Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Resumen
Abstract
After the publication of “Reason, truth and history”, in 1981, Hilary Putnam´s
thought has experienced a permanent evolution, without leaving behind, however,
the matter of realism as a central point. The main objective of this article is to carry
out a critic review of this change, by way of analysing in depth the main points
–both epistemic and ethical–, around which his philosophy has been built up for the
last over-twenty year period. Moreover, emphasis will be put on the certainly prob-
lematic nature of some of his acquired engagements, trying to understand also the
reasons behind them.
A esta concepción, Putnam contrapone la suya, que reconoce como “un logro
tardío en la historia de la filosofía”2, y que denomina realismo interno. Para el rea-
lismo interno la pregunta acerca de los objetos de los que consta el mundo –es decir,
la pregunta por la realidad circundante– sólo tiene sentido desde dentro de una teo-
ría o descripción, ya que los objetos no existen independientemente de nuestros
esquemas conceptuales o sistemas de creencias. Todo eso que llamamos mundo es
tanto construido (factor subjetivo) como descubierto (factor objetivo) por nosotros,
lo que se traduce en una peculiar relación –enseguida veremos por qué– entre suje-
to y mundo.
No es difícil percatarse –y él mismo así lo reconoce– de la fuerte impronta kan-
tiana que el pensamiento de Putnam recibe en este punto. Conocemos y nos referi-
mos a los objetos, tal y como éstos son para nosotros (con nuestra particular cons-
titución biológica y cultural); nuestras concepciones de coherencia y aceptabilidad
racional –que dependen de esa constitución nuestra– “definen un tipo de objetivi-
dad; objetividad para nosotros”3. Hay, por tanto, una construcción del objeto de
conocimiento como fenómeno. Se trata de un constructivismo en el que sin embar-
go desaparece el trascendentalismo kantiano, ya que la creencia en una realidad
independiente de la mente (noúmeno) es para Putnam un “impulso natural pero
insatisfacible”4.
Desaparece la necesidad de la perspectiva absoluta del Ojo de Dios, en una con-
cepción en la que lo que encontramos son los “diversos puntos de vista de personas
reales, que reflejan aquellos propósitos e intereses a los que se subordinan sus des-
cripciones y teorías”5.
Ya no tiene cabida el cuestionamiento acerca de la correspondencia entre mente
y mundo, puesto que ambos se construyen a la par, interactuando entre sí. Es aquí
donde reside la oposición de Putnam a las teorías causales de la referencia y a la
teoría de significado estimulativo de Quine. La determinación de la referencia, para
Putnam, sucede justamente en interacción con ese mundo de objetos al que quere-
mos referir –esto es, en el nivel de la acción. Sujeto y mundo se construyen, de este
modo, simultáneamente. En este sentido, decimos que se da una continuidad entre
sujeto y objeto de conocimiento, basada justamente en esa interacción: el sujeto se
halla inserto en el mundo –objeto de conocimiento–, y ambos se construyen a la par.
El propio Putnam lo expresa en el Prefacio de “Razón, verdad e historia”: “la
mente y el mundo construyen conjuntamente la mente y el mundo”, o también: “el
Universo construye el Universo –desempeñando nuestras mentes (colectivamente)
un especial papel en la construcción”6.
2 Ibíd., 59.
3 Ibíd., 64.
4 Ibíd., 82.
5 Ibíd., 59.
6 Ibíd., 13.
do, si bien es cierto que se da una evolución, no puede afirmarse que ésta tenga la
forma de un corte profundo e irreversible. Al contrario, creo que la continuidad es
asombrosa, y que puede ser explicitada en la insistencia en ciertos compromisos e
ideas, ya presentes en su obra anterior, paralela al abandono o desdibujamiento de
otros. Algo similar a lo que sucede si observamos el efecto de los cambios solares
sobre el paisaje a lo largo de un día entero; si comparamos las imágenes matutina y
vespertina, nos daremos cuenta de los miles de pequeños cambios que se han ido
produciendo, minuto a minuto, y sin que apenas nos hayamos percatado. Las per-
sonas y, por tanto, la filosofía, no se transforman de manera distinta. La prueba de
ese continuismo la encontramos en una obra tardía de Putnam, “Las mil caras del
realismo”12, donde afirma: “La clave para desarrollar el programa de conservar el
realismo de sentido común a la vez que se evitan los absurdos y antinomias del rea-
lismo metafísico en todas sus variedades (…) es algo que yo he llamado realismo
interno”. Y añade: “¡Debería haberlo llamado realismo pragmático!”13. Creo que lo
que esto demuestra es que el propio Putnam no concibe la evolución de su pensa-
miento como un ejercicio de renegación o sustitución total.
Empiezo señalando lo anterior, porque quiero que se tenga en cuenta en lo que
sigue, donde me dispongo a comentar algunos aspectos de la filosofía de Putnam,
que, desde mi punto de vista, resultan conflictivos; me gustaría que no se perdiera
de vista la idea de que éstos se hallan presentes a lo largo de toda su obra, y no sólo
en “Razón, verdad e historia”.
Uno siente ciertas tentaciones, cuando lee a Putnam, de pensar que la insisten-
cia en el pluralismo conduce inevitablemente a cierta forma de relativismo. Lo
explicaré con más detenimiento. La incidencia en la posible –y real– coexistencia
de muchos y diversos esquemas conceptuales, que nos devuelven imágenes del
mundo muy distintas pero igualmente consistentes, como ya he dicho, nos aleja de
ese autoritarismo al que la ciencia, la filosofía y, en general, la historia de la huma-
nidad y la cultura, han sido tradicionalmente tan proclives. La defensa y salvaguar-
da de esa verdad escrita con mayúsculas, erigida en dogma y fundamento de edifi-
cios enteros de conocimiento, y también de sistemas éticos y religiosos, es la res-
ponsable del absolutismo que ha caracterizado casi la totalidad de nuestra historia.
A ello se opone Putnam, con su crítica del realismo metafísico, como ya hemos
visto, y con la defensa de esa imagen del mundo y de nosotros mismos como, a su
vez, una pluralidad de imágenes y modelos, en la que la idea de experimentación,
de práctica, y posterior reflexión normativa sobre ella –tanto acerca de los hechos
como de los valores–, es esencial.
Del hecho de que todas esas imágenes sean igualmente coherentes, es fácil
–inmediato, diría yo– extraer consecuencias relativistas y concluir la validez, vera-
12 Id., Las mil caras del realismo, Barcelona, Paidós, 1994 (primera ed., 1987).
13 Ibíd., 61.
cidad o bondad de todas ellas. Creo que Putnam también se da cuenta de esto; creo,
de hecho, que se ha dado cuenta desde la redacción de “Razón, verdad e historia”,
a principios de los 80. Y de ahí procede ese empeño tan característico –en ocasio-
nes casi desesperado– por huir del relativismo, que ocupa un lugar privilegiado en
gran parte de su obra. Unas veces de manera explícita, como sucede por ejemplo en
varios capítulos de “Razón, verdad e historia”, y otras no tanto. Esta huida es pre-
cisamente el motivo por el que Putnam se niega, en la época del realismo interno, a
identificar la verdad con la justificación sin más, y recurre a una especificación de
ésta última como justificación idealizada.
E igualmente es este antirrelativismo el que actúa como motor para el compro-
miso con ciertas tesis, por vía pragmatista, ya en la época de “Razón, verdad e his-
toria”, pero también, y sobre todo, posteriormente, en la época del realismo de sen-
tido común. “El internalismo no es un fácil relativismo que afirme que todo vale”14.
No todo vale; no todas las teorías o esquemas conceptuales son igual de buenos. Al
contrario, podemos afirmar que hay unas teorías mejores que otras. ¿Cómo? Para
justificarlo, Putnam recurre a la práctica: probándolas. Esto resulta bastante intuiti-
vo por medio del ejemplo que el propio Putnam da a continuación: si cualquier ser
humano obra consecuentemente a un esquema conceptual que le indique que puede
volar, el resultado de su acción demostrará –en sentido práctico, experimental– que
dicho esquema conceptual es erróneo. En “Las mil caras del realismo” afirma: “el
que construyamos hechos y valores no significa que éstos sean arbitrarios o que no
puedan ser mejores o peores”15, y añade a continuación otro ejemplo16 referente a
la fabricación de artefactos, similar al del individuo que probó a volar, y en el que
insiste en la idea de que no todos esos artefactos son igual de buenos, porque no
todos satisfacen igual de bien nuestras necesidades.
En el fondo, el tipo de motivación a la que responden unas y otras muestras es
la misma. La defensa del realismo –interno o pragmatista–, frente a un relativismo
subjetivista al que Putnam, por alguna razón no del todo manifiesta, se niega a
ceder. En efecto, es la defensa de un objetivismo lo que subyace a todas estas pre-
cisiones. Objetivismo que, por otro lado, antes había rechazado, al oponerse al rea-
lismo externo y su noción de verdad.
La condición de la justificación idealizada para la verdad de un enunciado no
significa otra cosa que la apelación a unas condiciones ideales que permitan dar
razón de ese enunciado de manera objetiva. Eso, como ya vimos, nos lleva a una
concepción en la que la verdad se sitúa al final de un proceso de justificación cons-
tante, que si bien yo había reclamado como atractiva, pierde gran parte de su fres-
cura al evidenciarse el hecho de que, aunque sólo sea al final del todo, la verdad se
vuelve, una vez más, mayúscula, unívoca y, por eso mismo, absoluta.
El recurso al pragmatismo por medio de los ejemplos que acabamos de ver no
resulta menos engañoso. Como ya he dicho, el caso del hombre que intentó volar es
especialmente claro e intuitivo. Sin embargo, la cuestión se vuelve más confusa
cuando son nuestras particulares concepciones de lo bueno y de lo malo las que
están en juego. La puesta en práctica de nuestras distintas imágenes morales no hace
que el problema desaparezca, pues necesitaremos apelar a algún criterio para deci-
dir qué prácticas resultan más o menos satisfactorias. Lo cual nos lleva a reconocer
–como probablemente alguien se haya dado cuenta antes– la existencia de proble-
mas o necesidades humanas objetivas, y, por tanto, universales –lo que a su vez nos
conduce a la en principio nada predecible conclusión de una naturaleza humana uni-
versal. No en vano, Putnam recupera la noción aristotélica de florecimiento huma-
no o Eudaimonía, como concepto de fondo y en relación al cual se orientan nues-
tros universos de valores y, por tanto también, nuestras respectivas y diversas imá-
genes del mundo.
Probablemente, Putnam replicaría que el caso del intento de vuelo no resulta
diferente al de las prácticas morales, en base a la ya anulada distinción entre hechos
y valores. Tiene mucho sentido, y cabe preguntarse si el hecho de que los valores
hayan dejado de constituir un ámbito separado respecto de los hechos no se debe
justamente a que han perdido su subjetividad, pasando a aspirar a su vez a un pre-
tendido objetivismo. “La investigación ética es objetiva, en el sentido de que algu-
nos “juicios de valor” son definitivamente verdaderos y otros definitivamente fal-
sos, y, más generalmente, que algunas actitudes de valor son definitivamente ini-
cuas y que existen algunas que son definitivamente inferiores a otras”17. El proble-
ma es que con tal aspiración recuperamos a su vez la del Ojo de Dios.
La impredecible conclusión a la que he hecho referencia de una naturaleza
humana universal no sólo era impredecible, sino también indeseable, lo que creo
que resulta evidente si tenemos en cuenta las tesis iniciales de Putnam. La defensa
de una verdad objetiva, ya sea como meta final de la investigación o en forma de
“necesidades humanas” parece responder, precisamente, al tipo de fundamentalis-
mo o dogmatismo que Putnam, en principio, trata de combatir. Y, sin embargo, tanto
en “Razón, verdad e historia” como en “La herencia del pragmatismo” no parece
tener dificultades a la hora de asumir su compromiso, con Dewey, con una “tenue”
teoría de la naturaleza humana, “una teoría que no pretenda describir nuestros inte-
reses o nuestros derechos qua seres humanos”18, y para la que constituye un supues-
to básico la actividad práctica del hombre, que conduce a su felicidad
(Eudaimonía).
nizar una especie de huida de sí mismo, que tiene lugar de manera circular, y de la
que no es posible salir sin optar con decisión por uno de los dos polos: el del plura-
lismo o el del autoritarismo. Este intento de Putnam por escapar de sí mismo, que
en obras como “Las mil caras del realismo” cobra una gran transparencia, es lo que
el título de mi reflexión pretende sugerir.
Por último, no quisiera terminar sin hacer alusión a una cuestión que es cons-
tantemente aludida por Putnam y que, desde mi punto de vista, posiblemente actúe
como motor en muchos puntos de su investigación. Se trata de la piedra de toque de
la obra de muchos filósofos del siglo XX; casi me atrevería a decir que, en los últi-
mos cincuenta años, los filósofos no influidos por ella de un modo u otro son prác-
ticamente inexistentes. Se trata del caso del nazismo.
En “Razón, verdad e historia” Putnam argumenta en torno al caso de un
supuesto nazi racional, con la amenaza del relativismo acechando. Los esfuerzos de
Putnam van dirigidos a demostrar la supuesta irracionalidad de la ideología nazi. Y
digo “supuesta” porque creo que no logra ofrecer ninguna justificación satisfacto-
ria de ello: “Supongamos que Karl pretende que las metas nazis son moralmente
correctas y buenas. Entonces, de hecho, estará diciendo tonterías”21. El argumento
de Putnam parece hilarse así: una cultura –esquema conceptual– ajena que rechaza
las nociones morales de la cultura o sistema de creencias ordinario, no tendría la
capacidad de describir correctamente las relaciones y acontecimientos de éste últi-
mo; “cuando esa diferente perspectiva moral e ideológica es superior a nuestro
actual sistema moral, esta situación puede ser saludable y juiciosa. (…) Pero si son
nocivas, en particular, si son pervertidas y monstruosas, entonces el resultado será
simplemente una inadecuada, poco perspicaz y repulsiva representación de los
hechos interpersonales y sociales”22. El problema es que Putnam no aporta ningu-
na explicación o justificación de lo que es una perspectiva moral e ideológica supe-
rior, ni tampoco de por qué el nazismo constituye un ejemplo de las segundas.
El ejemplo del nazismo, no obstante, me parece del máximo interés, porque
creo que constituye la prueba de fuego del relativismo. En efecto, si éste logra man-
tenerse en pie contando con tal experiencia histórica, entonces seguramente perma-
necerá así bastante tiempo. De hecho, quizás no sea descabellado pensar que esta
cuestión actúe, en el sentido en el que hemos visto, como desestabilizadora de todo
el pensamiento de Putnam, en la medida en que le obliga a asumir ciertos compro-
misos algo conflictivos para el conjunto de su filosofía.
En cualquier caso, no pretendo volver sobre lo que ya hemos visto. Únicamen-
te me resta traer a colación la imagen que describe Putnam en los últimos párrafos
de “Razón, verdad e historia”; la imagen del diálogo humano que combina la colec-
Bibliografía
23 Ibíd., 213.
24 Id., “Las mil caras del realismo”, Ed. cit., p. 151.