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En el XVIII, por una sola vez echa de menos Don Quijote un cuartal de pan,
o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques de las alforjas de Sancho.
Por una vez siente hambre el frugal caballero. Y su escudero, socarrón, le
remite a las “yerbas de los prados, “que vuestra merced dice que conoce, con
que suelen suplir semejantes faltas los tan mal aventurados caballeros
andantes como vuestra merced es”. Hace el amo mención, acto seguido, a
“quantas yerbas describe Discórides en su libro, así como al tratado del
anatomista Doctor Laguna”, médico y herbolario de Felipe II, concluyendo
“que Dios que es proveedor de todas las cosas no nos ha de faltar, y más
andando tan en su servicio como andamos…”, Cervantes muestra aquí su
conocimiento de esa inagotable fuente de medicamentos, antiguos y modernos,
que es el reino vegetal. También de las cuitas del odontólogo sabía Don
Quijote, como muestra al decir, tras el apedreamiento de que fuera objeto
por parte de los pastores, “que la boca sin muelas es como molino sin piedra,
y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante”.