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Tomamos para nuestra discusión y clase de hoy los siguientes textos de

referencia:

Transcurrida la cena pascual, el evangelista Mateo: "Y tomando la


copa, y habiendo dado gracias, se la dio, diciendo: Bebed de ella
todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que va a ser
derramada por muchos, para remisión de los pecados" (26:27-28).
De manera paralela, el evangelista Marcos nos narra ese mismo
momento clave del ministerio de Cristo así: “Luego tomó una copa, dio
gracias, y les dio: y bebieron de ella todos. Y les dijo: Esto es mi
sangre del pacto, que es derramada en favor de muchos" (14:23-24).
El evangelista Lucas, escribiendo su primera carta al excelentísimo
Teófilo --y así a la iglesia en general-- para instruirle sobre la vida de Cristo, dijo
lo siguiente tocante a este momento tan significativo en esas horas finales de
la obra terrenal de Cristo justo antes de su muerte "Esta copa es el nuevo
pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama." (22:20).

Asumo que todo verdadero cristiano ha escuchado estas palabras


inspiradas en estos tres Evangelios que, juntas, forman esta narración bíblica
tan descriptiva de lo que aconteció aquella noche cuando, apenas horas antes
de su crucifixión, Cristo entró en aquel salón comedor para participar,
junto a sus discípulos, de la cena de la pascua y salió, varias horas
después, habiendo participado y establecido lo que hoy conocemos
generalmente como la "Cena o Mesa del Señor", la "Santa Comunión",
etc. Fue ése el lugar y el momento histórico en que lo prefigurado por
tantos siglos --en la cena pascual y los sacrificios de animales-- se
manifestó en forma de figura por última vez dando así lugar --en
cuestión de breves horas-- al evento tan esperado: el sacrificio final y
perfecto del unigénito Hijo de Dios, siendo él tanto Sacerdote como el
Cordero verdadero.

Dicho de manera breve, resumida: La cena acontece según lo tradicional


de la ceremonia pascual. Luego, dos de los elementos (pan y vino) de dicha
cena son presentados por Cristo con la nueva simbología de su propio cuerpo y
sangre que dentro de poco se sacrificarían en la cruz. Al morir en la cruz,
Cristo sufrió el castigo impuesto bajo el rigor del pacto antiguo dado por Dios a
la vez que derramó su sangre que es el fundamento del nuevo pacto.
Podríamos decir que ese momento fue algo así como un puente
entre lo antiguo y lo nuevo, lo que estaba por terminar y lo que estaba
a punto de nacer. El pan y el vino de la cena pascual vinieron a ser el pan y
el vino ilustrativos de su cuerpo molido y su sangre del nuevo pacto. Así, en su
muerte de cruz, sufrió el castigo de la ley, cumpliendo y satisfaciéndola a la
vez que daba su sangre para establecer ese glorioso nuevo pacto entre él y su
Padre, siendo su iglesia la beneficiaria eterna de dicho pacto. No ocurrieron
dos eventos separados entre sí. Ambos ocurrieron en la misma cruz, a la
misma vez, en el mismo Salvador.
Las palabras "nuevo pacto" no son un detalle pequeño. Son
términos que identifican específicamente la naturaleza de la función de
esa sangre y su identificación innegable con el establecimiento de un
pacto que Dios llama nuevo, "es mediador de un mejor pacto,
establecido
sobre mejores promesas" (Hebreos 8:6).

Tal vez el lector se pregunte: “¿Por qué tanto énfasis en estas palabras,
si con claridad meridiana se ve que así lee el texto, y nadie va a negar que
aquí Cristo habla de un nuevo pacto en su sangre? Respondemos a tal
pregunta así: Es cierto que el texto es muy claro. No se pueden cerrar los ojos,
la mente y el corazón al hecho de que esas palabras están ahí. Sin embargo,
no sólo es posible sino una triste y trágica realidad, pues, en nuestros
tiempos existe un cuerpo de enseñanza y práctica evangélica que no
acepta estas palabras como descriptivas de un nuevo pacto que
literalmente sustituyó (tomó el lugar) y puso fin a un pacto llamado
viejo, o antiguo. Para entender porqué esto es algo tan serio y peligroso a la
fe de Cristo y una vida victoriosa en él, es necesario examinar con
detenimiento esa frase "nuevo pacto en su sangre" para poder
conocer porqué Cristo identificó aquí tan claramente el nuevo pacto y
cuál es su razón de ser y su relación, si alguna, a la iglesia de Cristo.
Veamos lo que dice Hebreos 8:6-13 (citaremos sólo parte): "...es
mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas (6). Porque
si aquel primero hubiera sido sin defecto, no se hubiera procurado lugar para el
segundo (7). ...vienen días en que concertaré con la casa de Israel y la casa de
Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los
tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto... (8). Al decir: Nuevo
pacto, ha dado por anticuado al primero; y lo que se da por anticuado y se
envejece, está próximo a desaparecer (13)."

"...nuevo pacto ha dado por anticuado


al primero..." Hebreos 8:13

Habiendo el verso 6 identificado a Cristo como el Mediador de un pacto


que es "mejor" (entiéndase el pacto en su sangre ilustrado en el vino de la
copa), lo que necesariamente establece un contraste con un pacto de
calidad inferior (inferior no en su contenido, ya que fue dado por Dios, sino
en su función limitada e incapacidad de producir vida espiritual por causa del
pecado inherente del hombre), el 13 identifica el nuevo pacto y lo
contrasta con un primer, anticuado y viejo pacto, que está por
desvanecerse. Los versos 8 al 11 de Hebreos 8, que no son otra cosa
que una cita directa del profeta Jeremías en el 31:31-34, establecen
más allá de toda duda que ese pacto anticuado, que "envejece" y
desaparece ante la entrada gloriosa del nuevo, es aquel pacto que
Dios "hizo con los padres cuando los tomó por la mano para sacarlos
de Egipto" (Heb. 8:9; Jer. 31:32)

Ya hemos dicho que en su contenido, a saber, el contenido textual o


hablado, no había nada que fuese inferior. Fue Dios quien dio ese pacto
a Israel a través de Moisés. Dios siempre ha sido el mismo; él no
cambia. Y todo lo que él requirió de Israel mediante ese pacto antiguo
(los Diez Mandamientos, las diez palabras en tablas de piedra) era
absolutamente santo, por lo que desobedecer cualesquiera de sus partes,
así su señal especificada y requerida en el cuarto mandamiento como los
demás mandamientos, fueran de índole dietética, moral, familiar, civil, de
salud, etc., era pecar contra Dios por la sencilla razón de que él les dio
sus leyes santas para que, a través de la obediencia a las mismas,
ellos le honrasen; "...subí al monte para recibir las tablas de piedra,
las tablas del pacto que Jehová hizo con vosotros..." (leer Deuteronomio
9:9-11,15: 10:8).
Aun el arca, en el cual Dios ordenó se colocaran las tablas de piedra o
tablas del pacto, era conocido como el "arca del pacto". ¿Por qué? Por la
sencilla razón de que en su interior estaban colocadas las piedras, o tablas del
pacto en las cuales estaban escritos los diez mandamientos, o palabras del
pacto mosaico. Allí dentro no estaba encerrada una tal llamada "ley eterna de
Dios". Pretender atribuirle a estos mandamientos un carácter contrario al de un
pacto establecido por Dios en el Sinaí y perpetuar la existencia de aquello a lo
cual Dios explícitamente le puso fin (en la muerte de Cristo en la cruz) no es
otra cosa que rechazar el testimonio de la Palabra de Dios al respecto y
sustituir en su lugar algo contrario a la revelación divina.
En lo que a la naturaleza espiritual del pacto antiguo se refiere,
Dios mismo nos enseña (leer Hebreos 10:1-4, 12). Pablo nos asegura, por
el Espíritu de Dios, que "la letra mata, mas el espíritu vivifica" (2Corintios
3:3-8). Un ministerio de muerte jamás podrá producir vida, gozo, paz y
santificación progresiva al cristiano, por más que se intente.

El sacerdocio, el sacrificio, la sangre... todo cuanto en ese ritual


ocurría, señalaba hacia Cristo. Recuerde cómo la sangre era esparcida
sobre el propiciatorio, colocado éste entre medio de las tablas de piedra en el
arca y la mirada de un Dios soberano y santo que no toleraba, ni aun tolera, el
pecado. Sólo esa sangre podía aplacar la ira de Dios. Así, sólo la
sangre de Cristo podía obrar reconciliación con Dios, abriendo el
camino a la comunión con él por toda la eternidad. Y esa sangre es su
sangre del nuevo pacto. En esto vemos la clara diferencia entre los
pactos. El antiguo, hecho con los hombres, no podía salvar por causa
del pecado; el nuevo, hecho entre el Hijo y su Padre, puede salvar
eternamente.

Es vital, para un entendimiento del nuevo pacto en la sangre de


Cristo, entender la naturaleza del pacto antiguo para así estar firme
ante la trampa del maligno que, tal como atacó a la iglesia en Galacia,
nos atacará a menudo, instándonos a sacrificar la verdadera libertad que hay
en Cristo en el altar de algún requerimiento mosaico, sea cual sea. Y, en el día
que vivimos, ese rudimento de la carne suele siempre ser la observación
ritualista del sábado (consonante con la rigidez y limitación impuesta tanto
por la legítima Ley Mosaica del pasado -vieja y ya desaparecida- y/o sus
aberraciones), mudado hoy día al "día del Señor" (domingo)... día que,
sin relación al pacto antiguo, tiene su precedente en el Nuevo Testamento. El
gran problema, sin embargo, no es sencillamente el hecho de que se
observe o no un día, sino lo que da lugar a tales requerimientos extra
bíblicos, a saber: el rechazo de que un pacto nuevo -aquel establecido
en su sangre- dio por terminado el viejo que sí requería dicha
observación.
Resumiendo lo que hasta aquí hemos visto, concluimos que el pacto
antiguo, que se da por caducado con el establecimiento del nuevo en
la sangre de Cristo, es precisamente el pacto establecido con Israel en
el Sinaí, a saber: el pacto mosaico, los Diez Mandamientos. Ese pacto
no fue modificado, mejorado ni cristianizado. Fue anulado. Su vigencia,
determinada por Dios, llegó a su final.
De hecho, si el pacto mosaico (los Diez Mandamientos, o más
bien, el pacto antiguo) no fue sustituido por uno nuevo y su vigencia
aun permanece, cualquier cambio o alteración a la misma conllevaría
el más severo castigo de Dios, pues dicha ley, o pacto, prohibía
cambio alguno, so pena de muerte; y, esa prohibición jamás fue
anulada con tal de abrir la ley del pacto a interpretación personal (o la
libertad de conciencia del creyente) en lo que a los diversos requerimientos
mosaicos respecta.
La verdad es que el pacto antiguo nunca ha sufrido cambio
alguno (y en esto, como en lo demás, descansamos en el testimonio bíblico);
las tablas de piedra no fueron modificadas para así contemporizarlas;
la Ley Mosaica jamás ha sido enmendada. O el pacto antiguo está
vigente y su rigor y condenación pesan contra nosotros o el pacto
nuevo en la sangre de Cristo dio por terminado el antiguo,
suplantándolo con sus mejores promesas que descansan en sangre
derramada de un Redentor eterno. Yo creo, predico y enseño, sin
temor alguno, que el pacto nuevo en la sangre de Cristo dio fin al
antiguo cuando en la cruz él murió bajo la condenación del mismo,
habiendo vivido la perfección que exigía y ganado para su iglesia la
justicia eterna que prometía.

No se crece en gracia bajo la dictadura en la conciencia de una ley ya


caducada. Esto es volver a ser sujetos al yugo de esclavitud (Gálatas 5:1). La
razón de ser de esa carta fue, específicamente, ayudar a despertar a esos
hermanos que, ya libres en la sangre de Cristo del nuevo pacto, caían
paulatinamente bajo las imposiciones de aquellos que, a la vez que aceptaban
el "evangelio de Cristo", los enyugaban nuevamente a la observación de días
(sábados), circuncisión y otros aspectos variados de la antigua Ley Mosaica
(Gálatas 4:9, 10).

Imponer tales mandamientos sobre la conciencia de un cristiano no es


sólo privarle de su libertad en Cristo y la dirección del Espíritu en su vida sino
colocarle dentro de una especie de "camisa de fuerza" legalista donde los
rigores de un pacto antiguo son impuestos a la fuerza sobre su conciencia, y
donde dicha imposición de parte de hombres -así sea bien intencionada- jamás
podrá producir y desarrollar el verdadero gozo de la salvación y libertad de
espíritu.

La libertad que tiene un cristiano ante el Señor, el disfrute del gozo de su


salvación, tanto en su vida privada como en la adoración colectiva en la
congregación de los santos, y el privilegio de servir y obedecerle por amor, en
vez del temor, no son meras casualidades o efectos secundarios de su relación
salvadora a Cristo. Son el producto natural, intencionado de la obra del
Espíritu en él o ella que descansa en el fundamento mismo de su salvación y
esperanza, a saber: el nuevo pacto en la sangre de Cristo. Y, no es esto un
mero concepto teológico; es la esencia misma de su vida en Cristo, imposible
de experimentar aparte de las provisiones en gracia de ese nuevo pacto.

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