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Putnam vs Putnam

Dolores FERNÁNDEZ DE SEVILLA

Resumen

Tras la publicación de “Razón, verdad e historia”, en 1981, el pensamiento de


Hilary Putnam ha sufrido una evolución constante, sin abandonar sin embargo el
tema del realismo como eje articulador. El objetivo principal de este artículo es el
de realizar una reflexión crítica acerca de dicha transformación, examinando en pro-
fundidad los grandes polos –tanto epistémicos como éticos–, en torno a los cuales
se ha desarrollado su filosofía a lo largo de estos más de veinte años. Se hará, ade-
más, especial hincapié en el carácter ciertamente problemático de algunos de los
compromisos adquiridos, tratando de entender la motivación a la que responden.

Palabras clave: realismo, pluralismo, falibilismo, relativismo.

Abstract

After the publication of “Reason, truth and history”, in 1981, Hilary Putnam´s
thought has experienced a permanent evolution, without leaving behind, however,
the matter of realism as a central point. The main objective of this article is to carry
out a critic review of this change, by way of analysing in depth the main points
–both epistemic and ethical–, around which his philosophy has been built up for the
last over-twenty year period. Moreover, emphasis will be put on the certainly prob-
lematic nature of some of his acquired engagements, trying to understand also the
reasons behind them.

Keywords: realism, pluralism, falibilism, relativism.

NEXO. Revista de Filosofía 141 ISSN: 1695-7334


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“Una hormiga se arrastra lentamente sobre la arena. Conforme avanza va trazando en


ésta una línea. Por puro azar, la línea se desvía y vuelve sobre sí misma, de tal forma
que acaba pareciendo una reconocible caricatura de Winston Churchill”.

Así comienza el primer capítulo de “Razón, verdad e historia”1, de Hilary


Putnam.

1. Falibilismo y pluralismo: la articulación del realismo interno

El recurso a la imaginación o fantasía resulta ser, en filosofía, un método útil a


la hora de atraer la atención del lector sobre los temas más abstrusos. Además, en
este caso concreto, la imagen de la hormiga sobre la arena le sirve a Putnam para
un propósito que se hace patente a lo largo del resto de la obra: poner de manifies-
to que las cuestiones y problemas filosóficos pierden todo su sentido cuando son
considerados al margen de lo vital, en un nivel extra-mundano. Pienso que el empe-
ño del autor en abolir gran parte de las dicotomías filosóficas clásicas tiene que ver
con esto, así como el hecho de que, en su obra, lo epistemológico –que usualmente
se revela como reflexión de segundo orden sobre lo más inmediato– vaya siempre
inextricablemente unido a todas aquellas cuestiones que tienen que ver con la
acción; es decir, con el terreno de lo moral y político.
“Razón, verdad e historia” es un magnífico ejemplo de esa unión. De cómo lo
que somos, lo que conocemos y lo que hacemos no constituyen en realidad dimen-
siones separadas.
Para ello, Putnam comienza estableciendo una distinción, en el marco de la his-
toria de la filosofía, entre dos modos contrapuestos de enfrentar problemas. Es la
distinción entre la perspectiva externalista y la perspectiva internalista.
La primera, que es denominada por Putnam como realismo metafísico, externo
o científico, ha sido la posición tradicionalmente predominante en la historia de la
filosofía. Se caracteriza por el sostenimiento de tres tesis fundamentales:
– El mundo consta de alguna totalidad fija de objetos independientes de la
mente.
– Hay exactamente una descripción verdadera y completa de “cómo es el
mundo”.
– La verdad es una relación de correspondencia entre palabras o signos menta-
les y cosas o conjuntos de cosas externas.
A esta perspectiva le es inherente, por tanto, la adopción de un punto de vista
situado en ninguna parte, desde el que enjuiciar y criticar –o, cuando menos, cons-
tatar– dicha relación de correspondencia: el punto de vista del Ojo de Dios.
1 Putnam, H.: Razón, verdad e historia, Madrid, Tecnos, 1981.

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A esta concepción, Putnam contrapone la suya, que reconoce como “un logro
tardío en la historia de la filosofía”2, y que denomina realismo interno. Para el rea-
lismo interno la pregunta acerca de los objetos de los que consta el mundo –es decir,
la pregunta por la realidad circundante– sólo tiene sentido desde dentro de una teo-
ría o descripción, ya que los objetos no existen independientemente de nuestros
esquemas conceptuales o sistemas de creencias. Todo eso que llamamos mundo es
tanto construido (factor subjetivo) como descubierto (factor objetivo) por nosotros,
lo que se traduce en una peculiar relación –enseguida veremos por qué– entre suje-
to y mundo.
No es difícil percatarse –y él mismo así lo reconoce– de la fuerte impronta kan-
tiana que el pensamiento de Putnam recibe en este punto. Conocemos y nos referi-
mos a los objetos, tal y como éstos son para nosotros (con nuestra particular cons-
titución biológica y cultural); nuestras concepciones de coherencia y aceptabilidad
racional –que dependen de esa constitución nuestra– “definen un tipo de objetivi-
dad; objetividad para nosotros”3. Hay, por tanto, una construcción del objeto de
conocimiento como fenómeno. Se trata de un constructivismo en el que sin embar-
go desaparece el trascendentalismo kantiano, ya que la creencia en una realidad
independiente de la mente (noúmeno) es para Putnam un “impulso natural pero
insatisfacible”4.
Desaparece la necesidad de la perspectiva absoluta del Ojo de Dios, en una con-
cepción en la que lo que encontramos son los “diversos puntos de vista de personas
reales, que reflejan aquellos propósitos e intereses a los que se subordinan sus des-
cripciones y teorías”5.
Ya no tiene cabida el cuestionamiento acerca de la correspondencia entre mente
y mundo, puesto que ambos se construyen a la par, interactuando entre sí. Es aquí
donde reside la oposición de Putnam a las teorías causales de la referencia y a la
teoría de significado estimulativo de Quine. La determinación de la referencia, para
Putnam, sucede justamente en interacción con ese mundo de objetos al que quere-
mos referir –esto es, en el nivel de la acción. Sujeto y mundo se construyen, de este
modo, simultáneamente. En este sentido, decimos que se da una continuidad entre
sujeto y objeto de conocimiento, basada justamente en esa interacción: el sujeto se
halla inserto en el mundo –objeto de conocimiento–, y ambos se construyen a la par.
El propio Putnam lo expresa en el Prefacio de “Razón, verdad e historia”: “la
mente y el mundo construyen conjuntamente la mente y el mundo”, o también: “el
Universo construye el Universo –desempeñando nuestras mentes (colectivamente)
un especial papel en la construcción”6.
2 Ibíd., 59.
3 Ibíd., 64.
4 Ibíd., 82.
5 Ibíd., 59.
6 Ibíd., 13.

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En este nuevo estado de cosas, podemos preguntarnos: ¿dónde queda la noción


de verdad? Pues bien, la verdad va a consistir para Putnam en una idealización de
la justificación o aceptabilidad racional de un enunciado: un enunciado es verdade-
ro si puede ser justificado en condiciones ideales. El recurso a la idealización se
debe a la negativa de Putnam a identificar verdad y justificación sin más, por razo-
nes que examinaremos más adelante. Habla de las condiciones epistemológicas ide-
ales en las que un enunciado podría ser justificado, y por tanto determinado como
verdadero. De este modo, la verdad se vuelve estable o “convergente”, presuponien-
do la existencia de una comunidad final ideal de comunicación que justifique la ver-
dad de los enunciados. Gran parte de las críticas que se le vinieron encima a Putnam
como resultado de su defensa del realismo interno, tenían que ver con una acusa-
ción de idealismo. Por este motivo, el punto de vista de Putnam irá evolucionando
hacia posiciones más pragmatistas. No obstante, más adelante veremos cómo el
recurso de Putnam a la identificación de la verdad con la justificación idealizada –y
no meramente con la justificación– responde al mismo propósito que la adquisición
de ciertos compromisos en los que insistirá en su obra posterior.
En cualquier caso, por ahora quisiera señalar la especial atención que, desde mi
punto de vista, merece esta nueva concepción de la verdad, a la luz de las nociones
de justificación y aceptabilidad racional, que Putnam no define exhaustivamente,
pero cuyo significado queda suficientemente aclarado por el uso que de ellas hace.
La justificación racional puede ser entendida como el ejercicio que llevamos a cabo
con respecto a un enunciado o conjunto de ellos (teoría), de cara a los demás –y qui-
zás también a uno mismo–, por el que damos razones a su favor. La aceptabilidad
racional constituye la otra cara de la misma moneda: sería algo así como nuestra
capacidad para admitir como válido el enunciado en cuestión, teniendo en cuenta
las razones que se nos dan, y de cara a dar nosotros mismos razón de él, en un nuevo
ejercicio de justificación. Posteriormente volveré sobre esta idea de la justificación
y la aceptabilidad como ciclo repetitivo que no acaba nunca.
Llegado este momento creo que deberíamos tomarnos una pausa y observar el
trecho recorrido. Lo que he pretendido hasta aquí es llevar a cabo una presentación
lo más clara posible de la posición que Putnam denomina realismo interno, diferen-
ciándola de la perspectiva externalista, tal y como el propio Putnam hace en
“Razón, verdad e historia”. Me gustaría que al término de tal explicación fuera evi-
dente la innovación del planteamiento de Putnam, que radica en el rechazo sistemá-
tico del absolutismo derivado de concepciones basadas en la teoría de la verdad-
correspondencia. El pensamiento de Putnam, por el contrario, se inscribe en la línea
del falibilismo, en clara oposición a las concepciones fundamentalistas del conoci-
miento. Pero creo que para que esto resulte verdaderamente intuitivo, he de hacer
aún hincapié en un par de aspectos fundamentales, en los que el propio Putnam inci-
de con insistencia.

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En primer lugar, el permanente rechazo –tanto en “Razón, verdad e historia”


como en obras posteriores– de la tradicional distinción entre hechos y valores. Hay
un pasaje en “Razón, verdad e historia” que explica de manera especialmente clara
las razones por las que hechos y valores no deben ser caracterizados por separado:
“Utilizamos nuestros criterios de aceptabilidad racional para elaborar una imagen
teórica del “mundo empírico” y conforme se desarrolla esta imagen revisamos bajo
su luz nuestros propios criterios de aceptabilidad racional, y así sucesiva e ininte-
rrumpidamente”7. Es por medio de nuestro particular criterio de relevancia, que pre-
supone todos nuestros valores, como decidimos lo que constituye un hecho (ver-
dad). El mundo, en la medida en que es construido a través de nuestras teorías y des-
cripciones, de nuestro esquema de pensamiento, depende de esos criterios y valores
nuestros. Y, a la inversa; reelaboramos nuestros particulares universos de valores, a
través de la imagen que nos devuelve ese mundo. La propia ciencia aparece plaga-
da de valores –como expresa Putnam en “La herencia del pragmatismo”8–, que
revelan parte de nuestra idea de lo bueno: “Las generalizaciones científicas se esta-
blecen sólo entre tales propiedades deliberadamente construidas, como es más evi-
dente cuando se piensa en las leyes de la física, ya que la descripción de una situa-
ción usando las magnitudes de la física es siempre una redescripción deliberada.
(…) Nuestras aserciones factuales paradigmáticas están inextricablemente entrela-
zadas con juicios de valor”9.
En segundo lugar, a la presentación del realismo interno hay que añadirle la
consecuencia del pluralismo, que deriva directamente de sus afirmaciones, y que es
enunciado y firmemente defendido por Putnam. “¿Por qué no han de existir a veces
esquemas conceptuales igualmente coherentes, pero incompatibles, que se ajusten
igualmente bien con nuestras creencias experienciales?”10. En efecto, pueden exis-
tir –y, de hecho, creo que es evidente que así ocurre– esquemas de pensamiento
diferentes e incompatibles entre sí, pero igualmente coherentes. De la convivencia
de diferentes sistemas de creencias, que producen distintas versiones del mundo,
parece posible inferir que la verdad no es una, sino muchas, en correspondencia a
esa diversidad de puntos de vista a la que antes hacíamos referencia. Este pluralis-
mo se opone directamente al absolutismo del que hablábamos al describir la teoría
de la verdad-correspondencia, que presuponía la perspectiva del Ojo de Dios y la
necesidad de defender aquello que constituía la teoría verdadera. Es en este senti-
do en el que, en “La herencia del pragmatismo”, Putnam rechaza la posibilidad de
una ética construida dogmáticamente, y defiende la creación y mejora de nuevas y
distintas formas de vida, con el marco de un espacio democrático como telón de
fondo.
7 Ibíd., 138.
8 Id.: La herencia del pragmatismo, Barcelona, Paidós, 1997.
9 Ibíd., 225-228.
10 Id.: Razón, verdad e historia, Ed. cit., 81.

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Además, y volviendo a “Razón, verdad e historia”, Putnam niega la tesis de la


inconmensurabilidad y defiende la posibilidad de un diálogo teórico entre esas dis-
tintas concepciones, ya que “la comparación presupone la existencia de algunas
conmensurabilidades. (…) Por muy diferentes que sean nuestras imágenes del
conocimiento y nuestras concepciones de la racionalidad, compartimos un vasto
fondo de suposiciones y creencias acerca de lo que es razonable”11.
En oposición a la defensa y salvaguarda de esa verdad con mayúsculas, en base
a la cual han sido fundamentados modelos completos, tanto de conocimiento como
de acción y política, la propuesta de Putnam responde a una visión falibilista del
mundo y de nosotros mismos; una visión en la que la idea de justificación racional
constante, justificación que no acaba nunca, es pilar central. A esto me refería más
arriba, al hablar del ciclo repetitivo de la justificación-aceptabilidad. En “La heren-
cia del pragmatismo” un Putnam posterior –y con gran influencia ya de los prag-
matistas americanos– recurre a argumentos de Dewey acerca de la conveniencia de
la puesta en práctica, a modo de experimentación, de distintos hechos, pero también
de distintos valores, con el fin de ponerlos a prueba al nivel de la experiencia. Pues
bien, esa idea de experimentación, de ensayo o práctica, le es esencial al falibilis-
mo, que se basa justamente en el cuestionamiento y rechazo sistemático de toda ver-
dad –científica o ética– que esté dogmáticamente instituida, de una vez y para siem-
pre.
Lo que a continuación trataré de hacer es presentar lo que, desde mi punto de
vista, justifica el título de toda esta disertación. Quisiera profundizar en ciertos
aspectos y puntualizaciones del pensamiento de Putnam que él mantiene paralela-
mente a las tesis del realismo interno, y también más adelante, y que por tanto resul-
tan ser de una importancia crucial para el conjunto de su obra. Dichos aspectos,
desde mi perspectiva, resultan problemáticos, considerados a la luz de las tesis que
hasta aquí he reseñado. De hecho, la opinión que voy a mantener es que resultan ser
un importante socavón para la teoría del realismo interno, hasta el punto de repre-
sentar una auténtica línea de quiebra, no sólo de dicha teoría, sino posiblemente
también del pensamiento posterior de Putnam.

2. Pluralismo vs. Autoritarismo y Relativismo

Antes de nada me gustaría suavizar la lectura que algunos estudiosos realizan


de Hilary Putnam, según la cual se hace especial incidencia en la evolución de su
pensamiento, tras la fase del realismo interno, a un tercer tipo de realismo –pragmá-
tico, directo o de sentido común–, como si de una ruptura o cambio radical de para-
digma se tratara. Desde mi punto de vista, y a la luz de las lecturas que he realiza-
11 Ibíd., 123-124; en respuesta a T.S. Kuhn y P. Feyerabend.

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do, si bien es cierto que se da una evolución, no puede afirmarse que ésta tenga la
forma de un corte profundo e irreversible. Al contrario, creo que la continuidad es
asombrosa, y que puede ser explicitada en la insistencia en ciertos compromisos e
ideas, ya presentes en su obra anterior, paralela al abandono o desdibujamiento de
otros. Algo similar a lo que sucede si observamos el efecto de los cambios solares
sobre el paisaje a lo largo de un día entero; si comparamos las imágenes matutina y
vespertina, nos daremos cuenta de los miles de pequeños cambios que se han ido
produciendo, minuto a minuto, y sin que apenas nos hayamos percatado. Las per-
sonas y, por tanto, la filosofía, no se transforman de manera distinta. La prueba de
ese continuismo la encontramos en una obra tardía de Putnam, “Las mil caras del
realismo”12, donde afirma: “La clave para desarrollar el programa de conservar el
realismo de sentido común a la vez que se evitan los absurdos y antinomias del rea-
lismo metafísico en todas sus variedades (…) es algo que yo he llamado realismo
interno”. Y añade: “¡Debería haberlo llamado realismo pragmático!”13. Creo que lo
que esto demuestra es que el propio Putnam no concibe la evolución de su pensa-
miento como un ejercicio de renegación o sustitución total.
Empiezo señalando lo anterior, porque quiero que se tenga en cuenta en lo que
sigue, donde me dispongo a comentar algunos aspectos de la filosofía de Putnam,
que, desde mi punto de vista, resultan conflictivos; me gustaría que no se perdiera
de vista la idea de que éstos se hallan presentes a lo largo de toda su obra, y no sólo
en “Razón, verdad e historia”.
Uno siente ciertas tentaciones, cuando lee a Putnam, de pensar que la insisten-
cia en el pluralismo conduce inevitablemente a cierta forma de relativismo. Lo
explicaré con más detenimiento. La incidencia en la posible –y real– coexistencia
de muchos y diversos esquemas conceptuales, que nos devuelven imágenes del
mundo muy distintas pero igualmente consistentes, como ya he dicho, nos aleja de
ese autoritarismo al que la ciencia, la filosofía y, en general, la historia de la huma-
nidad y la cultura, han sido tradicionalmente tan proclives. La defensa y salvaguar-
da de esa verdad escrita con mayúsculas, erigida en dogma y fundamento de edifi-
cios enteros de conocimiento, y también de sistemas éticos y religiosos, es la res-
ponsable del absolutismo que ha caracterizado casi la totalidad de nuestra historia.
A ello se opone Putnam, con su crítica del realismo metafísico, como ya hemos
visto, y con la defensa de esa imagen del mundo y de nosotros mismos como, a su
vez, una pluralidad de imágenes y modelos, en la que la idea de experimentación,
de práctica, y posterior reflexión normativa sobre ella –tanto acerca de los hechos
como de los valores–, es esencial.
Del hecho de que todas esas imágenes sean igualmente coherentes, es fácil
–inmediato, diría yo– extraer consecuencias relativistas y concluir la validez, vera-

12 Id., Las mil caras del realismo, Barcelona, Paidós, 1994 (primera ed., 1987).
13 Ibíd., 61.

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cidad o bondad de todas ellas. Creo que Putnam también se da cuenta de esto; creo,
de hecho, que se ha dado cuenta desde la redacción de “Razón, verdad e historia”,
a principios de los 80. Y de ahí procede ese empeño tan característico –en ocasio-
nes casi desesperado– por huir del relativismo, que ocupa un lugar privilegiado en
gran parte de su obra. Unas veces de manera explícita, como sucede por ejemplo en
varios capítulos de “Razón, verdad e historia”, y otras no tanto. Esta huida es pre-
cisamente el motivo por el que Putnam se niega, en la época del realismo interno, a
identificar la verdad con la justificación sin más, y recurre a una especificación de
ésta última como justificación idealizada.
E igualmente es este antirrelativismo el que actúa como motor para el compro-
miso con ciertas tesis, por vía pragmatista, ya en la época de “Razón, verdad e his-
toria”, pero también, y sobre todo, posteriormente, en la época del realismo de sen-
tido común. “El internalismo no es un fácil relativismo que afirme que todo vale”14.
No todo vale; no todas las teorías o esquemas conceptuales son igual de buenos. Al
contrario, podemos afirmar que hay unas teorías mejores que otras. ¿Cómo? Para
justificarlo, Putnam recurre a la práctica: probándolas. Esto resulta bastante intuiti-
vo por medio del ejemplo que el propio Putnam da a continuación: si cualquier ser
humano obra consecuentemente a un esquema conceptual que le indique que puede
volar, el resultado de su acción demostrará –en sentido práctico, experimental– que
dicho esquema conceptual es erróneo. En “Las mil caras del realismo” afirma: “el
que construyamos hechos y valores no significa que éstos sean arbitrarios o que no
puedan ser mejores o peores”15, y añade a continuación otro ejemplo16 referente a
la fabricación de artefactos, similar al del individuo que probó a volar, y en el que
insiste en la idea de que no todos esos artefactos son igual de buenos, porque no
todos satisfacen igual de bien nuestras necesidades.
En el fondo, el tipo de motivación a la que responden unas y otras muestras es
la misma. La defensa del realismo –interno o pragmatista–, frente a un relativismo
subjetivista al que Putnam, por alguna razón no del todo manifiesta, se niega a
ceder. En efecto, es la defensa de un objetivismo lo que subyace a todas estas pre-
cisiones. Objetivismo que, por otro lado, antes había rechazado, al oponerse al rea-
lismo externo y su noción de verdad.
La condición de la justificación idealizada para la verdad de un enunciado no
significa otra cosa que la apelación a unas condiciones ideales que permitan dar
razón de ese enunciado de manera objetiva. Eso, como ya vimos, nos lleva a una
concepción en la que la verdad se sitúa al final de un proceso de justificación cons-
tante, que si bien yo había reclamado como atractiva, pierde gran parte de su fres-
cura al evidenciarse el hecho de que, aunque sólo sea al final del todo, la verdad se

14 Id., Razón, verdad e historia, Ed. cit., 63.


15 Id., Las mil caras del realismo, Ed. cit., 149.
16 Recogido a su vez de “Creating Facts and Values”, de Ruth Anna Putnam.

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vuelve, una vez más, mayúscula, unívoca y, por eso mismo, absoluta.
El recurso al pragmatismo por medio de los ejemplos que acabamos de ver no
resulta menos engañoso. Como ya he dicho, el caso del hombre que intentó volar es
especialmente claro e intuitivo. Sin embargo, la cuestión se vuelve más confusa
cuando son nuestras particulares concepciones de lo bueno y de lo malo las que
están en juego. La puesta en práctica de nuestras distintas imágenes morales no hace
que el problema desaparezca, pues necesitaremos apelar a algún criterio para deci-
dir qué prácticas resultan más o menos satisfactorias. Lo cual nos lleva a reconocer
–como probablemente alguien se haya dado cuenta antes– la existencia de proble-
mas o necesidades humanas objetivas, y, por tanto, universales –lo que a su vez nos
conduce a la en principio nada predecible conclusión de una naturaleza humana uni-
versal. No en vano, Putnam recupera la noción aristotélica de florecimiento huma-
no o Eudaimonía, como concepto de fondo y en relación al cual se orientan nues-
tros universos de valores y, por tanto también, nuestras respectivas y diversas imá-
genes del mundo.
Probablemente, Putnam replicaría que el caso del intento de vuelo no resulta
diferente al de las prácticas morales, en base a la ya anulada distinción entre hechos
y valores. Tiene mucho sentido, y cabe preguntarse si el hecho de que los valores
hayan dejado de constituir un ámbito separado respecto de los hechos no se debe
justamente a que han perdido su subjetividad, pasando a aspirar a su vez a un pre-
tendido objetivismo. “La investigación ética es objetiva, en el sentido de que algu-
nos “juicios de valor” son definitivamente verdaderos y otros definitivamente fal-
sos, y, más generalmente, que algunas actitudes de valor son definitivamente ini-
cuas y que existen algunas que son definitivamente inferiores a otras”17. El proble-
ma es que con tal aspiración recuperamos a su vez la del Ojo de Dios.
La impredecible conclusión a la que he hecho referencia de una naturaleza
humana universal no sólo era impredecible, sino también indeseable, lo que creo
que resulta evidente si tenemos en cuenta las tesis iniciales de Putnam. La defensa
de una verdad objetiva, ya sea como meta final de la investigación o en forma de
“necesidades humanas” parece responder, precisamente, al tipo de fundamentalis-
mo o dogmatismo que Putnam, en principio, trata de combatir. Y, sin embargo, tanto
en “Razón, verdad e historia” como en “La herencia del pragmatismo” no parece
tener dificultades a la hora de asumir su compromiso, con Dewey, con una “tenue”
teoría de la naturaleza humana, “una teoría que no pretenda describir nuestros inte-
reses o nuestros derechos qua seres humanos”18, y para la que constituye un supues-
to básico la actividad práctica del hombre, que conduce a su felicidad
(Eudaimonía).

17 Id., Razón, verdad e historia, Ed. cit., 151.


18 Id., La herencia del pragmatismo, Ed. cit., 244.

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Pienso que el propio Putnam se percata de la dificultad de compatibilizar las


tesis pluralistas y falibilistas con el antirrelativismo que trata de justificar, y de
cómo los intentos de conciliación que lleva a cabo no resultan del todo convincen-
tes. Casi al final de “Las mil caras del realismo”19 se enfrenta a sí mismo en la tarea
de esclarecer si esas necesidades humanas a las que acaba retrotrayéndose constitu-
yen algo originario, en el sentido de objetivo y universal –y, por lo tanto, absoluto–,
o si por el contrario son a su vez una creación humana y, por tanto, subjetiva. Mi
impresión personal es que su argumentación se tambalea hacia un lado y hacia otro,
sin llegar a ninguna conclusión satisfactoria.
Encontramos otro intento de conciliar ese antirrelativismo con el pluralismo y
el falibilismo, por vía nuevamente pragmatista y, en este caso, sorprendentemente
emotivista, en “La herencia del pragmatismo”: no podemos dar por válida cual-
quier imagen del mundo o forma de vida, porque “hay defectos que llegamos a ver
desde fuera, como resultado de un incremento en el conocimiento y/o de un senti-
do ampliado de la justicia (de lo que James llamó “escuchar los gritos de los heri-
dos”)”20. En la misma línea, y un poco antes, Putnam utiliza el concepto de “intui-
ción imaginativa”, perteneciente a Isaiah Berlin, para designar aquella capacidad
que nos permitiría entender las formas de vida distintas a la nuestra. Aparte de mos-
trar una cierta ingenuidad, creo que ambos recursos –“escuchar los gritos de los
heridos” y el empleo de la “intuición imaginativa”– no pasan de constituir bonitas
metáforas del comportamiento humano, no suficientemente justificadas, en sentido
filosófico.
Recapitulemos un poco. A lo largo de los más de veinte años transcurridos desde
la publicación de “Razón, verdad e historia” hemos asistido a la evolución articu-
lada del pensamiento de Putnam. Desde un cierto idealismo que se desprendía de la
defensa de una curiosa concepción de la verdad, hasta la adopción de gran cantidad
de supuestos pragmatistas, quizás con el fin de hacer descender la elucubración filo-
sófica –el planteamiento y los intentos de solución de problemas– al terreno de
juego más humanamente accesible, que es el de la práctica. Tal y como adelanté al
comienzo, la contemplación de las cuestiones a este nivel de lo práctico y vital
constituye, desde mi punto de vista, uno de los intentos más meritorios de la filoso-
fía de Putnam.
El antidogmatismo y la oposición a toda forma de autoritarismo, moral o epis-
témico, que recorren esa articulación transversalmente, constituyen el otro. Lo que
he tratado de poner de manifiesto es la aparente aporía con la que se topa Putnam
en su empeño antirrelativista. En mi opinión, es esta oposición a toda forma de rela-
tivismo o subjetivismo la que, en esencia, actúa como freno de la propia teoría,
tanto del realismo interno como del de sentido común, y lleva a Putnam a protago-

19 Id., Las mil caras del realismo, Ed. cit., 150-151.


20 Id., La herencia del pragmatismo, Ed. cit., 211.

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nizar una especie de huida de sí mismo, que tiene lugar de manera circular, y de la
que no es posible salir sin optar con decisión por uno de los dos polos: el del plura-
lismo o el del autoritarismo. Este intento de Putnam por escapar de sí mismo, que
en obras como “Las mil caras del realismo” cobra una gran transparencia, es lo que
el título de mi reflexión pretende sugerir.

Por último, no quisiera terminar sin hacer alusión a una cuestión que es cons-
tantemente aludida por Putnam y que, desde mi punto de vista, posiblemente actúe
como motor en muchos puntos de su investigación. Se trata de la piedra de toque de
la obra de muchos filósofos del siglo XX; casi me atrevería a decir que, en los últi-
mos cincuenta años, los filósofos no influidos por ella de un modo u otro son prác-
ticamente inexistentes. Se trata del caso del nazismo.
En “Razón, verdad e historia” Putnam argumenta en torno al caso de un
supuesto nazi racional, con la amenaza del relativismo acechando. Los esfuerzos de
Putnam van dirigidos a demostrar la supuesta irracionalidad de la ideología nazi. Y
digo “supuesta” porque creo que no logra ofrecer ninguna justificación satisfacto-
ria de ello: “Supongamos que Karl pretende que las metas nazis son moralmente
correctas y buenas. Entonces, de hecho, estará diciendo tonterías”21. El argumento
de Putnam parece hilarse así: una cultura –esquema conceptual– ajena que rechaza
las nociones morales de la cultura o sistema de creencias ordinario, no tendría la
capacidad de describir correctamente las relaciones y acontecimientos de éste últi-
mo; “cuando esa diferente perspectiva moral e ideológica es superior a nuestro
actual sistema moral, esta situación puede ser saludable y juiciosa. (…) Pero si son
nocivas, en particular, si son pervertidas y monstruosas, entonces el resultado será
simplemente una inadecuada, poco perspicaz y repulsiva representación de los
hechos interpersonales y sociales”22. El problema es que Putnam no aporta ningu-
na explicación o justificación de lo que es una perspectiva moral e ideológica supe-
rior, ni tampoco de por qué el nazismo constituye un ejemplo de las segundas.
El ejemplo del nazismo, no obstante, me parece del máximo interés, porque
creo que constituye la prueba de fuego del relativismo. En efecto, si éste logra man-
tenerse en pie contando con tal experiencia histórica, entonces seguramente perma-
necerá así bastante tiempo. De hecho, quizás no sea descabellado pensar que esta
cuestión actúe, en el sentido en el que hemos visto, como desestabilizadora de todo
el pensamiento de Putnam, en la medida en que le obliga a asumir ciertos compro-
misos algo conflictivos para el conjunto de su filosofía.
En cualquier caso, no pretendo volver sobre lo que ya hemos visto. Únicamen-
te me resta traer a colación la imagen que describe Putnam en los últimos párrafos
de “Razón, verdad e historia”; la imagen del diálogo humano que combina la colec-

21 Id., Razón, verdad e historia, Ed. cit., 209.


22 Idem.

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Dolores Fernández de Sevilla Putnam vs Putnam

tividad y la responsabilidad individual, y para el que él postula el fin ideal de la ver-


dad como concepto límite. A diferencia de Richard Rorty, para el que “sólo existe
el diálogo”23.
Pienso que tal vez el diálogo, en sí mismo, no sea ya nada desdeñable. Quizás
si nos esmeramos, si nos proponemos agrandarlo, y enriquecerlo, logremos encon-
trar esa vía de escape tan buscada a lo que Putnam denominaba “el vértigo, la sen-
sación de caer en un pozo sin fondo”24.

Bibliografía

ARENAS, L., MUÑOZ, J. y JIMÉNEZ PERONA, A. (eds.): El retorno del pragmatismo,


Madrid, Trotta, 2001.
PUTNAM, H.: El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos, Barcelona,
Paidós, 2004.
PUTNAM, H.: La herencia del pragmatismo, Barcelona, Paidós, 1997.
PUTNAM, H.: Las mil caras del realismo, Barcelona, Paidós, 1994.
PUTNAM, H.: Razón, verdad e historia, Madrid, Tecnos, 1981.

23 Ibíd., 213.
24 Id., “Las mil caras del realismo”, Ed. cit., p. 151.

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Núm. 3 (2005): 141-152

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