, Seyla Benhabil timacy>, Constellations, 16, Ibid. pg, 31, 64 /a oracoun pEMERATCA binacién de estos valores en la discusién garantiza que su resultado sea legitimo, ya que producira unos intereses generalizables con los que todos los participantes puedan estar de acuerdo, Los seguidores de Habermas no niegan que habr4, por supues- 10, obstéculos a la realizaci6n del discurso ideal, pero esos obstacu- los se conciben como obstéculos empfricos. Se deben al hecho de que es improbable, dadas las limitaciones précticas y empiricas de la vida social, que lleguemos a ser completamente capaces de po- ner nuestros intereses particulares a un lado con el fin de coincidir con nuestro yo universal racional. Esta es la razén de que la situa- ci6n discursiva ideal se presente como idea regulativa, ‘Sin embargo, si aceptamos la afirmacién de Schmitt sobre las relaciones de inclusién/exclusién que se hallan necesariamente ins- critas en la constitucién politica del «pueblo» ~constitucién reque- rida para el ejercicio de la democracia-, hemos de reconocer que los obstaculos para la realizacién de la situaci6n discursiva ideal, y para el consenso sin exclusiones a que daria lugar, se inscriben en la propia l6gica democratica. De hecho, la libre e irrestricta de- liberacién pablica de todos en cuestiones de mutuo interés va en contra del requisito democrético que exige trazar una frontera en- tre «nosotros» y «ellos». Podrfamos decis, utilizando esta vee | terminologia derridiana, que las propias condiciones de posil dad del ejercicio de la democracia constituyen al mismo tiempo las condiciones de imposibilidad de la legitimidad democrética tal como es concebida por la democracia deliberativa. En una socie- dad liberal democratica el consenso es, y ser4 siempre, la expre- sin de una hegemonia y la cristalizacion de unas relaciones de poder. La frontera que dicho consenso establece entre lo que es le- gjtimo y lo que no lo es, es de naturaleza politica, y por esa razén deberia conservar su cardcter discutible. Negar la existencia de ese momento de cierre, o presentar la frontera como algo dictado por la racionalidad o la moralidad es naturalizar lo que deberia perci- birse como una articulaci6n contingente y temporalmente hege- ménica del «pueblo» mediante un régimen particular de inclu- sidn/exclusién. Bl resultado de esta operacién es la reificacion de la identidad del pueblo al reducirlo a una de sus muchas formas de identificacién posibles. (CARL SHAT ¥ LA PARADOI DE LA CEMGRAC LEER / 65 EL pluratismo y sus limites Debido a que postula la posibilidad de disponer de un consen- so sin exclusiones, el modelo de la democracia deliberativa es in- ‘capaz de representarse adecuadamente el pluralismo liberal demo- cxatico. De hecho, podriamos indicar que, tanto en Rawls como en Habermas -por fijarnos en los mas célebres representantes de esta tendencia~, la condicién misma para la creaci6n de un consenso es la eliminacién del pluralismo en la esfera puiblica."” De ahi la inca- pacidad de la democracia deliberativa para proporcionar una refu- tacién convincente de la critica que hace Schmitt del pluralismo beral. Lo que ahora pasaré a considerar es justamente esta critica, fin de ver cémo es posible responder a ella. Sin duda, la tesis mas conocida de Schmitt es la que sostiene que el criterio de lo politico es la distincién amigo/enemigo. De he- cho, para él, lo politico «s6lo puede entenderse en el contexto de la ‘omnipresente posibilidad de realizar la division amigolenemigo»."* Debido a la forma en que se interpreta, por regla general, esta tesis, con frecuencia se le reprocha a Schmitt que descuida la vertiente del «amigo» en su dicotomfa amigo/enemigo. En cualquier caso, en las. ‘observaciones que este autor hace a propésito de la homogeneidad, podemos encontrar muchas indicaciones de cémo habria que con~ templar la practica de esta divisin, lo cual tiene importantes im- plicaciones en relacién con su eritica del pluralismo. Volvamos a la idea de que la democracia requiere igualdad po- lirica, idea que brota de la conviccién de que compartimos una sus- tancia comin, esto es, como ya hemos visto, lo que Schmitt entien- de por la necesidad de homogeneidad. Hasta ahora, he destacado la necesidad de trazar una frontera entre «nosotros» y «ellos», Pero también podemos examinar esta cuesti6n centréndonos en el «noso- tos» yen la naturaleza del vinculo que une a los miembros de este «nosotros». Claramente, afirmar que la condicién de posibilidad de un «nosotros» es la existencia de un ellos» no agota la cuesti6n, Es posible establecer diferentes formas de unidad entre los compo- 17. Desde lego, esto se produce de forma diferente en ambos autores. Rawls ‘mediante los procedimentos dela argumentacién. En ambos in embargo, el resultado es del plurlismo de ls esfera publica, 18. Schmitt, The Concept of the Political, pig, 35. {66 [LA PRHOON DEMOCRATCA nentes del «nosotros». Sin duda, no es esto lo que cree Schmitt, ya «que, desde su punto de vista, la unidad s6lo puede existir como iden- tidad. Sin embargo, en este punto preci reside la dificultad que mina su concepto. Por consiguiente, es stil examinar tanto los, puntos fuertes como los débiles de su ai Al afirmar l Schmitt nos esta cesita para que exista ‘endo algo sobre el se ne ina comunidad pi que define al «nosotros» en una democracia. Des. es una forma de mostrar su desacuierdo con el ae no reconoce Ia necesidad de est forma de rel pluralismo. Si pensamos que la eePonde Bberal dl plncalisme basado en el interés de gr es decir, el modelo que postula que un acuerdo basado en meras cuestiones de procedimiento puede garantizar la cohesién de una mo simplemente transpone reses que ya existe en la soci yy el momento de la constitucién politica del pueblo queda excluido. La critica que hace Schmitt de este tipo de liberalismo resulta convincente, y es interesante observar que con- cuerda con lo que dice Rawls cuando rechaza el modelo de una de- ‘mocracia constitucional basada en el «modus vivendi» debido a que esmuy inestable y se encuentra siempre expuesta a la disolucién, de- clarando ademas que la unidad que genera es insuficiente ‘Tras haber descartado el punto de vista que fundaba la demo- cracia en una mera convergencia de intereses y en un conjunto neu- tral de procedimientos, 2c6mo podriamos cont una sociedad pluralista? zAcaso no es incompai tipo de unidad con et 10 defendido por las sociedades Ii berales? Sobre esta cuestiOn, Ia respuest es, por st inequivoca: no hay sitio para el pluralismo en una comuni i ica. La democracia requiere la existencia de tun demos homogéneo, y esto impide cualquier posibilidad de plu- ralismo. Tal es la razén de que, desde el punto de vista de Schmitt, (Cha. SHUT Y LA PRADO OE LA DEMOCRAC UBER / 67 mo liberal y la le y legitimo es un beral de un Estado mun- dial, Schmitt afirma q. ftico es un «pluriverso», no un univers». Para decirlo con sus propias palabras: «Por su propia naturaleza, la entidad politica no puede ser universal en el sentido de abrazar toda la humanidad y el mundo entero.” En The Concept of the Political -donde toma como blanco de sus criticas el tipo de pluralismo que defendia la escuela pluralista de Harold Laski y G. D. H. Cole-, Schmitt argumenta que el Est tno puede considerarse como una asoci asociacién situada al mismo nivel que I cial. Contra la teor aria a través de la teoria del Schmitt nos insta a reconocer que esta entidad pol algo distinto y més decisivo. Para él, negar esto es negar lo politico: «Sélo mientras no se comprende 0 no se toma en consideracién la esencia de lo politico se hace posi ion p tica, por su pluralism el que las asociaciones re sas, culturales, econdmicas o de otra indole, y permitir que compi- ta con ellasy.2 Unos cuantos afios més tarde, en su importante atticulo «Ethic of State and Pluralistic State», Cole, Schmict sefiala que la realidad de su teoria plu ne del hecho de que se corresponde con las condiciones empiricas existentes en la mayoria de las sociedades industriales. La situacién vigente es una sitwacién en la que «de hecho, el Estado aparece como tuna entidad en gran medida dependiente de los grupos sociales, de- pendencia que en unas ocasiones es un sacrificio impuesto por las negociaciones entre dichos grupos, y que en otras es el resultado de sas mismas negociaciones, es decir como tn objeto de compromiso entre los grupos social y econémicamente poderosos, una agrega- én de factores heterogéneos, partidos politicos, cérteles, uniones, iglesias, etcétera...».*" El Estado queda por consiguiente debilitado 19, Tbid. pg $3. (68 / a Pevooun oewocRATCA y se convierte en una especie de agen ite facciones que compiten. Reducido a una funci6n puramente ins- jue, por lo que al diagnédstico empirico se refies ee arin. tn su opinion, el interés de su teoria resi i6n del poder empirico concreto de los grupos soci como en la valoracién de esa empirica tal como terminada por la forma en que los individuos pertenecen a varios de esos grupos sociales». | ‘Schmitt, es preciso decirlo, no siempre considera la existencia de los partidos como algo absolutamente incompatible con la exis- tencia de un Estado ético. En este mismo articulo, incluso parece dispuesto a admitir al dad de alguna forma de plu- 0 que no niegue la unidad del Estado. Sin embargo, la rechaza mente, declarando que condux Sil Estado se convierte d dad de partidos, la unidad del Estado s6lo podra mantenerse en la medida en que dos o més partidos se muestren de acuerdo en reco- En tal caso, la unidad descansa de ma- Constitucibn que todos los partidos reconocen y nera pa constitucional mengua todavia mas, hasta el pun- a tica del Estado se ve reducida a la proposicién pacta suit servanda® 22. Ibid. pags. 195-208. 23. Ibid. CARL SCART LA PRADOUN DE LA DEMOCRAC LEAL 69 El falso dilema de Schmitt Creo que Schmitt tiene raz6n al subrayar las de de pluralismo que niega la especificidad de la asociacién po- y coincido con su afirmacién de que es necesario constituir nente el pueblo, Sin embargo, no creo que esto n0s obligue a negar la posibilidad de toda forma de pluralismo en el seno de la iacién politica. Sin duda, la teoria liberal ha sido incapaz de roporcionarnos hasta la fecha una solucién convincente para este problema. No obstante, esto no significa que el problema sea inso- luble. De hecho, Schmitt nos plantea un falso dilema: o bien hay unidad del pueblo, y eso requiere Ia expulsién de toda dit antagonismo al exterior del dentos ~un ext cesario si es que ha de establecer legitimas algunas formas de «para Schmitt, 0 bi den y su racionalidad a una sociedad ci talismo, la competencia y caso de la democracia liber dad pol tado de naturaleza».* Lo que lleva a Schmitt a formular semejante dilema es el modo en que concibe la unidad politica. Para él, la unidad del Estado debe ser una unidad concret te es- }0 del modo en que concibe la identi- in éste debe existir como algo dado. Debido la distincién que hace entre «nosotros» y «ellos» no es nada es el mero reconocimiento de unos limites que ya existian, Pese a que rechaza la nocién pluralista, Schmitt es no obstante incapaz de situarse en un terreno del todo diferente, ya que conserva un concepto de las identidades politicas y sociales como elementos empiricamente da- dos. De hecho, su posicién es en iiltimo término contradictoria, Por un lado, parece considerar seriamente la p pluralismo pudiese llevar aparejada la dis. Estado impone su or- caracterizada por el plu- desorden, o bien, como sucede en el pluralismo social vaciaré a la ent ido y la arrastrara de nuevo a su otro, el es 24, Jea sique et pos 70 / a twsaon oewacrArca Estado. En cualquier caso, si tal disolucién es una posibilidad ca- racteristicamente politica, también implicara que la existencia de dicha unidad sea a su vez un hecho contingente que requiere una construccién politica. Sin embargo, por otro lado, la unidad se pre- senta como un factum cuya obviedad podria ignorar las condicio- nes politicas de su produccién. S6lo como resultado de esta presti- digitaciOn puede ser esta alternativa tan inexorable como Schmitt pretende sugerir. Lo que més teme Schmitt es la pérdida de las premisas comu- nes y la consiguiente destruccién de la unidad politica que él con- sidera inherente al pluralismo que acompaita a la democracia de masas. Hay ciertamente un peligro de que esto ocurra, y su adver- tencia debe ser tomada en serio, Pero esto no es razén para excluir todas las formas de pluralismo. Yo propongo rechazar el dilema de Schmitt, reconociendo al mismo tiempo su argumento relativo a la necesidad de alguna forma de «homogeneidad» en una democracia. El problema al que hemos de enfrentarnos se convierte entonces en el de como imaginar de otro modo el elemento que Schmitt deno- mina ; en el de cémo concebir una forma de comunalidad lo sufi- cientemente fuerte para instaurar un «demos» siendo no obstante compatible con ciertas formas de pluralismo: con el pluralismo re- ligioso, moral y cultural, y también con el pluralismo de los par- tidos politicos. Este es el reto que nos obliga a afrontar una consi- deracién seria de la critica de Schmitt. En realidad se trata de un reto crucial, ya que lo que esta en juego es la propia formulacién de tun punto de vista pluralista de la ciudadania democratica, Es obvio que no pretendo proporcionar una solucién a este asunto en los limites del presente capitulo, pero me gustaria suge- rir algunas lineas de reflexin. Ofrecer una respuesta diferente, y que se aparte decididamente de lo propuesto por Schmitt, al pro- blema de la compatibilidad entre el pluralismo y la democracia li beral exige, desde mi punto de vista, la puesta en cuestién de toda idea del «pueblo» como algo ya dado, como algo con una identi- dad sustantiva. Lo que debemos hacer es precisamente lo que no hhace Schmitt: una vez que hemos reconocido que la unidad del pueblo es el resultado de una construccién politica, debemos ex- plorar todas las posibilidades l6gicas que implica una articulaci6n politica. Una vez.que la identidad del pueblo -o, mas bien, sus mal- rin (am. SCHMIT Y LA PRVDOIN DE LA DEMOCRECR URERAL 7 tiples identidades posibles— se considera segiin el modo de una arti- culacién politica, ¢s importante subrayar que para que sea una au- ‘téntica articulacién politica, no el mero reconocimiento de unas di- ferencias empiricas, la identidad del pueblo debe ser vista como el resultado de un proceso politico de articulacién hegeménica. La politica democratica no se reduce al momento en que un pueblo plenamente constituido ejerce sus reglas. E] momento del gobierno no puede disociarse de la lucha misma por la definicién del pueblo, por la constitucin de su identidad. Esta identidad, sin embargo, rnunca puede constituirse plenamente, y slo puede existir mediante miiltiples formas de identificacién en competencia. La democracia iberal es precisamente el reconocimiento de esta distancia inhe- rente entre el pueblo y sus diversas identificaciones. De ahi la im- portancia de dejar este espacio de impugnacién permanentemente abierto, en vez de tratar de colmarlo mediante el establecimiento de un consenso supuestamente «racional». Concebir de este modo la politica liberal democrittica es reco- nocer la intuici6n de Schmitt respecto de la distincién entre «noso- tros» y «ellos», porque esta pugna por la constitucién del pueblo iempre se desarrolla en un terreno conflictivo, y siempre implica la existencia de fuerzas que compiten. De hecho, no hay articula- cién hegeménica sin la determinacién de una frontera, sin la defi- nicién de un «ellos». Pero en el caso de la politica liberal-demo- critica esta frontera resulta ser una frontera interna, y el «ellos» no es un elemento permanentemente externo. Por consiguiente, pode- ‘mos empezar a darnos cuenta de por qué un régimen democrat requiere el pluralismo. Sin una pluralidad de fuerzas que compitan en el esfuerzo de definir el bien comiin, que se propongan fijar la identidad de la comunidad, la articulacién politica del demos no podria. producirse. Nos encontrarfamos, bien en el terreno de la suma de intereses, bien en el de un proceso de deliberacién que mina el momento de la decisién, Es decir, estamos, como sefialaba Schmitt, en el terreno de la economia o de la ética, pero no en el te- rreno de la polit No obstante, al considerar la unidad tan sélo segiin el modo de la unidad sustantiva, y al negar la posibilidad del pluralismo en el interior de la asociacién politica, Schmitt se mostr6 incapaz. de observar que a los liberales se les abria otra alternativa, una alter- nativa que podia hacer viable la articulacién entre el liberalismo y la democracia. Debido a los limites de su problematica, lo que 72./a rpsao0 oewoenhTc Schmitt no podia concebir le parecia imposible. Dado que su obje- tivo era atacar al liberalismo, no puede sorprendernos esta actitud, pero ciertamente indica los limites de su reflexién te6rica. ‘A pesar de estos defectos, la critica de Schmitt al liberalismo es muy poderosa. Pone de manifiesto varias debilidades de la demo- cracia liberal y pone en primer plano su punto ciego. No es posible ignorar estas deficiencias. Si hemos de elaborar un concepto de la sociedad democratica que sea convincente y digno de confianza, son deficiencias que debemos abordar. Schmitt es un adversario del ‘que podemos aprender, ya que podemos inspirarnos en sus intui- ciones. Al volver sus argumentos en su contra, deberemos usarlos para formular una mejor comprensidn de la democracia liberal, una ‘comprensién que reconozca su naturaleza paradéjica. S6lo tras acep- tar el doble movimiento de inclusién/exclusién que implica la poli- tica democritica podremos enfrentarnos al reto que nos plantea hoy en dia el proceso de la globalizacién. WITTGENSTEIN, LA TEORIA POLITICA Y LA DEMOCRACIA Las sociedades democréticas se enfrentan hoy a nuevos retos @ fos que apenas pueden responder debido a que son incapaces de comprender la naturaleza de lo politico, y a que no logran aceptar la paradoja que se encuentra en el micleo de la moderna democracia liberal. Una de las principales razones de esta incapacidad resi desde mi punto de vista, en el marco racionalista que informa a la: corrientes fundamentales de la teoria politica. Ya va siendo hora, si «Wittgenstein 3. James Tully, Strange Multiplicity: Constitutionalism in an Age of Diver sity, Cambridge, 1985. 7 WTTGENSTEN, LA TEORIAPOLITEA Y LA DEMOCRIOA J 7 as cuestiones més polémicas entre los te6ricos politicos en los éilti- ‘mos afios, y se trata de una cuestién crucial, ya que concierne a la propia naturaleza de la democracia liberal. zDeberia considerarse ue la democracia liberal es la solucién racional para el problema politico de cémo organizar la coexistencia humana? ¢Encarna por tanto este sistema la sociedad justa, la tinica que debiera ser uni- versalmente aceptada por todos los individuos racionales y razo- nables? ¢O simplemente representa una de las formas del orden politico entre otros posibles? Una forma politica de coexistencia humana que, dadas ciertas condiciones, puede considerarse «jus- ta», pero que debe ser considerada también como el producto de tuna historia particular con condiciones especificas de existencia historica, cultural y geografica. Es de hecho una cuestién crucial ya que, si esta segunda pers- pectiva resulta ser la correcta, hemos de reconocer que podria ha- ber otras formas politicas justas de sociedad, resultado de otros contextos. La democracia liberal deberfa por tanto renunciar a su pretension de universalidad. Vale la pena subrayar que aquellos ‘ue argumentan en esta direccién insisten en que, contrariamente a lo que declaran los universalistas, su posicion no implica nece- sariamente la aceptacién de un relativismo que acabe justificando cualquier sistema politico. Lo que requiere es considerar una plt- ralidad de respuestas legitimas a la cuestién de cual es el orden po- litico justo. Sin embargo, el juicio politico no acabaria siendo irre- levante, ya que segura sendo posible distingur los regimenesjstos de los injustos. Esté claro que lo que esta en juego en este debate es la propia naturaleza de la teoria pc qui se enfrentan dos posiciones diferentes. En un bando encontramos a los «racionalistas-univer- salistas» que sostienen ~como Ronald Dworki Habermas- que el objetivo de la teoria politica es establecer verda- des universales, validas para todos, con independencia del con: texto hist6rico-cultural. Desde su punto de vista, por supuesto, puede existir una respuesta a la pregunta sobre el ebuen régimen>, ‘y muchos de sus esfuerzos consisten en probar que la democracia constitucional es el régimen que satisface tales requisitos. YY justamente en intima relacién con este debate debemos abor- dar otra cuestién muy disputada, la que concierne a la elaboracién de tuna teoria de la justicia. S6lo al situar este empeiio en el contexto més amplio antes mencionado puede uno aprehender realmente, 787 us rrenoow oewocrATCn por ejemplo, las implicaciones del punto de vista que expone un universalista como Dworkin al declarar que una teoria de la justi- cia debe basarse en principios generales y que su objetivo ha de ser «tratar de encontrar alguna formula incluyente que pueda utiizarse para medir la justicia social en cualquier sociedad».* Fl enfoque universalista-racionalista es actualmente el dominante en la teoria politica, pero topa con el desafio de otro que podriamos denominar «contextualista» y que resulta de particular interés para nosotros debido a que se encuentra nciado por ‘Wittgenstein. Contextualistas como Michael Walzer y Richard Rorty iegan que sea posible disponer de un punto de vista que puede tuarse al margen de las pra instituciones de una cultura dada, desde la cual poder realizar juicios universales «independien- tes del contexto». Por este motivo, Walzer argumenta contra la idea de que los tedricos politicos deban tratar de adoptar una po- sicién separada de todas las formas de lealtad particular con el fin jalidad y objetividad. Desde su punto de vis- ta,el te6rico debe «permanecer en la caverna» y asumir plenamen- te su estatuto como miembro de una comunidad particular; y este papel consiste en interpretar para sus conciudadanos el mundo de significados que comparten. mn desde la perspec tiva del modelo de un didlogo «neutral» 0 «racional». De hecho, los puntos de vista de Wittgenstein acaban socavando de esta forma de razonamiento, ya que, como se ha s Gray revela que: Todo lo que hay de contenido definido en la deliberacién con- tractualista y en su resultado deriva de juicios particulares que nos inclinamos a hacer como practicantes de formas de vida especificas, Las formas de vida en las que nosotros mismos nos situamos se man- tienen a su ver unidas por una red de acuerdos precontractuales sin los cuales no habria posibilidad de mutua comprensién ni, por tanto, de desacuerdo.® 4, Ronald Dworkin, New York Review of Books, 17 de abril de 1983. TTGENSTEN, LA TEORA POUCA Y LA peo / 79 Segin el enfoque contextualista, las instituciones mocraticas deben considerarse como elementos que de los «juegos (politicos) del leng posibles. Dado que no propo: blema de la coexistencia human; en su favor que no sear del contexto» con el fin de Protegerlos frente a otros juegos politicos del lenguaje. Al consi- derar esta cuestion segiin la perspectiva de Wittgenstein, este en- foque pone en primer plano la inadecuacién de todos los intentos de proporcionar un fundamento racional a los principios liberal democraticos argumentando que serfan escogidos por individuos racionales en condiciones idealmente representadas como la del velo de ignorancia» (Rawls) o la de la «situacién de discurso ideal» (Habermas). Tal como ha sefialado Peter Winch, “velo de ignorancia’ de vista de de que lo que es caracterizado con independencia del contenido de determinados cios” cruciales». Por su parte, Richard Rorty, pragmética» de Wittg y Habermas, que no es moral univer- ilosofia del lenguaje. Segtin él, no hay nada en la na- turaleza del lenguaje que pudiera servir de base para justificar ante todas las audiencias posibles la superioridad de la democracia libe- ral, Rorty afirma lo siguiente: «Deberiamos abandonar la tarea sin esperanza de hallar premisas pi is buscar argumentos mente a Apel nferirse una obligacién de avanzar en la pi i ca».* Rorty sostiene que no resulta titil considerar los avances de- mocraticos como algo vinculado al progreso de la racionalidad, y que deberiamos dejar de presentar las dades liberales occidentales como la s 5 ici6n que otras personas habrén de adoptar necesariamente cuando dejen de set «irraciona- les» y se vuelvan «modernas». Siguiendo a Wittgenstein, Rorty no 7. Peter Winch, «Certainty and Authority», en AP Wittgenstein Centenary Essays, Camby i 8. Richard Rory, «Sind Aussagen universelle Geltangsanspruche?», Deuas- che Zeitschrife fir Philosophie, 6, 1994, pag, 986. '80/.n revons ormocénn considera que lo que esta en juego sea una cuestién de racionali- dad, sino una cuestién de creencias compartidas. En este contexto, lamar a alguien irracional, afirma, «no es decir que no esté haciendo un uso apropiado de sus facultades mentales. Es decir Gnicamente que no parece compartir con nosotros el suficiente nintero de creen- cias y deseos como para conversar fructiferamente con él sobre el punto en discusién».’ ‘Abordar la accién democrética desde un punto de vista witt- gensteiniano puede por tanto ayudarnos a plantear de otro modo la cuestién de la lealtad a la democracia. De hecho, nos vemos abocados a reconocer que la democracia no exige una teoria de la ‘ional y universal, pragmaticas orientadas a persuadir a la gente para que amplic la gama de sus compromisos hacia los demas, para que construya una comunidad més incluyente. Este cambio de perspectiva revela que, al hacer hincapié exclusivamente en los argumentos necesarios para ga- rantizar la legitimidad de las instituciones liberales, los teéricos morales y politicos de los iltimos tiempos han estado pl una pregunta errnea, argumentos para justi democracia liberal, argumentos que sona racional o razonable. Los princi pueden defenderse como elementos constitutivos de nuestra forma de vida, y no deberiamos tratar de fundar nuestro compromiso acuerdos que existen respecto a muchas de las caract democracia liberal no necesitan estar sostenidos por ninguno de los sentidos filoséficos de la certidumbre. Desde este punto de vista, «Nuestros acuerdos respecto a esos juicios constituyen el lenguaje de nuestra politica. Es un lenguaje al que hemos llegado y que con- tinuamente modificamos mediante nada menos que una historia del discusso, una historia en la que hemos pensado sobre ese len- 9. Richard Rorty, «Justice as a Larger Loyalty», articulo presentado en la VII Conferencia de Filésofos del Estey el Oeste, Uni de 1995; publicada en Justice and Democracy: Cross-Ci R. Botenkoe y M. Stepaniants (comps.), University of pig. 19 : \WTTOENSTEN, LA TEoRAPOLTCAY LA DeMOORACA / $1 uaje al mismo tiempo que nos ibamos volviendo capaces de pen- sar en (0 de vista que se encuen- ial se pueda garantizar la Sin embargo, creo que Rorty ita de Wittgenstein cuando considera el progreso moral y ico en los términos de la universalizacién del modelo liberal democratico. De un modo francamente extratio, Rorty se aproxi- ma mucho a Habermas en este punto, Sin duda, hay una impor- tante diferencia entre ambos. Habermas cree que ese proceso de universalizacién debera producirse mediante la argumentacién ra- cional, y también considera que exige la extracci6n de argumentos a partir de premisas transculturalmente validas para justificar la superioridad del liberalismo occidental. Rorty, por su parte, con- sidera que la universal 6 tte por encima de la politica superioridad dela democrac: s personas tengan unas condiciones de existencia mas seguras y com- artan mas creencias y dleseos con otros. De ahi su conviccién de que ‘de construirse un consenso universal en torno a las instituciones berales mediante el crecimiento econémico y tn adecuado tipo de intersubjetiva que no difiere demasiado de juegos como el ajedrez 0 el tenis. Esta es Ja razén de que Wittgenstein insista en que es un error considerar toda accién realizada segiin una regla como una «interpretacin» y en que «existe un modo de aprehender una regla que #0 es una in- terpretacién, sino que se presenta bajo el aspecto de lo que lamamos “seguir la regla” o “ir contra ella” en los casos reales». Tally considera que las amplias consecuencias de este plantea- miento se pierden cuando uno afirma, como Peter Winch, que la gente que utiliza términos generales en sus actividades c también sigue reglas, aunque esas reglas sean una comprensin im- plicita o una comprensiOn de fondo compartida por todos los miembros de una cultura. Tully argumenta que esto equivale a sos- tener un punto de vista sobre las comunidades que las considera como totalidades homogéneas y pasar por alto el segundo argu- mento de Wittgenstein, que consiste en mostrar que «la multiplici- dad de los usos es demasiado variada, enmarafiada y creativa, y se encuentra ademds demasiado puesta en cuesti gobernada por reglas»..” Para Wittgenstein, en lugar de tratar de reducir todos los juegos a lo que necesariamente ban de tener en enstein, Philosophical Investigations, I, 8. ty, pag, 107. \IToENGTENY, LA TEoie POLITICA Y LA CEMCCRAC / 87 comiin, deberfamos «mirar y ver si hay algo que sea comin a to- dos»; de este mo esta es una intuicién cruci jetivo mismo de quienes defienden ativo» es el objetivo de la demo de un consenso racional basado en principio: fensores de la democracia deliberativa creen que a través de una "gar a un punto de vista impar- ‘an tomarse decisiones que Wittgenstein, por el con- sugiere otra perspectiva. Si seguimos su estela, deberem eer y valorar la diversidad de fe n que puede jugarse to de reducir esta di- iones que hicieran posible seguir as reglas de- 8 is de una diversidad de modos. Lo ‘que Wirrgense fo ensefia es que no puede haber una tinica forma superior y mas «ra, cional» de seguir dichas reglas, y que es precisamente ese reconoci- democracia pluralista. «Seguir una regla» tgenstein, «es similar a obedecer una orden. Se nos entrena los reaccionamos a una orden de un modo particular. para Habermas. En ambos casos se esta~ blece una fuerte separaci6n entre el «mero acuerdo» y el «consenso racional», y ademas el campo propio de la politica se identifica con el intercambio de argumentos entre personas razonables que se guian por el principio de imparcialidad. Tanto Habermas como Rawls creen que podemos encontrar en las instituciones de la democracia liberal el contenido idealiza~ do de la racionalidad prdctica. El punto en el que divergen es el de la elucidacién de la forma de la raz6n préctica encarnada en las ins- tituciones democraticas. Rawls hace hincapié en el papel de los principios de justicia logrados a través del mecanismo de la «posicion original» que fuerza a los participantes a dejar de lado todas sus particulatidades ¢ intereses. Su concepcién de la «justicia como equidad», que establece la prioridad de los principios liberales bé- sicos, unida a los «fundamentos constitucionales», proporciona el marco para el ejercicio de la «razén pablica libre». Por lo que se re- fiere a Habermas, se observa una defensa de lo que él sostiene que sun enfoque estrictamente procedimental en el que no se ponen Ii- mites al alcance ni al contenido de la deliberacién. Son las restric~ ciones procedimentales de la situacién de discurso ideal las que eli- 7, Joshua Cohen, «Democracy and Liberty» Democracy, Cambridge, 1988, pig, 187. [Tid ca ddenoeracia dtibertvg, Barcelona, Gedisa, 2001.) 8. Seyla Benhabib, «Toward a Deliberative Model of Democr en Seyla Benhabib (comp.), Democracy and Difference, Legitimacy 996, pig. 77, PABA UN MODELO AGONISTCO OE LA DEMOCRAGA 101 minarain las posiciones que los participantes no puedan consensuar ‘en el «discurso» moral. Como recuerda Benhabib, las caracteristi- as de dicho discurso son las siguientes: 4) la participacién en la deliberaci6n se rige por las normas de igual- dad y simetriay todos tienen las mismas oportunidades para init los actos de habla, para cuestionar, preguntar y abrir el debate; b)ro- do denen derecho a evesionar ls tetas conterplads en acon versacién; y c) todos tienen derecho a iniciar argumentos reflexivos robe las propia regs del procedimiento del discursoy sobre la rma en que se aplican y se cumplen, En principio, no existen reglas «que limiten la agenda de la conversacién, o Ia identidad de los part cipantes, con tal de que cualquier persona o grupo excluido pueda demostrar justificadamente que se ve afectado de manera relevante por la norma propuesta que se est cuestionando.” Para esta perspectiva, la base de legitimidad de las institucio- nes democtéticas deriva del hecho de que las instancias que exigen uun poder obligatorio lo hacen partiendo de la presuncién de que sus decisiones representan un punto de vista imparcial que atiende por igual a los intereses de todos. Cohen, tras afirmar que la legiti- midad democratica surge de decisiones colectivas entre miembros iguales, declara: «De acuerdo con la concepcién deliberativa, una decision es colectiva siempre que surja de disposiciones de eleccion colectiva vinculante que establezcan condiciones de razonamiento li breyy priblico enire iguales que son gobernados por las decisiones».!° Desde este punto de vista, para que un procedimiento sea de- ‘mocratico no es suficiente con tener en cuenta los intereses de todos y lograr un compromiso que establezca un modus vivendi. El obje- tivo es generar un «poder comunicativo», y esto exige establecer las condiciones para un asentimiento libremente otorgado por to- dos los interesados, de ahi la importancia de buscar procedimientos que garanticen la imparcialidad moral. S6lo entonces puede uno estar seguro de que el consenso que se obtiene es racional y no un ‘mero acuerdo, Esta es la razén de que el acento se ponga en la na- turaleza del procedimiento deliberativo y en los tipos de razones ‘que se consideran aceptables para los participantes en liza. Benhabib lo expresa del siguiente modo: rel, pig. 70. y libercad>, pég. 236. cl 102 /\a psoon cenocRAnck Segiin el modelo deliberativo de democracia, es una condicién nnecesaria para lograr la legitimidad y la racionalidad con respecto a los procedimientos de la toma colectiva de decisiones en una socie- dad y una organizacién politica que las instituciones de esta forma estén dispuestas de tal modo que lo que se considere par- exés comin de todos resulte de unos procesos de delibera- iva efectuados de forma racional y justa entre individuos Para los habermasianos, la garantia de que el proceso de deli- beracién tiene resultados razonables depende de la medida en que cumpla la condicién del «discurso ideal»: cuanto més igual e impar- cial, més abierto ser4 el proceso, y cuanto menos coaccionados es- ipantes y mas dispuestos a dejarse guiar por la fuerza del mejor argumento, tanto mAs probable sera que los intereses ver- daderamente generalizables sean aceptados por todos aquellos a quienes afecta de manera relevante. Habermas y sus seguidores no niegan que existan obstéculos para la realizacién del discurso ideal, pero estos obstéculos se conciben como obstaculos empiricos. Se deben al hecho de que, dadas las. prdcticas y empiricas de fa actividad €8 poco probable que lleguemos a ser capaces de dejar completamente a un lado todos nuestros intereses particu- lates con el fin de coincidir con nuestro ser racional universal. Esta es la raz6n de que la situacién del discurso ideal se presente como una «idea regulativa>. ‘Ademas, ahora Habermas acepta que existen cuestiones que han de permanecer al margen de las précticas del debate racional pabli- ‘co, como los asuntos existenciales que no conciernen a cuestiones relacionadas con la «jus la «vida buena» ~éste es para el campo de los asuntos que requieren decisiones politicas no niega I de las consideraciones morales ni la viabilidad del debate racional como forma misma de la Benhabib, «Toward a Deliberative Model», pig. 69. ‘angen Habermas, «Further Reflections on the Public Spheres, en C. Cal- boon coin) Habermas andthe Publ phe, Camis Masachsets 1991, ig 448. Pama UN MoDeLo AccrésCD bE LA CENA / 103 liticas fundamentales pertenecen a la misma categoria que las cues- tiones morales y pueden decidirse de forma ra ue las cuestiones éticas, no dependen de su contexto. La validez de sus respuestas proviene de una fuente independiente y tiene un al- ‘cance universal. Habermas mantiene con firmeza que el intercambio dle argumentos y contraargumentos, tal como se plantea en su enfe intad de la que pueda surgir el interés general. ia deliberativa, considerada aqui en ambas ver- siones, concede al modelo agregativo que en las condiciones mo- dernas es preciso reconocer una pluralidad de valores e intereses y que se debe renunciar a un consenso sobre lo que Rawls llama perspectivas «globales» de naturaleza religiosa, moral o filos6fica. Sin embargo, sus defensores no aceptan que esto implique la im- posibilidad de un consenso racional sobre las decisiones pol entendiendo poi te razonamiento entre iguale tos de la deliberacién garanticen imy in, conseguiran guiar la delibera hhacia intereses generalizables en los que puedan coin gitimidad, pero no existe ninguna diferencia fundamental entre Ha- bermas y Rawls en esta cuestién. De hecho, Rawls define el princi- pio liberal de legitimidad de una manera que es congruente con el punto de vista de Habermas: «Nuestro ejercicio del poder p 106 / aprox oewocrénca cho, esto es en cierto modo lo que hace Cohen, y por eso nos pro- porciona un buen ejemplo de la compatibilidad entre los clos en- foques. En particular, subraya los procesos deliberativos y afirma due, si se la considera como un sistema de acuerdos sociales y po- liticos capaces de vincular el ejercicio del poder al libre razona- ‘miento entre iguales, la democracia no s6lo exige a sus participantes {que sean libres ¢ iguales, sino también que sean stazonables». Con esto quiere decir que «se proponen defender y criticar instituciones y programas en funcidn de consideraciones que otros, como libres ¢ iguales, tienen razones para aceptar, dado el hecho del pluralis- ‘mo razonable».'° La huida del pluratismo ‘Tras haber perfilado las principales ideas de la democracia deli- berativa, pasaré a estudiar con mas detalle algunios puntos del de~ bate entre Rawls y Habermas con la intenci6n de traer al primer plano lo que considero la deficiencia crucial del enfoque deliberati- yo. Dos son los asuntos que considero particularmente relevantes. El primero es que una de las afirmaciones principales del «libe~ ralismo politico» defendido por Rawls sostiene que se trata de un liberalismo que es politico, no metafisico, y que es independiente de las opiniones globales. Se establece una separaci6n definida en- tre el ambito de lo privado, donde coexisten una pluralidad de puntos de vista globales diferentes e irreconciliables, y el ambito de lo piiblico, donde se puede establecer un consenso traslapado sobre un concepto compartido de la justicia, Habermas sostiene que Rawls no puede tener éxito en su es- trategia de evitar las cuestiones filos6ficamente controvertidas, por- que es imposible desarrollar su teorfa de la manera independiente que proclama, De hecho, su nocién de lo «razonable», al igual que su concepto de «persona», le conducen necesariamente a cuestiones relacionadas con los conceptos de racionalidad y verdad que pre- tende eludir.* Ademés, Habermas declara que su propio enfoque es tad», pag. 245. ton Throvgh the Public Use of Reason: Re- losophy XCM, 3, 15. Cohen, «Democracia 16, Jargen Habermas, «Reconc marks on John Raw’ Political Liberalism, The Journal of 1995, pig. 126 a ‘A UN MODELO ABONGTICO DE LA ENDOINOH / 105 superior al rawlsiano debido a que su cardcter estrictamente pro- cedimental le permite «dejar abiertas més cuestiones porque confia més en el proceso de opinién racional y de formacién de la volun- tad»."” Al no postular una separacién radical entre lo piiblico y lo privado, se encuentra mejor adaptado para acomodar la amplia deliberacién que implica la democracia. Rawls replica que el enfo- que de Habermas no puede set tan estrictamente procedimental como pretende. Ha de incluir una dimension sustantiva, dado que los asuntos relacionados con el resultado de los procedimientos no se pueden excluir de su diseiio."* Pienso que los dos tienen razén en sus respectivas criticas. De hecho, el concepto de Rawls no es tan independiente de las opinio- nes globales como él ctee, y Habermas no puede ser tan puramen- te procedimental como afirma. Es muy significativo que ambos sean incapaces de separar lo piblico de lo privado, o lo procedimental de lo sustancial, tan claramente como declaran. Lo que esto revela es la imposibilidad de lograr lo que cada uno de ellos, aunque de diferente manera, se propone en realidad, esto es, la delimitacién de un Ambito que no esté sujeto al pluralismo de los valores y en el que pueda establecerse un consenso sin exclusiones. De hecho, la circunstancia de que Rawls evite las doctrinas globales viene moti- vada por su creencia en que no es posible ningin acuerdo racional en este campo. Esta es la raz6n de que, para que las instituciones li- berales sean aceptables para gente con diferentes opiniones mora- les, filos6ficas y religiosas, deban de ser neutrales respecto a los puntos de vista globales. De ahi la radical separacién que trata de instalar entre el Ambito de lo privado, con su pluralismo de valores econciliables, y el ambito de lo piblico, en el que el acuerdo po- litico sobre el concepto liberal de justicia quedaria garantizado me- diante la creacién de un consenso traslapado sobre la justicia En el caso de Habermas, se hace un intento similar para esca- par de las implicaciones del pluralismo de los valores mediante la distincién entre la ética, un mbito que permite la existencia de conceptos contrapuestos de la vida buena, cn el que se puede aplicar un procedimentalismo estricto y lograr la imparcialidad, llegéndose de este modo a la formulacién de unos 17, Ibid pag. 131. 18, John Ravils, «Reply to Habermas, 1995, pigs. 170-174. 106 / a premoosn oewocratcn principios universales. Rawls y Habermas quieren fundar la adhe~ sién a la democracia liberal en un tipo de acuerdo racional que ex- cluya la posibilidad de la impugnaci6n. Por esta raz6n se ven obli- gados a relegar el pluralismo a un Ambito no piblico con el fin de aislat a la politica de sus consecuencias. El hecho de que sean inca- paces de mantener la rigida separacién que defienden tiene impli- caciones muy importantes para la politica democratica. Pone de manifiesto el hecho de que el 4mbito d a ~incluso en el caso de que afecte a cnestiones fundamentales cor ios basicos~ no es un terreno neutral que pueda ai ralismo de valores, un terreno en el que se puedan formular soluci nes racionales universales. La segunda cuestién es un asunto diferente que c relacién entre la autonomia privada y la autonomia pol hemos visto, ambos autores se proponen reconciliar las «! de los antiguos» con las «libertades de los modernos» y argumen- tan que los dos tipos de autonomia van necesariamente juntos. Sin embargo, Habermas considera que sélo su enfoque consigue est blecer la cooriginalidad de los derechos del individuo y la parti pacién democratica. Afirma que Rawls subordina la sober ica a los derechos liberales porque considera la autonomia piiblica como un medio para autorizar la autonomfa privada. ‘embargo, tal como ha sefialado Charles Larmore, Habermas, por su parte, privilegia el aspecto democritico, dado que sostiene que la importancia de los derechos individuales reside en el hecho de que hacen posible el autogobierno democritico."” Asf pues, hemos de concluir que, también en este caso, ninguno de los dos es capaz de llevar a cabo lo que anuncia. Lo que quieren negar es la naturaleza paradéjica de la democracia moderna y la tensi6n fundamental en- tre la légica de la democracia y la légica de! liberalismo. Son inca~ paces de reconocer que, pese a que sea efectivamente cierto que los derechos individuales y el autogobierno democrattico son constitu tivos de la democracia liberal, cuya novedad reside precisamente en la articulacién de ambas tradiciones, existe una tensiGn entre sus respectivas «graméticas» que nunca podré ser eliminada. Sin duda, y contrariamente a lo que han argumentado adversarios como C Schmitt, esto no significa que la democracia liberal sea un régimen condenado al fracaso. Esa tensién, pése a no poder ser erradicada, 19, Charles Larmore, The Morals of Modernity, Cambridge, 1996, pig. 217. one PAGAL MoOELO AGENISIEO OE LA DeWOCRACHA/ 107 se puede abordar de diferentes modos. De hecho, una gran parte de la politica democratica se ocupa precisamente de la negociacién de esta paradoja y de la articulacién de soluciones precarias.”” Lo erréneo es la bisqueda de una solucién racional final. No sélo no puede tener éxito, sino que ademés conduce a plantear restriccio- nes indebidas al debate politico. Esa biisqueda deberfa ser recono- cida como lo que realmente ¢s: otro intento de aislar a la politica de los efectos del pluralismo de valores, esta vez tratando de fijar de tuna vez por todas el significado y la jerar democraticos basicos. La teoria democratica deberfa embargo, habria que reconocer la naturaleza politica de los limites en lugar de presentarlos como un conjunto de requisitos exigidos por la moral o la racionalidad. 2Qué lealtad a la democracia? Si tanto Rawls como Habermas, aunque de maneras diferentes, se proponen alcanzar una forma de consenso racional en vez de un «simple modus vivendi» o un «mero acuerdo proporcionando bases estables a la democr so contribuird a garantizar mocraticas. Como hemos visto, mientras que Rawls considera que el asunto clave es la justicia, para Habermas la cuesti6n central guarda relacién con la legitimidad. Segiin Rawls, una sociedad bien orde- nada es una sociedad que funciona segiin los principios estableci- dos por un concepto de justicia compartido. Esto es lo que produ- cella estabilidad y la aceptacién de las instituciones por parte de los ciudadanos. Para Habermas, una democracia estable y que funcio- ne correctamente requiere la creacién de una forma de gobierno in- tegrada mediante la percepcién racional de su legitimidad. Esta es la raz6n de que para los habermasianos la cuestién central resida ddox of Liberal Democracy» mitt Londres, 1999; vas 108 /ia Psooun eNOCRATCA tizar que las decisiones adoptadas por las instituciones democraticas representen un punto de vista imparcial, capaz de expresar por igual los intereses de todos, lo que a su vez exige establecer unos procedimientos capaces de generar resultados racionales mediante la participacién democratica. En palabras de Seyla Benhabib, «en las sociedades democraticas com- plejas la legitimidad debe ser concebida como el resultado de la de- liberacién pablica, libre e irrestricta de todos en las materias de in- terés comin».** En su deseo de mostrar las limitaciones del consenso democra- tico en el modelo de agregacién —que sélo se interesa por la racio- nalidad instrumental y el fomento del interés propio- los demécratas deliberativos insisten en la importancia de otro tipo de racion: dad, la racionalidad que opera en la accién comunicativa y en la libre raz6n piblica. Quieren convertir esto en la principal fuerza impul- sora de los ciudadanos demécratas y en la base de su lealtad hacia las instituciones comunes. ‘Su preocupacién por el estado actual de las instituciones de- mocréticas es una preocupacion que comparto, pero considero que wuesta es profundamente inadecuada. La soluci6n a nuestra la dominante «racio- lad medios/fines» por otra forma de racionalidad, por una ra- cional «deliberativa» y «comunicativa>. Es cierto que caben diferentes concepciones de la raz6n y que es importante aumentar la com- plejidad del cuadro que ofrecen los defensores del enfoque instru- mentalista. Sin embargo, el simple hecho de sustituir una clase de racionalidad por otra no va a ayudamnos a abordar el verdadero problema que plantea la cuestién de la lealtad. Como nos recuerda Michael Oakeshott, la autoridad de las instituciones politicas no es una cuestién vinculada al consentimiento sino al continuo recono- cimiento de unos cives que admiten su obligacién de obedecer las condiciones prescritas por la res publica.” Siguiendo esta linea de razonamiento podremos llegar a comprender que lo que realmente se dirime en la lealtad a las instituciones democraticas es la consti- tucién de un conjunto de practicas que hagan posible la creacién de ciudadanos democraticos. No es una cuestién de justificacion racional sino de disponibilidad de formas democraticas de indivi- en encontrar un modo de gar: PRA UN MoDELO AGONISTCD BE LA DeWOCRACI / 109 dualidad y de subjetividad. Al privilegiar la racionalidad, tanto la perspectiva deliberativa como la de agregacién dejan a un lado un elemento central: el del papel crucial que desempefian las pasiones y los afectos en la consecuci6n de la lealtad a los valores democré- ticos. Esto no puede ser ignorado, e implica abordar de un modo muy diferente la cuestin de la ciudadania democratica. La inca- pacidad de la actual teorfa democratica para hacer frente a la cues- tin de la ciudadania deriva del hecho de que opera con un con- ccepto del sujeto que considera que los individuos son tres cosas: en primer lugar, anteriores a la sociedad; en segundo lugar, portado- res de derechos naturales; y en tercer lugar, sujetos a una de estas dos posibilidades: bien la de ser agentes para la optimizaci6n de la felicidad, bien la de ser sujetos racionales. En todos los casos son abstraidos de las relaciones sociales y de poder, de la lengua, de la cultura y de todo el conjunto de précticas que hacen posible la ac- cin. Lo que se excluye en estos enfoques rac pia indagacién sobre las condiciones de existencia del sujeto de- moxritico. El punto de vista que quiero presentar es que uno no puede con- tribuir a la produccién de ciudadanos democréticos proporcionan- do argumentos sobre la racionalidad encarnada en las instituciones liberal democraticas. Sélo es posible producir individuos democra- ticos mediante la multiplicacién de las instituciones, los discurs0s, las formas de vida que fomentan la identificacién con los valores democraticos. Por esta raz6n, aunque se esté de acuerdo con los de ‘miécratas deliberativos en cuanto a la necesidad de tna concepcion diferente de la democracia, considero que sus propuestas son con- traproducentes. Sin duda, necesitamos formular una alternativa al modelo de agregacién y al concepto instrumental de la politica que promueve. Ha quedado claro que si se desincentiva la implicacién activa de los ciudadanos en el funcionamiento de la forma de go- bierno y se estimula la privatizacién de la vida, no se garantiza la estabilidad que Rawls y Habermas prometian. Se han generalizado unas formas extremas de individualismo que amenazan el propio tejido social. Por otra parte, privadas de la posibilidad de identifi carse con los valiosos conceptos de la ciudadania, son muchas las personas que, cada vez. més, buscan otras formas de identificacion colectiva, formas que, muy a menudo, pueden poner en p lazo civico que debe unir a los miembros de una asociacién politi- ca democritica. El crecimiento de diversos fundamentalismos de 1110 /LA pao veocRANCA tipo religioso, moral y étnico es, en mi opinién, la consecuencia di- recta del déficit democratico que caracteriza a la mayorfa de las so- iedades liberal democraticas. La tinica forma de hacer frente a estos problemas con seriedad pasa por considerar la ciudadania democratica desde una perspec- tiva diferente, una perspectiva que ponga el énfasis en los tipos de ipo de vinculo que une a los nguaje especifico de las viles que Oakeshott llama la res publica.” Pero tam inspirarnos en Wittgenstein quien, como he mostrado,”* propor- 2 del racionalis- mo. De hecho, en sus tiltimas obras destaca el hecho de que, para llegar a un acuerdo en materia de opiniones, ha de haber primero un acuerdo sobre las formas de vida. En su opinién, no basta con estar de acuerdo en la defi so estar de acuerdo tamt ‘que los procedimientos deben considerarse como un conj Los procedimientos se pueden aceptar y seguir porque estdn inscritos en formas de vida compartidas y porque hay acuerdo en los criterios. No pueden ser entendidos como reglas due se crean sobre la base de unos principios para aplicarse luego las reglas son siempre com- y son inseparables de las formas de Sy tricta entre lo «procedimental» y lo «sustancial», o entre lo «moral» y lo xético», es decir, no es posible mantener las sepataciones que son centrales en el enfoque habermasiano. Los procedimientos siempre implican compromisos éticos sustanciales, y nunca puede existir nada que se parezca a unos procedimientos puramente neutrales. Considerada desde este punto de vista, la lealtad a la democra- la creencia en el valor de sus ‘iones no dependen de que 's proporcione un fundamento intelectual. Ambas cosas, 23. Chantal Mouffe, EI retorno de lo poitic, capital 4 24. Véase «Witgensten, la teora politica y la democracia, capitulo 3 de este volumen. PARK UN MOOELO AGONSTICO OE LA cEMOCRACI tad y creencia, se encuentran més en la naturaleza de lo que Wit- tgenstein compara a «un apasionado compromiso con un sistema de referencia. De ahi que, pese a ser creercia, sea en realidad una for- sma de vida, o una forma de evaluar la propia vida». Al contrario iva de lo que sucede con la democracia deliberativa, esta persp% también implica reconocer los limites del consenso: «Cuando lo se enfrenta realmente son dos principios irreconcil darios se declaran mutuamente locos y herejes. He batiria” al otro pero, ino le daria razones? Sin duda; pero, zhasta lé de las razones esta la persuasion.n"* hacer que nos percatasemos de que tomarnos en seri 8 exige abandonar el suefio de un consenso racional que implique la fan- tasia de que podemos escapar de nuestra forma de vida humana. En deseo de un conocimiento total, dice Wittgenstein, «Hi lo resbaladizo, donde no existe la fric y asi, en cierto sentido, las condiciones son ideales, pero tambi justamente por eso, somos incapaces de caminar: por consiguienté, necesitamos friccin. Vuelta al duro suelo»” Vuelta al duro suelo significa en este caso aceptar el hecho de lejos de ser meramente empiticos o epistemoldgicos, los obs- los que se oponen a los ar original: nuest bre los asuntos de interés comiin es una imposibilidad conceptual, puesto que las formas de vida particulares que se presentan como pedimentos» son precisamente su condicién de po nunca podria producirse ni beracién. No existe en absoluto ninguna justifica ‘gio especial a un supuesto «punto de vista moral» regido idad mediante el cual pudiera lo- 25. Ludwig Witgen 26, Ludwig Wingenste 27. Ladi Wie 1112 /urppspo1n pewncRAnen Un modelo «agonistico» de democracia ‘Ademés de hacer hincapié en las practicas y los juegos del guaje, una alternativa al marco racionalista requiere también la aceptacién del hecho de que el poder es constitutivo de las relacio- nes sociales. Una de las deficiencias del enfoque deliberativo con- siste en que, al postular la disponibilidad de una esfera piiblica en Ja que el poder hubiera sido eliminado y en la que se pudiera reali zar un consenso racional, este modelo de politica democratica es incapaz de reconocer tanto la dimensién de antagonismo que im- plica el pluralismo de valores como la imposibilidad de erradicarlo. Esta es la raz6n de que sea incapaz de apreciar la especificidad de lo politico y de que s6lo pueda concebirlo como un Ambito especi- ficamente propio de la moral. La democracia deliberativa propor- ciona un muy buen ejemplo de lo que afirmaba Carl Schmitt res- ppecto del pensamiento liberal: «De un modo muy sistemético, el pensamiento liberal elude o ignora el Estado y la politica, y se ins- tala en cambio en una caracteristica polaridad recurrente de dos esferas heterogéneas, a saber, la de la ética y la de la economia».* De hecho, frente al modelo agregativo, inspirado en la economia, la tinica alternativa que los demécratas deliberativos pueden ofre- cer es la de reducir la politica a la ética, Para remediar esta grave deficiencia, necesitamos un modelo democratico capaz de aprehender Ia naturaleza de lo politico. Ello requiere desarrollar un enfoque que sitie la cuestién del poder y el antagonismo en su mismo centro. Ese es el enfoque que quiero defender, ef enfoque cuyas bases tedricas quedaron perfiladas en Hegemonia y estrategia socialista.” La tesis central del libro sostie- ne que la objetividad social se constituye mediante actos de poder. Ello implica que cualquier objetividad social es en tiltimo término politica y que debe llevar las marcas de la exclusién que gobierna su constitucién, Este punto de convergencia, o més bien de mutua reduccién, entre la objetividad y el poder es Io que entendemos por «hegemonfa». Esta forma de plantear el problema indica que el poder no deberia ser concebido como una relacién externa que tie- ne lugar entre dos identidades ya constituidas, sino més bien como ofthe Political, New Bronswick, 1976, pg. 70, Mouffe, Hegemtonta y etrategia socialists, Ma PRA UN MODELO AGONETCD OE LA SeMORACR 113 lentidades. Dado que cual- smento que constituye las pro} quier orden politico es la expresién de una hegemonfa, de una pau- ta especifica de relaciones de poder, la préctica politica no puede ser concebida como algo que simplemente representa los intereses de unas identidades previamente constituidas, al contrario, se tiene que entender como algo que constituye las propias identidades y que ademas lo hace en un terreno precario y siempre vulnerable. Afirmar la naturaleza hegeménica de cualquier tipo de orden social es verificar un desplazamiento de la relacién tradicional en- tre la democracia y el poder. Segiin el enfoque deliberativo, cuanto mas democrética sea una sociedad, menor sera el poder que forme parte de las relaciones sociales. Pero si aceptamos que las relacio- nes de poder son constitutivas de lo social, entonces la pregunta principal que ha de atender la politica democratica no es la de como climinar el poder sino la de cémo constituir formas de poder mas compatibles con los valores democratic ‘Aceptar la naturaleza del poder como algo inherente a lo social implica renunciar al ideal de una sociedad democratica como rea~ lizacién de una perfecta armonia o transparencia. El cardctet demo- cratico de una sociedad s6lo puede venir dado por el hecho de que nningiin actor social limitado pueda atribuirse la representacin de la totalidad y afirmar que tiene el «control» de los fundamentos, Por consiguiente, la democracia requiere que la naturaleza pu- ramente construida de las relaciones sociales encuentre su comple- mento en los fundamentos puramente pragmaticos de las pre- tensiones de legitimidad del poder. Esto implica que no existe una distancia insalvable entre el poder y la legitimidad, obviamente no en el sentido de que todo poder sea automaticamente legitimo, sino en el sentido de que: a) si un poder cualquiera ha sido inca- paz de imponerse, es porque ha sido reconocido como legitimo en algunos circulos, y b) si la legitimidad no se basa en un fundamen- to aptioristico, es porque esta basada en alguna forma de poder exitosa, El vinculo entre la legitimidad, el poder y el orden hege- ‘ménico que esto implica es precisamente lo que excluye el enfoque deliberativo al postular la posibilidad de un tipo de argumentacis racional en el que se ha eliminado al poder y donde la legitimidad encuentra su fundamento en la racionalidad pura. Una vez que el terreno te6rico ha sido delineado de este modo, ‘podemos empezar a formular una alternativa tanto para el modelo de agregacién como para el modelo deliberativo, una alternativa 134 Ju powo1a oeMOcRATICN que propongo denominar «pluralismo agonistico».” Para aclarar Ia nueva perspectiva que estoy proponiendo: se necesita una pri- ‘mera distincin, la distinci6n entre «la politica» y «lo politico». Con ‘do politico» me refiero a la dimensién de antagonismo que es hherente a las relaciones humanas, antagonismo que puede adoptar muchas formas y surgir en distintos tipos de relaciones sociales. La «politica», por otra parte, designa el conjunto de practicas, discur- jones que tratan de establecer un cierto orden y orga izar la coexistencia humana en condiciones que son siempre po- ‘ncialmente conflictivas porque se ven afectadas por la dimenstén de «lo politico». Considero que s6lo cuando reconocemos la dimen- 8 que «la politica» consiste en do- ar atenuar el antagonismo poten- cial que existe en las relaciones humanas, podemos plantear lo que considero la cuestién central de la politica democratica. Segiin los mn cémo alcanzar un con- lusion, ya que ol litico. La politica se propone la cres texto de conflicto y diversidad; esta siempre 1 Creacion de un «nosotros» mediante la determinacién de un «ellos» La novedad de la politica democratica no es la superacion de esta ‘oposicién nosotros/ellos ~que es una imposibilidad— sino la dife- rente forma en que ésta se plantea. La cuestién crucial estriba en es- tablecer esta discriminacién entre el nosotros y el ellos de un modo que sea compatible con la democracia pluralista, Considerado desde el punto de vista del «pluralismo agonisti- objetivo de la politica democratica es construir de tal forma el «ellos» que deje de ser preibido como un enemigo a destruir y se coneiba como un «adversario», es decir, como alguien cuyas ideas, combatimos pero cuyo derecho a defender dichas ideas no pone 30, Tal como agut se define, el «plu en prdctica lo gue Richard Rorty llamaria una «redesri bésica del régimen liberal. portancia dl reconocimien lismo agonéstico que yo defiendo debe ‘el mismo téemino para rferirse Ta forma en que Joho Gray usa ud entre conjuncos completos funda verdad, una verdad de la que 0 ag plo». Véase en John enmen’s Wake: Politics and Culture at the Close of the Modern Age, 1995, pig. 84 ge PARKUN MODELO AGERISTICN DE LA DEMOCRACI 15 libe- mos en duda. Este es el verdadero significado de la toleranci ral democratica, que no implica condonar las ideas a las que ‘oponemos o ser indiferentes a los puntos de vista con los que no es- tamos de acuerdo, sino tratar a quienes los defienden como a | timos oponentes. Sin embargo, esta categoria del «adversarior no ‘que habria que distinguir de la nocién li- a que a veces es identificado. Un adver- ‘enemigo legitimo, un enemigo con el s una base comin porque compartimos una adhesién a los principios ético-politicos de la democracia liberal: tad y Ja igualdad, Pero estamos en desacuerdo ue se refiere al sig nificado y a la puesta en préctica de eso y este desacuer- do no es un desacuerdo que pueda resolverse mediante la de cién y el debate racional. De hecho, dado que el pluralismo del valor no se puede erradicat, no existe tna resolucién racional del con~ flicto, de ahi su dimension antagonista.”" Esto no quiere decit, por supuesto, que los adversarios no puedan superar su desacuerdo, ppeto tal eventualidad no prueba que se haya erradicado el antago- hismo. Aceptar el punto de vista del adversario es experimentar un cambio radical en la identidad politica. Es mas una especie de con- versién que un proceso de persuas lara Jo que Thomas Kuhn afirmaba al decir que paradigma cientifico es una conversi6n). Por supuesto, promisos también son posibles; son parte inseparable de a; pero deberian considerarse como un respiro temporal confrontaci6n que no cesa. Introducir la categoria del «adversario» requiere hacer més ‘compleja la nocién de antagonismo y distinguir dos formas dife- rentes en las que puede surgir ese antagonismo, e! artagonismo pro- ppiamente dicho y el agonismo. El antagonismo es una lucha entre enemigos, mientras que ef agonismo es-una lucha entre adversa- trios. Por consiguiente, podemos volver a formular nuestro proble- sario es un enemigo, pero ue nunca puede liminarse por completo y ala 7» mediante el expediente de, por asi ‘en mi opin, distingve mi con: roricos agoniticos>, es deci, de id de que lo politico pudi ‘algo completamente congruente con lo tco, opt 116 (us eex0a1a cenoenbicn ma diciendo que, visto desde la perspectiva del «pluralismo ago- nistico», el objetivo de la politica democratica es transformar el an- tagonismo en agonismo. Esto requiere proporcionar canales a tra- vés de los cuales pueda darse cauce a la expresién de las pasiones \lectivas en asuntos que, pese a permitir una posibilidad de iden- tificacién suficiente, no construyan al oponente como enemigo sino como adversario. Una diferencia importante con el modelo de la . Al afirmar que en la actualidad una politica ra- dical deberia trascender esta divisin y concebir la vida democrati- ca como un didlogo, los defensores del centro radical quieren dar a entender que actualmente vivimos en una sociedad que ha de estar estructurada p opera supuestamente en un t que podrian satisfacer a todos. L. constitutivo en la sociedad han sido eliminados, y los conllevan han quedado reducidos a una simple com tereaes que es posible armonizar mediante el ddlogo, ota esl pica perspectiva liberal, que considera que la democracia ¢s una com- petencia entre élites, lo cual vuelve invisibles las fuerzas del ad- versario y redi negociacién de compromisos. Yo sostengo que llamar «t esa perspectiva de la politica es realmente engafioso, y que conducirnos hacia una mayor cantidad de democracia, el centrismo 124 /Laprvo0w veMOoRA TCA radical que defiende el Nuevo Laborismo es de hecho una renuncia a los principios basicos de la politica radical, El defecto central del intento que llevan a cabo los teéricos de la tercera via de modernizar la socialdemocracia reside en que se basa eailailusi6n de que, al no definir a un adversario, resulta posible elu- dir los conflictos de intereses fundamentales. Los socialdemécratas ‘nunca cometieron este error. Como sefiala Mike Rustin, la socialde- ‘mocracia, tanto en su variante de derechas como en su versién de iz- quierdas, siempre tuvo en el capitalismo a uno de sus antagonistas, y su tarea consistié en hacer frente de manera global a los problemas sistémicos de desigualdad ¢ inestabilidad que generaba el capitalis- mo. El enfoque de la tercera via, por el contrario, es incapaz de aprehender las conexiones sistémicas que existen entre las fuerzas del mercado global y la diversidad de problemas ~desde la exclusién hasta los riesgos medioambientales~ a los que pretende enfrentarse. De hecho, la principal deficiencia del andlisis de Giddens con- siste en que parece no ser consciente de las drasticas medidas que se requerirfan para llevar a la practica la mayoria de sus propues- tas. Queda muy bien anunciar que no deberfan existir «derechos sin responsabilidades» ni «autoridad sin democracia», pero gc6mo van a llevarse esos programas a la préctica sin plantear un profundo desafio a las estructuras de poder y autoridad existentes? Sin apelar al tipo de total derrocamiento del capitalismo que algunos marxistas defienden, no hay duda de que puede reconocerse que, en una poli- tica radical dirigida a la democratizacién de la sociedad, no es posible climinar alguna forma de lucha anticapitalista, y que sin la trans- formacién de la configuracién hegeménica dominante pocos cam- bios seran posibles. Como ha sefialado, entre otros, Alan Ryan, existe un verdade- 10 agujero en el corazén de la politica laborista, porque al haber abandonado la idea de que la propiedad de los medios de produc~ cién era una cuestién central en politica, no han sido capaces de poner ninguna otra cosa en su lugar.’ De ahi la superficialidad de su estrategia econémica. Creen que establecer programas mo- rales para volver a moralizar a los pobres y que preparar a la gente para la «flexibilidad> bastard para crear la buena sociedad inclu- 2. Mike Rustin, «Editorial», Soundings, 11, pig. 8, primavera de 1999, 3. Alan Ryan, «Britain: Recycling the Third Way», Dissent, pig. 79, prima vera de 1999 . a Potion se AoneARO? 7 125 yente cuyos valores predican, De hecho, la declaracién conjunta en la que Blaic y Schréder perfilaron su punto de vista sobre la terce- ra via en Europa, ademas de exponer un programa de desregula- cién y de reduccién de impuestos atenuado por la intervencién del Estado en todo lo referente a proporcionar educacién y formacién, subraya la necesidad de acabar con los conflictos en los lugares de trabajo y apela a un espiritu de comunidad y solidaridad con el fin de reforzar el didlogo entre todos los grupos de la sociedad. No es de extrafiar que en esa perspectiva no haya sitio para responder adecuadamente a las exigencias feministas pues, como ha mostrado Anna Coote, no encajan en la vision de Blair de una po- ica indolora para Inglaterra.‘ Para que las mujeres incrementa- ran su poder politico harfa falta que los hombres cedieran algo del suyo. Pero, afirma Coote, el Nuevo Laborismo no esta preparado para dar cabida a un juego de todo o nada; no quiere perdedores, especialmente entre los votantes ingleses. Ademés, std ditigido por un cerrado citculo de hombres blancos pertenecientes a la élite que disfrutan del poder y no quieren cederlo. Conflicto y democracia moderna E] Nuevo Laborismo representa el ejemplo més claro de la «clin- tonizacidn» de la socialdemocracia europea, pero, tal como atestigua la reciente declaracién conjunta briténico-alemana, las seitales del virus de la tercera via estin presentes en todas partes y la enfermedad podria estar extendigndose. Sus raices han de encontearse en el hecho dle que la aceptacién por parte de la izquierda de la importancia del pluralismo y las instituciones liberal democraticas se ha visto acom- pafiada por la creencia errénea de que eso significaba abandonar ‘cualquier intento de ofrecer una alternativa al actual orden hegem6- nico. De ahi la sacralizacién del consenso, el borramiento de la dis- tinciGn entre la izquierda y la derecha y la uegencia que manifiestan actualmente muchos partidos de la izquierda por situarse en el centro. Sin embargo, esto pasa por alto un punto crucial, un punto re- lacionado no sélo con la evidencia primaria de la lucha que se de- sarrolla en la vida social, sino también con el papel integrador que Coote, «It lads on top at Number Tens, The Guardian, 11 de mayo 4 de 1999, 126 /LxsRv00K oEMOCRATCA desempeita el conflicto en la democracia moderna. Como ya he ar- gumentado a lo largo de estos ensayos, el carsicter especifico de la democracia moderna reside en el reconocimiento y en la legitima- cién del conflicto, asi como en la negativa a suprimirlo mediante la imposicién de un orden autoritario. Una democracia que funcione correctamente exige una confrontacién entre las posiciones politi- cas democraticas, y esto requiere un debate real sobre alternativas. De hecho, el consenso es necesario, pe pafiado del desacuerdo, No existe contradiccién en el h mar esto, como desearian algunos. El consenso es necesario en las jones que son constitutivas de la democracia. Pero siempre desacuerdo en lo que se refiere al modo en que deberia llevarse a la practica la justicia social en dichas instituciones. En tuna democracia pluralista, dicho desacuerdo debe considerarse le- imo y ser, de hecho, bien recibido. Podemos estar de acuerdo en a importancia de «la libertad y la igualdad para todos», pese a que estemos en franco desacuerdo respecto a lo que esto significa y res- pecto al modo en que ambas cosas fe fctica, con lo que figuraciones de las relaciones de poder ipo de desacuerdo que constituye el meollo di ica y sobre esto ha de versar la lucha entre la iz. y se entorpece la constitu Se instala el desinterés hacia los partidos politicos y se desincentiva la participacién en el proceso politico. Por desgracia, como ya hemos ‘empezado a presenciar en muchos paises, el resultado no es una so- ciedad arménica y mas madura en la que no existen agudas d nes, sino el auge de otro tipo de identidades colectivas agrupa torno a formas de ident canales. Los antagonismos pueden adoptar muchas formas y es ilu- sorio creer que podran llegar a ser eliminados alggin dia, Esta es la ra- darles una salida politica dentro de un sis- isticon. El deplorable espectaculo que da Estados Unidos con la lizacién de los envites politicos proporciona.un buen ejemplo de la {Pouca sw aves? / 127 degeneracién de la esfera piiblica democratica. El culebrén sexual de Clinton fue una consecuencia directa de este nuevo tipo de mundo politico homogeneizado e insulso que resulta de los efectos de su i . Esta, sin duda, le permiti6 ganar un se- sus adversarios mediante una icanas que agradaban a los vo- ticas de izquierda en cuestiones ionadas con el aborto y la educacién. Sin embargo, el coste de tal estrategia fue el de empobrecer atin més la esfera de una poli- tica pablica ya anteriormente debilitada, Deberiamos darnos cuenta de que una falta de controversia democratica en relacién con las verdaderas alternativas politicas conduce a antagonismos que se ‘manifiestan en formas que socavan la propia base de la esfera pa blica democrética. El desarrollo de un discurso moralista y la ob- sesiva revelacién de escdndalos en todos los ambit f como el aumento de varios tipos de fundamen ica por la ausencia de formas informadas por valores politicos rivales. Est claro que el problema no se limita a Estados Unidos. Una mirada a otros paises en los que, debido a la existencia de tradicio- nes diferentes, la baza sexual no puede jugarse tal como se hace en el mundo angloamericano, muestra que la cruzada contra la corrup- ci6n y los pactos mezquinos pueden desempefiar un papel parecido en lo que se refiere a sustituir Ia ausencia de una linea de demarca- ci6n politica entre los adversarios. En otras circunstancias, sin em- bargo, la frontera politica podria trazarse en torno a las, des religiosas o en torno a valores morales no negociabl sucede el caso del aborto, pero lo que esto revela, cxatica pil nistica, Dada la creciente imposibilidad de concebir los problemas de la sociedad de una forma politicamente adecuada, existe una marcada tendencia a pri idico y a esperar que el derecho proporcione las soluciones a todos los tipos de contflictos. La esfera juridica se est convirtiendo en el terreno en el que los 128 / a pmrB0OIN DeMOORATCA conflictos sociales encuentran su forma de expresién, y se conside- a que el sistema legal es responsable de organizar la coexistencia hhumana y de regular las relaciones sociales. Con el borramiento de Ia divisi6n entre las sociedade relaciones sociales de forma politica, capacidad de decisiones a las que han de hacer frente mediante Segiin Dworkin, las cuestiones fundamentales a las que ha de en- frentarse una comunidad politica en las 4reas del desempleo, la edu- cacién, la censura, etcétera, qued jor resueltas si los de que interpreten la sn haciendo referencia al principio dela igualdad p democritico unido a la obsesi6 cada vez mayor que desempeftan los partidos de la derecha popu- lista. De hecho, lo que yo planteo es que el aumento de este partidos deb marcada por el «consenso de centro», que permite a los p: populistas desafiar el consenso dominante y aparecer como | cas fuerzas antisistema capaces de representar la voluntad del pue~ blo. Merced a una habil retorica populista, pueden articular mu- chas peticiones de los sectores populares tachados por las élites modernizadoras de retrogrados y presentarse como los tinicos ga- La politica y lo politico Por desgracia, el enfoque que prevalece en la teoria polit dominada como esta por la perspectiva racionalista ¢ indi ta, es completamente incapaz. de ayudarnos a comprender qué es lo que est pasando. Por esta raz6n, y contra los dos modelos domi- oo ee ve pout se voueso?/ 129 sgociacin de intereses, y considera que las decisiones en mate provenir de ico», que s de interés comiin deberian piiblica de todos, he propuesto considerar la politica democratica como una forma de «pluralismo agonistico~, con el fin de subrayar que en la politica democratica moderna el problema crucial estriba en cémo trans- formar el antagonisyrio en agonismo. Desde mi punto de vista el ob- ica democratica debiera ser el de suministrar el 8s conflictos puedan adoptar la forma de una ica entre adversarios en lugar de manifestar- se como una lucha antagénica entre enemigos, Considero que las carencias de la politica de la tercera via nos ayudan a comprender por qué la consideracién de la democracia moderna como una forma de pluralismo agonista tiene consecuen- ica, Tan pronto como se ha reco- agonistica es lo especifico de ta, podemos entender por qué este tipo iciadas, asf como la posibilidad de snticas alternativas. Esa es precisam de la distincién entre la iquierda y la derecha, La oposicién entre la izquierda y la derecha es el modo en que recibe su forma y se insti- tucionaliza el coniflicto legitimo. Si este marco no existe o se ve de- bilitado, el proceso de transformacién del antagonismo en agonis- mo ¢s entorpecido, y esto puede tener graves consecuencias para la democracia. Esta es la razén de que los discursos sobre el «fin de la po- ica» y sobre la irrelevancia de la distinci6n entre la izquierda y la derecha no sean motivo de regocijo sino de preocupacién. Sin duda, es de una necesidad acuciante trata aqui de reiterar los viejos esl Pero seria un error creer que ¢s 8. \cidn y sin necesidad de defini un ad- La problematica de ta globalizacién Quienes argumentan en favor de la necesidad de superar la de- recha y la izquierda sostienen que en el tipo de sociedad globaliza- 130 /LApamapo.m oocnAnck dora y reflexiva en la que vivimos, ni el conservadurismo ni el so- Cialismo pueden proporcionar soluciones adecuadas. No hay duda ide que asf es, precisamente. Ademis, también es cierto que en la préetica politica, las categorias de izquierda y derecha se han ido difuminando cada vez mas. Pero inferir de este hecho empirico una tesis relativa a la necesaria irrelevancia de esta distincién, o hacer tun juicio de valor sobre lo deseable de su desaparicion, es harina de otro costal. Esto podria resultar razonable desde la perspectiva de un enfoque liberal incapaz de reconocer el papel constitutivo de las relaciones de poder y la imposibilidad de erradicar el antagonismos pero para quienes se proponen formular una politica progresista es hecesario reconocer la dimensién de lo que he propuesto llamar «lo co» y la imposibilidad de una sociedad completamente conci- liada. Nuestra tarea deberia ser la de redefinir Ia izquierda con el fin de reactivar la lucha democrética, no con el de proclamar su obsolescencia. En las sociedades democraticas avanzadas existe una necesi- dad urgente de volver a establecer el caracter central de la politica, y ello exige el trazado de nuevas fronteras politicas, de fronteras {que sean capaces de dar un impulso real a la democracia. Uno de Tos desafios cruciales para la politica democratica es el de empezar a buscar una alternativa al neoliberalismo, La actual hegemonta in- discutida del discurso neoliberal es lo que explica por qué la izquierda se encuentra en este momento sin un proyecto creible. Paradéjica- mente, pese a obtener cada vez més victorias en la arena politica, ‘dado que se encuentra en el poder en muchos paises europeos, la iaquierda sigue estando derrotada desde el punto de vista ideologi- co. Esta es la raz6n de que, a pesar de todas las exageraciones re- acionadas con la «tercera via», la izquierda siga siendo incapaz de tomar la iniciativa intelectual. En vez. de tratar de edificar una nue- va hegemonia, ha capitulado ante la hegemonia neoliberal. De ahi td «thatcherismo con rostro humano» que se ha convertido en el 70 de los nuevos laboristas, ‘acién habitual del dogma de que «no hay alternativa cin, De hecho, el argumento que se aduce con ma- yor frecuencia contra las politicas redistributivas de tipo socialde- mécrata es el de que las severas restricciones fiscales que abordan los gobiernos son las tinicas posibilidades realistas en un mundo donde los votantes se niegan a pagar mas impuestos y donde los mercados globales no permiten ninguna desviaci6n de la ortodo- ont potion Sw noes? 1131 xia neoliberal. Este tipo de argumento da por sentado el terreno ideoldgico que se ha establecido como resultado de afios de hege- mona neoliberal, y transforma lo que es un estado de cosas cir- cunstancial en una necesidad hist6rica. Aqui, como en muchos ‘otros casos, el mantra de la globalizacién es invocado para justifi- ‘cat el statu quo y para reforzar el poder de las grandes corporacio- nes transnacionales.’ Cuando se presenta la globalizacién como un proceso guiado ‘exclusivamente por la revolucién del acceso y Ia distribucién de la informaci6n, se la priva de su dimensi6n politica y se 1a hace apa~ recer como un destino al que todos debemos rendirnos. Este es pre- ‘isamente el punto por el que debe empezar nuestra critica. Al exa~ minar este concepto, André Gorz. ha argumentado que, en vez de ‘verlo como la consecuencia necesaria de una revolucién tecnologi- ‘ca, el proceso de globalizacién debe ser entendido como una ini- Ciativa del capital encaminada a proporcionar lo que fue una res- puesta fundamentalmente politica a la «crisis de gobernabilidad> de {a década de los setenta. Desde su punto de vista, la crisis del mo- delo de desarrollo basado en la cadena Ford condujo a un divorcio tentre los intereses del capital y los intereses de los Estados-nacién.* El espacio de la politica qued6 disociado del espacio de la econo- mia, Sin duda, este fenémeno de la globalizacién ha, sido posible gracias a nuevas formas de tecnologia. Sin embargo, esta revolu- ion técnica exigié para su puesta en practica una profunda trans- formacién de las relaciones de poder entre los grupos sociales, asi ‘como entre las corporaciones capitalistas y el Estado. La iniciativa politica fue crucial, El resultado es que hoy en dia las corporacio- hes han obtenido una especie de extratertitorialidad. Se las han arreglado para emanciparse del poder politico y aparecer como el autentico locus de la soberania. No es sorprendente que estén dis- Ininuyendo los recursos necesarios para financiar el Estado de bie~ nestat, ya que los Estados no son capaces de cobrar impuestos a las corporaciones transnacionales. "Al revelar las estrategias de poder que han informado el pro- ceso de globalizacién, el enfoque de Gorz nos permite ver la posi- 5. Un argumento similar plantea Doreen Massey en el editocial de Sow- dings, o° 7, oromio de 1997. “André Gore, Misbres du présent, Ricesse de possible, Galil, Paris, 1997. {Trad cae: Miserias de presente, riqueza de lo posible, Buenos Aes, Paidés,2000,] 132 /.a popu oenooRAOn bilidad de una estrategia contraria, Por supuesto, resulta estéril ne- garse sin mas a la globali nsnacional otra globalizacién informada por tico diferente podremos tener una oportunidad de to al neoliberalismo ¢ instaurar una nueva hegemoni No obstante, la propia idea de un centrismo radical que niega la existencia de los antagonismos, un centrismo que proclama que la ‘flexibilidad> es uno de los objetivos de la socialdemocracia mo- derna, imposibilita precisamente esta estrategia encaminada a con- trarrestar la actual hegemonfa. Creer que es posible acomodar los objetivos de las grandes corporaciones a los de los sectores mas ses haber capitulado ya ante su poder. Es haber aceptado su le y actuar dentro de los limites gobiernos nacionales. Quienes sostienen este punto de vista ven Ia politica como un juego en el ‘que todo el mundo puede ganar y en el que pueden satisfacerse las demandas de todos sin que nadie tenga que salir perdiendo. Para el centro radical, como hemos visto, no existe, desde luego, ni enemigo ni adversario, Todo el mundo forma parte «del pueblo». Los intere- ses de las acaudaladas corporaciones transnacionales pueden con- ciliarse felizmente con los de los desempleados, las madres solteras y los discapacitados. La cohesién social no ha de quedar garantiza- da mediante la igualdad, la solidaridad y un efectivo ejercicio de la ciudadania, sino mediante unas familias les compartidos y el reconocimiento de las obligaciones. ingiin espacio para la adversarios de los valores compartidos, esta nueva p conducta, que Nikolas Rose llama «etopolitica», exacerl ritarismo y el conservadurismo social latente en el enfo de tolerar la expresién de la disidencia, expresion que consi amenaza para su propia existencia. Sin embargo, a esta politica sin adversario le sale el tiro por la culata. Al pretender incluir a todo el mundo en «el pueblo», el Nuevo Laborismo contribuye a repro- ducir la subordinacién del propio pueblo al que, supuestamente, re- presenta y defiende. 7. Nikolas Re redyth y J. Minson (co oe Pouca St NERS? / 133 La izquierda y la igualdad ica radical no puede situarse en el centro porque ser radical -como muy bien sabfa Margaret Thatcher, a diferencia de Tony Blair- es proponerse una profunda transformacién de las re- laciones de poder. Esto no se puede llevar a cabo sin trazar 0 un enemigo. ito sin ganarse a variedad de sectores. Todas las victorias significativas de la izquierda han sido siempre resultado de una alianza con im- portantes sectores de las clases medias, cuyos intereses habian sido articulados con los de los sectores populares. Hoy mas que nunca, dicha alianza es vital para la formulac Pero esto no significa que dicha al a requiera permanecer en ablecer un compromiso entre el neoliberalismo y los grupos a los que oprime. Hay muchas cues- 3s pitblicos de- centes y a la creacién de buenas condiciones de vida, condiciones sobre las que podria establecerse una vasta alianza. Sin embargo, esto no se puede producir sin la elaboracién de un nuevo proyecto hhegeménico que vuelva a incluir en la agenda la lucha por la dad que ha sido descartada por los abogados del neoliberalismo, Quiza el signo més claro de la renuncia a su identidad de iz- quierdas por parte del Nuevo Laborismo sea el hecho de que haya abandonado esta lucha en favor de la igualdad. Con la preten de estar formulando un concepto de igualdad social democ: los seguidores de Blair han evitado usar el inicas excepciones son la pequefia élite de los muy ,y la de los «excluidos» por otro. Esta nueva estructura social es lo que proporciona la base para el «con- senso de centro» que invocan. Vemos aqui, una vez més, que su principio fundamental es que la sociedad ya no esta estructurada mediante relaciones de poder desiguales. Al redefinir las desigual- dades estructurales sistematicamente producidas por el sistema de mercado en términos de exclusién, eluden cualquier tipo de andlisis estructural de sus causas y esquivan la fundamental cuestién de qué es lo que debe hacerse para abordarlas. jComo si la misma condi- cién para la inclusién de los excluidos no exigiese como elemento 134 / La pagwoo1k eDoRk TCA gualdades que ha trafdo consigo la larga década ne La actual evitacién por parte del Nuevo Laborismo del tema de la igualdad y su creciente aceptaciOn de las desigualdades es de hecho muy sintomética. Tal como nos recuerda Norberto Bobbio, la idea de igualdad representa la columna vertebral de | i de la izquierda, mientras que la derecha, en nombre de k ha permitido siempre diversas formas de desigualdad. El hecho de ue un cierto tipo de ideologia igualitaria haya sido utilizado para justficar las formas totalitarias de la politica no nos obliga a aban- donar en modo alguno la lucha por la igualdad. Lo que hoy en dia cexige un proyecto de izquierda es considera est dad, que ha estado siempre en el centro de la s0% uun modo capaz de tener en cuenta la mal sociales en las que es necesario en{ ‘No es mi intencién defender a nal y pretender que proporcione la soluci6n. Sil thatcherismo tuvo éxito se debié en parte a que fue capaz de volver a articular en su fa- vor el resentimiento popular contra las carencias de la socialdemo- cctacia. Las deficiencias de la socialdemocracia tradicional se debie- ron a su falta de comprensién de las formas de subordinaci6n de naturaleza no principalmente econdmica. Esta es la raz6n de que el ientos sociales resultara ser un mo- |demécrata. En muchos paises esto ha favorecido a la derecha, que fue capaz de aprovechar Jas ventajas de esa crisis para movilizar un respaldo a la reaccién neo- iberal contra rat. Por consiguiente, seria necio problemas pudiera ser el incluso aplicén- ma de «p signifique volver a un punto anterior a la socialdemocracia y a un punto de vista liberal presocialdemécrata, sino, al contrario, avanzar hacia un tipo de democracia mas radical y plural embargo, este género de regresion parece ser precisamente el ue se encuentra tras la }6gica de muchas de las politicas, por las que aboga la tercera ten en las telaciones sociales las relacionadas con el género, la Pon st ESA? / 135 critico de la socialdemocracia desde hace muchos a reinventar una Gran Bretafia liberal abrazando el Nuevo Liberalis- ‘mo que defendian en las primeras décadas del siglo xx L. T. Ho- bhouse y T: H. Green. Segtin este tipo de liberalismo, dice Gray, las desigualdades econémicas no se consideraban injustas y la cues- ti6n principal era la de conciliar las demandas de la elecci6n indi- vidual con las necesidades de la cohesin social. Considero que Gray establece una falsa dicot waldad y la libertad individual. Sin duda, siempre existird una ten- entre ambos valores, y es imitil creer que podrian conciliarse a perfeccién. Pero esto no significa que no debamos tratar de me- ambos y que tengamos que descartar uno para procurar obte- i indo con Ia izquier- re la compromiso tanto con el pluralismo como con la igualdad. Por ejemplo, en Spheres of Justice, Michael Walzer elabora este concep- to, un concepto que él llama «igi ‘menta que si uno quiere hacer de tuna politica que respete al mismo tiempo la libertad, es necesario abandonar la idea de una «igualdad simple», la que tiende a hacer a las personas tan iguales como sea posible en todas las reas. Des- de este punto de vista, la igualdad no es una relaci6n simple entre ‘mediada por una serie de bie~ les, y no consiste en una identidad de posesién. Segiin la perspectiva de igualdad compleja que invoca Walzer, los bienes so- ciales no deberian distribuirse de manera uniforme sino en funcién de una variedad de criterios que reflejen la diversidad de dichos bie- s vinculado. Lo importante es no 6n propios de cada esfera e impe- dir que el éxito en una esfera implique la posibilidad de prevalecer en otras, como sucede ahora con la riqueza. Desde esta perspectiva 8. Michael Walzer, Spheres of Justice, Nueva York, 1983, 136 / a paaoox vewccnATea es esencial que ningiin bien social se utilice como medio de domi- nnio y que se evite la concentracién de poder politico, riqueza, ho- nores y cargos en las mismas manos. El hecho de pensar segiin estas directrices podria permitir que el Nuevo Laborismo considerara la respetase el pluralismo y profundizara en él en vez de sofocar la libertad individual. Un nuevo proyecto de izquierdas El problema central que tendra que abordar una visién postso- cialdemécrata informada por una perspectiva de igualdad comple- ja es el de la crucial transformacién a que han de enfrentarse nues- tras sociedades: la crisis del trabajo y el agotamiento de la sociedad En esta rea, quizé mas que en ninguna otra, es evidente .emos adentrado en un mundo muy diferente, en el que ni son capaces de proporcionar tna solucién. El problema del desempleo exige de he- cho un nuevo pensamiento radical, Si no nos damos cuenta de que no hay retorno al pleno empleo (si acaso llegé a existir alguna vez) y de que se necesita urgentemente un nuevo modelo de desarrollo econémico, jamas podré levantar el vuelo una alternativa al neoli- beralismo. La americanizacién de Buropa se producira bajo la di- visa liberal de la «flexibilizaciOn» Un proyecto verdaderamente radical ha de comenzar recono- ciendo que, como consecuencia de la revolucién de la informacién, se estd produciendo una disociacién creciente entre la produccién de riqueza y la cantidad de trabajo empleado en producirla. Sin una dedstica red n en la duracién media efectiva del tiempo de fa cada vez més polarizada entre quienes con empleos regulares, y el resto, que, 0 bien se encuentra desempleado o tiene trabajos a precarios y carentes de protecci6n. Con el fin de polarizacién, se han propuesto una serie de m ‘modo, pueden resumirse en tres cuestiones central das que, g70ss0 9, Bre programa fue elaborado por el grupo. lada «European iural Citizenship and Puede encon- ‘arse un presentacin de sus tess principales en Guy Aznar, Alain Caill y otros, Vers une économie plu a la ponencia titu- i UNA POUT SAORI? 137 1. Una significativa reduecién de la duracién legal y efectiva del tiempo empleado en el trabajo, reduccién combinada con una politica crativas realizadas por asociaciones, mediante la interacci6n tanto con las economias privadas como con las piiblicas, con el fin de promo- iento de una ecor 3, Terminar con el estigma impuesto a los sectores mas pobres y cexcluidos de la sociedad mediante Ia estipulacin de un ingreso mini mo incondicional(ingreso basico), bien para cualquier persona que disfrute del nde su edad, sexo 0 si- 1 basico deberia pro- ducirse como afiadido (y no como sustitutivo) de otros recursos com= plementarios. cdidas fomentarian una economia plural en la que el sector asociativo desempefiaria un papel importante junto con el mercado y el sector estatal. Son muchas las actividades de crucial utilidad social, descartadas por la légica del mercado, que podrian financiacién publica en esta economia so- ria, Por supuesto, una de iativas radica en la tercera medida, es decir, en la ta eso ciudadano que garantice un ido. Esta claro que concebir las cho mejor de abordar la reforma del Estado del bienestar que su itucién por un Estado encargado de la reconversi6n laboral de los trabajadores. Llevados a la préctica de forma conjunta, estos tres paquetes de medidas podrian crear la base para una respuesta postsocialde- mécrata al neoliberalismo. Por supuesto, esta respuesta s6lo po- dria ponerse en pract éxito en un contexto europeo, y esta es la razén de que, hi s6lo pueda haber un proyecto de iz- quierdas en Europa. En la actual época de glob: ‘mesticacién del capitalismo no puede efectuarse simpleme plano del Estado-naci6n. S6lo en el contexto de una Eur grada itos Estados unan sus fuerzas podria tener éxito el intento de hacer que el capital financiero se avenga mas a rendir cuentas. Si los diferentes Estados europeos, en vez de com- 138 / aprox oownceAres petir entre si con el fin de ofrecer las condiciones més atractivas para CONCLUSION Jas corporaciones transnacionales, se pusieran de acuerdo en las po- liticas comunes, seria posible otro tipo de globalizacién. Que los conceptos tradicionales, tanto de izquierda como de derecha, son inadecuados para los problemas a los que nos enfren- tamos en el umbral del nuevo milenio es un hecho que acepto de buena gana, Pero creer que los antagonismos que esas categorias evocan hayan desaparecido en nuestro mundo globalizado es ser victima del discurso neoliberal hegeménico que dicta el fin de la po- litica. Lejos de haber perdido su relevancia, las cuestiones a las que aluden la izquierda y la derecha son mas pertinentes que nunca. La tarea que tenemos por delante consiste en proporcionar a ambas nociones un contenido que permita reorientar las p en la direcci6n de la lucha democratica agonistica | Us ETICA DE LA DEMOCRACTA I La critica del punto de vista del consenso elaborada en esta co- leccidn de ensayos no deberia entenderse como un respaldo al punto de vista generalizado entre algunos pensadores «posmodernos>, punto de vista que sostiene que la politica democrética deberia con- siderarse como una «interminable conversacién» en la que cada interlocutor deberia estar tratando constantemente de establecer re- laciones dialégicas con el «Otro». Sin duda, quienes defienden esta perspectiva insisten habitualmente, como yo lo hago, en la necesi- dad de reconocer «diferencias» y en la imposibilidad de una com- ‘dad. Sin embargo, creo que al final, al igual que en el modelo deliberativo, son incapaces de aceptar «lo politico» en su dimensién de antagonismo. Esto no supone subest importantes divergencias. Mientras que los demécratas tivos, con su énfasis en la imparcialidad y el consenso racional den a formular los fines de la politica democratica mediante el vo- cabulario del razonamiento moral kantiano, el segundo punto de vista evita el lenguaje de la moralidad universal y considera la de~ ‘mocracia no come tna cuestién deontol6gica sino como una empresa aética», como la inacabable bisqueda del reconocimiento del Otro. Para decirlo de forma un poco mas esquematica, podriamos hablar de la oposicion entre el enfoque moral universalist y el enfoque eti- co-particularista. El vocabulario de quienes defienden la perspectiva cética» proviene de una gran variedad de fuentes filos6 nas, Arendt, Heidegger o incluso Nietzsche, y hay entre ellas si ficativas diferencias, Sin embargo, lo que falta en todas ellas, como sucede con el enfoque deliberativo, es una adecuada reflexién del momento de «decisién» que caracteriza al campo de la politica Esto tiene graves consecuencias, ya que son precisamente estas de- cisiones, que siempre se toman en un terreno indecidible, las que es- 142 (ua pps0o1n veNocHhnCk ‘tructuran las relaciones hegeménicas. Son decisiones que implican un elemento de fuerza y de violencia que nunca se puede eliminar y que no es posible aprehender adecuadamente con el solo lenguaje dela ética y la moralidad, Necesitamos hacer una reflexién sobre lo que es propio de la p Seams claros. No estoy diciendo que la politica deba diso- ciarse de las preocupaciones éticas o morales, sino que su relacién debe plantearse de un modo diferente. Quisiera sugerir que es posible hacerlo sin indagar la problemética de la naturaleza de la sociabilidad humana, que informa la mayor parte del pensamiento politico democrético moderno, Para captar las carencias de la pers- pectiva dominante hemos de volver a sus origenes, esto es, al pe- lo de la Tlustracién. Una guia itil para esta investigacién es la Pierre Saint-Amand en The Laws of Host e propone una antropologia p tracién, inar de cerca los escritos de Montesquieu, Voltai te, Rousseau, Diderot y Sade a la luz de la perspectiva desarr por René Girard, Saint-Amand pone en primer plano el papel cla- ve desempeiiado por la légica de la imitacién en todos estos filésofos tienen de la sociabilidad, desvel: visién optimista de la sociabilidad humana, considerando la que realmente no pertenece a la na- turaleza humana. Segiin ellos, las formas de conducta antagonistas y violentas, todo lo que sea una manifestaci6n de hostilidad, ps 's al progreso de los intercambios y el desarro- iad. La suya es una perspectiva idealizada de la econoce un lado de lo que constituye la di Pierre Saint-Amand indica cémo, en la En- la reciprocidad humana se considera algo exclusiva- mente dirigido a la realizacién del bien. Esto es porque se tienen en cuenta una parte de los afectos miméticos: aquellos nculados a la empatia. Sin embargo, si uno reconoce la naturaleza ambivalente del concepto de imitacién, su dimensién an- tagonista puede ser puesta en evidencia, y lo que tenemos entonces conclu / 143, lad. La importancia de Girard estriba en que revela la naturaleza conflictiva de la mimesis, el doble vinculo mediante el cual el propio movimiento que une a los seres humanos en su deseo comin hacia los mismos objetos se encuentra también en el origen de su antagonismo. La rivalidad y ia, lejos de ser io, son por tanto su omnipresente po ostilidad no pueden disociar orden social siempre se ha negarse a reconocer la dimensién at los Filésofos no consiguieron comprend: de la reciprocidad humana. Negaron el cambio, su impulso disociativo. Esta nega ma para la -ontrato social del nado la violencia y la hostilidad, y en el que la reciprocidad podria adoptar la forma de una comunicacién transparente entre los par- ticipantes. Pese a que en sus escritos muchos de ellos no pos lades negativas de la imitaci incapaces de formular conceptualmente su caracter ambivalente. 1a de su proyecto humanista, la ambicién de fundar la autonomia de lo social y de garantizar la igualdad entre wva a defender una visi6n idealizada hizo apologia de la una forma de «liberalismo aberrante» cuyo mévil podri que los vicios privados trabajen en favor del vicio gener: puede separarse de Rousseau, cuya idea de una comunidad transpa- rente es reproducida por Sade de forma petversa: la voluntad gene ral se convierte en la voluntad voluptuosa, y la inmediatez de la co- se transforma en la inmediatez del libertinaje. 1 La principal leccién que hemos de aprender de este breve viaje a los comienzos de nuestra perspectiva democratica moderna con- siste en que, al contrario de lo que argumentan Habermas y sus se- guidores, el aspecto epistemoldgico de la Ilustracién no debe con- 1144 / a ppano.n oouncabnca siderarse como una condicién previa de su aspecto politico, es de- cir, del proyecto democratico. Lejos de constituir la base necesaria para la democracia, el punto de vista racionalista sobre la natura~ leza humana, con su negacién del aspecto negativo inherente a la lad, aparece como su punto més débil. Al excluir el reco- es posible erradicar la violencia, hace que la incapaz. de aprehender la naturaleza de «lo politico» en su dimensi6n de hostilidad y antagonismo. Los liberales contemporaneos, lejos de ofrecer una perspectiva més adecuada de la politica, estan en cierto modo menos dispuestos atin que sus antecesores a reconocer su «lado oscuro». Como he- mos visto, ereen que el desarrollo de la sociedad moderna ha esta- blecido definitivamente las condiciones para una «democracia de- liberativa» en la que las decisiones sobre asuntos de mutuo interés, resulten de la libre ¢ irrestricta deliberacién piblica de todos. En una sociedad democratica bien ordenada, la politica es, segin ellos, en el que deberd establecerse un consenso racional me- bre ejercicio de la raz6n piblica, como en Ra las condiciones establecidas por una comt tiones politicas como cuestiones de naturaleza moral, por tanto, les de recibir un tratamiento racional. El objetivo de la democracia es establecer procedimientos que garanti- cen la posibilidad de alcanzar un punto de vista imparcial. Para empezar a pensar sobre la democracia de un modo dis- tinto, ya es hora de comprender que la de la epistemologia de | mocratico moderno. Deberfamos fijarnos en Hans quien, en The Legitimacy of the Modern Age, dis tos diferentes en la Hustracién, uno de «autoal de «autofundamentacién».’ Blumenberg argumenta que ambos aspectos se han visto histéricamente unidos, pero qu entre ellos ninguna relacién necesaria y que es posible Por consiguiente, es posible distingui amente moderno de la Hustracién, de n>, que es simplemente la «recupers lumenberg, 2, Hans Blumenberg, The Legitimacy of the Modern Age, Cambridge, Massa chusets, 1985, ‘conewusw / 145 de un planteamiento medieval, esto es, un intento de dar una res- puesta moderna a Jo que no deja de ser una cuestién premoderna. ‘Al seguir la estela de Blumenberg nos resulta posible comprendet que el racional jos de ser esencial para la idea de autoafir- un residuo de la problemética absol jones de proveerse él mismo de sus propi sn que acompafié al trabajo de la liberacién res- la razén moderna as radicales conse- -beriana) y las de la imposibilidad de una armonia completa podra la razén moderna liberarse de su herencia premoderna. m Una perspectiva «ética» es, al menos en potencia, mas condu- cente a la aprehensién de los limites de la raz6n y a la concepcién de la pluralidad de valores, y, desde luego, me siento mas pr a los diferentes enfoques que mencionan cuestiones de sética» en vez de asuntos de «moralidad». Sin embargo, el problema de estos enfoques consiste en que, pese a ser por regla general mas receptivos al papel dela ret6rica y la persuasi6n, asi como a la importancia de las ediferencias», adolecen del hecho de que bien evitan, fatizan suficientemente la necesidad de poner algunos pluralismo, y ademés no reconocen Ia naturaleza hegem todo consenso posible asi como la violencia imposible de erradicar que ello implica. No me estoy refiriendo aqui a lo que considero como una for- ma premoderna de discurso «ético», a la ética neoaristotélica del bien que invocan los comunitaristas. En El retorno de lo politico, ya he destacado el hecho de que este discurso resulta inadecuado para una democracia pluralista moderna.’ Lo que tengo en mente son los enfoques «é jue critican todo intento de recon . estos en- foques no consiguen aprehende: i que observan el ambito de la pol juego del lenguaje: el de la ética. Esta es la razén de que su «ago- 3. Chantal Moulfe, EI retomo de lo politic, capitulo 2. 146 /\xrpa00 eNDCRINCA nismo» ~a diferencia del que yo defiendo- haya eli mensién antagénica que es inherente a lo politico. El tipo de pl ralismo que aplauden implica la posibilidad de una pluralidad sin ‘antagonismo, de un amigo sin enemigo, lo que representa un ago- nismo sin antagonismo. Razonan como si una vez que hubiéramos sido capaces de responsabilizarnos del otro y de comprometernos con su diferencia, la violencia y la exclusién pudieran desaparecer. raginar que seria posible la existencia de un punto en el que la ética y la politica pudieran coincidir a la perfeccién, que es precisamente lo que yo niego, porque significa borrar la violen inherente ala sociabilidad, violencia que ningtin contrato ni didlo- go pueden elimina, porque constituye una de sus dimensiones. Lo {que yo sugiero es que no puede garantizarse ni desarrollarse la po- ica democratica mediante este borramiento. Al contrario, s6lo reconociendo finalmente las tendencias contradictorias puestas en marcha por el intercambio social y la fragilidad del orden demo- eratico podremos aprehender lo que he presentado en forma raz0- nada como Ia tarea a la que debe enfrentarse la democracia: la de ‘cémo transformar en agonismo el antagonismo potencial que exis- te en las relaciones humanas. Vv Para elaborar mis propuestas favorables a un «pluralismo ago- aistico» he recurrido, en los capitulos anteriores, a varios discursos te6ricos. La deconstruccién me ha parecido de particular ayuda para criticar lo que el punto de vista del consenso -tanto el «delibe- rativo» como el de la «tercera via»— presupone en todas sus varian- tes, esto es, la existencia de una esfera pablica no excluyente en la que se pueda lograr un consenso no coercitivo. De hecho, como ese punto de vista imparcial resulta estructural- mente imposible por la indecidibilidad de lo que opera en la cons- truccién de cualquier forma de objet la condicién de posibilidad para la const totalidad, y como el elemento que, al mismo tiempo, constituye su Iimite esencial, nos obliga a reconocer que la alteridad y la diferen- cia son irreductibles. El punto de vista deconstructivo revela que el vocabulario de la moralidad universalista kantiana, vocabulario en el que la universalidad de los imperativos morales se justifica en ‘conctusin / 147 virtud de su forma racional, es profundamente inadecuado para pensar sobre la ética y la politica. Derrida ha insistido en repetidas ocasiones en que sin llevar a cabo una rigurosa investigacién sobre la indecidibilidad es imposible pensar los conceptos de la decision politica y la responsabilidad ética.* La indecidibilidad, indica Derrida, no es un momento que deba atravesarse 0 superarse, y los conflictos en materia de deber son in- terminables. Nunca podemos estar completamente satisfechos y seguros de haber realizado una buena eleccién, porque toda deci- sion en favor de una determi en detrimento de otra. Si puede decirse que la deconstruccién es «hiperpolitizadora» es en este sentido. La politizaci6n es incesante, én, Todo con- de algo esencialmente lad son irreductibles, pero senso se manifiesta como inestable y caético. El caos y la inesta esto es a un tiempo un riesgo y una oportunidad, va que una con- tinua estabilidad significaria el fin de la politica y la ética. No obstante, me gustaria expresar algunas reservas con el fin de diferenciar mi planteamiento de ciertas apropiaciones de la de- ‘construccién que tienden a tratar la idea de la «democracia futura» que he apoyado- como si se tratase de una idea reguladora, cosa ‘que embota su filo cortante. :Cémo debe interpretarse la decons- 6 sro que deberia ent ida dice al examinar, en The Pe derse en relacion tics of Friendship, el enigma de la «verdadera amistad».' Tal como que Der 1 indica, dos son las interpretaciones posibles: la primera concibe la verdadera amistad como una arjé o un telos en cuya direcci6i debe uno esforzarse pese a no alcanzarlo munca. En este caso, la inaccesibilidad es meramente un distanciamiento que acaece en la inmensidad de un espacio homogéneo; una via a recorrer. Sin em- bargo, dicha inaccesibilidad también puede pensarse de un segundo modo, esto es, en términos de la alteridad que hace que la verda- dera o la perfecta amistad no s6lo resulte inaccesible como ible por ser inconcebible en 148 / A apopoun ewoonancs adquiera el significado de un obstéculo inherente al propio concep- to de amistad. Citando a Pierre Aubenque, Derrida afirma que en este caso podria decirse que la «perfecta amistad se destruye a si mis- map. Por tanto, por un lado tenemos un telos que ¢s posible con- cebir y determinar pese a que, de hecho, no pueda ser alcanzado, y por otro, el relos sigue siendo inaccesible debido a que se contradice a sf mismo en su propia esencia.* El hecho de considerar el «futuro» de la democracia pl segiin un esquema similar puede ayudarnos a aprehender Ia diferen- cia entre el modo en que concibe la democracia un racionalista como Habermas y la forma agonfstica y problemética que yo defiendo. En el primer caso, el consenso democritico se concibe como una aproximacién asintética a la idea reguladora de una comunicacién libre e irrestricta, y los obstculos son percibidos como parte de su naturaleza empirica. En el segundo caso, se reconoce fa impos! dad conceptual de una democracia en la que se materialicen l ticia y la armonia. En realidad, la democracia perfecta se dest a si misma. Esta ¢s la razén de que deba concebirse como un bien due sélo existe en la medida en que no puede ser alcanzado. v Este énfasis en la imposibilidad conceptual de la reconcilia- cin, ges suficiente para aceptar la imposibilidad de erradicar el antagonismo? Nos proporciona el tipo de perspectiva ética que cexige un concepto agonistico de la democracia? Varios autores hhan argumentado recientemente que la «ética del psicoandlisis», tal como ha sido elaborada por Jacques Lacan, es lo que nos pro- porciona el tipo de «ética de la disarmonfa» que requiere la p tica democratica. Slavoj Zizek ha mostrado el papel que desempefia la teoria lacaniana en lo que se refiere a socavar las propias bases es, que él o ela se convierta en con an di one cones / 149 de una comunicacién intersubjetiva libre de limitaciones y de vio- lencia.’ De hecho, Lacan revela el modo en que el propio discurso ¢s autoritario en su estructura fundamental, debido a que, como consecuencia de la libre difusién de los marcadores de significan- tes, s6lo mediante la intervencién de un marcador de significantes ‘que actde como patron puede surgir un campo de significado co- herente. Para él, el estatuto del marcador de signi lad simb6l su propio acto de gesto que «di e «curva» su espacio medi lencia infundada, es, en sentido est ‘asu propia fundaci6n, Esto significa que si tuviéramos que sustraer la distorsién de un campo discursivo, el campo se de- sintegearia, se «destaparia». Yannis Stavrakakis, por su parte, indica que, para Lacan, una de las iniciativas cruciales de Freud es la de negar el «bien en tanto tal», que ha constituido el eterno objeto de la bisqueda filos6fica en el campo de la ética. Stavrakakis nos revela que: «Lo que se en- ‘cuentra mas all de los sucesivos conceptos de lo bueno, mas alla de los modos del pensamiento ético tradicional, es su fracaso su inc: la imposibilidad central, la carenci «ética del psicoanal del bien en lugar de proponer la consecucién de la arm a lo que en realidad no es sino otra concepcién del bien. De forma similar, John Rajchman destaca lo que stercera revolux lama la in» que Freud introduce en el terreno de la ética, asi como su ruptura tanto con la perspectiva de la ética antigua, en la que las normas del deber giraban en totno a los fines de la vir- jue hizo girar al bien en torno jn, Segdin Rajchman Freud ex- trajo un nuevo tipo de preocupacién ética y se pregunta 7. Vease por ejemplo Slava} Ziek, Enjoy Your Symptom!, capitulo 3, apartado 2 density and Authority», Londres, 1992. 8, Yannis Stavrakakis, Lacan and the Political, pig. 129, Londres, 1999. 150 / Ut ppopo oenocRATCA cémo podriamos reconciliarnos mediante wna accién que no fuera finicamente la de la prudencia, el imperativo abstracto o el simple célculo del interés, sino la de nuestra disposicién a compai iuictura» de la represién o la ley que cada cual hace suya de las contingencias de su fortuna (la estructura del sujeto «descen- teadow y su respuesta ao real).

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