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Santiago Ramón y Cajal, Reglas y consejos sobre investigación científica.

Los tónicos
de la voluntad

Míster Billings, sabio bibliotecario de Washington, agobiado por la tarea de clasificar


miles de folletos, en donde, con diverso estilo, dábanse a conocer casi los mismos
hechos, o se exponían verdades ya de antiguo sabidas, aconsejaba a los publicistas
científicos la sumisión a las siguientes reglas: primera, tener algo nuevo que decir;
segunda, decirlo; tercera, callarse en cuanto queda dicho, y cuarta, dar a la publicación
título y orden adecuados.

He aquí un recuerdo que no creemos inútil en España, país clásico de la hipérbole y de


la dilución aparatosa. En efecto: lo primero que se necesita para tratar de asuntos
científicos, cuando no nos impulsa la misión de la enseñanza, es tener alguna
observación nueva o ideal útil que comunicar a los demás. Nada más ridículo que la
pretensión de escribir sin poder aportar a la cuestión ningún positivo esclarecimiento,
sin otro estímulo que lucir imaginación calenturienta o hacer gala de erudición
pedantesca con datos tomados de segunda o tercera mano.

Al tomar la pluma para redactar el artículo científico, consideremos que podrá leernos
algún sabio ilustre, cuyas ocupaciones no le consienten perder el tiempo en releer cosas
sabidas o meras disertaciones retóricas. De este pecado capital adolecen, por desgracia,
muchas de nuestras oraciones académicas; numerosas tesis de doctorados, y aun no
pocos artículos de nuestras revistas profesionales, parecen hechos no con ánimo de
aportar luz a un asunto, sino de lucir la facundia y salir de cualquier modo, y cuanto más
tarde mejor (porque, eso sí, lo que no va en doctrina va en «latitud»), del arduo
compromiso de escribir, sin haberse tomado el trabajo de pensar. Nótese cuánto
abundan los discursos encabezados con estos títulos, que parecen inventados por la
pereza misma: «Idea general de... en introducción al estudio de...», «Consideraciones
generales acerca de...», «Juicio critico de las teorías de...», «Importancia de la ciencia
tal o cual...», títulos que dan al escritor la incomparable ventaja de esquivar la consulta
bibliográfica, despachándose a su gusto en la materia, sin obligarse a tratar a fondo y
seriamente cosa alguna. Con lo cual no pretendernos rebajar el mérito de algunos
trabajos perfectamente concebidos y redactados que, de tarde en tarde ven la luz con los
consabidos o parecidos enunciados.
Asegurémonos, pues, merced a la investigación bibliográfica cuidadosa, de la
originalidad del hecho o idea que deseamos exponer, y guardémonos además de dar a
luz prematuramente el fruto de la observación. Cuando nuestro pensamiento fluctúa
todavía entre conclusiones diversas y no tenemos plena conciencia de haber dado en el
blanco, ello es señal de haber abandonado harto temprano el laboratorio. Conducta
prudente será volver a él y esperar a que, bajo el influjo de nuevas observaciones,
acaben de cristalizar nuestras ideas.

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