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La dictadura del relativismo.

Uno de las grandes cuestiones que la filosofía ha abordado a lo largo de la historia, ha sido
el problema del conocimiento. Hay toda una serie de escuelas y divisiones, que tratan de
analizar el problema del conocimiento desde distintas perspectivas. Aunque es importante
hacer la distinción entre aquellas teorías realistas, consideradas dogmáticas o bien objetivitas,
para las cuales la verdad es independiente del pensamiento. Y aquellas idealistas, con un
cierto matiz relativista o escéptico, para las cuales la verdad puede no existir o bien ser
construida por el sujeto o grupo que la conoce.
Para el realista, lo concreto es evidente y contiene distintos grados de profundidad, que
pueden dificultar nuestro conocimiento. Hay una serie de verdades, denominadas primeros
principios de los cuales no hay posibilidad de duda alguna. Por lo cual, se lo puede considerar
como dogmático. Pero la riqueza y plenitud del objeto estudiado, hace que no podamos agotar
su contenido inteligible. Es decir, que es mucho más cuanto ignoramos, que aquello de lo que
tenemos certeza. También se lo puede considerar como un objetivista, puesto que el punto de
partida de su reflexión le da prioridad a los objetos, antes que a las categorías del
pensamiento. Así, siguiendo las afirmaciones de Locke, el realismo considera que: “No hay
nada en el intelecto que antes no haya pasado por los sentidos”. Todos sus estudios parten de
la realidad de los entes y tratan de adecuarse a su contenido inteligible. De alguna manera, se
trata de una filosofía del sentido común. No trata de imponer sus ideas o preconceptos, sino
de encontrarse con la verdad.
Para las filosofías idealistas o relativistas, las ideas son una especie de construcción
intelectual, cuyo fin no consiste en adecuarse a lo real. El idealista considera que la realidad
no es cognoscible en sí misma, por lo cual el conocimiento debe ser construido por nuestro
pensamiento. Como resulta imposible acceder a la verdad de las cosas, todo conocimiento se
torna relativo. De allí su actitud escéptica y relativista, que considera que no hay forma de
acceder a la verdad. Como fruto de nuestro conocimiento, sólo podemos afirmar que existen
hechos o principios universales, compartidos por algunas culturas o pueblos. Pero ninguno de
ellos tiene un fundamento en la realidad ni validez universal. La única diferencia entre ambas
formas de abordar el conocimiento es que el idealista piensa; mientras que el realista conoce.
Mientras unos se preocupan por elaborar impresionantes sistemas filosóficos, otros intentan
adecuar su intelecto a la realidad de las cosas.
Cuando estas teorías del conocimiento se aplican a la vida ética o la política, suele
considerarse que el dogmatismo puede ser intolerante, mientras que el relativismo abierto y
respetuoso. Es verdad, que una excesiva actitud dogmática, puede conducir a sistemas
dictatoriales. Así ha sucedido con el pensamiento ilustrado, que buscaba conocer para
dominar y controlar. También lo han sido, tanto el fascismo como el nazismo, que
considerándose los dueños de la verdad, han generado terribles calamidades. Sin embargo, “el
relativismo puede aparecer como algo positivo, en cuanto invita a la tolerancia, facilita la
convivencia entre las culturas, reconoce el valor de los demás, relativizándose a uno mismo.
Pero si se transforma en un absoluto, se convierte en contradictorio, destruye el actuar
humano y acaba mutilando la razón”1.
Durante mucho tiempo, todos los sistemas políticos, han considerado que la lógica racional
y la verdad eran importantes para su funcionamiento. El respeto a las leyes y las costumbres
ancestrales eran los principios que regían la vida en sociedad. En cambio podemos decir que
“hoy… se da una dominación del relativismo. Quien no es relativista parecería que es alguien
intolerante. Pensar que se puede comprender la verdad esencial es visto ya como algo
intolerante. Pero en realidad esta exclusión de la verdad es un tipo de intolerancia muy grave
y reduce las cosas esenciales de la vida humana al subjetivismo. De este modo en las cosas
1
Card. Ratzinger, “La fuerza de la razón contra el relativismo”, diario Il Foglio, 27 de
octubre de 2004.
1
esenciales ya no tendremos una visión común”2. Esta forma de pensar, ha sido fruto de la
cultura posmoderna, para la cual ya no hay verdades, leyes o dogmas estables que guíen
nuestro actuar. Todo se reduce a un pensamiento débil, a una vida masificada y a una escasa
preocupación por la política o la vida virtuosa. Ya no existen valores absolutos, todo es
opinable y no hay ley alguna que rija nuestra conducta.
Hemos perdido el rumbo y diluido las leyes que por años han conducido nuestra conducta.
Pero detrás de esta supuesta tolerancia y disolución de las leyes se oculta una pretensión de
alcanzar un sutil absolutismo. Cuando la verdad se desdibuja y todo vale lo mismo, nos
encontramos ante un sistema donde la fuerza se transforma en la única razón valedera. Por
ello, detrás del relativismo se oculta una perspicaz prepotencia, que pude dar origen a un
sistema político autoritario y atroz. “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante
estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!...
La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por
estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del
colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del
agnosticismo al sincretismo… A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a
menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir,
dejarse “llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina”, parece ser la única actitud
adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no
reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus
antojos”3.
De este modo, cuando no hay ninguna verdad hacia la cual dirigirse, esta debe ser
impuesta. Cuando no hay ningún faro o guía que nos orienta, se necesita de mucha fuerza para
imponer alguna doctrina. “En nuestro tiempo, sobre todo en algunos países, asistimos a una
separación preocupante entre la razón, que tiene la tarea de descubrir los valores éticos unidos
a la dignidad de la persona humana, y la libertad, que tiene la responsabilidad de acogerlos y
promoverlos. Quizás Juan de Salisbury nos recordaría hoy que sólo son conformes a la
equidad las leyes que tutelan la sacralidad de la vida humana y rechazan la licitud del aborto,
de la eutanasia y de las experimentaciones genéticas irresponsables; las leyes que respetan la
dignidad del matrimonio entre un hombre y una mujer, que se inspiran en una correcta
laicidad del Estado… y que persiguen la subsidiariedad y la solidaridad a nivel nacional e
internacional. De lo contrario, acabaría por instaurarse lo que Juan de Salisbury define
“tiranía del príncipe” o, como diríamos nosotros, “la dictadura del relativismo””4.
Cuando todo da lo mismo y los valores se desdibujan, sólo la prepotencia y el despotismo
triunfan. A lo largo de la historia, las dictaduras se han caracterizado por un absolutismo
despótico, ausencia de división de poderes, arbitrariedades en beneficio de una minoría, falta
de consentimiento de un gran número de los gobernados, eliminación de la oposición y
ocultamiento de la verdad. Todos estos elementos se hallan presentes en una dictadura
relativista, donde quien ejerce el poder tiene la capacidad de aprovechar la indiferencia e
ignorancia de las masas. Este relativismo, permite que los ciudadanos vivan en la confusión y
sólo confíen en la salvación que su Mesías de turno les propone. Ante esa vanidad y
superficialidad, que vive la sociedad adormecida por este relativismo, los medios pueden
enaltecer la figura de ese gran salvador, sin el cual la Nación caería en un abismo
indescriptible. Así el sacrificio de este personaje capaz de dar su vida por el pueblo, lo
convierte en un ser sobrenatural de quien todo depende. “El subjetivismo ético llevado hasta
el extremo conduce a la situación paradójica de tener que admitir la inmoralidad como
moralmente buena. Puesto que no hay modo de determinar lo que está bien y lo que está mal,
habría que concluir que todos los comportamientos son igualmente válidos. El sentido común
2
Benedicto XVI, “El relativismo, nuevo rostro de la intolerancia”, Zenit, entrevista del 1 de
diciembre de 2002.
3
Benedicto XVI, Misa “Pro eligendo pontifice”, 18 de abril de 2005.
4
Benedicto XVI, Audiencia general del 16 de diciembre de 2009, sobre Juan de Salisbury.
2
se rebela contra esta conclusión, a la que, sin embargo, se llega necesariamente desde las
premisas de partida. La lógica de este dinamismo lleva a lo que Benedicto XVI ha
denominado la dictadura del relativismo. Es decir, ante la imposibilidad de establecer normas
comunes, con validez universal para todos, el único criterio que resta para determinar lo que
está bien o lo que está mal es el uso de la fuerza, sea la de los votos, sea la de la propaganda o
bien la de las armas y la coacción… A partir de estos presupuestos, resultaría imposible
construir o mantener la vida social.
Existe, por tanto, una distinción fundamental, de cuyo reconocimiento depende la
subsistencia misma de la comunidad humana. Esta distinción es la línea de demarcación entre
el bien y el mal. Sin esta distinción, no queda otra alternativa que el reino de la
arbitrariedad”5.
Este nuevo fenómeno dictatorial, se aleja del totalitarismo, pero también tiene un alto
poder destructivo para la vida social. Tal como lo ha expresado Juan Linz, las dictaduras
autoritarias, a diferencia de las totalitarias no tienen una ideología tan elaborada. En ellas la
propaganda y los medios, tiene vital importancia para la exaltación del líder. Su fin no está en
convencer a las masas por medio de una ideología, sino en manejarlas. Así con una serie de
dádivas, puestos políticos o dinero, la masa puede ser fácilmente dominada. Si bien apela a las
masas y la voluntad popular, en el fondo muestra un gran desprecio por ellas. Su propaganda
política suele exaltar su gran poder transformador de la sociedad; pero su fin está en mantener
el poder más que en preocuparse por el bien común. De este modo, una dictadura
constitucional, puede mostrar en apariencia un cierto respeto a la constitución y las leyes, pero
concentrar todo el poder en manos de un dictador. El dictador junto a sus cómplices controlan
tanto el poder legislativo como el judicial y buscan controlar las elecciones mediante el fraude
electoral.
Ha sido Benedicto XVI, quien ha tenido la clara intuición de describir muy bien este nuevo
fenómeno. Así nos dice: “A los 150 años de la muerte del santo cura de Ars, los desafíos de la
sociedad actual no son menos arduos; al contrario, tal vez resultan todavía más complejos. Si
entonces existía la “dictadura del racionalismo”, en la época actual reina en muchos
ambientes una especie de “dictadura del relativismo”... El racionalismo fue inadecuado
porque no tuvo en cuenta las limitaciones humanas y pretendió poner la sola razón como
medida de todas las cosas, transformándola en una diosa; el relativismo contemporáneo
mortifica la razón, porque de hecho llega a afirmar que el ser humano no puede conocer nada
con certeza más allá del campo científico positivo. Sin embargo, hoy, como entonces, el
hombre “que mendiga significado y realización” busca continuamente respuestas exhaustivas
a los interrogantes de fondo que no deja de plantearse”6. Es de esperar por lo tanto, que la
tolerancia, el respeto a las leyes, la transparencia democrática y la verdad de las cosas, no sean
derrotadas por este nuevo tipo de dictadura.

Horacio Hernández.

http://horaciohernandez.blogspot.com/

5
Tarcisio Bertone, Conferencia en la universidad de La Habana, 25 de febrero de 2008.
6
Benedicto XVI, Audiencia general del 5 de agosto de 2009, sobre Juan María Vianney, cura
de Ars.
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