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216 Cristine Moline Petit Behval, L, «Racionalismo, Empirismo, Iustraciém, en Historia de le filsofta, vol. 6 Siglo XX, Madeid 1978, Benhabib, S. y Cornell, D. (eds), Teonis feminists y teoriaortic, Alfons el Magoanim, Valencia 1996, Clark, L. y Lange, L (eds), The Sexiom of Socal and Political Theory, University of Toronto Press, Toronto 1979. Condorcet, de Gouges, de Lambert, en A. H. Paleo (ed), La Tlusracin olvidede, Amhropos, Barce ona 1993, Diuhet, PM, Las mujeres y la Revolucién (1789-1794), Peninsula, Barcelons 1974 Eisenstein, Z, The Radical Future of Liberal Femi- nism, Logmas, Nueva York 1981 Ginzo, A, La Ilustraciin francesa entre Voltaire Rousseau, Cincel, Madeid 1985 Kant, L, «Qué es lustracién» en Filosofie de la bisto- ria FCE, Madeid 1985. Molina, C., Dicléctice feminista de ls Iustracén, ‘Anthropos, Barcelona 1994 Feminismos ‘Ana de Miguel Que el feminismo ha existido siempre pue- de afirmarse en diferentes sentidos. En el sen- tido mis amplio del término, siempre que las mujeres, individual o colectivamente, se han guejado de su injusto y amargo destino bajo el atriarcado y han reivindicado una situacién diferente, una vida mejor. Sin embargo, en este libro abordamos el feminismo de una forma mis especifica: trataremos los distintos mo- mentos histéricos en que las mujeres han Ile- gado a articular, tanto en la teoria como en la préctica, un conjunto coherente de reivindica- ciones y se han organizado para conseguirlas En este recorrido histérico por Ia historia del movimiento feminista dividiremos la expo- sicién en tres grandes bloques: el feminismo premoderno, en que se recogen las primeras manifestaciones de «polémicas feministas»; el {feminismo moderno, que arranca con la obra de Poulain de la Barre y los movimientos de mujeres y feministas de la Revolucion france- sa, para resurgir con fuerza en los grandes mo- vimientos sociales del siglo XIX, y, por tiltimo, el feminismo contemporanco, en que se analiza ‘Como ponen de relieve las recientes historiae delat mujeres, éstas han tenido casi siempre un importante pro= taganisma en las revaelear y movimientor sociale’ Sia ‘embargo, si lz parscipacion de las mujeres no e= cons. flee dela disciminacin serial, no puede consderare 218/ Ana de Miguel el neofeminismo de los aftos sesenta-setenta y las tltimas tendencias. 1. Feminismo premoderno El proceso de recuperacién histérica de la memoria feminista no ha hecho més que co- ‘menzar. Cada dfa que pasa, las investigaciones aiiaden nombres nuevos a la genealogia del fe- ‘minismo, y aparecen nuevos datos en torno a la larga lucha por la igualdad sexual. En gene- ral puede afirmarse que ha sido en los perio- dos de ilustracién y en los momentos de tran- sicién hacia formas sociales mas justas y liberadoras cuando ha surgido con més fuerza la polémica ferinista. Es posible rastrear signos de esta polémica en los mismos principios de nuestro pasado clisico. La Ilustracién sofistica produjo el pensamiento de la igualdad entre los sexos, aunque, como sefiala Valeércel, ha sobrevivido mucho mejor la reaccién patriarcal que gener6: «las chanzas bifrontes de Aristéfanes, la Politi- ca de Aristételes, la recogida de Platon» *. Con tan ilustres precedentes, la historia occidental fue ‘ejendo minuciosamente —desde la reli- gi6n, la ley y la ciencia~ el discurso y la practi- a que afirmaba la inferiovidad de la tmuyerres~ pecto al vardn. Disenrsa que parecia dividir en dos la especie humana: dos cuerpos, dos razo- nes, dos morales, dos leyes. El Renacimiento trajo consigo un nuevo paradigma humano, el de autonomia, pero no se extendié a las mujeres. El solapamiento de Jo humano con los varones permite la aparien- cia de universalidad del «ideal de hombre re~ nacentista». Sin embargo el culto renacentista a la gracia, la belleza, el ingenio y la inteligen- cia sf tuvo alguna consecuencia para las muje~ TA. Valeércel, «cB el ferinismo una teoria politi- a», Desde el feminismo, n.1 (1986) 7. Pe Femisimos (239 res. La importancia de la educacién generé numerosos tratados pedagégicos y abrié un debate sobre la naturaleza y deberes de los sexos. Un importante precedente y un hito en la polémica feminista habia sido la obra de Chri tine de Pisan, La ciudad de las damas (1405). Pi- san_ataca el discurso de la inferioridad de las mujeres y ofrece una alternativa a su situacién. Pero como certeramente indica Alicia H. Pu- Jeo, no hay que confundir estas obras reivindi- cativas con un género apologético también cultivado en el Renacimiento y destinado a agradar a las damas mecenas. Este género utili- za.un discurso de la excelencia en que elogia la superioridad de las mujeres ~«el vicio es mas- culino, la virvud femenina»— y confecciona ca- télogos de mujeres excepcionales. Asi por ejemplo el tratado que Agrippa de Nettesheim dedica ala regente de los Passes Bajos en 1510, De nobilitate et praecellentia foeminei sexus * A pesar de las diferencias entre los tratados, habra que esperar al siglo XVII para la formu- lacién de la igualdad. La cultura y la educacién eran entonees un. bien demasiado escaso y, Idgicamente, fueron de otra indole las acciones que involueraron a més mujeres y provocaron mayor represién: la relacién de las mujeres con numerosas herejfas como las milenaristas. Guillermine de Bohe- mia, a fines del siglo XIII, afirmaba que la re- dencién de Cristo no habia aleanzado a la mu jes; y que Eva atin no habia sido salvada. Cre6 wo Si Rb aioe als Rema wasn Spel Ne cl) Hamre face pains emg mon sig act ae eS ae oe “CE ALH. Paleo, ¢, 43-44 220/ Ana de Miguel una iglesia de mujeres a la que acudian tanto mujeres del pueblo como burguesas y aristé- cratas. La secta fue denunciada por la inquisi- cién a comienzos del siglo XIV. Aunque las posiciones de las doctrinas heréticas sobre la ‘naturaleza y la posicién de la mujer eran muy confusas, les conferfan una dignidad y un esca~ pe emocional e intelectual que dificilmente po- dian encontrar en otro espacio ptblico *. El movimiento de renovaci6n religiosa que fue la Reforma protestante significé la posibilidad de tun cambio en el estado de la polémica. Al afir- mar la primacfa de la conciencia-individuo y el sacerdocio universal de todos los verdadéros creyentes frente a la relacién jerarquica con Dios, abria de par en par las puertas al interro- gante femenino: zpor qué nosotras no? Para- déjicamente, el protestantismo acabé reforzan- do la autoridad patriarcal, ya que se necesitaba un sustituto para la debilitada autoridad del sa- cerdote y del rey. Por mucho que la Reforma supusiese una mayor dignificacion del papel de la mujer-esposa-companera, el padre se con- vertia en el nuevo e inapelable intérprete de las Escrituras, dios-rey del hogar. Sin embargo, y como ya sucediera con las herejias medievales y renacentistas, la propia l6gica de estas vesis llev6 ala formacién de grupos mas radicales, Especialmente en Inglaterra, la pujanza del movimiento puritano, ya a mediados del XVII, dio lugar a algunas sectas que, como los cud” queros, desafiaron claramente la prohibicion del apéstol Pablo. Estas sectas incluyeron a las mujeres como predicadoras y admitian que el espiritu pudiese expresarse a través de ellas. Al- guinas mujeres encontraron una interesante via para desplegar su individualidad: «El espiritu podia inducir a una mujer al celibato, o a desa~ TS. Rowbotham, Feminismo y Revolucién, Debate, Madrid 1978, 15-26. Feminionos 21 fiar el derecho de su marido a gobernar la con- ciencia de ella, o bien indicarle donde debia rendir culto. Los espiritus tenfan poca consi- deracién por el respeto debido al patriarcado terrenal; s6lo reconocian el poder de Dios» * Entonees se las acus6 de pactar con el demo- nio. Las frecuentes acusaciones de brujeria contra las mujeres individualistas a lo largo de estos siglos, y su consiguiente quema, fue el justo contrapeso , los dos en Actas del serinera 85-104 Sustesiscobre a rebeién entre feminism e lawacion erin sinetzadas tn cE feminiomor sande no trantade de fuente, Teegordan 1 (1990) 139-190, vege también Tasracon de (Celine Molina en esta mista obra ™ Algunos de estos cusdernos estén traducidos en la 224 / Ana de Miguel ‘Tres meses después de la toma de la Basti- Ila, las mujeres parisinas protagonizaron la ‘crucial marcha hacia Versalles, y trasladaron al rey a Paris, donde le seria més dificil evadir los graves problemas del pueblo. Como comenta Paule-Marie Duhet en su obra Las mujeres la Revolucién, na vez que las mujeres habian sentado el precedente de iniciar un movimien- to popular armado, no iban a cejar en su afan de no ser retiradas de la vida politica ®. Pronto se formaron clubes de mujeres, en los que plasmaron efectivamente su voluntad de parti- cipacién. Uno de los mas importantes y radi- cales fue el dirigido por Claire Lecombe y Pauline Léon: la Société Républicaine Révolu- tionnaire. Impulsadas por su auténtico prota- gonismo y el reconocimiento pblico del mis- mo, otras mujeres como Théroigne de Méricourt no dudaron en defender y ejercer el derecho a formar parte del ejército. Sin embargo, pronto se comprobé que una cosa era que la Reptiblica agradeciese y conde- corase a las mujeres por los servicios prestados y otta que estuviese dispuesta a reconocerles otra funcién que la de madres y esposas (de los ciudadanos). En consecuencia, fue desesti- mada la peticién de Condorcet de que la nueva Repiiblica educase igualmente a las mujeres y los varones, y la misma suerte corrié uno de los mejores alegatos feministas de la época, su escrito de 1790, Sobre la admision de las muje- res al derecho de ciudadania Seguramente uno de los momentos més lé- cidos en la paulatina toma de conciencia femi~ nista de las mujeres est en la Declaracion de antologia Le Ilustracién olvideda, realizada por A. H. Paleo, Anthropos, Barcelona 1993. Tambien de esta mis ‘ma autora, «Una crstalizacion politico-social de los idea Jes iustrados: Ine "Cahiers se doléanco™ de 17896, on Cy Amords (coord), Actas del seminario. 147-193. " B.M. Duhet, Las mujeres la Revolucién (1789- 1794), Peninsula, Barcelona 1974, #4 Feminismos | 25 derechos de la mujer y la ciudadana, en 1791 Su autora fue Olympe de Gouges, una mujer del pueblo y de tendencias politicas modera- das, que dedicé la declaraci6n a la reina Maria Antonieta, con quien finalmente compartiria ‘un mismo destino bajo la guillotina. Este es su veredicto sobre el hombre: «Extrafio, ciego, hinchado de ciencias y degenerado, en este si- glo de luces y de sagacidad, en Ia ignorancia ‘ms crasa, quiere mandar como un déspota so- bre un sexo que recibi6 todas las facultades in- telectuales y pretende gozar de la revolucién y reclamar sus derechos a la igualdad, para de- cirlo de una vez por todas» ". En 1792, la in- glesa Mary Wollstonecraft redactara en pocas semanas la célebre Vindicacién de los derechos de la mujer. Las mujeres habfan comenzado exponiendo sus reivindicaciones en los cua- demos de quejas y terminan afirmando orgu- Hosamente sus derechos. La transformacion respecto a los siglos anteriores, como acerta- damente ha sintetizado Fraisse, significa el pa- so del gesto individual al movimiento colecti- vo: la querella es Hevada a la plaza publica y toma la forma de un debate democritico: se convierte por vez primera de forma explicita en una cuestién politica ®. Sin embargo, la Revolucién francesa supu- so una amarga, y seguramente inesperada, de- rrota para el feminismo. Los clubes de mujeres fueron cerrados por los jacobinos en 1793, y en 1794 se prohibié explicitamente la presen~ cia de mujeres en cualquier tipo de actividad politica, Vas que se habian significado en eu participacién politica, fuese cual fuese su ads- cripcién ideol6gica, compartieron el mismo fi- nal: Ia guillotina o el exilio. Las més liigubres 0, de Gouges, «Los derechos de la mujer», en A. HL. Paleo (ed), La llustracion olvideda, 15. 9G. Fraisse,0.¢, 191, 226 ) Ana de Miguel predicciones se habjan cumplido ampliamente: las mujeres no podfan subir a la tribuna, pero si al cadalso. gCudl era su falta? La prensa re~ volucionaria de la época lo explica muy clara mente: habian transgredido las leyes de la na- turaleza abjurando de su destino de madres y esposas, queriendo ser *, Finalmente llegé la separacién, y el nom- bre de feminismo radical pas6 a designar tni- camente a los grupos y las posiciones teéricas de las «feministas». 4) Feminismo radical El feminismo radical norteamericano se desarrollé entre los aiios 1967 y 1975, y a pe- sar de la rica heterogeneidad tedrica y préctica de los grupos en que se organiz6, parte de unos planteamientos comunes. Respecto a los fundamentos te6ricos, hay que citar dos obras fundamentales: Politica sexual de Kate Millet y La dialéctica de la sexualidad de Sulamith Fi- restone, publicadas en el afio 1970. Armadas FOG, 4. 242/ Ana de Miguel de las herramientas teéricas del marxismo, el psicoandlisis y el anticolonialismo, estas obras acufiaron conceptos fundamentales para el anilisis feminista como el de patriarcado, gé- nero y casta sexual. El patriarcado se define como un sistema de dominacién sexual que se concibe, ademés, como el sistema bisico de dominacién sobre el que se levantan el resto de las dominaciones, como la de clase y raza. El género expresa la construccién social de la feminidad y Ja casta sexual alude a la comin experiencia de opresién vivida por todas las mujeres ». Las radicales identificaron como centros de la dominacién patriarcal esferas de Ia vida que hasta entonces se consideraban , pa- 1a propiciar «la reinterpretacién politica de la sropia vida» y poner las bases para su trans- formacién. Con la autoconciencia también se pretendia que las mujeres de los grupos se convirtieran en las auténticas expertas en sty opresidn: estaban construyendo la teoria desde Ja experiencia personal y no desde el filtro de ideologias previas. Otra funcién importante de estos grupos fue la de contribuir a la revalori- zaci6n de la palabra y las experiencias de un colectivo sisteméticamenteinferirizado y bu millado a lo largo de la historia. Asi lo ha se- Aalado Valcércel comentando algunas de las obras clésicas del feminismo: «el movimiento feminista debe tanto a estas obras escritas co- ‘mo a una singular organizacin: los grupos de encuentro, en que sdlo mujeres desgranaban, turbada y parsimoniosamente, semana a sema- na, la serie de sus humillaciones, que intentan comprender como parte de una estructura teo- tizable» *. Sin embargo los diferentes grupos de radicales variaban en su apreciacién de esta estrategia. Segtin la durisima apreciacién de Mehrhof, miembro de las Redstockings (1969): «la autoconciencia tiene la habilidad de organizar gran mimero de mujeres, pero de organizarlas para nada» ”. Hubo acalorados debates internos, y finalmente autoconciencia~ activismo se configuraron como opciones opuestas. El activismo de los grupos radicales fue, en més de un sentido, espectacular. Espectacula- res por multitudinarias fueron las manifesta- BA, Valedtcel, Sexo y flor 1 1991, 45. *A.Echols, 0. ¢, 140. Anthropos, Bareelo- 244 / Ana de Miguel ciones y marchas de mujeres, pero atin més lo eran los hicidos actos de protesta y sabotaje que ponfan en evidencia el caracter de objeto y mercancia de la mujer en el patriarcado. Con actos como la quema piblica de sujetadores y corsés, el sabotaje de comisiones de expertos sobre el aborto formadas por jcatorce varones Y una mujer (monja)!, o la simbélica negativa de la carismatica Ti-Grace Atkinson a dejarse fotografiar en puiblico al lado de un varén, las radicales consiguieron que la voz del ferminis- ‘mo entrase en todos y cada uno de los ya no tan tranquilos hogares americanos. Otras acti- vidades no tan espectaculares, pero de conse- cuencias enormemente beneficiosas para las mujeres, fueron la creacién de centros alterna- tivos de ayuda y autoayuda. Las feministas no s6lo crearon espacios propios para estudiar y organizarse, sino que desarrollren una salud y ginecologia no patriarcales, animando a las ‘mujeres 2 conocer su propio cuerpo. También se fundaron guarderfas, centros para mujeres maltratadas, centros de defensa personal y un largo etcétera. Tal y como se desprende de los grupos de autoconciencia, otra caracteristica comin de los grupos radicales fue el exigente impulso igualitarista y antijerarquico: ninguna mujer esté por encima de otra. En realidad, las lide- res estaban mal vistas, y una de las constantes organizativas era poner reglas que evitasen el predominio de las més dotadas 0 preparadas. Asi es frecuente escuchar a las lideres del mo- vimiento, que sin duda existian, 0 a quienes eventualmente actuaban como portavoces, «pedir perdén a nuestras hermanas por hablar por ellas», Esta forma de entender la igualdad trajo muchos problemas 2 los grupos: uno de os més importantes fue el problema de admi- sign de las nucvas militantes. Las nuevas terifan que aceptar la linea ideol6gica y estratégica del grupo, pero una vez dentro ya podian, y de he- Feminism 245 cho asf lo hacian frecuentemente, comenzar a cuestionar el manifiesto fundacional, El resul- tado era un estado de permanente debate in- terno, enriquecedor para las nuevas, pero tre- mendamente cansino para Jas veteranas. El igualitarismo se traducia en que mujeres sin la ‘més minima experiencia politica y recién llega- das al feminismo se encontraban en la situa- cién de poder criticar duramente por auna lider con la experiencia militante y la po- tencia teérica de Sulamith Firestone. Incluso se llegé a recelar de las teéricas sospechando que instrumentaban el movimiento para ha- cerse famosas. El caso es que la mayor parte de las Ifderes fueron expulsadas de los grupos que habjan fundado. Jo Freeman supo reflejar esta experiencia personal en su obra La tirania de 1a falta de estructuras”. Echols ha sefialado esta negacién de la di- versidad de las mujeres como una de las causas del declive del feminismo radical. La tesis de la hermandad 0 sororidad de todas las mujeres unidas por una experiencia comin también se vio amenazada por la polémica aparicién den- tro de los grupos de la cuestién de la clase y del lesbianismo. Pero, en iltima instancia, fue~ ron las agénicas disensiones internas, mas el l6gico desgaste de un movimiento de estas ca- racteristicas, lo que trajo a mediados de los se- tenta el fin del activismo del feminismo radi- al. €) Feminismo y socialismo: la nueva alianza Tal y como hemos observado, el feminis- ‘mo iba decantindose como la lucha contra el patriarcado, un sistema de dominacién sexual, ¥ el socialismo como la lucha contra el sistema Freeman, Le tne de eft de enracares, Fore Fells Femina Maa 246/ Ana de Miguel capitalista o de clases. Sin embargo, numerosas ‘obras de la década de los setenta declaran ser intentos de conciliar tedricamente feminismo y socialismo y defienden la complementariedad de sus anilisis. Asi lo hicieron, entre otras mu- chas, Seyla Rowbotham, Roberta Hamilton, Zillah Eisenstein y Juliet Michell. Las feminis- tas socialistas han ilegado a reconocer que las categorias analiticas del marxismo son , en]. Astelarra (coord), Pavticipacion politica de las mjere, Siglo XXT, Madrid 1990, 95-96. Feinismos | 247 Nota aparte merece el Partido Feminista, ya que no encaja en ninguna de las tendencias examinadas hasta ahora. Este partido estuvo muy influido por la te6rica francesa Christine Delphy, la autora de Por un feminismo mate- rialista y El enemigo principal. Su propuesta es un feminismo radical que interpreta con el aparato conceptual marxista la explotacién de la mujer en . Raquel Os- bome ha sintetizado algunas de las caracteris- ticas que se atribuyen a un principio y otro. Los hombres representan la cultura, las muje~ res la naturaleza. Ser naturaleza y poseer la ca~ pacidad de ser madres comporta la posesién de las cualidades positivas, que inclinan en ex- clusiva a las mujeres a la salvacién del planeta, ya que son moralmente superiores a los varo- nes, La sexualidad masculina es agresiva y po- tencialmente letal la femenina difusa, ern 9 orientada a las relaciones interpersonales. Por ‘iltimo, se deriva la opresion de la mujer de la supresion de la esencia femenina. De todo ello se concluye la politica de acentuar las diferen- cias entre los sexos, se condena la heterosexua- lidad por su connivencia con el mundo mascu- lino y se acude al lesbianismo como tinica alternativa de no contaminacién ”. Esta visién netamente dicotémica de las naturalezas hu- manas ha cuajado en otros movimientos como el ecofeminismo de Mary Daly y el surgimien- to de un polémico frente antipornografia y an- tiprostitucion. + Feminismo francés de la diferencia El feminismo francés de la diferencia parte de la constatacién de la mujer como lo absolu- * Sin embargo, es preciso sefalar que algunas de las feminists consideradas culturales, como cs el caso de Kathleen Barry, no se sienten en absoluco identicadss con la euquets de feminism cultura!» se consilersn > ‘minister sacle *R Osborne, La construction sexual dela realidad, Catedra, Madd 1593, 41 Feminismos 1249 tamente otro. Instalado en dicha otredad, pero tomando prestada la herramienta del psicoand- lisis, utiliza la exploracién del inconsciente co- mo medio priviegiado de reconstruccién de una identidad propia, exclusivamente femeni- na. Entre sus representantes destacan Annie Leclerc, Héléne Cixous y, sobre todo, Luce Irigaray. Su estilo, realmente eriptico si no se posee determinada formacién filoséfica, o in- cluso determinadas claves culturales especifi- camente francesas, no debe hacernos pensar en un movimiento sin incidencia alguna en la prdctica. El grupo «Psychanalyse et Politique» surgi6 en los setenta y es un referente ineludi- ble del fersinismo francés. Desde el mismo se criticaba duramente al feminismo igualitario por considerar que es reformista, asimila las mujeres alos varones y, en titima instancia, no logra salir del paradigma de dominacién mas- cline, Sus partidariss protagonizaron dures enfrentamientos con el *, EER. M, Rodrigues,

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