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fraces del quijote salud y medicina

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El Quijote en la Medicina y como medicina


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Discurso inaugural del I Congreso de Estomatología

celebrado en Ciudad Real

“Es un honor para mi esta oportunidad que me ha brindado mi admirado amigo,


el Dr. Eduardo Rodríguez, de dirigirme a Ustedes, distinguidos médicos, en
estas vísperas del IV Centenario de la primera edición del “Quijote”, y señalar
algunas de las connotaciones que esta obra universal, que es mucho más que el
mejor texto literario jamás escrito, tiene, en mi modesta opinión, con la
Medicina.

No he de ocultarles, ya que soy un ignorante en la difícil y delicada profesión


que ustedes ejercen, que me siento muy cohibido, porque me parece una
imprudencia esta incursión mía para hablar ante ilustres doctores en Medicina,
cuando yo no lo soy. Hace dos mil años, un adolescente de Nazaret entró en
un templo para hablar ante los doctores de la Ley, y salió, según cuentan las
crónicas, más que airoso de aquel trance. Pero no hay que olvidar que Él era …
quien era. Así que Ustedes, doctores de la Ley Médica, sean clementes
conmigo en méritos a la incuestionable realidad de que una cosa es hablar
como Dios, es decir, como lo que aquel Joven era, y otra hablar como este
pobre mortal va a intentar hacerlo, es decir, “como Dios le da a entender”.

En el “Quijote”, estimados amigos, que es obra en la que se trata de todo y


no hay faceta del humano proceder que no halle su asiento en ella, no se
habla mucho de Medicina, o al menos de la Medicina como hoy la entendemos.
Tal ves sea el humilde “Bálsamo de Fierabrás”, el remedio que con más
frecuencia se cita en la gran Novela. Vino, romero, aceite y sal, todo ello
bien removido, era la receta preferida de Don Quijote para alivio no sólo de
problemas intestinales, sino también como pócima de uso externo para sanar
un sinfín de feridas y quebrantamiento de huesos. Su escudero Sancho Panza,
no obstante, y por más que lo intentó, jamás llegaría a compartir la entusiasta
opinión de su señor sobre aquel bálsamo prodigioso.

En el capítulo VI de la Primera Parte, el Cura menciona el ruibarbo, cuya raíz


ya se usaba en la época de Cervantes como purgante. Lo menciona en
relación con el libro de caballerías “Don Belianis”, uno de los predilectos
de Don Alonso Quijano, El Bueno, respecto al cual observa,
metafóricamente, que tiene necesidad de un poco de ruibarbo para
purgar la demasiada cólera suya.

En el siguiente capítulo XI, Don Quijote vuelve a lamentarse a su escudero


del dolor que siente en la oreja tras el sablazo que le ha propinado el gallardo
vizcaíno. Viendo uno de los cabreros, con quienes a la sazón estaban, la
sangrante herida, “le dixo” – cito textualmente – “que no tuviese pena, que él
pondría remedio con que fácilmente se sanase: y tomando algunas hojas de
romero, del mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de
sal, y aplicándolas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había
menester otra medicina, y así fue la verdad”. El remedio del cabrero se me
antoja precursor de aquellos “cataplasmas Llenas” que los menos jóvenes de
ustedes recordarán porque se usaban cuando yo era niño.

En el XVIII, por una sola vez echa de menos Don Quijote un cuartal de pan,
o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques de las alforjas de Sancho.
Por una vez siente hambre el frugal caballero. Y su escudero, socarrón, le
remite a las “yerbas de los prados, “que vuestra merced dice que conoce, con
que suelen suplir semejantes faltas los tan mal aventurados caballeros
andantes como vuestra merced es”. Hace el amo mención, acto seguido, a
“quantas yerbas describe Discórides en su libro, así como al tratado del
anatomista Doctor Laguna”, médico y herbolario de Felipe II, concluyendo
“que Dios que es proveedor de todas las cosas no nos ha de faltar, y más
andando tan en su servicio como andamos…”, Cervantes muestra aquí su
conocimiento de esa inagotable fuente de medicamentos, antiguos y modernos,
que es el reino vegetal. También de las cuitas del odontólogo sabía Don
Quijote, como muestra al decir, tras el apedreamiento de que fuera objeto
por parte de los pastores, “que la boca sin muelas es como molino sin piedra,
y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante”.

“He menester tu ayuda y favor”, – ruega a su escudero – “llégate a mí y mira


cuántas muelas y dientes me faltan, que me parece que no me ha quedado
ninguno en la boca”. “Metió Sancho los dedos” – seguimos leyendo – “y
estándole atentando, le dixo: ¿cuántas muelas solía vuestra merced tener en
esta parte?” – “Cuatro”, respondió Don Quijote” -. “Mire vuestra merced lo
que dice, señor”, respondió Sancho”. “Digo cuatro, si no eran cinco…”-
masculló el caballero. “Pues en esta parte de abaixo” – dijo Sancho “no tiene
vuestra merced más de dos muelas y media, y en la de arriba, ni media, ni
ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano”.

El barbero, en la Mancha y en todos los pueblos de España, era en tiempos el


sangrador local, alguien a quien decían “el cirujano” y que afeitaba barbas,
aplicaba las sanguijuelas a cuanto enfermo las podía precisar, y extraía muelas
podridas con tenazas, cuando era menester. Ese oficio profesaban el vecino
de Don Quijote llamado Maese Nicolás, tertuliano habitual del Cura y de
nuestro hidalgo, y también aquel barbero infortunado a quien nuestro héroe
arrebató un célebre “yelmo de Mambrino” que no era más que una pintipirada
bacía de azófar.

Manifiesta Cervantes en el “Quijote”, así mismo, un gran conocimiento de las


ciencias de la mente. El proceso entero de la locura padecida por don Alonso
Quijano ha dado y seguirá dando pábulo inagotable a psiquiatras, neurólogos y
psicólogos. Magistral es la dirección de ese proceso, como lo es la de ese mal
de amores que lleva a Grisóstomo al suicidio, a Cardenio a la demencia y al
propio protagonista de la Novela a la creación de un ser utópico, jamás
superado, en la universal figura de Dulcinea.

Plantea Cervantes situaciones harto prolijas, desde el punto de vista médico,


como la de “la medicina recetada por famoso Médico al enfermo que recibir no
la quiere”. Con mayúscula escribe Cervantes, hijo por cierto de un cirujano, la
palabra “Médico”, en este pasaje del capítulo XXVII, mostrando así su
profundo respeto por vuestra profesión. “¿Dónde estás, Señora mía, que no te
duele mi mal…?” – exclama Don Quijote, tras su desafortunada primera salida.
“Yo no quiero salud sin Luscinda…”- confiesa el desventurado Cardenio. En la
carta que Don Quijote escribe a Dulcinea, le dice que “le envía la salud que él
no tiene”. Y al final de la historia, vemos a Sancho suplicando, junto el lecho
de muerte de su señor: ” ¡Ay! (…) no se muera vuestra merced, señor mío, sino
tome mi consejo, y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer
un hombre en esta vida es dexarse morir sin más, ni más, sin que nadie le
mate, ni otras manos le acaben, que las de la melancolía…” Y puntualiza el
Autor que “fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le
acababan”.

En cuanto a los médicos de medicina interna, Cervantes usa de unos de ellos,


el doctor don Pedro Recio de Agüero, aquél que se decía natural de un lugar
llamado Tirteafuera -”que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo a la
derecha mano” – para tejer el divertido episodio de la cena de Sancho en su
palacio de Barataria, uno de los más sabrosos de la inmortal novela.

Excesivo amante de lo que hoy llamamos “dietas adelgazantes”, aquel doctor


por Salamanca arruinó el yantar del bueno de Sancho, si bien dio pretexto a
Cervantes para traer a colación su profundo sentido del humor. “Yo, señor,” –
explica al Gobernador – “soy médico, y estoy asalariado en esta ínsula para
serlo de los Gobernadores della, estudiando de noche y de día, y tanteando la
complexión del Gobernador para acertar a curarle, cuando cayere enfermo, y
lo principal que hago es asistir a sus comidas y cenas, y a dexarle comer de lo
que me parece que le conviene, y a quitarle lo que imagino que le ha de hacer
daño, y ser nocivo al estómago, y así mandé quitar el plato de la fruta, por
ser demasiadamente húmeda, y el plato de otro manjar también le mandé
quitar, por ser demasiado caliente, y tener muchas especias, que acrecientan
la sed, y el que mucho bebe, mata y consume el húmedo radical, donde
consiste la vida”. Y contestó Sancho: “Desa manera aquel plato de perdices
que están allí asadas, y a mi parecer bien sazonadas, no me harán ningún
daño”. A lo que el médico respondió: “esas no comerá el señor Gobernador en
tanto que yo tuviere vida (…) porque nuestro maestro Hipócrates, norte y luz
de la medicina, en un aforismo suyo dice: omnis saturatio mala, perdix autem
pessima”. “Aquel platonazo que está más adelante vahando, -dijo Sancho – me
parece que es olla podrida, que por la diversidad de cosas que en tales ollas
podridas hay, no podré dexar de topar con alguna que me sea de gusto, y de
provecho”. “Absit, dijo el médico, vaya lejos de nosotros tan mal pensamiento:
no hay cosa en el mundo de peor mantenimiento que una olla podrida (…) y
dexemos libres las mesas de los Gobernadores, donde ha de asistir todo
primor y toda atildadura (…) y porque siempre son más estimadas las medicinas
simples, que las compuestas. (…) Mas lo que yo se que ha de comer el
Gobernador, ahora, para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de
canutillos de suplicaciones, y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo,
que le asienten el estómago, y le ayuden a la digestión”. “Quíteseme luego de
delante” – tronó Sancho, incapaz de aguantar tanto rigor – “si no, voto al sol,
que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por vos, no me ha de
quedar médico en toda la Ínsula, alomenos de aquellos que yo entiendo que son
ignorantes, que a los médicos sabios, prudentes y discretos, los pondré sobre
mi cabeza, y los honraré como a personas divinas (…) y…¡ denme de comer, o
si no tómense su Gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño, no vale
dos habas!

Broma a parte, Cervantes aprovecha la ocasión para afirmar su alta


consideración por la profesión médica; opinión que no duda en reiterar en sus
Novelas Ejemplares y en multitud de sus otras obras siempre que se presenta
la ocasión.

Les deseo un feliz y provechoso Congreso. Su éxito será también un éxito


para toda la sociedad. Parafraseando a Cervantes, y en concreto el último
párrafo del prólogo a la Primera Parte del “Quijote”, me despido de ustedes
diciéndoles: “Dios les de salud y a mí no olvide”.

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