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El libro de Paul Sweezy y el fallecido Paul Baran acerca de El capital monopolista** es un trabajo
interesante e importante. Se trata de un intento de explicar a través de los instrumentos
marxistas de análisis el funcionamiento actual del sistema capitalista en los Estados Unidos. Pero
en este trabajo se rompe resueltamente con la repetición estereotipada de los análisis de
Hilferding y Lenin que después de todo tienen más. de medio siglo, y que trata de aplicar los
instrumentos de manera independiente a la realidad contemporánea.
Pero El capital monopolista es más que eso. Es un intento de explicar todos los aspectos típicos
de la sociedad contemporánea de los Estados Unidos —su política exterior, su creciente
enfermedad mental: la crisis del sistema educativo y el ascenso militante del movimiento
negro— a través de las raíces socioeconómicas de esta sociedad, raíces que los autores están
convencidos de haber descubierto. Gran parte de este trabajo es estimulante y en algunos
aspectos se trata de un decidido avance en comparación con las posiciones que Sweezy había
sostenido en Teoría del desarrollo capitalista y El presente como historia.
Pero aunque sería interesante analizar críticamente muchas de estas partes de El capital
monopolista, esto apartaría nuestra atención de lo que debería ser la principal cuestión
planteada por el libro: la discusión del problema de la "absorción del excedente" y las
perspectivas políticas que los autores sacan de sus análisis económicos.
.
Esta tesis tiene una doble ventaja: simultáneamente explica por qué no ha habido un
crecimiento significativo en los países coloniales y semicoloniales que han quedado prisioneros
de las antiguas estructuras sociales y del mercado mundial capitalista, y por qué aquellos países
que, gracias a un revolución, han roto estas ataduras, en efecto han recorrido un proceso de
crecimiento económico algunas veces sumamente acelerado.
En El Capital monopolista, los autores tratan de aplicar esta misma categoría del “excedente
económico” a la sociedad capitalista industrializada más avanzada hoy día: Los Estados Unidos
de Norteamérica. Sus ideas pueden ser resumidas del modo siguiente:
Pero entonces los monopolistas deben disponer de este excedente y las salidas normales para
la absorción del excedente parecen bloqueadas. El consumo de los capitalistas no crece a un
ritmo siempre mayor (para probar esto los autores sólo utilizan un indicador: el hecho de que
los dividendos distribuidos representan una parte decreciente de las ganancias netas de las
corporaciones, pero la demostración nos parece bastante convincente). Tampoco la inversión
productiva puede crecer a un ritmo semejante, porque eso crearía un problema de absorción
de excedente aún mayor y rápidamente se traduciría en un tremendo exceso de capacidad
instalada. Dicho de otra manera, las corporaciones no invierten solamente porque tienen fondos
disponibles, solamente invierten si están razonablemente seguras de vender los productos
derivados de los nuevos capitales invertidos.
De manera que sí los medios normales de absorción de excedentes son cada vez más
insuficientes e inadecuados, es necesario encontrar nuevos medios. Los autores citan tres
medios principales de absorción del excedente que han alcanzado proporciones extraordinarias
a partir de la primera Guerra Mundial pero en especial a partir de la segunda que es cuando el
capitalismo monopolista desarrolla completamente sus características principales: el
crecimiento de las campañas de ventas, la expansión de los recursos puesto a disposición del
gobierno y la expansión de los gastos militares. La tendencia general es, por tanto, la de
incrementar constantemente la irracionalidad del sistema. Cada vez es mayor el número de
personas que están dedicadas a producir una cantidad creciente de bienes que o bien es inútiles
o superfluos si no es que son directamente dañinos. Estas personas no pueden tener ninguna
satisfacción en semejantes actividades. Y cada vez es mayor el número de personas que están
ocupadas en tratar de convencer a la mayoría de los ciudadanos por todos los medios de que
deben comprar estos bienes inútiles, superfluos o dañinos. Las implicaciones internacionales de
semejante sistema irracional son evidentes: un número creciente de agresiones en el exterior -
-entre otras cosas para apoyar las crecientes inversiones en el exterior, de las grandes
.
corporaciones estadunidenses- que eventualmente pueden conducir al borde de la
irracionalidad total --guerra mundial nuclear y autodestrucción--.
Mucho de este análisis no es nuevo. Sweezy y Baran se basan en gran parte en los analistas más
inteligentes del capitalismo contemporáneo, especialmente Steidl y Kalectky.1 La teoría de la
reversión de la tendencia decreciente de la tasa de ganancias, a partir de la primera Guerra
Mundial, en una tendencia aparentemente creciente ha sido desarrollada con amplitud por el
economista marxista estadunidense Joseph Gillman.2 También este autor ha subrayado el
tremendo aumento de los costos de venta desde la aparición del capital monopolista, aunque
él saca conclusiones totalmente diferentes a las de Sweezy y Baran (para Gillman, dicho
brevemente, los gastos improductivos tales como la campañas de venta dentro y fuera del país
son indispensables para la realización de la plusvalía, deben ser deducidas de la plusvalía para
determinar la "ganancia neta" y por tanto, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia sigue
siendo válida) Rosa Luxemburgo estableció hace casi un siglo la importancia que tiene los gastos
militares para la realización de la plusvalía; y el autor de esta nota llegó, al principio de los
sesenta, a una serie de conclusiones que en parte son similares a las que obtuvieron Sweezy y
Baran3 a finales de la misma década.
1 Josef Steindl, Maturity and Stagnation in American Capitalism. Brasil Blackwell, Oxford, 1952;
Michael Kalecki, Teoría de la dinámica económica. Ed. Fondo de Cultura Económica, México.
2 Joseph Gillman. The Falling Rate of Profit. Dennis Dobson, Londres, 1957
3 Ernest Mandel, Tratado de economía marxista, Ed. Era. México, 1969, t. II, cap. XIV.
4 Sweezy y Baran niegan que las inversiones en el exterior, sean una salida para la disminución del
“excedente”, pues dicen, que el flujo de ganancias de las inversiones en el exterior es mayor que la
corriente de capital privado de los EUA que invierte en el exterior. Olvidan, sin embargo, que los gastos
gubernamentales en la forma de préstamos al exterior, o simples donaciones, tienen un papel dual: como
salida de capital excedente de los EUA, y como poder de compra adicional que usan los países receptores
para importar cantidades adicionales de mercancías de los EUA
.
Si se compara nuestro análisis con el de "el capital monopolista, podría tenerse la impresión, a
primer vista, de que la única diferencia reside en la terminología. En tanto que nosotros
hablamos de un capital excedente creciente sin salida, Sweezy y Baran hablan de un creciente
"excedente económico"
Naturalmente, sería fácil argüir que aun esa diferencia no es simplemente terminológica, sino
que toca las raíces mismas de la teoría económica marxista. Sweezy y Baran definen de manera
poco rigurosa la categoría de "excelente económico" como "la diferencia entre lo que la
sociedad produce y los costos de dicha producción" Si se utilizara esta definición en el sentido
literal, podría pensarse que el problema que llaman "absorción del excedente" es simplemente
el viejo problema de la "realización de la plusvalía"
Pero los autores no se ciñen de manera consistente a esa definición. Es obvio que los costos de
depreciación -excepción hecha de los cargos excesivos para ocultar ganancias, es decir,
plusvalía- no forman parte de la plusvalía sino de la reproducción del capital constante. De la
misma manera, tomar los costos de venta en bloque como parte del excedente es indicar que
esa noción implica algo más que plusvalía. Evidentemente, la parte de los costos de venta a que
simplemente corresponden a la reproducción del capital invertido en el sector servicios, forman
parte del capital social. De manera que se tiene la impresión de que los autores han mezclado
el capital excedente y el producto excedente y que necesitarían por lo menos aislar estas dos
categorías antes de que pudieran comprobar convincentemente que el "excedente" (y por tanto
la tasa de ganancia) han aumentado constantemente desde 1929.
No se trata de simple sutilezas semánticas. En una economía de mercado sólo se puede disponer
del "producto excedente" a través del intercambio; éste reviste la forma física de mercancías
para las cuales no existen consumidores. "El capital excedente", por el contrario, es el poder de
compra potencial que, de momento, no encuentra qué comprar. Se ve entonces la
inconsistencia lógica de sumar el producto excedente y el capital excedente, cuando en realidad,
sería más pertinente hacer una sustracción.5
El verdadero problema tiene dos aspectos: invertir el capital excedente de tal manera que no se
reduzca aún más el mercado para los monopolios existentes que ya operan por debajo de su
capacidad total instalada debido a la insuficiencia de los mercados, asegurar un nivel constante
de la capacidad utilizada para las industrias existentes a pesar de que las leyes motrices del
capital tienden a deprimir este nivel de utilización.
5 Que esta sustracción tiene un significado real importante se puede mostrar con el ejemplo de la
economía de guerra, en la que el producto excedente toma la forma física de armas, y el capital excedente
se transforma en bonos gubernamentales que financian la compra de esas armas.
.
La incógnita acerca de la viabilidad a largo plazo del sistema económico sólo puede despejarse
si se examinan los problemas que se plantean en ambos casos: la absorción del capital excedente
y la absorción del producto excelente. Y precisamente en esto reside la debilidad fundamental
del análisis que nos ofrecen las escuelas oficiales de la economía. Al mezclar en su categoría de
"excedente económico" el capital excedente y el producto excedente, y por tanto no ser capaces
de distinguir entre los problemas de la absorción del capital excedente y los problemas del
exceso de merecías en disposición, pasan inadvertidas las principales contradicciones que minan
económicamente el sistema.
Por una parte, las corporaciones de los Estados Unidos sólo podrían tener garantizado un
mercado creciente paras sus productos si se supone la existencia de un control total sobre la
innovación tecnológica y una desaparición total de la competencia de precios. Este supuesto
--que al menos está parcialmente implícito en el análisis de los autores de "El Capital
Monopolista"-- no está justificado, y de hecho ha sido refutado por los procesos reales.
Las corporaciones monopolistas están sometidas aun feroz competencia con sus rivales
extranjeras en la búsqueda de una mayor participación del mercado mundial, y esta
participación puede fluctuar drásticamente de un momento a otro. Incluso en sus propios países
de origen se ven desafiadas por competidores extranjeros y por "industrias nuevas". Por otra
parte, las reducciones periódicas de ejército de reserva industrial (durante y después de la
segunda Guerra Mundial, y en la década de los sesenta) tienden a ejercer una presión
ascendente sobre los salarios que sólo pueden ser combatida acelerando la automatización, la
cual reconstituye el ejército de reserva y desata una presión descendente sobre los salarios
Por todas estas razones, a pesar de la creciente canalización de capitales productivos hacia
sectores no productivos (considerando dentro de este contexto la producción militar como no
productivo), existe una clara amenaza de una tasa decreciente de la utilización de la capacidad
productiva, de un ritmo de crecimiento en la productividad superior al ritmo de crecimiento de
la producción y, por tanto, de una desocupación creciente La "explosión de la automatización"
no puede contenerse dentro del marco de una sociedad estancada pero satisfecha. Esta
sociedad plantea problemas que el capitalismo monopolista no puede resolver dentro del marco
de un su modus operandi económico. (Naturalmente un manera de hacerlo sería a través de la
multiplicación de las guerras imperialistas, y, en efecto, existe una correlación entre la escalada
de la agresión imperialista y las dificultades de la economía imperialista, economía que es
incapaz de absorber millones de desocupados incluso después de varios periodos, sin
precedentes, de décadas más o menos consecutivas de prosperidad.
Por otra parte, la solución temporal del problema de la sobreproducción sólo ha sido posible a
través del establecimiento de la estructura de una deuda colosal y de una constante inflación.
Este proceso tenderá eventualmente a desorganizar toda economía capitalista –pero esto
podría tomar mucho tiempo-- en el caso de que los EUA se vieran aislados del mundo exterior.
Pero, naturalmente, no hay nada de esto. La inflación en el interior de los Estados Unidos y la
Unión Europea --como sostén necesario en contra de las graves crisis recurrentes de
sobreproducción-- tienen consecuencias a escala mundial, consecuencia de las cuales la clase
.
capitalista y sus economistas son conscientes. La contradicción ente el dólar como instrumento
para las políticas antirrecesionistas en el mercado de los EUA y el dólar como medio de pago del
mercado mundial, se acerca aclaradamente a un punto explosivo; y la grave crisis monetaria
internacional que está en gestación también tendrá sus consecuencia en la economía de este
mismo país.
Dicho de otra manera, la tesis según la cual los "centros organizados [de la clase obrera
estadunidense] en las industrias básicas han sido integrados en gran proporción como
consumidores en el sistema y son ideológicamente miembros de la sociedad", a pesar de que se
trata de una descripción fiel de la situación actual, de ninguna manera podría ser una
proposición válida para el futuro. Si se supone que la fuerza dual de la automatización y la
inflación introducirá una creciente inestabilidad en la economía de estos países, al menos es
razonable suponer que dicha inestabilidad minará eventualmente la estabilidad de la burocracia
sindical y la relativa pasividad de los trabajadores. La activa oposición al capitalismo
monopolista que actualmente, en gran medida, está limitada al movimiento negro, la protesta
de la juventud estudiantil en contra de la guerra, y la militancia relativa de algunos sectores de
los peor pagados y asalariados podrían nuevamente convertirse en una poderosa e invencible
alianza en torno a la clase obrera industrial y otros sectores productivos.
Pero, sin embargo, queda la inescapable conclusión de que todas estas fuerzas son actualmente
fuerzas minoritarias dentro de la sociedad estadunidense; de que incluso la opción consciente
.
en favor del socialismo, como resultado del ejemplo del funcionamiento más eficiente y más
democrático de los llamados países socialistas —que predicen Sweezy y Baran ocurrirá en el
futuro—, podría ser solamente una acción minoritaria como acontece con todas las opciones
históricas puramente ideológicas. Todo esto es cierto: en ausencia de poderosas causas
socioeconómicas derivadas de la inestabilidad básica de la sociedad estadunidense, la esperanza
de un derrocamiento revolucionario del capitalismo monopolista, por estas fuerzas, continúa
siendo en gran medida utópico.
Peor aún: si el proceso de la revolución mundial, con sus inevitables altas v bajas, continúa en el
mismo sentido, el de una expansión general, y las intromisiones militares del imperialismo
estadunidense en contra de este proceso también crecen; y si al mismo tiempo la mayor parte
de la población de los Estados Unidos continúa pasivamente integrada en una sociedad que por
lo menos garantiza su bienestar básico, llegamos entonces a la terrible conclusión de que a la
larga, ninguna fuerza objetiva podrá prevenir la guerra mundial nuclear, es decir, evitar que la
clase dominante en los Estados Unidos, cuando finalmente se encuentre extremadamente
frustrada y aislada en su propia porción del mundo, defienda la parte sobrante de su imperio
con todos los medios a su disposición, incluidas las armas nucleares. Ciertamente, ninguna
fuerza exterior podría evitar que un Hitler estadunidense desencadenara ese proceso final.
Pero no vemos ninguna razón básica para tener que aceptar semejante conclusión pesimista
que se desprende más o menos lógicamente del análisis de Sweezy y Baran. La revolución
mundial en expansión también acarreará dificultades económicas crecientes a muchos sectores
del sistema capitalista internacional e inevitablemente también a la economía de Estados
Unidos. El entrelazamiento creciente de la economía capitalista mundial y la economía
americana transformará eventualmente la crisis del capitalismo mundial en una crisis del
capitalismo estadounidense. La crisis del capitalismo estadunidense barrerá la pasividad de la
clase obrera de la misma manera que aconteció en los años treinta.
¿Pero, durará esta fragmentación? ¿No tendría mas graves consecuencias para el sistema
capitalista internacional en su conjunto una recesión en Alemania occidental? ¿No coincidirá la
próxima recesión de los EUA con una fase del ciclo de Europa occidental, en que la mayoría de
las fuerzas que generaron el ciclo tan largo de crecimiento se agotasen y por lo tanto causasen
una recesión general en toda la economía capitalista internacional?
.
Estas incógnitas y muchas otras se plantean y se debían por lo menos despejar antes de que se
aceptaran las conclusiones extremas de El capital monopolista en el sentido de que ninguna
inestabilidad básica del sistema le crearía un poderoso desafío social interno a éste.
Admitimos que plantear el problema no implica resolverlo. Será necesario más tiempo, mayores
investigaciones independientes y colectivas, discusiones y debates entre los marxistas de ambos
lados del océano, antes de que se pueda dar una respuesta definitiva a estas preguntas.*