BOULOGNE.
SUR-MER,
FRANCIAEL 17 DE AGOSTO DE 1850, A LAS 3 DE
LA TARDE, MURIO JOSE DE SAN MAR-
TIN, EL MAS GRANDE DE LOS ARGEN-
TINOS. LA CASA SE CONSERVA COMO
ENTONCES. ESTA ES LA RECONSTRUC.
CION DE LAS ULTIMAS HORAS DE SAN
MARTIN. UN PASO POR LAS ULTIMAS
EOSAS QUE VIERON SUS 0JOS.
Estrecha e inclinada como
tuna rampa, la calle Grand, de
Boulogne-sur-Mer, estaria
vacia y oscura en las prime-
ras horas de la madrugada
del 17 de agosto de 1850. Si
algun poatén hubiese bajado
su cuesta, sostenido de
frente por el viento maritimo,
sus pasos habrian sonado
igual que un martilio sobre la
piedra, despertando ecos
entre las dos bandas de ma-
cizas casas que flanquean la
calzada,
Quizé pasé ese caminante
solitario aquella madrugada
de hace un siglo, y el sonido
reverberante de sus pisadas
fue escuchado por el anciano
insomne que habitaba la
casa de cuatro plantas co-respondiente al numero 105
je fa Grand.
Quien hubiese descorrido
dosel de la cama donde
acia y podido ver en la ce-
rada oscuridad del cuarto,
bria contemplado un rostro
nteresante. Para un obser-
ador sagaz, seria posible
eer en Ia expresion de ese
‘io como en un libro ala luz
jel dia
Los ojos abiertos a la oscu-
idad reinante y a la que
jacia de su progresiva ce-
wera estaban velados por
as cataratas; pero esa peli-
ula opaca que cubria las
nupilas no conseguia ocultar
| extrafio fuego interior que
yrdia en ellas. Esos ojos de-
bieron haber sido terribles en
a juventud. Y ahora, en la
jejez, tenian la misma du-
josa mansedumbre que un
sable con el filo embotado.
Cuatro dias atrés habia flo-
queado su corazon y habia
surido con mas fuerza que
nunca los dolores de est
mago que antano lo derrib
ron durante el cruce de los
Andes y que cien veces lo
acosaron en la soledad de su
lenda de campana, ilumi-
nada por las rojas hogueras
del vivaque. Aquella vez, cua
tro dias atrés, habia tomado
una dosis excesiva de medi-
camento para ahogar el do-
lor. Y habia amanecido mori-
bundo.
Su médico de cabecera, el
doctor Jordan, consiguio 8:
carlo del trance con la apli-
cacién de sinapismos. Pero el
enfermo sufrid enseguida un
riolento acceso de fiebro que
le quité gran parte de las
pocas fuerzas que le queda-
ban. Pese a todo, habia so-
brevivido.
Ex fos dias siguientes ef
anciano debié modificar sus
habitos cotidianos. La debili-
dad causada por Ia tiebre lo
obligaba a pasar las horas en
un silln. Su hija y su yerno se
turnaban para leerle los dia-
rigs 0 algun libro que é! pedia
tee conn, ae
como siempre desde que su
vista habia disminuido. Pero
ahora ya no tenia dnimo para
limpiar sus pipas y sacar bri-
Wo a sus armas, ni para ilumi-
nar a pincel, forzando los
ojos, estampas marinas, afi-
cién de su juventud que lo
habia acompafado en ef
transcurso de los anos.
G@uando parecia dormitar
ene! silln, quizé su memoria
trabajara activamente, y °s
posible que esto sucedicra a
pesar suyo. Quizé sus ojos
Cerrados vieran entonces,
con realista colorido, image-
nes que le arrancaran susp-
ros y le estremecieran los la
bios, ocultos bajo e! blanco
bigote. Apoyado en su bastén,
pasea por su jardin de Gran
Bourg en compania de su
viejo perro de aguas. Juegan.
Lo declara desertar, Io fusila
1 catre que conserve _con su bastén, el perro tinge
Sen Martin hasta su muerte, morir y él rie con esa risa
suya, facil grave. Es invierno
y @I se entretiene con algun
trabajo de carpinteria. Su
blanca cabeza esta cublerta
por un gorro cosaco de piel.
Sus nietas lo buscan, llamén-
dolo: “iCosaquito, cosa-
quito!”, Ahora esta en ef
Campamento, bajo el techo
sostenido por cuatro horco-
nes que sive de cocina de
Campana. Conversa con el
negro cocinero mientras
Come de pie su sempiterno
asado. Levanta la tapa de
tna gran olla puesta sobre
las brasas y observa que falta
Frente de la casa de la Grand tocino en el puchero de la
Wwo"105, on Bovlogne-surMer. tropa. Manda comprar un
Biblioteca de San Martin. Era un évido lector de temes floséficos.
chancho que le cuesta siete
pesos. Y ahora carga a caba-
No, empuna el sable y fo agita
en alto. :Bailén, San Lorenzo,
Chacabuco?. .. En los brazos
de su mujer duerme Merce-
des,recién nacida. El toca la
‘mejilla del bebé con la yema
del dedo. Pica a cuchillo su
tabaco. Arma un cigarrillo co-
locando las hebras en una
hoja de chala. Ahora da chu-
padas a la pipa, en Gran
Bourg, frente al retrato de
O'Higgins. “zSe parece?”,
pregunta Sarmiento, su visita,
fijandose en el retrato, y é1
responde: ‘‘Se parece bi
tante”. Cose los botones de
sus camisas, va y viene la
aguja llevada por la mano de!
Protector del Peru. Brinda
por la libertad y la prosperi-
dad de Chile, y estrella la
copa contra el suelo.
Quizd ve esas imagenes re-
taceadas y en trope! ef an-
ciano que parece dormitar en
su sillon y que sabe que muy
pronto recibiré un llamado
indesoible y definitivo.
Arora, en su lecho, bajo el
dosel que lo cubre yo oculta,
sus ojos muy ablertos reciben
otra vez las imagenes alma-
cenadas en la memoria. En
cuatro dias ella le ha mos-
trado, en un orden estable-
ido por los sentimientos, los
hechos de su vida. Cuando el
gran reloj de pared da las
siete, e! anciano, que no ha
dormido esa noche, se Ie
vanta. Su hija le prepara el
café, que él bebe en un mate,
sorbiéndolo con una bombilla
de caia. Apenas prueba bo-
cado en el almuerzo. A las
dos de Ia tarde pide que lo
ayuden a recostarse. Esta
mas fatigado que nunca.
Pasan los minutos. El reloj
marca el cuarto anterior a las
tres. Acompanan al anciano
su hija y su yerno. Pero hay
dos nuevas presencias, dos
sombras junto al-lecho. Una
convulsién agita al anciano y
se las muestra. Con vor en-
trecortada pide a su yerno
que saque de alli a Mercede:
Una de las dos sombras es la
muerte. La otra es la historia,
y han venido por él. Las cam-
panadas del reloj marcan las
tres de la tarde del 17 de
agosto de 1850.