Você está na página 1de 10
"| ee ee Una imagen de Afric racismo en «El corazén de las tinieblas», de Conrad” (Coun AciERE nel otofo de 1974, me dirigis yo un dia caminando desde el De~ purtamento de Inglés de ln Universidad de Massachusets hacia un parcamiento. Era una hermosa mafiana otofal, que invitaba a la cordialidad com los extrafios con los que uno se cruzaba. Jovenes ctivor se apresuraban en toch drecciones, muchos de ellos eviden~ temente estudiantes de primer flo todavia en sv arrebato inicial de ‘enusiaamo, Un hombre mayor que hacia el mismo camino que yo fe volvié hacia mi observando lo frescos que eran aquellos dis. ‘Avent, Luego me pregunt6 si también en estudiante. Le dje que fo, que era profesor. Qué ensefabs? Literatura afficana. Aquello Si que era curioso -me dijo-, ya que él conocta a un colega que ‘ensefaba lo mismo, © quizéfvera historia aficana, en una univer- sidad pablica no lejos de alli, Aquello siempre le sorprendia -s- guid diciendo-, ya que nunca habia pensado que Aftica tuvera esa ‘lise de coms, ya sabe. Para entonces yo ya caminaba mucho mis depriss Bueno! le of decir fnalmente detrs de mi-. Supongo que tenudré que i us clases para averiguatlo. ‘Unas semanas después recibidos cattas realmente conmovedorss de los alumnos de una escuela superior de Yonkers (Nueva York), {quienes ~bendito sea su maestol~ acababan de ler mi obra Todo * enn congia de sepucsChancsllon Lecte prnuncnds I Uni- er de Masha Aree rer de 178, ypsterinment pica ashes Rv, vl 1% nena de 1977 (ers. Tac de Prac Ramos) se desmorona.* Uno de ellos se sentia expecialmente elie de pe aprender algo sobre las costumbres y supersticiones de una tri alricana "Me propongo sacar de estos encuentros mis bien trivials ca ‘usiones bastante serias que a primera vista podrian parecer pporcionadas en relacén a ellos. Aungue slo ~espero~ a pi El joven colega de Yonkers, quizi en parte debido a pero creo que también por razones mucho nis seria y profi ‘ceevidentemente inconsciente de que a vida de ls miembros de propia tribu, en Yonkers (Nueva York), est lena de extras tumbres ysupersticiones y, como todo el mando en su culeua, it gina que necesita viajar a Aftica para encontrar ess Coss. Dado que la ota persona era de mi edad, no se a puede © sar basindose en sus alos. La ignorancia podria ser una razén probable; pero de nuevo creo que aqui estaba en juego algo mis tencionado que una mera falta de informacién. zAcaso el era bitoriadorbritinico y ngs profesor de Oxford Hugh Trevor ‘ng habia dicho también que la historia aficana no exstia? ‘Si hay en esas afrmaciones algo mais que la inexperiencia juy nil, algo mis que una fala de conocimiento de los hechos, qué Senillament, es el deseo -te podria decir a necesidadde a talidad occidental de utiizar Aiea como contraste de Europa, lugar de negaciones a a vez remots y familiares, en compara ‘con as cuales se manifest el propio estado de gracia espiritual Europa, sta necesidad no ex nueva lo que deberia exonerarnos de ‘considerable responsabilidad y quizi predisponernos afin mis a templar este fendmeno desspasionadamente. No tengo nila volu nila competencia de emprender este ejtciio con las herr tas de las cienciae sociales y bioldgicas, sino que lo haré de f ‘mis encil,s manera de un novels, espondiendo aun fa libro de ficcin curopes: Elona de a tne, de Joseph C {que manifesta mejor que ninguna otra obra que yo conozca deseo y la necesidad occidentales a los que me acabo de refer ‘Obviamente, hay bibliotecas enteras de libros dedicados al * Tad csela en Econ de Bronce, Balms, 198.) imagen de Afr fy ‘ema, pero la mayoriaresltan tan evidentes y tan crudos que may pocas personas se preocupan hoy par ellos. Conrad, por su parte, es sin duda uno de ls grandes exists del icein moderna y, por si fuera poco, wn ben narnidor de historias. Su contribucién, pues, cncajaautomiticamente en una clase distnea Ia literatura perma nent, led, enseiada y constantemente evaluada por académicos serios, Bl cvazén dels tnebla es de hecho wn valor tan seguro hoy que un destacado estudio de Conrad lo ha situado centre la media docena de mejores novelas cortas de toda la teratura ingles! Vol- \eréasu debido tiempo sobre esta opinin critica, ya que es posi- ble que modifique seriamente mis anteriores suposiciones acerca ‘de quién puede 0 no ser culpable de algunas de las cuestiones que aqui voy a plantear £1 oraz de las iniblasproyecta la imagen de Africa como sel tro mundon, la antteis de Europa y por tanto, de la eivilizacién, un hugar donde la cacareada inteigenciay efinamiento del hombre ‘on finalmente burlados por la besialidad tiunfante. Ebro se ini~ «a enel Timesis, un io tranguilo, que descansa pacficamente sane ocaso dl dia, después de siglos de buenos servicios prestados ala vieja raza que poblaba sus olla.” Pero la historia concrea tends lugar en el fo Congo, vendaderaantitess del Timesis. Decidida- ‘mente el Congo no es un rio emérito. No ha rendido servicio al- ‘uno ni disfruta de ninguna pensién de jubilacién. Se nos dice que ‘Remontar aque rio era regrear alos mis tempranos origenes del smundos, {Bsc diciendo Conrad, pues, que ambos ros son distintos: uno teueno y el otro malo? Si, pero és no esa verdaderactcstin, Noes Ia clferencialo que preocupa a Conrad, sino el acechante inicio de un parentesco, de un ancesto comin, puesto que el Témesstam- bign ¢ha sido uno de los lugares mis oscuros de la tierra. Obvia~ ‘mente conguist6 su oscuridad, y ahora se halla plena lu del dia y en paz. Pero si fuera a vsitar 3s primigenio pariente, el Congo, correria el terrible riesgo de escuchar los grovescos ecos de su propia 1. Alber). Get, Inmodssns Hont 9 ks, Ameri York, 1950 p.9 retain nc a Rinne e Planeta Kurs ‘scuridad olvidada y car victima de un vengativo recrudecimiento el irreflexvo frenesi de los primcros comienzos. Entre estos sugerentesecos se incluye la célebre evocacin de Conrad de Is atmésfraafficana en Elcomzin de as tna. En ii~ ‘ma insancia, su método equivale nada més que a una constant, a= borios y falamente ritualist repeticién de dos sentencis antitét- «8, una sobre el silencio y a otra sobre el enes. Podemes examina ‘dos ejemplos de ello: «) sEra la quietud de una fuera implacable ‘que medita melancélicamente sobre una intencién inescrutables,, Yb) «El vapor avanzaba penosa y lentamente al borde de un negro « incomprensible fenesi’ Por supuesto, de vez en cuando se da un Juicioso cambio de adjetivos, de modo que, en lugar de sinescru tables, por ejemplo, podria aparecersindecibls,e incluso sen Hace ya tiempo que elagudo critica inglés ER. Leavis‘ Iamé atencién sobre Ia eadjtivalinsstencia de Conrad en el mist inexpresblee incomprensibles, No hay que tomar es insstenc la ligers, descartindola, como han tendido a hacer numero ‘riticos de Conrad, por considerarla un mero defecto este puesto que planta seria cuestiones de buena fe artistes. Cuan lun eseritor que pretende registrar escenas, incidents y su efect se dedica en realidad a inducir un estupor hipnético en sus lector a través de un bombardeo de términos emotivos y otras arguc tiene que esta en juego mucho mis que ls habilidad esiisica. trenerl, los lectores normales se hallan bien equipados para det tar y restr eta actividad tolapada, Pero Conrad eligié bien tema; an tema que le garantzaba no entrar en confito con la Alsposicion psicologica de sus lectoreso planteale la necesidad luchar contra su resistencia, ligié el papel de proveedor de mi reconfortantes Los pasajes mis interesantes y teveladores de El corazinde las ibis tratan, sin embargo, de personas. Debo apelar aI indul ‘a del lector para citar mis de una pigina entra, mis 0 menos hacia [a mitad del relato, cuando los representantes de Europa en un bate 3 thd py 7, epectramere {LR Len, The Gr Td, Cat & Win, Los, 198; 2 np a imagen de Afica 8 «co de vapor que desciende por el Congo topiezan con los mont ores de Aftica: ramos vagabundos en ters prehitricy, em una era que tenia

Você também pode gostar