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La Ciudad de Arena
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Capítulo uno
Capítulo 2
Capítulo 3
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La niña apenas tuvo tiempo de preguntarse lo que iba a hacer cuando sintió que el
peso del carro se aliviaba. Miró abajo hacia sus pies y vio el carro tambaleándose
verticalmente. La barra de hierro que estaba sobre sus piernas había estado clavada debajo
del carro, pero ahora estaba derecha, como si hubiera salido del suelo como una planta…
Aunque fue la propia barra la que había saltado y empujado al carro hacia un lado.
Desconcertada, miró hacia abajo para ver al chico arrodillándose a sus pies.
“Hmmm… Sólo te has arañado un poco, eso es todo. ¡Has tenido suerte!” El chico
volvió la vista hacia ella y sonrió, con el sol brillando en su cara. No reconocía ese rostro. No
era del pueblo.
“¿Quién eres?”
El chico apartó un mechón de pelo dorado de sus ojos y le tendió la mano. “Edward
Elric. ¡Encantado de conocerte!”
Él sonrió, y sus ojos plateados brillaron con el sol.
LOS HERMANOS por fin llegaron a la ciudad. Sólo les esperaban unas cuantas
casas en ruinas. Los alféizares y los cimientos eran del mismo marrón polvoriento que el
suelo sobre los que se asentaban los edificios. Al principio, Alphonse y Edward pensaron
que el lugar estaba abandonado, pero cuando llegaron al centro de la ciudad, notaron
actividad. Sonidos de voces y de rocas rompiéndose producían ecos entre los edificios.
Carteles de “Abierto” colgaban de las ventanas de las tiendas, y llegaron a ver artículos de
oro colgando de las paredes de dentro.
“Esperaba que este fuera el lugar”. Los ojos de Edward seguían a un carro ferroviario
que se movía lentamente. “Aquí se encontró muchísimo oro, pensaba que quizás… Pero
parece que en este lugar ya se ha agotado”.
“¿Crees que deberíamos irnos?”.
“No”. Los ojos de Edward brillaban con determinación. “Nos prometimos que
comprobaríamos cada pista, cada ‘y si…’ y cada ‘quizás…’ y eso es lo que vamos a hacer”.
Alphonse asintió. “Vale”.
“Pues muy bien”.
Se miraron el uno al otro y después se dirigieron a un edificio que había en mitad de
la plaza de la ciudad. Un letrero rezaba “TABERNA”. Había sido un viaje muy largo y
necesitaban un descanso.
La taberna tenía diez mesas. Algunos mineros sucios estaban dentro tomando café.
Los hermanos se sentaron, saludando con la cabeza a los que miraban.
“Mira, Al - ¡dibujos de artículos de oro!” Edward señaló unos garabatos de tinta
dibujados en las paredes. “Algún tipo rico debe tener los originales en alguna parte”.
“¡Wow!” exclamó Alphonse, sinceramente impresionado.
Los diseños eran elegantes y muy minuciosos. Edward imaginó que los objetos
acabados debían de ser obras de arte de valor incalculable. Aunque sólo había copias, era
suficiente para convencer a los viajeros de las habilidades de los artesanos de la ciudad.
“¡Whoa! ¡Fíjate en el precio! Ese… No, diez…” Edward se inclinó para ver de cerca
una de las fotos y analizó el precio de venta que había abajo. Despacio, contó los ‘ceros’
con sus dedos. “¡Cinco millones de sens! ¿¡En serio!?”.
Mientras su hermano contaba los precios, Alphonse examinaba los dibujos. Había
cuencos enormes finamente detallados y pequeñas mesas de patas cortas. ¡Y pensar que
cada una de aquellas líneas negras representaba oro sólido! Alphonse no deseaba tal
riqueza, pero los diseños eran exquisitos. Observó el más grande. Incluso sin ver el
producto final, se veía que era una obra maestra de artesanía.
“Supongo que siempre he considerado los artículos de oro como un capricho de la
gente lujosa”.
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“No”. Alphonse agitó la cabeza. Habían visto muchos carros mineros por el camino,
pero estaban por ahí tirados, oxidados.
Lemac se fue hacia la ventana, con un tarro de cristal con hierbas en su mano, y miró
hacia las minas. Ante la montaña destrozada había un extenso claro. Había mucha gente allí
agachada, recogiendo rocas de una pila y examinándolas con cuidado antes de tirarlas a un
lado.
“Podéis ver que no tenemos ni el suficiente oro ni los suficientes artículos para llenar
ni un solo carro de esos en estos días. Todas las vías hacia la estación están oxidadas.
Antes, podríais haber oído el sonido de los trenes y las explosiones y excavaciones todo el
día. La ciudad estaba llena de artesanos y los clientes venían para comprar sus obras. Era
un lugar muy excitante en el que vivir”. Las palabras salían arrastrándose de su boca, con
nostalgia.
“¿Se acabó el oro?”, preguntó Edward.
“Eso parece. Hay señales de una veta nueva un poco más abajo, pero casi toda la
gente se habrá ido antes de que la alcancemos. No se puede cultivar en rocas y arena”.
“Ajá”
Un silencio palpable inundó la taberna. Lemac agitó su mano como alejando las
ideas. “Bueno, he seguido entrenando mi brazo en la cocina para que haga juego con mi
brazo de orfebre. Me mantiene alejado de los problemas todo el día”.
Un cliente intervino, “Y mientras que tu cocina mejora, ¡encontraremos el oro!”.
“Así es”, añadió otro. “Y antes de encontrar ese oro, ¡la investigación del señor
Mugear será un éxito!”
“Eso espero…”
“¿Qué quieres decir con eso? ¡Sólo tenemos que tener paciencia! Quieres volver a
fabricar artículos de oro, ¿verdad?”
Edward había estado distraído admirando los dibujos de las paredes, pero ahora
empezó a poner la oreja.
“¿Quién es el señor Mugear?”
“El dueño de la mina. ¿Ves la mansión de ahí arriba? Es su casa”
En el lado de la montaña que tenía enfrente, Edward vio una larga pared con una
puerta enorme, firmemente cerrada.
“¡Es una casa enorme! ¡Debe haber hecho una fortuna!”
“El señor Mugear fue el primero en atreverse a hacer de la mina un negocio. Pero
ahora que ya no hay oro, está tan mal de dinero como nosotros. Las cosas volverán a ser
las mismas para todos si su investigación funciona, claro”.
“¿Investigación?” preguntó Edward, intentando parecer que no le importaba. No
quería parecer demasiado interesado, aunque la mera palabra “investigación” ya había
conseguido que su corazón se disparase.
“Dejó de buscar oro. ¡Ahora está buscando una forma de fabricarlo! ¡Tanto oro cómo
quiera! Está fabricando algún tipo de ‘Piedra Filosofal’ ”.
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“Vamos, vamos”, interrumpió Lemac, “hablar no solucionará las cosas. Tenemos que
mantenernos ocupados. Norris, has estado buscando un experto para que ayude a
encontrar esa veta de oro, ¿no? ¿Qué tal te va? ¡Tenemos que regresar a la mina! Delfino,
¿no te habían encargado un artículo de oro?”
Lemac se abrió camino a través de la sala, dando palmadas en las espaldas de la
gente. El hombre que habló al fin fue el que había criticado duramente a Belsio. “Tienes
razón”, dijo el hombre, levantándose de su asiento.
Lemac se giró hacia Edward. “Delfino es el mejor orfebre de la ciudad. Ha creado
algunas piezas más pequeñas que no son demasiado caras. Deberíais echarles un vistazo.
No hay mucho más que ver por aquí”
“Gracias”, dijo Edward, “pero lo que realmente me gustaría ver es el laboratorio del
Sr. Mugear”.
Lemac y los demás, la mayoría a punto de salir, se quedaron parados. Se rieron ante
el tono serio del chico.
“¡Apenas eres más mayor que mi hija!” dijo Lemac, alborotando el pelo de Edward.
¿De verdad te interesa la tontería esa de la Alquimia?”
Para Lemac, Edward sólo era un niño, y la Alquimia una ciencia imposible. Todas las
esperanzas de los ciudadanos pendían de ella, pero jamás habían soñado con entenderla.
“El laboratorio está prohibido. No se permite entrar a nadie” dijo uno de los hombres.
“Es la primera vez que veo a un crío interesado en Alquimia” añadió. “¿Tu padre te ha dado
permiso?”
Todos miraron a la armadura bronce de Alphonse, que estaba junto a Edward.
“¿Huh?”, farfulló Alphonse, sin pillarlo.
Edward le lanzó una mirada fulminante. Eso era nuevo. “¿¡Qué!?” Alphonse miró
ferozmente a su hermano.
“Lo siento” dijo Edward. Rió. “¡Sólo que es la primera vez que alguien te ha
confundido con mi padre!”
El insólito par compuesto por un chico bajito y una armadura gigante habían sido
confundidos con muchas cosas. Era normal asumir que el más alto, el de la armadura, era el
mayor de los dos. Y si no se presentaban como hermanos rápidamente, la gente empezaba
a sacar todo tipo de conclusiones. Les habían tomado por vagabundos viajeros, por un par
de legendarios granujas, por un chico de la realeza y su caballero guardián – pero nunca
antes por un padre y su hijo.
“¿No es tu padre?”, preguntó el hombre. Parecía sorprendido por la reacción de
Alphonse. Miró a Edward, que sonrió.
“Somos hermanos” dijo Edward, pronunciándolo con claridad.
“¿¡Hermanos!?”.
“¿¡En serio!?”.
“Es cierto”, dijo Alphonse. “En realidad nos parecemos”.
“Creo que vuestras voces sí que suenan parecidas”
“¡Perdón!”
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“No pasa nada”, dijo Alphonse, rechazando la disculpa con una de sus manos
acorazadas. “Ocurre todo el tiempo”.
“Bueno, ¡aún me siento mal por haber dicho que eras su padre!”, dijo el hombre
dándole una palmada a Alphonse en el hombro. “Seguramente has tenido de sobra con
preocuparte de vigilar a tu hermano pequeño, ¡para que encima te tomen por su padre!”
Un largo silencio.
Por fin Edward dijo – un poco bastante fuerte – “¡Es mi hermano pequeño!”.
La multitud volvió a sorprenderse.
No importa las veces que ocurriera, nunca fallaba en sacar a Edward de quicio.
Alphonse le miró de reojo y suspiró. Habiendo cometido un malentendido tras otro, los
ciudadanos no sabían que decir.
“¡Papá, estoy en casa!”. Una alegre voz cortó la tensión.
“¡Bienvenida, Elisa!” Lemac extendió los brazos y una niña se lanzó a ellos.
“Esta es mi hija, Elisa. Elisa, dile hola a nuestros invitados”
La chica se volvió. “¡Hola!”
Edward saludó con la mano, y los ojos de Elisa se agrandaron. “¡Hey, es ese
alquimista!” gritó. Una vez más, los ciudadanos se sorprendieron.
“¿Qué dices, Elisa?”
Elisa se giró hacia su padre, con los ojos brillantes. “Él tiró nuestra grúa, ¡pero
después la reparó con Alquimia!” Lo vi todo. Hubo un gran destello de luz. ¡Fue tan bonito!”
Lemac miró a Edward, era evidente que había desconfianza en sus ojos. “¿Eres
alquimista?”.
No era algo que Edward tuviera que ocultar, pero de repente empezó a dudar por si
revelaba demasiado. “En cierto modo, sí”.
“¿Por eso te interesa ese laboratorio?”
“Así es”, contestó Edward. Rápidamente, antes de que alguien lo dijera, añadió “Sé
que es difícil creer que alguien tan joven sea alquimista”. Le había hablado a la gente de sus
habilidades cientos de veces, pero la mayoría de los adultos no le habían creído. Pero sin
embargo, para su sorpresa, nadie en la taberna pareció dudar lo más mínimo. En vez de
eso, la esperanza brillaba en sus rostros.
“¿En serio? ¿Eres alquimista? ¡Entonces deberías ir ahora mismo al laboratorio del
Sr. Mugear!”
“¿Huh?” Edward se quedó pasmado por el repentino cambio de actitud.
“¡Puedes ayudarles a fabricar la Piedra! ¿Sabes cómo? Eso es genial, aunque no lo
sepas, ¡podrías guiarles por el buen camino!”
Los ciudadanos le estrechaban la mano a Edward.
“Pensar que eres capaz de usar la Alquimia a tu edad. ¡Aunque ya sabes lo que se
dice de las mentes jóvenes! ¡Deberías ir!”
“¡Por favor! ¡Por nosotros!”
Los hombres siguieron insistiendo para que fueran al laboratorio lo antes posible.
Ahora parecían respetarles.
“¿Y bien, Al? ¿Qué deberíamos hacer?”
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“Nos has hecho reír bastante, chaval”, dijo Lemac. Su voz se había vuelto fría de
repente. “Ahora dinos tu verdadero nombre”
Nadie creía a Edward. Lo repitió hasta que los ciudadanos parecían que habían
escuchado suficiente.
Lemac frunció el ceño, mirando a Edward como si fuera un niño cabezota. “Entiendo
que un crío quiera imitar a su héroe, pero esto va demasiado lejos. Si fueses más mayor, te
haría entrar en razón aquí y ahora”
Elisa miraba con tristeza a ambos hermanos.
“¡Pero que pasa con vosotros!” farfulló Edward.
Lemac ignoró su arrebato. “Mira, reflexionad un poco, y regresad cuando estéis listos
para decirnos vuestros verdaderos nombres”. Señaló hacia la puerta. Al no moverse, guió a
Edward y Alphonse fuera de la taberna, y lanzó a la calle la maleta, tras ellos.
“¡Ya te dije mi nombre! ¡Mi verdadero nombre! ¡Soy Edward Elric!”
“Y yo soy Alphonse Elric”, añadió Alphonse, sumiso.
Nadie los escuchó.
Una voz fluyó de la taberna. “¡Desde el principio sabía que había algo raro en esos
dos!”
“¿¡Qué!?” gritó Edward. “¿Pero qué mosca les ha picado? ¡No estamos mintiendo!
Soy Edward y este es Alphonse. ¡Es mi hermano! ¿Por qué no nos creéis?”
“Ed, ¡espera!” Alphonse sujetó a su hermano. Sabía que Edward se pondría a pelear,
y eso era lo último que quería.
“¡Suéltame, Al!”
“Espera”, repitió Alphonse. Se volvió a la pequeña multitud parada en la puerta de la
taberna. “Escuchad, todo esto es un malentendido. De verdad somos los hermanos Elric. Sé
que es difícil de creer, pero es la verdad”
Fue un noble esfuerzo, pero Edward agarró el brazo de Alphonse y lo empujó hacia
atrás. “Vamos, Al. No quiero seguir hablando con estos idiotas”
“¡Ed!”
“¿Qué esperas que haga?” siguió Edward, sin importarle quien lo escuchaba.
“Estamos diciendo la verdad, ¡y no quieren escucharnos! Seguiremos nuestro camino. Si
queremos ir al laboratorio, iremos al laboratorio”.
“¿Era eso, hijo?” preguntó Lemac. “¿Nos mentiste para poder ver el laboratorio? Si
nos decís vuestros nombres reales, os dejaremos ir”
Edward le miró. “Ya te dijimos nuestros verdaderos nombres. Si no nos crees, no es
nuestro problema”
Como Edward recogió su maleta, Alphonse le dio dinero a Lemac. “Por la comida.
Gracias”.
Lemac suspiró. Su decepción podía palparse. Había deseado que aquellos chicos le
dieran un empujón a la investigación de Alquimia.
“Ojala os hubierais inventado una mentira mejor” dijo Lemac, “pero decir que sois los
Elrics…”. Llevó a los clientes dentro.
“¿¡Por qué estáis tan convencido de que estamos mintiendo!?”
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“Apiló gran cantidad de trozos de rocas y arena en los bordes de sus terrenos. El
polvo de las pilas de rocas volaba entre los campos de sus vecinos, arruinándolos. Como ya
no podrían volver a vivir de la tierra, se lo vendieron todo a él, que puso más rocas. Al final,
no quedó ni una tierra cultivable en ningún sitio.
Entre eso y el dinero del oro en decadencia, los precios se dispararon. Al final todos
tuvieron que trabajar en la mina para sobrevivir. Pidieron a los mejores artesanos que les
enseñaran orfebrería. Nos tomamos nuestro oficio en serio, y rápidamente mejoramos
nuestra situación”.
Belsio tenía la mirada ida mientras recordaba aquellos días donde se demandaba
oro, pero cuando volvió a mirar otra vez al montón de rocas, su expresión se volvió amarga.
“Todo fue mal en un abrir y cerrar de ojos. No importa cuantas veces se limpie un
trozo de tierra, la arena volará hacia él desde la montaña. Mis huertos no crecerán. Así que
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ahora no tenemos ni oro ni verduras. Y todavía la gente no ve lo que está ocurriendo. Están
apostando todo a un sueño – esa Piedra Filosofal”.
Edward miró a la tierra seca y polvorienta. Tal y como Belsio había dicho, no había ni
oro ni zonas verdes en los lugares donde alcanzaba a ver con la vista, exceptuando el
huertecillo de Belsio. “¿Así que todos están esperando que la Piedra Filosofal salve vuestra
ciudad?”
“Ellos dicen que es capaz de obrar milagros. Que puede convertir estas frías rocas
aquí tiradas en oro puro. Sabemos que hay más oro en la profundidad, pero nos llevaría
mucho tiempo conseguirlo. Mugear está desesperado por seguir dominando hasta entonces
– y volver a ser tan rico como lo era antes. Ha conseguido que todo el mundo le de dinero
para su estúpido plan”
“¿Por qué invierten en algo que hasta podría no ser posible?”, preguntó Alphonse.
“Cuando construyeron el laboratorio, tenían a un alquimista muy reconocido
trabajando allí. Fue aprendiz de algún alquimista famoso que trabajaba en los laboratorios
de Central. Cuando llegó a la ciudad en busca de investigadores nos fabricó oro, justo
delante de nuestros ojos”
“¿¡Qué!?”
Belsio alejó con una mano el asombro de Edward.
“Sólo fue temporal. Las piedras relucieron como el oro sólo unos segundos, después
se convirtieron en piedras”
Edward permaneció en silencio.
“Aun así, fue suficiente para darle a la gente un rayo de esperanza”, continuó Belsio.
“El alquimista le dijo a todo el mundo que estaba a punto de perfeccionar su técnica, y le
dieron el dinero que él venía pidiendo. Mugear está en el mismo barco que nosotros. No se
rendirá ante los competidores que le hacen ofertas por su mansión y la mina. No dejará que
se termine nuestra época dorada”
“¿Dónde está ese alquimista ahora?”, preguntó Edward con impaciencia. Aunque sus
experimentos hubieran sido un fracaso, podrían echarle una mano. Si pudieran hablar con
ese alquimista, podrían conseguir alguna pista sólida. Los laboratorios alquímicos de Central
eran conocidos por sus dotados investigadores. Pero lo que Belsio dijo a continuación acabó
con todas las esperanzas de Edward.
“Ya no volverá por aquí. Se fue un buen día. Escuché a Mugear decirlo, se sentía
culpable por haber fallado. Aunque yo pienso que se cansó de que Mugear le dijera lo que
tenía que hacer”.
“Oh” dijo Edward, decepcionado.
“Cuando se marchó, la investigación se detuvo. Habría sido mejor para todos si
hubiéramos renunciado entonces, pero llegó alguien para continuar lo que él había dejado,
alguien con una reputación increíble. Llegó trotando a la ciudad e hizo amigos rápidamente,
reparando herramientas rotas y cosas así. Realmente popular, ese tipo”.
El falso Edward Elric.
Belsio miró a Edward. “Tienes el mismo nombre, ¿no es así?” preguntó sin rodeos.
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“Es un impostor” dijo Edward de forma sarcástica, seguro de que Belsio no iba a
creerle.
Belsio no pareció inmutarse. “La gente de la ciudad anda un poco nerviosa
últimamente. En verdad son buena gente – no son el tipo de gente que le levantaría la mano
a un niño. Escuchad, si no podéis quedaros en la taberna, sois bienvenidos en mi casa”.
“¿Nos crees, Belsio?”
“Bueno, supongo que cada uno tiene su propia vida. Tu eres responsable de ti mismo
y tus asuntos no tienen nada que ver conmigo”
Parecía que les creía o, al menos, que no le importaba si estaban o no mintiendo.
Pero lo más importante, no iba a dejarles dormir en mitad de la calle.
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“Sí, pero el que decía ser Edward era mucho más joven que usted, Maestro Edward,
y el que decía ser Alphonse estaba dentro de una armadura enorme. ¡Y pensar que fingían
ser los famosos Elrics! Ni siquiera parecían hermanos. Aunque debe de haberos pasado ya.
Supongo que tendréis un montón de fans enloquecidos”.
Lemac y Delfino se rieron. No vieron la creciente tensión que recorrió la cara de
Edward.
“¿Sabían Alquimia?”
“Elisa afirma que les vio usarla, pero lo dudo. Debe estar equivocada”
Lemac cogió a Elisa y la abrazó.
“¡Es verdad!” dijo Elisa, haciendo pucheros. “Vi una luz cuando arregló la grúa. ¡Justo
como cuando el Maestro Edward me rescató!”
Acariciando la cabeza de su testaruda hija, Lemac sonrió con pesar. “Parece que
ambos están interesados en la Alquimia. Me temo que toda la charla ha confundido la
cabeza de Elisa. En cualquier caso, se dieron por vencidos y se fueron. Imagino que sólo
querían jugar a ser sus héroes. ¡Críos!”
“Sí…”, dijo Edward arrastrando las letras.
“Creo que aún siguen por la ciudad” añadió Lemac. “Les dije que volvieran cuando
estuvieran preparados para decirnos sus verdaderos nombres”
Edward puso la mano en su barbilla, como sumido en sus pensamientos.
Delfino levantó una ceja. “¿Pasa algo?”
“No”, dijo Edward, su sencilla sonrisa había vuelto. “Sólo estaba pensando que es un
honor ser considerado un héroe”
Los hombres rieron.
“Bien”, dijo Edward de forma despreocupada, “será mejor que volvamos al
laboratorio. Si volvéis a ver a esos dos otra vez, no le hagáis caso”
El impostor de Alphonse le echó una mirada preocupada al impostor de Edward, pero
no dijo nada.
De vuelta hacia la mansión de Mugear, Alphonse, andando detrás de su hermano,
rompió el silencio.
“¿Va a suponer eso un problema para nosotros?”
“¿Por qué lo dices?” preguntó Edward, sonriendo como quitándole hierro al asunto.
Alphonse empezó a decir algo, pero no salió nada de su boca.
El chico que se llamaba a si mismo Edward se giró. “Quieres decirles que nosotros
somos los impostores, ¿a que sí?”
Alphonse asintió.
Edward puso el brazo sobre los hombros de su hermano pequeño y lo sacudió
cariñosamente. “Escucha, ¿cuál es nuestro objetivo?”
“Crear la Piedra Filosofal y salvar la ciudad”
“Correcto. ¡Y ya hemos conseguido fabricar un prototipo!” Dio una palmada al bolsillo
de su pecho. “¡Estamos tan cerca! ¡Ahora no podemos abandonar!”
“Pero –“
“¿Pero qué? Mira, nadie sospecha que no somos los verdaderos hermanos Elric”
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“Pero si el Sr. Mugear se entera de eso, lo investigará. ¿¡Qué pasaría si sale algo
mal? ¿¡Qué pasaría si nos arrestan y nos llevan a juicio!?”
“Por eso debemos asegurarnos de que los verdaderos hermanos no se encuentran
con el Sr. Mugear. Deben ir tras la Piedra… o tras nosotros. Sea lo que sea, intentarán
colarse en el laboratorio”
“¿Y qué vamos a hacer?”
“¿No es obvio?” dio otra palmada al bolsillo de su pecho. “Lucharé con ellos. Con
esto”
LA NOCHE PASÓ y los clientes que bebían en la taberna de Lemac se fueron a sus
casas. Una a una, las luces de la ciudad se fueron apagando.
Sobre medianoche, cuando casi todos dormían tranquilamente en sus camas, dos
sombras cruzaban la ciudad.
“¡Al! ¡Por aquí!” susurró Edward. Estaba agachado debajo del muro que rodeaba la
mansión de Mugear. Alphonse corrió desde el otro lado del camino, y ambos se sentaron
con la espalda apoyada en el muro.
“¿Y bien?”
“Por la entrada principal es imposible, como habíamos pensado. Hay tres guardias”
“Bueno, no veo otras entradas” dijo Alphonse, “supongo que tendremos que subirlo y
saltar”
Miraron al muro, bañado por la luz de la luna. Tenía unos cuatro metros y medio de
altura. Edward dio unos cuantos pasos hacia la calle y volvió a mirarlo. Alphonse tendió sus
manos, con los dedos juntos. Sin pararse a pensarlo, Edward corrió a toda velocidad hacia
él. Pisando las manos extendidas de Alphonse, se lanzó al aire. A la misma vez, Alphonse
empujó con fuerza sus manos hacia arriba, levantando a Edward por los aires.
Esa era una maniobra típica de ellos – habían tenido muchas oportunidades de
perfeccionarla. La mayor parte del tiempo se la pasaban colándose en la casa de la gente,
como ahora, o entrando por las bravas, con cierta facilidad. No era algo de lo que estuvieran
orgullosos, en verdad, si no que más bien era el efecto del duro camino que habían recorrido
lo que había hecho de ese método el truco mejor perfeccionado de todo su repertorio. Aún
así, con lo expertos que eran, era una difícil maniobra para llevar a cabo, y algunas veces la
calculaban mal.
Alphonse hizo una mueca. Edward estaba casi colgando del filo del muro
sosteniéndose con una pierna, enganchada a la parte de arriba.
“Al, me has lanzado demasiado lejos” dijo en un silbido.
“¡Lo siento! No has cenado” Alphonse agarró el alambre que Edward le estaba
pasando. Estaba siendo amable. Si Edward no hubiera sido su hermano, le hubiera dicho la
verdad – que Edward simplemente era demasiado ligero.
Ambos estaban arriba del muro, e inspeccionaron lo que ocurría dentro de los
terrenos de la finca. Cuando estuvieron seguros de que nadie podría verles, usaron el
alambre para bajar hasta el suelo. Llegaron al suelo sin problemas.
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El impostor sonrió. “Lo siento, pero eso no va a ocurrir. Aún necesito tu nombre”
“¿¡Qué!?”
“Sigue interpretando tu parte del teatro un poco más, por mi, ¿vale?”
“¡Tú eres el que va a quedar ‘en partes’, amigo!”
Comparado a Edward que echaba chispas, el impostor permanecía frío y sereno.
“Escucha” dijo, todavía sonriendo. “Me he comportado como un Alquimista Nacional
muy educado. Hemos tenido cuidado en no ensuciar tu nombre. Por eso, ¡deberías decir
que he conseguido mayor reputación que tú!”
Edward se quedó sin palabras.
“De hecho” siguió el impostor, “cuando usé tu nombre por primera vez, ¡los
ciudadanos preguntaron si éramos aquellos sinvergüenzas maleducados de los que habían
oído hablar!”
“Sí, ¡porque ellos sabían que no eras el verdadero!”
“Lo que quiero decir es que no te preocupes. ¡Voy a mejorar tu imagen!”
“¿¡Qué!?”, resopló Edward.
Tras ellos, Alphonse puso los ojos en blanco. “Ed, sólo está picándote. Cálmate,
¿vale?”
Por detrás del falso Edward, el chico más pequeño habló.
“¿Por qué siempre haces eso a la gente… decir cosas para hacerlas enfadar?”
En una contraimagen, ambos hermanos mayores habían sido regañados por sus
hermanos menores. Se quedaron en silencio. No era momento de empezar un numerito
cómico.
Ambos Edwards se miraron en silencio, hasta que el verdadero Edward recordó su
objetivo al fin y se quitó la chaqueta. El impostor estaba en medio entre él y la investigación
esencial de la Piedra Filosofal. Y, lo que era más importante, Edward en verdad quería
golpear algo.
“Yo soy Edward Elric, y este es mi hermano, Alphonse”, dijo enfatizando el ‘yo soy’.
“Te haré confesar tu verdadero nombre delante de toda la ciudad aunque tenga que hacer
que te arrastres por el suelo primero”.
El impostor ni tembló. “No hay porqué recurrir a la violencia si lo que quieres es mi
verdadero nombre. Soy Russell. Y este es mi hermano, Fletcher”
“Eres muy valiente, ¿no?” se burló Edward.
“Me aseguraré de informar de esos nombres a Mugear y a los ciudadanos”
“Adelante. Nadie te creerá”
“¿¡Qu-!?”, tartamudeó Edward.
“Después de todo, me parezco más al verdadero que tú”
“¿¡Qué!?”
“Tengo carácter, tengo compasión, tengo la confianza de un genio de alquimista y
tengo estilo”
“¡’Estilo’!”, bramó Edward, “¿¡Quién lo dice!?”
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Tras él, Alphonse gimió. Era cierto – nadie hubiera confundido a su hermano con un
alquimista de élite. De hecho, si alguien tuviera que elegir entre el verdadero Edward y el
impostor, probablemente elegirían al falso.
Edward también era consciente de eso. Su ira hacia el impostor crecía debido a que
él interpretaba el papel mejor que el propio Edward.
“No voy a quedarme tranquilo hasta que no le de un buen puñetazo. Alphonse,
encontraremos los datos de la investigación cuando me ocupe de ellos”
“Esto me da miedo…” Alphonse tragó y retrocedió unos pasos. Cuando estaba a
punto de iniciarse una pelea, Alphonse sentía que lo mejor era salir pitando.
“¡Veré si has conseguido el potencial para llamarte a ti mismo un Alquimista
Nacional!” gritó Edward. Chocó sus manos. Parecía que iba a usar Alquimia, pero de pronto
empezó a dar pasos hacia delante.
Russell no le quitaba un ojo de encima a las manos de Edward, preparado para el
golpe alquímico que seguro que llegaría. Estaba tan centrado que le sorprendió el puño que
se dirigió hacia él. Aún así, lo esquivó por los pelos.
Edward sonrió. “Ser un Alquimista Nacional requiere fuerza. No pensarías que sólo
dependía de mi Alquimia en las peleas, ¿verdad?”. El duro viaje y las prácticas diarias de
sparring con Alphonse habían desarrollado su brazo de lucha. Estaba seguro de que iba con
ventaja. Russell parecía frágil e inexperto para una pelea a puñetazos. Pero se rió y golpeó
su oreja como si borrara el sonido de lo que había estado a punto de suceder.
“Bien. Estoy dispuesto a luchar, no puedo quedarme parado cuando se burlan de mi”
No parecía que Russell se estuviera preparando, pero cuando fue a dar una patada,
el pie fue volando hacia la cara de Edward tan rápido que Edward se lo podría haber
imaginado. Edward lo paró con su brazo. La patada fue tan fuerte que también se lo podría
haber imaginado.
Edward sacudió su brazo entumecido. Eso no había ido como esperaba, pero
muchos tipos parecen más fuertes de lo que realmente son en el primer ataque, y tomó a
Russell por uno de esos tipos. Además, tras la patada, Russell estaba en desventaja.
Edward arremetió contra él y agarró el brazo de Russell con su mano izquierda. Cerrando su
mano libre formando un puño, empujó el pecho del impostor. Si acertaba el golpe, dejaría en
un momento a Russell sin aliento. Así ganaría tiempo para darle unos dos o tres golpes más
y terminar con él. O eso pensaba… Una vez más, Edward subestimó a su oponente.
Russell giró el brazo inmovilizado rápidamente y se liberó, y luego lanzó un puñetazo
a un lado de la cara de Edward. Al mismo tiempo, cogió el puño de Edward con la palma de
su otra mano – justo como Edward acababa de hacer.
Edward se mordió el labio y miro fríamente a Russell. Su oponente era delgado, pero
era fuerte, eso quedaba claro tras su golpe. Edward jamás pensó que encontraría a su igual
en un chico de su misma edad.
Agarrando cada uno los puños del otro, ambos chicos se quedaron mirándose a poca
distancia. Ninguno cedió y sus fuerzas estaban bastante igualadas. Russell miró la mano
derecha de Edward, que tenía encerrada en su puño.
“Tu mano está fría. Veo que has tenido tu ración de problemas”
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Russell evidentemente se había dado cuenta que la mano era de automail. Una
mirada a la pierna izquierda de Edward fue suficiente para hacerle saber que era también un
automail.
Edward hizo una mueca. “Sí, pero tu tampoco has conseguido tanta fuerza estando
tumbado en alguna playa toda tu vida”
Mientras hablaban, poco a poco, el puño de Edward estaba siendo empujado hacia
arriba. Estando ambos tan cerca, quedaba claro que Russell le sacaba más de una cabeza
a Edward. Ambos habían estirado los puños, pero mientras el de Russell estaba dirigido a la
cara de Edward, el de Edward estaba dirigido al pecho de Russell. Si Russell levantaba su
puño, le daría a Edward y el equilibrio de la fuerza se volvería en su contra.
Russell no actuaba en plan chulo con sus métodos, pero éstos indicaban que tenía
mucha práctica. Y para colmo, parecía que tenía fuerza de sobra. Al ver que Russell le
sonreía desde arriba, Edward se dio cuenta por primera vez que estaba en desventaja.
“No eres el único que ha tenido una vida difícil”
“Eso parece”
Aunque eso les molestaba, estuvieron de acuerdo en algo y, como si eso fuera una
señal, ambos se soltaron.
Edward retrocedió y juntó sus manos. Era el momento de usar la Alquimia. “¡Es hora
de salir a la calle a luchar!” gritó, empujando de repente el suelo de piedra del patio. “Quiero
ver ese laboratorio tuyo, ¡y lo haré de esta forma!”
Parecía como si todo el aire de alrededor del suelo se moviera y endureciera. En un
instante, las baldosas se hicieron pedazos y se reformaron. Cuando terminó el remolino
invisible, un muro crecía desde el suelo, levantado por la mano de Edward. Siguió hasta que
el muro fue tan alto como él, y después chocó las palmas de sus manos, provocando un
saliente en el lado contrario. El saliente transformó el material del muro en muchas formas
cónicas – pinchos que disparó hacia Russell con la misma rapidez con la que empujaba
Edward con su mano. Como los estaba disparando, el muro iba disminuyendo, como algo
vivo que había sufrido una metamorfosis y se había convertido en unos tentáculos duros y
punzantes.
“¡Volad!” gritó Edward, mandando sin parar los pinchos que tiraba contra su
adversario. Russell no era un novato ante esas batallas, así que las esquivaba – por eso
Edward se aseguró de lanzarles unos pinchos extras de más por si acaso.
“¡Impresionante! ¡Ni siquiera necesitas dibujar un círculo de transmutación!”
Russell de verdad estaba impresionado. Pero aunque sus ojos brillaban de asombro,
no parecía nervioso. “Realmente eres un Alquimista Nacional”, observó como ponía sus
manos en el patio.
Ahora le tocaba a Edward sorprenderse. Tal y como Edward había hecho, el
impostor creó un muro con las baldosas. Las lanzas que salían de su pared chocaban con
las que Edward le lanzaba, y como colisionaban en mitad del aire, se hacían polvo.
La batalla terminó en cuestión de segundos. Sin embargo, había sido lo
suficientemente larga como para que cada combatiente pudiera estimar la fuerza del otro.
Edward clavó la mirada en Russell fijamente.
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“De nada”. Alphonse dejó a Fletcher en el suelo, fijándose en todas las marcas que la
pelea había causado en el suelo del patio.
Había por todos lados adoquines rotos por los ataques de Russell, quizás debido a
su inexperiencia utilizando la Piedra. Había sido una competición violenta. Los hombros de
Edward subían y bajaban por el esfuerzo de esquivar los ataques de Russell, y las piernas
de Russell temblaban de agotamiento.
Alphonse se imaginó que era hora de retirarse. Su hermano no estaba por la labor de
luchar con la cabeza fría, y si seguía así seguro que acabaría herido seriamente.
“¡Ed! ¡Vámonos!”
“¿¡Huh!?”
Fletcher corrió hacia su hermano atravesando las piedras rotas.
“¡Ya basta, Russ!”
“¿Qué quieres decir?” dijo Russell mirándole con el ceño fruncido.
Ninguno de los dos estaba preparado para escuchar a sus hermanos, pero con
ambos hermanos menores intentando poner fin a la pelea, la tensión disminuyó. La pelea
estaba llegando a su fin.
“Ed, si te lastimas, no podremos escapar. Dejémoslo por esta noche”.
Empujó a un Edward gruñón hasta el muro que habían escalado. Mientras, en el
patio, Fletcher contenía a Russell para que no les siguiera.
“Si el Sr. Mugear nos ve, nos pillarán. Ha sido suficiente por esta noche”
Russell empezó a decir palabrotas, pero se dejó arrastrar por Fletcher, que le alejaba
de la pelea. Edward, que estaba siendo arrastrado por su propio hermano, le llamó.
“¡Hey! ¿Qué edad tienes? ¡Yo quince!”
Russell se encogió de hombros ante la inesperada pregunta. “¿Qué importa? Ya te
vas. ¡Y no vuelvas!”
“Vamos, Ed. Salgamos de aquí”, instó Alphonse.
Pero Edward no estaba satisfecho. “¡Espera! ¡Dime qué edad tienes!”
Russell sonrió con sarcasmo. “Quince, igual que tú. ¿Satisfecho?”
Alphonse por fin arrastró a Edward, que gemía, hacia fuera. “¡Un segundo estás loco
de atar y ahora te pones a llorar como un crío!” se quejó.
Una vez sobrepasado el muro, ambos se dirigieron hacia la casa de Belsio a las
afueras de la ciudad. No habían entrado en el laboratorio, pero habían evitado que los
guardias los capturaran y, por el momento, podrían descansar. Edward miraba hacia delante
mientras andaban. Al fin, habló.
“Hey, Alphonse…”
“¿Qué?”
“¿Qué piensas?”
“Bueno, está usando una Piedra de prueba” contestó Alphonse, repasando la batalla
mentalmente. “Pero era muy bueno. Creo que sabe mucho de Alquimia”
“No me refería a eso”. Edward meneó la cabeza bruscamente.
“¿Huh? ¿Qué, entonces?”
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“¿¡Qué edad crees que tiene!? No creerás que tenga mi misma edad, ¿verdad? Si
fuera así, entonces como es que…”
“¿Huh?” Alphonse miró confundido a su hermano. Había pensado que su hermano
se refería a la Piedra.
Edward miraba al vacío, claramente angustiado. “Era más alto que yo…”
Si estaba fingiendo ser más joven, vale, Edward podría haber vivido con eso. Pero si
realmente tenían la misma edad, ¿entonces como podía sacarle una cabeza de altura? ¡No
era justo!
“¿De verdad tiene quince años?” preguntó Edward, medio para si mismo. “Si es así,
¿por qué es mucho más alto que yo? ¿¡Por qué!?”
Tras una pausa, Alphonse suspiró con cansancio. “No lo sé. ¿Quizás porque bebe
mucha leche?”
MIENTRAS TANTO, el Sr. Mugear había llamado a los falsos hermanos al salón
principal de la mansión. La ciudad podía estar sufriendo la tensión de los tiempos difíciles,
pero el salón del Sr. Mugear parecía de todo menos pobre. Al ver tanto lujo en el interior,
uno podría preguntarse si el Sr. Mugear realmente necesitaba el dinero que pedía a los
ciudadanos para la investigación. La verdad era que los préstamos eran parte de su plan.
Incluso si consiguiera sintetizar oro con Alquimia, sin los artesanos de la ciudad Xenotime
nunca recuperaría su antigua gloria. Necesitaba que los artesanos trabajaran el oro que él
hiciera, así tendría más pedidos de artículos de oro, y podría fabricar más oro para hacerlos.
La riqueza que seguiría sería incontable.
Mugear no pedía dinero a los ciudadanos para financiar la investigación, sino para
mantener a los artesanos cerca. Sin oro, podrían irse a otra parte en busca de
oportunidades, pero serían pocos los que se irían sin haber recuperado el dinero ganado
con su sudor. Tenían que esperar a la Piedra de Mugear.
“Así que habéis echado a unos bandidos, ¿eh, Maestro Edward?”
Mugear subió las escaleras del salón a zancadas, con su perfil rechoncho perfilando
una figura imposible incluso desde la distancia. Había estado comiendo bien.
“No fue nada importante. Metieron sus narices aquí para echar un vistazo a nuestro
laboratorio, pero huyeron con el rabo entre las piernas. Me alegra que esté bien, señor”.
“Acepté tu sugerencia de esconderme en el sótano. Pero dado tu poder, pensé que
quizás no fuese necesario. ¡Quería ver una pelea entre alquimistas!”
Russell se inclinó con elegancia. “Ay, no soy perfecto. Incluso en una batalla como la
de esta noche, siempre hay una posibilidad de que… Bueno, no soportaría si saliera
lastimado, señor”
Mugear rió. “Ah, sí. Si algo me ocurriera, ¡no podrías continuar tu investigación!”
Russell sonrió. “Me declaro culpable del cargo, señor. Pero soy un alquimista, ¿y qué
alquimista no quisiera, más que nada, crear la Piedra Filosofal?”
“No fuiste capaz de crearla con el dinero para investigación que el ejército te dio”,
puntualizó Mugear, elevando una ceja.
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“Si la hiciera con la ayuda del ejército, los frutos de mi trabajo irían para el ejército.
Por eso prefiero llevar a cabo mis experimentos en secreto”
Mugear sonrió ampliamente. Parecía compartir con Russell el desprecio por el
ejército. “Entonces seré tu amigo. Debes llevar a cabo todas las investigaciones que desees
en mi laboratorio reservado para ello”
“Gracias, señor. Y el día en que nuestro trabajo esté completo, le entregaré la Piedra
Filosofal”
“Eso espero. Ahora, me voy a la cama. Quisiera ver algún progreso pronto…”
“Desde luego, señor. Buenas noches”. Russell miró a Mugear subiendo las
escaleras, luego se giró y salió. La sonrisa ya había desaparecido de sus labios. Fletcher
vaciló. Parecía preocupado.
“No pongas esa cara”, dijo Russell en cuanto salieron de la mansión camino del
laboratorio. “Me las he apañado bien. Actúa nervioso y sospechará algo”. Se volvió hacia su
hermano y sonrió.
La preocupación desapareció de la cara de Fletcher. “Pero… el verdadero Alquimista
Nacional ha estado aquí esta noche, Russ. ¿Cuánto más vamos a poder mantener nuestro
secreto?”
“Tanto como podamos mantener a esos dos alejados del Sr. Mugear. Si
sobreactuamos o intentamos sacarles de la ciudad, sólo levantaremos sospechas. Nos
encargaremos de ellos sólo si surge la necesidad. Afortunadamente, Mugear no sospecha
nada. Vamos, tenemos que seguir investigando”
“Sabes lo que ocurrirá si nos pillan, ¿verdad? Hacernos pasar por personal militar,
engañar a los ciudadanos… ¡Hemos cogido su dinero!”
Russell volvió la cara hacia su hermano.”Escucha, para hacer la Piedra Filosofal
necesitamos dinero y el equipo adecuado. Ahora mismo tenemos eso. No podemos dejarlo.
Estará terminada pronto. Sólo tenemos que seguir así hasta entonces”
“¿Cuánto tiempo llevas diciendo que casi la tenemos? ¡Sabes que no podemos
hacerla nosotros solos!”
Russell suspiró. “Tienes razón. Necesitamos más información. Paciencia, sólo un
poco más”
“¡Russell!”
“Es por el bien de la ciudad”, murmuró Russell. Regresó al laboratorio, dejando a
Fletcher sólo en el salón.
“No quiero seguir mintiendo”, dijo suavemente. Pero no había nadie que le
escuchara.
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“¡Diecinueve!” vociferó Edward, regresando a donde estaba Alphonse con una amplia
sonrisa.
“Um, ¿Ed?” ¿Estás bien? Tienes una sonrisita de satisfacción…”
“¿Huh? N-nada”. Edward se echó el pelo por delante para ocultar su cara. Quería
levantar sus pulgares y gritar, ¡Yo a los diecinueve! ¡Chúpate esa!, pero Alphonse sólo le
taladraría con la mirada y eso sería el fin de todo.
Edward se giró y se encontró cara a cara con Elisa, la chica del día anterior.
“¡Hey! ¡Sois los hermanos bandidos!”
“Oh, hola. Eres la hija de Lemac, ¿no?”
“Sip. Soy Elisa”
Sonrió como si hubiera olvidado todo lo que había ocurrido el día anterior.
“Elisa ha venido desde la ciudad” dijo Belsio. “Dice que Lemac os invita a comer”.
“Gracias, pero no quiero que me vuelvan a llamar mentiroso”
“¿Aún fingís ser los hermanos Elric?”. Elisa puso las manos en sus caderas y
empezó a hacer pucheros. “Mentir está mal, ¡lo sabéis!”
“¡No estamos mintiendo!”
“Papá dice que querer colarse en el laboratorio está mal. Pero dice que es gracioso.
¡Dice que ya debéis estar entusiasmados con la Alquimia como para haber llegado tan
lejos!”
Edward sonrió amargamente. Aparentemente era inútil convencer a Elisa de la
verdad. “Bueno, porqué no. Iremos a comer”
“Bien, ¡pero no más mentiras!” Elisa salió corriendo hacia Belsio.
“¿No vienes con nosotros, Elisa?” la llamó Alphonse desde atrás. Ella no daba
señales de parar de correr.
“¡Hoy voy a ayudar al Sr. Belsio!” gritó por encima del hombro.
Ambos vieron como Elisa y Belsio avanzaban hacia el jardín, antes de girarse y
dirigirse a la ciudad.
A lo largo del camino, la gente con la que se encontraban les lanzaba frías miradas y
risas. Algunos hasta les aconsejaron que se dejaran de tonterías y cortaran el rollo.
Aparentemente, lo de su humillación se había extendido por toda la ciudad. Aun así, al
menos no eran tratados como fugitivos. Todos parecían haberles tachado de niños
traviesos. Al llegar a la ciudad, Alphonse fue a echar un vistazo por ahí mientras que Edward
fue a la taberna.
Ayer un visitante, hoy el hazmerreír.
Edward entró arrastrando los pies a la taberna de Lemac con el ceño fruncido.
“Aquí estás. ¿Hambriento?”. Lemac le recibió con gran condescendencia, pero fue
alegremente a la parte de atrás a prepararle el desayuno.
“Y bien”, dijo Lemac desde la cocina. “He oído que intentasteis colaros en la casa del
Sr. Mugear anoche”.
No quería perder el tiempo, ¿verdad?
“Sí, así es. ¿Cómo lo sabes?”
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“Pero el compró todos los derechos de la mina, ¿verdad? Y acabó con todos los
cultivos…”
Lemac no dijo nada.
“¿No es culpa del Sr. Mugear?”
Lemac suspiró y se sentó junto a Edward. “Algunos opinan así, pero no es lo que yo
pienso. Al menos, no todo es culpa del Sr. Mugear. Claro, queríamos comprar todos juntos
los derechos de la mina pero, a decir verdad, no teníamos dinero. Éramos reacios a vender
nuestras tierras para conseguir el dinero. Así que el Sr. Mugear aportó su propio dinero para
la compra. Y sí, algunos de los campos cercanos a la mina se han estropeado por el polvo,
pero nuestras vidas han mejorado. Algunos se lamentaron por haber perdido nuestros
campos y cultivos, pero la mayoría nos contentamos con la riqueza que nos será devuelta. Y
una vez que uno lo decide, los demás lo seguimos. Por eso aprendimos orfebrería tan
rápido. Ahora, ninguno de nosotros puede olvidar aquellos días dorados. Por eso seguimos
aquí. Por amor al oro”
Perdido en sus recuerdos, los ojos de Lemac parecían perdidos en la lejanía. Edward
se preguntó si estaba imaginando aquellos días de demanda del oro o los campos verdes de
entonces. Una cosa estaba clara: la ciudad y los ciudadanos necesitaban su antiguo
espíritu.
“Parece que sigues viviendo en el pasado”
Para su sorpresa, Lemac lo afirmó. “Todos tenemos dudas en nuestros corazones.
Pero nadie que haya tocado el oro podría olvidar lo que eso era – el Sr. Mugear mucho
menos. Queremos que esa gloria vuelva. No podemos cambiar nuestros caminos”
“¿Ni siquiera tú, Sr. Lemac?”
“Supongo que no. Ahora que he vivido una vida de lujo, no puedo hacer nada pero
quiero eso para Elisa. Y tengo que cuidar de mi esposa. Está en un hospital fuera del
campo”
“¿Tu esposa?”
“Sí. ¿Creías que podría haber montado este negocio con mi horrible cocina? Estoy
aquí porque tengo que estar, pero esto era de mi esposa. El polvo de las minas le afectó y
tuvo que irse. Yo sólo estoy llevando esto hasta que encuentre otra cosa de la que pueda
vivir. Es una verdadera lástima”. Parecía resignado por su destino.
Una ciudad fuertemente atada a las cadenas de su pasado. Cadenas de oro…
Edward suspiró y pagó su comida.
“Ah, uno de esos chicos de los que todo el mundo habla. Seguro que habéis estando
armando jaleo”
Vaya una bienvenida, pensó Alphonse, pero no podía defenderse por lo de haberse
colado en la mansión. Decidió dejar el agua correr. Era un cliente, después de todo.
“¿Tiene algo que sea bueno para, um, los cardenales?”
“Tengo algo” dijo la mujer, animándose. “Deja que te prepare la mezcla”. Señaló a
una silla en una esquina. “Ahí tienes una silla – si es que puedes sentarte con esa
armadura”
“Me quedaré de pie, gracias. No me importa”.
Alphonse esperó pacientemente en mitad de la farmacia mientras la mujer llevaba
varios botes a la sala de atrás para hacer el ungüento. De repente, la puerta de la farmacia
se abrió.
“¿Hola?”
Era Fletcher. Al ver a Alphonse cerca de la entrada, se paró en seco. Parece
nervioso, pensó Alphonse. ¡Es comprensible! Ha robado mi nombre, y la última vez que nos
vimos, ¡nuestros hermanos intentaban matarse el uno al otro!
La farmacéutica no se había dado cuenta aún de su último cliente.
Seguro que teme que vaya a revelar que es un fraude… o quizás piensa que ya lo he
hecho.
Después de permanecer unos instantes en silencio, Fletcher se giró con calma y
empezó a salir de la tienda. Pero entonces la farmacéutica lo vio.
“¡Oh, Maestro Alphonse! ¿Necesita algo?”
“Um…” la voz de Fletcher tembló, aunque el recibimiento de la farmacéutica le debía
de haber convencido de que su disfraz no había sido descubierto.
Descubierto o no, tu conciencia culpable no te dejará descansar, ¿verdad? Sin
embargo, Alphonse no culpaba al chico por no confesarlo. De hecho, casi le comprendía
porque veía que la culpabilidad le recomía por dentro.
La farmacéutica les miraba de pie, completamente inconsciente de lo que pasaba por
la cabeza de ambos chicos. “Maestro Alphonse, por favor no se enfade con estos chicos.
Solo se están haciendo pasar por vosotros porque idolatran el talento del Maestro Edward”.
¡Piensa que está nervioso porque yo estoy “fingiendo” ser él!
“No se preocupe, ya le hemos dicho que no os molesten más. Ahora, ¿qué puedo
hacer por ti, Maestro Alphonse?”
Fletcher parecía estar al borde de las lágrimas. Dudaba entre Alphonse y la
farmacéutica, incapaz de decidir lo que hacer o qué decir.
“Uh, um… vine por una medicina”, consiguió decir al fin a duras penas. “Algo para los
moratones. Mi hermano se ha golpeado…” Su voz se arrastró hasta convertirse en un
susurro.
“¡Vaya!” dijo la farmacéutica mirando fríamente a Alphonse. “¿Era esa medicina para
curar a tu hermano de las heridas causadas en la pelea con el Maestro Edward anoche, por
alguna casualidad?”
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Alphonse podía decir mirando a Fletcher ahora y la noche anterior que vivir una
mentira estaba siendo duro para él. Su hermano mayor, Russell, tenía una cara poco
expresiva y había estado tan ocupado golpeando a Edward que no había dado indicaciones
de lo que sentía, pero Fletcher era diferente. Todos los movimientos que hacía revelaban su
confusión interna.
“No estás de acuerdo con tu hermano, ¿verdad?”
Fletcher suspiró, incapaz de responder. Estaba cansado de estar mintiendo.
“Si puedes pedirme disculpas, ¿por qué no le dices a tu hermano simplemente lo que
piensas? Es cobarde no enfrentarse a él”
“Lo sé, pero…” la cabeza de Fletcher cayó. “Si me vuelvo en su contra, no tendrá a
nadie. Estará sólo”
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Dejando a Alphonse asumiendo sus palabras, Fletcher se giró y empezó a bajar por
la calle.
“¿QUÉ SE supone que significa eso? ¿Su jarabe es para pagar el haber usado
nuestras identidades?” Edward agitaba la bolsa de jarabe en polvo bajo la nariz de su
hermano. Estaban fuera de la taberna de Lemac.
“¡Deja de zarandear eso por todas partes! ¡Vas a tirarlo!” le dijo Alphonse con
brusquedad. Iba a ponerse a aplicar el bote de ungüento a las vendas. Lemac había sido lo
suficientemente amable como para dárselas.
“No creo que se refiriera a eso como ‘intercambio equivalente’. Sino, no le habría
cogido la medicina”.
“¿Entonces que quiso decir?”
“Um… no estoy seguro”
Edward no había estado allí. ¿Cómo podía explicárselo? Se sentaron en un banco
cerca de la entrada.
“Algunas veces eres demasiado amable, Al. Deberías haber dicho la verdad, allí
mismo, frente a la farmacéutica. Ese Fletcher necesita un buen palo para poder corregirle.
No puedo creer que se pasee por ahí fingiendo ser tú y que todo lo que diga sea ‘lo siento’ “.
Edward estaba borde, seguramente debido a las heridas que Russell le había hecho.
Alphonse sólo se encogió de hombros. “No me creerían incluso si dijera que somos
los auténticos. Quiero decir, ¡ellos se parecen más a nosotros que nosotros mismos!”
“¿Huh? ¿Qué quieres decir con eso? Sólo porque Russell sea más tranquilo, y listo,
y guay y alto - ¡Ow!”. Edward aulló cuando Alphonse le estampó una venda mojada en su
pierna destrozada. “Mira” continuó Edward, “estoy seguro de que tienen sus razones, pero
nosotros también. Centrémonos en conseguir lo que queremos”
“De acuerdo”
Habían venido por una cosa: la Piedra Filosofal. O, si eso no era posible, información
que pudiera guiarles para hacer una ellos mismos.
“Bien, al menos ahora somos oficialmente ‘bandidos’ “, murmuró Edward. En otras
palabras, estaba planeando asaltar la mansión de Mugear otra vez. “En cualquier caso,
necesito más información, así que tendremos que quedarnos por la ciudad un poco más”.
“También necesitas descansar. Y también deberías usar la medicina que te traje”.
Alphonse le puso más vendas.
Edward le miró, sospechando. “¿De verdad piensas que esto funciona?” preguntó,
sosteniendo el paquete y mirándolo a través de la luz para inspeccionar el contenido.
“Voy a ayudar a Belsio. Al menos puedo hacer eso ya que él nos ha acogido.
Bébetelo, ¿vale?”. Alphonse recogió la botella de ungüento vacía, se levantó y se dirigió
hacia las afueras de la ciudad.
Edward se sentó con la bolsa de jarabe en polvo en su mano. “¿Qué pasaría si esto
me hace dormir o algo?” murmuró para sí, frunciendo el ceño.
La verdad era que no le gustaba tomar medicinas.
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EL AIRE DE LA CIUDAD había estado limpio por la mañana pero, por la tarde, la
bruma de polvo bloqueaba la visibilidad unos metros más allá. Belsio estaba de pie mirando
el polvo fluyendo en corrientes y el humo saliendo de las pilas de los escombros cercanas a
la mina. Se volvió hacia Elisa y Alphonse, que estaban detrás.
“¿Elisa? ¿Al? Es suficiente por hoy. Se está levantando viento”.
Elisa miró hacia arriba desde donde estaba diligentemente limpiando rocas, con sus
manitas envueltas en unos guantes de trabajo ajustados que la protegían de las duras
piedras. Alphonse estaba colocando tablas para sostener una valla de piedra a medio
completar.
Pasó un rato antes de que terminaran el muro y de que éste pudiera servir al fin para
su propósito de proteger el canal que llegaba a los campos de Belsio. Incluso las partes que
habían sido completadas no hacía mucho estaban ya gastadas por el constante paso de la
arena que levantaba el viento. Esas partes tenían que ser reforzadas, y también tenían que
terminar el muro de alrededor del embalse y del campo. Trabajar allí fuera con la arena era
más duro de lo que Alphonse había esperado. Pero Belsio ya había adelantado mucho, y lo
había hecho todo él sólo.
“Una vez que acabemos esto, puedes hacer el campo más grande. Apuesto a que
tener mas césped aquí animará a toda la ciudad” dijo Alphonse. Quizás estaba siendo un
optimista desesperado, pero en su corazón sentía que era verdad.
“Yo también lo creo” dijo Elisa, con los ojos brillantes. “¿No se sorprenderán todos al
verlo? Les hará recordar lo bonita que solía ser nuestra ciudad”
Sólo era un poco de color verde en una zona de cultivo marrón y estéril. Pero si se
extendiera, ¡cómo se sobresaltarían los corazones de los ciudadanos! Elisa sólo había
conocido esa tierra árida, pero cuando vio el primer árbol que plantó Belsio, se le saltaron
las lágrimas. Ahí fue cuando empezó a ir cada día para ayudarle.
“Estaba muy sorprendida” le dijo a Alphonse. “¡Va a ser tan grande y verde! Cuando
se lo conté a mi papá, ¡me dijo que toda la ciudad solía ser así!”
Alphonse recordó su propia ciudad natal. También había muchas rocas y arena allí,
pero al menos también vegetación. Se impresionó al llegar a Xenotime. Comparado con los
lugares que había conocido, ese era desértico. “Espero que la ciudad vuelva a verse verde
otra vez, Sr. Belsio”
“Yo también lo espero”
“¡Haremos que eso ocurra, Sr. Belsio! Ayudaré hasta que lo consigamos” dijo Elisa
alzando la voz. “¿Prometido?”.
Belsio asintió. “Prometido”
Con sólo un hombre y una niña, ¿quién sabía cuanto tardarían?
“Te llevaré de vuelta a casa”, dijo Belsio al fin.
Elisa dio un respingo y contempló el huerto. “Hemos recogido algunas verduras
buenas hoy, ¿verdad, Sr. Belsio?”
“Las más maduras que haya visto jamás”, le aseguró Belsio. La cesta tras él contenía
tres brillantes tomates rojos. “Gracias a tu ayuda, Elisa”
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Elisa rió. Hasta la cara seria de Belsio se suavizó al sonreír. “Venga, vamos”. Belsio
recogió la cesta con una mano y los tres anduvieron hacia la ciudad, que ya estaba envuelta
en una neblina marrón que anunciaba el crepúsculo.
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apoyaran el esfuerzo de Mugear de fabricar la Piedra. Pero hacía mucho que se conocían y
a Belsio le entristecía oír que se había marchado. “Era un buen orfebre”.
“Sí, uno de los mejores. El Maestro Mugear también se entristeció al escuchar que se
había ido”, añadió Lemac amargamente. “Claro está que eso fue antes de decirle que la
financiación de su investigación disminuiría ahora que Norris se había ido”.
“Ya veo” dijo Belsio. Ahora, las caras amargadas de la habitación tenían más sentido.
Cuando escuchó que se había ido, Mugear vino a la ciudad y les dijo a todos que
sería más difícil continuar la investigación sin su mayor partidario. La ciudad estaba en un
aprieto. Estando todo el mundo ya en una situación desesperada, no tenían nada que darle.
Por otro lado, si ellos pararan de financiar la investigación de Mugear, no sólo nunca
conseguirían la Piedra Filosofal, sino que todo el dinero que habían aportado habría sido en
vano.
“Incluso si seguimos financiándole, ¡no hay garantías de que pueda crear la Piedra!
¿Así que por qué no dejamos de tirar nuestro dinero? declaró uno de la ciudad.
“¿Y que hay del dinero que ha hemos invertido?” preguntó otro. “¡Tengo fe en que lo
conseguirá!”
“¡Genial! Si le crees, ¡dale tu dinero!”
“¡Pero eso significaría que el resto tendrá que dar más dinero!”
“¿No quieres que esta ciudad se recupere? ¡Éramos los mejores orfebres de todos!
¿Vamos a permitir que nuestro don muera con nosotros?”
“¡Lo único que estoy diciendo es que no podemos vivir en estos páramos sólo a base
de sueños!”
Los acalorados intercambios de opinión siguieron resonando a través de la taberna.
Era solo la última de una serie de escenas similares. Pero parecía que los meses que
habían estado reprimiéndose habían llegado a su límite. El griterío era cada vez más alto y
nadie escuchaba lo que el resto estaba diciendo.
“¡Sólo seguimos lo que Mugear dice! ¿Eso no nos importa?”
“Deberíamos haber comprado los derechos de la mina cuando aun podíamos…”
“Hey, ¡tu sólo estabas tan cegado por el oro como yo!”
“Oh, ¿¡en serio!?”
“¡Callaos todos!”. Lemac corrió al centro de la sala, empujando hacia abajo a la gente
que se estaba levantando de la silla. “¡Luchar entre nosotros sólo empeorará las cosas!”.
“¿Y qué sugieres que hagamos entonces?” desafió alguien.
Lemac no sabía que contestar. Entendía ambos lados – aquellos que querían dar
más dinero y aquellos que querían buscar otro modo – y estaba cansado.
Alguien entre la multitud empezó a hablar, “Hey, Ed… Al… fuisteis al laboratorio,
¿verdad? ¿Y bien? ¿Tenían la Piedra? ¿Han hecho algún progreso?” Todos los ojos se
volvieron hacia Alphonse y Edward.
“Um…” se estancó Alphonse, inseguro de lo que debía decir. “Nosotros, uh, no
estuvimos dentro exactamente. Ellos nos cogieron”.
Edward, sentado a su lado, sorbía tranquilamente su café. Alphonse se dio cuenta de
que su hermano no estaba prestando atención a lo que pasaba en la taberna. Estaba
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mirando fijamente por la ventana a algo que había fuera… un pelo dorado, ondeando con la
brisa.
“¿Quizás deberíamos preguntarle al Maestro Edward si está progresando?”
“¿Crees que nos lo diría? Es una investigación de alto secreto…”
Algunos de los ciudadanos se sujetaron la cabeza con las manos. Llevaban mucho
tiempo viviendo de la esperanza. Ahora era momento para la verdad.
Cuando Elisa regresó a la taberna, su voz pareció un rayo de luz en la melancolía
que reinaba en la sala. “¡Mirad! ¿No son bonitos?”. Sostenía los tomates, que aún brillaban
de humedad, en su mano. Era de un rojo brillante. “Estos tomates son casi tan bonitos como
el oro, ¿no lo crees, papá?” Elisa sostenía los tomates en alto para que todos los vieran.
“¡Planté las semillas y crecieron solas! Pensé que nadie los había visto antes, ¡así que los
traje para enseñároslos!”
Quería compartir lo que había sentido la primera vez que vio los tomates rojos
brillando en el huerto de Belsio. “Belsio sigue diciendo que desea tener más de estos, ¡así
que los haremos crecer!”. Elisa sonrió inocentemente. “¡Me pregunto cuando tiempo llevaría
el que todos cultivaseis esto!”
Nadie dijo ni una palabra.
Edward fue el que rompió el silencio. “¡Ja! Los niños siempre dicen la…”. Dejó el café
y recogió uno de los tomates de Elisa. “Tiene buen color”.
“¿De verdad?”
“¡Sip!”. Le devolvió el tomate a Elisa con una sonrisa. “Pero creo que pasará mucho
antes de que alguien más cultivo esto en sus tierras”.
“Ed…” empezó Alphonse preocupado. No había porqué destruir las esperanzas de
un niño. Pero Elisa sonrió.
“¡Está bien! Aún tenemos que mover muchas rocas, y luego todos podrán cultivar
verduras. Podrán ser un poco flacuchas y amarillentas al principio, ¡pero pronto habrá
plantas verdes por todas partes! Cambian de color cada día, ¿sabéis? ¡Todo lo que tenemos
que hacer es mover todas esas rocas!”
Simplemente mover rocas – parecía muy simple cuando lo dijo. No importaba si
llevaba años, o si ese suelo arenoso no fuera capaz de mantener las plantas. Las palabras
de Elisa llegaron al corazón de todos los que estaban sentados en la taberna.
“Ella tiene razón. Si sólo limpiásemos la tierra…”
“¿Y bien, Belsio? ¿Qué opinas? ¿Podrías hacer regresar parte del césped que
hemos perdido?”
Belsio frunció el ceño. “No será fácil”. La taberna se quedó en silencio. “Llevará
años”, continuó. “Y puede que al final no funcione. Además, nunca seremos tan ricos como
lo fuimos cuando éramos orfebres”
“Cierto. ¡Mejor sigamos confiando en la investigación de Mugear!”
“Y cavar esa mina de oro…”
“¡Ahora no podemos volver a la agricultura!”
Edward frunció el ceño. “Sí. ¡Por qué no seguís simplemente aferrados a esos
sueños sobre el oro, todos vosotros!” Su voz era fría. Todos los ojos estaban vueltos hacia
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él, pero permaneció impasible. “Sabéis que fabricar oro a partir de la Alquimia es ilegal,
¿verdad?”
“…Lo sabemos”
“¿Pues qué vais a hacer si os cogen? ¿Quizás hayáis creído que por haber sido una
ciudad minera de oro, podíais producir un poco sin que nadie se diera cuenta? ¿O quizás
esperabais encontrar esa nueva vena de oro antes de que la noticia se filtrara?” Las
palabras de Edward metieron el dedo en la llaga. Estaba provocando a la multitud pero ellos
no estaban en situación de decir nada. “Andáis buscando una vena de oro que posiblemente
no encontréis, tirando el dinero por una Piedra que quizás nunca sea hecha, renunciando a
vuestra salud… ¿Pero aún os negáis a buscar otra forma de vivir vuestras vidas?”
Lemac habló con suavidad de parte de toda la multitud. “Eres joven, Ed. Puedes
hacer lo que quieras. Pero nosotros somos ya muy viejos para comenzar de nuevo. No
sabemos si podríamos hacerlo en algún sitio. Y tenemos un oficio que queremos pasar a
nuestros hijos…”
“Genial” resopló Edward. “Entonces quedaos aquí y esperad eternamente. No me
importa”.
“Bueno, sabemos que no, pero no estamos seguros de lo que hacer ahora. Nadie se
pone de acuerdo sobre qué camino tomar – “.
Edward interrumpió las racionalizaciones de Lemac. “¡Quizás no os pongáis de
acuerdo en nada porque no habéis escogido el camino en el que estáis ahora! ¿Cuánto del
dinero que habéis donado a la investigación de Mugear ha dado sus frutos? ¿Cuándo os
devolverán el dinero duplicado? Es la trampa de Mugear, ¡y estáis metidos en ella!”
“No lo entiendes. Tienes una vida por delante, pero nuestro pasado nos persigue.
Una vez que has vivido con riquezas, no puedes conformarte con menos”
“Quizás tengas razón”, dijo Edward sarcásticamente. Se levantó, fue hacia la puerta
y la abrió para irse – entonces se paró para dirigirse a la gente de la taberna. “Llamadme
loco, pero yo nunca ha dependido de nadie para mantenerme. No podría vivir así”
Edward cerró la puerta y anduvo por la calle antes de volverse. “Y vosotros - ¿Por
qué no decís nada?” gruñó a Russell, que estaba de pie en la puerta. “Sabes que tampoco
me caes bien”
“No me importa lo que pienses de mi”
Edward se empezó a reír maliciosamente. “¿Qué hay de los ciudadanos? ¿Te
importa lo que piensen? Tengo una idea. Por qué no entras ahí y les dices que necesitas
más dinero para tu investigación. Diles lo mucho que te has gastado ya. Verás lo que
piensan de ti entonces”
Russell hizo una mueca. “Es… por la ciudad”
“¿”Por la ciudad”?”
“Sólo estás causando problemas. ¿Por qué no te largas?”
“¿Yo? ¡Diría que eres tú el que está causando los problemas!” replicó Edward. “Di lo
que quieras, no vamos a marcharnos a ninguna parte. De hecho, creo que nos instalaremos
aquí una larga temporada. Lo siento, colega”. Edward le dio una palmada a Russell en el
hombro y se fue tranquilamente calle abajo.
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A LAS DOS DE LA MADRUGADA, unas horas más tarde que la noche anterior,
Edward y Alphonse volvieron al muro de la mansión de Mugear.
“Él no esperará que regresemos tan pronto. Le dije que nos quedaríamos en la
ciudad más tiempo” susurró Edward.
“Espero que Russell y Fletcher estén dormidos”.
Usando la misma táctica que la noche anterior, escalaron el muro.
“Después de la pelea de la última noche y del viaje a la ciudad, ahora estará
dormido”.
“Hablando de eso, nosotros hemos pasado exactamente por lo mismo. ¿No
deberíamos estar durmiendo?”
“Hey, yo también estoy cansado. Ten un poco más de paciencia”
Se pegaron al muro y fueron derechos al laboratorio. La mansión parecía bastante
tranquila. No vieron señales de los impostores por ningún lado.
Edward pegó la oreja a la puerta del laboratorio. “No parece que haya nadie en
casa”.
“¿Cómo vamos a abrirla? Si hacemos un camino, ¡el ruido y la luz de la Alquimia nos
delatarían!”, Alphonse empezó a mirar a todos lados nervioso.
Edward se rió. “¡Con esto!”. Sostenía una pequeña llave.
“¿De dónde -?”, empezó Alphonse.
“¡La cogí del bolsillo de Russell cuando nos cruzamos hoy en la calle!”
Alphonse frunció el ceño. “Estás empeorando, Ed…”.
“¡Mejorando, querrás decir! ¡Vamos a abrirla!”.
Edward metió la llave y abrió la puerta despacio. Entraron.
No había nadie dentro. Un gran número de vasos de precipitado y frascos reposaban
alineados en la pared, y un recipiente lleno de vapor estaba en una enorme caldera. El
recipiente contenía una fila de frascos llenos de líquido. Estaban siendo mantenidos a una
temperatura constante.
“Hmm…” Edward escudriñó la habitación. “Con un montaje así, puedes permitirte no
estar vigilando tus muestras cada minuto del día. Ya veo porqué necesitaban todo el dinero”.
Edward paseó los ojos por todos los montones de libros y documentos cubiertos de
notas garabateadas con prisa. Alphonse comenzó a mirar los documentos mientras vigilaba
la puerta por si alguien venía a hacerles una visita. Ambos poseían conocimientos de
Alquimia que superaban con creces a los de los simples aficionados, por lo que podían
estimar los progresos de la investigación simplemente mirando las notas y los experimentos
en progreso.
“Parece que van por el camino correcto, vale”, recalcó Edward, dejando un fajo de
papeles para mirar otros. Dispersados por el lugar de trabajo había extraños trozos de
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materiales a medio hacer descartados en mitad de algún proceso alquímico, rocas que
brillaban con una luz apagada y tazas de varios tamaños con líquidos de diversos colores. El
desorden era testimonio de lo seriamente que Russell se tomaba su trabajo.
Parece que habla a las ligeras, pero sabe un poco bastante sobre Alquimia, se fijó
Edward. Entonces vio algo que le hizo gemir. Le enseñó el cuaderno de notas que había
estado hojeando a Alphonse. “Mira esto, Al. ¡Habla sobre métodos extremos!”
El cuaderno describía con detalle un método bastante peligroso y convincente para
hacer una Piedra. Los resultados del experimento no habían sido grabados, pero por las
manchas de sangre que cubrían media parte inferior del cuaderno, Edward tuvo una ligera
idea de lo que había pasado.
“Fletcher debe tenerlo crudo, intentando cuidar a un hermano así”, dijo Alphonse con
lástima. Cuando se encontraron en la farmacia, Fletcher había mencionado que con
frecuencia iba allí en busca de medicinas. Aparentemente, Russell solía herirse bastante – y
no sólo por las peleas.
“Está en un verdadero aprieto”. Edward miró a un estante roto para almacenar
químicos, que había sido apartado por estar astillado. “Ni siquiera tienen tiempo de limpiar”.
Echó otro vistazo por la habitación. “Parece que están a punto de dar un gran paso – Podría
ser su sprint final para acabar. Pero no comprenden el último paso, así que están intentando
todos los experimentos del libro… Pero sabes… Hay algo raro en todo esto”
Alphonse contuvo su lengua. Podía ver que Edward estaba sumido en sus
pensamientos y era mejor no molestarle.
“Sí, definitivamente algo raro está pasando aquí. Sabes, es casi como si…”
Murmurando para sí, Edward buscó entre los papeles más cercanos a él, luego los
tiró y cogió otros que tenía más a mano. Edward tenía un inusual poder de concentración.
Fue por su concentración por lo que ganó el título de Alquimista Nacional a los doce años.
También tenía buen instinto para la investigación.
Alphonse permanecía de pie, mirando tranquilo a Edward, hasta que detectó algo
raro con el rabillo del ojo. Al principio pensó que era una sombra creada por su hermano al
moverse por la habitación, pero cuando miró más despacio, se dio cuenta de que había algo
totalmente diferente.
“¡Ed!”
“¿Huh? ¿Qué pasa?”
Era en momentos así cuando Alphonse más valoraba a su hermano mayor. No
importaba como se enfocara, no importaba lo extrema que fuera la situación, Edward
siempre era razonable con Alphonse. De hecho, precisamente era poco probable que en
momentos tensos como ese él le mandara a callar o se enfadara por interrumpirle. Claro, el
podía haberle hablado bruscamente uno o dos veces hace mucho tiempo, cuando aún eran
niños, pero hoy en día nunca haría eso. No importaba lo que pasara, Edward siempre
prestaba atención a las impresiones y opiniones de Alphonse – incluso cuando lo último que
quería Edward era que le interrumpieran.
Una vez Alphonse le preguntó porqué era tan servicial, y Edward simplemente le
había contestado “porque eres mi compañero”. Alphonse nunca se había sorprendido o
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agradado tanto como cuando escuchó esas palabras, un día no mucho tiempo después de
que Edward se convirtiera en un Alquimista Nacional. Alphonse sabía que la profesión de su
hermano era algo serio, y todo lo que podía hacer era seguirle e intentar no estorbarle. Se
sentía culpable por no estar haciendo algo él mismo, pero no se le ocurría lo que podía
hacer. Cuando su hermano mayor dijo esas palabras, por fin se dio cuenta de lo que podía
hacer. Podía apoyar a su hermano tanto como su hermano lo apoyaba a él – como un igual.
Ese día los hermanos decidieron que pasara lo que pasara, lo afrontarían juntos.
Luchando el uno junto al otro. Ese día, Alphonse se convirtió en el verdadero compañero de
Edward.
Alphonse señaló la pared que había detrás de Edward. “¿No te parece raro?”
Edward se giró para mirar. “¿Qué? ¿Esta pared?”
La pared no parecía normal. Estaba compuesta por un mortero arenoso y era
completamente indescriptible. Edward examinó la superficie con mucho cuidado.
“El color. ¿No es diferente al de las demás paredes? ¿O me lo estoy imaginando?”
Alphonse estudió la superficie atentamente, intentando determinar lo que había llamado su
atención.
“¡Aja!”, exclamaron los hermanos a la vez.
Una delgada línea recorría la superficie de la pared, apenas más ancha que un pelo.
Examinándola más de cerca, vieron dos líneas paralelas separadas por un brazo de ancho,
que se extendían hasta el techo. Las líneas eran tan delgadas que casi eran invisibles, salvo
por una pálida luz rojiza que se filtraba por ellas, que daba un poco de color a la blanca
superficie de la pared.
“¡Hay una habitación al otro lado!”, exclamó Edward.
Ambos intercambiaron una mirada, y empujaron la pared. Sentían el peso contra sus
manos.
Sin hacer ruido, la pared se metió para dentro, creando una entrada a la habitación
que había más allá.
Era una habitación pequeña, apenas lo suficientemente grande como para investigar.
Era rectangular y carecía de ventanas. Había un solitario escritorio en el mismo centro, con
una vela aún parpadeando, que parecía indicar que allí había estado alguien hacía tan solo
un instante.
Y allí, en la mesa, un único frasco de cristal captó su atención. Abajo del vaso de
corcho había una pequeña cantidad de líquido.
Un líquido rojo.
“Ed, ¿crees…?”
“Lo creo. El Agua Carmesí”. Edward estaba paralizado.
No era la Piedra Filosofal, pero estaba lejos de ser una decepción para ellos. De
hecho, era lo más parecido a la Piedra que se habían encontrado. Estaban de pie, sin poder
moverse.
El líquido de color carmesí parecía moverse a su libre albedrío, danzando con cada
parpadeo de la luz de la vela. Aunque sólo había unas pocas gotas, la luz reflejada inundaba
la habitación, tiñéndola de roja como una nube en el atardecer.
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“Así que si el trozo ese que lleva Russell es una Piedra de prueba, ¿podría esto ser
un subproducto de su creación?”
“¿No sería esto más importante que eso?” preguntó Alphonse. “De lo contrario, ¿por
qué la estarían ocultando en esta habitación secreta?”
“Bien pensado. Quizás hizo ese trozo de prueba por su cuenta”
”Me parece la explicación más razonable”
“Pero si eso es cierto, ¿dónde están los documentos de su experimento? Incluso si
falló, deben de haber guardado el procedimiento en alguna parte”
”Quizás Russell lleve sus notas encima. Quiero decir, somos bandidos en la ciudad,
después de todo”
Edward le lanzó una gélida mirada a su hermano. “Me sorprende que lo admitas”
“¿Qué elección teníamos, dadas las circunstancias?”
“Bueno, sí, pero…”, comenzó Edward, de repente medio consciente de ser el
culpable de hacer que su hermano se desviara del buen camino.
“Acabemos antes de que alguien tenga una oportunidad de acusarnos, ¿vale?”
“Trato hecho. Y sobre esas notas de la investigación” prosiguió Edward, volviendo al
urgente tema que se traían entre manos, “no creo que las lleve encima”
“¿Por qué no?”
“Bueno, mira lo que han dejado aquí… Es extraño. Es como si se me escapara algo”.
Los ojos de Edward brillaron con la luz de una súbita idea. “Sus métodos… ¡nada tiene
sentido!” Corrió de vuelta al laboratorio principal y empezó a revolver los montones de notas.
“Mira, aquí, aquí,… ¡y aquí!”
“¿Huh?”
“¡Hay un enorme vacío en su investigación! ¡Pasan del nada al todo sin los pasos
intermedios! ¡Y no hay ni una miserable prueba – ni notas, ni materiales – que indique como
hicieron el Agua Carmesí!”
“¿Huh? Eso significa – “
“¡Así es! ¡Ellos no la hicieron! ¡Están investigando cómo se hizo el Agua Carmesí!
¡Están ensayando e intentando reconstruir el proceso partiendo del material ya existente!”
Edward recogió las notas dispersas, las hojeó y las lanzó a un lado. “Pero sin los
ingredientes ni el procedimiento, sus investigación está condenada”
“¿Es difícil de entender como está hecho algo?”
“Es como dividir un pelo en mil partes – longitudinalmente. Mucho más difícil que
partir de cero”
“Con lo que… ¿es imposible?”
“¡Te lo diré! Es como coger un suéter e intentar averiguar cuantas hebras de lana se
cogieron para tejerlo, de qué partes y de cuantas ovejas”
“Suena imposible, de acuerdo”
Los hermanos suspiraron al unísono.
Sabían que no sería fácil dar con la Piedra, y sabían mejor que nada lo que era
hacerse ilusiones, pero esta vez… ¡esta vez habían estado tan cerca! Sus corazones se
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hundieron en el suelo y un momento después les salió por la boca al escuchar un tercer
suspiro.
Russell estaba de pie en la puerta, con los brazos cruzados y la cabeza agachada.
Fletcher estaba detrás.
“¡M-me has dado un susto de muerte!” dijo Alphonse bruscamente.
“¡Podrías al menos hacer un poco de ruido cuando vayas a irrumpir de esa forma!”
gruñó Edward, humillado por que alguien se le hubiera acercado sin darse cuenta dos veces
en dos noches. La cara de Russell era una calmada máscara.
“Mira quien habla, el que se ha colado en una residencia privada en mitad de la
noche”.
Eso era más que verdad. Edward hizo una mueca de dolor ante la fría mirada de
Russell.
La cara de Russell se enturbió. “¿De verdad crees que hemos fracasado?”
Edward parpadeó. Por un instante, no estaba seguro de lo que le estaba hablando
Russell. Entonces se dio cuenta de que se estaba refiriendo a su experimento de ingeniería
inversa. Asintió.
“¿Tu investigación? Sí, es una causa perdida. Cuando empiezas con un producto
acabado como ese, es casi imposible determinar lo que se hizo para fabricarlo”
Russell puro cara de haber comido algo amargo. “Ya veo. Bien, tu eres el Alquimista
Nacional, después de todo”. Tras un momento de silencio, añadió. “Si es lo que piensas,
debe ser verdad”.
Edward y Alphonse intercambiaron miradas. Algo había pasado por la mente de
ambos a la vez, y no les gustaba. “Espera un segundo” dijo Edward. “Nos colamos aquí pero
tú lo sabías, ¿verdad? ¡Sabías que tenía la llave!”
Russell sonrió con un tono lúgubre. “Te has ganado tu reputación como un maestro
alquimista, así que pensé que quizás sabrías unas cuantas cosas que yo no. Quería una
segunda opinión, podrías decir”.
Edward echó una mirada a la habitación de dentro. Un color carmesí oscilante salía
por la pared abierta hacia la habitación en donde estaban. “Mira” dijo, “la Alquimia es una
ciencia. No puedes hacer algo como lo de ahí sin los ingredientes ni la metodología
adecuados. Ahora que nos has hecho pasar por al aro para poder escuchar nuestra opinión,
creo que tengo derecho a preguntar. ¿Qué es eso de ahí?”
“¿Qué? Lo llamo el ‘Agua de Vida’ “
“¿El ‘Agua de Vida’? ¿Es ese Agua Carmesí que se dice que tiene algo que ver en la
creación de la Piedra Filosofal?”
“Ah, sí. He visto algunos documentos que la llaman así. Hay muchas teorías sobre lo
que es, y otras muchas sobre cómo hacerla”. Russell cogió un libro de la mesa que tenía
cerca y lo hojeó. “Aunque eso no fue hecho como parte de un proyecto de Piedra Filosofal.
Fue creado para ser lo que es – el Agua de Vida… aunque está incompleto”.
“Espera”, dijo Edward con brusquedad, su temperamento empezaba a encenderse.
“¿No te están pagando para hacer la Piedra Filosofal? ¿¡No es por eso por lo que estáis
haciéndoos pasar por nosotros!?”
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“¡Hey!”, Edward extendió una mano para apoyarse en las piedras del suelo del patio
y se tumbó de lado, saliendo rodando de debajo de Russell. Edward dio un brinco y se alejó,
manteniendo la distancia entre ellos. Russell le dejó irse, escogiendo tomar aliento en vez
de darle caza.
“Eres tan escurridizo como un mono”, se burló.
“¿¡Qué has dicho!?”
“Pero para ser un mono, das buenos puñetazos”, confesó Russell, frotándose el
costado. Edward sonrió ampliamente, luego hizo una mueca de dolor y se frotó su propio
hombro, que había recibido la patada de Russell hacía un momento.
Ambos habían adoptado una estrategia similar. Sabían que, en lo referente a la
Alquimia, ambos estaban muy igualados. Las mortíferas armas que habían diseñado eran
sólo para intentar crear oportunidades de asestar golpes en un combate cuerpo a cuerpo.
Pero incluso ahí, ambos estaban igualados.
“Estaremos así hasta que amanezca” dijo Russell, sonando indiferente como si
estuviera hablando con extraños.
“¡Tus ganas! Sólo puedes equipararte a mi debido a la Piedra, ¿recuerdas?”, gritó
Edward, furioso en verdad de que Russell le considerara como un igual.
“Esa patada no fue Alquimia, ¿sabes?”, le dijo Russell con una sonrisa.
“Lo sé”, escupió Edward. Vale, puede que estuvieran igualados a la hora de luchar,
pero no tenía que recordárselo cada dos por tres. “¿Podrías dejar de ser tan… tan molesto?”
“Yo no molesto. Tu te molestas fácilmente”.
Edward hizo un amago de dar una patada. Russell se movió a un lado con habilidad,
bajando el codo hacia la espalda de Edward.
“¡Vi ese próximo golpe!” chilló Edward, retorciéndose y levantando su rodilla para
darle un golpe a Russell en el plexo solar.
Russell se quedó paralizado un instante, sin poder respirar. Edward le derribó,
intentando inmovilizarle sin lastimarle mucho en verdad, pero Russell apartó su mano
fácilmente. Edward sacudió su mano para deshacerse del hormigueo que tenía por el golpe
que había infligido.
“No está mal”
“Lo mismo digo”, contestó Russell mientras intentaba coger aliento y se frotó el
dolorido estómago. “Para ser alguien que se irrita fácilmente, eres muy perseverante”
“Duele, ¿verdad? Hago sparring con mi hermano cada día, tú sabes. Esa es la
diferencia que marca el entrenar. Cuando te de un golpe de verdad, puedes apostar a que lo
sentirás”
“Si, bueno… Sólo lucho con adultos. Supongo que debería hacer algo de sparring
con Fletcher, ahora que lo dices”
“¿Huh? ¿Fletcher puede luchar?”, Edward no podía imaginarse al frágil y larguirucho
Fletcher como un desafío. Russell rió.
“Sería un buen entrenamiento luchar con alguien mas bajo que yo”
La sien de Edward empezó a moverse con un tic. “No deberías haber dicho eso”.
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“¡Ajá! ¡Así que te molesta!” dijo Russell con una risita. Parecía muy satisfecho
consigo mismo por haber dado en el blanco.
“No deberías permitirlo, ¿sabes?”, añadió. Su tono dejaba claro que quería decir
justo lo contrario.
Edward aulló de ira y fue hacia él, con los puños en alto. Russell no era de esos que
se dejaban pillar por los golpes salvajes. Se echó a un lado y levantó la pierna, pero Edward
estaba más centrado de lo que parecía y esquivó la patada con facilidad.
“¡Voy a reducirte a cenizas!” gritó. “Luego haré esto, y esto, ¡y gooollpeeee!”. Edward
saltó y agitó las manos mientras hablaba, gesticulando cómo iba a golpear con Russell y a
hacerle pedazos con la rodilla. El ruido del golpe era la parte en la que se imaginaba
partiendo a Russell por la mitad. “Nunca me has gustado, desde el momento que te vi.
Actúas como si fueras muy tranquilo, pero te encuentras nervioso y eres un creído. Sí, estoy
seguro que así consigues lo que quieres, pero, ¿sabes qué? Te hace parecer mayor. Claro,
podrías estar mintiendo sobre tu edad…”
La boca de Russell se movió al oír la palabra “mayor”. Edward se dio cuenta y entró
a matar. Al fin cambiaron las tornas, y él tenía un montón de cosas por ajustar.
“¿Oh? ¿Así que eres susceptible con la edad? ¿Quizás debería decirlo de otra
forma? No eres mayor, has… ¡entrado en la tercera edad!”. Edward se rió. “Lo siento, ¿he
herido tus sentimientos? ¿Qué edad tienes en verdad?”
Edward estaba emocionado. Ahora era él el conversador tranquilo, mientras que
Russell parecía absolutamente miserable. Hasta que…
“¡Ajá!”, exclamó Russell con una ancha sonrisa. “No soportas que sea más alto que
tú, ¡aunque somos de la misma edad!”, dio un paso atrás. “Quieres que sea más mayor que
tú, ¿verdad?”
Edward se avergonzó, pero no iba a renunciar tan fácilmente.
“Estás anticuado, pasado de moda, pasado de época… ¡y no tienes la suficiente
energía para ser de mi misma edad!”. Dio un paso hacia delante y señaló a Russell con un
dedo acusador. Ambos empezaron a quemarropa.
“¡Voy a borrar esa sonrisa de tu cara!”
“Sigue con tu cháchara, mono”.
Saltaban chispas en el aire que los separaba.
Siguieron enfrentándose, uno mirando hacia abajo, el otro hacia arriba, mientras los
insultos iban y venían.
“Pagarás el haber usado mi nombre, lo prometo. Y ni te molestes, ¡no me apiadaré
de ti sólo porque seas un viejo!”
Russell levantó los puños cerrados, se restregó los ojos y bostezó.
“¡Fiu! Mira que es cansado bajar la mirada hacia alguien tanto tiempo, me imagino
que tú no sabes lo que es eso…”
En tan solo unos instantes, ambos habían olvidado por completo sus objetivos. Esto
era personal.
Pelea intensificada con Alquimia, puñetazos y patadas voladoras. La única diferencia
era que ahora se lanzaban insultos el uno al otro mientras luchaban.
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Ambos sabían que se estaban comportando de una forma ridícula. Pero cuando
miraron alrededor, vieron que ninguno de sus hermanos estaba ahí para pararles…
continuaron peleando.
“¿No lo ves?”
“¿Ver qué?”
“¿Por qué mentimos y dijimos que éramos los hermanos Elric?”
“Tuvimos que hacerlo para poder investigar aquí”
“¿Y por qué estamos investigando?”
“Porque es lo que él quería. Quería rescatar a esta ciudad”
“Si crees que esto es lo que él quería que hicieras, ¿por qué no usas tu propia
Alquimia en lugar de esas Piedras?”
“Porque me dijo que no”
Russell no puede ver las cadenas…
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AL FINAL, Russell no dijo nada. Sólo se alejó. Y entonces apareció un guardia y les
dijo que informaran al salón principal. Sin decir ni mu, Russell echó a andar de vuelta a la
mansión.
“¿Russ…?” le siguió Fletcher, mirando a su hermano por el rabillo del ojo.
La cara de Russell se veía pálida con la luz de la luna, una cara sin emociones. De
repente sus posiciones se invirtieron. Ahora era Russell el que no podía hablar, era Russell
quien se había quedado sin habla por las palabras de Fletcher.
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Sin embargo, Nash no reconocía que era un investigador de prestigio. Ignoró mis
sugerencias y, no queriendo malgastar mis limitadas financiaciones de investigación, tuve
que hacer que reflexionara en el sótano un tiempo. Claro está que, siendo alquimista, creó
una puerta y escapó de buena gana”.
Edward resopló.
“Después de eso, los pocos alquimistas que quedaban en el equipo ensayaron
multitud de experimentos, pero rápidamente perdieron el hilo de la investigación. Ahí fue
cuando Russell y su hermano llegaron. Russell afirmaba que el proceso de destilación que
habían estado usando era erróneo – o algo así – y consiguió hacer algunos progresos con
los análisis de pruebas que su padre había abandonado”.
Edward y Alphonse asintieron, impresionados. Si eso era cierto, Russell había
logrado toda una hazaña. Crear incluso una Piedra de prueba a partir del trabajo de su
padre sin una lista de materiales ni una metodología no era fácil.
“Sin embargo”, continuó Mugear, “fallo tras fallo el resto de nuestros materiales se
redujo a un puñado. Así que intentó aprender cómo Nash hizo sus creaciones”
“Ya veo”
Mugear miró a Edward con impaciencia. “Bien, ¿qué dices? ¿Te unirás a mí?
¿Puedes descifrar lo que se hizo para crear el Agua?”
Edward frunció el ceño y se frotó la barbilla. Por lo que había visto esa noche, estaba
seguro que aplicar la ingeniería invertida en el Agua sería imposible. Se guardó esa
información para sí.
“Tendremos que hablar con Russell, ¿verdad, Al?”
Alphonse asintió. “Es la única forma”, coincidió.
“¿Podemos?”, Edward supuso correctamente que Mugear no se negaría ante una
petición tan simple, especialmente cuando se creía que estaba a punto de adquirir nuevos
talentos que trabajasen en su investigación.
“Claro, claro”, respondió Mugear con una sonrisa. “Ahora mismo están en el sótano,
portándose muy bien. Russell puede usar un poco la Alquimia, claro, por lo que he colocado
un guardia”
Mugear se ofreció a llevarles abajo, con una amplia sonrisa aún en su rostro.
habilidades eran insuperables. Siempre decía que quería usar sus conocimientos para
ayudar a la gente – o, al menos, para apoyar a otro alquimista que pudiera practicar el arte
para ayudar a otros.
“Por eso aprendió de un famoso alquimista en un laboratorio militar. Pero no estaba
de acuerdo con algo relacionado con la aplicación de sus métodos. No podía soportarlo
más, así que lo dejó. Después de eso, nuestra familia vivió cada día como fugitivos. Nuestro
padre vivía en un estado de constante temor. Solía decirnos una y otra vez que había
dejado la Alquimia. Nos hizo prometer que nunca tocaríamos el tema”.
“¿Dónde estaba esa instalación del ejército?”, preguntó Edward.
“No lo sé. Nunca me lo dijo”
“Qué lástima”, dijo Edward. “Entonces supongo que no seré capaz de encontrar su
rastro aquí. ¿Qué hay de tu madre?”
“Nuestra madre murió. Estaba agotada de toda la huida… Después de irse, nuestro
padre nos dijo que había una ciudad que quería enseñarnos – la ciudad donde había nacido.
Nos dijo que esperásemos en las afueras mientras se adelantaba a explorar la zona. Si
había allí un lugar para nosotros, nos mandaría un mensaje”.
Fletcher parecía triste. Escuchar a su hermano hablar de su padre, su vida de
fugitivos y la ruptura de su familia era doloroso. También compartía aquellos duros
recuerdos.
“Nuestro padre nos envió una postal”, siguió Russell. “Dijo que había encontrado
trabajo aquí. Era un buen laboratorio, uno donde podría estudiar en paz, donde el ejército no
le encontraría.
“Dijo que vendría por nosotros… “Russell se paró. “Estoy seguro de que tuvo sus
razones para marcharse, pero nunca me dijo porqué fue. Nunca volvimos a verle”.
Tras una pausa, Russell continuó. “Este era su hogar. Quería hacer que fuera igual
que cuando él era joven – verde y lleno de vida. No sé a donde fue, pero pensaba que le
daría un motivo para volver. El Agua de Vida era la llave. Con eso, podríamos traer los
cultivos de vuelta y los ciudadanos verían que había mas vida aparte del oro”.
“Así que eso era lo que estabas intentando hacer”. Por fin todo empezaba a tener
sentido para Edward y Alphonse. Pero tanto las ambiciones de Mugear, las esperanzas de
Russell y los sueños de los ciudadanos, no habían salido como se esperaba.
“Pensé que estaba siguiendo los pasos de mi padre, pero al final no estaba llegando
a ninguna parte. Sólo quería hacer algo por esta ciudad, para hacer que mi padre se sintiera
orgulloso”, dijo Russell amargamente.
Edward no intentó consolarle. “Quizás estabas yendo por el camino equivocado”.
“¿Huh?”
“Si quieres ayudar a los ciudadanos, no necesitas una Piedra Filosofal o el Agua de
Vida. Tienes dos manos – úsalas. Si quieres que la ciudad se vuelva verde, empieza a
mover rocas. Estoy seguro que eso hará que tu padre se sienta orgulloso”. Edward agarró
los barrotes de la celda. “Ocurra lo que ocurra, no vas a conseguir nada si te quedas aquí
sentado deprimido. Tienes que seguir adelante. No hagas que me avergüence de ti, ¿vale?
¡Sobre todo si estás usando mi nombre!”.
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De repente los barrotes se curvaron en las manos de Edward. Edward cruzó el hueco
hasta el interior de la celda, fue hacia los prisioneros y rompió las esposas. Salió sin mirar
atrás. No les sacaría de ahí él mismo. Si salían, sería por su propia voluntad.
“Vamos, Al”
Alphonse asintió. Mira hacia los barrotes, lo suficientemente anchos para que un
chico pasara fácilmente. Dentro de la celda, Fletcher estaba de pie cerca de su hermano. Se
dio cuenta de que Alphonse le miraba y elevó la barbilla. Sus ojos desprendían fuerza.
Alphonse le hizo un gesto con la cabeza. Sabía que si Russell se resistía, Fletcher
conseguiría que saliese de allí. Él les daría un lugar mejor y encontrarían un nuevo camino.
Satisfecho, Alphonse se giró y salió.
“RUSSELL”, dijo Fletcher con suavidad. “La celda está abierta. Ya no tenemos las
esposas. Si vamos a irnos, tenemos que decidirlo ya”
Russell miraba silenciosamente sus manos, que descansaban en sus rodillas.
“Voy a salir de este lugar”, continuó Fletcher, “y voy a disculparme con la gente de la
ciudad. Luego voy a aprender más Alquimia. Voy a ser realmente bueno en eso. No
seremos capaces de convertir este lugar en un paraíso de la noche al día, pero seguro que
podemos mover algunas rocas. Ya sabes, Russ, quizás te guste más ese tipo de trabajo que
la Alquimia”.
Russell le miró sorprendido.
“¿Sabes lo que eso significa?”, preguntó Fletcher. “Ya no tienes más cadenas a tu
alrededor. No tienes porqué seguir más los pasos de nuestro padre. Puedes hacer lo que
quieras. ¡No tienes porqué seguir reprimiéndote!”
“Fletcher… ¿Desde cuando eres el hermano mayor?”
“¿Sabes?”, dijo Fletcher, “siempre has admirado a Padre, pero hay alguien a quien
yo admiro también. Me digo a mi mismo, ‘Si eso puede ayudarle, seré más fuerte’ “
Russell levantó una ceja.
“Quizás no lo sabías”, siguió Fletcher, “pero siempre te he admirado”
Russell miró a los ojos de su hermano y sonrió. Se levantó y puso la mano en la
cabeza de Fletcher. “Has crecido”.
Era un gesto familiar. Solía hacerlo a todas horas cuando su familia aun estaba
unida. Ponía la mano sobre la cabeza de Fletcher y le decía “Has crecido”, mientras sus ojos
decían pero más te vale no ser más alto que yo. Fletcher levantaba la cabeza para mirarle y
contestaba “¡Cuidado! ¡Te estoy alcanzando!”, y los dos reían.
Hoy, Fletcher sabía que Russell estaba hablando de algo más que de altura.
Sintiendo la mano de su hermano en su cabeza, Fletcher sonrió. “Cuidado, te estoy
alcanzando”.
Ambos cruzaron a través de los barrotes torcidos. Irían a disculparse con los
ciudadanos. Aceptarían su castigo y luego les ayudarían a restaurar la tierra para poder
cultivar verduras.
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Justo debajo del sitio donde había aterrizado la columna, una pequeña cúpula salía
del suelo. Al mirar Edward, la cúpula se partió en dos, lanzando fragmentos de la columna al
otro lado. De debajo de la cúpula emergió Mugear, con una nueva pistola en su mano.
“Muy astuto por tu parte tirarme esa columna encima”, dijo mientras apretaba el
gatillo.
“¡Wow!”, Edward se agachó y rodó a un lado mientras la boca de la nueva arma de
Mugear seguía sus movimientos. La Piedra le había dado a Mugear el poder de generar una
ilimitada lluvia de balas.
Edward se agachó tras un montón de escombros de la columna derribada, pero los
disparos pronto arrancarían aquello que le daba algo de protección. Se giró y puso las
manos en una pared cercana para crear un pincho, pero eso también fue reducido a polvo
en cuestión de segundos. Edward no sabía que hacer. Las balas no tenían fin – era como
luchar con un pequeño ejército.
“¿Qué ocurre? ¡Había pensado que un Alquimista Nacional sería un desafío mayor!”,
rió Mugear. Estaba creando un cañón más largo aún mientras hablaba.
“¡Te demostraré lo que un Alquimista Nacional puede hacer!”, chilló Edward,
haciéndole frente a Mugear. Se movió tan rápido que le alcanzó antes de que pudiera
levantar el cañón. Con su brazo-espada, Edward cortó el cañón en dos. Con la guardia
bajada, Mugear tropezó hacia atrás. Edward vio su oportunidad, cerró su otra mano
formando un puño y golpeó a Mugear en la mandíbula.
Mugear empezó a soltar palabrotas y comenzó a crear otro cañón mientras que
Edward se escabullía y plantaba las manos en el suelo para crear otra pared. La piedra del
suelo se arqueó, dejando al descubierto tierra con curvadas raíces de plantas debajo.
Cuando el suelo estuvo completamente vertical, Edward lo golpeó con todas sus ganas.
Viendo que la pared iba hacia él, Mugear formó otra semi-cúpula para bloquear la caída.
“¡Ja! ¡Estás en un espacio abierto!” vociferó Edward, corriendo para agarrar los
restos de la barandilla de la escalera. Hubo un destello de energía alquímica y Edward sacó
una lanza larga y pesada. “¡Romperé esa cúpula por la mitad!” juró, embistiendo contra el
escudo de Mugear. Pero mientras bajaba la lanza tanto como podía, la mitad superior
desapareció con un horrible chirrido.
“¿Huh?”, Edward miró a la cúpula. Polvo blanco del yeso estaba suspendido en el
aire. La cúpula apareció abierta ante él, y allí estaba Mugear, de pie, llevando otro cañón. Lo
había completado mientras se refugiaba en la cúpula. Edward se dio cuenta de que su lanza
no había desaparecido - ¡había sido pulverizada por una ráfaga de disparos de Mugear!
Mugear se sentó dentro de lo que quedaba de la pared su cúpula circular.
“¡Es hora de acabar con esto!”, gritó, apretando el gatillo.
La pistola dio en el blanco. Un gran ¡Baboom! Hizo eco por toda la mansión mientras
una gigante bola de cañón chocó contra el otro extremo del salón. Las grietas recorrieron la
pared y toda la sala se estremeció.
“¡Cielos!”, gritó Edward. “¡Este lugar va a venirse abajo!”
“¡Bah! Puedo construir otra mansión, ¡pero nunca volveré a tener la oportunidad de
poner a un Alquimista Nacional en su sitio!”. Mugear disparaba una y otra vez. Una bola de
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cañón aterrizó a los pies de Edward, haciendo que perdiera el equilibrio. Edward se echó a
un lado tambaleándose justo cuando otra volaba directa a su cara. En el último momento,
sacudió su brazo-espada y cortó la bola en dos. Un hormigueo le recorrió el brazo y su
hombro se entumeció por el impacto. Sabía por la velocidad y el peso que había tenido
mucha suerte. No sería capaz de bloquear el próximo disparo. Correr tampoco era una
opción. Se cansaría antes de que Mugear agotara su munición.
Edward levantó rápidamente otra pared, más robusta que la anterior, pero aún así se
agitaba y agrietaba con cada ataque. Edward empezó a decir palabrotas. “Si tan sólo
pudiera acercarme, tendría ventaja”.
De repente se abrió una puerta que tenía detrás y una voz llamó, “¡Edward!”. Era
Russell. Miró la devastación con tan solo una mirada y corrió a ayudarle.
“¡Quédate atrás, idiota!”, gritó Edward por encima del hombro. Seguían volando balas
por todas partes. Ante su pared completamente desintegrada, Edward hizo una nueva
mientras le gritaba a Russell. “¡Escóndete! ¡Ahora! Sólo estorbarás”.
Mugear vio a Russell y lanzó una lluvia de balas en su dirección. “¡Qué lástima que
ya no tengas una Piedra! No podrás unirte a mi pequeño juego”. Una bola de cañón gigante
se precipitó por el aire hacia Russell. La esquivó por un pelo y corrió hacia Edward.
Otro disparo fue hacia ellos.
“¡Russell!”, gritó Edward, apartando los ojos de Mugear un segundo. Era el momento
que Mugear había estado esperando.
“¡Ahora se termina!”, gritó triunfalmente.
Justo tras Edward, un pincho salía del suelo y fue hacia él. Edward no tuvo tiempo de
bloquear su formación. Vio el pico mortal dirigiéndose directamente a sus ojos.
Desesperadamente, movió el brazo-espada y logró cortar la punta, pero no fue suficiente
para detener el avance del resto del pincho. Edward se preparó para el impacto que seguro
le mataría – pero el malvado pincho se paró a menos de dos centímetros y medio antes de
darle.
“¿Eras tú el que decía que solo estorbaría?” preguntó una voz detrás de Edward.
“¿Russell?”
Russell estaba de pie con el brazo estirado sobre el hombro de Edward, con el duro
final del pincho firmemente en su mano. Edward también vio algo más – raíces curvadas
estaban enroscadas en el brazo de Edward y se prolongaban como serpientes a lo largo de
todo el pincho. Eso era lo que había disminuido la velocidad.
Desde la mano de Russell, las raíces se desplazaron por su brazo y retrocedieron
hasta la tierra bajo el suelo agrietado. La firma de la Alquimia era obvia. Russell agitó su
mano, y las raíces se desmenuzaron y desaparecieron.
“¡I-imposible!”, gritó Mugear. “¿¡Tienes otra Piedra!?”
Russell levantó ambas manos. Estaban vacías, pero en cada palma tenía dibujado
un complicado círculo de transmutación.
“P-¿pero cómo?” tartamudeó Mugear.
Edward miró a Russell, con los ojos abiertos. “¿Puedes usar Alquimia de forma
natural?”
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“Me considero un alquimista de tercer grado como mucho, pero sí, puedo”
“No, he visto tus notas de investigación. Sabes más de lo que dices. Lo sospechaba
desde el principio… Pero al verte usar la Piedra, pensé que dependías de ella porque no
tenías poderes propios”.
Le había llevado una fracción de segundo juzgar y reflexionar sobre como parar el
pincho. Estaba claro que Russell poseía un talento natural innato. Incluso podría ser igual
que Edward.
“Nunca usé mi Alquimia, porque sabía que a mi padre le disgustaría. Empecé a
usarla al llegar aquí, aunque siempre he tenido mis reservas, así que opté por un acuerdo.
Usaría Alquimia, pero sólo a través de las Piedras de prueba que hiciera. Así, aún podría
investigar y con un poco de suerte ayudar a la ciudad sin faltar a la promesa de mi padre…
O eso es lo que me dije a mi mismo, de todas formas. Al final, seguía siendo Alquimia, pero
necesitaba esa excusa para continuar”.
Russell hablaba con un tono calmado. “Ahora me doy cuenta que está bien usar la
Alquimia. Nunca entendí porque él quería que la dejara – sobre todo cuando puedes hacer
tanto bien con ella”. La expresión de Russell brillaba. El dolor que había ensombrecido su
rostro había desaparecido. “He decidido que usaré la Alquimia – siempre y cuando ayude a
otros”.
“Así que soy el primero en beneficiarme de tu cambio de ideas, ¿huh?”, rió Edward.
“¡Eso creo!”
Los chicos se sonrieron.
“¿¡Crees que puedes derrotarme sin una Piedra!?”, aulló Mugear.
Russell permanecía impasible. “Claro. Todo lo que tienes es la Piedra. Una vez que
nos acerquemos a ti, todo habrá acabado”
Edward movió la cabeza con un suspiro. “¿Sabes, Russell? Incluso aunque estés
usando tus poderes ahora para hacer el bien, aún sigues siendo bastante arrogante”
Russell asintió. “Prepárate. Ahí viene”
“¿Huh?”
Mugear cargó y disparó el cañón directo hacia ellos.
“¡Wow!”, Edward se agachó y la bala pasó como un rayo por encima de su cabeza.
Sintió en el hombro unos golpecitos del pie de Russell. “Bueno, ¿a qué esperas? Ve
a por él”.
“¿Qué? ¿Quieres que vaya a por él solo?”, preguntó Edward.
“Bueno, obviamente no podrás acercarte a él solo con tu Alquimia. Así que, por qué
no te preocupas de cogerle, que yo me preocuparé de cubrirte todo el camino hasta allí. De
todas formas, soy mejor en defensa”.
Mientras hablaba, una luz salía de su mano hacia el suelo roto y las raíces de debajo
cobraron vida, enrollándose y girándose a través de las rajas y grietas. La técnica de Russell
era similar a la que se usaba en medicina alquímica, solo que en vez de manipular células
humanas, estaba manipulando células vegetales.
Edward estaba agobiado antes cuando evitaba los ataques de Mugear, pero con la
ayuda de Russell, el viento había soplado a su favor. Ya que los intentos de Edward de
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esquivar y cortar por la mitad los pinchos de Mugear fallaban, la estrategia de Russell de
contención y defensa parecía que funcionaría.
“De acuerdo, vale… asegúrate de no perderme de vista”, dijo Edward.
“Buena suerte. Ponle en su sitio”.
Se miraron a los ojos y asintieron. Con esa señal, se giraron a la vez hacia la pared
destrozada que Edward había erigido para defenderse y la hicieron caer.
“¡Ahí estás!”, gritó Mugear, disparando a Edward. “¡Ven y cógeme!”.
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Las manos de Russell encontraron una raíz extendida debajo del suelo. La raíz
crecía salvajemente, e incontables ramificaciones salían disparadas por el aire, capturando
las balas y deteniéndolas a mitad de camino de su destino. Mugear disparaba sin piedad.
Todas las balas eran bloqueadas por las raíces en movimiento. El salón se estremecía con
el estruendo del fuego del cañón y el retorcer de las raíces bajo el suelo. El eco alcanzó su
punto máximo y una gran nube de polvo de yeso se elevó en mitad de la sala. Edward se
precipitó hacia Mugear a través de la nube.
“¡Te tengo!”
Antes de que Mugear pudiera levantar su arma, la espada de Edward bajó, cortando
el cañón en dos. Y antes de que las piezas golpearan el suelo, Mugear se quedó
inconsciente, desmayado por un puñetazo bien dirigido a un lado de su cara.
Sólo cuando los guardias sacaron a Mugear por la puerta principal, éste descubrió
que, mientras había estado luchando con Edward y Russell, los dos hermanos menores
habían prendido fuego a su laboratorio alquímico, reduciéndolo a cenizas.
“BONITO, ¿verdad?” Esa tarde, al anochecer, Edward miraba los rayos de luz
inclinándose en las afueras de la ciudad. No soplaba viento y el cielo estaba claro. El sol de
la última hora del día brillaba en el aire limpio.
“Será incluso aún más bonito pronto”, dijo Russell. Se sentó cerca de Edward. Desde
su posición, podían ver tras ellos un único par de raíles que llegaba a la ciudad. Edward y
Alphonse regresaron a donde habían empezado. Esta vez, se alejaban de Xenotime e iban
a la estación. Russell y Fletcher habían ido a despedirse.
De parte de los ciudadanos, Belsio se había disculpado con los hermanos Elric. “No
te preocupes por eso, todo es culpa suya”, contestó Edward, riéndose y señalando a Russell
y Fletcher.
“¡Hey, ya nos disculpamos!”
“¡No lo suficiente!”
Russell frunció el ceño. Se había disculpado docenas de veces, pero nunca sería
suficiente para Edward. Hacerse pasar por él era un crimen lo bastante serio como para
encerrar a Russell y Fletcher, pero ni Edward ni Alphonse querían que el asunto llegara tan
lejos. En vez de castigarles, Edward había nombrado a Russell su masajista personal y
maletero.
“¿Estás seguro de que estás bien? Podríamos hablar con la gente de la ciudad por
vosotros”, se ofreció Edward, echando a Russell una mirada de preocupación. Los
ciudadanos estaban furiosos por el engaño de los hermanos Tringam. ¿Quién sabía lo que
les harían cuando llegaran a la ciudad? Pero en favor de Russell había que decir que no
parecía tener miedo de enfrentarse a ellos.
“Me enfrentaré a lo que venga. Todo tiene que comenzar desde allí”.
“¿Tu también, Fletcher?”, preguntó Alphonse.
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Fletcher asintió. “Voy a quedarme con mi hermano. Ahora sólo somos los dos, y
tengo que cuidarle… Pero creo que está haciendo lo correcto… esta vez”. Sonrió a su
hermano. La cara de Russell permaneció fija y con determinación, pero no parecía infeliz.
Incluso cuando Russell había oído la verdad sobre la desaparición de su padre,
mantuvo sus emociones bajo control. Sólo puso el brazo sobre los hombros de Fletcher y
dijo que era lo que habían sospechado todo este tiempo.
Luego le dio las gracias a Edward por todo lo que había hecho por ellos. Edward
protestó, “¡Parad ya! ¡Es raro que me estéis dando las gracias!”
“Oh, ¿así que prefieres que te diga lo que realmente pienso de tus poderes
alquímicos?”, dijo Russell ceñudo.
Edward entornó los ojos hacia Russell. “¿Me estás menospreciando?”
“¿”Menospreciando”? Ya estás…” contestó Russell, andando de puntillas para
chulear.
“¡Ja! Después de todo, sigues siendo un imbécil”
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bolsa en alto para que Edward pudiera verla. “Ungüentos y medicinas. Estaremos bien si
vuelves a meterte en líos”. Alphonse agitó la bolsa. “Oh, espera. Hay algo más”.
Alphonse puso bocabajo la bolsa y cayó un trozo de papel.
“¡Una carta! Es para ti – de Russell”
“Aw, probablemente sea una última broma de despedida”, Edward sacudió la mano
con menosprecio hacia Alphonse. “Adelante, léela”
“Vale”. Alphonse desplegó el papel y comenzó a leer. “Querido Edward, te debo una
disculpa más. La verdad es que estaba mintiendo sobre mi edad”
“¿Ves? ¡Te lo dije!”, gritó Edward, incorporándose de un salto. “¡Sabía que no había
forma de que pudiera tener mi edad y ser tan alto!”. Estaba pletórico.
Alphonse bajó la mirada hacia la carta, luego la subió hacia su hermano. Entonces
volvió a plegar la carta.
“Y dime, ¿qué edad tiene? ¡Apuesto a que diecinueve! Cuando yo tenga diecinueve,
¡seré incluso más alto!”
“Estoy seguro de que tienes razón”, dijo Alphonse con calma, volviéndose para ver el
paisaje iluminado por la luna.
Edward le dio un codazo a Alphonse desde el otro lado del pasillo. “No era esa, ¿no?
Venga, ¿qué edad tiene?”
“No lo decía. Es todo lo que escribió”
“¿En serio?”, sonrió Edward, convencido de que Alphonse sólo le estaba haciendo
pasar un mal rato. “¡Vamos! ¿Cuál es la gran noticia?”. Alargó la mano hacia el bolsillo de
Alphonse.
Alphonse dio un respingo, pero Edward le agarró e intentó coger la carta.
“Ed, ¡déjalo ya!”
“Vamos, Al, ¿qué es lo que hay que esconder?”, liberó la carta del apretón de
Alphonse. “¡La tengo! No me puedo creer que no quisieras dármela. Algunas veces eres un
crío”
Edward abrió la carta y se alejó de Alphonse, que intentaba débilmente recuperarla.
Edward se puso en pie en mitad del vagón con una amplia sonrisa. “¡Sabía que al final
averiguaría la edad que tenía!”, Edward se reía entre dientes al empezar a leer la carta, pero
de repente se quedó paralizado.
“¡Noooooooooooooooooooo!”
El grito de Edward retumbó por todo el vagón. Alphonse suspiró y puso su cabeza
entre las manos.
Querido Edward,
Te debo una disculpa más. La verdad es que estaba mintiendo sobre mi edad. En
verdad tengo 14, un año menos que tú. Siento haber mentido.
Saludos,
Russell Tringam
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$ !
La hora: Mediodía.
El lugar: Cuartel General del Este.
“¿Almacén 13?”
Dos ojos negros parpadearon de sospecha bajo unas greñas de pelo. El hombre que
habló era el Coronel Roy Mustang, Alquimista de Fuego y jefe del Cuartel del Este. Despegó
los ojos de sus documentos y miró al Teniente Segundo Jean Havoc, de pie frente a su
mesa, que asentía con la cabeza entusiasmado con un cigarro colgando de la boca.
“¿De qué estás hablando?”, preguntó Roy. “Sólo tenemos doce almacenes en el
Cuartel del Este”
Miró hacia fuera por la ventana de su oficina. Contó doce almacenes en fila,
alineados perpendicularmente a su línea de visión. Al final del todo había tres almacenes
más, marcados con letras “A”, “B” y C”.
“Se te olvida uno” dijo Havoc, levantando un dedo. “Almacén número 13, en otras
palabras… ¿no te interesa?”
Jean Havoc era ese tipo de compañero que a la gente le parecía raro a primera vista.
Siempre hacía un buen y habilidoso trabajo, pero su actitud era pésima. Sin importar si
estaba ante un oficial o un Sargento Mayor, siempre sostenía un cigarro en la boca. Cuando
la gente protestaba ni siquiera respondía, lo que incrementaba las opiniones generales en
su contra. Simplemente dejaba que los comentarios le pasaran por encima. Era así de
resbaladizo. No importaba qué reprimenda o queja se le hiciera, nada parecía servir.
En una inusual muestra de consideración, Havoc sirvió a Roy una taza de café y
luego, sorbiendo de su propia taza, acercó una silla y empezó a fumar. Roy ni se molestó en
regañarle por fumar en su oficina. Después de todo, él mismo no era un modelo de oficial a
seguir, perdiendo el tiempo con sus bromas. Señalar a Havoc con un dedo simplemente
sería señalarse a si mismo.
“¿Y qué si hay un almacén 13? ¿Eso es un problema?” el tono de voz de Roy y su
expresión desinteresada dejaban claro su desdén por el tema. Antes, Havoc estuvo de
acuerdo en que era algo ridículo y que lo mejor sería dejar el tema.
Al otro lado de la mesa, Havoc sabía bastante bien que su historia le daba al Coronel
Mustang una oportunidad más que deseada para perder el tiempo. Así que se sentó en su
silla y lentamente sorbió su café. “Oh, es un gran problema”
“Explícate”
“Bueno… si pasas por ese Almacén 13 a medianoche, escuchas sonidos, ruidos –
alguien llorando, alguien cavando en la tierra”
“¿Qué es esto, algún tipo de historia de fantasmas?”, dijo Roy ceñudo y volvió a
mirar sus documentos.
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El perro aún era sólo un cachorro. El Sargento Mayor Fuery lo había traído un día,
incluso aunque los animales domésticos estuvieran prohibidos en los dormitorios de la base.
Hawkeye lo había amonestado, pero no pudieron encontrar a nadie que cuidara del perro.
Sin querer librarse del perro, al final Hawkeye se lo quedó.
“Date por avisado: soy una dueña cruel” había dicho cuando cogió al perro entre sus
brazos, y el Sargento Mayor Fuery comenzaba a llorar. La opinión general era que había
empezado a llorar porque estaba contento de que alguien se quedara con el perro y así no
tendrían que librarse de él. Sin embargo, algunos susurraban que fue la extraña visión de
ver sonreír a la Capitana Hawkeye lo que había hecho que se le saltaran las lágrimas.
Poco después, la Capitana Hawkeye declaró que pasaría tiempo con el perro como
parte de un experimento de entrenamiento de animales para servicio militar. Aunque no lo
quería en la base, ya que decía que era una “mezcla de asuntos públicos con los del
Sargento Mayor Fuery”, Roy había dicho que no le importaba y ahora el perro estaba seguro
en la base en días como aquel. Cuando Hawkeye tenía turno de día o de noche, o si pasaba
la noche, el perro corría libremente por los terrenos.
“Supongo que podrá ser un perro guardián”, dijo Roy. Cuando buscaban a alguien
que se encargara del perro, Roy había sido uno de los primeros en declararse inadecuado
para la tarea.
“Mírale jugando ahí, tan inocente” dijo Havoc, cerca de Roy. Havoc había sido el
segundo en ser declarado inadecuado para cuidar del perro. Por algo sobre un comentario
brusco que hizo sobre que los perros “estaban buenos con salsa”. Estaba de broma, por
supuesto, pero lo había dicho con una cara tan seria que nadie confiaba en él para cuidar
del perro. Incluso ahora, semanas más tarde, Fuery se negaba a dejar solo al perro con
Havoc fuese el tiempo que fuese.
“Tengo hambre” dijo Havoc de repente. “Vamos a comer”.
Quizás su estómago había rugido porque era hora de almorzar, o quizás por haber
visto al perro. Si Fuery lo hubiera escuchado hubiera asumido lo segundo, agarrado al perro
y corrido varios kilómetros sin parar. Havoc se había ganado esa reputación por sus
comentarios poco acertados.
El perro había crecido desde que se había unido a ellos en la base y aquellos días
estaba más juguetón que antes. Corría por todos los patios centrales dando interminables
vueltas.
“¿Bien? ¿Se ha convertido en un perro de caza leal y firme? ¿En perfecta armonía
perpetua con su dueña?” preguntó Havoc.
“Aún no, pero se mueve aunque no se lo pida”. Roy le tendió una mano al perro. El
perro le miró perplejo y se sentó perfectamente inmóvil, como siempre. Roy tenía claro que
prefería los perros: fieles, diligentes, trabajadores. Pero algo en su rostro decía que lo que
realmente quería era alguien que hiciera el trabajo por él, así podría vivir una vida de
tranquilidad. Eso contribuía gratamente a la decisión de quitar a Roy de la lista de posibles
candidatos para cuidar del perro.
“Necesitará un poco más de entrenamiento antes de que pueda firmar papeles por
mi”, dijo Roy desanimado.
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“Te quedarás esperando toda la vida” dijo Havoc, rompiendo rápidamente sus
esperanzas.
Los dos habían alcanzado la puerta del salón principal. Roy agarró el pomo y abrió la
puerta con un clic. Al otro lado, una voz alta le saludó.
“¡Regocijaos todos! ¡El Coronel ha decidido guiar la misión de hoy!”
Sobresaltado, Roy se dio cuenta de que era Havoc. Se le había adelantado
sigilosamente al abrir la puerta y ahora sostenía la puerta abierta de par en par para el
inconsciente Roy.
“¿Huh? ¿Y a qué viene esto ahora?”, las cosas estaban sucediendo demasiado
rápidas para Roy como para entender lo que estaba ocurriendo, pero cuando vio a todos de
pie en el comedor, agarrando sándwiches con una mano y mirándole expectantes, supo que
tramaban algo.
“¡No me asustaré de ningún fantasma si el Coronel viene con nosotros!” dijo Falman.
Falman era Oficial de Brigada en la base – un compañero flaco con ojos bizcos que ahora
brillaban mirando a Roy.
“¡Cuánta más gente, mejor!” dijo Breda. Como Havoc, Heymans Breda era Teniente
Segundo y estaba justo enfrente de Falman. Era fuerte y parecía ser la última persona en
esa sala que necesitaría la ayuda del Coronel para algo, y menos para los fantasmas.
“¡Coronel! ¡Haga algo por favor! No puedo salir por las noches, ¡tengo tanto miedo!”,
dijo el Sargento Mayor Fuery, corriendo para agarrarse a la manga del Coronel. Estaba al
borde de las lágrimas. Fuery era un joven de aspecto serio con el pelo corto y negro y
enormes gafas. Parecía más joven de lo que ya era. Lo confundían frecuentemente con un
estudiante del primer ciclo de secundaria.
Roy aún no tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero no le gustaba.
Escapándose del apretón de Fuery, se giró para enfrentarse a Havoc. “¿A qué te refieres
con la ‘misión de hoy’? ¿Qué está pasando aquí?”
“Vaya, ¿a que te refieres? ¡Es de lo que hablamos antes! ¡El Misterio del Cuartel del
Este, señor! ¿No dijo que nos ayudaría a averiguar la verdad?”
“¿Huh?”
De acuerdo, Roy había afirmado que probaría que ese fantasma solo era el producto
de ideas disparatadas, pero había sido una conversación normal. Nunca hubiera imaginado
que Havoc la convertiría en una oferta para guiar alguna alocada caza de espectros.
“Bueno, no… dije que le contaría la verdad a quien estuviera extendiendo ese rumor,
¡pero no dije nada de ninguna misión!”
“¿Estás queriendo decir… que no vas a ayudarnos?”, preguntó Fuery, con la
preocupación en sus ojos. Las manos de Fuery estaban temblando. Parecía afligido. Roy se
dio cuenta de que tenía que hacer algo.
“Bueno, no es que no vaya a ayudar... sólo es que, esta misión, yo…” Roy
simplemente no quería decir “sí” y comprometerse a la idea.
“Está bien, Sargento Mayor Fuery”, dijo Havoc. “No es por ti. Es igual de malo con
todo el mundo”.
Havoc rió y Roy echó humo.
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“¡Mira quien habla! ¡Y yo que pensaba que habías venido a mi oficina a pasar el
tiempo contando historias de fantasmas!”
Havoc levantó las manos al cielo fingiendo rezar para pedir piedad. “¿Qué estás
diciendo? ¿Yo? ¡Llevo una vida de suma diligencia!”
“Mentiroso” escupió Roy, pero Havoc no estaba escuchando.
Havoc le acercó una silla al Coronel y extendió un mapa de la base en la mesa.
“Bien, jefe de la misión. Vamos a aclarar todos los detalles”
“¿A quién estás llamando “jefe de la misión” y qué es todo eso de “misión”, por
cierto?”
“Claro, ¡nuestra misión para revelar la verdad que hay tras este misterio! Yo soy el
estratega, ¡y tú eres el jefe!” dijo, señalando a Roy.
Roy apartó la mano.
Breda dio unos pasos y pasó la mano por el mapa, contando los almacenes. “Aquí
están los almacenes numerados, del uno al doce, y luego están los demás –“
Antes de que Breda pudiera señalar el inexistente Almacén 13, Roy le agarró la
mano.
“Aquí está tu Almacén 13” dijo, señalando al Almacén B. “¡La verdad ha sido
revelada! ¡Nuestra misión ha sido todo un éxito!”
Se levantó triunfalmente, pero Havoc le puso una mano en el hombro.
“No vamos a dejar que se libre de esto, Coronel. Estamos realmente asustados y
necesitamos que hagas algo”.
“Sólo quieres una persona más para tu grupo para que yo sea el primero y puedas
arrojarme al fantasma”
“¡Pues claro! Necesitamos tanta gente como podamos. La unión hace la fuerza, y
todo eso”
La voz de Havoc era tan jovial como siempre, pero sus ojos parecían muy serios.
Roy se dio cuenta que con Fuery a punto de llorar y Breda tan pálido, no sería capaz de
pasar del tema. No quería involucrarse, pero no tenía elección.
“Vale”, dijo Roy, suspirando mientras se sentaba en la silla. “Contadme que ha
pasado. Desde el principio”
La primera vez que se mencionó algo raro en el Cuartel del Este fue casi hace un
mes. Falman lo escuchó primero. Alguien de la ciudad le contó algo cuando estaba fuera de
misión de compras.
“Has pasado muchas noches ocupado en el Centro de Mando, ¿verdad?” habían
dicho. Falman lo ignoró pensando que era una conversación trivial. Pero cinco minutos más
tarde, otra persona dijo casi lo mismo. Cuando le preguntó qué era, supo que la gente había
oído ruidos de excavaciones en la base. Asumieron que era algún tipo de proyecto oficial.
Se informó más y desató una avalancha de informes y especulaciones.
“Escuché cavar aquí la otra noche”
“Suena como una persona cavando… ¿Pero por qué cavan de noche, sin luces?”
“Los guardias dicen que nadie ha estado trabajando fuera por las noches…”
“Pero nadie que no sea del ejército puede entrar a la base…”
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“Eso es lo que creo… pero no sé nada sobre excavaciones o llantos”, dijo Roy.
“¿Alguien ha ido a comprobarlo?”
“Pero, ¡si eso es lo que vamos a hacer esta noche!” dijo Havoc. “Tienes una tarea
nocturna – quédate un poco más y haz horas extras”. Ya estaba programando los horarios.
“¿Por la noche?” pregunto Roy con incredulidad. “¿Vamos a ir por la noche?”
Roy había dicho que no le importaban las historias de fantasmas, pero tras oír los
relatos de los sonidos que Falman y Fuery habían escuchado, empezó a ponerse nervioso.
“¿Por qué no vamos ahora?”
“¡Porque los fantasmas salen de noche!”, dijo Havoc. “¡No encontraremos nada si
vamos ahora! El Escuadrón de Investigación Paranormal del Cuartel del Este saldrá de aquí
a la 01.00 en punto”
“Espera, ¡no podemos hacer estas cosas en la base! Si nos pillan…”
Roy no tenía que decirle a Havoc que ella se pondría furiosa si los encontraba
correteando por ahí como colegiales en la noche.
“La Capitana Hawkeye se va hoy temprano. Estaremos bien”
“Sí, pero…” Roy se sentía menos y menos entusiasmado con lo de salir por la noche
al lugar que se rumoreaba que estaba embrujado. Además, empezaba a sonar como un
rollazo. “¿Y por la mañana? Ese llanto probablemente sea el viento soplando por alguna
grieta del almacén”
Havoc no iba a ser persuadido. “Coronel, ¡tus hombres están asustados! ¿Vas a
dejarles? Tus pobres, pobres hombres…”
“Bah”, dijo Roy. “Sólo pretendes involucrarme en tu pequeña farsa”
“Oh, yo tampoco quería ir, pero cuando el Sargento Mayor Fuery vino a mi supe que
era el momento de armarse de valor y hacer lo correcto”, dijo Havoc.
“Yo también”
“Yo igual”
“Y también escuchamos cavar, después de todo…”.
El Sargento Mayor Fuery debía de haber estado realmente asustado. Había ido
llorándole a todo el mundo. Ahora miraba a Roy, y sus ojos estaban llorosos de las lágrimas.
“Por favor… por favor, ¡no nos dejes! ¡Tengo tanto miedo!”
De verdad que no quiero ir, pensó Roy, pero no podía ni imaginarse como decirlo.
“¡¡Coronel!!”
Unos segundos después, Fuery estaba colgado de su brazo, suplicándole para que
fuera con él.
“¡Está bien! ¡Está bien, iré!” dijo Roy. Suspiró y miró al mapa de la base.
Roy finalmente había renunciado a intentar librarse de la misión. Era la única forma
de resolver el problema de una vez por todas. Roy pensaba en sus hombres. El pobre
Sargento Mayor Fuery tenía tanto miedo del fantasma que no podía regresar a su
dormitorio, pero aún así se apuntó a la misión. Era eso o esperar solo en el comedor, y esa
no era una opción con el fantasma por ahí. Le pidió permiso a Hawkeye para que el perro se
quedara en la base. Roy imaginó que probablemente se agarraría al pobre chucho con
todas sus fuerzas hasta que empezara la misión.
Falman, que había escuchado al fantasma cavando, también quería que se
resolviera el misterio. Breda se unió sólo para decir que lo había hecho y, al igual que
Havoc, dijo que estaba asustado pero que no había duda de que se trataba de una excusa
para poder divertirse por ahí en la noche sin meterse en líos.
“Si deja pasar esto, definitivamente tendrá un efecto negativo en el estado de ánimo,
Coronel…”
Sin mencionar que si el rumor llegaba a Central, serían castigados. Peor, Roy
conocía al oficial a cargo en Central y había una oportunidad más que buena de que se
tomara un interés personal en el rumor e hiciera una de sus estratagemas de publicidad. El
Cuartel del Este se convertiría en unas instalaciones de espectáculo – un destino turístico
para reclutar a gente atónita que viniera a ver el famoso almacén encantado – y Roy no
tenía intenciones de dejar que su base se convirtiera en una feria. Decidió que lo haría lo
mejor posible para llegar al fondo de la cuestión y resolver toda la situación calmadamente.
“Es duro ser un jefe de nivel medio”, refunfuñó mientras se paraba en la puerta del
salón principal. Aclararía el tema rápida y tranquilamente, para que nadie de los de arriba
escuchara algo sobre aquello. Roy fue a abrir la puerta, y sus ojos se abrieron de par en par.
“¿Qué es esto?”
Alguien había pegado un trozo enorme de papel en la puerta del salón principal. En
letras gigantes, ponía:
Roy arrancó el letrero de la puerta y entró furioso a la habitación, con el papel hecho
jirones en su mano. “¡No colguéis esta basura! ¿Qué pasaría si lo ve alguien importante?”
“Aw, acababa de terminarlo” dijo Havoc, recogiendo de forma penosa los trocitos de
papel que habían caído.
“¡Deja de hacer de esto algo más importante de lo que es!”
“Vamos, vamos, señor”, dijo Havoc. Havoc intentaba calmar a Roy, mientras Breda y
Falman estaban liados con unos trozos de pan de una mesa cercana a él.
“Necesitaremos dos trozos más” dijo Breda. “Y más salchichas. Cuando llegue el
Sargento Mayor Fuery estaremos listos para irnos”
“¿Por qué estáis preparando bolsas con comida?” Roy miró a ambos, estupefacto.
“Venga, si vamos a hacer una excursión por el campo, ¡tenemos que hacerlo
divertido!”, dijo Havoc inocentemente.
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CUANDO ABRIERON LA PUERTA hacia el exterior, un viento frío y fuerte les dio en
la cara, haciendo como si el calor de todo el día solo hubiera sido un producto de sus
imaginaciones.
“El tiempo se ha puesto feo” murmuró Roy. La luna permanecía oculta tras unas
nubes oscuras y el cielo era de un negro plomizo. Miraron a las oscuras siluetas de los
almacenes que Roy había mirado antes desde su oficina. Falman cerró la puerta tras si con
un fuerte golpe y la luz de la habitación se apagó. La oscuridad a su alrededor iba
aumentando. Todos habían querido acabar con eso de una vez por todas y quizás soltar una
o dos bromas para tranquilizarse, pero ahora que la tarea estaba frente a ellos nadie quería
ir. Acurrucándose, anduvieron despacio por el patio principal hasta un sucio camino sin
pavimentar que llevaba a la hilera de almacenes.
“¡Dejad de empujar!” dijo Roy. Los otros estaban apiñados tras él, empujando para
que fuera el primero.
“Lo siento, no queríamos andar delante de un oficial de más rango” dijo Havoc,
agachado detrás de Roy y usándole de escudo humano contra los terrores de la noche.
“Tengo miedo, tengo miedo”, susurró Fuery.
“Solo estás asustado porque piensas que hay algo ahí de lo que asustarse”, dijo
Falman con una voz fría y calculadora desde su escondite tras la espalda de Roy.
Breda sugirió cantar algo. Todos estaban intentando sin mucho éxito ocultar el miedo
que salía de sus corazones dejándolos helados y temblando.
“¡Eeeeek!” chilló Breda de repente, y a todos se les salió el estómago por la boca.
“¿Qué? ¿Qué es?”
“¡Ow!”
“¿Hay algo ahí?”
“¿Quién me ha pisado?”
Un grito había hecho que se alarmaran y ahora todos estaban saltando como una
manada de animales nerviosos. Sólo habían pasado unos instantes desde que salieron y ya
el miedo era una epidemia. El único que parecía algo más calmado era Roy, y eso sólo
consiguió que los demás formaran una fila detrás de él. El chillido de Breda le había hecho
sentir pánico por un momento, pero cuando la bota le dio en todo el pie el dolor le hizo
recobrar el sentido común. “Teniente Segundo Havoc, tu pie”
“Oh, lo siento, señor”
“¿Cómo ha llegado tu pie hasta aquí?”
“Por accidente, señor”
“¿Qué está pasando aquí? Breda, ¿por qué ese grito?”
“Noooo…. ¡aléjate!” dijo Breda. “¡Perro malo! ¡No te acerques!”.
El cachorro blanco y negro estaba mordiendo el pie de Breda. Todos dieron un
suspiro de alivio.
Fuery sonrió. “¿Qué te pasa, chico? ¿Quieres venir con nosotros? Coronel,
¿podemos llevarle?”
Antes de que Fuery pudiera acabar, Breda gritó por detrás de Roy y Havoc, a los que
usaba como escudo frente al perro. “¡No! ¡Ni hablar!”
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Las razones de Havoc para arrastrar a Roy en esa alocada misión estaban
aclarándose. Sin él aquí, o Havoc o Breda tendrían que haber ido primero. La oscuridad les
rodeaba cada vez más mientras pasaban del primer al segundo almacén, y cuando
alcanzaron el cuarto almacén, no podían ver nada, ni aunque sus ojos se habían
acostumbrado a la oscuridad.
“¿Alguien ha traído una linterna?”
“Oh, sí”, dijo Falman, sacando un viejo farol. Havoc encendió la mecha. La
parpadeante luz amarilla-anaranjada recorrió el farol con un difuso resplandor en la
oscuridad. Tras un breve silencio, Falman murmuró “por alguna razón, eso hace que me
asuste más”
La lámpara era un clásico farol con forma de caja y, a pesar de estar protegida con
cristal, cada vez que soplaba el viento la llama se agitaba. La brillante luz anaranjada hacía
que sus sombras saltaran y temblaran con una danza terrorífica en las paredes de los
almacenes.
“Bueno, no podemos hacer nada. Son nuestras propias sombras”. Roy se enderezó,
y su sombra se torció con una repentina ráfaga de aire.
“Hey, tienes razón. Mira esto”. Falman juntó las manos delante de la lámpara y
empezó a hacer figuras que se proyectaban en la pared del almacén. “¡Mirad! ¡Un perrito!”.
La sombra con forma de perro de la pared se torció con el parpadeo de la luz.
“Aprecio la idea, pero temo que debo pedirte que pares”, dijo Roy. La luz
parpadeante transformó la sombra con forma de perro de Falman en un lobo retorcido con
una hilera enorme de colmillos.
“Continuemos. A este paso, no llegaremos nunca”
“Sí. Terminemos esto, así podremos volver y tomar un poco de café caliente”
Aunque se paraban con cada movimiento de la llama del farol, llegaron al Almacén 6.
“¿Qué hay en ese almacén?” preguntó Breda, sosteniendo el farol en alto para ver el
número pintado en la puerta principal.
“Uh, bueno”, empezó Roy, “estos almacenes contienen escritorios y otros materiales
parecidos, cosas que ahora mismo no se usan. Cualquier cosa que se vaya a necesitar con
frecuencia se pone en el Almacén 1, las que se necesiten menos frecuentemente en el
Almacén 2, y así sucesivamente. Apenas usamos del Almacén 6 para delante. Casi todos
contienen cosas raras y trastos viejos que no se usan pero de los que tampoco nos
podemos librar. Por lo que sé, hasta podría no haber nada ahí”
“¿Quieres decir que nunca has mirado dentro?”
“Sólo una vez, cuando llegué a la base por primera vez”
“¿Así que no sabes lo que hay en verdad en este almacén?”. Aquellas palabras, que
en otra ocasión habrían parecido inocentes, ahora sonaban terriblemente siniestras. Todos
tragaron saliva.
“¿Qué deberíamos hacer si escuchamos a alguien gritando dentro?” bromeó Breda,
pero su propio miedo se reflejaba claramente en su voz, y acabó sin sonar como una broma
en absoluto. Todos se pegaron a la derecha para alejarse del almacén tanto como pudieran.
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“¿Sabéis? Se dice que a los fantasmas les gustan los sitios con el aire estancado,
donde no ha estado nadie en mucho tiempo” dijo Falman, medio para romper la tensión.
Ahora era la idea que todos tenían en mente, tan clara como un hecho científico: un
almacén con aire estancado igual a un almacén con fantasma. Sus pasos sonaban como el
de los animales camino del matadero.
Roy suspiró y anduvo hasta el siguiente almacén de la hilera, el Almacén 8. “Bueno,
vamos a comprobarlo. Si ponemos el farol pegado a la ventana, podremos ver el interior”
Los otros cuatro se pegaron a la pared del edificio de enfrente, moviendo las
cabezas.
“¡Ni hablar!”
“¡No, por favor, no!”
“¡Coronel, por favor!”
Roy caminó hacia ellos y los arrastró, literalmente, hasta el almacén. Se resistieron
como niños, clavando los tacones en el suelo. “Escuchad”, dijo. “Estamos aquí para
investigar la verdad que hay tras ese “Almacén 13” y los sonidos de excavar, pero ahora
estamos tan asustados por lo que podría haber dentro de este almacén que no podremos
avanzar mucho más. Simplemente vamos a comprobar todo lo que nos da miedo y
resolverlo”
“¡No!” dijo Fuery, temblando.
“Sigue diciendo eso, y estarás tan asustado como para poder sacar algo del almacén
incluso si tuvieras que hacerlo por trabajo. Mirad, no voy a venir aquí a otra de estas
misiones de búsquedas de la verdad. Vamos a acabar con esto esta noche. Teniente
Segundo Havoc, traiga al Sargento Mayor Fuery aquí. Oficial Falman, no corra”
Los cuatros caminaron arrastrando los pies a regañadientes.
“Havoc, traiga una escalera. Hay una en el Almacén 6”. Roy se lo pidió a él porque
parecía el menos asustado de todos, pero Havoc se negó inmediatamente.
“¡Ni hablar, señor! ¡No pienso ir allí yo solo!”
“Muy bien, pues” dijo Roy. “Iré yo. Quedaos todos aquí esperando con Breda”
“¡No! ¡Por favor no nos dejes, Coronel!”, gimió el Sargento Mayor Fuery.
“¡Por favor!” dijo Havoc.
“¡Le necesitamos!” dijo Falman.
Roy era inusualmente popular esa noche. Los tres le agarraban tan fuerte que
apenas podía respirar. Al final, encontraron una caja vacía apoyada en la pared del almacén
a la que podrían subirse para ver a través de la ventana más baja. Todos treparon por la
caja y echaron un vistazo por la ventana.
El interior estaba completamente oscuro. Podían ver ligeramente el contorno de otra
ventana en el otro extremo del almacén.
“¿Veis? Mirad. Ni fantasmas, ni gritos”. Roy parecía victorioso, pero para cuando
todos habían vuelto a calmarse, eran ya las dos y pico de la madrugada.
“Creo que ya nos hemos asustado todo lo que podíamos. Ahora estaremos bien
ocurra lo que ocurra”, dijo Roy mordiendo un sándwich. Los cinco habían decidido que era
momento para tomar un matinal aperitivo, por lo que se sentaron en círculo en mitad del
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camino. En vez de una hoguera, pusieron el farol en el medio del círculo; era su única
protección contra los horrores que acechaban en la noche helada.
El grupo estaba aturdido y alegre mientras descansaban de todos los horrores
gracias a los sándwiches y a la sopa caliente. Havoc asintió ante las palabras de Roy y
mordió una salchicha. “Sip, una vez que has tocado fondo, no puedes llegar más profundo”
“Y… ¿no podemos asustarnos más de lo que hemos estado hasta ahora?”
“Así es”
Ni siquiera Roy parecía dispuesto a cuestionar la idea de que el miedo podía tener
algún tipo de límite.
“¿Sabéis? Me siento bastante bien”, dijo Falman.
“¡Yo también estoy bien!”, dijo Fuery.
“Entonces bien, ¿os hace una historia de fantasmas?” dijo Havoc, sonriendo. Todos
rieron como si tuvieran un tornillo suelto. Fue Falman quien detuvo las risas.
“Vale. ¿Alguno ha escuchado la historia de la esposa del florista?”
Como un típico contador de historias de fantasmas, Falman habló con una voz baja y
tranquila. Todos se callaron.
“Una vez, hubo una pareja que tenía una floristería. Su negocio iba bien, vendían una
gran variedad de flores que alegraban a los clientes cada día. Pero un día, su esposa cayó
enferma y murió. El florista estaba muy triste y puso las flores que habían cultivado juntos en
su tumba. Entonces se dio cuenta de que, aunque vendía flores, nunca le había dado alguna
a su esposa antes de ese día. Era lo menos que podía hacer, pensó, y puso en su tumba
una espléndida selección de ramos en honor a su esposa”
“Es una bonita historia”
“Sí”
Todos sonrieron, pero Falman sacudió la cabeza. “Incorrecto”.
“¿Huh?”
“Es anoche, la mujer se acercó a la cama del florista”.
“¿Para darle las gracias?”. Preguntó Fuery.
“Eso era lo que él pensaba también, pero estaba bastante equivocado”. Mientras se
metía en la historia, la voz de Falman se volvía más suave. Todos se inclinaron para oírle.
“El rostro de la mujer que estaba al lado de su cama estaba lleno de tristeza. Para
que veáis, aunque habían vivido juntos durante mucho tiempo, nunca le había dado flores a
su esposa, y ahora, solo cuando ella estaba muerta, al fin le había dado un ramo”
“Pero… ¡Le dio flores! Quiero decir, ¡ella no podría haberse enfadado por eso!”
susurró Fuery.
“Sí, le dio flores… pero no sus favoritas. ¡Le dio las flores equivocadas!”
“¿Q-qué ocurrió entonces?”
El día siguiente, y el siguiente, el florista recogía flores y se las llevaba a su tumba,
pero el rostro de su mujer se volvía más y más infeliz con el paso de las noches. El florista
había hablado muchas veces con ella sobre las flores que prefería, pero no podía recordar
cuales eran. Ellos trabajaban con tantos tipos de flores todos los días en la tienda que ya lo
había olvidado”.
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“¿Veis? Nada”, dijo Havoc. Más allá del Almacén 12 sólo había un espacio abierto, y
después tres pequeños y numerados almacenes, A, B y C. “No hay Almacén 13”, dijo
señalando con su barbilla. “Cuando está oscuro y estás asustado, esa ‘B’ parece como un
‘13’, eso es todo”
De acuerdo, en la oscuridad no se podía ver nada claramente. Breda levantó el farol
hasta que pudieron distinguir la ‘B’ en mitad del almacén.
“¿Pero qué hay de los ruidos de cavar? ¿La mujer en busca de sus huesos?”
“¡Sí! Los sonidos de excavaciones… ¡y los llantos! ¿Estás diciendo que no existen?”,
se quejó Fuery, agarrado a Roy.
“Casi suenas como si quisieras que hubiera un fantasma” dijo Roy, ceñudo.
“No, es sólo que….” comenzó Fuery. Ninguno de ellos quería haber llegado tan lejos
y marcharse a casa sin estar 100 por cien seguros de que allí no había nada. Aguzaron los
oídos y escucharon. Contenían la respiración, intentando distinguir sonidos de llantos o de
excavaciones, pero no oyeron nada, sólo el débil susurro del viento.
“No oigo nada”
“¿Quizás no esté cavando esta noche?”
“Posiblemente, pero si hemos llegado hasta aquí y no podemos oír nada, quizás sólo
sea el sonido del viento después de todo. Falman, Fuery, escuchasteis los ruidos desde
fuera del complejo de almacenes, ¿verdad? Así que estabais al otro lado de la pared. Los
ruidos pueden sonar raros desde la distancia algunas veces”
La explicación de Roy parecía más bien persuasiva.
“Cierto, no hay pruebas, pero si lo piensas, parece más bien que tus oídos te
engañaron”
“Supongo” dijo Fuery, luchando con el miedo de su interior. Entonces levantó los ojos
y miró a Roy. “Creo… si no podemos hallar aquí la fuente del sonido, no lo encontraremos
en ningún otra parte. Sólo fue que mis oídos me engañaron. Fue el viento”. Fuery había
vencido sus miedos.
“Así es. ¿Todos contentos?” dijo Roy, girándose. Havoc, Breda y Falman sonreían,
asintiendo. “¡Perfecto! Misión completa” dijo Roy, con un evidente tono de alivio. No tenía
ganas de tener un encuentro paranormal. Siempre había dudado de que cosas como los
fantasmas existieran, pero el aire de la noche y la historia de fantasmas le habían afectado,
y estaba contento de que hubiera terminado. Al final, no había nada de lo que preocuparse.
Con la misma sensación gratificante que tiene uno tras un largo viaje, regresaron por
donde habían venido. La aventura había terminado. Justo en aquel momento, la luna salió
entre un montón de nubes. El área a su alrededor se bañó por la pálida y fría luz de la luna,
y entonces –
“¡Arrrgh!”
“¡Eeeeek!”
“¡Noooo…..!”
Lo vieron: un montón de tierra recién removida, brillando de rocío con la luz de la
luna – justo en el espacio entre el Almacén 12 y los almacenes con letras. El oscuro
montículo de tierra estaba delante de ellos en la luz azul pálida, retándoles a huir chillando.
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Havoc dio un paso atrás, y Fuery comenzó a agitarse sin control. Tras ellos, la mano
que Falman tenía en el farol y las piernas de Breda empezaron a temblar. La verdad que
ninguno de ellos esperaba encontrar estaba ahora delante de sus caras. Roy, maldiciendo a
sus propias piernas temblorosas, echó a andar hacía el montículo.
“¡No, no vaya, Coronel!”
“¿Qué pasaría si el fantasma le atacase?”
“¡R-regresemos cuando haya luz!”
El miedo del grupo había alcanzado nuevos niveles, pero Roy seguía andando hacia
delante. Como un oficial de mando, tenía que llegar al fondo del asunto. Arrastró a los cuatro
que tenía detrás, que aún se agarraban a sus brazos. Cuando llegaron al filo del montón de
arena, lo vieron. Ahí, en un hoyo somero del montículo, un hueso blanco destellaba con la
luz.
“No creía que de verdad hubiera algo aquí” dijo Roy, conmocionado. No quería que
un fantasma asustara a su base, su segundo hogar. Huesos, ¡aquí enterrados! Era peor que
cualquier historia de fantasmas. Al mirar más de cerca vio más huesos, dispersos por la
tierra. Era todo real. En el momento en el que su miedo por lo desconocido se convirtió en
una horripilante verdad, Roy sintió otra sensación: responsabilidad. Tenía que averiguar de
quien eran esos huesos ahí enterrados. Para los otros, en especial para los que escucharon
los sonidos nocturnos, esto sólo había incrementado sus miedos.
“Ese sonido, ese sonido…” repetía Fuery.
“De verdad está aquí”.
“¡Seguramente nos esté mirando ahora!”
Miraron por todas partes, temerosamente. En aquel instante, cada uno de ellos creía
en los fantasmas. Roy les lanzó una severa mirada. “Lo primero es lo primero. Enterraremos
estos huesos”
Un coro de súplicas se elevó como respuesta.
“Si tocamos esos huesos, ¡se volverá loca!”
“¡Nos asustará hasta el fin de nuestros días!”
“Por favor, Coronel, ¡es demasiado peligroso!”
Al ver a todos sus hombres temblando, Roy se agachó y cogió una rama caída.
“Pues vale, lo haré yo solo. No sé porque tengo que hacerlo yo – sois los que me trajisteis
aquí, en primer lugar”
Los cuatro se agarraron a su brazo, intentando que no ahondara el agujero con el
palo.
“¡No, por favor, señor! ¿No se dice que hay que dejar yacer a los huesos en paz?”
“Si haces enfadar al fantasma, Coronel, ¡nos asustará a todos!”
Roy gruñó. “¿Qué estáis diciendo? Sólo voy a enterrarlos hasta que podamos hacer
una investigación formal. No podemos dejarlos aquí tirados”
“¡Pero el mismo fantasma los acumuló! ¡Se enfadará si los tocamos!” rogó Fuery.
“Coronel, ¿qué pasaría si un fantasma se nos apareciera todas las noches, sólo
porque estamos aquí con usted?” dijo Havoc, añadiendo luego con una voz espeluznante,
103
“¿Qué pasaría si ella nos dice ‘¿¡Por qué no detuvisteis al Coronel cuando tocó mis
huesos!?’ ?“
“¡Eeeek! ¡Eso daría muchísimo miedo!” gimió Fuery.
Roy intentó calmar a los hombres en estado de pánico. “Si eso ocurriera, yo asumiré
la culpa. Decidle simplemente que lo hice yo, ¿vale?” Pero no fue suficiente para quitarles el
miedo.
“Ni hablar, Coronel, le conozco - ¡le dirá que vaya a asustarnos, a que sí!”
“Sí, ¡se salvará a si mismo a costa nuestra!”
“Vale”, dijo Roy, “Juro solemnemente que asumiré la responsabilidad de todo esto,
sea sobrenatural o no, ¿de acuerdo?”
Havoc sacudió la cabeza. “No nos basta solo con su palabra, Coronel”
“¿Pues qué es lo que debería hacer?” dijo Roy, exasperado.
Al final, Havoc sacó un trozo de papel del bolsillo y, en él, Roy escribió un juramento
prometiendo que si algo salía mal de todo eso él asumiría toda la responsabilidad. Ahora
tendrían algo que mostrarle al fantasma si les asustaba. Algo oficial. Los cuatro parecieron
aceptarlo, así que fueron a buscar palitos para ayudar a Roy a cavar. Hicieron un enorme
agujero en pocos minutos. Recogieron con ternura los huesos, los colocaron en el hoyo, y
los cubrieron de tierra.
Así terminó la primera Investigación Paranormal del Cuartel del Este.
“Vayámonos a casa”
“Sí”
Todos estaban agotados. Tirando sus palos, regresaron al salón central.
“Traigamos algunas flores mañana” sugirió Havoc, andando cerca de Roy.
“Buena idea”, dijo Roy. El resto estuvo de acuerdo.
“Me pregunto cuales serán las flores que le gustan” dijo Breda.
Todos se miraron. Hasta Breda se paró en seco. Todos habían recordado la historia
de la esposa del florista.
diré a su debido momento” le dijo a Hawkeye finalmente. Aunque existía una mínima
posibilidad de que Hawkeye se conformara con ese rechazo, después de una pausa cambió
de tema, para su alivio.
Roy cogió algunos documentos de Hawkeye y miró por la ventana. Podía ver una
hilera de doce almacenes, ahí, como siempre. Más allá, el lugar donde habían encontrado
los huesos estaba cubierto de flores. El coste total de las flores había sido más de 10.000
sens, pero pensaron que si así calmaban al fantasma incluso sólo un poco, era un precio
mínimo que pagar.
Al mediodía, los miembros de la misión de la pasada noche comieron juntos en el
patio central. Después de haber tenido el resto de la noche para calmarse, estaban muy
orgullosos de sí mismo por haber sido tan valientes.
“Daba mucho miedo estar ahí fuera, pero me alegra haber llegado hasta el final”.
“No podíamos permitir que los rumores siguieran – apuesto a que eso hubiera
molestado al fantasma más que otra cosa”
“Creo que hicimos lo correcto”
“Tienes razón”
“Aún así, el Coronel fue el que estuvo más tranquilo de todos. Realmente lo hizo
bastante bien”
“Bah” dijo Roy, con el ceño fruncido.
“Todos le admiramos, ¿sabe?” dijo Havoc, sonriendo con inocencia.
El grupo se partió de risa. Sus sonrisas eran como las de aquellos que han pasado
por apuros y han vuelto victoriosos. Las carcajadas captaron la atención del perro de
Hawkeye, que saltó hacia el círculo que habían formado. Fuery levantó y saludó al cachorro
con los brazos abiertos mientras que Breda se fue corriendo como un rayo, tan rápido como
pudo, al otro extremo del jardín. Todos volvieron a reírse. Era una tarde perfecta y tranquila
en la base.
HAWKEYE LES CONVOCÓ a todos. “¿Ha ocurrido algo? ¿Por qué todos estáis tan
animados hoy?”
“No, no, no es nada” dijo Roy. Todos sonreían. El perro agitaba su cola
entusiasmado, feliz porque ellos estaban felices. Luego levantó su pata delantera y la movió
en el aire.
“¿Qué pasa? ¿Tienes hambre?”, dijo Fuery, cogiendo la pata del perro y hablándole.
El perro le lamió la cara. “Ja, ja, ¡eso hace cosquillas!”
“Quiere su aperitivo” dijo Hawkeye, yendo a su oficina y volviendo con una bolsa. De
la bolsa sacó un grande y jugoso bistec con forma de hueso.
Todos los ojos se clavaron en el hueso. El hueso les parecía horriblemente familiar.
“¿L-le das bistec con forma de huesos?” dijo Roy, horrorizado.
“¡Sip! Los adora” dijo Hawkeye, tendiéndole el bistec al perro. “¡Come, perrito! ¡Estás
creciendo! ¡Necesitas comer todo el calcio que puedas!”
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El perro cogió el bistec de su mano y empezó a dar vueltas en círculo eufórico, luego
corrió por el camino que llevaba a los almacenes.
“Aw, ya se ha ido otra vez a esconderlo”. Hawkeye siguió con la vista al perro con
ternura en sus ojos. “Una vez que se termina la carne, le gusta correr y esconder los
huesos. ¡Es tan adorable!”
Hawkeye sonrió extrañamente con cariño, pero nadie la estaba mirando. Los ojos de
todos estaban fijos en el perro, que corría a lo largo del Almacén 1…2…3… Cuando llegó al
final del camino, el perro de repente se giró y desapareció tras el Almacén 12.
“Oh, no…”
“El hueso…”
“Esos huesos…”
“Detrás del almacén…”
Hawkeye se giró hacia ellos. “Oh, sí, se pasa todo el tiempo escondiéndolos ahí”
“¿Por qué nadie se dio cuenta?”
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PERO LAS COSAS NO FUERON tan tranquilas como lo habían planeado. Unos días
más tarde, Hawkeye llamó al Sargento Mayor Fuery a su despacho. “Este gasto de 10.000
sens, ¿para qué era?”
Fuery tragó saliva. “Ummm….”
En un esfuerzo para evitar que se diera cuenta, Havoc había pasado a máquina la
descripción de los gastos y se la había pasado a Breda, que se la pasó a Falman, que se la
pasó a Fuery. Fuery iría a darle el papel a Roy, y una vez firmado y contabilizado, el suceso
quedaría resuelto. Fue mala suerte que cuando Fuery iba a darle el papel a Roy, Hawkeye
tropezara con él y le viera. Ella reconoció el informe de gastos y se lo quitó de las manos
mientras él se quedó paralizado en el sitio.
“Ahora mismo me dirigía al despacho del Roy. Se lo llevaré por ti”
Ella le echó un vistazo al papel y se detuvo. Volvió a mirar a Fuery. Era una inusual
enorme cantidad de dinero para un gasto diario y, claro estaba, ella quería una explicación.
Fuery miraba a todos los de la habitación en busca de ayuda. Como respuesta, todos le
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LOS DÍAS PASARON. Por supuesto, el informe de gastos fue rechazado. Surgió una
disputa entre los cuatro alistados, pues querían que el que cobrara un mayor salario pagara
todo. Roy pensó que deberían dividirse los gastos a partes iguales. No podía entender por
qué él tenía que pagar, ya que habían sido ellos los que le arrastraron a sus planes, en
primer lugar. Dejando a un lado al Sargento Mayor Fuery, los otros tres no eran ricos, pero
tampoco estaban exactamente peleando. Aún así, les gustaba tener dinero para salir de
noche de vez en cuando. Querían que Roy se esperara hasta que les subieran el sueldo.
Ningún lado cedía, y la cosa seguía en tablas.
Finalmente, Roy perdió. Havoc planteó que Roy se había ofrecido a asumir toda la
responsabilidad si “algo salía mal” en su misión de búsqueda, fuese sobrenatural o no –
incluso había dejado una prueba escrita – y Roy tuvo que pagar.
“Esto es sólo un préstamo, chicos” murmuró Roy. “Será mejor que paguéis vuestras
partes cuando tengáis el dinero”
“¿Puedo pagarte la mía en diez plazos?”
“Hazlo en cinco”
“Te pagaré el próximo día de paga”
“Más te vale”
“¿Puedo esperar hasta el siguiente día de cobro no, si no el otro?” preguntó Havoc.
“Hay algo que quiero comprar con la próxima paga”
Roy suspiró. “¡Eres en el que menos confío de todos, Havoc! ¿Por qué debería
alargarte el plazo de pago?”
Havoc sonrió y se encogió de hombros.
Hasta ahora, Roy aún no ha recuperado su dinero.
108
"
HOLA. Aquí Makoto Inoue.
Realmente amo Fullmetal Alchemist así que, naturalmente, que me hayan permitido
escribir esta novela me ha hecho muy feliz.
Para poder sumergirme completamente en el mundo de Fullmetal Alchemist pasé
muchos días estresantes usando mi cerebro a plena capacidad. Pero por otro lado, fue
también divertido porque pude pasarme todo el tiempo pensando en mis personajes
favoritos. Puede sonar como que he estado aquí sentado mirando las nubes, pero dentro de
mi cabeza estaba aventurándome en el mundo de Fullmetal Alchemist con una mochila. O
puede sonar como que he estado apretándome los sesos, pero dentro de mi cabeza el
Coronel Mustang y el Teniente Segundo Havoc estaban haciendo un número cómico.
Después de pasar los días así, me di cuenta que me convertiría en mucho más fan de lo que
era antes.
Para mí, esta novela de Fullmetal Alchemist era una corta visita al mundo de Hiromu
Arakawa. Sería extremadamente feliz si los lectores y, por supuesto, Arakawa-sensei,
pudieran divertirse aunque fuera un poco con el libro. (Pero me disculpo si no os ha
gustado).
Como siempre, he recibido un gran trato y apoyo de mucha gente en este proyecto.
Antes que nada, me gustaría agradecer a Arakawa-sensei por coger tiempo de su apretado
horario y enseñarme tantas cosas sobre el mundo de Fullmetal Alchemist. Te prometo que si
alguna vez te veo en el Toys “R” Us mirando con éxtasis a Darth Vader fingiré no conocerte,
así que si tú me ves hurgando en cosas de Gundam, por favor, mira para otro lado (je).
También me gustaría agradecer a mi editor, el Sr. Nomoto. Me ayudó
tremendamente dándome consejos y respondiendo muy rápidamente todas mis preguntas.
Además, durante la fase de planificación me dijo cosas como “¡BOOM! Termina esto aquí…
y luego ¡BLAM! Pon esto otro acá…” o “¡BAM! ¡Justo así!” y “Copia todo esto - ¡WHOOSH! –
ahora mismo…”. Realmente me divertí escuchándole utilizar tantos efectos de sonido en
conversaciones normales. Y nunca olvidaré lo que me dijo aquella vez…
MAKOTO INOUE: (hablando del calendario para finales de año) “Wow, Sr. Nomoto,
parece que va a estar incluso más ocupado que antes”.
SR. NOMOTO:
“No, no, ¡es parte de mi trabajo! Para mi el estar ocupado son sólo unos
cuantos de…. ¡HANNACHARABOO!”.
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Dijo todo esto con su agradable voz tan característica. Sabe como hacer las cosas
divertidas incluso cuando el trabajo llega a ser estresante. Tres segundos después, me reía
tan fuerte que me estómago dolió. Gracias, Sr. Nomoto.
Finalmente, me gustaría agradecer de todo corazón a toda la gente que ha leído este
libro. ¡Muchísimas gracias!
– MAKOTO INOUE
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¡Muy buenas a todos! Lo prometido es deuda, así que aquí me tenéis, aumentando
cada día más vuestra colección de FMA ^^
La verdad, la primera vez que me propusieron traducir esta novela, me reí con ganas.
¡Traducir yo sola un libro! Una cosa es traducir mangas y otra muy distinta un libro. Eso
pensaba, y creo que no me equivocaba. Pero en lo que sí que estaba equivocada es que
traducir un libro sería difícil. Es obvio que lleva más tiempo y hay que tener en cuenta más
detalles, pero traducir esta novela no me ha parecido difícil en absoluto. Puede ser debido a
su lenguaje adaptado al público juvenil o porque amo tanto todo lo referido a FMA que
cuando las cosas se hacen con ganas, no cansan.
He de aclarar que, aunque la novela no haya sido escrito por Arakawa-sensei, sí que
hay “parte de ella” en este libro, pues Makoto Inoue consulta con ella los argumentos, cómo
deben actuar los personajes, lo que puede poner y lo que no, etc. Aunque mucha gente cree
que estas novelas no tienen nada que ver con el mundo creado por Arakawa-sensei (de
hecho, antes yo tenía esa opinión), sí que pueden considerarse parte de las aventuras de
los hermanos Elrics que la propia autora no ha podido incluir en su manga.
Bueno, y como a estas alturas no creo que mucha gente siga leyendo, comenzaré a
despedirme. Yo no soy nadie importante, pero también quería tener mi espacio para aclarar
algunas cosillas y dedicar este libro, el primero que he traducido en mi vida (por eso, sed
buenos. Se que hay muchísimos fallos, sobre todo de tildes, pero aunque he ido lenta para
cerciorarme, repasar más de 100 páginas es una lata, como comprenderéis…).
Antes que nada, quería dedicar este libro a todos los que me siguen en McAnime. Ya
muchos me conocéis y sabéis que soy una ‘friki’ a más no poder de Fullmetal Alchemist.
Qué le voy a hacer, es mi serie favorita, y pongo mucho cariño cada vez que hago algo
relacionado con esta serie, jejeje. Nunca me cansaré de daros las gracias al igual que
vosotros me las dais a mi: sin vosotros, no estaría haciendo nada de esto, ni traducir el
manga cada mes, ni traducir las novelas, ni pasarme horas buscando en Internet cosas
nuevas para traéroslas traducidas. Y espero de corazón que aún nos quede para rato,
aunque ya se huela el fin del manga, desgraciadamente… (Aún no he empezado a
prepararme psicológicamente para ello xD).
También, gracias a Oglamar79, por ayudarme con un par de frases (es lo que tiene
tenerla en el cuarto de al lado) y a ver si empiezas ya a leerte FMA de una vez ¬¬. A
Tovarash02 y a mi sensei, por seguirme también mensualmente como buenas amigas,
darme vuestra opinión y sobre todo por aguantarme cuando me pongo a hablaros en plan
friki psicópata de lo que pasa y pasará en el manga (¡Y confiad en mi! ¡Confiad en los
pendientes! ¡EdWin! xD). Besotes a las dos.
Pues me despido ya, espero veros pronto en otra novela y próximamente en el capítulo
84 de Fullmetal Alchemist. Allí os espero, como siempre en McAnime, ¡no os lo perdáis!
B
Blluuw m (Mayo’2008)
wiim
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