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EL DESENLACE TODAVÍA INCONCLUSO DE EDESIO ALVARADO

Por Sebastián Alvarado

¿Qué significa ser un escritor? ¿Qué significa trascender a través de la escritura?

Una ley fundamental, que opera en todo orden de la realidad, es que todo muere, es
que de alguna u otra manera, cualquier vida u objeto, cualquier manifestación de la
materialidad, es transitoria, desaparecerá, se transformara, se convertirá en otra cosa la
que a su vez representará un eco del pasado, una consecuencia que hace latente una
ausencia, un cuerpo que se pudre y que alimenta a gusanos y flores, los que se
constituyen como la evidencia tácita de que alguna vez un corazón palpitó, latió, se
preocupó del mundo de sus pares, experimento la intensidad y el vértigo, envejeció y se
agotó y se fue apagando, como una vela en un cuarto oscuro, como la vela que se apaga y
nos permite dormir y soñar con ella, soñar con la existencia perdida del fuego.

Cualquier artista, cualquier persona que se avoque a la creación entiende la


futilidad, la evanescencia de cualquier obra, de cualquier vida. Hoy existe una tradición o
un canon, a nivel internacional, nacional y a su vez regional, que el día de mañana puede
cambiar, que puede ser totalmente distinto, que puede ser borrado y remplazado en la
memoria colectiva, en el imaginario institucional que permite la circulación de ciertos
nombres, que permite adjudicarles algún valor. El día de mañana puede suceder una
revolución en el mundo de las letras, puede quebrarse la idea de valor imperante, pueden
aparecer caudillos que resuciten a los muertos, que rebauticen a los seres que constituyen
nuestra realidad, que nos reconcilien con un mundo perdido. La literatura, el campo
literario, en el fondo es como un cementerio, en el que algunas personas un día ingresan a
un mausoleo y otro día a otro, sucesivamente, de manera interminable. Sin embargo, hay
que admitir, que no cualquiera es enterrado en este lugar, que también los muertos que
han sido olvidados, que dejaron de ser visitados, tuvieron que ganar el derecho a
descansar en el mismo campo, en la misma tierra. ¿Quiénes son los que al morir
atraviesan la entrada para descansar junto a quienes visitaban antaño? ¿Quiénes son
visitados y llorados por personas que nunca conocieron? ¿Quién ha ganado el derecho a
ser leído, a ser olvidado, a la posibilidad de algún día resucitar, el día de la revolución, el
día del cambio? El caso de Edesio Alvarado, mi abuelo, es paradigmático al respecto, pero
antes de hablar sobre él sigamos desarrollando la idea del cementerio. Digamos, que para
ganar el derecho a un féretro y lugar donde ser enterrado hay que cumplir un conjunto de
condiciones mínimas, un conjunto de requerimientos, ¿cuáles serían en el caso de un
escritor? Lo más obvio es pensar en el hecho de tener una obra y que ésta sea leída por un
conjunto vasto de personas, los desconocidos que te llorarán. Tener una obra no implica
escribir una gran cantidad de libros, no. Juan Rulfo sólo escribió Pedro Paramo y El llano
en llamas y en el mausoleo es visitado por miles, quizás millones. Tal vez la idea de obra
tenga que ver con una utilización particular del lenguaje, con una extensión del uso
lingüístico que es difícil que se dé y se recuerde en el uso cotidiano y que por lo tanto, a
través del papel y el silencio, se instancia para el otro, para cualquier momento en que el
otro lo requiera.

El lenguaje lo utilizamos, en parte, para traducir el mundo que percibimos: el


tiempo, el espacio, las relaciones entre los individuos, nuestros deseos respecto a ellos,
nuestra memoria siendo modificada por nuestros deseos, el enfrentamiento entre el
mundo que vemos y el que quisiésemos ver. Escribir es utilizar las posibilidades del
lenguaje, extremarlas. No es sólo traducir la impresión que te produce una imagen
sublime, es también crearla, crear la posibilidad de impresionarse con ella. No es sólo
traducir la impresión que te puede producir por ejemplo, una catedral inmensa. Es crear
esa catedral con palabras, de tal manera, que no quede otra opción que postrarse ante
ella. La catedral es el humano, es la complejidad que puede alcanzar el humano, dentro un
mundo creado por el mismo. Novalis (1772-1801), poeta del romanticismo alemán,
escribió: “La poesía es la presentación del ánimo, del mundo interno en su conjunto. Ya las
palabras, que son su medio, lo indican, pues ellas son en efecto la revelación externa de
aquel reino de fuerzas interno. La poesía es como la escultura para el mundo externo,
figurativo, y como la música para los sonidos”. En este ensayo, mi intención es referirme a
algo similar. Abordándolo de otra manera, podríamos decir que alguien, que creció en
Calbuco, en estas tierras, en el sur, a principios del siglo XX, fue testigo de un mundo, de
un conjunto de costumbres que tal vez hoy en día no existen, de una realidad sin las
tecnologías que abundan en nuestra actualidad. Esa persona, que también, vio cómo
cambiaba su realidad, cómo pavimentaban las calles y colocaban el tendido eléctrico,
cómo llegaban los aparatos, cómo la vida podía manifestarse de diversas maneras, alojó
en su interior un conjunto diverso de experiencias. Esa persona trabajó en el mar y en el
campo, vivió la muerte de amigos cercanos en trágicas circunstancias, amo y tuvo hijos, en
alguna que otra ocasión pensó en terminar con su vida; pero en otra ocasión, en una que
lo marcó, tuvo un accidente y enfrentado a una naturaleza que en su inmensidad parecía
incomprensible, decidió luchar por ella. Tal vez después de esa experiencia, de luchar por
su vida, anidó un conjunto de epifanías en su interior, uno que le fue difícil comunicar a
sus cercanos, y por ello decidió escribirlas. Al enfrentarse a la primera página se preguntó
cómo sería la mejor forma de decir lo que se había convertido en parte indivisible de su
personalidad, en los diálogos que sostenía consigo mismo en silencio, cuando estaba solo
y cuando no era necesario utilizar una máscara social. En este momento entramos en el
segundo tema, en cómo ser leído o en qué piensa un escritor respecto a sus potenciales
lectores. Nuestro sujeto tiene la idea de una obra, quiere traducir lo poco que ha
alcanzado a entender a otros, que sin importar si son sus cercanos o no, en el fondo son
lectores, una idea del lector que nace de su subjetividad. ¿Cómo imaginarse al lector?
¿Cómo imaginar sus expectativas a la hora de enfrentarse al texto? Nuestro amigo piensa
en la gente que lo rodea, en cómo hablan y en cómo se entienden entre ellos. Se imagina
que lo más probable es que la mejor manera de que lo entiendan es diciendo las cosas
directamente. Sin embargo, en ello radica también el problema que tiene, el no poder
traducir su experiencia al habla, a la comunicación cotidiana. Su experiencia es compleja y
por lo tanto no es fácil de trasmitir, inclusive tal vez no debería ser fácil de hacerlo, tal vez
la mejor manera de expresar esa complejidad que lo ahoga sea escribiendo un texto que
ahogue al lector, que lo haga sentir lo que él siente. Pensar ello lo hace libre, le hace creer
que tiene un universo gigante de posibilidades para expresarse, sólo limitado por las
técnicas que conozca a través de la lectura, de los libros que encuentre; y de su deseo
ante el resto, ante los lectores, por su deseo de no ceder ante ellos, sino al contrario, que
ellos cedan, que lo hagan a través de la realidad alternativa que él creará, que lo hará para
que sean atrapados, que lo hará a través de técnicas que funcionen como una red que no
permita que el lector se aleje pero que a la vez no haga su tarea fácil, que a la vez lo haga
sumergirse en ideas que antes no concebía, ideas que no le permitan dormir bien en la
noche, que le hagan pensar en su mortalidad, en el tiempo que se le acaba, en la nimiedad
de las experiencias que hasta ahora ha vivido, al menos en comparación a las de nuestro
autor imaginario. Ahora digamos que nuestro autor terminó su obra, que se demoró años
en terminarla, que de hecho la terminó en su última semana de vida. Digamos que
mientras él duerme su nieto toma su borrador y lo lee y que mientras lo hace, nuestro
escritor despierta y con los ojos entrecerrados lo observa. Digamos que su nieto al leerlo
llora pero no se detiene, pero sigue pasando las hojas.

Digamos que nuestro autor muere feliz.

II

Edesio Alvarado (1926-1981) tuvo una obra y fue leído. Todo aquel que tenga una
mínima noción de su vida sabe que ganó muchos premios, que mientras estuvo vivo fue
una persona conocida en el campo literario y periodístico, que llegó a consolidarse como
una figura a nivel nacional. Sin embargo aquello no nos dice nada sobre su personalidad,
sobre su pulsión creativa y sobre su obra, su escritura. Una biografía, un recuento público
de sus experiencias no nos servirá, al menos no para entender una sensibilidad particular
que se tradujo con un lenguaje particular. Tampoco, en este sentido, un recuento de sus
galardones. Lo único que podemos hacer al respecto, a mi parecer, es recurrir a la propia
voz del autor. En un artículo titulado Edesio Alvarado habla de literatura del diario Última
hora, del año 1962, Alvarado dice:

"Mi vocación de escritor se manifestó por una irrefrenable necesidad espiritual, en forma
confusa al comienzo. Anduve a tientas, buscando su comprobación real, su correspondencia
con mi propia capacidad creadora. Y así fue hasta que el esclarecimiento ideológico de los
conflictos humanos, de la vida, y una exigencia autocrítica me dieron esa sustentación real que
buscaba. Esta seguridad dio, a su vez, un impulso definitivo a la conciencia que me había
formado sobre el deber que tenía de expresar aspectos esenciales de la existencia,
hondamente sentidos, y que, de no ser expresados por mí, bien podían quedar inéditos para
nuestra literatura."

Y en el mismo artículo declara:

"El sur es preponderante en mis obras por dos tipos de deberes: uno afectivo y otro conceptual.
Afectivamente, el sur es el gran cauce de mis primeras y más estremecedoras experiencias
vitales. El tiempo, la vida y la muerte, sentidos allá profundamente tenían que reclamar,
primero que nada su lugar en mi creación. Y luego estaba la necesidad consciente de llevar el
Sur a la literatura. ¿Por qué no abordar la empresa de crear tipos humanos, conflictos, medios,
que como los de Llanquihue, por ejemplo, han sido tan pocos abordados en nuestra literatura?"

Esta idea que tiene Alvarado de su propia obra, es apoyada por sus
contemporáneos. El escritor Volodia Teitelboim (1916-2008) en el prólogo que escribió
para El caballo que tosía en 1962, dice:

"Alvarado destila la esencia del modo de vida de la zona. El mínimo suceder sumándose forma
el gran suceder, que, por un proceso de acumulación, de súbito rompe en las catástrofes
individuales o colectivas (la muerte de un pescador, el asesinato de un caballo, el terremoto o
el maremoto). Mira desde afuera y desde adentro. De allí la reiterada aplicación que Edesio
Alvarado hace de la técnica del monólogo interior, el cual nunca oscurece sino que completa la
corriente densa del relato. Concreta así subjetividades determinadas por el mundo objetivo,
partiendo de la idea que esa vida interior no es menos real que la exterior, sino algo que está
simplemente en su lado invisible."

Acá nos encontramos con dos elementos a los que hicimos alusión en la primera
parte. Una experiencia acumulada que necesita liberarse y que encuentra en la escritura
su medio. Y la escritura, vinculada a una técnica particular, que busca la mejor manera de
hacerlo. Cabe destacar y detenernos en un punto al que antes sólo habíamos hecho
alusión: la experiencia. Cualquier cosa que vivamos está situada históricamente –para
Alvarado esto implicaría también dialécticamente— y por lo tanto, es representativa no
sólo de un momento, sino también de un lugar, o sea de las condiciones materiales
objetivas y las posibilidades subjetivas de relacionarse que emanan, en cierta manera, de
ellas. Con esto quiero decir que, para Alvarado, hablar de situaciones que sólo suceden en
el sur extremo, no es sólo hablar en nombre de una identidad regional, también es una
condensación histórica, una declaración político-social. En La Captura (1961), la huida de
Carmelito de los carabineros, refleja la posibilidad de un hecho, da constancia de una
manera en que se vivió y se puede vivir una relación de poder e incluso, una manera en
que evoluciona, conflictivamente, la dominación entre sujetos que viven la misma
adversidad, que están presos por el mismo paraje abandonado, desolado. Carmelito cede
su voluntad, abandona su libertad. Y Carmelito, sin importar aquello, será asesinado.

La muerte es una constante en la obra de Alvarado. Todos moriremos. La muerte es


un hecho universal, que a cualquiera le puede hacer sentido, por la incertidumbre que
vivimos todos, por la fragilidad que nos acecha, que nos compone. Un accidente le puede
pasar a cualquiera, en cualquier momento. La vida, en el sur austral, puede adquirir en
algunos casos, la conciencia permanente de aquella fragilidad. “Nadie sabe de qué se
muere el cristiano en la montaña” escribirá Alvarado en El duelo (1968), como reflexión
que se manifestará en la muerte de Cochecame. La muerte, como accidente, que le da
Modesto al patriarca Alcázar en La guerra a muerte (1981). La muerte, como un hecho
total, como un hecho de la especie en El vengador (1961). La muerte, que a todos nos
hace iguales. Un escritor, puede a partir de las particularidades de un hecho histórico, de
un lugar en un tiempo determinado, de una relación que sólo se da en una parte del
mundo, hablar y reflexionar en torno a la condición que compartimos todos, en todo el
mundo. Un escritor puede, a través de la traducción de su sensibilidad, saltar de lo
particular, de su propia individualidad, a lo universal, a la individualidad de todos. Quizá el
lograr aquello, el dar ese salto, aúne las dos cosas: la obra y los lectores; el derecho a
entrar en el cementerio, la posibilidad de ser recordado.

Alvarado, en un artículo titulado Cómo escribo, que se puede encontrar en Los


mejores cuentos de Edesio Alvarado, edición de 1968 de la editorial Zig-Zag, dice dos cosas
que encuentro relevantes para este ensayo, la primera es:
“Pero antes de enfrentarme al acto concreto de escribir, atravieso por un periodo, más o
menos extenso, de elaboración interior desordenada, de acumulación cuantitativa de
elementos literarios y de su selección inconsciente. De pronto, en la sucesión de los días, un
hecho cualquiera –una evocación poderosa, el encuentro de un personaje, el hallazgo de una
imagen feliz; en un palabra, el azar (“la única divinidad razonable”, según Camus)—hace de
agente catalítico, produce el cambio dialecto a cabalidad, y desde ese instante el acto material
de escribir se convierte en una exigencia realmente fisiológica que, de no ser resuelta y dado mi
temperamento hiperestésico, me puede llevar a trastornos orgánicos (irritabilidad,
hipertensión, alteraciones de la digestión y del régimen del sueño) y a la imposibilidad casi
absoluta de acometer cualquier otro trabajo intelectual.”

Y la segunda es:

“¿Qué me ayuda en el trabajo? Todo cuanto me incite a él, la música principalmente (el
barroco, Franck, Mahler, la música no sinfónica de Beethoven), la lectura de Faulkner, Camus,
Joyce, Kafka, Conrad, Sábato, la tragedia griega, el teatro moderno. También la visión del mar,
la percepción de la lluvia en el Sur, de aquellos crepúsculos, la sensación de la muerte. Claro
que no siempre es así, en condiciones tan excepcionales. En general, cuando el frenesí me llena,
me exige, se acabó. De alguna manera debo escribir. No me es indispensable la “soledad
creadora”. Aun con mi casa llena de gente, en el tren, en un hotel desnudo, a bordo de un
barco, logro arrinconarme a mí mismo y trabajar.”

Creo que además de la confirmación de la existencia de una sensibilidad particular


que permite acumular contenido, los autores que nombra son relevantes por los
elementos que encontramos en su obra. Los personajes del sur se enfrentar al absurdo de
la existencia, a las ambiciones pero también a la perdida de la fe en sí mismos, cada uno
de ellos es el Sísifo de Albert Camus y la piedra se encarna en el hecho de sobrellevar cada
uno de sus días, de enfrentarse a un tiempo que sólo se traduce en imposibilidades, en la
constancia de lo perdido. William Faulkner es una influencia directa, sobre todo en el
monologo interior y en lo que podríamos denominar el tratamiento del tiempo, el uso
moderno de la temporalidad en su narrativa. Además, de Faulkner, también podríamos
agregar la actitud de escritor, si comparamos este fragmento de una entrevista al escritor
estadounidense con las citas que acabo de mostrar: “El artista es responsable sólo de su
obra. Será completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño
lo angustia tanto que debe liberarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo por
la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de
escribir el libro”. También, más allá de la técnica, se les puede comparar a nivel temático:
por ejemplo, casi cualquier cuento de Edesio con Wash Jones, una historia del sur, de
Faulkner. Sábato, la influencia de Ernesto Sábato, la podríamos encontrar en la idea de la
develación del interior humano, de las pulsiones que se intentan reprimir, de humanos
atravesados por sus ensimismamientos. En Alvarado la pulsión por la muerte es
transversal, pero también, de alguna manera está presente, la erótica: por ejemplo en el
personaje de Laurencia, de El desenlace (1966). Se sabe, en todos los casos, que Sábato
prologó una de sus obras, que hasta el día de hoy se encuentra perdida.

Antes de terminar, me parece que se puede establecer, después del recorrido –de
esta síntesis superficial, un poco rápida, un poco insuficiente—que hicimos sobre Edesio
Alvarado, que él merece estar y se encuentra dentro de nuestro cementerio hipotético, lo
que quiere decir que existe la posibilidad abierta de su resurrección, de la reapreciación
de su obra. Llegará el día en que haya una revolución en la conciencia de los chilenos, en
que por unos minutos, horas o tal vez años, se alejen de los aparatos y logren mirar el
caos que habita en su interior, que lo miren y logren compararlo con el caos absurdo que
habita el mundo exterior. Llegará el día en que la naturaleza agite la fragilidad humana y
que el sur se convierta en un lugar sagrado, en una locación obligada para el peregrinaje
de cualquier individuo reflexivo. Llegará ese día y cuando lo haga, habrá una revolución en
las letras. Habrá una revolución y el mausoleo de Edesio Alvarado, volverá a estar repleto
de lectores, de los que brotarán lágrimas mientras pasan de hoja en hoja.

Para terminar los dejaré con un párrafo de El desenlace, que me parece resume un
poco las ideas que he presentado respecto al autor:

“Qué es esto, ansiedad inútil, perplejidad dolorosa, qué eres tú misma, en qué clase de realidad
te desplazas, estás aún dentro del sueño o ya en medio de la mañana hostil, sobre el lecho
desmesurado que es imposible calentar, a pesar del aire inmóvil y de que la habitación se pone
hermética, y allí dentro el llanto, el lenguaje se ahogan en sí mismos. Sin embargo, esta diaria
laceración es útil, te endurece, te instiga y sirve para que la angustia de por sí inoficiosa, derive
en odio lúcido. Eso te hace perseverar, te obliga a moverte, cambiar de sitio, saltar como una
pulga amaestrada, hasta que llega la noche y esta reacción se vuelve más honda, casi
inorgánica, cuando sopla del este el viento pesado y granujoso que pasa rasguñando las
maderas, el suelo, la oscuridad misma, hasta convencer de que el aire se llena de arena y que
muy pronto ha de sobrevenir la asfixia, o cuando se viene la tempestad y las mangas de agua
llegan arrastrándose desde la península de Taitao, por encima de los cerros, y el tiempo es una
extensión silbante y removida en la que flotan entrechocándose las casas, los árboles, la tierra,
la distancia, carentes de destino, sin hora final, o bien cuando avanza el sur limpiando el
espacio y sopla desde abajo, de la desolación magallánica, y sale del Estrecho, se desgarra por
los archipiélagos de Reina Adelaida, toma por el canal Messier, salta al fiordo Bernardo,
después al Galen, y cae sobre la isla Merino Jarpa y entra a las primeras planicies de Aysén por
el Baker devolviendo los elementos de la vida que se creían perdidos para siempre.”

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