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Las tribus urbanas en la Calle G

Jorge g. Arocha

Nuestra incapacidad como teóricos, académicos, personas responsables con deseos de


debatir y discutir sobre una Cuba mejor, se pone de manifiesto frente a un espectáculo
tan deprimente como el de la Calle G. Todo el que al menos haya pensado en ello sabrá
que ante fenómenos sociales de esa índole uno mismo se encuentra en un callejón sin
salida.
La Habana como muchas otras ciudades es igualmente transitable, trasnochadora,
inagotable, compleja. Pero en el deambular de cualquiera de nosotros, un sábado o un
domingo, puede saltar a la vista el espectáculo –porque de eso se trata- de la Calle G.
Pero más allá de lo que nuestro condicionado sentido común diga, hay que reconocer el
estatus que ha adquirido ese espacio de socialización donde diversas tribus urbanas se
reúnen noche tras noche, sobretodo los fines de semana.
Diversos obstáculos impiden nuestra comprensión de este fenómeno social. Desde el
punto de vista teórico no tenemos herramientas seguras para definirlo. Las tribus
urbanas son grupos informales y móviles que se reúnen alrededor de tendencias
musicales, formas de vestir, o sencillamente modas. Grupos que, además, se definen por
su autoexclusión social. Como minorías se asumen diferentes, excéntricas y únicas. Al
margen de corrientes, valores o exigencias socialmente aceptadas. Se sabe que como
fenómeno social tienen su nacimiento en la década de los sesenta cuando deambulaban
por las grandes urbes del mundo, tanto del Este como del Oeste, del Norte o del Sur;
mezclando una vida sin reglas, sexo libre, tendencias orientalistas, rock a lo Jimi
Hendrix o Janis Joplin, y en contacto con el mundo natural.
Pero si de G se trata estas historias son para ellos poco importantes, salvo como mitos o
relatos que toda tribu necesita para subsistir. Lo importante para estos grupos, en
primera instancia, es sencillamente pasar la noche, alejados de sus padres, de la escuela
o de las reglas que “acatan” diariamente. Este sentido de alejamiento, que nosotros
llamamos enajenación, es una manera inconsciente de rechazar lo que no han vivido, de
expresar su inconformidad con una realidad que no significa absolutamente nada para
ellos.
Ariel, uno de los muchachos que va casi todos los fines de semana es muestra de ello;
cuando le pregunté a cuál tribu pertenecía, me respondió:
-Yo soy anarco-punk. Somos personas que estamos en contra de todas las leyes, en
contra del estado fascista y comunista, de todos los sistemas y todas las tendencias-
luego le pregunté si mantenía su postura rebelde durante el día, entre sus amigos, entre
sus padres…y su respuesta fue:
-Compadre claro que no. Por las mañanas yo soy normal, me peino normal, me visto
normal.
Sin querer generalizar, de alguna manera esa es la historia de casi todos. La mayoría va
los fines de semana con sus atuendos a hacer cosas que en el resto de su tiempo no
pueden hacer, y más que creer en los ideales de la tribu, van para satisfacer su instinto
de rebeldía adolescente. Con una posición marcadamente consciente, quieren
distinguirse, quieren estar al margen de la sociedad al menos por unas horas.
Sumémosle a esto la incomprensión institucional y el propio rechazo social de quienes
ven en esos melenudos o “cochinos”, simples payasos y adolescentes excéntricos,
obviando todo el mundo complejo que tienen como seres humanos que son. Estos
rechazos abiertos y explícitos, ya sea un muro de piedras o el aumento de la policía no
solucionan nada, todo lo contrario, es el caldo de cultivo para que más jóvenes sigan
viendo a G como la calle de sus sueños. Negar o desconocer lo que sucede, es no
aceptarlo en su complejidad. Porque no se trata solo de una calle en La Habana; si
observamos detenidamente estas manifestaciones no tienen limitante de espacio ni
tampoco de tiempo, reparteros, mickys, y emos hay en toda nuestra capital, incluso ya
se puede hablar del país.
Ivan, un anarco-punk, que no parecía tal por no llevar su cresta ni vestirse de negro, me
explica que: “Hace unos años no se podía hablar de punks en todo el país. Había solo en
La Habana. Pero ahora hay en todo el país, y en Santa Clara es como aquí. Incluso las
verdaderas mujeres punks las puedes encontrar en Santa Clara.”
Los grupos más populares y por los que todos siempre preguntan son los emos, los
micky, los repa, los punk y los metaleros. Sin embargo, existen grupos igualmente
insólitos: floggers, góticos, hippies, grunges, etc... La Calle G de arriba hacia abajo está
ocupada fundamentalmente por los emo, por eso se conoce como Emolandia. Además
entre ellos mismos identifican sus territorios, de Calle 23 a 25 se reúnen los metaleros;
los repa y los micky entre 19 y 17; y entre la Calle 17 y 13 deambulan los punks.
No obstante, el movimiento es constante, no hay un grupo, sea de lo que sea, que se
mantenga estático toda una noche. Se mueven a buscar amigos, a ligar, buscar
problemas e imponerse en esa especie de selva. La noche transcurre entre historias de
grupos, de cantantes, sobre los atuendos que usan y dónde se compran.
La variedad es increíble, por momentos se ve un anarco-punk con la cresta enjabonada
que representa la anarquía, vestido de cuero negro, varios aros en sus orejas, tatuajes,
pulseras de pinchos y botas militares. Sus camisetas tienen algún grupo de música o
alguna frase original. Al cuello un gran candado que significa “prisión perpetua”. La
mirada perdida, y sin escuchar apenas nada por estar escuchando a Sex Pistols. En otra
esquina otro grupo un poco más popular. Peinado cubriendo parte de la cara, piercings,
zapatillas Converse, muñequeras, chapas, pullovers con capucha, camisetas ajustadas
(generalmente negras) y calzoncillos a la vista.
Lo curioso comienza justo aquí, cuando nos fijamos en la visualidad que proyectan
estos subgrupos nos percatamos de que la diferencia es casi ínfima. Es más un problema
de convicción personal que de características objetivas, esto solo ellos lo entienden.
Todos dicen que están en contra de la moda, y de la imposición de normas y reglas que
no entienden, utilizando la ropa no solo como medio de socialización visual, sino como
protesta. Incluso también hay un consenso implícito en utilizar el cuerpo como medio
para expresar ese sentido de negación. El emo puede recurrir a las marcas en la muñeca
como banderín de su credo, pero el punk utiliza su cresta y sus aros para expresar la
violencia de la que son victimas y victimarios.
Pero si de analogías se trata veamos los credos y también ahí encontraremos
semejanzas. Y es que más que un problema con un sistema político, económico o social
en específico, el problema está en lo que experimentan ellos mismos. Si invertimos el
problema nos damos cuenta que el verdadero deseo no es el de eliminar la opresión de
estas estructuras, sino de reafirmar las suyas, en fin, de realzar su personalidad.
Se habla mucho sobre la edad de los muchachos que se reúnen en G, y es cierto, oscilan
entre 12 y 18 años, adolescentes casi todos. Y no se puede negar que es, justamente, el
deseo de sobresalir, de comunicarse, de que los escuchen desde el punto de vista
individual y humano lo que motiva en primera instancia ese comportamiento. Pero la
violencia que emerge de sus palabras y la persistencia en quererse ver fuera de todo, es
en lo que hay reparar. Habría que pensar en el por qué de tantas madrugadas, de tanta
droga, de tanta evasión y falta de pertenencia por todo lo que los rodea. Y no con ánimo
de reprensión sino de buscar una solución. Bajar por esa calle no significa encontrarse
con grupos excluidos sino de automarginados. Es encontrarse con la incapacidad de
nuestras instituciones para lidiar con esas expresiones.
Por eso pienso un poco más allá, en problemas que afectan a toda la juventud cubana.
La ausencia de un proyecto que nos sirva como referente, la carencia de comunicación y
diálogo, y el rechazo consciente o no de nuestras propuestas. Y es que escuchar no
significa solo prestar atención, es también dar protagonismo y capacidad de decisión,
incluso a riesgo de que nos equivoquemos.
La Calle G es solo una parte del problema, la más evidente y visible. Pero en diferentes
medidas la mayoría de la juventud se encuentra atascada en una especie de adolescencia
generalizada. O sea, un estado intermedio entre la mayoría de edad y la niñez. Mientras
Iván, Laura, y Ariel, según ellos, seguirán allí. A ninguno de ellos le importa nada, solo
compiten por ser los más radicales para llamar al menos la atención con sus
excentricidades.

17 de junio de 2010

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