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Ricardo Rodulfo
SER EL MALO
En dos tiempos.
En rigor. El primero se fecha a partir del primero año de vida, más o menos
cuando empieza a caminar. Por ese entonces desarrolla una gran pasión por los motores.
En especial los de motocicletas. Salgamos al paso de obviedades –las aburridas y
previsibles “monotonías” según Freud- y aclaremos que el padre no tenía moto. Pero sí
estaban con frecuencia al alcance de su vista….y de su mano, ya que intentaba treparse
a ellas en cuanto podía. Y sobre todo le fascinaba el ruido del motor; entonces jugaba
ser-tener un motor, “arrancando” con un “Brum, Brum” cada vez que echaba a andar o a
corretear. Merece aclaración el punto de que eso sólo lo hacía cuando aquellas acciones
pertenecían a un campo de juego, no si se trataba de caminar a secas movido por
intenciones puramente prácticas
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Es éste uno de esos juegos “sencillos” en los que sólo el psicoanálisis se ha
destacado al desentrañar su inaparente complejidad y su alcance subjetivo. Primer
rodeo: para el pequeño un motor dotado de ruido y movimiento es sin lugar a dudas un
ser viviente. No está todavía inmerso en las particiones metafísicas que entre tantas
cosas balizan la animado/inanimado Se identifica con ese elemento o núcleo vivo,
complicando toda concepción espontanéista –a la que a veces Winnicott no parece
ajeno- que esperaría que el sentirse vivo no necesite de mediación alguna, que sea un
dado inmediato que formaría parte de lo que una subjetividad en curso trae consigo.
Vitalismo que ni la clínica ni la observación de bebés confirman. Si no hay un instinto
de vida se hace indispensable la prótesis de la identificación. Nos sentimos vivos a
través de un rodeo. Y de uno que no respeta las fronteras metafísicas entre lo humano y
lo animal o entre lo viviente y lo no viviente. A su través hacemos la experiencia de
estar existiendo, algo un poquito diferente de vivo, vivo con suplemento. Y ya aquí y de
entrada escapamos a la banalidad de una teoría “personológica”de la identificación.
Segundo rodeo: tan temprano como es, este bebé-deambulador produce e ingresa una
autentica ficción: “Había una vez un motorcito que muy contento….”, un protorelato
sin palabras pero cinematográfico y con música. Lo importante es entender que en esa
escena él ya no se limita a ser simplemente él en tanto él mismo en la supuesta
mismidad de su self. Se ha convertido en un motorcito por obra y gracia de la
identificación, que pensada así desborda los cómodos carriles de las matrices narcisistas
y edípicas en las que hace ya demasiado tiempo el psicoanálisis eligió restringirse. Vale
decir que muta y/o se metamorfosea en un personaje de ficción. Como decía Alfredo
Alcón en un reportaje televisivo, inventa la actuación antes de saber que ella existe”.
Diferencias
Hace rato que él maneja el apelativo de malo cuando se le niega algo y entra en
confrontación.
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Este malo ya es otra cosa mucho más mala que el decirle “no”.Éste
inspira miedo, asusta encontrárselo, no es cuestión de un rapto de enojo. Tiene
lugar cuando él ya ha experimentado el tironeo entre el deseo de ser grande a
toda costa y los impulsos a continuar la fusión a la que viene bien acostumbrado.
Tiene también lugar cuando ya lo ha mordido la pasión de los celos y cuando ya
alguna vez se le ha dicho y hecho sentir malo. Su respuesta apunta a la
característica reacción desintegrativa defensiva, aunque no logre desligarse de u
maniobra proyectiva
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operaciones significantes de culpabilización que a su turno exigirían trabajos de
interpretación ficcional si se está en condiciones de hacerlos lo que no ocurre
cuando alguien queda aplastado por las operaciones e invenciones ficcionales
del prójimo, tal como lo decía por radio hace poco una joven habitante de una
villa de emergencia, haciendo notar como algo se alteraba drásticamente en la
mirada y la actitud de los otros apenas se enteraban dónde ella vivía…Al
momento, ella era leída como una mala en potencia.
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venga del lado de los otros chicos o de ficciones al alcance en la televisión
o en la Internet que del lado de los padres, con o sin significante trascendental.
Y tampoco es suficiente con una ritual invocación a la transgresión.
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con conceptos previos y concepciones de otros autores. En particular lo que
Winnicott denomina experiencia cultural así como el entramado de los
registros en Lacan, con especial referencia a lo simbólico y lo imaginario.
Esto es
para seguir discutiéndolo. Recientemente hemos vuelto extensamente sobre la
compleja problemática de la transicionalidad , categoría madre que contiene en
sí tanto el jugar en su emergencia y floración como la posterior modalidad ,
modo de ser-en-el-mundo que se llamará experiencia cultural, sin demasiados
desarrollos, pero nítidamente indicada, según es habitual en el psicoanalista
inglés. Recordemos que el primer interés de lo transicional es mentar algo que
no corresponde estrictamente hablando ni a un fenómeno “psicológico” ni a
alguna cosa que pudiéramos llamar real en cuanto ajena a lo subjetivo
propiamente dicho. En ese sentido introduce una cualidad irreductible….e
imposible de leer para quien no lleve en sí la que he llamado actitud
psicoanalítica, no tal teoría o tal otra, más bien una singular manera de pensar.
En principio esta cualidad empapa desde los juegos más “puramente” motrices
hasta la más sofisticada composición musical o elucubración matemática,
rebasando de este modo la arraigadísima polaridad que opone lo concreto a lo
abstracto, otra “píldora” metafísica que el psicoanálisis se tragó sin chistar,
contrabandeada generalmente por el sacro manto de “lo simbólico”. Por este
expediente la “propiedad” de existencia subjetiva se independiza del
logocentrismo y su tendencia de siempre a homologar psíquico con verbal, lo
cual antaño tenía la forma de psíquico=consciente combatida en su momento
por Freud hasta que se reintrodujo vía el caballo de Troya de la lingüística
estructural
Una cualidad impalpable no sostenida por ninguna sustancia
privilegiada, llámese “materialidad del significante” o de la “conducta”. .
Respecto a la concepción de Lacan la mía es la de una suerte de
apoyo crítico,” puesto que me inspiro en ellas –así como pienso que hay que
valorizar el que haya introducido esos términos trabajándolos para que fuesen un
tanto más allá de sus límites usuales- a la vez que distanciándome
progresivamente de lo que los fundamentaba. En particular, el lazo que sigue
enlazando imaginario a un movimiento de alienación así sea de una
autenticidad” originaria o estructuralmente perdida, nunca del todo lejos del
extravío y del error (he mostrado en otro lugar con qué profundidad esto afectó
toda la concepción y toda concepción de narcisismo). En particular también con
referencia a esa inflexión tan notablemente conservadora en el fondo sino en la
superficie que hace de “lo” simbólico una instancia “”Amo” que comporta toda
una teoría de género tan subrepticia como denegada. Lacan dejó bien explicado
–si uno se toma el trabajo de combinar su insistencia en los insistentes efectos
del significante con el motivo temporal que late en el concepto de preclusión-
porqué todo destronamiento de este régimen a partir y a través de una
intensificación del término hasta entonces más bien pasivo de “rea.” Habría
llegado estructuralmente tarde. Jean Allouch se ha referido muy lúcidamente a
este drama, agravado por la incapacidad de Lacan para rectificarse de modo
explícito, lo que hoy se procura recubrir multiplicando las referencias al
´’’último” Lacan.
Lo ficcional tal como lo propongo reagrupa esos do términos
reformulando sus relaciones sobre la base de un trabajo de deconstrucción previo
que vengo haciendo desde 1979 a fin de dar otro paso en dirección a
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Un paso de ficción.
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