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Una ley fundamental, que opera en todo orden de la realidad, es que todo muere, es
que de alguna u otra manera, cualquier vida u objeto, cualquier manifestación de la
materialidad, es transitoria, desaparecerá, se transformara, se convertirá en otra cosa la
que a su vez representará un eco del pasado, una consecuencia que hace latente una
ausencia, un cuerpo que se pudre y que alimenta a gusanos y flores, los que se
constituyen como la evidencia tácita de que alguna vez un corazón palpitó, latió, se
preocupó del mundo de sus pares, experimento la intensidad y el vértigo, envejeció y se
agotó y se fue apagando, como una vela en un cuarto oscuro, como la vela que se apaga y
nos permite dormir y soñar con ella, soñar con la existencia perdida del fuego.
II
Edesio Alvarado (1926-1981) tuvo una obra y fue leído. Todo aquel que tenga una
mínima noción de su vida sabe que ganó muchos premios, que mientras estuvo vivo fue
una persona conocida en el campo literario y periodístico, que llegó a consolidarse como
una figura a nivel nacional. Sin embargo aquello no nos dice nada sobre su personalidad,
sobre su pulsión creativa y sobre su obra, su escritura. Una biografía, un recuento público
de sus experiencias no nos servirá, al menos no para entender una sensibilidad particular
que se tradujo con un lenguaje particular. Tampoco, en este sentido, un recuento de sus
galardones. Lo único que podemos hacer al respecto, a mi parecer, es recurrir a la propia
voz del autor. En un artículo titulado Edesio Alvarado habla de literatura del diario Última
hora, del año 1962, Alvarado dice:
"Mi vocación de escritor se manifestó por una irrefrenable necesidad espiritual, en forma
confusa al comienzo. Anduve a tientas, buscando su comprobación real, su correspondencia
con mi propia capacidad creadora. Y así fue hasta que el esclarecimiento ideológico de los
conflictos humanos, de la vida, y una exigencia autocrítica me dieron esa sustentación real que
buscaba. Esta seguridad dio, a su vez, un impulso definitivo a la conciencia que me había
formado sobre el deber que tenía de expresar aspectos esenciales de la existencia,
hondamente sentidos, y que, de no ser expresados por mí, bien podían quedar inéditos para
nuestra literatura."
"El sur es preponderante en mis obras por dos tipos de deberes: uno afectivo y otro conceptual.
Afectivamente, el sur es el gran cauce de mis primeras y más estremecedoras experiencias
vitales. El tiempo, la vida y la muerte, sentidos allá profundamente tenían que reclamar,
primero que nada su lugar en mi creación. Y luego estaba la necesidad consciente de llevar el
Sur a la literatura. ¿Por qué no abordar la empresa de crear tipos humanos, conflictos, medios,
que como los de Llanquihue, por ejemplo, han sido tan pocos abordados en nuestra literatura?"
Esta idea que tiene Alvarado de su propia obra, es apoyada por sus
contemporáneos. El escritor Volodia Teitelboim (1916-2008) en el prólogo que escribió
para El caballo que tosía en 1962, dice:
"Alvarado destila la esencia del modo de vida de la zona. El mínimo suceder sumándose forma
el gran suceder, que, por un proceso de acumulación, de súbito rompe en las catástrofes
individuales o colectivas (la muerte de un pescador, el asesinato de un caballo, el terremoto o
el maremoto). Mira desde afuera y desde adentro. De allí la reiterada aplicación que Edesio
Alvarado hace de la técnica del monólogo interior, el cual nunca oscurece sino que completa la
corriente densa del relato. Concreta así subjetividades determinadas por el mundo objetivo,
partiendo de la idea que esa vida interior no es menos real que la exterior, sino algo que está
simplemente en su lado invisible."
Acá nos encontramos con dos elementos a los que hicimos alusión en la primera
parte. Una experiencia acumulada que necesita liberarse y que encuentra en la escritura
su medio. Y la escritura, vinculada a una técnica particular, que busca la mejor manera de
hacerlo. Cabe destacar y detenernos en un punto al que antes sólo habíamos hecho
alusión: la experiencia. Cualquier cosa que vivamos está situada históricamente –para
Alvarado esto implicaría también dialécticamente— y por lo tanto, es representativa no
sólo de un momento, sino también de un lugar, o sea de las condiciones materiales
objetivas y las posibilidades subjetivas de relacionarse que emanan, en cierta manera, de
ellas. Con esto quiero decir que, para Alvarado, hablar de situaciones que sólo suceden en
el sur extremo, no es sólo hablar en nombre de una identidad regional, también es una
condensación histórica, una declaración político-social. En La Captura (1961), la huida de
Carmelito de los carabineros, refleja la posibilidad de un hecho, da constancia de una
manera en que se vivió y se puede vivir una relación de poder e incluso, una manera en
que evoluciona, conflictivamente, la dominación entre sujetos que viven la misma
adversidad, que están presos por el mismo paraje abandonado, desolado. Carmelito cede
su voluntad, abandona su libertad. Y Carmelito, sin importar aquello, será asesinado.
Y la segunda es:
“¿Qué me ayuda en el trabajo? Todo cuanto me incite a él, la música principalmente (el
barroco, Franck, Mahler, la música no sinfónica de Beethoven), la lectura de Faulkner, Camus,
Joyce, Kafka, Conrad, Sábato, la tragedia griega, el teatro moderno. También la visión del mar,
la percepción de la lluvia en el Sur, de aquellos crepúsculos, la sensación de la muerte. Claro
que no siempre es así, en condiciones tan excepcionales. En general, cuando el frenesí me llena,
me exige, se acabó. De alguna manera debo escribir. No me es indispensable la “soledad
creadora”. Aun con mi casa llena de gente, en el tren, en un hotel desnudo, a bordo de un
barco, logro arrinconarme a mí mismo y trabajar.”
Antes de terminar, me parece que se puede establecer, después del recorrido –de
esta síntesis superficial, un poco rápida, un poco insuficiente—que hicimos sobre Edesio
Alvarado, que él merece estar y se encuentra dentro de nuestro cementerio hipotético, lo
que quiere decir que existe la posibilidad abierta de su resurrección, de la reapreciación
de su obra. Llegará el día en que haya una revolución en la conciencia de los chilenos, en
que por unos minutos, horas o tal vez años, se alejen de los aparatos y logren mirar el
caos que habita en su interior, que lo miren y logren compararlo con el caos absurdo que
habita el mundo exterior. Llegará el día en que la naturaleza agite la fragilidad humana y
que el sur se convierta en un lugar sagrado, en una locación obligada para el peregrinaje
de cualquier individuo reflexivo. Llegará ese día y cuando lo haga, habrá una revolución en
las letras. Habrá una revolución y el mausoleo de Edesio Alvarado, volverá a estar repleto
de lectores, de los que brotarán lágrimas mientras pasan de hoja en hoja.
Para terminar los dejaré con un párrafo de El desenlace, que me parece resume un
poco las ideas que he presentado respecto al autor:
“Qué es esto, ansiedad inútil, perplejidad dolorosa, qué eres tú misma, en qué clase de realidad
te desplazas, estás aún dentro del sueño o ya en medio de la mañana hostil, sobre el lecho
desmesurado que es imposible calentar, a pesar del aire inmóvil y de que la habitación se pone
hermética, y allí dentro el llanto, el lenguaje se ahogan en sí mismos. Sin embargo, esta diaria
laceración es útil, te endurece, te instiga y sirve para que la angustia de por sí inoficiosa, derive
en odio lúcido. Eso te hace perseverar, te obliga a moverte, cambiar de sitio, saltar como una
pulga amaestrada, hasta que llega la noche y esta reacción se vuelve más honda, casi
inorgánica, cuando sopla del este el viento pesado y granujoso que pasa rasguñando las
maderas, el suelo, la oscuridad misma, hasta convencer de que el aire se llena de arena y que
muy pronto ha de sobrevenir la asfixia, o cuando se viene la tempestad y las mangas de agua
llegan arrastrándose desde la península de Taitao, por encima de los cerros, y el tiempo es una
extensión silbante y removida en la que flotan entrechocándose las casas, los árboles, la tierra,
la distancia, carentes de destino, sin hora final, o bien cuando avanza el sur limpiando el
espacio y sopla desde abajo, de la desolación magallánica, y sale del Estrecho, se desgarra por
los archipiélagos de Reina Adelaida, toma por el canal Messier, salta al fiordo Bernardo,
después al Galen, y cae sobre la isla Merino Jarpa y entra a las primeras planicies de Aysén por
el Baker devolviendo los elementos de la vida que se creían perdidos para siempre.”