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Horace Freeland Judson Anatomia del fraude cientifico Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacién escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccién total © parcial de esta obra por cualquier medio © procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informitico, y la distribucién de ejemplares de ella mediante alquiler 0 préstamo piblicos. ‘Titulo original: The Great Betrayal Fraud in Science Disefio de la cubierta: Joan Batallé Ilustracién de la cubierta: © William Westheimer/CORBIS Realizacién: Atona, 8. L. © Horace Freeland Judson, 2004 Published by arrangement with Harcourt, Inc. © 2006 de la traduccién castellana para Espaiia y América: Critica, S. L., Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona E-mail: editorial @ed-critica.es hutpv/www.ed-criticaes ISBN: 84-843 Depésito legal: M 13 Impreso en Espaiia 2006, — BROSMAC, S. L., Poligono Industrial 1, Calle C, Méstoles (Madrid) 18 Anatomia del fraude cientifico modo catastrofico, las capas externas del planeta cautivé a los cientf- ficos de todo el mundo y ocupé, una semana tras otra, las portadas de los periédicos de todos los paises). El ejemplo reciente mas llamativo de la importancia de que gozan las imperfecciones en la investigacién biolégica lo constituye, claro est, el sindrome de inmunodeficiencia adquirida, o sida. El sistema inmunolé- gico es el mas intrincado después del nervioso, y se resiste de forma im- penitente a la comprensién de los cientificos. El virus de la inmunodefi- ciencia humana se halla en células que rigen una intersecci6n central de las vias que hacen funcionar el sistema. Una vez mas, tal como sucede con el cancer en relacién con la biologia celular, la lucha contra la en- fermedad exige un estudio fundamental, general, del sistema que esté perturbando. Y de nuevo, el defecto sirve para abrir una ventana. En resumidas cuentas: en el ambito cientifico, las deficiencias pue- den brindar el acceso a los procesos por ellas trastornados, procesos que, de otro modo, son de una escala desmesurada, complejos, rapidos e inaccesibles en extremo, 0 en los que la intervencién deliberada resulta imposible o muy poco ética. Llegados a este punto, conviene que nos de- tengamos a reflexionar. Todas estas caracteristicas describen la empresa de las ciencias a lo largo de la ultima mitad del siglo xx. Sin embargo, el fraude y otras formas similares de conducta censurable también son, Jin lugar a dudas, defectos en el proceso cientifico. La idea fundamental del presente libro es que el examen detallado de la naturaleza de éstos pue- de Ilevarnos al latido y el pulso de lo que son las ciencias y de lo que ha- cen los cientificos en el milenio que acabamos de comenzar. Desconocemos cual es la incidencia del fraude cientifico. Es pro- bable que quienes han estudiado todos estos problemas con mas deta- Ile y durante un tiempo mds prolongado hayan acabado por conven- cerse de que el comportamiento fraudulento est4 por demas extendido en el ambito de la investigacion. Hasta el momento, sin embargo, na- die ha expuesto método alguno que permita medirlo de un modo fia- ble. En consecuencia, no nos queda mds remedio que basarnos en lo que se ha bautizado como anecdata.* * De anecdotal («fundado en informes u observaciones poco cientificos») y data («datos»). (N. del t.) Prélogo 19 Al problema de la incidencia hay que sumar el de la definicién. {Qué es, exactamente, lo que queremos medir? La descripcién mas corriente responde a las iniciales IFP: invenci6n, falsificacién y plagio. Por inven- cién se entiende la adulteracién de datos en su totalidad; es lo que los bidlogos conocen como «trabajo de laboratorio en seco». Falsificar es manipular los datos obtenidos seleccionando sélo los resultados favora- bles, eliminando los que parecen contrarios a las conclusiones de un es- tudio concreto, presentando como significativos resultados que apenas sobrepasan los niveles de referencia, combinando lo mejor de dos expe- rimentos en lo que se hace ver que es slo uno o efectuando cualquiera de las demas permutaciones que pueda susurrar al ofdo del infractor el duendecillo de su perfidia. La definicién de plagio, por tiltimo, es mas amplia que la de la mera copia: se trata de la apropiacién indebida de la propiedad intelectual, el hurto de ideas, métodos y resultados de otro, y acaso también de su expresi6n, al publicarlos bajo el nombre de uno mis: mo. A juzgar por los casos que han salido a la luz, el robo de la propie- dad intelectual alcanza, en el 4mbito cientifico, una extensién propia de epidemia, y los conflictos que de él se derivan resultan, a menudo, devas- tadores para el cientifico que aspira al desagravio. Hasta hace muy poco, la definicién comin iba mas alla, pues a las tres citadas se afiadfa la si- guiente cldusula general: «o cualquier otra desviaci6n seria de las practi- cas aceptadas a la hora de proponer, obtener o publicar los resultados». Para algunos —entre otros, los mas de los abogados—,, la definicién peca de muy imprecisa. Muchos cientfficos, no obstante, la defienden por ser breve, facil de recordar y poco severa. Asimismo, son bastan- tes los que se han opuesto a la disposici6n relativa a «cualquier otra desviacién seria», que consideran vaga hasta extremos desconcertan- tes y, en consecuencia, peligrosa; si bien algunos reconocen que refle- ja la realidad de que la ciencia es un proceso colectivo, comunitario, ya se han puesto en marcha los dispositivos burocraticos pertinentes para excluirla de la legislacién federal. Los fallos pronunciados en las causas celebradas de forma reciente han dejado la definicién de mala conducta cientffica en una situaci6n mds confusa que nunca. Cabe pre- guntarse, por ejemplo, si existe un limite que diferencie el fraude de la negligencia, o dicho de otro modo, si para incurrir en el primero es ne- cesario que medie la intencién del infractor. 20 Anatomia del fraude cientifico Una cuesti6n esencial en lo tocante al problema de la mala con- ducta es la respuesta de las instituciones una vez estallan las acusacio- nes. De forma reiterada, el proceder de los cientificos acreditados y los gobernantes se ha convertido en el modelo mismo de cémo no se debe actuar. De hecho, éstos han tratado, por lo comin, de sofocar el incendio, protagonizando de este modo una reacci6n muy propia de este tipo de casos, cuyas raices se sustentan en la psicologia de grupo de los laboratorios y las instituciones que los amparan. Cabe mencio- nar, al hablar de esta respuesta, el trato que se dispensa a quien de- muestra ser lo bastante audaz para denunciar las irregularidades: el que hace sonar la alarma. Huelga decir que en los casos bien Ilevados el ptiblico ni siquiera llega a saber de la existencia del fraude. En cam- bio, no siempre puede hablarse de buena gestién con respecto a los que han salido a la luz: casi sin excepci6n —y esto puede aplicarse por igual a los ambitos industrial, gubernamental, ecle: ico, militar...—, a quienes tocan a rebato se les trata, aun cuando sus acusaciones estén justificadas, de un modo nada envidiable, a veces incluso brutal, que puede suponer la destruccién de sus carreras profesionales y el tras- torno de sus vidas. Luego llegamos a preguntas mas generales y basicas: si la ciencia puede corregirse a si misma —y en qué grado puede hacerlo—, aun cuando se haya Ilevado a cabo de un modo fraudulento un supuesto ha- llazgo, y si, de hecho, la comunidad cientifica puede ser aut6noma y regularse a si misma, libre de toda supervisi6n por parte de la burocra- cia y los legisladores del gobierno, por mas que sea éste la fuente de su financiacién. Las instituciones de autocorrecci6n coinciden en gran medida con las de autogobierno. Algunas tienen caracter formal, y —aunque la némina no esté completa— van desde la organizacién de la educacién y el aprendizaje de los cientificos —y toda una variedad de estructuras sociales de laboratorios, incluido el papel que represen- tan los investigadores mas jévenes— hasta los organismos guberna- mentales y las instituciones privadas encargados de las subvenciones, las practicas de las publicaciones en las que dan a luz los cientificos sus trabajos, las diversas asociaciones profesionales de investigadores de uno u otro dmbito o la Academia Nacional de Ciencias. Mas cercanos a la conducta, asi como a la sustancia, se encuentran Prélogo 21 los mecanismos especiales por los que los cientificos juzgan los tra- ja «evaluaci6n entre iguales» y el «arbitraje edi- torial». En un sentido estricto, el primero es el sistema por el que se nombra a un grupo anénimo de investigadores para que juzgue la ca- lidad de las solicitudes en el campo de las becas y demas medios de fi- nanciaci6n, y trate de colocar las mas meritorias segdn un orden de va- Ifa. Los trabajos propuestos se evaltian, en consecuencia, puestas las miras en el futuro. La valoracién retrospectiva, por su parte, esta liga- da al arbitraje —que, una vez mas, suele ser, casi siempre, un proceso anénimo— de las investigaciones que se envian a las diversas publi- caciones periédicas. En uno y otro caso, son cientificos quienes eva- Idan a los cientificos. Ambos son ejemplos de autogobierno en su for- ma mas desinteresada y pura —al menos, en un principio y durante décadas en la practica—, instituciones que se desarrollaron tras la se- gunda guerra mundial y sin las que la ciencia resulta inconcebible para la mayoria de los investigadores. Medio siglo después, sin embargo, la evaluaci6n entre iguales y el arbitraje editorial han comenzado a agonizar. Ambas practicas se en- cuentran en decadencia, a menudo son ineficaces y estan, en ciertos as- pectos, adulteradas, corruptas por la politica y demasiado sujetas a la tentaci6n del plagio. La segunda afronta, ademas, dificultades particu- lares, generadas por la descomunal proliferacién de publicaciones pe- riédicas y por la creciente intensidad de la competitividad entre cienti- ficos. Ha habido que esperar a mediados de la década de 1990 para que se desarrollase una prometedora alternativa con la evolucién de las pu- blicaciones electr6nicas, desarrollo que est4 adoptando formas muy di- versas y protagonizando una clara aceleracién. Sus efectos comienzan ya a notarse, y justifican el trillado adjetivo de revolucionario. Existen otras estructuras sociales que, a despecho de su aspecto in- formal, pueden resultar mas eficaces que el resto y tienen la potestad de mediar en las vidas e interacciones de los cientificos en todos los sentidos, sin excepcién de los mas formales. Entre ellas se incluye el entramado de juicios por las que los investigadores evaltan a otros in- tegrantes de sus comunidades, las jerarquias de respeto y considera- ci6n... o las de desconfianza. Las que més abarcan, no obstante, son los linajes cientificos. 22 Anatomia del fraude cientifico Porque la ciencia, a qué negarlo, tiene sus linajes. Saber con cual se ha formado uno, con quién ha aprendido, permitird a otros saber cual es su especialidad, su posible calidad y sus actitudes con respec- to al trabajo, a la organizacién colegial y a la competencia, asf como en lo tocante a la integridad de la ciencia en general. El poder de los linajes se hace manifiesto en toda coyuntura. Por encima de todo, es- tablecen los contextos de las practicas diarias y los ejemplos tacitos —siempre mas vinculantes que los preceptos— por los que los inves- tigadores mds jévenes se inician en la ciencia. Niels Bohr, Thomas Hunt Morgan, Ernest Rutherford, Max Delbriick, Lawrence Bragg, Linus Pauling, Arthur Kornberg, André Lwoff...: las grandes estirpes se conocen por el nombre de sus grandes mentores. Sin embargo, jun- to con su desarrollo y una especializacién cada vez mayor, los tiltimos afios han sido testigo de la depreciacién de los linajes, de la pérdida de valor que ha experimentado la figura del mentor. Mas profunda atin es la pregunta de si en la polémica relativa al proceder fraudulento, sea cual fuere su virulencia, pueden encuadrar- se los intereses de la ciencia, la comunidad cientifica o sus integrantes en nuestro concepto tradicional de culpabilidad o inocencia del indi- viduo. Para quienes se han educado en el Ambito de las tradiciones de la jurisprudencia angloamericana, las alternativas resultan poco me- nos que inconcebibles. Ni siquiera tenemos nombres con los que refe- rirnos a ellas, y sin embargo, otras culturas legales sf emplean siste- mas diferentes, sistemas que pueden adaptarse a las necesidades de las ciencias. Durante los tiltimos quince afios se han dado, cierto es, aires de cambios en determinados ambitos de la legislaci6n civil estadouni- dense: de hecho, s6lo en aquellos en los que las causas afectan a cues- tiones técnicas y cientificas de gran complejidad. Y todavia hay que escarbar mas hondo para llegar al inevitable fi- nal del crecimiento exponencial de las ciencias. Se trata de la doctrina de Malthus aplicada al mayor grupo de instituciones, la mayor empre- sa del intelecto y el espiritu humanos de que jamas tendremos noticia. La implacable transici6n a una situacién de estabilidad exige décadas de trabajo, asi como de condicionamiento, amenazas y sacudidas de todos y cada uno de los aspectos de la ciencia. Una cultura invadida por el fraude arémonos ahora a pensar en el fraude. Al dejar atrds el final del tl- timo siglo (jedad de oro, era de los magnates sin escripulos...?), nos hemos encontrado con que la imagen que tenemos de nosotros mismos y nuestra sociedad ha quedado alterada en ciertos aspectos nada gratos, siendo asi que nos hallamos bombardeados, saturados, aco- sados por el engafio. Los ejemplos se multiplican dia tras dia, semana tras semana, en instituciones sociales de muy diversa indole, pertene- cientes al mundo de las finanzas y la industria, las profesiones, las igle- sias, los deportes, los medios de comunicacién de masas, las ciencias... Ya no podemos seguir suponiendo que se trata de casos aislados que tienen lugar en el interior de sistemas que, en buena medida, tienen el poder de gobernarse y enmendarse a si mismos. No podemos seguir eludiendo la consideracién de las formas y los contextos en que se dan estos hechos fraudulentos. Pero por dénde empezar? Llegada la década de 1990, habfamos olvidado las lecciones de la historia. Tras mas de doce lustros del gran crac de 1929, apenas quedaba con vida nadie capaz de recordar los es- pectaculares afios veinte ni los escdndalos y fraudes financieros que habian visto la luz tras estallar la «burbuja». ;Quién reconoce, en nuestros dias, los nombres de la Shenandoah Corporation o la Blue Ridge Corporation, consorcios de inversién especulativa creados en 1928 y 1929 por Goldman Sachs, o la sociedad que erigié y dirigié de forma fraudulenta Samuel Insull, que en su apogeo, a final de la déca- 24 Anatomia del fraude cientifico da, posefa mas de quinientas centrales eléctricas en Estados Unidos y cuyo capital se valoraba en més de tres mil millones de délares de los de entonces? ;Quién se acuerda hoy de Howard Hopson o el sueco Ivar Kreuger, el rey de las cerillas, que especularon, de un modo ilegi- timo y a escala descomunal, con el dinero de otras gentes, o del Union Industrial Bank de Flint (Michigan), cuya direccién conspiré para malversar millones de délares con los que comerciar en el mercado? Y sin embargo, los personajes y entidades citados no son sino los mas conocidos de cuantos salieron a la luz a consecuencia del crac que los Hev6 a la ruina.! El autor inglés decimonénico Walter Bagehot, director de The Economist, escribié en 1873: «Toda gran crisis revela la especulacién excesiva de muchas empresas de las que nadie habia sospechado con anterioridad».’ Ignorantes de la historia, entramos en la estrepitosa dé- cada de 1990, que ahora reconocemos como un periodo de asombrosa exuberancia en los terrenos empresarial y comercial, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Los magnates de la industria y las finanzas, del derecho y la contabilidad, amasaron fortunas que supe- raban cualquier sentido de la avaricia, mas allé de cualquier necesidad, de los lujos mas extravagantes y aun de toda posibilidad de despilfa- rrarlas; fortunas de decenas, cientos e incluso miles de millones, en tanto que arrastraban, en su estela, a millones de agradecidos de me- nor importancia. Acto seguido, muchos de ellos adquirieron una triste celebridad de forma instanténea, de tal modo que sus nombres se han grabado en nuestra memoria de forma indeleble.’ Una de las compaiifas mds opu- lentas de todas fue la empresa tejana de energia Enron, predilecta en ‘Wall Street y considerada la quinta mayor de Estados Unidos, que se vio obligada a admitir una serie de practicas contables por las cuales se habjan excluido deudas colosales de sus balances, asf como a vol- ver a exponer los beneficios obtenidos entre 1997 y 2000, lo que hizo descender 1.250 millones de délares su valor contable.’ El 2 de di- ciembre de 2001, Enron se declaré en bancarrota. La suya fue, con dife- rencia, la mayor quiebra corporativa de la historia de la humanidad. Aquel insolente advenedizo, que pese a estar bien relacionado en lo politico apenas si podia ser considerado parte de lo mas selecto, podia

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