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Los tónicos
de la voluntad
Al tomar la pluma para redactar el artículo científico, consideremos que podrá leernos
algún sabio ilustre, cuyas ocupaciones no le consienten perder el tiempo en releer cosas
sabidas o meras disertaciones retóricas. De este pecado capital adolecen, por desgracia,
muchas de nuestras oraciones académicas; numerosas tesis de doctorados, y aun no
pocos artículos de nuestras revistas profesionales, parecen hechos no con ánimo de
aportar luz a un asunto, sino de lucir la facundia y salir de cualquier modo, y cuanto más
tarde mejor (porque, eso sí, lo que no va en doctrina va en «latitud»), del arduo
compromiso de escribir, sin haberse tomado el trabajo de pensar. Nótese cuánto
abundan los discursos encabezados con estos títulos, que parecen inventados por la
pereza misma: «Idea general de... en introducción al estudio de...», «Consideraciones
generales acerca de...», «Juicio critico de las teorías de...», «Importancia de la ciencia
tal o cual...», títulos que dan al escritor la incomparable ventaja de esquivar la consulta
bibliográfica, despachándose a su gusto en la materia, sin obligarse a tratar a fondo y
seriamente cosa alguna. Con lo cual no pretendernos rebajar el mérito de algunos
trabajos perfectamente concebidos y redactados que, de tarde en tarde ven la luz con los
consabidos o parecidos enunciados.
Asegurémonos, pues, merced a la investigación bibliográfica cuidadosa, de la
originalidad del hecho o idea que deseamos exponer, y guardémonos además de dar a
luz prematuramente el fruto de la observación. Cuando nuestro pensamiento fluctúa
todavía entre conclusiones diversas y no tenemos plena conciencia de haber dado en el
blanco, ello es señal de haber abandonado harto temprano el laboratorio. Conducta
prudente será volver a él y esperar a que, bajo el influjo de nuevas observaciones,
acaben de cristalizar nuestras ideas.