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El jardn tiene sombras ms profundas en el lado oeste, por donde hay rboles y

arbustos en todos los rincones donde llega la mirada. Al estar ah, se siente como las
gotas de roco caen y penetran en el vaco para luego fundirse con la tierra. Desde la
copa de los rboles, las hojas y las flores se marchitan y se esparcen por los aires, en un
baile interminable, hasta que caen en medio de la maleza.

Todo se desprende y todo cae. La fuerza que empuja hacia abajo todas las cosas es ms
fuerte que la vida que brota en el jardn. Yo tambin caigo. Mi cuerpo se desmorona a
cada paso, a cada movimiento y a cada sacudida que hago para liberarme del follaje y la
hojarasca.

Eso no es todo. Por momentos siento que la fragancia del jardn me invade como un
veneno que absorbe mis esperanzas. El olor a ruina y humedad me envuelve quitndome
el aliento. Por todo esto no quiero continuar.

S muy bien que debo ir ms all de esta espesura, por el norte, donde la luz penetra
suavemente entre las ramas y se dispersa sobre todas las cosas. En ese lugar todo es
eterno, nada cae, todo permanece continuamente en el tiempo. Pero no puedo continuar.
No quiero continuar.

Finalmente, en medio de la llovizna, yo tambin caigo entre la maleza. La fuerza que


me empuja es ms fuerte que mis ilusiones y mis deseos. Poco a poco las races de los
rboles se funden con mi cuerpo. Al principio me resisto, luego empiezo a ceder.
Cuando las races han cubierto todo mi cuerpo empiezo a creer que siempre fue mi
voluntad estar ah, en medio de las hojas y las flores marchitas.

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